La reputación de austeridad que se atribuye a los espartanos responde a un esfuerzo deliberado que, al parecer, se ejerció a finales del siglo VI en el marco de un movimiento de represión de las manifestaciones suntuarias que tenía por objeto orientar las ambiciones particulares no hacia los aspectos individuales de la fortuna, sino hacia el servicio de la colectividad. No obstante, hemos de asumir esta idea con matices. Si solo nos apoyamos en Platón1, podríamos creer que, en la época arcaica, Esparta era solamente un campamento militar, cuando esta imagen no se corresponde con la realidad.
Edificaciones de desarrollo gradual y por lo general poco espectaculares
Hemos mencionado ya que, de acuerdo con Plutarco2, entre las pequeñas retras, las reglas secundarias atribuidas a Licurgo, encontramos una
contra el lujo […] que [establecía que] toda casa tuviera la armazón del tejado labrada de hacha, y las puertas de sola la sierra, sin otro instrumento.
La consecuencia directa de tal precepto fue la prohibición del uso de la piedra, el metal y la pintura para la fabricación de los elementos de protección de los edificios privados —cuyos ornamentos brillaban en otras partes de Grecia—; los techos y las puertas debían ser de madera y no presentar apenas decoración. Estas restricciones daban un tono muy sobrio a las prácticas arquitectónicas privadas y, evidentemente, a los propios reyes, que podían heredar de generación en generación los bienes de sus progenitores y disponían únicamente de unos aposentos relativamente modestos, a juzgar por la descripción que hace Jenofonte de la morada de Agesilao, rey de comienzos del siglo IV3:
[Agesilao], en cambio, dispuso su casa de tal forma que no necesitaba ninguna de esas cosas [a saber, los tesoros acumulados por el rey de los persas]. Y si alguien duda de ello, vea con qué vivienda se contentaba y contemple, en particular, sus puertas. Se podría conjeturar que eran las mismas que colocó Aristodemo, descendiente de Heracles, a su regreso; entre y contemple también su mobiliario…
De acuerdo con un razonamiento a fortiori superficial, podríamos deducir que, si los propios reyes habitaban en casas sencillas, las viviendas de todos los espartanos habrían de ser modestas. Sin entrar en consideraciones que recalquen que los reyes, al estar expuestos en mayor grado al juicio del pueblo, habían de acatar las prácticas colectivas con el mayor celo, se puede observar que Jenofonte se expresa bajo la influencia de la imagen de austeridad desarrollada a partir de finales del siglo VI y que el texto de Plutarco presenta como una norma fundamental lo que fue el resultado de una evolución: es ciertamente dudoso que se prohibieran los refinamientos técnicos en una época en que aún no se conocían.
Sin embargo, lo que sí sabemos con certeza es que los espartanos se contentaban con edificios construidos con materiales generalmente poco costosos. Solo en el transcurso del siglo VII —por lo tanto, con posterioridad a la época en la que supuestamente vivió Licurgo— parece que empezó a utilizarse en Grecia (por ejemplo en Istmia, en Corinto) la arquitectura de edificios cuadrangulares (en la que se suprime el extremo en ábside) en mampostería de piedra, en santuarios que concentraban la riqueza de comunidades enteras para atraer la protección de las divinidades. Los espartanos tuvieron forzosamente conocimiento de la existencia de esta práctica, pero, a diferencia de los pobladores de otras ciudades, no desarrollaron un uso importante de la piedra.
No parece que utilizaran medios materiales considerables, ni siquiera en la construcción de edificios sagrados. El testimonio de Tucídides es revelador en este sentido. Evocando a la ciudad de Esparta de su época, finales del siglo V, en la parte de su obra que conocemos como «Arqueología», la caracteriza del modo siguiente4:
porque si se desolase la ciudad de Lacedemonia, que no quedasen sino los templos y solares de las casas públicas, creo que por curso de tiempo no creería el que la viese en que había sido tan grande como lo es al presente. Y aunque en el Peloponeso de cinco partes tienen las dos de término los lacedemonios, y todo el señorío y mando dentro y fuera de muchas otras ciudades de los aliados y compañeros, si la ciudad no fuese poblada y llena de muchos templos y edificios públicos suntuosos (como ahora está) y fuese habitada por lugares y aldeas a la manera antigua de Grecia, manifiesto está que parecería mucho menor5. Si a los atenienses les sucediera lo mismo, que desamparasen la ciudad, parecería esta haber sido doble y mayor de lo que ahora es, solo al ver la ciudad y el gran sitio que ocupa. Conviene, pues, que no demos fe del todo a lo que dicen […] ni cumple que consideremos más la extensión de las ciudades, que sus fuerzas y poder.
De hecho, los vestigios arqueológicos de la época arcaica que lograron sobrevivir a Esparta pueden parecer relativamente modestos, lo que se explica en gran parte por la fragilidad de los materiales utilizados: la puntualización de Tucídides, que se refiere a la conservación de los cimientos de los edificios, se justifica fundamentalmente por razones técnicas, ya que las peanas de piedra, que protegían contra la humedad del suelo, podían servir como soporte para elevaciones a base de materiales más frágiles como el adobe.
Al este de la acrópolis de Esparta, en la margen derecha del Eurotas, el emplazamiento del santuario de Ortia —conocido como Ártemis Ortia a partir del siglo I de nuestra era según revelan algunas inscripciones— pudo conocer el asentamiento de un lugar de culto en el transcurso del siglo IX. A comienzos del siglo VII se habría erigido un períbolo para delimitar un espacio en el que se construyeron, utilizando parcialmente la piedra, un altar al este y un templo —con paredes tal vez en entramado de madera— de unos veinte metros de largo al oeste, gracias posiblemente al botín obtenido al comienzo de la conquista de Mesenia.
Es probable que el sitio quedara probablemente sumergido a causa de una crecida del Eurotas hacia el año 570/5606, y el santuario se reconstruyó poco después con piedra. El altar y el templo se desplazaron ligeramente con respecto a su ubicación anterior, en un recinto más amplio. Como consecuencia de la inmersión, los objetos del interior quedaron recubiertos por un sustrato que los mantuvo en un buen estado de conservación hasta su descubrimiento a principios del siglo XX por arqueólogos británicos7. Globalmente, incluso si la cronología de los objetos hallados es cuestión de debate, el sitio es, junto con el de Amiclas, uno de los lugares de Laconia donde la variedad de materiales arqueológicos empleados es más destacada. Un sitio de este tipo, donde se habrían desarrollado rituales importantes a ojos de los espartanos, parece ilustrar la relativa modestia de las construcciones realizadas por los habitantes.
Los dos primeros estados del santuario de Ortia, sobre plano.
En la acrópolis de Esparta había también un templo de Atenea conocido como Poliouchos («que sostiene la ciudad», o «señora de la ciudad», diríamos nosotros) o Chalkioikos («en la morada de bronce», porque las paredes del templo estaban adornadas con placas de bronce historiadas); estaba consagrado a la divinidad que, en la Gran Retra, a principios del siglo VII, apareció de entrada al mismo tiempo que Zeus. El edificio, hallado e identificado por los británicos, se construyó sobre una terraza rectangular de 25,20 metros de largo con unos muros que, en su parte superior, debían de ser de adobe; las finas placas de bronce que los recubrían no ocultarían su fragilidad consustancial. Podemos entender así que, al evocar este edificio de finales del siglo VI, obra del arquitecto Gitiadas, Tucídides pudiera oponer la calidad mediocre y la supervivencia precaria con las del Partenón de Atenas, este tempo de 1000 talentos8 construido en mármol menos de un siglo después, en 447-4389.
