El sistema humano no funciona correctamente si solo satisface sus necesidades materiales y no aquellas necesidades y aptitudes que le son propias, específicamente humanas, como el amor, la ternura, la razón y la alegría.
Es preciso poner nuestra inteligencia al servicio de la bondad. Esta fórmula magistral de la bondad está en manos de toda persona independientemente de edad, género, raza, cultura, procedencia, estatus, nivel económico o educativo.
Es una fórmula gratuita y sencilla, aunque no fácil.
Tiene efectos inmediatos y está garantizado su éxito.
Pertenece a la humanidad entera.
No hay derechos de autor, pero hay el derecho y la responsabilidad de aplicarla.
Es la base para la salud emocional, el bienestar y la felicidad. Funciona como una vacuna ante la destructividad, ante todo tipo de violencia y, por descontado, ante el acoso.
Genera inmunidad de grupo.
Eleva nuestro nivel de energía y mejora el clima emocional del mundo.
Las personas sensibles a la vida salvan la humanidad entera. Hay seres que justifican el mundo, que ayudan a vivir con su mera presencia.
El amor bondadoso
Una ciudad se hace un mundo cuando uno ama a uno de sus habitantes.
El amor sabe mucho de la verdad de la vida. Nacemos buscando amor y morimos lamentando o agradeciendo su presencia en nuestra vida, porque el amor bondadoso la justifica y una vida de amor siempre gana a una vida de pensamiento.
El mundo no es un lugar acabado y para completarlo necesitamos la poderosa fuerza del amor. Así pues, un amor bondadoso se dirige a todo el Universo y empieza por nosotros mismos. Las personas bondadosas son un cielo en la tierra: personalizan, te miran, no te juzgan, te dejan espacio para crecer. La bondad guarda en nuestro corazón el rincón de los amores verdaderos.
Un amor sin bondad sería solo un sucedáneo. Por ello debemos desterrar de nuestras expresiones la de «quien bien te quiere te hará llorar», porque es falsa. El amor bondadoso calma, cura, consuela, es tierno y, en ningún caso, causa dolor. Amar incluye muchos otros verbos que es importante practicar: acariciar, acoger, agradecer, alimentar, atender, ayudar, compadecer, comprender, comunicarse, confiar, conocer, consolar, cuidar, curar, dialogar, empatizar, enseñar, escuchar, explicar, integrar, nutrir, pacificar, pactar, proteger, responsabilizarse, solucionar.
El amor debe conjugarse en forma del verbo amar.
Psicobioética: del EGO al ECO
El amor es el único acto racional.
La piscobioética es la ética de la Tierra,19 la ética de la especie. Implica, también, ecobienestar, ecosalud y ecobondad. Todo ello es importante porque urge abordar de forma universal la preservación del planeta para las futuras generaciones ya que ecoexistimos, ecocoexistimos e intersomos.
La fuerza que nos conecta a la vida es muy poderosa puesto que de ella depende nuestra supervivencia. Formamos parte de un gran todo del que somos partes únicas que se interrelacionan formando una gran red de influencias. Todo lo que hacemos o dejamos por hacer repercute en la trama de seres vinculados. El sentimiento de unidad es un gran protector para que el «todo» se mantenga en equilibrio y las partes, en buena salud.
Einstein lo escribió así:
La religión del futuro será una religión cósmica. Deberá trascender la idea de un Dios personal y evitar los dogmas y la teología; abrazar al mismo tiempo el ámbito natural y espiritual. Se basará en un sentimiento religioso nacido de la experiencia de todas las cosas naturales y espirituales como una «unidad significativa».
Dado que somos una especie dotada de consciencia, inteligencia y de libertad de elección, somos responsables de crear las condiciones que permitan la continuidad de la sociedad humana y de nuestro planeta.
Si implantamos la psicobioética, ya no lucharemos solo por nuestra supervivencia individual, sino que trabajaremos para construirnos como personas más plenas, buscaremos más satisfacciones emocionales y cognitivas, mejoraremos en salud mental y generaremos ideas renovadas para lograr un mejor entorno ecosocial y ecopsicológico. Esta utopía solo será posible si dejamos el modelo Ego y pasamos al modelo Eco conectando con la humildad y la consciencia de que todos podemos cuidar y equilibrar el ecosistema del que formamos parte.
