A MODO DE SENTIDO PRÓLOGO
Miguel Ángel Pérez Oca
Coordinador de este libro
Sería a mediados de 2004 cuando un grupo de locos con inquietudes literarias, capitaneados por el inefable Mariano Sánchez Soler, nos embarcamos en un extraño y estimulante juego intitulado El detective Terratrèmol en busca de la Ciudad Perdida. Mariano nos dejaba el personaje de su detective para que hiciésemos con él lo que nos viniera en gana; y así cada cual de los interfectos le hicimos correr inauditas y a veces crueles aventuras. Otros, entre los que me encuentro, aprovechamos la ocasión para meter en el futuro libro nuestros particulares rollos y obsesiones. Yo, por ejemplo, incidí sobre el bombardeo del 25 de mayo de 1938, desarrollando un diálogo con mi madre que nada tenía que ver con el detective, salvo una fugaz y un tanto forzada mención, pero que sería el germen de mi novela 25 de Mayo, la tragedia olvidada, que tantas satisfacciones y quebraderos de cabeza me ha proporcionado. Por aquel entonces, mi querido amigo y maestro Adrián López se encontraba en su mejor momento creativo, su humor cáustico, mordaz e irónico no ha tenido mejor intérprete en esta “terreta” de nuestros desvelos. Siempre he admirado a Adrián y su capacidad de burlarse de lo más sacrosanto, de poner en evidencia a los petulantes y a los trepas, a estamparnos en la cara las paradojas y las torpezas cotidianas. Además, fue a instancias de Adrián que yo me introduje en esta pandilla de quisquillosos irredentos que es la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas. Así que mi deuda con él es infinita. Y a eso voy.
El capítulo de Adrián en aquel librito descabellado era genial. El detective va en busca de su antiguo cliente, el tío Vicent, que años ha le había encargado la ardua misión de buscar y, por supuesto, encontrar un Alicante que se le había perdido. Pero el tío Vicent ya ha muerto, y su nieto “el Pardal” no tiene ninguna fe en que Terratrèmol y su pandilla de escritores locos lleguen a tener más éxito en sus pesquisas que el que no tuvo cuando la primera investigación. Alicante, según “el Pardal”, está perdida y bien perdida, para siempre. Días después, y ante la incompetencia de sus colaboradores, que no hacen más que escribir chorradas nostálgicas, el detective y “el Pardal” se van a visitar a una médium, para ver si se pueden poner en contacto con el extinto tío Vicent. Pero quien responde al otro lado del hilo hectoplasmático no es, en principio, el tío Vicent, sino un personaje tótem para Adrián: el inigualable y genial Caruso, aquel que cantaba Granada con voz aguardentosa por los bares de Alicante. El diálogo entre Terratrèmol y Caruso, y después entre el detective y el tío Vicent, es antológico. El tío Vicent relata a sus comunicantes cómo es el limbo número 7, el limbo de los ilusos y los nostálgicos, donde él se encuentra y donde ponen siempre el hilo musical a toda pastilla. Aunque peor, dice, es el limbo número 6, lleno de festers, barraquers, moros y cristianos, que se pasan todo el día cantando el himno a les fogueres, el himno a Alacant y Paquito el chocolatero, entre petardos y olor a pólvora. No hay quien lo aguante. El limbo número 5 es el de los constructores chapuzas y los alicantinos que nunca protestan de nada. El número cuatro es el de los guarros que sacan a sus perritos a hacer caca en la calle y dejan la basura a medio día. El segundo es el de los conductores displicentes, que no respetan los semáforos y aparcan en doble fila. El primero es el de los políticos, que se pasan la vida, mejor la muerte, intercambiando maletines y planos con los de los limbos tercero y el quinto, de los arquitectos y los constructores. Pero, pregunta Pardal, ¿y el cielo y el infierno? Y el tío Vicent contesta con rotundidad: “¡Qué cielo ni qué puñetas! Sigues sin enterarte de nada, Pardal. El cielo y el infierno no existen, lo ha dicho el Papa…”.
Después, Adrián nos dejó y nos quedamos un poco huérfanos, un poco inermes, un poco solos… ¡Qué narices: solos, muy solos! Y fuimos descubriendo lo que ya sabíamos: que Adrián era un ser imprescindible en este planeta de locos que es el mundo literario alicantino. Creamos un premio con su nombre y se lo dimos, para empezar, a otro monstruo: Ángeles Cáceres. Y en las segundas Jornadas de la Ciudad, organizadas por la PIC, decidimos escribir unos cuantos trabajos dedicados a Adrián. Y algunos nos introducimos en aquel capítulo en el que nuestro amigo visitaba a la médium. Ahora seríamos nosotros los que intentaríamos contactar con él, que sin duda está también en el limbo de los ilusos, para que nos cuente qué tal le va. Seguro que su gata diabética ha encontrado una nubecita a su lado, ahora que ya no tiene que consumir insulina, ni rascar la grava, ni nada más que tumbarse en su regazo a reírse de sus ocurrencias, que como ya es un ser supra natural, puede entender muy por encima de su anterior inteligencia felina.
La cosa salió bien. Adrián nos dijo muchas cosas, que pusimos en los papeles, para gozo propio y de nuestros tolerantes amigos. Así que hemos decidido que estas cosas no se pierdan, que queden impresas para siempre en un librito que alguien vaya a descubrir dentro de cinco o seis mil años, y que se enteren nuestros remotos descendientes de que aquí hubo una ciudad que se llamaba Alicante, o mejor Alacant, que desapareció enterrada en cemento; que hubo una pandilla de locos ilusos que creían que con sus letras iban a enmendar la historia; y que uno de esos locos, el más estupendo de todos, se marchó al limbo número siete para ver desde las alturas las tropelías y las torpezas de los mortales, mientras acariciaba a su gata y le hacía un guiño astral a su compañera Teresa.
Adrián estará con nosotros mientras en nuestra pluma (o nuestro ordenador) se adivinen huellas de sus enseñanzas, que fueron muchas, y buenas, y muy divertidas dentro del pesimismo propio de la situación en que se encuentra esta ciudad que tanto queremos y tan poco nos gusta.
Hasta luego, Adrián, nos veremos en el limbo de los ilusos.