EL 12 DE FEBRERO DE 1941 un solitario Heinkel He-111 aterrizó en el aeropuerto de Castel Benito, en la Tripolitania italiana. No fue una sorpresa para nadie, pues desde hacía unas semanas el personal de la base se había acostumbrado a la llegada de aviones alemanes, y era evidente que la Luftwaffe estaba instalándose en Libia. Sin embargo, en esta ocasión, el bombardero traía un pasajero especial, al que por su uniforme se identificaba fácilmente como un general alemán.
El general, un hombre de estatura más bien baja para un oficial de la Wehrchmat, tenía modales educados y una aparente energía que se mostraba a los demás en sus movimientos rápidos y ágiles, y en su mirada directa e incisiva.
A los oficiales italianos que lo recibieron les causó una grata impresión, a pesar de que, casi con seguridad, muchos de ellos sabían que el hombre al que saludaban, era conocido, además de por su brillante comportamiento en la reciente campaña de Francia, por una serie de proezas asombrosas realizadas en noviembre de 1917, cuando siendo oficial de las tropas de montaña del Imperio alemán, rodeo una fuerte posición italiana en el monte Mataiur e hizo 6 000 prisioneros, hazaña seguida por otra en Longarone, en el valle del Piavé, al norte de Treviso, donde hizo en un día otros 8 000 prisioneros más, acción por la que había recibido la medalla Pour le Mérite, la más alta distinción militar alemana.
Cuando pisó suelo africano no podía decirse que la situación del ejército italiano, sus antiguos enemigos y ahora aliados, fuese la mejor, pues de hecho, solo unos días antes, el 7, el teniente general O’Connor había dado un golpe definitivo y demoledor a las tropas del mariscal Graziani en Beda Fomm, y nada había ya entre sus vanguardias acorazadas y Trípoli. La guerra en el norte de África parecía decidida.
Para llegar a semejante estado de cosas es preciso contar algo de historia. Durante la Primera Guerra Mundial, Egipto se había convertido en una posición esencial de la estrategia del Imperio británico, pues era el eslabón principal de la cadena que unía el Mediterráneo con la India, además de un núcleo esencial de las operaciones militares contra el Imperio otomano. Independiente desde 1922, Egipto suscribió en 1936 un acuerdo con el Reino Unido por el que se permitía una guarnición británica de 10 000 hombres, el control del Canal de Suez, y todo tipo de facilidades en caso de guerra.
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, Egipto2 tenía la misma importancia que siempre, pero la entrada en guerra de Italia cambió sustancialmente la situación, pues los italianos eran desde 1911 los señores de Libia, que habían obtenido tras una guerra contra Turquía —en la que recibieron también Rodas y el Dodecaneso—, y por lo tanto sus incómodos vecinos.
Si la amenaza en 1914 vino para Egipto del este, ahora venía del oeste, de la misma nación a la que los británicos ayudaron contra las tribus armadas por los alemanes durante la guerra anterior, pues aunque en la Primera Guerra Mundial Italia y Gran Bretaña habían sido aliados y las relaciones habían permanecido cordiales en los años veinte, la invasión de Abisinia — Etiopía— en 1935 abrió una brecha entre ambos gobiernos que ya no pudo cerrarse, pues se amplió con la implicación directa con tropas de Italia en la Guerra Civil española.
Durante más de quince años, el gobierno fascista de Italia había ido haciendo un esfuerzo notable para rearmar a su ejército, en un vano intento de poner a sus fuerzas armadas a la altura de la bravuconadas de Mussolini, que pensaba que podía convertir a su nación en una temida superpotencia. El resultado a comienzos de la década de los años cuarenta fue que los intentos de adaptación de sus obsoletos sistemas a la guerra y a la tecnología modernas habían sido claramente insuficientes.
Tanto el ejército de tierra como la armada y la fuerza aérea, a pesar de las experiencias de Abisinia y España, mantenían una rigidez doctrinal absurda, los entrenamientos, el material y el equipo no estaban a la altura de lo que se les iba a exigir, por lo que no es de extrañar que cuando entraron en la guerra la conmoción sufrida fuese demoledora.
Para los italianos, vencedores en la guerra contra los turcos en 1912, y nuevos dueños de Libia, la conquista del inmenso interior del país no resultó tan sencilla, y la conquista y pacificación de Tripolitania y el Fezzan duró años. La declaración de guerra de Italia a Austria-Hungría primero, y a Alemania y Turquía después, complicó las cosas, pues aunque había una especie de tregua tácita con los senussi desde 1915, los turcos los apoyaron con armas y asesores, con las que atacaron también el vecino Egipto.
Finalmente, entre 1922 y 1931, Italia llevó a cabo una brutal guerra contra los rebeldes libios, a los que masacraron3 con el uso de las armas más avanzadas que tenían, y a su término Italia fue por fin la soberana real del inmenso territorio libio, creando puestos fortificados y pistas para vehículos y aeropuertos.
Durante la campaña contra los senussi, los italianos descubrieron la importancia del uso de blindados en las operaciones de amplio radio en el desierto, de las comunicaciones y de la observación aérea, pero a pesar de declaraciones como las que hizo el mariscal Grazziani, que consideraba al ejército italiano como el más preparado del mundo para la lucha en el desierto, la realidad era otra.
La entrada en la guerra de Italia fue un fiasco, pero lo que ocurrió en Libia y Egipto en el primer año de guerra tuvo un efecto más psicológico que real, pero que provocó tanto un complejo de inferioridad en los italianos, como de superioridad en los británicos, que se mantuvo toda la guerra y que todavía existe en cierto modo en la opinión pública, donde se trata el comportamiento de los italianos en la guerra de una forma a menudo muy injusta.
Sobre el papel, era evidente que entre italianos y británicos en el teatro de operaciones de Libia-Egipto la superioridad de los primeros parecía abrumadora, pero las cosas no eran tan sencillas. En junio de 1940 en Libia no había ni siquiera carros medios M-11/39 —unos 70 estaban en Italia, y los 24 que había en África se habían enviado al AOI4—, y si bien no eran gran cosa, al menos tenían un cañón, no como las tanquetas L3, biplazas, armadas con ametralladoras y con un blindaje muy pobre, que era el único blindado con el que contaban en el desierto.