Recreación de la disposición del santuario de Ártemis Ortia, en el siglo III de nuestra era.
El santuario de Ortia visto desde el sur, en marzo de 2005.
Cimientos del templo de Atenea Chalkioikos, vistos desde el este, en septiembre de 2015.
En Terapne, en la orilla izquierda del Eurotas, en un emplazamiento que domina el río desde gran altura y ofrece un panorama de la llanura de Esparta, se erigió un santuario alrededor del año 700: el Menelaion. Este hecho sugiere que los poemas homéricos que mencionaban a Menelao como rey de Esparta eran, por lo tanto, conocidos en Esparta. Se halló en este lugar un gancho para carne —utilizado en sacrificios— con doce puntas conservadas parcialmente cuyo mango lleva el nombre de Helena, así como un aríbalo corintio de bronce de 7,5 cm de altura, datado alrededor del año 650, con el texto en alfabeto laconio más antiguo de que se tiene constancia: una dedicatoria a los nombres de Helena y Menelao10.
El Menelaion visto desde el nordeste en abril de 1991. Este fue un lugar de culto de la época geométrica justo después de las guerras médicas.
Dos objetos con inscripciones de mediados del siglo VII procedentes del Menelaion de Esparta y descubiertos en 1975: dibujos de un aríbalo de bronce de 7,5 cm de altura con una dedicatoria a Helena y Menelao; dibujos de un gancho de carne cuyo mango lleva el nombre de Helena.
La planicie de Esparta vista desde el Menelaion, en marzo de 2005. El Eurotas, que brilla bajo el sol, fluye aún con nieve en el momento del equinoccio de primavera, mientras que la vegetación, tanto de Amiclas, al sudoeste, como de la acrópolis de Esparta, al noroeste, domina el norte.
Una terraza dotada de rampa de acceso parece datar del año 650-625 a. C., y debe de ser contemporánea del pequeño edificio que probablemente sirviera de culto cuyos restos se han encontrado. La terraza pudo ser ampliada hacia el sur y el este en torno a 575-550.
Finalmente, se erigió otro edificio de culto de marcada importancia religiosa, unos cinco kilómetros al sur del asentamiento principal de Esparta, en Amiclas (hoy Agia Kiriaki): en este lugar se llevaban a cabo procedimientos de naturaleza religiosa en honor de Apolo, asociado al héroe Hiacinto, cuyo propio nombre —que remite al jacinto— es prehelénico y podría hacer referencia a algún culto heredado. Se encontraron aquí restos de cerámica heládica tardía y de cerámica protogeométrica (del año 900-750, aproximadamente, según P. Cartledge). El trono de Apolo, obra de Baticles de Magnesia, descrito por Pausanias, podría haberse construido a mediados del siglo VI11. La composición la completarían un claustro rectangular, delimitado por una columnata, donde sobresalía un altar. Por encima se erigía una estatua que, de acuerdo con Pausanias, tendría una altura de 30 codos (esto es, algo menos de quince metros) y que estaría conformada por un pilar completado con figuraciones de un rostro, pies y manos. El carácter rudimentario de la representación lleva al Periegeta a considerar la creación anterior a Baticles. Se conservan hoy algunos capiteles (que se exponen en el Museo de Esparta) que combinan los órdenes dórico y jónico. La ausencia de triglifos en estas partes conservadas podría explicarse por su composición a base de madera, un material perecedero. También podrían haber sido de madera las representaciones mitológicas talladas que menciona Pausanias, que tampoco han perdurado. De ello se desprende que la construcción de este santuario habría sido relativamente barata, a pesar de que fuera el escenario de una gran festividad que celebraban los espartanos al comienzo de la primavera: las Jacintias. Pero fue ahí, en Amiclas, donde el oro donado por Creso, rey de Lidia, para decorar una estatua de Apolo Pitio ubicada en el monte Tornax —al norte de Esparta— se utilizó para ornamentar la estatua de Apolo12: esta desviación del destino del oro lleva a pensar que tal donación tuvo lugar poco antes del derrocamiento de Creso a manos del persa Ciro, hacia 546/545.
Parte baja de la pendiente, de derecha a izquierda. Al fondo se perfila la cadena del Taigeto, que empieza a extenderse en la llanura. Desde el Menelaion, donde se tomó la vista, se alcanza a ver también la conurbación moderna.
Dos hipótesis para la reconstrucción del trono de Apolo en Amiclas, de Roland Martin.
En cuanto a los principales ordenamientos urbanos de carácter no religioso, al este del tempo de Atenea Chalkioikos se ubicaría el ágora, en un entorno marcado por una amplia extensión prácticamente cuadrada con una longitud de aproximadamente 200 metros en cada lateral13.
El Skias —edificio cuyo nombre indica que ofrecía sombra— servía, en los tiempos de Pausanias14, de lugar de reunión de los ciudadanos. Su construcción fue obra del arquitecto Teodoro de Samos (activo en Samos entre 570 y 560). El Skias era un edificio ubicado en la zona colindante al ágora, y su emplazamiento no está bien determinada en la actualidad: podría haber sido la estructura circular situada al sudoeste del ágora, ya que, en Atenas, el tholos de los pritanos se localizaba en tal lugar. En un costado del ágora, al sur, se edificó la estoa persa, cuya construcción se financió en sus inicios con los fondos que se tomaron de los persas durante las guerras médicas, en particular en la batalla de Platea en 47915. En cuanto al teatro mencionado por Heródoto en relación con un evento de 491-48616, probablemente no sería un monumento más considerable que la especie de andamiaje (los ikria) que tuvieron, en la misma época, los atenienses.
No habría, pues, «santuarios ni edificios fastuosos» en Esparta, como indica Tucídides a finales del siglo V, aunque no tanto por las consecuencias devastadoras del seísmo que quebrantó la ciudad en torno al año 464, sino por la mediocridad de los materiales empleados en construcciones de limitado alcance.
Tampoco tenía Esparta una muralla, aunque era práctica habitual en la época arcaica y al comienzo de la época clásica que las ciudades griegas se protegieran con una fortificación. Es posible que la mención de Tucídides a la forma de vida en dispersión de los lacedemonios sea también un modo de evocar la inexistencia de un cercado que agrupase a los diversos núcleos de población; esta situación es mencionada de forma explícita por Jenofonte17. La ausencia de muralla, que perduró hasta finales del siglo III o comienzos del siglo II18, probablemente guarde relación con la distancia que separaba a Amiclas de los otros cuatro kômai; esto es, las cuatro concentraciones de población que fueron el germen de Esparta. Hubiera resultado difícil establecer un vínculo físico, como una muralla, entre los habitantes de Amiclas, considerados políticamente espartiatas, y el resto de conciudadanos, habida cuenta de que la ciudad se ubicaba unos 5 kilómetros al sur de Esparta. Del mismo modo, si tal protección se hubiera dispuesto entre los demás kômai, Amiclas hubiera quedado excluida. Parece también evidente que renunciar a la construcción de una muralla era una manera de ahorrarle fondos a la ciudad.
Parece, por tanto, que en el momento en que los espartanos pudieron empezar a dotarse de edificaciones —principalmente religiosas—, la naturaleza de las técnicas disponibles no permitía levantar construcciones que perdurasen en el tiempo o que al menos dejasen vestigios considerables. Tomando como referencia la cronología de los principales edificios, diríamos que se produjo una relativa pausa en la ordenación del territorio entre mediados del siglo VI y 479. De ahí que Esparta diera la imagen de una ciudad conformada a la antigua usanza, que se vería reforzada por la ausencia de una muralla. Aristóteles, que tiene cierta propensión a la crítica de los modos de los espartanos, señala así, hacia el año 330, que el rechazo a las murallas obedece a una concepción demasiado arcaica19.