Es necesario dejar de lado las conductas arrogantes, prepotentes y soberbias que han provocado la sobreexplotación y la destrucción del planeta y de muchas poblaciones humanas. Porque quien está conectado a la vida no la destruye, no daña a los demás, no maltrata.
Entre nuestras necesidades básicas se halla la de pertenecer, la de sabernos amados por alguien. Es el sentimiento de conexión a la vida lo que nos permite transitar en medio de las dificultades sin hundirnos, porque nos proporciona un anclaje de resiliencia ante la adversidad que nos permite levantarnos y continuar a pesar de todo. Por esto, cuando alguien destruye la vida, debemos preguntarnos qué pasó y por qué esta enorme fuerza constructora se quedó atrapada en su interior.
Somos parte de la gran familia humana. Necesitamos reorientar nuestros valores y dejar de vernos en el centro de todo para pasar a ser uno más entre todos los seres vivos. La humildad es el valor que nos puede situar en el lugar que nos corresponde entre ellos, y es mediante la responsabilidad que podremos generar las condiciones que harán posible nuestra coexistencia en paz.
Es un error pensar que amamos a nuestros hijos porque hacemos todo lo posible para que no les falte de nada. No es lo material lo que les salvará. Lo mejor que podemos legarles es nuestro amor por la vida.
Ecobondad
No hay grandeza donde falta la sencillez, la bondad y la verdad.
En una búsqueda en Google el 1 de septiembre de 2019 encontramos 253 resultados sobre «Ecobondad», y la mayoría hacían referencia al cuidado de animales y plantas, así como del planeta Tierra.
La naturaleza nos habla, y eso también puede ser un ejemplo de bondad entre las especies. Nos llamó la atención una fotografía submarina que Carles Font hizo en Cala Montgó durante un temporal de tramontana a finales de agosto y que publicó el periódico La Vanguardia.20 El texto que la acompañaba decía:
Se percibe en medio de la posidonia un pez llamado lisa que al parecer está herido y se está resguardando, en tanto que otro ejemplar se coloca sobre él y parece cuidarlo.
No es una excepción, más bien una norma que incrementa las posibilidades de supervivencia de una especie, y es tan importante, que surge de forma instintiva también en especies que no disponen de un cerebro como el nuestro. Veámoslo en este otro ejemplo:
Los elefantes grandes no atacan a los elefantes pequeños. Por este motivo, para engañarlos, los guerreros del Rajastán medieval colocaban falsas trompas de piel a sus caballos a fin de no ser atacados durante la batalla por los elefantes del ejército contrario.
El altruismo y la solidaridad con los más vulnerables e indefensos, el cuidado de los demás, son rasgos de bondad y una ventaja evolutiva indudable.
La ecobondad, pues, nos libera de la crueldad. Nos convertimos en seres amorosos y sensibles con todo lo que está vivo y somos cuidadosos con los recursos naturales disponibles porque son patrimonio de todos.
La ecobondad nos vacuna contra la violencia, nos aporta anticuerpos para eliminar todo indicio de crueldad hacia personas, animales y plantas. Activa la delicadeza y la ternura.
Sembrar bondad es indicativo de sabiduría. La bondad consuela, calma, cura, da esperanza, genera confianza, destierra la maldad y aporta las condiciones necesarias para la creación; nos permite mantener la fe en la condición humana, es generosa y solidaria; mejora el clima emocional y promueve la resiliencia.
La ecobondad es la bondad aplicada a nosotros mismos, a los demás y al mundo; la sensibilidad a todo lo vivo que debe ser trasladada a acciones concretas en forma de buenas prácticas.
En el estado de Madhya Pradesh (India) más de un millón y medio de personas plantaron un total de 66.550.000 árboles jóvenes en tan solo 12 horas, consiguiendo un récord Guinness de reforestación. La finalidad ha sido ayudar a paliar el cambio climático.21
La ecobondad es una vacuna que genera anticuerpos morales. Los niños que han sido educados en ella son incapaces de dañar a otro ser vivo. Son personas compasivas, orientadas a cuidar porque tienen un contrato ético y emocional con la vida. Esta conexión amorosa, o biofilia, nos permite transitar en equilibrio por este mundo, maravilloso y terrible a la vez, en un tiempo incierto, repleto de retos, dificultades y problemas que deberemos resolver. Quien ama la vida, sabe apreciar su belleza y sabe de su fragilidad; quien se da cuenta de que amar es un don, está vacunado ante la destructividad.