La motorización era también muy pobre, faltaban vehículos todoterreno adecuados, y solo había 3 200 camiones, la red ferroviaria no era gran cosa y apenas se había trabajado en mejorar el transporte naval de cabotaje. La Vía Balbia, una enorme carretera que iba por el litoral, era la única digna de tal nombre y, por si fuera poco, al menos el 80% de los suministros eran enviados al puerto de Trípoli, porque ni Bardia, ni Bangasi, y ni siquiera Tobruk, tenían capacidad para absorber más tráfico.
Ello condenaba a los italianos —y luego a los alemanes— a tener que enviar combustible, municiones, armas y agua, que no hace falta decir que es vital en el desierto—, a través de una ruta inmensa y susceptible de ser atacada por la aviación e incluso por incursiones de tropas móviles enemigas.
La falta de camiones y vehículos de transporte provocaba otro problema táctico, y es que los camiones o tractores con los que la infantería artillería anticarro podía ser desplazada para oponerse a las más móviles fuerzas británicas debían de ser destinados a operaciones logísticas. Esto condenaba a una parte enorme de las tropas italianas a operar solo en posiciones estáticas y defensivas, o a moverse a pie, bajo el calor, cargando con la comida y el agua, las armas, las municiones y el equipo5.
Con esta situación tuvieron que atender a dos frentes, pues tenían al este a los franceses en Túnez y Argelia. Aunque Francia había diseñado un dispositivo de carácter defensivo, con la construcción de la línea Mareth, y no realizó acciones ofensivas, obligó a los italianos a destacar infantería y artillería para contrarrestar la superioridad de los carros franceses.
Los británicos tenían algo menos de 50 000 hombres en Egipto —su cifras siempre hablan de unos 36 000—. Sus unidades no estaban al completo de sus efectivos, destacando la 7.a División Acorazada —apenas un veinte por ciento de su fuerza teórica—, una parte muy amplia de la 4.a División India, aproximadamente una tercera parte de la División Nueva Zelanda, dos regimientos de artillería y unos 14 batallones británicos de diversos orígenes6.
Pero lo mejor de la posición británica era Egipto, una posición de primer orden. Llave de las comunicaciones entre el Mediterráneo y el Índico, antes de la guerra se había realizado un impresionante programa de mejora de puertos, muelles y depósitos de suministros. Así se mejoraron las carreteras y líneas férreas y se construyeron nuevos aeródromos, que podían dar cobertura a un ejército de más de un cuarto de millón de hombres. Incluso se había atendido a la navegación de cabotaje tanto en el Mediterráneo como en el Mar Rojo.
Todas estas providenciales medidas sirvieron a Gran Bretaña para contar con una serie de ventajas logísticas que resultaron decisivas en la gran crisis de 1942, y que fueron, sin duda, un elemento clave en su victoria final7.
En cuanto a las tropas presentes en Egipto, fueron sin duda de lo más adecuadas. Disponían de una aceptable formación de guerra en el desierto y estaban casi totalmente mecanizadas, con vehículos blindados, tanquetas y carros medios crucero, a lo que se sumaba que la Western Desert Force del general O’Connor, excelentemente equipada y entrenada, estaba formada por hombres experimentados y agresivos8.
Para sorpresa de ambos bandos, y diríamos que del mundo entero, Italia, que era la nación que había declarado la guerra, parecía no estar dispuesta a intervenir en ella. Faltaba un plan claro y realista de lo que se podía hacer. Abrumados por el temor a los aliados franco-británicos, que superaban en África con mucho a los italianos, se ordenó al mariscal Italo Balbo, gobernador de Libia, que mantuviese a la defensiva, en espera de acontecimientos, y solo con la rendición de Francia se le empezó a presionar para que actuase con más agresividad.
Balbo, al que habitualmente se alaba mucho, era indiscutiblemente un hombre muy preparado y de valía, pero su obra como responsable militar en Libia dejó mucho que desear. En los años que tuvo para prepararlo todo —desde 1933—, podía haber mejorado los puertos de Cirenaica, para no depender tanto del de Trípoli, establecido algún sistema de alerta temprana antiaérea o ampliado la red de carreteras y mejorado los ferrocarriles. Por supuesto, no hizo nada de eso, pero ni siquiera se molestó en mejorar las defensas antiaéreas de los aeropuertos o establecer sistemas telefónicos y de comunicaciones más modernos9.
En una guerra que se intuía iba exigir movilidad, en vez de centrarse en lograr recursos sencillos y eficaces, como tractores para la artillería, camiones, vehículos blindados y carros de combate, desperdició dinero y tiempo en cosas como poner a punto una división Libia de paracaidistas, para luego pedir a Roma, cuando la guerra ya estaba en marcha, recursos y medios que él tenía que saber que no existían. Y cuando comprometió por fin una fecha para ofensiva contra Egipto —el 15 de julio—, esperaba contar al menos con los 70 M-11/39 disponibles en Europa y 1 000 camiones estándar y 100 cisterna, ya que, sin ellos, creía que cualquier ataque estaría condenado al fracaso.
Sobre el papel, no obstante, sus fuerzas eran impresionantes, disponía de 236 000 hombres, 1 811 cañones, 339 carros (en su mayor parte tanquetas L3) y 151 aviones. Al rendirse Francia, el 5.° Ejército, situado en la frontera con Túnez podía, además, ser enviado como refuerzo al 10.° Ejército que defendía la frontera con Egipto.
Durante el verano de 1940 se produjeron pequeños encuentros en los que los británicos, agresivos y organizados en pequeñas unidades móviles demostraron una superioridad notable10. La presión de Mussolini sobre el mariscal Graziani —sustituto de Balbo, muerto en un accidente aéreo— fue en aumento, y se le exigió adoptar una actitud más ofensiva. Finalmente, entre el 13 y el 20 de septiembre, 4 divisiones reforzadas y 200 carros invadieron Egipto.
Lentamente, los italianos avanzaron unos 70 kilómetros, tomaron Sidi Barrani y se detuvieron en espera de suministros y refuerzos, para lo cual establecieron un frente fortificado de unos 50 kilómetros y se situaron a la defensiva.
El general Wavell se vio obligado a enviar tropas a Creta y no recibió los 150 tanques que le habían prometido para septiembre, por lo que limitó los planes de su pequeña pero efectiva fuerza móvil a un golpe contra las defensas italianas, un raid de cinco días, en el que pondrían a prueba al enemigo.