Obviamente, la reputación de pueblo conservador poco dado a las demostraciones fastuosas que se forjaron los espartanos no fue solo consecuencia de un ordenamiento urbano poco espectacular; en ello también tuvieron que ver sus costumbres sociales. Ahora bien, estas costumbres debieron evolucionar, en el sentido de una mayor austeridad, en el transcurso de los siglos VII y VI.
Plano de Esparta.
Principales referencias topográficas según la descripción de Pausanias
el Periegeta en el siglo II de nuestra era
A: el ágora
B: la vía Afetaida, desde el ágora hasta las tumbas reales de los euripóntidas
C: «la otra vía»
D: la vía desde el ágora hacia poniente
E: el Dromos
F1: la vía del Dromos en dirección a la tumba de los agíadas
F2: la vía desde el Dromos hacia el santuario de Apolo Carneo
G: la vía desde el Dromos hacia levante
H: la vía desde el Chitón hacia las puertas
I: la acrópolis
L: la vía hacia el Alpión
Identificaciones o localizaciones posibles de los monumentos
1: ágora; 2: Boônèta; 3: santuario de Dictina y tumba de los euripóntidas; 4: la guarnición (los Phrouria); 5: Skias (?) y santuarios de Zeus y Afrodita olímpicos; 6: el Tertre y el templo de Dionisos del Tertre (Kolônatas) [ubicado por Kourinou en altura al sudoeste de L]; 7: santuario de Zeus del viento favorable (Euanemos) y santuario de Hera con la mano levantada (¿«Protectora»?) (Hypercheiria) [este último santuario lo ubica Kourinou en el nº. 23); 8: hèrôon de Brásidas [Kourinou sitúa el Choros en la proximidad inmediata de esta ubicación, en el nornoroeste] o Skias, 9; teatro y hèrôa de Pausanias y Leónidas; 10: Theomèlida: lugar próximo donde se encontraron las tumbas agíadas, la leschè de los crotanoi (parte de los pitanates), el santuario de Asclepio, conocido como «la casa de los agíadas»; 11: santuario de Ártemis Issôria; 12: santuarios de Tetis, de Deméter ctónica, de Serapis (helenística) y Zeus Olímpico; 13: Dioscuros del inicio de la carrera (Aphetèrioi); 14: ubicación propuesta por Musti y Torelli para los elementos situados aquí en el n.º 29; 15: santuarios de los Dioscuros, las Cárites, la Ilitía, Apolo Carneo y Ártemis Conductora (Hègemonè); 16: leschè Poikilè; 17: santuario de Poseidón familiar (Genethlios); 18: santuario de Asclepio; 19: santuario de Afrodita Morfo (ubicado en una colina) y santuario de las Leucípides (Hilaria y Febe), que contenía la cámara del chitón tejido anualmente para el Apolo de Amiclas; 20: santuarios de Ártemis Orita e Ilitía; 21: acrópolis donde se encuentra el santuario de Atenea denominado «que sostiene la ciudad» (Poliouchos), o «en la morada de bronce» (Chalkioikos); 22: Alpión; 23: santuario de Ártemis Cnagia; 24: santuario de Licurgo; 25: trazado de la muralla helenística (punteado); 26: santuario extra muros atribuido a Aquiles; 27: santuario de Atenea Alea, según Kourinou (es posible que este santuario se encontrase en la margen derecha del Eurotas, cerca del puente que llevaba a Tegea); 28: Platanistas situado al norte de la acrópolis (aproximadamente a 300 metros del teatro, en línea recta), en el valle de Mousga, donde aún crecen plátanos (ubicado en 13 por Musti y Torelli); 29: ubicación aproximada probable, en nuestra opinión, y debido a su proximidad con el Platanistas, de la fuente Dorkeia, el santuario de Helena, el monumento de Alcmán, el santuario de Heracles; 30: santuario de Poseidón del Ténaro, según Kourinou.
Un florecimiento artístico polifacético
La ola procedente de Oriente que alcanzó a todo el arte griego dejó su rastro también en Laconia, que conoció la llegada de bienes de lujo probablemente desde finales del siglo VIII. En el santuario de Ortia se consagraron objetos importados de oro, plata, bronce, marfil, vidrio, loza o ámbar a partir de comienzos del siglo VII.
Pero artistas oriundos de Laconia contribuyeron también en su región a la variedad de obras que eclosionaron en la época arcaica20. De esta manera, las primeras esculturas griegas arcaicas de mármol son périrrhantéria cuya materia prima se obtuvo del monte Taigeto. Se trata de pilas de aproximadamente un metro de altura dispuestas en espacios de culto, que descansaban sobre una pequeña columna y representaciones de mujeres en relieve, cuyo uso previsto era proporcionar agua bendita para actos de purificación.
Conocemos esta creación griega, que guarda relación con obras orientales, por una docena de ejemplares con caracteres estilísticos diversos que han llegado hasta nuestros días. El más antiguo, procedente del santuario de Poseidón del istmo de Corinto, data del segundo cuarto del siglo VII, y Laconia parece no haber sido solo la región de origen de las piedras, ya que se descubrió en Esparta la base de un objeto como este, donde se representan leones acostados que retoman un tipo llamado neohitita, que debían servir de soporte para estatuas de mujeres que sostenían una pileta.
Recreación gráfica de un périrrhantérion del santuario de Poseidón, en el istmo en Corinto, datado de 675-650. La cuenca tiene un diámetro de 1,23 m.
Base de périrrhantérion, de una pileta de agua bendita procedente de Esparta.
Aún en el campo de la escultura, a mediados del siglo VI se empezaron a producir en Laconia unos relieves denominados «heroicos» y relieves votivos que representaban a los Dioscuros, Cástor y Pólux, algunos de los cuales, marcados por la evolución propia de sus respectivas fechas, perduraron hasta la etapa romana. Hasta el comienzo de la época clásica, los relieves heroicos representaban a una pareja: un hombre y una mujer sentados juntos. Podría tratarse de Hades y Perséfone, o de Dionisio y Deméter, o tal vez en otras ocasiones fueran muertos convertidos en héroes. Estos relieves pasaron relativamente desapercibidos a causa de sus dimensiones, ya que su altura apenas alcanzaba unos cincuenta centímetros. El tipo de figuración se difundió por medio de múltiples representaciones similares reproducidas en placas de terracota (se encontraron unas 2000 en Amiclas, en el santuario de Agamenón y Casandra21).
Fotografía y dibujo publicado en 1906 del relieve histórico de Crisafa. Altura 87 cm, ancho 65 cm, grosor 13 cm, profundidad máxima de los relieves 7 cm.
Pero si Esparta parece haber estado tras la creación de los périrrhantéria y de otro tipo de escultura original —los llamados relieves «heroicos»—, resulta significativo que las estatuas de jóvenes, tanto masculinas (kouroi) como femeninas (korai), conocidas fuera del Peloponeso y que expresaban la condición aristocrática de sus patrocinadores apenas estén presentes en Laconia, ni en otras partes del resto del Peloponeso, incluso si los périrrhantéria incluían representaciones femeninas que podrían considerarse estatuas en miniatura. Es probable que haya una negación deliberada tras esta restricción, que no debe justificarse por una incapacidad técnica, más aún si admitimos, siguiendo la tendencia generalizada, que la cabeza de la estatua de Hera que adornaba el santuario de la diosa en Olimpia es un trabajo laconio de comienzos del siglo VI.
