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LOS ORÍGENES DE ESPARTA: GEOGRAFÍA, MITOS Y MIGRACIÓN

Un marco geográfico de contrastes

Homero, al relatar la llegada de Telémaco a Laconia tras los pasos de Ulises, su padre, alude al lugar de la acción:

El sol se ponía y era la hora en que las sombras invaden los caminos cuando, en el fondo de una barrancada, apareció Lacedemonia1.

Ciertamente, al viajero que llega por el oeste puede parecerle, al contemplar el paisaje desde las alturas del monte Taigeto, que la llanura del río Eurotas, la planicie donde se sitúa Laconia, está «hueca», o incluso que se encuentra en «el fondo de una barrancada», encerrada entre los piedemontes del Taigeto y el Parnón, a tan solo cinco kilómetros de la latitud de Esparta2.

En un relato genealógico que presenta los elementos espaciales como actores de una sucesión hereditaria entre seres humanos, Pausanias, en el siglo II de nuestra era, cuenta que Eurotas habría excavado un canal para evacuar hacia el mar el agua estancada en la llanura, y que dio su nombre al río así formado. Su reino lo heredó Lacedemón, hijo de Zeus y Taigeto, que habría tomado a Esparta, hija de Eurotas, como esposa; como Lacedemón le dio su nombre a Lacedemonia, su madre bautizó con el suyo al monte Taigeto y su esposa fue la epónima de la ciudad de Esparta3.

Sirva esta historia para poner de manifiesto la profunda unidad natural de los elementos geográficos que conforman un territorio en cuyo centro se erige Esparta, en la margen derecha del río Eurotas, a unos cincuenta kilómetros del mar y en el corazón de la fértil llanura de Laconia. Limita al oeste con el Taigeto, que se eleva hasta los 2407 metros, y al este con el macizo del Parnón (1935 metros), cuyas estribaciones se aproximan por el norte a las del primero, aunque sin llegar a tocarse, pues lo impide el curso superior del río Eurotas. Al sur, más allá de las alturas que surca el Eurotas, se encuentra la llanura de Helos, que se abre sobre el golfo de Laconia.

Al oeste de este golfo, unido a la costa oriental del macizo del Taigeto, se halla la ciudad de Gitión, protegida por el islote de Cranae, donde, según Homero, Paris y Helena —esposa de Menelao, rey de Esparta— habrían consumado su amor culpable4. Este acontecimiento habría tenido lugar en la época que conocemos como «micénica», cuando el territorio de Laconia conoció diferentes ocupaciones.

Una ocupación micénica

Como ocurrió en el resto de regiones del sur de Grecia, Laconia estuvo ocupada en la Edad de Bronce (alrededor del siglo XVI a. C) por la civilización que conocemos hoy como «micénica», dado que el principal palacio fortificado que se conserva de ella —que data del siglo XIV— es el de Micenas, en Argólida. Entre los asentamientos micénicos más importantes de Laconia cabe mencionar el llamado del Menelaion, ubicado unos tres kilómetros al sudeste de Esparta, en la orilla izquierda del Eurotas, donde, a partir de 1909, se hallaron vestigios de una vivienda, y el de Pelana, unos quince kilómetros al noroeste de Esparta, donde se encontraron ruinas de un palacio y algunas tumbas. A pocos kilómetros al sur de Esparta, en Vafio, se descubrió una tumba en un tholos que contenía dos extraordinarias copas de oro adornadas con toros. Una de las copas nos muestra a varios hombres tratando de capturar con dificultad al animal con ayuda de redes, mientras que en la otra se aprecia una escena en la que el ganado está siendo pacíficamente sometido. Es posible que estos vasos se importasen de Creta en el siglo XV.

Un poco más al sur de Esparta, a una docena de kilómetros de la ciudad, se descubrieron en 2008, en el yacimiento micénico de Agios Vasilios (san Basilio) de Xerokampi, unas tabletas con signos de una escritura silábica que transcribe el griego: el lineal B5.

En Agios Stefanos (san Esteban), en la llanura de Helos, al norte del golfo de Laconia, se halló otro asentamiento micénico de importancia menor, aunque relevante en cuanto a la continuidad de la ocupación humana.