La operación, denominada Compass, se fijó para el 9 de diciembre, día en el que la 4.a División India tomó los campos fortificados de Nibeiwa y Tummar y la ciudad de Sidi Barrani, mientras los carros de la 7.a División Acorazada avanzaban por el desierto en un movimiento de gancho.
El asalto inglés tuvo un éxito espectacular, que superó los campos de minas y sorprendió completamente a los defensores, que no imaginaban que algo así pudiese suceder11. Por si fuera poca desgracia para los italianos, si ya los carros crucero A-10 eran muy superiores a los M-11/39, los Matilda no tenían rival, y sus corazas frontales de 78 mm los hacían casi invulnerables, a pesar de que, con frecuencia, los artilleros italianos combatieron hasta la muerte.
En solo tres días de combates se rindieron 38 000 hombres, cayendo en manos británicas 237 cañones de campaña y 73 tanques, por lo que el 11 de diciembre Wavell pudo enviar a la 4.a División India a África del Este, y en cuanto llegó su reemplazo, la 6.a División Australiana, volver a retomar la ofensiva, si bien antes, el 20 de diciembre, había logrado expulsar a los italianos de Egipto. El Reino Unido había conseguido, por fin, una victoria en la guerra.
Lo que ocurrió después fue una repetición a gran escala de lo que había pasado desde que los británicos comenzaran sus ataques masivos, y el 1 de enero, el XIII Cuerpo, nombre que ahora recibió la Western Desert Force, entró en Libia siguiendo la costa y tomó Bardia, logrando en las semanas siguientes capturar todas las ciudades costeras, incluyendo Tobruk, Derna y Bengasi.
La conquista de Cirenaica fue un éxito asombroso por la rapidez con la que se logró, pero eso no fue todo, y el 5 de febrero las vanguardias acorazadas inglesas cortaron la retirada a los italianos que retrocedían por la Vía Balbia —la carretera costera— y les infligieron una terrible derrota en Beda Fomm.
Cuando el 9 de febrero de 1941 las tropas británicas detuvieron su avance ante El Agheila, habían aplastado a un ejército gigantesco de casi un cuarto de millón de hombres, y humillado a Mussolini a cambio de solo 500 muertos, 1 373 heridos y 56 desaparecidos. Para la escala a la que se habían librado los combates, la victoria inglesa era incontestable.
Los desmoralizados 9 000 soldados italianos que defendían el frente, podían haber sido barridos, pero los británicos no tenían medios para proseguir el avance, por lo que durante unos días la situación iba a estabilizarse. Graziani fue relevado por el general Gariboldi, y las tropas italianas fueron reforzadas a toda prisa desde el sur de Italia, si bien el apoyo importante iba a llegar desde mucho más lejos, desde una Alemania que, despectivamente, estaba indignada por el por el pobre papel que estaban jugando sus aliados.
1.1Sonnenblume: Llega Rommel
En realidad, el interés alemán por ayudar a su inestable aliado italiano había comenzado bastante pronto, y en contra de lo que se cree habitualmente, fueron los alemanes los primeros en mover ficha, pues ya en julio de 1940, a los pocos días de la entrada de Italia en la guerra, se sugirió a los italianos que la Luftwaffe podía atacar el canal de Suez desde el Dodecaneso, en concreto desde la base de Rodas. Curiosamente, los alemanes no presionaron a sus nuevos aliados para que atacasen Malta, algo de lo que tuvieron tiempo de arrepentirse, pues pensaban que la isla no era tan poderosa y caería como fruta madura cuando la Royal Navy perdiese el control del Mediterráneo.
La suspensión de la operación Seelöwe —León Marino, la invasión de Gran Bretaña— y las crecientes dificultades alemanas para imponerse a los tercos isleños hizo que el Alto Mando alemán examinase otras opciones para dañar a su enemigo12. Entre ellas estaba el interés de la Kriegsmarine por Suez, que consideraban un objetivo estratégico fundamental si se quería vencer a los británicos en una estrategia global. En consecuencia, ofrecieron un incremento del apoyo a la Regia Marina italiana, desde el envío de submarinos al Mediterráneo hasta presionar para que Hitler tomase en consideración sus propuestas de acción en el frente sur del Eje.
Finalmente Hitler fue convencido y, tras el verano, envío a generalmajor Wilhelm Josef von Thoma13a Libia para que estudiase la conveniencia de enviar una fuerza mecanizada al norte de África, poniendo además en alerta a la 3.a Panzerdivision, por si fuese necesario su envío urgente.
Von Thoma entregó su informe el 24 de octubre, y en él insistía en que las dificultades del abastecimiento a un cuerpo numeroso de tropas haría muy costosa y complicada la operación, por lo que aconsejaba que si había que ayudar a los italianos se hiciese sin involucrar en un escenario de lucha tan diferente a las tropas de la Wehrmacht.
Hitler se había entrevistado con el Duce en el paso de Brenero veinte días antes de que Von Thoma entregase su informe, y en la reunión, Mussolini no pareció acoger bien la propuesta alemana, por lo que el Führer archivó el asunto14. No obstante, el 20 propuso a Mussolini por carta el uso de bombarderos de amplio radio de acción contra el tráfico marítimo británico en el Mediterráneo, algo que los italianos aceptaron. Así comenzó el 10 de diciembre la conocida como operación Mittelmeer, para la que fue seleccionada el Fliegerkorps X, que se encontraba destinado en el terreno de operaciones más opuesto que pueda imaginarse, en Noruega, pero que estaba especializada en ataques contra buques. Con su tradicional eficacia, los alemanes actuaron con celeridad, y el 8 de enero de 1941 ya estaban en Italia 96 bombarderos, que contaron pocos días después con 25 cazas bimotores Messerschmidt Bf-110, que el día 10 comenzaron sus misiones de combate.
El éxito alemán fue notable, y tan solo un día después del inicio de sus ataques, el portaviones HMS Ilustrious fue alcanzado cuando intentaba desesperadamente proteger al convoy Excess, que se refugió en Malta, donde se comenzó a sentir la presión de los alemanes e italianos de forma cada vez más intensa. El Ilustrious logró escapar del acoso y llegar a Alejandría, pero durante meses estuvo fuera de servicio, lo que afectó gravemente a la capacidad aeronaval de la Royal Navy y amentó sus dificultades para proteger las vital ruta de comunicación entre Suez y Gibraltar. No es de extrañar que el propio Churchill afirmase que la llegada del Fliegerkorps X «señalaba el comienzo de sucesos funestos en el Mediterráneo».
