CAPÍTULO 2

1954-1956

Materiales de otros mundos

 

LOS PLATILLOS VOLANTES comenzaban a ser tema de tertulia en los atardeceres de ciudades y pueblos españoles. En este período aflorará la primigenia literatura sobre ovnis, que mezclaba las más extravagantes teorías. A finales de 1954, la extraña odisea del enfermero Alberto Sanmartín y el hallazgo de lo que parecía ser un objeto de otro mundo en plena Ciudad Universitaria de Madrid constituirían auténticos acontecimientos sociales. El posterior descubrimiento de extraños restos metálicos en Irún, tras la visión de un ovni y el encuentro con tripulantes en diversos puntos del país, aportaron dosis de intriga para convertir aquel lustro en un período especialmente convulso en nuestra ufología.  

AUDAZ DESPEGUE EN LA CURVA DEL OBISPO

Órdenes (A Coruña), 1 de noviembre de 1954, 22:45 horas

 

Una inoportuna avería de la caja de cambios hizo que Gonzalo Rubinos Ramos, chófer de la Jefatura Provincial del Movimiento, dejara el vehículo oficial a un lado del sinuoso camino entre Santiago de Compostela y A Coruña conocido como la Curva del Obispo. Comenzó a pasear por la cuneta esperando la llegada de algún vehículo cuando percibió a los pocos segundos la presencia de una luminosidad apagada que surgía de una vaguada a unos cuatrocientos metros de distancia. Repentinamente, oyó un fortísimo zumbido al tiempo que la luz se hacía más intensa. Los perros de algunas casas de campo cercanas empezaron a ladrar inquietos, y el testigo decidió desandar su camino.

Fig. 2.1.—Croquis de lo sucedido en la Curva del Obispo, muy cerca de Órdenes (A Coruña). (Dibujo de Rey Brea.)

Según confesó el asustado conductor al investigador gallego Óscar Rey, «dentro de aquella luz había algo parecido a un gran bólido, algo como un quiosco gigantesco que se elevaba emitiendo un sonido parecido al de un potentísimo cohete». El objeto, de unos diez metros de diámetro, parecía flotar a ras de suelo y, según confesó Rubinos, «su luminosidad plateada lo cegó todo hasta que se elevó rápidamente hacia el cielo». El testigo, lleno de inquietud y sin apenas poder sostenerse, corrió hacia el coche y cogió el rosario como eventual protección ante lo que había visto. Fue encontrado por sus compañeros Rafael Carollo y Juan Pardo, que acudían a remolcar el automóvil tras tener noticias de la avería. Posteriores pesquisas de Óscar Rey descartaron la posibilidad de que lo observado por Gonzalo Rubinos fuese provocado por algún cortocircuito en el tendido eléctrico o en algún transformador cercano, tal como se sostuvo en un principio.

 

LA PIEDRA DE SANMARTÍN

Madrid, 17 de noviembre de 1954, 4:10 horas

 

Un repentino dolor de muelas despertó aquella madrugada a Alberto Sanmartín Comes, enfermero de treinta y siete años que ejercía como ayudante en el sanatorio madrileño de Las Flores. El extraño sistema utilizado por este hombre para aliviar su molestia consistía en andar por las solitarias calles de la capital de España. Era un remedio que ya había utilizado en otras ocasiones.

La larga caminata le fue llevando hasta los amplios descampados que bordeaban la Ciudad Universitaria. Cuando ya se sentía mejor y se disponía a regresar, vio a alguien que se encontraba inmóvil junto a la barandilla de un viejo puente. Algo en aquel hombre sobrecogió a Sanmartín. Quizá su extraño atuendo, una especie de uniforme «como el mono utilizado por los aviadores, de un color gris oscuro, de una sola pieza y sin aberturas». Sus facciones eran finas, medía aproximadamente 1,63 m de estatura y su lacio cabello rubio, casi albino, estaba «peinado a lo paje».

Fig. 2.2.—El hombre del mono gris esperó a Sanmartín junto a un puente en los descampados de la Ciudad Universitaria de Madrid.

El asustado enfermero comenzó a aproximarse a grandes pasos hacia aquel ser que le contemplaba con enigmática sonrisa. Sanmartín, como si no fuera dueño de su voluntad, se aproximó hasta situarse frente a él. En un rápido giro, el humanoide fue resbalando por el terraplén que se encontraba bajo el puente para acercarse a un pequeño artefacto oscuro de unos tres metros de diámetro que estaba posado en la vaguada. Era un objeto metálico con forma de disco. A los pocos segundos, el hombrecillo del mono ascendió con facilidad por el pequeño barranco y volvió a situarse ante Sanmartín, que continuaba enmudecido ante el espectáculo del que estaba siendo testigo.