Cabeza de Hera o esfinge de piedra caliza encontrada en Olimpia y que data de alrededor de 600 a. C.
Además, aunque las grandes estatuas de piedra no fueron populares en Laconia, los artistas del país a menudo trabajaron otros materiales, como el marfil: las excavaciones del santuario de Ortia descubrieron más de 200 esculturas de marfil que datan del siglo VII, que pudieron haber sido talladas durante tres generaciones.
El material y las técnicas podrían ser de origen oriental, así como los motivos (leones acostados de tipo hitita o asirio, por ejemplo) que, más tarde, se helenizaron. Unas placas pequeñas de unos cinco centímetros de altura, cuyo probable fin era servir de decoración para fíbulas, muestran a una señora de los animales (Potnia thèrôn) sujetando pájaros por el cuello: puede tratarse de Ortia, asociada a veces a Aristeas, un héroe civilizador que supuestamente fue principalmente conocido por haber introducido la cría de abejas. De comienzos del siglo VI data una pieza notable que muestra las maniobras de un navío. En este momento, como en otras partes de Grecia, el suministro de marfil se vio interrumpido posiblemente debido a la toma de la costa sirio-fenicia por parte de Asiria (Tiro fue sitiada en el año 573). El hueso sirvió parcialmente como sustituto del marfil. Pero el repertorio iconográfico en gran parte animal del marfil empezaría a plasmarse en objetos de bronce y, sobre todo, en la pintura de vasijas.
Obras del marfil del siglo VII procedentes del santuario de Ortia que muestran una Potnia thèrôn, una «señora de los animales». Esta designación generalmente hace referencia a Ártemis y la ofrenda de tales objetos al santuario de Ortia ayuda a explicar por qué, tardíamente, Ortia se llamó Ártemis. La representación de la derecha muestra presumiblemente a Ortia y Aristeas, conocido por haber domesticado abejas. Entre ellos estaría una figuración de un «árbol de la vida» inspirada en una temática de origen oriental.
Dibujo de una pieza de marfil de comienzos del siglo VI procedente del santuario de Ortia que representa un navío. En este objeto de 23,5 cm de largo, que podría adornar un mueble, vemos, a la izquierda, a una mujer y un hombre saludándose. También podría ser que la mujer se estuviera embarcando en el buque arrastrada por un hombre, en cuyo caso tal vez evocaría el rapto de Helena de Esparta por el troyano Paris, cuya nave habría anclado en Cranae, cerca de Gitión. Aunque ambos personajes también podrían estar despidiéndose. La tripulación de la nave está compuesta por varios hombres que han colgado sus escudos en la barandilla, dos de los cuales tiran de las drizas junto al mástil que acaba de levantar la tercera persona de la derecha. En proa, otra figura está pescando. En la parte frontal del casco, una inscripción al revés (o en sinistroverso) lleva el nombre del destinatario del objeto, Forthaia, Ortia. Bajo el barco hay representados tres peces. Hay quien dice que la parte superior del reborde estaría decorada con ámbar.
Los bronces arcaicos más antiguos de fabricación laconia parecen remontarse al siglo VIII; su material, que debía ser importado (o bien sus componentes, el cobre y el estaño), sirvió primero para fabricar alfileres, fíbulas y pequeñas representaciones de aves o de animales domésticos. En el santuario de Ortia se encontraron figuras de bronce que representan caballos, ganado o liebres, pero también en Olimpia, donde la cantidad de bronce de tipo laconio hallado es tal que existe la teoría de que artistas laconios hubieran estado allí presentes durante el segundo cuarto del siglo VIII. Se encontraron numerosas figuras de bronce que representan caballos en diferentes lugares del Peloponeso, como Beocia y Ática.
Pareja de caballos de bronce. Objeto de 6 cm de altura del santuario de Ártemis Hemera en Lousoi, Acaya. 725-700 a. C. Los caballos de bronce de Laconia se caracterizan por una cabeza alargada, un cuello corto, un cuerpo cilíndrico grueso y más estrecho en el centro, largas y delgadas extremidades y una larga cola.
Es evidente también que el dominio de la técnica de los artesanos del bronce mejoró con el tiempo. Una figura masculina del siglo VIII, compuesta de tallos de bronce curvados, que se representa sentada en un taburete, quizá tocando una especie de flauta, exhibe un esquematismo que puede parecer sorprendentemente moderno. La figura femenina de la primera mitad del siglo VII procedente del Menelaion, llamada «Dama del Menelaion», presenta un modelo que tiene por fin principalmente multiplicar los detalles del rostro; quizá se trata de una representación de una estatua de madera de Helena.
Personaje sedente. Estatuilla de bronce de 7 cm de altura del santuario de Ortia. Siglo VIII a. C.
La «Dama del Menelaion». Estatuilla de bronce de 13 cm de altura. Primera mitad del siglo VII.
Mujer joven corriendo. Bronce laconio de 12 cm de altura encontrado en el santuario de Zeus de Dodona. Hacia 550-540 a. C.
Espejo laconio encontrado en Hermíone, Argólida. El soporte tiene la forma de una niña de pie sobre un león; sostiene una flor con una mano, pero el objeto de la otra mano no se conserva. A la altura de sus hombros hay motivos en flores de loto sobre las cuales hay sirenas posadas. Altura de unos 19 cm, hacia 540-530 a. C.
Por lo tanto, en el siglo VI, el dominio técnico era suficiente para que, según Pausanias22, los lacedemonios mandaran ejecutar en bronce, por conducto de Gitiadas, la estatua de Atenea Poliouchos y las planchas que adornaban las paredes de su templo —donde se mostraban principalmente las obras de Heracles—. El mismo artista habría hecho dos trípodes de bronce decorados para el santuario de Apolo en Amiclas23. En esta época, Esparta participaba plenamente en el movimiento que propició el desarrollo de diferentes formas artísticas en numerosas ciudades24. Los artesanos del bronce multiplicaron la producción de figuras de hombres y mujeres, jóvenes, guerreros, animales o representaciones apotropaicas —destinadas a espantar la mala suerte—, como cabezas de Gorgona. Criaturas mitológicas como silenos, esfinges o sirenas también fueron objeto de representaciones. Los artesanos laconios de mediados del siglo VI25 parecen haber introducido en el mundo griego el modelo de espejos de bronce, de inspiración egipcia, cuyas empuñaduras eran representaciones de mujeres (vestidas o desnudas). Estos artesanos también hacían vasijas de bronce, en particular crateras e hidrias, que generalmente se exportaban26.
A nivel global, los broces laconios parecen haberse distribuido ampliamente en los santuarios de Olimpia, Dodona y Delfos, así como en la acrópolis de Atenas y la Magna Grecia, e incluso fuera del mundo griego. Además, parece que, según Heródoto27, los lacedemonios ofrecieron a Creso en calidad de regalo diplomático una gran cratera de bronce a mediados del siglo VI.