Desde sus bases de Rodas, los alemanes estaban en condiciones de dañar seriamente la estrategia británica y, en combinación con la aviación italiana, obligar a reforzar las defensas del canal de Suez en detrimento de otras zonas y, además, comprometer la política británica en Oriente Medio, donde los ingleses podían enfrentarse a revueltas e insurrecciones.
Como siempre, fue la Kriegsmarine la que animó al Alto Mando alemán a esforzarse en apoyar a los italianos, pues consideraba esencial expulsar a los británicos del Mediterráneo si se deseaba lograr la victoria. Convencido de nuevo Hitler, emitió la Directiva 22, en la que razonaba sobre las razones políticas e incluso de prestigio que exigían la asistencia que debía prestarse a los italianos en el frente Mediterráneo. Para conservar a toda costa Tripolitania, se adoptó la decisión de enviar un destacamento especial —Sperrverband—, en una operación de bloqueo que tomó el nombre clave de Sonnenblume —Girasol.
La cuestión que tenía que debatir el Estado Mayor alemán era qué fuerza se enviaría al desierto Libio y cómo formarla. Se decidió usar parte de la 3.a Panzerdivision para formar el núcleo de la nueva 5.a División Motorizada, que se puso al mando del experimentado generalmajor Johannes Streich, mientras que se examinaba cómo solucionar la pesadilla logística que iba a producirse si se deseba mantener operativa una fuerza mecanizada en África. Mientras el Führer había exigido a Mussolini que defendiese la línea de Sirte en vez de concentrarse en torno a Trípoli, a lo que el Duce accedió, comprometiendo entonces el envío de una división motorizada y otra acorazada, que el 6 de febrero fueron puestas bajo el mando del generalleutenant Erwin Rommel. Su misión inicial era muy sencilla, bloquear todo intento de avance británico hacia la capital Libia y, si podía, ayudar a los italianos a expulsar al enemigo de Cirenaica, pero nada más.
En Libia desde el 12, el día 19 Rommel supo que su unidad disponía de un nombre: Deutsches Afrika Korps (DAK), y durante los primeros días de su estancia en Libia, Rommel efectuó vuelos de reconocimiento sobre el territorio y, el 14, con la aprobación de Mussolini, tomó el mando de todas las fuerzas del Eje en la zona. Su primera orden fue enviar a todas las tropas italianas disponibles al frente de Sirte. Si había que detener a los británicos, había que actuar deprisa.
Un batallón antitanque alemán y el 3er Batallón de Reconocimiento fueron enviados al frente unas horas después de la partida de los italianos. Su audacia y su temperamento natural lo empujaban a la lucha, ahora solo faltaba por ver cómo reaccionaba el enemigo. La suerte estaba echada.
1.2El lugar de la improvisación
La guerra en el desierto tiene sus propias reglas, pero una de las grandes novedades de la campaña que comenzó al entrar Italia en guerra es que se pudo comprobar hasta qué punto la tecnología moderna las había cambiado.
Es cierto que el uso de vehículos blindados a motor en el desierto era algo antiguo, pues los propios británicos habían actuado en la Primera Guerra Mundial en Libia para combatir a los senussi armados y asesorados por los turcos. También los italianos habían obtenido una gran experiencia en los años veinte, por lo que en principio se suponía que ambos bandos sabían que los vehículos blindados y los carros de combate iban a ser decisivos en la guerra en el desierto, pero los italianos parecieron no haberse enterado.
En contra de lo que muchos piensan, el desierto es un territorio variado en su orografía y aspecto, que cuenta con zonas muy diversas, como el erg, tierra de dunas de arena móviles de no más de veinte metros de altura, que cambian con el viento y modifican la orografía del terreno. La arena de los erg es una pesadilla para hombres y máquinas, pues los afecta por igual, ya que se cuela en los motores, daña las cubiertas y obliga a un costosísimo trabajo de mantenimiento.
A diferencia del erg, el reg es el terreno duro, pedregoso y llano que se extiende a lo largo de kilómetros y kilómetros por algunas zonas del desierto de Libia y de Egipto. Es una zona falta de vegetación, desolada e inmensa, que en algunas de sus capas basálticas, cuando llueve, forma pequeñas lagunas que camellos y otro ganado usan como abrevadero e incluso permiten, en invierno, la formación de pastos.
Luego están los uadi, cauces secos de los ríos, testimonio de los tiempos en los que el Sáhara era una región llena de praderas y sabanas, y las sebjas, depresiones del suelo, zonas en las que se ha hundido. Son áreas complicadas de recorrer y muy difíciles de transitar cuando llueve.
La hamada es un páramo de piedra, desolado, sin apenas agua y sin pastos, si bien es un territorio en el que abunda la caza. o existe en la zona en la que operó el Afrika Korps, salvo las operaciones en áreas muy meridionales en las que participó el Sonnderkommando Dora. Finalmente, hay zonas montañosas y rocosas formadas por valles angostos y pasos intrincados, como los que forman el Paso de Halfaya, en la frontera entre Egipto y Libia, donde era factible fortificarse y crear nidos artilleros muy poderosos.
Adaptarse a una guerra en este medio, en el que siempre falta el agua hace un espantoso calor por el día y frío por la noche, es realmente difícil. Además, como hemos visto, es imposible llevar adelante una guerra moderna en el desierto que no sea mecanizada, en la que hombres y vehículos, sean cuales sean estos, formen un equipo inseparable.
Al tratarse de un terreno complicado, es vital disponer de buena información, por lo que el espacio debe ser explorado desde el aire y desde tierra, de forma intensa, para prevenir emboscadas y trampas y para localizar los puntos de concentración del enemigo, en un medio en el que los blindados del adversario pueden desplazarse de un lado al otro como en el océano. Pronto se descubrió también que la exploración de amplio radio podía permitir la realización de ambiciosas incursiones mucho más allá de las líneas del enemigo, algo en lo que, a pesar de algunas acciones brillantes de unidades especiales italianas yalemanas, los británicos fueron maestros.
Cuando llegaba la noche, si se acampaba al raso, los vehículos debían quedar protegidos. Para ello se rodeaba la zona de acampada, en la que se abrían trincheras y pozos de tirador para cubrir el área de descanso.
