Nueva York, 24 de mayo de 2022
La ascensión al Empíreo era el nombre con el que el Bosco había titulado aquella obra. Según la teología católica medieval, el Empíreo era el más alto de los cielos al que se puede acceder después de muerto, y donde residen físicamente Dios, los ángeles y las almas que han sido acogidas en el Paraíso.
Pero lo más llamativo de la imagen que tenía frente a él era el enorme túnel que irradiaba una potente luz en la parte superior del cuadro, y que contrastaba con el resto de las imágenes que aparecían en la obra.
Martin llevaba sentado mirando fijamente el cuadro del Bosco hacía ya varios minutos. Había algo en él que le atraía poderosamente la atención. El hecho de que la perspectiva del cuadro se iniciara desde el otro lado, es decir, desde donde según todas las experiencias cercanas a la muerte se llega después de atravesar el largo túnel, le había dejado sobrecogido. ¿Cómo era aquello posible? ¿Por qué nunca había visto representada esa misma idea por otro artista? Era como si el autor de la obra hubiera estado allí y quisiera mostrarnos qué es lo que nos encontramos al final del camino que emprendemos cuando abandonamos nuestro cuerpo terrenal. ¿Acaso tuvo una experiencia cercana a la muerte y regresó desde el Más Allá para plasmarla gráficamente en su obra?
Además, estaba el hecho de que para cada alma que atravesaba el túnel, había dos ángeles esperándolo para acompañarle o conducirle a otro lugar, en un acto de acogida o bienvenida a otro mundo.
Martin no pudo evitar recordar la peor de sus pesadillas. ¿Por qué a él, en lugar de esperarle ángeles o seres queridos como ocurría en la imagen y según miles de testimonios de personas que habían sufrido ECM, se encontró con una presencia que le impidió continuar con su viaje? ¿No era su momento? Pero, de ser así, ¿por qué tuvo la extraña sensación de que aquello que estaba en el otro lado no era precisamente bueno?
Eran muchos los interrogantes que tenía sobre aquello, y sus recuerdos muy difusos, por lo que siguió navegando por internet en búsqueda de más respuestas.
Al poco tiempo, averiguó que aquella imagen formaba parte de una serie formada por cuatro obras, estando acompañada por otras tres imágenes tituladas El Paraíso Terrenal, La Caída de los Condenados, y El Infierno. Por tanto, en ellas se narraba el origen y el fin de nuestra especie, desde el estado de gracia en el Edén hasta su Juicio Final, con la posible dualidad de su posterior ascensión al cielo acompañados de ángeles para los bienaventurados o su precipitación al fuego eterno para aquellos que resultasen condenados.
En ese preciso momento recibió un aviso en su buzón de Outlook.
En la bandeja de entrada apareció un nuevo mensaje con emisor oculto, y en cuyo asunto figuraba la frase «Martin, la nueva era está cerca», consiguiendo de ese modo captar toda su atención, por lo que procedió a hacer doble clic sobre aquel mensaje para ver de qué se trataba.
Enseguida pudo apreciar que aquel mensaje constaba de dos partes claramente diferenciadas. En la primera, se podía leer un enigmático texto al que no consiguió encontrarle un significado de forma rápida e hizo que deslizara su vista hacia la segunda parte del mensaje.
«Con la llegada de Isis
una nueva era reinará sobre los hombres.
Con la pirámide en poder de Tanis
su poder perdurará».
Esta segunda parte fue la que le dejó más intrigado, por lo que decidió centrar toda su atención en ella. Se trataba de unos símbolos que formaban una pirámide y cuyo significado, si bien desconocido, podía ubicarlos en el tiempo y en el espacio. Se trataba, sin duda, de escritura cuneiforme, desaparecida ya hace miles de años en la antigua Mesopotamia.

Estaba seguro que se trataba de escritura sumeria, por lo que el siguiente paso estaba claro. A pesar de tener toda la información posible a través de internet, a Martin le gustaba buscar aquello que necesitaba en sus libros si sabía que allí podría encontrarlo. Además de considerarlo como un acto de romanticismo, también pensaba que era una forma de amortizar la inversión que había realizado a través de los años en su biblioteca particular.
Imprimió el mensaje para poder tenerlo más a mano y poder hacer así las anotaciones de todo aquello que fuera averiguando.
Sin embargo, se detuvo por un instante dirigiendo su mirada de forma dubitativa hacia el fondo de la estancia donde se encontraba.
¿Quién le habría mandado aquel mensaje? ¿Se trataba de un juego de un compañero del departamento de Historia? Quizás se tratara de una simple broma… Eran preguntas a las que daría respuesta más adelante. En aquel momento su prioridad consistía en descifrar aquel extraño mensaje, ya que revelar secretos y códigos ocultos era lo que más le apasionaba de su trabajo.
Así pues, se puso manos a la obra empezando por aquello que creía era más fácil; la pirámide.
En menos de treinta segundos ya tenía entre sus manos un libro que adquirió años atrás durante un viaje a Satu Qala, situado al norte de Iraq y donde se supone estuvo asentado el antiguo Reino de Idu. En él venían recogidos todos los hallazgos que se habían producido en la zona, si bien, más que las obras de arte y las inscripciones que aparecían en diferentes tablillas, lo que le interesaba era el diccionario que venía en las últimas páginas de aquel ejemplar.
La tarea no fue muy complicada, y enseguida pudo reescribir los símbolos con su significado correspondiente.
10
1 1
10 10 10
—¿Y ahora qué? —se preguntó—. ¿Qué demonios pueden significar estos números?
Empezó a realizar todas las combinaciones posibles con aquellas cifras, pero los valores que obtenía por sí mismos no significaban nada para él. Lo que en un primer momento le pareció ganar una batalla descifrando aquellos símbolos, le estaba llevando a un callejón sin salida. Habían transcurrido más de cuarenta minutos desde que empezara y decidió parar y así poder verlo desde otra perspectiva más adelante. Sin duda, había algo que se le escapaba.
Se reclinó sobre el asiento de su sillón al tiempo que miraba sus reloj digital Casio que le acompañaba desde su época de adolescente —siempre le habían parecido unos magníficos relojes; no se estropeaban y, además, solo tenía que preocuparse de cambiarle la pila de lustro en lustro—.
—¡Las 11:14 a. m.! —exclamó. Saltó del sillón como un resorte para darse una ducha rápida y dirigirse hacia el aeropuerto. En cuarenta minutos llegaba el vuelo de Nora procedente de Zúrich.