De manera similar, las vasijas de cerámica pintada —que sobreviven incluso mejor que las figuras de bronce al paso del tiempo— experimentaron una producción y difusión significativas en el siglo VI28. Un especialista holandés, Conrad M. Stibbe, identificó catorce pintores diferentes, cinco de los cuales inspiraron la creación de talleres. De acuerdo con los nombres de sus obras más notables, distinguimos en particular, en orden cronológico, a estos pintores de vasijas, activos aproximadamente a partir de 580-575: el Pintor de Náucratis, el Pintor de los Boréadas, el Pintor de Arcesilao (así llamado por la copa que se conserva en el Cabinet des Médailles de la Biblioteca Nacional de Francia en la que se representa a Arcesilao II de Cirene, que reinó hacia 565-560), el Pintor de la Caza y el Pintor de los Caballeros (cuyo período de actividad fue particularmente largo, de 570 a 535 aproximadamente).
Estos artistas produjeron obras muy reveladoras en cuanto a las preocupaciones de los laconios, así como a la importancia que le concedían a los banquetes, la caza y los dioses. La calidad de las imágenes habría despertado un gran interés lejos de Esparta: las exportaciones de vasijas laconias —en particular crateras y copas— aumentaron durante la primera mitad del siglo VI, particularmente con destino a Samos, Cirenaica y Etruria29.
Copa laconia del Pintor de Náucratis que muestra una representación de Zeus y data de 575-550 a. C. El medallón de esta copa representa no tanto a Zeus, sino probablemente una estatua de Zeus dispuesta en un santuario. El águila es el animal que suele asociarse al dios.
Copa laconia del Pintor de Náucratis que representa a cinco comensales y data del año 565 a. C, aproximadamente. Los personajes reunidos no son siete, que era la cifra habitual en un banquete, sino cinco. Por ello nos plateamos la posibilidad de estar ante una reunión del syssition de los cinco éforos. La posición de estos magistrados de Esparta se vio reforzada hacia 556/555 gracias a Quilón, coincidiendo más o menos con el momento en que se pintó la copa. También se ha propuesto que los erotes (los dioses del amor) alados y las sirenas evocan el Amor y la Muerte, por lo que se considerarían pathèmata: abstracciones de estados del cuerpo cuyo culto pudo establecerse en Esparta en el mismo momento (véanse las págs. 213-215).
La copa de Arcesilao. Esta copa epónima del Pintor de Arcesilao, que data de aproximadamente el año 560 a. C y presenta un diámetro de 38 cm, muestra al rey Arcesilao II de Cirene —que está nombrado— presenciando el pesaje de una mercancía. Más que lana, habría de ser silfio, una planta de uso medicinal desaparecida desde entonces. El tono local se percibe principalmente por las representaciones de animales (salamanquesa, pantera pequeña, mono, cigüeña).
Copa epónima del Pintor de la Caza. Esta copa de alrededor de 560 a. C. probablemente muestra al héroe Meleagro y a la heroína Atalanta cazando al jabalí de Calidonia. El Pintor de la Caza recibe su nombre moderno por esta obra. Los peces de la predela tienen una connotación de calidad alimentaria.
Distribución de la cerámica laconia, 575-550 a. C.
Aunque, de manera general, se considera que los autores laconios de estas realizaciones materiales eran periecos, habida cuenta de que los ciudadanos debían consagrarse a las actividades políticas y militares30, el interés de los espartanos por las obras de arte se manifestaba no solo en la colocación de estatuillas de bronce en los santuarios de Laconia, sino también en el recurso a especialistas provenientes del exterior: ya hemos mencionado el papel desempeñado por Baticles de Magnesia en Amiclas, así como el de Teodoro de Samos en el Skias, pero podríamos añadir que una estatua de Zeus Hipatos («muy alto») cuya construcción, a base de ensambles con clavos, deja entrever su antigüedad, y que estaba ubicada cerca del tempo de Atenea Chalkioikos, fue obra de Cleargo de Regio31 y que, además, Calón de Egina32 moldeó un trípode hallado en Amiclas.
Pero este recurso a especialistas venidos del exterior queda asimismo patente en un ámbito menos material: en el siglo VII, los poetas Terprandro, Tirteo o Alcmán, por citar algunos, lustraron con su arte los rincones de Esparta. Terprandro, vencedor del concurso laconio de las Carneas en 676-673, procedía de Lesbos; Tirteo, activo hacia 640-630, llegó de Atenas o de Mileto —si no era espartano—; Alcmán, que conoció su máximo esplendor en 610, vino de Sardes —si, igualmente, no era espartano—. Por su parte, el origen de Estesícoro (alrededor de 640-550), creador de la tríada de la estrofa, la antistrofa y el épodo, era la ciudad de Hímera, en Sicilia.
Terprandro, el renovador que introdujo la lira de siete cuerdas, indica, en dos versos mencionados por Plutarco, qué era lo que atraía a los poetas de Esparta33:
Florece allí de juventud el brío,
la dulce musa y la justicia franca.
Estas palabras realzan el dinamismo juvenil de Esparta, el gusto por las artes de sus habitantes y el buen orden social reinante, basado en decisiones judiciales públicas. Y esta ciudad próspera acogió en su seno a hombres con múltiples cualidades, entre las cuales señala Tirteo la existencia de una jerarquía de valores34:
No recuerde yo ni celebre a un hombre por la excelencia de sus pies, ni por el luchar; no, aunque tenga la talla y fuerza de los Cíclopes, y aventaje corriendo al Bóreas Tracio; no, aunque tenga más graciosa figura que Titón, y sea mucho más rico que Midas y Ciniras; no, aunque sea mayor monarca que Pélope hijo de Tántalo, y tenga más elocuente lengua que Adrasto;
no, aunque tenga la gloria posible, si le falta el valor guerrero.
Porque no es bueno para la guerra el varón que no se atreve a mirar el sangriento estrago, y no desea estar cerca de los enemigos.
En esto consiste el valor, y siendo este el mayor premio entre los hombres, viene a ser más bello si lo alcanza el mancebo.
El poema remite a la cultura que llamaríamos mitológica del público y exalta una nueva forma de virtud, orientada hacia la devoción por la colectividad. Porque debe reconocerse que el pueblo de Esparta sabía reunir actividades que normalmente se consideraban incompatibles, tal y como destaca Plutarco citando a Alcmán:
De hecho, el hermoso juego de la cítara se opone al del hierro35.
Alcmán, en efecto, es probablemente más etéreo que Tirteo, a juzgar por el pasaje donde declara36:
Yo conozco el canto de todos los pájaros.
Alcmán no dedica sus dotes para incitar al combate, sino que es el maestro de coros de chicos y chicas jóvenes para los que escribió poemas, algunos de los cuales, destinados a adolescentes, se reunieron en la época helenística bajo el título de Partenios, debido a su calidad literaria reconocida. El poeta desempeñó un papel complementario al del corego, que era el hombre o la mujer a cargo de la dirección de un coro, especialmente en las grandes festividades religiosas de Esparta, como las Jacintias y las Carneas. En sus obras se vislumbran las acciones y las preocupaciones de las individualidades que aprenden a integrarse en un grupo. Leemos un pasaje donde aparecen Hagesícora, en el papel de corega, y Agido, que está cerca de la madurez y recibe los favores de Hagesícora, en un momento en que está a punto de dejar el coro, una vez que ha finalizado su educación para la feminidad:
No está aquí la de hermosos tobillos, Hagesícora. ¿Se habrá quedado con Agido para cantar la fiesta? Dioses, acoged sus plegarias, pues cumplimiento y fin son de vosotros. En el coro diré que soy muchacha que torpe ulula, igual que una lechuza por las techumbres. Pero es mi solo deseo ser grata a la que nace del oriente, de nuestros males sanadora. Tras de Hagesícora las jóvenes en pos marcharon de la paz ansiada37.