Respecto a cada vehículo, es en sí mismo un combatiente independiente y autónomo que debe cargar con combustible, agua, botiquín, alimentos repuestos y municiones, para en caso de quedar dañado por el fuego enemigo o averiado, convertirse en una pequeño box15 y no ser nunca abandonado. Sin embargo, aun quedándose solos, los tripulantes deben organizarse para crear un perímetro defensivo, racionar agua, comida y municiones e intentar su reparación hasta la llegada de apoyo. Igualmente en el combate, el conductor, como quienes se ocupan del armamento pesado —ametralladoras, cañones o morteros—, han de combatir desde el vehículo, y el resto hacerlo desde tierra bajo su apoyo.
Los alemanes, que contaban con una sofisticada doctrina operativa que en los primeros años de la guerra, en las campañas de Polonia y Francia, habían ido depurando y mejorando, se adaptaron a la perfección al alto nivel de desempeño que el nuevo medio les exigía, para sorpresa de sus enemigos más experimentados, e incluso de ellos mismos, y en pocos meses lograron adaptar a la perfección sus tácticas a la guerra en las soledades de Libia y Egipto.
1.3La primera campaña
El 24 de febrero de 1941, un pequeño destacamento australiano apoyaba a una patrulla del 1.er Regimiento de Dragones del Rey cuando localizó unos extraños vehículos que no le resultaban habituales. Lo que ocurrió a continuación fue que los extraños aparecidos destruyeron dos de sus vehículos blindados, un camión y un todoterreno, y capturaron a un oficial y dos soldados. Los aliados sabían ahora que tenían un nuevo enemigo enfrente. Wavell y su Estado Mayor, comprometidos con el envío de refuerzos a Grecia, no hicieron demasiado caso de la novedad. Tal vez no podían hacer otra cosa, pero pronto se iban a arrepentir.
Dando por hecho que los italianos del general Gariboldi podrían resistir en Sirte, la idea de Rommel era concentrar todas sus fuerzas y presionar a los británicos al máximo hasta que estuviera listo. Eso, al principio, solo podía lograrse desde el aire, por lo que fue una buena noticia la llegada de 50 Junkers Ju-87 Stuka y 20 Messerschmidt Bf-110 del Fliegerkorps X, al mando de su generalmajor, Stefan Frölich, ahora flamante fliegerführer Afrika.
Con sus aparatos y los Junkers Ju-88 y Heinkel He-111 con base en Sicilia, Rommel podía acosar sin descanso a las tropas británicas y a su columnas móviles y de suministro en el desierto, para lo que solicitó que se bajase la intensidad de los ataques sobre Malta y se concentrasen en Libia.
Rommel había ordenado a sus tropas que tanteasen al enemigo para comprobar su respuesta, y el 16, solo dos días después de haber tomado el mando, decidió actuar al margen de las instrucciones recibidas y guiarse solo por su intuición, que le decía que los británicos no iban a lanzar ninguna ofensiva contra Tripolitania, al menos de forma inminente, pues la conclusión de los primeros combates parecía indicar que los británicos actuaban con gran cautela.
La razón era, y Rommel no lo sabía, que enfrente no tenía prácticamente a nadie, pues el grueso de las tropas británicas y de la Commonwealth que habían vencido en Beda Fomm, habían regresado al delta del Nilo para reponerse o ser relevadas, o se encontraban en Grecia, de manera que los alemanes carecían de un rival de entidad enfrente, pues la mayoría eran tropas inexpertas mandadas por oficiales que no sabían apenas nada de la lucha en el desierto.
Obviamente, el general alemán hubiese sacado partido de la situación de haber sabido a qué tipo de enemigo se enfrentaba, pero aun a pesar de su relativa prudencia, y a que sus tropas actuaban en marchas cortas y acciones controladas para ir habituándose al terreno e ir conociendo sus peligros, y las circunstancias de la lucha en un territorio tan complicado, el día 28 una unidad alemana tuvo un serio encuentro con el enemigo en Nofilia, a más de 120 kilómetros de Sirte, algo que demostraba a las claras que no iba a producirse un ataque británico y que los británicos no eran tan peligrosos como les pintaban los italianos.
Dispuesto a aprovechar lo que él veía como una gran oportunidad, Rommel viajó a Alemania el 19 de marzo y en Berlín solicitó autorización para atacar El Agueila, ya que el 5.° Regimiento Panzer ya estaba en el frente y creía, con razones de peso, que podía tener éxito. El generalfeldmarschall Walter von Brauchistsch le comunicó que no había intención de apoyarle con más medios de los que disponía, más la 15.a Panzerdivision, pero se le autorizó a llevar adelante el ataque a finales de mayo si veía clara la situación, cuando la citada división estuviese al completo. Rommel tuvo la impresión de que él y su pequeño ejército no formaban parte de la estrategia fundamental y prioritaria de su país. No sabía hasta qué punto esto era cierto16.
De regreso a África, decidió seguir adelante con su plan, y el 13 de marzo sus avanzadillas ocuparon el oasis de Marada. El 23, por comunicaciones de radio interceptadas, supo que el enemigo se retiraba de El Agueila, por lo que aceptó la propuesta de Streich de realizar un reconocimiento en fuerza hasta Mersa Brega. Al día siguiente las tropas alemanas tomaron El Agueila con su importante sistema de abastecimiento de agua, y el 30 en Berlín sabían que Mersa Brega había caído también. Ahora empezaba lo serio, pues el siguiente objetivo, si Rommel quería seguir adelante, era Bengasi, un hueso más duro de roer. Iba a comenzar la carrera por Cirenaica.
La verdad es que la situación de los británicos no estaba a la altura de lo que podía esperarse de los flamantes vencedores de la campaña del año anterior. Aunque Wavell seguía con su mente puesta en Grecia, atendió con interés a las propuestas de sus comandantes en Libia, que en su totalidad, valoraban especialmente el mantener la cohesión y la fuerza de su pequeña fuerza acorazada y mecanizada, pues el terreno en el desierto era menos valioso, si bien por razones de prestigio, se pensaba que era preciso mantener Bengasi, y sobre todo Tobruk, que en tanto estuviese en manos de los aliados impedía cualquier intento serio del Eje sobre Egipto.