Foto 2.3.—Sanmartín muestra «la piedra del espacio» al reportero Arcadio Baquero.

El misterioso ser extendió su mano, que era muy pálida pero de apariencia normal, para entregarle una pequeña piedra rectangular de doce centímetros de longitud y cuatro de ancho. Seguidamente, volvió a descender hacia la hondonada para introducirse en el disco. En un instante, aquel artefacto silencioso cruzaba el firmamento en diagonal.

 

DE MARTE A MADRID

«Marte coloca en Madrid su primera piedra», tituló el rotativo madrileño El Alcázar, en su edición del 5 de febrero de 1955, la extraña aventura del enfermero. Con la «piedra del espacio» entre las manos, Sanmartín explicaba al avezado reportero Arcadio Baquero cómo el rostro de aquel hombre «irradiaba bondad, serenidad y firmeza».

Durante varios días, la sensacional noticia acaparó grandes titulares en la prensa de la época, y fue Baquero, el descubridor de la primicia, quien finalmente se hizo con el preciado «obsequio de otro mundo» con el fin de que fuese analizado por los más prestigiosos especialistas.

La piedra de Sanmartín era porosa, de color rosado y, a primera vista, semejante a la piedra pómez de origen volcánico. En una de sus caras aparecían grabadas nueve enigmáticas inscripciones, símbolos en los que muchos vieron el deseado mensaje de un lejano planeta a la Tierra.

Foto 2.4.—Primera noticia del contactismo español, reproducida en la edición del 5 de febrero de 1955 del rotativo El Alcázar.

Mucho más pragmático, Arcadio Baquero se apresuró a dejar aquel material en disposición del afamado especialista en mineralogía y profesor de la Universidad de Madrid Pedro Bayón García Campomanes, quien tras hacer un primer análisis al extraño hallazgo en las dependencias del Museo de Ciencias Naturales dictaminó que la piedra era un bloque de carbonato cálcico teñido por algo parecido al permanganato potásico. Tras realizar las primeras pruebas, Bayón dijo que «es rara la piedra, desde luego. Parte de ella es soluble y otras zonas no lo son; por otra parte, tiene un sabor salado sin que contenga sales. ¡Qué cosa más extraña! [...] ¿De qué estará hecho esto?»

Ante las interrogantes sobre la composición de la piedra, el reportero, intentando averiguar el lenguaje que expresan los dibujos grabados en ella, decide entregársela a Joaquín María de Navascués, catedrático de epigrafía de la Universidad de Madrid y director del Museo Arqueológico. Tras un concienzudo examen de la presunta escritura alienígena, el doctor afirmó que «...hay signos que recuerdan a los griegos y a los egipcios, pero muchos de ellos son desconocidos. El más claro es el que representa al planeta Saturno geometrizado, el de la esfera atravesada por una línea oblicua. Hay otro con tres rayas que se asemeja a la representación del agua en el Antiguo Egipto. Otro podría identificarse en la cultura griega como el que simboliza la barca de Caronte, aquella que transportaba a los muertos».

Foto 2.5.—El prestigioso minerólogo Pedro Bayón efectuando las diferentes pruebas con el extraño material.

Tras estos análisis previos, la piedra volvió a manos de Alberto Sanmartín, convencido de que nadie podía hallar el significado y procedencia de su regalo ultraterreno. Poco a poco, la noticia fue olvidándose, y tan sólo algunos entusiastas de los temas ocultos, como el empleado de telégrafos Fernando Sesma, fundador de la Sociedad de Amigos del Espacio BURU, o el sacerdote Severino Machado creyeron ver en ella un mensaje que guardaba el conocimiento de las civilizaciones interplanetarias.

Foto 2.6.—Una copia exacta de la piedra de Sanmartín realizada por el investigador David Guerrero.

Tras fragmentar algunas partes de la piedra, Sanmartín desapareció con su preciado obsequio poniendo rumbo a Brasil. No se volvió a saber de él hasta 1977, cuando escribió un libro titulado El embajador de las estrellas, donde el enfermero daba su versión de lo sucedido y aportaba un nuevo y detallado análisis en el cual se demostraba que la piedra estaba compuesta de corindón, calcita, magnesita deshidratada, carbonato de aluminio, silicato de calcio y plata, entre otros.