El hecho de que estos artistas encontrasen en Esparta las condiciones necesarias para el ejercicio de su talento es muy notable: fue probablemente la atmósfera que reinaba en la ciudad y su prosperidad material lo que habría contribuido a su encanto. Claude Calame sugirió38 que la propia comunidad de espartanos había asegurado el sustento a un poeta como Alcmán y, en cualquier caso, el recurso a un arquitecto como Baticles de Magnesia para realizar mejoras sustanciales en un importante santuario señala la existencia de una entidad colectiva que estaba lo suficientemente organizada para permitir la ejecución material de un proyecto de ese calado. Este hecho también ilustra la apertura de Esparta al mundo exterior, no solo en el ámbito artístico, sino también en el material e incluso el científico, ya que hacia 547 Anaximandro de Mileto (o su discípulo Anaxímenes) habría colocado un gnômon que, por la sombra que proyectaba en un reloj de sol, indicaba a los espartanos el momento preciso del año en que se encontraban39.
Pero la introducción de esta innovación pudo haber contribuido, en realidad, a una mayor rigidez en las prácticas espartanas, como parece haber ocurrido a mediados del siglo VI.
La austeridad de finales del siglo VI
La escultura en piedra, el arte del bronce o la pintura en cerámica: todas las artes parecieron experimentar una pronunciada caída en sus producciones en el transcurso de la segunda mitad del siglo VI. Así, después de haber crecido entre aproximadamente 590 y 530, la cerámica de Laconia, ampliamente exportada —en particular a Sicilia—, empezó a prescindir de sus figuraciones, perdurando hasta principios del siglo V. Paralelamente, la arqueología permite establecer alrededor de 530 una clara interrupción cronológica en las producciones laconias de objetos de bronce y, en particular, de estatuillas, a partir de entonces más pobres tanto en calidad como en cantidad. Durante el siglo V, el número de consagraciones de objetos de bronce laconios en los santuarios griegos siguió disminuyendo. En la propia Esparta, el santuario de Ortia continuó recibiendo pequeñas figuras de plomo votivas, como en el siglo VII, pero en menor número40.
Esta evolución pudo alimentar la reputación de austeridad que se suele atribuir a Esparta a partir de entonces, y puede considerarse como la materialización de una política aparentemente deliberada llevada a cabo durante una generación, cuyo origen podría atribuirse, al menos en parte, a la acción de Quilón, éforo en 556/555 o 555/55441. Con independencia de cuándo entrase en vigor, el objetivo de esta política habría sido fortalecer los vínculos entre los ciudadanos impidiendo que los miembros de la élite manifestaran, por medio por ejemplo de gastos ostentosos, cualquier tipo de superioridad basada en elementos diferentes del propio servicio a la ciudad. Porque, en efecto, existía ese peligro.
El peligro inherente a la desigualdad en la distribución de la riqueza
El reparto de tierras entre los espartanos en la época arcaica presenta aún hoy algunas lagunas. Es probable que se adueñaran de las tierras de Laconia durante la toma política de la región y, más adelante, de las tierras de Mesenia una vez conquistado este territorio. La distinción entre estas dos etapas tal vez explica la expresión archaia moira que menciona Heráclides resumiendo a Aristóteles42 para designar la «parte antigua» que posee un ciudadano y que no puede vender. Un lote de tierras de este tipo habría estado situado en Laconia y no en Mesenia, porque además podemos establecer paralelismos entre esta fórmula y una expresión de Pausanias que hace referencia a los ilotas de Laconia, llamados archaioi, en contraposición a los mesenios esclavizados43.
Si bien la ubicación de los terrenos es muy verosímil en ambas partes del territorio, la cuestión de la igualdad de los lotes atribuidos a los ciudadanos espartanos parece más difícil de dilucidar. Plutarco indica al respecto44:
La segunda y más osada ordenación de Licurgo fue el repartimiento del terreno; porque siendo terrible la desigualdad y diferencia, por la cual muchos pobres necesitados sobrecargaban la ciudad, y la riqueza se acumulaba en muy pocos, se propuso desterrar la insolencia, la envidia, la corrupción, el regalo, y principalmente los dos mayores y más antiguos males que todos estos: la riqueza y la pobreza; para lo que les persuadió que, presentando el país todo como vacío, se repartiese de nuevo, y todos viviesen entre sí uniformes e igualmente arraigados, dando el prez de preferencia a sola la virtud, como que de uno a otro no hay más diferencia o desigualdad que la que induce la justa reprensión de lo torpe y la alabanza de lo honesto; y diciendo y haciendo, distribuyó a los del campo el terreno de Laconia en treinta mil suertes, y el que caía hacia la ciudad de Esparta en nueve mil, porque estas fueron las suertes de los espartanos. Algunos dicen que Licurgo no hizo más que seis mil suertes, y que después Polidoro, rey, añadió otras tres mil; y otros, que este hizo la mitad de las nueve mil, y la otra mitad las había hecho Licurgo.
Esta presentación presumiblemente combina datos que se remontan a varios períodos, en particular a los reinados de los reyes del siglo III Agis IV y Cleómenes III, que tenían como fin reconstituir un cuerpo cívico mediante el supuesto restablecimiento de una situación anterior. Pero en la época a la que llamamos arcaica, a la que remiten los nombres de Licurgo y Polidoro —rey durante la primera guerra de Mesenia a comienzos del siglo VII—, permanecía en la memoria global la conexión entre el reparto de tierras en Mesenia y la idea de un esfuerzo que tuvo por fin erradicar si no las bases de una desigualdad en cuanto a la riqueza, al menos las manifestaciones de esta desigualdad entre los ciudadanos.
La distinción que hace claramente Plutarco45 entre la posesión de un terreno y la de un klèros se traduce en que este último constituiría una porción de tierra poseída por un ciudadano de manera inalienable, a diferencia de otros bienes raíces. Pero la cuestión de la transmisión de este klèros pudo plantear dificultades a los espartanos (en relación con su reparto en una sucesión o, a la inversa, con la extinción de ciertas familias) que finalmente se zanjaron con la supresión de su carácter inalienable, tal vez entre 404 y 37146.
Como no se puede datar con precisión el rechazo de los signos ostentosos de riqueza —de finales del siglo VI— y dado que, en el siglo III, el reparto de tierras y la imposición a todos los ciudadanos de un modo de vida austero orientado a la guerra iban de la mano, probablemente parecía lógico vincular el tiempo de la austeridad con el de una división de la tierra en realidad más antiguo y con unas fechas mejor conocidas. Plutarco (o el autor que utilice, probablemente Filarco, activo en el siglo II a. C) habría por tanto situado la austeridad en una época demasiado remota al asociarla con el reparto de tierras. Porque, en realidad, los dos movimientos podrían no haber coincidido.
Tucídides, como hemos visto, evita mencionar a Licurgo, aunque afirma que los lacedemonios cultivaron un tipo de vida equitativo, cuando declara47:
Mas los lacedemonios fueron los primeros de todos, hasta las costumbres de ahora, en usar vestido llano y moderado, y aunque en las otras cosas posean unos más que otros y sean más ricos, en la manera de vivir son iguales (isodiaitoi).
Para enfatizar la apariencia similar de la gente de Lacedemonia, Tucídides se refiere de manera muy concreta al tipo de ropa que usaban todos, según una costumbre antigua ya en el momento en que lo escribió; esto es, a finales del siglo V. Se trata principalmente de una capa tosca, un tribón, como el que llevaba el lacedemonio Gilipo cuando llegó a socorrer a los siracusanos en el año 41448. En el marco de este aparente deseo de igualdad podemos ubicar también la celebración de banquetes de grupos de hombres, los syssitia, cuya implantación pudo haber obligado a los pudientes a adoptar el mismo modo de vida que sus conciudadanos, sin implicar, sin embargo, que tuvieran que renunciar a sus bienes. Jenofonte describe así estas comidas en común49:
Ahora intentaré explicar el régimen de vida que estableció para todos.