Para reforzar las defensas de Tobruk, y reparar y mejorar el viejo sistema defensivo italiano, tuvo que dejarse allí a una de las tres brigadas de la excelente y fogueada 9.a División Australiana, una formidable fuerza de infantería que destacaba mucho ante la 2.a División Acorazada británica, unidad que de acorazada tenía poco más que el nombre, pues una gran parte de sus carros crucero eran antiguos o estaban muy dañados, y los M-13/40 italianos capturados eran poco más que basura con cadenas.
El resto lo formaban la 3.a Brigada Acorazada, también británica, y la 3.a Brigada Motorizada India. La ausencia de apoyo aéreo era dramática —sólo contaba con dos cazas y un bombardero, así como con una pequeña escuadrilla de cooperación con el ejército—, por lo que la aviación del Eje dominaba el aire, a pesar de que no era gran cosa.
La resistencia en Mersa Brega fue dura, pero la lucha que siguió en los días siguientes tuvo una importancia mayor en lo psicológico que en lo material. Rommel había combatido contra los ingleses en Francia, pero la 3.a Panzerdivision, que había sido la fuente de la 5.a División Ligera, solo había combatido contra los franceses, y nada sabía de la testarudez de los británicos, por lo que quedó enredada ante su firme resistencia y fue bloqueada en la franja de terreno que había entre la costa y las marismas. Solo la escasa luz que quedaba y el polvo que ocultaba su visión a las vanguardias inglesas impidieron que sufriese un fuerte descalabro.
La victoria final alemana, cuando el DAK lanzó un fuerte contraataque que los británicos no pudieron repeler, marco un importante hito, que quedó grabado en la mente de los combatientes; primero, se había logrado expulsar a los británicos de una posición sólida, bien defendida y junto al mar; segundo, los alemanes habían ganado confianza y se vieron desde ese momento convencidos de que sus tácticas y sus sistemas de combate eran tan eficaces en el desierto como en cualquier otra parte; tercero, Rommel tenía razón, y los británicos podían ser expulsados de Cirenaica.
El 2 de abril, en Agedabia, Rommel tenía que decidir qué camino seguir, pues había tres posibilidades: ir directamente por la costa contra Bengasi, importante puerto que era además un centro de abastecimiento y distribución; marchar con rumbo a Mechili, por la ruta de Tengeder, muy al interior, y dirigirse también a Mechili, pero por una vía intermedia entre la primera y la tercera, a través de Msus.
Si alguien había escrito que un comandante no debe dividir sus fuerzas en campaña ante un enemigo que se retira, Rommel, siempre al margen de la aparente lógica, tiró el manual a la basura y ordenó a las unidades móviles italianas unirse a las alemanas y perseguir implacablemente a los aliados por las tres rutas, dejando a la infantería italiana la tarea de ocupar el territorio reconquistado y limpiar las posibles bolsas de resistencia.
Wavell, decepcionado con el comportamiento de sus jefes, ordenó al general O’Connor17, que acaba de regresar al desierto, que tomase el mando, e impidió que se abandonase Bengasi, lo que perjudicó el plan de Gambier-Parry, comandante de la 2.a División Acorazada, de mantener su unidad junta, pues tuvo que prescindir de su Grupo de Apoyo, lo que debilitó mucho su fuerza.
Por si fuera poco, para entonces la 3.a Brigada Acorazada solo contaba con 22 de sus carros cruceros y 21 ligeros, estando muchos de ellos averiados y en muy mal estado, lo que no impidió que en los choques librados en medio del polvo del desierto los combates entre carros de ambos bandos quedasen bastante equilibrados.
En los días siguientes la presión alemana continuó. Rommel era un jefe implacable, que consideraba que la eficacia normal de sus unidades debía rozar la perfección. Aunque desesperados por el trabajo y el nivel exigido, los componentes del Afrika Korps empezaban a tomar conciencia de su valía y se daban cuenta de que tenían un jefe de mente ágil, pensamiento audaz y realmente excepcional.
Rommel actuó con su energía habitual y ordenó descargar todos los camiones disponibles y se los envío a Streich, que aseguraba que necesitaba cuatro días para municionarse y reponer combustible, y se logró hacerlo en solo veinticuatro horas. Esta muestra de improvisación y capacidad de organización del Afrika Korps se acabaría convirtiendo en una leyenda.
Así por ejemplo, Rommel formó varias columnas móviles con lo que tenía a mano, y en horas las envío hacia objetivos distantes; así, la División Acorazada italiana Ariete fue enviada a Mechili, y la unidad de Streich hacia Tobruk —con una compañía contracarro, otra del 5.° Regimiento Panzer y el 8.° Batallón de Ametralladoras; el núcleo del 5.° Regimiento Panzer, junto al 2.° Batallón de Ametralladoras y un batallón de Ariete fueron a Msus, y el generalmajor Heinrich Kirchheim, que se encontraba de visita, se vio sorprendido al recibir la orden de dirigir la División italiana Brescia a Jebel Adjar.
Para finales de la primera semana de abril, las unidades acorazadas británicas tenían tal cúmulo de problemas mecánicos, de suministro de piezas y material e incluso de combustible, que estaban llegando al límite de su capacidad operativa. Una serie de errores de información aumentó el desastre, pues se creó una enorme confusión que empeoró cuando la Brigada de la Francia Libre, que defendía Msus, recibió un informe falso sobre la aproximación enemiga y destruyó el combustible que custodiaba, de forma que dejó a la 3.a Brigada Acorazada en una situación muy comprometida la mañana del 4 de abril.
Las tres puntas de la ofensiva del Eje habían ido avanzando sin ser vistas por las unidades de reconocimiento aliadas, y el 3.er Batallón de Reconocimiento entró en Bengasi sin resistencia, pero los vitales suministros estaban ardiendo. Al partir hacia el este tuvieron un serio contratiempo, al chocar contra un batallón de infantería australiana, el 2/13.°, que apoyado por cañones de 23 libras del 51.° Regimiento de Campaña de Artillería Real, les causó grandes pérdidas.
Sin embargo, tanto la columna que avanzaba hacia Mechili por Tengeder, como la que lo hacía por Msus, alcanzaron su objetivo sin que la 2.a División Acorazada fuese ya un obstáculo serio, pues literalmente se estaba desintegrando. En Mechili, la 3.a Brigada Motorizada India y los rezagados que se había ido uniendo a ellos apenas tenían armas antitanque y no podían presentar una resistencia seria, y los australianos sabían que la única solución era replegarse a la mayor velocidad posible hacia Tobruk, donde el resto de sus compatriotas habían reforzado y mejorado las defensas.