Datos que apenas nada descifraban en torno a esta misteriosa historia, la primera que se difundió en España sobre un supuesto contacto con extraterrestres.

 

INVENTARIO DE OTRO MUNDO

Altos de Gainchurizqueta (Guipúzcoa), 6 de diciembre de 1954, 7:25 horas

 

Juan Martínez Portolés, un obrero de la construcción de veintiséis años, se dirigía en bicicleta a su trabajo en la localidad guipuzcoana de Rentería. Era una madrugada lluviosa y fría, razón por la cual viajaba cerca de la cuneta con la luz encendida. En una de las curvas de ascenso al puerto de Altos de Chainchurizqueta enfocó algo voluminoso que se desplazaba a gran velocidad por el centro de la calzada y en su misma dirección. El objeto despedía una luminosidad amarillenta que se fue apagando hasta desvanecerse en la oscuridad. Muy intrigado, el testigo continuó pedaleando hasta una curva cerrada, donde se topó de frente con el ovni. Tenía la forma de un paralelepípedo rectangular, de unos cuatro metros de base por tres de altura. En una de sus caras era visible un foco tenue que iluminaba el cercano caserío Loidi-Berri. Ante la extraña visión, Portolés optó por huir a gran velocidad. A los pocos minutos, el capataz de la obra inspeccionaba el terreno y encontraba un área extensa de vegetación aplastada y varias pisadas hechas por un pie de gran talla (aproximadamente, un 52). En el lugar exacto del aterrizaje también se hallaron unas pequeñas piezas metálicas de cinco centímetros de longitud semejantes al aluminio, de forma curva, y seis milímetros de espesor. Junto a ellas había un muelle engrasado, de unos veinte centímetros, que se estiraba con facilidad hasta alcanzar más de dos metros y que, como el resto del lote, se encuentra actualmente en paradero desconocido. Varios meses después, el camionero Félix Galarraga, acompañado de los vecinos Miguel Irazusta y Martín y Miguel Arraspio, observó en el mismo lugar, y muy cerca de una cantera de pizarra, el descenso de un objeto rojizo de tres metros de diámetro que, tras permanecer unos segundos en tierra, desapareció del lugar elevándose en vertical a gran velocidad.

Foto 2.7.—Juan Martínez examina los restos hallados en el lugar donde se encontró con una extraña nave.

LOS HOMBRECILLOS QUE SALUDABAN

Granja de Torrehermosa (Badajoz), agosto de 1956,

14:00 horas

 

Quince muchachos de entre cinco y nueve años de edad, que se encontraban jugando al fútbol en un descampado al este de la localidad pacense de Granja de Torrehermosa, detuvieron su actividad al oír un estruendoso zumbido que provenía del cielo. Al levantar la vista, pudieron comprobar cómo un objeto con forma de obús sobrevolaba el lugar a una velocidad impresionante. A unos quinientos metros, el ovni realizó una maniobra y frenó bruscamente para descender hasta quedar estático a unos tres metros del suelo. Era un artefacto de unos cuatro metros de largo que se estrechaba en su parte delantera formando una carlinga acristalada semejante a las de los aviones militares. Buena parte de la pandilla de jóvenes corrió presurosa hacia el pueblo para avisar a los adultos, mientras los más aventureros permanecían en el lugar observando el fenómeno. Al llegar el grupo principal, al que se habían unido varias personas mayores, decidieron aproximarse aún más a la nave. Cuando se encontraban a unos cincuenta metros, vieron moverse en el interior de la cabina de mando dos siluetas verdosas que parecían tener una protuberancia en forma de antena sobre sus cabezas. Al unísono, los adultos comenzaron a saludar a los visitantes, tras lo cual los pequeños humanoides respondieron con extraños ademanes. La emoción del grupo hizo que decidieran acercarse, pero el ovni, como adivinando sus intenciones, emprendió el vuelo con una «fantástica aceleración que le hizo perderse de vista en apenas un segundo», como aún recuerda Carlos S., uno de los niños que por entonces tenía cinco años y que fue testigo de aquella insólita e inolvidable visita.

Foto 2.8.—El encuentro de Granja de Torrehermosa se hizo popular y se difundió en varias publicaciones, incluido un cómic para niños.