Hay muchas razones históricas. La primera y más importante es que los chinos tienen una visión de sí mismos como civilización. Y no una cualquiera, sino una civilización con más de 4.000 años de historia, y ello les concede una superioridad cultural, política y social en relación con los demás países.
Los chinos de hoy en día destacan, con razón, que sus antecesores vivieron durante siglos en el país más grande, avanzado y próspero del mundo, hasta el siglo XIX, y todavía no se ha extinguido su idea de que son superiores a todas las demás etnias.
En segundo lugar, por más que las lenguas occidentales hayan extendido el nombre China, los chinos nunca llaman así a su país, sino Zhongguo, que significa “País del Centro”. Lo que al principio era solo un demarcador geográfico se ha ido asimilando, siglo tras siglo a través del orden confucionista, hasta construir una gran potencia económica e innovadora en el siglo XXI con una amplia mayoría de clase media.
En tercer y último lugar tenemos la exaltación de la recuperación de esa posición central respecto a las naciones extranjeras, a las cuales responsabilizan de la casi desaparición de China como nación durante el periodo de las guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), también conocidas como guerras anglo-chinas, puesto que fueron causadas por los intereses comerciales de los británicos, que crearon el contrabando de opio en la India y China.
La derrota china en las dos guerras del Opio forzó al Gobierno a tolerar el comercio del opio y a firmar tratados desiguales, que conllevaron la apertura de varios puertos al comercio exterior y la cesión de territorios a los diferentes colonos: británicos, franceses y portugueses.
Todo esto contribuyó a varios hechos históricos destacados: la Rebelión Taiping, a mediados del siglo XIX; el levantamiento de los bóxers, a principios del siglo XX; la caída de la dinastía Qing, en 1912; la invasión japonesa, entre 1937 y 1945, y la guerra civil, que empezó en 1927 y terminó con la formación de la República Popular China el 21 de enero de 1949. Este siglo se conoce popularmente como los “cien años de humillación”.

En 1978, Deng Xiaoping puso en marcha la Reforma económica china (
, Găigé kāifàng), que literalmente significa “Reforma y apertura”. Este programa de “socialismo con características chinas”, como suele llamarse, tenía el objetivo de transformar una economía planificada en una economía socialista de mercado y convertir un país de campesinos en un país industrializado.
El 14 de marzo de 2013, Xi Jinping fue nombrado presidente de la República Popular China. La ambición de volver a ser el centro del mundo queda patente en los objetivos fijados por el presidente Xi Jinping cuando se refiere al rejuvenecimiento de China tras cien años de humillación y fija su objetivo en consolidarse como “la” gran potencia mundial para 2049, cien años después del acceso del Partido Comunista Chino (PCCh) al poder.
El ascenso económico de China, su inminente conversión en la mayor economía mundial y los problemas de gestión económica que tuvieron los países occidentales tras la crisis financiera de 2008 han representado la gran oportunidad para devolver a Zhōngguó su papel central.
Quienes se creen legítimos herederos del País del Centro desean ser la potencia tecnológica y política que domine la hegemonía mundial y han analizado y estudiado la historia y la economía para alcanzar su objetivo de forma planificada. De momento, han superado todos los hitos.
Los idiomas son el reflejo de los orígenes de un pueblo, su evolución, sus tradiciones, su misticismo, su pensamiento y su sentir. Los proverbios, los cuentos y las leyendas son la expresión popular para comunicarse, y el Gobierno chino utiliza esta base para comunicarse con sus 1.390 millones de ciudadanos.
Como ya hemos comentado, China es un estado con una superficie de 9,6 millones de kilómetros cuadrados (aproximadamente 20 veces España, una superficie similar a los Estados Unidos o Europa) y una población de 1.390 millones de personas (el doble que Europa, incluyendo la Rusia europea, o unas 4 veces la población de Estados Unidos). Es el mercado único y la entidad estatal de mayores dimensiones del planeta, solamente comparable en términos de población —no en economía— con la India.
Hay diferencias notables, tanto económicas como sociales, según la zona del país, en especial entre las zonas rurales y las grandes ciudades. Aunque las políticas del Estado buscan disminuirlas mediante proyectos como la campaña “Develop the West”, la renta en las ciudades costeras es un 50% superior que la de las zonas rurales menos desarrolladas.
Esto ha ocasionado unos flujos de migración interna importantes, aunque las autoridades del Estado intentan impedirlo mediante el hukou, es decir, el permiso de residencia: tenerlo permite disponer de atención médica y de otros servicios públicos, como el acceso a la educación. Las personas que migran a un lugar al cual no están asignadas se arriesgan a no tener el hukou y, en consecuencia, a no tener derecho a estos servicios. En la práctica, este sistema funciona como un instrumento de regulación de la movilidad y la residencia de la población.