¿Cómo estamos enseñando a nuestros niños este amor? ¿Lo ven en nosotros, sus familias, sus adultos referentes, sus maestros? ¿Se respira este amor y, por tanto, este respeto a toda forma de vida en los diferentes ecosistemas en los que participan? ¿Les decimos: «no cortes esta hoja para jugar, no rompas esta rama, no pises este insecto, no hagas sufrir a tu perrito»? ¿Les hablamos en positivo?: «cuida esta planta, riégala, abónala, es un ser vivo y tú, como ser consciente, debes responsabilizarte; protege este arbolito, piensa en cuánto tiempo ha tardado en crecer, en su esfuerzo para extender cada una de sus ramitas, demasiado tiempo y energía para que ahora alguien inconsciente lo rompa».
Desde la más primera infancia deberíamos empezar a trabajar y educar conscientemente en la ecobondad, que debe empezar por el respeto y el amor a uno mismo. Solo desde este espacio íntimo de aceptación nuestros niños serán capaces de acoger y amar a otros seres: plantas, animales, compañeros, adultos. No matar, no torturar, no dañar. No romper un árbol porque sí… Evitar ensuciar las calles y el uso de materiales no biodegradables, reciclar los residuos, contener el consumo… cuidar el planeta y todos los seres vivos con los que compartimos «casa».
Así la nueva generación de humanos sería capaz de dar respuestas vinculadas al amor en lugar de darlas vinculadas al miedo. Y desde el amor no acosarían a otros niños. Y desde el amor a sí mismos, no aceptarían ser acosados y podrían dar mejores respuestas si estos hechos se produjesen.
Educados en la ecobondad las criaturas miran más y mejor, y admiran la belleza de lo que yace en su interior y de lo que les rodea. Esta capacidad de apreciar la belleza supone un elemento de resiliencia que les conecta a este amor por la vida. Y esta mirada debe ser estimulada y educada para que su sensibilidad florezca ante la naturaleza, la música, el arte, los pequeños detalles o los demás seres humanos. Su vida puede suponer una diferencia entre crear un mundo más violento y hostil o bien un mundo emocionalmente más ético y ecológico.
Entenderán que el mundo no es un lugar acabado y que ellos pueden dejar una huella en el infinito del tiempo.
Sensibilidad por todo lo vivo
La vida es la materia que florece… es la semilla que germina cuando encuentra un suelo favorable.
Cada tarde de verano una niña de seis años va al huerto de la mano de su tía. Cuando llegan, corre a visitar las diferentes plantas. Su tía le cuenta cómo se llama cada una y los cuidados que necesita; la anima a oler los tomates y a buscar calabacines escondidos entre las matas; deja que la ayude a sujetar la planta de judías verdes que trepa por las cañas.
La niña abre los ojos con sorpresa y curiosidad, su olfato se llena de olor a tierra y a los frutos del huerto; prueba el gusto de las cerezas que ya están rojas, acaricia las brillantes pieles de las berenjenas violetas; ayuda a su tía a regar. Huele, toca, mira, atiende… aprende a cuidar de la vida. Cantan juntas mientras trabajan.
Hoy, a sus sesenta años, aún tiene gravados en su memoria estos recuerdos que guarda como un tesoro muy preciado. De su tía aprendió a amar las plantas, a cuidarlas y a agradecer sus frutos y, haciéndolo, aprendió también que amar a alguien significa enseñarle a amar a otras personas y amar a la naturaleza.
Sensitiva
En la Gran Isla de Hawai crece una pequeña planta delicada, miembro de la familia de las Mimosas, cuyo nombre es Sensitiva. Este se debe a un movimiento que hace cuando algo, incluso un cambio de viento, la roza o atraviesa. En este instante, la planta tropical con tronco y espinas se pega a la tierra. A menos que la estés observando directamente, no se puede distinguir de la hierba o maleza del área, y puede que la aplastes con facilidad con tus pies.
