AHORA VAN A EMPEZAR a venir más pacientes. Estoy muy contento por eso. Raquel dio con una persona extrañísima que conoce todo ese mundo. Fuimos hasta Chapinero a buscarlo. Lo llaman Calabacillas. El solo nombre es una rareza. Tiene armada casa de reuniones y todo. Me pregunto a qué horas aparecen estas casas en Bogotá. Y sin que nadie se entere. Los caballeros de sociedad en Bogotá tienen ya muy arraigado ese vicio. Mientras el pueblo va a los lugares más miserables los ricos se hacen atender como si viviéramos en Europa. Pues el tal Calabacillas es el que maneja todo ese mundo. Él es un esperpento. Tiene la frente llena de turupes. Los ojos los tiene cubiertos como de una membrana. No son brillantes como los de todo el mundo. Son como de buey. Además tiene siempre la boca llena de saliva y se le caen las babas. Para colmo es jorobado. Al principio el tal Calabacillas desconfió de nosotros pero después se calmó. Me trajo una muchacha que tiene la infección muy avanzada. La pusimos con el doctor Lirás en un tratamiento nuevo. Resulta que el bueno del doctor Lirás ha mantenido correspondencia con un científico alemán. Especialista en enfermedades infecciosas. Llevaba meses esperando carta del alemán con las dosificaciones precisas y las indicaciones terapéuticas para la aplicación de una nueva medicina. Se trata de un compuesto de arsénico llamado arsfenamina. Lo llaman también el 606. O lo llaman Salvarsán. Dicen que es bendito para curar la infección. En Europa lo han usado con mucho éxito y han logrado arrebatarle muchas vidas a la muerte. Según me explicó el doctor Lirás su descubridor es un sabio de Frankfurt llamado Paul Ehrlich. Parece que es una eminencia. Ha compuesto toda una teoría de la infección que ha llamado de las «cadenas laterales» o algo así. El que sabe todo bien es el doctor Lirás. Recibimos del profesor Ehrlich casi dos mil gramos del Salvarsán y nos dimos con el doctor Lirás a la tarea de aplicarlo a la paciente. Aquí en el consultorio mismo preparamos una inyección de 0,40 centigramos de arsfenamina. Hicimos una primera aplicación en la región interescapular. Al cabo de dos horas el pulso de la paciente se aceleró visiblemente. Después de seis horas la temperatura se estabilizó por fin y no volvió a pasar de 38 grados. Pasadas doce horas la fiebre desapareció totalmente. En ese momento fuimos con Raquel y la internamos en el San Juan de Dios. Pero decidimos con el doctor Lirás que por el momento no diríamos nada del Salvarsán. Por lo menos mientras estamos en esta etapa experimental de la aplicación de la medicina. «Es necesario ser muy cautos, Anselmo», me dijo el doctor Lirás. A la mañana siguiente volvimos con el doctor Lirás a ver a la mujer y a hacer una segunda aplicación del 606. Para el mediodía el estado general de la enferma mejoró increíblemente. Pronto tuvo los ojos animados y los reflejos vivos. Al día siguiente volvimos con Raquel y yo mismo apliqué la tercera inyección. Era cosa de milagro. Con Raquel nos abrazamos de dicha. El Salvarsán es mágico. La erupción que tenía la pobre muchacha en la cara cesó y la periostitis del maxilar desapareció. Aplicada la séptima inyección los ganglios volvieron a ser blandos al tacto y el arrugamiento de las rodillas desapareció totalmente. Después de quince inyecciones del específico de Ehrlich las ulceraciones de todo el cuerpo se curaron. Merced a que terminaron las secreciones de la boca los terribles dolores de garganta cesaron también. La paciente volvió a comer con apetito. Empezó a ganar peso y su semblante es sano. Esto parece cosa de milagro. Yo en mi vida había visto una medicina que actuara tan rápidamente. Y de manera tan contundente. Es cosa de milagro como digo. Ahora lo importante como dijo el doctor Lirás es que aprendamos nosotros mismos a hacer el preparado de arsénico. Como el tal Calabacillas ha estado molestando para que le devolvamos a la muchacha le tocó a Raquel esconderla. Se la llevó para donde unas monjitas. Cuando el jorobado fue al hospital por la mañana ya no la encontró. Se puso hecho una fiera y aquí llegó al consultorio dando gritos. Yo lo hice pasar a mi gabinete para tratar de calmarlo. «Don Calabacillas», le dije, «el hecho de que la infección se detenga por un tiempo no quiere decir nada». Le expliqué que en ese momento la enfermedad está todo menos curada verdaderamente. «Y lo que es peor, Calabacillas», le dije, «es altamente contagiosa». He tratado de razonar con él pero no es fácil. Esa casa de Chapinero vive repleta de clientes. Sobre todo el fin de semana. Si esa actividad sigue así la infección es incontrolable. Muchos caballeros de los que visitan su casa tienen que estar saliendo de allí infectados. Y si eso es así en una casa de reuniones cómo será en los socavones del Voto Nacional o del Camellón de las Nieves. Aun si el doctor Lirás logra sintetizar el 606 la pelea estaría casi perdida desde el principio. Si no creamos condiciones mínimas de salubridad en todos esos sitios estaremos siempre a la zaga. Siempre llegándole tarde a la infección. Es indispensable una concienzuda labor preventiva. Por eso es que no me quiero enemistar con el tal Calabacillas. Él es el vehículo para llegar a donde tenemos que llegar. Ya desesperado le dije «es que usted no se da cuenta de que si sigue así va a acabar con su propio negocio». Él no entendía. Le hice ver que pronto habría tantas personas infectadas que su actividad sería impracticable. «No es que se le enfermen las internas solamente», le dije, «es que sus clientes se van a asustar y no van a volver». Le hice ver que si su casa cogía mala fama perdería la clientela. «Y no solo eso, Calabacillas», le advertí, «Salubridad le va a llegar por allá muy pronto». Este razonamiento pareció tranquilizarlo un poco. Antes de irse me dijo, «mientras no llegue la autoridad porque usted me la manda». Le prometí que no lo haría. Que podía estar tranquilo.