Licurgo, pues, que había encontrado que los espartiatas, igual que los demás griegos, hacían sus comidas en casa, dándose cuenta de que en ellas se comportaban muchas veces con negligencia, sacó fuera las comidas comunes, a cielo abierto; pues pensaba que de esa forma las prescripciones transgredidas se reducirían en gran parte. Les racionó también el alimento, de modo que no incurrieran en excesos ni pasaran necesidad. Además, muchos platos imprevistos se consiguen de las piezas de caza; los ricos a veces aportan el pan; de esta forma la mesa nunca está falta de alimentos hasta que se separan y no supone mucho gasto. A su vez, con la supresión de las bebidas innecesarias, que debilitan los cuerpos y embotan la mente, obligó a que cada uno bebiese cuando tuviera sed, juzgando que así la bebida resulta menos perjudicial y más agradable. Con esta clase de banquetes, ¿cómo se iban a arruinar uno mismo o su familia, por glotonería o embriaguez?
Este pasaje parece ilustrar la naturaleza coercitiva y regulada de las comidas que se tomaban en común. De hecho, probablemente fuera una práctica que afectó primero a los miembros de la élite social y después se impuso como norma de comportamiento para todos los ciudadanos. También resulta notable que, incluso en esta costumbre de apariencia igualitaria, surgieran medios de diferenciación entre los comensales: algunos podían aportar piezas de caza —y este obsequio señalaba sus cualidades de cazadores—, mientras que otros podían —dentro de unos límites claramente determinados— recordar que eran más ricos que sus compañeros ofreciendo para todos pan de trigo. El consumo de vino restringido a las necesidades espontáneas de cada uno, sin la nociva emulación, acompañaba supuestamente a la moderación que reinaba en cada syssition.
En el contexto de este modo de vida impuesto a todos los ciudadanos que no permitía casi nunca a los más acomodados hacer gala de su riqueza se justifica la persistencia en Esparta, tal vez hasta principios del siglo IV, de un uso monetario que se remonta a la época arcaica. Al igual que Tucídides, Jenofonte señala alrededor de 378-376 que no estaba permitido distinguirse de los demás por la vestimenta; apunta también que las comidas en común eran el marco en que se forjaban las relaciones entre los hombres y muestra50 el empleo en Esparta de una moneda de bajo valor intrínseco y uso incómodo.
Si bien parece que Atenas se abrió desde el siglo VI a la innovación que representaban las monedas de metales preciosos —conocidas en Lidia alrededor del año 600— y que acuñó su propia moneda a partir de finales de esa centuria, en Esparta las cosas eran bien distintas. Según Jenofonte, aún en su época y en el respeto de las costumbres anteriores, no se hubiera admitido la acuñación de una moneda de oro y plata. De acuerdo con las indicaciones de Plutarco51, se cree que Jenofonte se refiere al uso de monedas que podrían consistir en varillas de hierro, «óbolos» o broches, de los cuales también hemos encontrado ejemplares, de una fecha difícil de precisar, en la acrópolis de Esparta y en el santuario de Ortia, así como en varios lugares del Peloponeso.
El hecho de que esta moneda siguiera utilizándose desde la época arcaica hasta la época clásica se debe probablemente a que Esparta practicó en general escasos intercambios comerciales de larga distancia, donde se requería el uso de una moneda con alto valor intrínseco, y, además, tenía abundante mineral de hierro (pero pocos recursos de oro y plata)52. Sea como fuere, tal uso le permitió a Jenofonte deducir de su exposición que las reglas que se remontaban a Licurgo incitaban a no preocuparse por amasar una fortuna en forma monetaria.
Sin embargo, aunque la moneda de uso común en Esparta durante la época arcaica tuviera un bajo valor intrínseco y careciera de un atractivo que incitase a su acumulación, algunos ciudadanos consiguieron acaparar riquezas no precisamente en efectivo. Estas posesiones podían conservarse en un tesoro personal, como los keimèlia, cuyo nombre indica que «descansaban» donde el rey Aristón. Heródoto se hace eco de esta práctica en sus Historias hacia el año 53553. Pero se requería discreción, principalmente a partir de finales del siglo VI, y fue por tanto en buena parte por este juego de las apariencias por lo que los espartanos llegaron a ser «iguales» o, más bien, «similares» (homoioi), en una ciudad caracterizada por un orden social estabilizado por determinadas reglas.
Así, aunque la desigualdad de las fortunas basadas en la tierra no parece haber sido cuestionada fundamentalmente desde el siglo VIII al III, se constata una traducción espectacular de los efectos de la lucha de Esparta contra la ostentación de la riqueza en la relación de victorias olímpicas obtenidas por espartanos en las carreras de carros. Aunque se dieron tres victorias sucesivas del espartano Euagoras en 548, 544 y 540, y conocemos más adelante la del rey Demarato en 504 y la de Polipetes en 484, tales victorias se volvieron más frecuentes a partir del año 448. En otras palabras, durante un período de dos generaciones, entre 540 y 484, solo un rey de los lacedemonios se atrevió si no a competir en Olimpia, sí al menos a procurar los medios materiales necesarios para entrenar a un equipo de modo que tuviera posibilidades reales de alzarse con la victoria. Y resulta muy notable que se tratara de un rey, cuya condición era en esencia tan particular que, como comenta M. I. Finley, su propia existencia tendía a poner en entredicho la teórica igualdad de los espartanos54.
El peligro inherente a la desigualdad de origen familiar
Entre las familias de Esparta existía una desigualdad fundamentada no solo en la existencia de reyes, sino también de parientes heráclidas de los reyes que, en el caso de los varones, podían albergar siempre la esperanza de ocupar el trono si los sucesos —o los dioses— así lo querían. La descendencia del rey Anaxándridas II y sus dos esposas ilustra la existencia de esta élite social conformada por los hijos y los hermanos de los reyes —y sus vástagos—. Fallecido en torno al año 520, Anaxándridas dejó cuatro hijos: Cleómenes, Dorieo, Leónidas y Cleómbroto, dos de los cuales llegaron a ser reyes (Cleómenes y Leónidas), aunque los otros dos también podrían haberlo sido, de acuerdo con el relato de Heródoto. La huella de los padres de los soberanos reinantes obviamente estaba presente, y la existencia de este parentesco alimentaría una cierta desigualdad entre los habitantes de Esparta. Este es el motivo que llevó a Quilón a permitir, en particular, que los éforos entablaran alianzas familiares con los reyes55. Es cierto que tal posibilidad, que diluía la calidad aristocrática adquirida de cuna, podría haber tenido solo efectos limitados, pero contenía una fuerte carga simbólica, y resulta notable que un solo texto parece explicitar la existencia de una aristocracia de carácter hereditario. Se trata de un pasaje de Heródoto56 que evoca la entrega, entre las dos guerras médicas, más precisamente entre 486 y 481, de dos personajes:
Espertias, hijo de Anaristo, y Bulis, hijo de Nicolao, hombres espartiatas nacidos de la clase noble y que por sus riquezas habían llegado a los primeros lugares, voluntariamente se sometieron a dar satisfacción a Jerjes por los heraldos de Darío muertos en Esparta.
