CAPÍTULO 3

1958-1965

Algo flota sobre España

 

LOS PROGRESOS CIENTÍFICOS en el ámbito de la investigación espacial, encarnados en los primeros satélites y sondas espaciales de soviéticos y estadounidenses, habían hecho que todo el mundo mirara hacia el cosmos con intriga y expectación. España no era una excepción, y a través de los principales medios de comunicación se seguían con interés las primeras exploraciones del espacio. Al mismo tiempo, como reclamando parte del protagonismo popular, los objetos voladores no identificados, e incluso sus presuntos tripulantes, iban a mostrarse en pleno día y de un modo rotundo. Los habitantes de ciudades y regiones enteras se convertían en asombrados testigos del gran enigma.

EL OVNI EN LLAMAS

Sant Jordi Desvalls-Cervià de Ter (Girona), octubre de 1958, 19:00 horas

 

La jornada laboral había sido dura para José Luis Angelú. El día tocaba a su fin y se dirigía animado hacia su casa, en la capital gerundense. A la altura del río Ter, frenó en seco. Algo anormal estaba sucediendo en el cielo. Como surgido de la nada, un potente foco blanco se aproximaba al pinar cercano a la carretera, descendiendo a gran velocidad. Tras alcanzar la espesa arboleda, los destellos que desprendía el misterioso artilugio desaparecieron. Las características que presentaba el objeto hicieron pensar a José Luis en la posibilidad de que un avión en llamas se hubiera estrellado, a pesar de no haberse escuchado el sonido del impacto. La curiosidad hizo que el testigo se adentrara en el bosque a la búsqueda de los supuestos restos del siniestro. Lo que encontró le dejaría estupefacto. Frente a él, un objeto ovoidal de color semejante al aluminio aparecía suspendido a cuatro metros del suelo. Tenía un diámetro aproximado de ocho metros y una altura de dos y medio. En la parte superior, una pequeña cúpula transparente dejaba a la vista formas semejantes a nervios metálicos y «emitía un sonido semejante a un zumbido, como si fueran toberas que lanzasen un fortísimo chorro de aire».

Foto 3.1.—Representación del encuentro de José Luis Angelú en Cervià de Ter.

La sorpresa más impactante aún estaba por llegar. A poca distancia del ovni, dos seres antropomorfos de gran cabeza parecían observar a José Luis. Su estatura no era superior a los cien centímetros, y vestían unos trajes oscuros de un material semejante al cuero. Parecía como si estuvieran recogiendo muestras del suelo, ante la atenta mirada de un tercer ser que se había asomado a la cúpula del artefacto. La inquietante escena se alargó por espacio de quince minutos, tras los cuales el ovni y los visitantes desaparecieron elevándose sobre la negra bóveda celeste.

ALGO SE POSÓ EN LA TERRAZA...

Torroja del Priorato (Tarragona), 6 de enero de 1961, 3:00 horas

 

Luis Ferré Casas, técnico administrativo de treinta y tres años, se encontraba charlando animadamente con sus familiares en la casa de campo que éstos poseían en la población tarraconense de Torroja del Priorato. El día de Reyes había transcurrido tranquilo y sin incidentes, pero la noche aún guardaba un último «regalo sorpresa». La voz de alarma surgiría en la cocina. Los gritos de la madre de Ferré habían roto la tertulia del salón. Rápidamente, parte de la familia se dirigió a dicha estancia, comprobando el estado histérico de la buena señora que, con su dedo índice, señalaba hacia la terraza que dominaba esa parte de la casa. En el terreno que se extendía bajo la balconada, y que llegaba hasta un pequeño montículo, había aterrizado algo. El pavor y la inquietud se apoderaron de los testigos cuando comprobaron cómo un objeto parecido a una «media luna», de aspecto sólido y con un borde perfilado en su centro, se encontraba posado en el lugar emitiendo una luz pulsante muy tenue. El aparato, que permanecía estacionado en el más absoluto silencio, tenía seis metros de largo por dos de alto. Pasados unos minutos, Luis Ferré optó por salir al pórtico de la casa para aproximarse al misterioso visitante, pero los histéricos gritos de su madre impidieron que se aventurara en la noche. Finalmente, tras permanecer durante un tiempo en el balcón, la familia decidió acostarse mientras el ovni permanecía en aquel lugar. A la mañana siguiente, el objeto semiesférico había desaparecido. No quedaron señales de ningún tipo: tan sólo la negativa de los perros pointer de caza a atravesar la zona donde el merodeador nocturno había estado posado.