Parece que, entre los vestigios hallados en estos espacios, fueron las ruinas de las construcciones micénicas ubicadas si no en el mismo emplazamiento de Esparta, al menos muy cerca, al este del Eurotas (en Terapne), las que llamaron la atención de los lacedemonios de la época arcaica, quienes seguramente encontraron aquí los restos del palacio de Menelao —el rey de Esparta mencionado por Homero—, y fue en este lugar donde, como poco, en lo que puede considerarse la prolongación de un culto del fin de la Edad del Bronce, erigieron un santuario consagrado a Menelao y Helena, el Menelaion, alrededor de 650-625 a. C. Este santuario, en cierto modo, veló por el recuerdo de la existencia de un principado micénico que se remonta al segundo milenio, incluso después de la Edad Oscura (siglo X-IX). Porque, de acuerdo con la arqueología, Laconia parece haber estado relativamente despoblada entre principios del siglo XII y mediados del siglo X, si bien pudo repoblarse más adelante.

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Emplazamientos micénicos importantes de Laconia.

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Copas de oro de Vafio conservadas en el Museo Nacional de Atenas.

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Fotografía y dibujo de un fragmento de tableta micénica de arcilla de Agios Vasilios de Laconia. En este documento se recogían indicaciones relacionadas con la producción de textiles, que era una actividad importante de los palacios micénicos.

La Laconia homérica

La geografía homérica del «Catálogo de las naves», que en el canto II de la Ilíada enumera los contingentes de los aqueos —llamados los «griegos» por los modernos—, tiene reminiscencias micénicas, aunque más bien esboza lo que serían probablemente los contornos de Grecia al final de la Edad Oscura, incluso al comienzo de la época arcaica (siglo VIII).

En el «Catálogo de las naves» se hace una clara mención a Esparta: Menelao, su soberano, se presenta como el hermano de Agamenón, rey de Micenas y jefe del ejército griego que lanzó la ofensiva contra Troya. En este texto, después de los versos que describen el poder de Agamenón, el rey de Micenas que llegó con sus cien naves a las orillas de Troya, encontramos:

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Plano de los edificios micénicos hallados en la meseta de Menelaion, 150 metros al este del santuario arcaico de Menelao y Helena.

Se pueden distinguir al menos tres fases de ocupación entre los siglos XV y XIII: el más antiguo se indica en negro.

[vienen] los de la honda y cavernosa Lacedemonia que residían en Faris, Esparta y Mesa, en palomas abundante; moraban en Brisías o Augías amena; poseían las ciudades de Amiclas y Helos marítima, y habitaban en Laa y Etilo: todos estos llegaron en sesenta naves al mando del hermano de Agamenón, de Menelao, valiente en el combate, y se armaban formando unidad aparte. Menelao, impulsado por su propio ardor, los animaba a combatir y anhelaba en su corazón vengar la huida y los gemidos de Helena6.

Los lugares mencionados forman parte de un territorio, que es el de Laconia y que, aparentemente, conforma una unidad bajo el reinado de un solo soberano. Solo los sitios de Amiclas, Laa, Etilo y Mesa pueden parecer más o menos conocidos. «Esparta», por su parte, podría referirse al territorio de Menelao. Sin embargo, cabe dudar al respecto, porque en el momento en que se escribió la Ilíada —tal vez alrededor de 750 a. C— podría haberse asentado una nueva civilización, ya no constituida por los micénicos, con los que podrían identificarse los aqueos de la Ilíada, sino por los dorios, cuya llegada estaría señalada por la leyenda del retorno de los heráclidas.

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La Laconia homérica.

El asentamiento de los espartanos en Laconia

Cuenta la leyenda del retorno de los heráclidas que, después de transcurrido un largo período de tiempo, algunos de los supuestos descendientes de Heracles (que inaugurarían las dinastías de las dos familias reales de Esparta) recuperaron un territorio conquistado en el pasado por este. Heracles habría confiado este territorio a Tíndaro, esposo de Leda y padre putativo de Helena, esposa de Menelao7. Después de un tiempo, algunos descendientes de Heracles habrían reivindicado sus derechos al tomar el control de Laconia8. La mención más antigua de este mito aparece en un pasaje de Tirteo, citado por Estrabón9:

El Cronión, esposo de Hera de hermosa corona, el propio Zeus, ha dado esta ciudad a los Heráclidas, en cuya compañía hemos dejado la ventosa Eríneo y a la vasta isla de Pélope hemos llegado.

El poeta evoca así la migración de los dorios, que dejaron atrás su metrópolis, la Dórida, ubicada al oeste de las Termópilas, para llegar al Peloponeso bajo el liderazgo de los descendientes de Heracles.