Se dice que estos hombres no solo son notables por su fortuna, sino, ante todo, por la cualidad de su nacimiento, lo cual se menciona muy probablemente debido a circunstancias muy particulares derivadas de la necesidad de expiación por medio de individuos escogidos. El episodio revela así la posibilidad de que algunas cualidades propias de determinados individuos, por lo general ocultas, salieran a relucir cuando parecían necesarias para el bien de la colectividad, deseosa de redimirse de una impureza —porque cuanto más notables eran los hombres entregados, más eficaz resultaba la expiación—.
Bastante discretos en la vida cotidiana serían, además, los lazos de hospitalidad que algunos espartanos de la élite tejían con notables de otras ciudades y legaban a sus descendientes; tales vínculos, que podrían implicar desembolsos, se percibían como una forma de acción al servicio de la comunidad. El asiento del lacedemonio Gorgos, portador del título de próxeno de los eleos (desempeñándose como su anfitrión en Esparta, recibía honores en Élide), se encontró en el estadio de Olimpia: data de la primera mitad del siglo VI —por lo tanto, de un tiempo anterior a la imposición de la austeridad en Esparta— y podemos imaginar que sus herederos no se privaron de utilizarlo en el siglo V. Esta práctica de distinción, sin embargo, debía ser poco frecuente. Porque en Esparta, si alguna manera tenían los individuos de distinguirse de sus conciudadanos, era de acuerdo con criterios que normalmente respondían a las cualidades que habían manifestado al dedicarse al bien público.
El asiento del lacedemonio Gorgos encontrado en el estadio de Olimpia. En el contorno del asiento se encuentra una inscripción fechada, según la forma de las letras en el alfabeto laconio, en la primera mitad del siglo VI. Dice «Lacedemonio Gorgos, próxeno de los eleos». El mármol proviene de Laconia, y Gorgos probablemente habría deseado mostrar a los espectadores que venían de todo el mundo griego su lugar privilegiado en el territorio de Élide, donde se encontraba el santuario de Olimpia.
Alrededor de 500 a. C., la ciudadanía plena era, en Esparta, el rasgo distintivo de varios miles de hombres, puesto que parece que la ciudad contaba con 8000 ciudadanos en 480, según Heródoto; este los caracteriza como homoioi, «similares»57, y en toda su narración recalca que el objetivo principal que se fijaban los espartanos, tanto en el plano colectivo como en el individual, era servir mejor a su ciudad.
Este servicio podía materializarse en ámbitos como las prácticas de guerra y las competiciones atléticas —cuyos ganadores recibían athla, recompensas—, así como, a partir de una determinada edad, en la manifestación de consejos juiciosos en el seno de la asamblea o la gerusía. Desde su primera juventud, en la que podían recibir formación en grupo, hasta la edad avanzada —que les brindaba la posibilidad de ser candidatos a la gerusía—, los espartanos vivían en un sistema cuyo fin constante era estimular su emulación en favor del bien colectivo.
En este contexto general, los niños procedentes de diferentes orígenes sociales debían reagruparse y, una vez alcanzada la edad adulta, los espartanos seguían sometidos a reglas que ocultaban sus diferencias.
Aristóteles, hacia el año 330, manifiesta58 que
muchos afirman que [Lacedemonia] es una democracia, porque, efectivamente, se descubren en ella muchos elementos democráticos; por ejemplo, la educación común de los hijos, que es exactamente la misma para los de los ricos que para los de los pobres, educándose aquellos precisamente como podrían serlo estos; la igualdad, que continúa hasta en la edad siguiente y cuando son ya hombres, sin distinción alguna entre el rico y el pobre; después, la igualdad perfecta en las comidas en común; la identidad de trajes, que hace que el rico ande vestido como un pobre cualquiera; en fin, la intervención del pueblo en las dos grandes magistraturas, la de los senadores, que son por él elegidos, y la de los éforos, que salen de su seno.
Si bien este es un texto escrito al final de la época clásica, podemos considerar que las prácticas en él descritas se extienden hasta el final de la época arcaica. Las palabras de Aristóteles simplemente explicitan la igualdad de trato de los niños con independencia de su origen social, un hecho que está implícito en La república de los lacedemonios de Jenofonte. Sin embargo, la necesidad de elegir entre los ciudadanos a los miembros de la gerusía y los éforos —que debían probablemente tener al menos treinta años— está relacionada con la existencia de una emulación entre los ciudadanos, que podrían estar interesados en distinguirse —a título individual— para poder ser elegidos por sus pares para ejercer funciones políticas.
Por lo tanto, el igualitarismo conllevaba muchas limitaciones y, además, una mirada crítica conducía a veces a considerar que el sistema implantado se fundamentaba en la sospecha de todos hacia todos, según el comentario que Pericles habría formulado en el invierno de 431/430, según Tucídides59. En cualquier caso, la lógica de tales prácticas era reconocer como el más valioso a aquel que mejor se ajustase a los requisitos de una apariencia de igualdad al actuar, de acuerdo con las reglas aceptadas, de la manera más apropiada para asesorar a sus conciudadanos o luchar por ellos en el campo de batalla.
Porque la orientación militar de las actividades de los espartanos, que los convirtió en profesionales de las armas, no se pone en tela de juicio. Fue gracias a ella como pudieron imponerse primero a los habitantes no espartanos de su país, Lacedemonia, cuya capital era Esparta. Se trataba no solo de los ilotas, esclavos dedicados a generar lo necesario para vivir, sino también a los periecos, hombres libres que vivían en las afueras de Esparta y que debían reforzar el ejército enviando contingentes de acuerdo con las órdenes recibidas.
En general, el sistema social e institucional que se estableció gradualmente durante la época arcaica, y cuyo aspecto austero pudo reforzarse a finales del siglo VI, canalizó de acuerdo con unas reglas específicas las actividades de una organización cívica rebosante de vitalidad. Esta orientación de las actividades derivó ciertamente en una limitación de la creatividad artística, pero se trataba posiblemente de una evolución, más que de una revolución, cuyo fin era restringir el lujo de la élite sin provocar una transformación integral de todos los usos y valores. Como se consiguió el objetivo deseado, a saber, la primacía de Esparta sobre sus vecinos peloponesios, los espartanos habrían desarrollado un gran apego a sus propios usos, de modo que sus aliados corintios pudieron, en 432, caracterizar estos procesos como conservadores (archaiotropa… epitèdeumata60 ), formulando así un juicio que dejó huella en las conciencias.
Según Polibio, que escribió en el siglo II y tenía por tanto una cierta perspectiva sobre los acontecimientos de la época arcaica,
La igualdad de las propiedades y la simplicidad de la vida en común iba a disponer la existencia de los particulares para la moderación y ofrecer una comunidad política libre de facciones, lo mismo que, de otro lado, el entrenamiento en las fatigas y en las acciones de peligro debía formar hombres valientes y nobles. Y, cuando concurren estas dos cualidades, el valor y la moderación, en una misma alma o ciudad, no es fácil que el mal nazca allí y es difícil que se caiga en manos de los vecinos61.
Posiblemente, al mencionar «la igualdad de las propiedades», Polibio es víctima del prisma de los reyes reformadores del siglo III, que quisieron distribuir las tierras por igual en un supuesto restablecimiento de una situación preexistente, la de la época arcaica. Pero el historiador sigue subrayando claramente la lógica de los usos: la contraparte del régimen riguroso instituido en Esparta podría ser la excelente reputación militar de la ciudad, formada durante el siglo VI en el marco de una importante actividad exterior.