El avance italo-alemán continuó en medio de tormentas de polvo en el que amigos y enemigos estaban a veces tan próximos que podían verse, pero no siempre se reconocían, y el propio Rommel aterrizó con su avioneta ligera de observación, una Fiseler Storch, al lado de una columna inglesa que tomó por alemana, y poco después sufrió el ataque de las armas antiaéreas de la División Ariete, cuando un batallón de Bersaglieri lo tomó por un aparato enemigo.
Las tropas británicas, confundidas y en desorden, estaban ya derrotadas, y en los siguientes tres días, hasta el 7 de abril, miles de hombres fueron hechos prisioneros entre Mechili y la carretera costera en Derna, entre ellos los generales O’Connor y Gambier-Parry, que tras una infructuosa salida de Mechili entendió que la 3.a Brigada Motorizada India no tenía otra alternativa que la rendición.
La puerta de Egipto quedó abierta el día 7, pues las únicas unidades aliadas en condiciones de combatir, es decir, los australianos y una mezcolanza de restos de las unidades británicas destruidas, se habían concentrado en Tobruk, y si bien mantenían el vital puerto en sus manos, no había nadie que pudiese impedir a Rommel entrar en Egipto.
El día anterior, Anthony Eden ministro de Asuntos Exteriores británico, que estaba en El Cairo, conferenció con los mandos del ejército, la armada y la fuerza aérea sobre cómo estabilizar el frente. Sir Andrew Cunningham aseguró que la Royal Navy podía mantener abastecida la guarnición, pero no indefinidamente y, por supuesto, siempre que se pudiese mantener alejadas a las fuerzas del Eje de Alejandría.
El 8 Wavell voló a Tobruk, y solicitó a los jefes australianos —Lavarack, que quedó al mando de todas las fuerzas en Cirenaica, y Morshead, que quedó como comandante de la ciudad y sus defensas—, aguantar por ocho semanas más, tiempo que estimó suficiente para poder detener a Rommel.
Todos los planes aliados se vinieron abajo desde el mismo momento en que los alemanes estaban ya a las puertas de la ciudad, pero la verdad es que las unidades del Afrika Korps estaban agotadas, con sus vehículos destrozados, escasos de combustible y con las tripulaciones de los carros y vehículos blindados necesitadas de un descanso, algo que Rommel sabía que no podían permitirse.
Se decidió que la agrupación de las desperdigadas fuerzas del Eje se hiciese en Mechili, donde alemanes e italianos fueron llegando agotados y exhaustos. La 15.a Panzerdivision de Von Prittwitz, comenzó a llegar el día 10 y Rommel parecía bastante convencido de que la victoria lograda era muy importante y que cuando tomase Tobruk y se apoderase del puerto y las reservas inglesas podría avanzar hacía Suez.
Todo exigía rapidez y, el 11, las primeras unidades del Eje alcanzaron las defensas avanzadas de Tobruk, siendo el 3.er Batallón de Reconocimiento y la 5.a División Ligera, las primeras unidades alemanas en llegar, junto a la vanguardia de las divisiones italianas Brescia y Ariete. Su actuación fue errática, pues actuaron sin un plan definido ante las primeras escaramuzas con las tropas australianas, tal vez porque las tropas del Eje habían llegado en pequeños grupos de forma fragmentaria. El caso es que uno de los combates cayó Von Prittwitz, y el propio Rommel decidió tomar el control y reordenar sus tropas.
Durante las semanas en las que se habían ocupado de reforzar y preparar las defensas de Tobruk los australianos habían hecho un buen trabajo. Los depósitos de agua estaban en perfecto estado y había comida y municiones de sobra para resistir un sitio, el dispositivo de defensa había sido reforzado y los australianos, animosos y duros, no iban a ceder fácilmente.
La artillería antiaérea era buena, y al sumarse a la defensa los restos de la 3.a Brigada Acorazada disponían de algo más de 30 carros ligeros y crucero y, hasta que fue imposible mantenerlos, incluso tenían un escuadrón de Hurricane listos para ayudar cuando llegaban los vitales suministros por mar. Finalmente, para apoyar a los defensores de Tobruk e impedir en lo posible la entrada en Egipto de Rommel, una fuerza móvil al mando del brigadier Cott se instaló en Halfaya, dispuesta a impedir que las tropas del Eje se moviesen con libertad.
En Tobruk, los australianos estaban a gusto. Morshead fue claro: «Aquí no va a haber ningún Dunkerque. Si hemos de largarnos, nos abriremos paso combatiendo. No habrá rendición ni retirada». La convicción de que iban a tener éxito era absoluta entre los australianos y el conglomerado de tropas británicas e indias que se les habían unido. El complejo sistema de defensas se extendía a lo largo de 48 kilómetros, mediante campos de minas, reductos artillados y protegidos con bosques de alambradas y nidos de ametralladoras.
La verdad era que Rommel desconocía la complejidad de las defensas aliadas —y el alto número de defensores—, y vencerlas exigías concentrarse en un punto, reunir en él todos los recursos disponibles y asegurarse mediante movimientos de diversión de que los defensores estaban distraídos en otros puntos. Todo ello exigía paciencia, amplios reconocimientos y un estudio en profundidad de las posibles alternativas, pues era evidente que los alemanes no habían hecho ni lo uno ni lo otro.
Tras el fracaso del día 11, Rommel ordenó que la 5.a División Ligera se desplazase hacia el este para cerrar completamente el cerco. Luego decidió que el 5.° Regimiento Panzer siguiese la ruta de El Adem. El coronel Olbrich se opuso, pero Rommel insistió e incluso se sumó personalmente al ataque, que fue un rotundo fracaso, cuando cayeron ante una tormenta de fuego; en tanto que al oeste, los italianos de la División Brescia fracasaron también, al ser rechazados con facilidad.
Tres días después, los italo-alemanes lo volvieron a intentar mediante un asalto masivo de tropas acorazadas e infantería, liderado por la 5.a División Ligera y la División Ariete. El resultado, que según la experiencia de Rommel en Francia, siempre era positivo, fue un fracaso total. Tras perder 17 carros, Olbrich retiró sus fuerzas mecanizadas y dejó sola a la infantería italiana y alemana, que sufrió un duro descalabro, especialmente la División Ariete, que no fue capaz de sostenerse ante la férrea defensa australiana.