Como consecuencia de la política de hijo único implantada en el año 1979, que estuvo en vigor hasta 2015, en las próximas décadas China se enfrentará a un importante problema de estancamiento y de envejecimiento de la población. De hecho, se estima que en el año 2024 se llegará al peak employment o máximo de fuerza de trabajo, es decir, el momento en que se alcanza el máximo número de población en edad de trabajar. Se supone que en ese momento la economía se habrá modernizado —automatizado— lo suficiente como para mantener el creciente número de clases pasivas.
China es un país multiétnico (hay 56 etnias reconocidas) y multilingüe. El chino mandarín es la lengua con más hablantes nativos del mundo (unos 1.000 millones), aunque también cabe destacar el chino wu (que se habla en la región de Shanghái) y el chino cantonés o yuè (en la región de Cantón).
Los conocedores de su historia remarcan que China no debe ser entendida como un “país” sino como una “civilización”. China es una cultura que se recuerda constantemente a sí misma que tiene 4.000 años de historia y que en esta larga trayectoria ha alcanzado unos niveles de cultura y de civilización como ningún otro pueblo del mundo. Por ello, China es sobre todo una cultura, una manera de ver el mundo, independientemente del momento que viva y de su forma política.
Es cierto que el Estado estructura su realidad social y económica en el día a día, pero por encima de esta realidad reina una percepción compartida por la población de formar parte de una civilización única, incluso superior al resto de culturas (desde siempre, China se ha llamado a sí misma el “País del Centro”,
, zhōngguó) e históricamente basó su relación con los otros países de Asia en lo que llamaba “sistema tributario imperial”, mediante el cual reclamaba al resto de países que reconocieran su rol predominante. A lo largo de la historia, esta idea de civilización diferencial ha sido propulsada por líderes políticos de todas las ideologías, como coagulante de un sistema multiétnico verdaderamente complejo.
El crecimiento que ha experimentado la economía china desde principios de los años ochenta no tiene comparación con el de ningún otro país en ningún otro periodo de la historia; por ejemplo, la aceleración con la que se ha producido es muy superior a la que experimentó Inglaterra en el siglo XIX durante la Revolución Industrial. El PIB de China se multiplicó por 20 entre 1978 y 2011, lo que supone un crecimiento anual medio de casi el 10%. Sin embargo, el ritmo de crecimiento se ha ralentizado desde 2010, con decrecimientos constantes hasta 2018.
Crecimiento anual del PIB en China y Estados Unidos

Fuente: Crunchbase
La principal razón de este crecimiento se debe al impacto de las grandes inversiones directas extranjeras que se hicieron en los años ochenta y noventa y que convirtieron a China en la “fábrica del mundo”. La economía creció gracias a que se orientó la industrialización hacia la exportación, favorecida por precios competitivos ligados a una mano de obra barata. Los planes a largo plazo y a gran escala (long-range + large-scale) del Estado (los planes quinquenales impulsados por el Estado pero ejecutados por las regiones y las ciudades) combinados con la energía de las empresas públicas y privadas y de los empresarios llevaron a unos ritmos de crecimiento espectaculares, en particular después del inicio de la crisis financiera occidental en 2008.
Si bien es cierto que la inversión pública, especialmente en infraestructuras, como carreteras y trenes de alta velocidad (gracias a unas reservas en moneda extranjera generadas durante décadas de exportación, que en 2014 sumaban más de 4 billones de dólares), puede haber sido responsable directa de hasta dos tercios del crecimiento del país, en las últimas décadas la participación creciente de las empresas privadas ha sido un factor crítico, en especial en la creación de empleo en las grandes ciudades. Los grandes empresarios chinos han desempeñado un papel fundamental en este entorno en el que resulta difícil determinar qué es una empresa privada y qué no.
En los últimos años se ha observado una cierta desaceleración del crecimiento del PIB: en 2017 fue “solo” del 6,8% (tres veces más que el crecimiento de los mejores países de Occidente en el mismo periodo). El Gobierno es muy consciente de esta desaceleración y, por ello, propone una serie de medidas para afianzar el crecimiento continuado de la economía en las próximas décadas. También hay que tener en cuenta que la “legitimidad” del Gobierno del Partido Comunista de China (PCCh) ante la población está estrechamente ligada con la bonanza económica, de acuerdo con el significado histórico del “Mandato del Cielo”, que ya se aplicaba a los emperadores: un gobernante pierde legitimidad si pierde el favor del “Cielo”, lo que se manifiesta con desgracias para la población, como sequías o hambre (o, en el presente, con una economía que dejara de ir bien).
