Un momento, un momento, ¿Lama Rodríguez?

Vale, vale, no soy un Lama de verdad.

¿Contento?

¿Dónde se ha visto que un Lama se llame Rodríguez?

Soy alguien como tú; quizás sea tu vecino o tu vecina, ese o esa a quien saludas sin saber que es en realidad el Lama Rodríguez.

Buda ya lo decía: todos somos Buda. Y con eso quería decir que él no era especial, que él simplemente se lo había trabajado mucho y que había conseguido dejar atrás muchas cosas que le pesaban.

Quizás hayas oído la historia de cuando le preguntaron que qué era lo que había ganado con la meditación. Y él respondió que no había ganado nada, pero que había perdido la ira, la ansiedad, la depresión, la inseguridad y el miedo a la vejez y a la muerte. Y, siendo sinceros, si has perdido todo eso, la verdad es que has ganado todo. Pues lo contrario de la ira es el amor; de la ansiedad, la paz; de la depresión, la alegría de vivir; de la inseguridad, el aplomo y la fuerza. Y lo contrario del miedo a la vejez y a la muerte es vivir con confianza, sean cuales sean las circunstancias de la vida.

Bueno, como puedes ver, aunque yo no sea un Lama de verdad, lo cierto es que me dedico a esto. A meditar y a perder todas esas cosas que perdió Buda y, sobre todo, lo que me gusta es enseñar a perder todas esas cosas a quien quiera aprender a hacerlo.

De pequeño, tenía muchas pegatinas puestas en la puerta de uno de los armarios de mi habitación (para alegría de mis padres). He olvidado casi todas ellas, pero hay una que recuerdo como si todavía la estuviera viendo. Rezaba:

TODO LO QUE NO SE DA, SE PIERDE.

Ya soy un Lama Rodríguez mayorcito, he vivido ya muchas lunas, como dirían los indios de las películas, pero sigo recordándola y puedo decir sin duda alguna que los días más hermosos de mi vida son los que he tenido el valor de dar, de vivir con el corazón y las manos abiertas.

Todo lo que he tratado de retener, de mantener cerrado dentro de mis puños, ha desaparecido. Al abrir las manos solo había un puñado de polvo y quizás una sonrisa irónica de la vida, como diciendo: ¿qué era lo que querías guardar para siempre, baby?

Ni tú ni yo viviremos para siempre –bueno, de algún modo sí, pero eso lo veremos más adelante. Digamos, para quedarnos de nuevo con las palabras de Buda, que lo único que existe en este mundo es la impermanencia. Es decir, nada es permanente: nosotros estamos cambiando a cada instante: células mueren y nacen, pensamientos vienen y van, sentimientos nos recorren como arbustos rodando a toda velocidad por caminos desérticos.

Si tuviéramos que definir el mindfulness muy rápidamente, en plan Lama Rodríguez, sería vivir consciente de estas cosas. En el budismo lo llaman visión profunda, que es como la versión prémium de nuestra superficial mirada de nuestro día a día. O al menos de la mía; tal vez tú vivas ya con la versión de lujo activada, pero yo, que soy un Lama de andar por casa (acaso me viste el otro día en el balcón o en el supermercado), suelo muchas veces andar de acá para allá, medio perdido y medio encontrado.

Pero no me voy a enrollar demasiado, porque yo sé que tu atención es impermanente.

Y ahora, sabiendo que no soy un Lama de verdad, ¿seguro que quieres venir conmigo?

¡Allá tú!