Por si fuera poco, en un intento de recuperar su reputación, Ariete lanzó un ataque independiente poco después, que fue de nuevo rechazado con graves pérdidas. Desde ese día y sin interrupción, patrullas australianas atacaban las líneas de asedio del Eje y provocaban graves pérdidas, hasta el punto que los australianos se llegaron a convertir en los dueños de la noche y de la «tierra de nadie». Sin que apenas nadie se diera cuenta, la iniciativa estaba pasando a manos de los aliados.
En la frontera las cosas no iban mejor, el 16, el 3.er Batallón de Reconocimiento, que había alcanzado Bardia el 11, no sin sufrir constantes ataques del grupo móvil de Gott, veía que tenía dificultades para alcanzar Halfaya, y por vez primera desde su llegada a África, Rommel tenía ciertas dudas, que además se estaban extendiendo entre sus hombres.
Las líneas de suministro eran inestables y estaban demasiado extendidas. Era necesario más descanso, y Rommel ordenó retirar la 15.a Panzerdivision a retaguardia para que se reorganizase y reequiparse, enviando a las divisiones italianas de infantería al perímetro de Tobruk.
En Halfaya, en los límites con Egipto, Von Herff, persuadió a Rommel de que su situación era insostenible y que Bardia y Capuzzo podían quedar aislados, pues los constantes ataques de Gott lo estaban superando. El 15.° Batallón de Infantería Ligera Motorizada alemán, recién llegado al desierto, fue enviado como refuerzo, y tras duros combates, obligaron a Gott a retirarse de Halfaya.
Rommel seguía insistiendo en avanzar hacia Egipto y culpaba a los italianos de que no le llegaran los suministros que precisaba, pero estos se defendían diciendo que hasta que no se tomara Tobruk era imposible penetrar en Egipto con éxito. En Berlín, el Alto Estado Mayor era consciente de que el transporte aéreo no era suficiente para mantener en condiciones operativas al Afrika Korps, y las líneas de suministro naval estaban expuestas a constantes —y exitosos— ataques de la Royal Navy, sin que la Regia Marina lograse mantenerlas abiertas.
La situación exigía algo de calma. Rommel se estaba convirtiendo en un mito en Alemania, tanto por el efecto de sus victorias como por la intensa propaganda del Reich, que ensalzaba a su nuevo héroe, un romántico guerrero que combatía en un duro entorno aislado y sin ayuda contra un enemigo numéricamente superior. La imagen formada de Rommel era tan atractiva que incluso en medio de las brillantes victorias de la campaña de los Balcanes, el Afrika Korps estaba en las portadas de la prensa cada día.
El pueblo alemán, azuzado por la propaganda comenzó a «exigir» nuevo éxitos de Rommel, pero en la dura realidad del desierto africano, las cosas eran muy diferentes. El día 29 de abril alemanes e italianos lanzaron un poderoso ataque contra las defensas de los duros y coriáceos australianos. El asalto se produjo en medio de una tormenta de polvo en la que amigos y ene migos apenas se distinguían y en la que se combatió con inusitada ferocidad, pero la habilidad defensiva de los australianos estuvo por encima del escasa preparación del Afrika Korps para la guerra de posiciones.
Atrapados en medio de los campos de minas, combatiendo uno a uno los reductos aliados que seguían entorpeciendo el avance, los zapadores de asalto e ingenieros alemanes, lograron abrir una brecha cerca de Ras el Medauar, que los blindados intentaron provechar. Sin embargo, los panzer se encontraron con un férrea resistencia de los carros británicos, que cortaron el avance.
Tobruk no iba a caer tan fácilmente como Rommel pensaba.
Notas al pie
2A mucha gente le extraña en la actualidad la «pasividad» egipcia, pero no debe olvidarse que el Egipto de la época solo tenía dieciséis millones de habitantes y la población era, en general, indiferente a la guerra entre lo que para ellos no eran más que dos potencias coloniales europeas enfrentadas.
3Se calcula que murieron unos 80 000 habitantes, de un total de 800 000.
4África Oriental Italiana. Formada por Etiopía, Eritrea y una parte de Somalia.
5Tal vez se podría haber devuelto a Italia a más de la mitad de los hombres disponibles y combatir a los británicos con una fuerza más pequeña y mejor mecanizada, pero jamás se considero tal posibilidad, pues se creía que el número podía contrarrestar la superioridad técnica de los británicos.
6En Palestina se entrenaba todavía la mayor parte del cuerpo expedicionario australiano y neozelandés, y había tropas británicas de guarnición, como ocurría en Irak y Adén.
7Suele olvidarse a su impulsor, el general sir Balfour Hutchinson, hoy solo recordado por su famosa declaración en favor de un estado judío.
8Nadie se acuerda de ellos, pero un regimiento de artillería y cuatro batallones de infantería egipcios se situaron en Marsá Matrúh y el oasis de Siwa, si bien Egipto no estaba en guerra con Italia.
9A cambio de una forma caprichosa y absurda, se dedicó a ideas sin sentido, como la creación de unidades paracaidistas formadas por libios.
10En estos pequeños encuentros los italianos llegaron a sumar en total 3.000 bajas, los que demuestra su escasa preparación.
11Los británicos conocían la situación de los campos de minas por un golpe de suerte, pues en una escaramuza capturaron a un grupo de prisioneros que llevaban un plano detallado de los mismos.
12Unos pocos aviones italianos colaboraron en los ataques contra Inglaterra.
13Von Thoma tenía gran experiencia y había sido enviado por el Alto Mando del Ejército Alemán a España como comandante del grupo de unidades terrestres de la Legión Cóndor, en principio unas tres compañías de carros PzKw I y cañones de artillería tipo 88, que sirvieron para su cometido de defensa antiaérea, y también contra carros.
14Escribió: «Las fuerzas alemanas solo se usarán cuando los italianos hayan llegado a Marsá Matrúh».
15En inglés, «caja». Más adelante veremos que era una denominación común para enclaves fortificados.
16Ni siquiera le comunicaron la existencia de las proyectadas operaciones en los Balcanes y Rusia. Sin embargo, eso fue bueno para él, pues de haberlo sabido tal vez se habría desanimado.
17El vencedor de Beda Fomm odiaba tomar el mando enmedio de una batalla y solo aceptó ser «asesor» del general Neame. Con él iba el general de brigada John Coombe, una autoridad en la guerra en el desierto y antiguo coronel de 11.° de Húsares.