En la actualidad, el foco de las políticas públicas es pasar de una economía basada en la industrialización a una basada en la innovación, lo que requiere poner el énfasis en desarrollar el talento científico y tecnológico y estimular la creación de nuevas empresas (por ejemplo, a partir de un programa de crecimiento masivo de start-ups). Además, los mercados para los productos y los servicios resultantes ya no serán solo los internacionales, puesto que el crecimiento de la clase media en el país favorecerá un consumo interno de productos cada vez más sofisticados. Por lo tanto, la economía china está experimentando una transformación profunda para convertirse en una economía basada en la innovación que simultáneamente sirva al mercado de consumo más grande del mundo. Así pues, el crecimiento de la economía no dependerá solo de las inversiones públicas y de las exportaciones de productos poco elaborados, sino también del consumo interno y de las exportaciones de bienes y servicios elaborados.
En este proceso ya se pueden observar realidades muy palpables, como el desarrollo del ecosistema industrial-innovador de Shenzhen. Esta ciudad de extraordinario crecimiento (ha pasado de menos de 30.000 habitantes en 1950 a más de 12 millones, oficialmente, en 2019) es donde se hace más evidente que la imagen que muchos siguen teniendo de China (un país de imitaciones y de productos de mala calidad) es radicalmente errónea. En esta ciudad, y en todo el entorno que constituye el delta del río Perla (conocido como Área de la Gran Bahía), encontramos un ecosistema de empresas avanzadas de base tecnológica y digital que constituyen un polo de atracción de talento joven no solo de China sino de todo el mundo; de hecho, la edad media de la ciudad es de menos de 30 años y las personas de más de 65 años solo representan el 1% de la población de la ciudad, en comparación con el 10% que representan en el resto de China. El resultado es una red de ideación, prototipado rápido (de software y hardware a la vez) y fabricación avanzada como encontramos en pocos lugares en el mundo, lo que se sintetiza llamando a Shenzhen el Silicon Valley chino.
Shenzhen muestra la nueva generación de ecosistemas de fabricación avanzada que aparecerán en el mundo durante la próxima década. En este esquema encontramos un elemento destacado: un pool de trabajadores con habilidades medias o, sobre todo, altas en ámbitos que van desde la I+D pura hasta la manufactura, con una media anual de horas trabajadas que a menudo alcanza las 2.750 horas, una cifra mucho más elevada que en los países de Occidente. Esta ecuación de factores críticos de éxito se remata con el hecho de que lo que se diseña y se fabrica tiene como destino inicial el mercado doméstico más grande del mundo, con las mismas reglas de mercado, y también cabe destacar el dominio de una lengua hablada por una clase media en crecimiento continuo.
También cabe mencionar que las inversiones directas de China al exterior, pero también al revés, no han parado de crecer en las últimas décadas. En la primera dirección, de China al exterior, abundan las inversiones de grandes empresas públicas chinas en “activos estratégicos” en el extranjero: desde empresas de servicios públicos, como compañías de electricidad o puertos, hasta empresas que destacan en alguna tecnología crítica para el futuro, como la robótica. En la segunda dirección, del exterior a China, a menudo encontramos empresas multinacionales que invierten en start-ups chinas de base tecnológica; el principal motivo de estas inversiones parece radicar en que las fuentes domésticas habituales de financiación de las start-ups chinas están reduciéndose.
En particular, viendo las inversiones chinas de los últimos años, parece que en este camino para convertirse en un líder global en ciencia y tecnología China ha puesto los ojos en Europa, pues ve el continente como un “supermercado de oportunidades”. Entre las grandes inversiones que ha hecho en los últimos años en Europa, destacan la compra de Pirelli (Italia, 2015, por 7.700 millones de dólares) y las participaciones relevantes en compañías como Syngenta (Suiza), el Grupo PSA (Peugeot-Citroën en Francia), Daimler (10%, Alemania), el puerto del Pireo (Grecia), la central nuclear de Hinkley Point (Reino Unido) y los aeropuertos de Heathrow (Londres, Reino Unido), Hahn (Fráncfort, Alemania) y Toulouse (Francia).
China está convirtiéndose en el mayor mercado de consumo del mundo, gracias a que la mitad de su población (unos 700 millones de personas) ya puede ser considerada de clase media, en términos de la renta per cápita nacional. Para hacernos una idea de la evolución de su capacidad adquisitiva, podemos observar que el sueldo anual medio de un trabajador industrial en 2007 era de 21.000 yuanes (2.800 dólares estadounidenses), mientras que en 2016 había pasado a 59.000 yuanes (8.900 dólares). Sin embargo, muchos analistas consideran que China es una de las sociedades más desiguales del mundo, ya que algunas provincias ricas tienen un PIB diez veces superior a las provincias más pobres.