Resulta significativo que pueda establecerse un punto en común entre esta tradición que propone la existencia de un vínculo entre Heracles, nacido en Tebas, y Esparta, y las menciones de tres tabletas micénicas halladas en Tebas, que datan de una fecha en torno al año 1200 a. C, con el término ra-ke-da-mo-ni-jo (Lakédaimonios, lacedemonio) e incluso con ra-ke-da-mo-ni-jo-u-jo (Lakedaimonios hyios), o un «hijo lacedemonio»10. A estos elementos podemos agregar, particularmente, el papel que parece que desempeñó un grupo de origen tebano, los egeidas, en los primeros tiempos de Esparta, como afirma Píndaro cuando se pregunta cuál de los momentos de la historia de Tebas fue el más glorioso, y cuando, dirigiéndose a esta ciudad, declara11:

¿O a causa fue de que en firme talón colocaste la colonia doria de los Lacedemonios, y tomaron Amiclas los Egeidas nacidos de ti, según los oráculos pitios?

De este modo, son varios los elementos que tienden a constatar la antigua relación existente entre Tebas y Esparta, y la leyenda del retorno de los heráclidas no hace sino incidir en ello. De acuerdo con este relato, los descendientes de Heracles y Deyanira, liderando a los dorios, habrían penetrado en el Peloponeso no por un paso terrestre del istmo de Corinto, al noreste, sino por un paso marítimo del estrecho entre Antirio y Río, al noroeste del Peloponeso, y al oeste del golfo de Corinto12.

Si confiamos en las indicaciones de los antiguos, podemos deducir que, de acuerdo con Heródoto, la guerra de Troya habría terminado alrededor de 125013, y sería ochenta años más tarde, según Tucídides14 —para nosotros, entonces, alrededor de 1170—, cuando los dorios, de la mano de los heráclidas, habrían ocupado el Peloponeso. Sin embargo, para buscar una relación más estrecha con los orígenes de Esparta, los historiadores modernos preferirían situarla dos siglos más tarde, alrededor de 950-90015. Los dorios habrían compartido así una gran parte de la península. Un autor comúnmente conocido como Apolodoro, haciendo referencia al reparto del Peloponeso por sorteo entre los heráclidas, relata que los herederos de un nieto de Heracles, Aristómaco, actuaron así16:

En primer lugar salió el de Témeno y en segundo el de los hijos de Aristodemo; y así Cresfontes consiguió Mesenia. Sobre los altares en los que habían ofrecido sacrificios encontraron que había unas señales: un sapo, los que habían obtenido Argos; un dragón, los que habían obtenido Lacedemonia; y una zorra, los que Mesenia17. Acerca de estas señales dijeron los adivinos que a los que habían obtenido un sapo les sería preferible quedarse en la ciudad, pues este animal no posee fuerza para caminar. Quienes habían obtenido un dragón, decían que serían terribles en su acometida, y astutos los que habían encontrado una zorra.

Encontramos así mención a los territorios del Peloponeso, que fueron devueltos a los dorios bajo el liderazgo de los heráclidas: la región de Argos, en el noreste; la de Lacedemonia, al sudeste y la de Mesenia, al sudoeste. En lo que a nosotros concierne, la forma en que los migrantes dorios habrían asegurado su control político de Esparta —gracias en parte a una traición, según Pausanias18— y luego de sus alrededores sigue sin estar del todo clara. Al menos, parece que el recuerdo global del acontecimiento fundamenta en cierto modo la conciencia colectiva de Esparta, habida cuenta de que el paso que permitió la entrada en el Peloponeso podría haberse conmemorado anualmente con un ritual durante la festividad estival de las Carneas.

Además, los reyes de Esparta parecen estar convencidos de la excepcionalidad de su origen, a juzgar por un incidente protagonizado por el rey Cleómenes I, atribuible al año 508-507, y que narra Heródoto19:

[…] luego que subió al alcázar con ánimo de apoderarse de él, se fue en derechura al mismo camarín de la diosa, como para visitarla pía y religiosamente. Al punto mismo que lo ve la sacerdotisa, levantada de su asiento, y antes que pasara el umbral del santuario, con tono fatídico: «Vuélvete atrás, le dice, lacedemonio forastero, vuélvete: ni pretendas entrar en este sagrario, donde no es lícito que entren los dorios». «Pues sábete, mujer, le responde Cleómenes, que yo no soy dorio sino aqueo». De suerte que, por no haber contado entonces con aquella mal augurada palabra «vuélvete atrás», tuvo después Cleómenes que dar la vuelta desgraciadamente con sus lacedemonios.