Foto 3.2.—Aspecto del aparato que aterrizó frente a la casa de campo de José Luis Ferré.

UN GIGANTE EN EL ASFALTO

Arcos de la Frontera-Prado del Rey (Cádiz), 12 de mayo de 1961, 13:00 horas

 

El maestro Miguel Timmermans Ceballos viajaba tranquilo en su vieja moto Lambretta aprovechando el excelente tiempo que reinaba en toda la costa gaditana. Al llegar a un cambio de rasante, vio aparecer repentinamente a un hombre gigantesco que se encontraba en mitad del camino, enfundado en lo que parecía ser un traje hinchado y rojizo compuesto por decenas de anillos que silueteaban su figura.

Aquel ser se iba aproximando a pequeños pasos por el borde derecho de la carretera hacia el asustado testigo, que ya había detenido su motocicleta. El pánico se apoderó de Timmermans cuando, tras el primer ser, surgió un segundo personaje de idénticas características pero de un tamaño mucho más reducido. Los dos humanoides caminaban muy lentamente, como si tuvieran grandes dificultades, y le fue imposible al observador distinguir rasgos faciales u otros detalles de las extraordinarias criaturas.

Aferrado a los mandos de su motocicleta, Timmermans quedó prácticamente paralizado por el miedo. Los dos gigantes «enllantados», tras efectuar una docena de pasos en línea recta, cruzaron el asfalto en diagonal y desaparecieron entre la maleza.

 El testigo aseguró que se esfumaron en la nada. Ninguna huella ni marca aparecía en el lugar del incidente, donde el aterrorizado maestro huyó raudo, convencido de haberse topado con algo que no era de este mundo.

Foto 3.3.—Aspecto del gigantesco ser que salió al paso de Miguel Timmermans en Arcos de la Frontera (Cádiz).

EL GUARDIA CIVIL QUE TOCÓ UN OVNI

Baracaldo (Vizcaya), 20 de mayo de 1964, 7:00 horas

 

A mediados de los años sesenta, el fenómeno ovni no pasaba de ser una curiosidad carente de interés para la inmensa mayoría. De hecho, la posibilidad de que la Guardia Civil redactara un informe alusivo a este tipo de fenómenos era un claro referente de la importancia que podía encerrar el caso. Y esto sucedió.

Foto 3.4.—Antolín Fernández, el guardia civil que tocó un ovni. (J. J. Benítez.)

Marcelino Zurrutuza, agente de la Policía Municipal de Baracaldo, regresaba al hogar dando su habitual paseo diario. Vivía en un viejo caserío situado en el camino de la colonia de San Vicente, a varios kilómetros de la ciudad vizcaína. Poco antes de llegar, observó la caída a tierra de un artefacto blanco luminoso. Aquel día no pudo entrar en la casa. Junto a ésta, un extraño objeto con forma de cilindro permanecía estático sobre el frío asfalto cortándole el paso: era un aparato de aproximadamente un metro y medio de alto por setenta centímetros de diámetro. Presa del pánico, acudió al cuartel de la Benemérita más próximo, el de San Vicente. Cincuenta minutos más tarde, el guardia civil Antolín Fernández Gutiérrez se personó en el lugar de los hechos junto al primer testigo de los mismos. La reacción del número fue coger un palo del terreno y golpear levemente el enigmático aparato, que mostraba a su alrededor una espesa materia espumosa. A cada roce de la madera, la masa que formaba el ovni se contraía, como si tuviera algún tipo de sensibilidad. Minutos más tarde, el artefacto desaparecería sin dejar otro rastro de su presencia en el lugar que los rostros anonadados de los dos sorprendidos testigos. Al día siguiente, la Comandancia de la Guardia Civil redactaba uno de los primeros informes ovni en este país.

Foto 3.5.—Extracto del «informe Baracaldo».

EL OVNI DE CASTILLA

Valladolid-Palencia, 16 de septiembre de 1965, 17:30 horas

 

En la Plaza Mayor de Valladolid habían comenzado a reunirse numerosas personas que fijaban su vista en los cielos. A una altura aproximada de 9.000 pies (2.740 m) parecía evolucionar un artefacto gigantesco de forma triangular que era totalmente desconocido para las miles de personas que también lo vislumbraban desde otros rincones de Castilla.