Los principales mercados de China se concentran en las áreas metropolitanas de las grandes ciudades; en especial, Pekín, Shanghái, Hangzhou, Cantón, Shenzhen, Chengdu, Suzhou y Chonquín. Hay que tener en cuenta que la población urbana del país ha aumentado en más de 600 millones de personas desde 1980. Desde entonces, algunas ciudades han experimentado un fenómeno de crecimiento que podría designarse como “exponencial”. Por poner solo un ejemplo, en Shenzhen el PIB ha pasado de 200 millones de yuanes en 1978 a 2,4 billones de yuanes en 2018.
El crecimiento exponencial de las ciudades chinas
PIB de las principales ciudades chinas (en yuan Renminbi)

Fuente: Statista
De nuevo, el caso de Shenzhen es ciertamente espectacular, único en el mundo. El fenómeno es aún más destacable si se tiene en cuenta la conurbación que lo rodea, que constituye el Área de la Gran Bahía del delta del río de la Perla. Esta zona conecta Shenzhen con ciudades como Cantón, Huizhou, Zhaoqing o Hong Kong y reúne a más de 70 millones de personas en un área de solo 56.000 km2 (como comparativa, Cataluña tiene una décima parte de la población en un poco más de la mitad de la superficie, 32.000 km2), y se prevé que podría llegar a los 120 millones de habitantes durante los próximos años.
Las ciudades de la GBA (Great Bay Area)

Fuente: Hong Kong Science Technology Park
El PIB de Shenzhen es de más de 300.000 millones de euros, lo que representa una renta per cápita de unos 25.000 euros. Para poder comparar, el PIB de Cataluña en 2018 fue de unos 230.000 millones de euros, con una renta per cápita de alrededor de 31.000 euros. La población de Shenzhen puede considerarse de las más ricas de China, lo que la convierte en uno de los mercados más atractivos del país.
Otras ciudades, aparte de las ocho más grandes, también señalan la evolución previsible para los próximos años, en que el crecimiento se experimentará en todo el país y no solo en los lugares donde siempre se ha producido hasta ahora, que es básicamente en la costa del Pacífico. Por ejemplo, la histórica ciudad de Xi’an, en el centro norte del país, tiene la ambición de convertirse en una capital tecnológica, y para lograrlo el Gobierno regional ha implantado una política atractiva de vivienda pública barata así como subsidios para la vivienda dirigidos a profesionales de las tecnologías. El objetivo de esta ciudad de más de 8 millones de habitantes es atraer a las grandes empresas tecnológicas o financieras, como Huawei o HSBC. Para ello, presenta como activos que en su territorio hay decenas de centros de investigación y 63 centros universitarios, que generan 300.000 graduados cada año, la mayoría de ellos científicos.
Otro ejemplo menos conocido es la ciudad de Guiyang, en la región de Guizhou, en el suroeste del país, que está constituyéndose como una capital del big data. Como activos, presenta un coste del terreno más bajo que en la costa, menos costes de electricidad (gracias a que la energía es de origen hidráulico), así como un clima más fresco, que facilita el mantenimiento de los servidores a baja temperatura. En su territorio se están instalando macrocentros de gestión de datos, como el complejo de Tencent, que se ha construido para que sea a prueba de bomba, literalmente, y consta de siete centros, algunos de ellos excavados directamente dentro de la montaña. La dificultad principal de este tipo de ciudad consiste en la capacidad de atraer a personal altamente cualificado.
Finalmente, uno de los principales problemas del mercado chino reside en las dinámicas relacionadas con la migración interna. Como ya hemos comentado anteriormente, desde 1980, 600 millones de personas se han mudado de zonas rurales a las ciudades y se espera que 200 o 300 millones más lo hagan en las próximas dos o tres décadas. La principal razón de estos movimientos es la diferencia de renta entre las partes más pobres y las más ricas del país. Estas desigualdades, que tienen el potencial de causar futuras protestas, sumadas al hecho de que el stock de fuerza de trabajo está decreciendo, han llevado al Gobierno chino a empezar a aplicar una política de migración interna más permisiva.
Incluso se está abriendo a la inmigración, especialmente de países del sudeste asiático. Hay que tener en cuenta que se trata de un fenómeno nuevo, ya que China es quizás el país con menos extranjeros del mundo; representan solo el 0,05% de la población. Sin embargo, es cierto que la apertura se centra en personal cualificado (“Encouraging the top, controlling the middle and limiting the bottom”) y solo en determinadas regiones, especialmente en el centro del país, donde cada vez resulta más difícil encontrar profesionales preparados, por ejemplo, trabajadores de la salud, como enfermeros.