Es evidente que Cleómenes osaba hablar de tal modo porque se sentía descendiente de Heracles, asumiendo su pertenencia a un pueblo anterior a los dorios que podría corresponderse al de los hombres que conocemos como micénicos20.

Sin remontarnos tantos años, los espartanos, una vez establecidos en Laconia, probablemente siguieron una evolución conocida en varias comunidades griegas del período arcaico: la del sinecismo. En el caso de Esparta, este proceso podría haber consistido en la unión de cinco aldeas —los komai— en una sola entidad política. Podríamos situar su primera etapa en torno a 770-760. Estas poblaciones fueron Limnas21, cuyo nombre hace referencia a las zonas pantanosas próximas al monte Eurotas; Cinosura, quizá llamada así por la observación habitual desde su colina de un fenómeno astronómico regular, la cola del perro (la estrella Sirio); Mesoa, que presumiblemente debía su denominación a su ubicación central; y Pitane. Más tarde se unió una quinta aldea a las anteriores: Amiclas, que, ubicada unos seis kilómetros al sur del asentamiento principal, habría sido, según Pausanias, anexada por la fuerza bajo el reinado del agíada Teleclo alrededor de 740-73022. Esta anexión habría contado con el apoyo de los égidos, de origen tebano.

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El emplazamiento de Esparta.

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Los alrededores de Esparta.

Una evolución de este tipo podría estar en el origen de la existencia de la diarquía real de Esparta; de hecho, se ha apuntado que la asociación de dos reyes mantuvo el recuerdo de esta procedencia múltiple. Uno de los hijos de Heracles habría sido Hilo, cuyo descendiente en tercera generación sería Aristodemo. Con independencia de que muriese o no antes de entrar en el Peloponeso —las teorías divergen en este punto—, Aristodemo habría engendrado gemelos: Eurístenes, fundador de la dinastía de los agíadas; y Procles, fundador de la dinastía de los euripóntidas. Estas dos familias fueron quienes, de manera concomitante, dieron reyes a los lacedemonios23.

Sin embargo, es posible que los agíadas, quienes, según Heródoto24, disfrutaron de una primacía reconocida por el oráculo de Delfos, hayan sido familia real desde la segunda mitad del siglo X, habiendo reinado en Pitane y ciertamente en Mesoa. Los euripóntidas, por su parte, podrían haber reinado en Limnas y ciertamente en Cinosura25. Hay teorías que sugieren que los nombres de dos de los primeros euripóntidas, Pritanis y Eunomo, son ficticios, dado que comportan un significado político explícito que remite a la función política del magistrado y el buen orden político. De acuerdo con esta hipótesis, la dinastía de los euripóntidas tendría una menor antigüedad. Por otro lado, se ha apuntado también que los descendientes de las dos dinastías son portadores de funciones complementarias: los agíadas se habrían centrado principalmente en la acción externa, mientras que los euripóntidas habrían estado más interesados en los asuntos internos26.

También se remonta a los orígenes de Esparta el establecimiento de dos categorías de hombres no espartanos: los ilotas y los periecos. Los ilotas27, conocidos desde la época arcaica, fueron quizá descendientes de la población micénica esclavizada por los dorios. Eran siervos vinculados al trabajo de la tierra, y su nombre podría hacer referencia en cierto modo a la cautividad. Sin embargo, hay teorías que sugieren una relación toponímica con la región de Helos, en la desembocadura del Eurotas —considerada la más fértil de Laconia28—, de donde se creía en la Antigüedad que procedían precisamente los «ilotas», esclavizados por los espartanos29. Así, se habría atribuido a partir de entonces este nombre a las personas a quienes se impuso el mismo régimen servil.

El origen de los periecos («los que habitan en la periferia»), por su parte, es aún más incierto. ¿Se trataba de aqueos que al haberse sometido voluntariamente conservaban un cierto grado de libertad? ¿O eran espartiatas —la clase superior— despojados de sus derechos? La pregunta permanece sin respuesta. No obstante, se tiene constancia de que, en la época clásica, los periecos eran hombres libres, con un estatus inferior al de los espartiatas, que acataban las órdenes de movilización decretadas por la asamblea de estos últimos. Periecos y espartiatas conforman el grupo de lacedemonios.

Estos son los principales rasgos que parecen caracterizar a Esparta al comienzo de la época arcaica, en el siglo VIII. El establecimiento en Laconia de una nueva población se ha presentado a menudo en fuentes textuales posteriores en forma de una especie de proyecto colonial30, y se considera que la tensión inherente a tal situación persistió en gran medida a lo largo de la historia de Esparta.