En ese mismo instante, el piloto civil Heliodoro Carrión sobrevolaba Tordesillas. Eran las 17:35 horas cuando, en su pequeña radio, sonaban las palabras nerviosas de los controladores del cercano aeropuerto de Villanubla. «Hemos detectado un artefacto brillante y triangular entre las poblaciones de Villanueva de los Infantes y Tudela de Duero...», repetían una y otra vez.

Con gran arrojo, el piloto se situó a la altura indicada y emprendió rumbo hacia el ovni para vivir una inolvidable experiencia. «Me situé debajo del aparato. Era blanquecino y parecía oscilar lentamente, como un péndulo, girando en ocasiones sobre sí mismo. Posteriormente, observé la presencia de un reactor DC-8, posiblemente de la línea Lisboa-París, que pasaba muy cerca del triángulo. Era increíble [...]; aquello tenía una envergadura tres veces superior a la del avión.»

En esos mismos instantes, el padre Antonio Felices, experto en astronomía y sacerdote del monasterio vallisoletano de Arcas Reales, salía al patio central avisado por varios testigos que, atropelladamente, requerían su presencia. Montó de inmediato su potente telescopio con la ayuda de un compañero y se dispuso a mirar por el visor: allí aparecía un impresionante aparato metálico y triangular que estaba bamboleándose ligeramente de un lado a otro. «Calculamos que debía medir un kilómetro cuadrado de superficie.»

Teófilo Álvarez y Francisco Rodríguez, profesores del seminario de Valladolid, que viajaban en motocicleta hacia la población de Trapa de Dueñas (Palencia), también fueron «acompañados» por el misterioso artefacto. Lo mismo ocurría en poblaciones distantes como Noriaga o Boecillo, donde centenares de personas salieron intrigadas a las calles y caminos para contemplar el inusual fenómeno. Algunas de ellas, como Nemesio Platón, de setenta y tres años, o Severiano Gómez, de setenta y cinco, no dudaron en afirmar a la prensa: «Sentimos inquietud, pero no miedo [...]. ¡Nos están acostumbrando a cosas tan raras los científicos!».

Según coincidieron todos los testimonios, el objeto desapareció de un modo fulgurante, como si se «apagara» repentinamente, sumiendo a toda la región en una comprensible duda: ¿Qué habían tenido sobre sus cabezas durante más de hora y media? ¿Cómo fue capaz de esfumarse de aquel modo?

Foto 3.6.—El padre Antonio Felices, en el patio de Arcas Reales (Valladolid), mismo escenario desde donde se observó el «triángulo de Castilla». (Iker Jiménez.)

La aparición del ovni triangular produjo un fuerte impacto en la prensa nacional. El corresponsal de la revista Semana, desbordado ante la cantidad de testigos, realizó un cálculo sorprendente: trescientas mil personas habían sido testigos del paso de un artefacto triangular sobre los cielos de la vieja Castilla. Una cifra récord que volvía a colocar el asunto de los ovnis en lo más alto de la palestra informativa española.

Foto 3.7.—Antonio Felices dibujó así lo que pudo observar a través del objetivo de su telescopio aquel 16 de septiembre de 1965.

TRES DÍAS DE AVISTAMIENTOS

Huesca, 21, 22 y 23 de diciembre de 1965, 17:15 horas

 

El año 1965 se despidió, ufológicamente hablando, con un avistamiento múltiple de carácter excepcional. Al caer la tarde, centenares de oscenses comprobaron atónitos cómo a no mucha altura aparecía una especie de triángulo equilátero con un potentísimo foco en su centro. El 21 y 22 de diciembre, el mismo aparato se paseó por el cielo pirenaico dejando miles de interrogantes a su paso. Confiando que el ovni volviese a aparecer al día siguiente, un equipo de personas compuesto por Ángel Gari Lacruz, Emilio Gutiérrez, Víctor Garcés, César Valero y Ramón Abadía prepararon un completo equipo fotográfico a la espera del visitante volador. Y el encuentro se produjo. Un triángulo perfecto, dotado de una gran luminosidad, se paseó de nuevo a las 17:15 horas por los cielos de Huesca. La cámara fotográfica de Ángel Gari y su equipo logró retratar para siempre el paso del ovni, que ya no volvería jamás. En las imágenes, apenas es perceptible la forma del artefacto, ensombrecida totalmente por un poderoso chorro de luz.

Foto 3.8.—Grupo de imágenes del ovni luminoso que apareció tres días sobre Huesca.