Cuando el sol se levanta en el Pacífico Sur, la diminuta Sensitiva se abre tan amplia como le es posible y se eleva hacia la calidez de los rayos nacientes del sol. Esta minúscula y plegable planta tiene un mecanismo inherente que le permite doblarse con facilidad y recogerse resguardándose de cualquier cosa que le pueda causar daño. No obstante, la Sensitiva no puede distinguir entre un segador de césped que se dirige a ella para cortarla o la persona que se acerca para protegerla.
Mandato primordial: Ámate a ti mismo o perecerás
Si puedo decirle a alguien «te amo», debo poder decir «amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo a mí mismo».
Para dar amor es importante haberlo recibido. Para amar a otras personas, amar la naturaleza y amar la vida, es preciso amarse uno mismo. Porque no se puede dar algo que no se tiene. De la misma forma, en el germen de la violencia hay la falta de benevolencia hacia uno mismo. Alguien que no se acepta, no se valora y no sabe detectar en sí mismo cualidades merecedoras de gratitud, no va a poder aceptar, valorar o respetar a sus semejantes. De ahí la importancia de crear hábitats amorosos que permitan que todo niño pueda crecer orientado a la vida y a la bondad.
Escribe Leo Buscaglia que amarse a uno mismo es luchar por descubrir y mantener la propia singularidad; es comprender y apreciar la idea de que serás el único «tú» que vivirá en la Tierra.
Esta orientación amorosa y compasiva, este ser consciente de que cada persona es una especie única en peligro de extinción que merece ser cuidada, podrá, entonces, generalizarse a los demás.
Escultor de corazones
Es bello vivir porque vivir es comenzar siempre a cada instante.
El amor es un gran escultor de corazones, es la fuerza creadora de vida.
Somos responsables de elegir una vida orientada por el amor en lugar de orientada a la destructividad. Por este motivo, el amor a la
vida es el primer elemento del cóctel de la bondad contra toda forma de violencia. Quien está orientado al amor, no está orientado a la destructividad ni a la maldad. Porque el amor es la fuerza antagónica al odio y a la muerte. El amor busca lo mejor de cada persona y le ayuda a crecer de la forma que le es propia.
¿Qué podemos hacer para que el amor sea la fuerza motriz de la nueva generación de humanos? Muy sencillo: se trata de que ellos vivan lo que luego podrán generalizar a los demás.
Tomates y matemáticas: Proyecto Plantando Números. Premio Francisco Giner de los Ríos
El profesor de matemáticas Pedro Peinado22 empieza a dar clase en el instituto de Torres de Cotillas a una quincena de chavales a los que nadie quiere y en los que pocos confían: problemas de conducta, trastornos disruptivos, repeticiones de cursos, absentismo escolar…
Pedro decide llevarlos al huerto y enseña a plantar calabacines, pepinos, berenjenas, pimientos a los adolescentes. Toman datos del crecimiento de las plantas, del grosor, de la temperatura del agua y, al mismo tiempo que cosechan, aprenden geometría, estadística y las funciones. También comen lo que plantan y cultivan.
Mejoran sus notas un 30%, mejoran su autoestima y el 80% sigue estudiando. Algunos han empezado a trabajar.
Explicaba un alumno: «Era como estar en un pozo y que en esa clase te echasen una cuerda hasta que te sacaran. Creía en nosotros más que nosotros mismos. La cuerda se rompía y él te la volvía a echar. Lloviera o nevara él estaba allí…».
«Cuando abres una puerta», dice el profesor, «se te abren mil caminos… Innovar no solo es integrar metodología; es también integrar personas».
Añadimos: Y para integrarlas hay que amarlas enseñando algo con sentido a quien antes se aburría, no comprendía o no era aceptado. Pedro confió en ellos y ocurrió el milagro: sus alumnos acabaron confiando en sí mismos.
El hombre que plantó un árbol al día
Cuando tenía 17 años, Jadav Molai Payeng inició la cruzada que marcaría gran parte de su vida: plantar un árbol al día durante 35 años.23
Todo empezó en 1979 cuando encontró a decenas de reptiles muertos en la ciudad de Jorhat cerca del río Brahmaputra debido a la falta de sombra. Después de alertar a las autoridades locales, Molai recibió 20 semillas de bambú para plantar, cosa que hizo. Cuando las autoridades forestales del distrito iniciaron el proyecto de plantar 200 hectáreas de árboles, Molai fue una de las personas que trabajó durante 5 años. No satisfecho con esto, siguió plantando árboles por iniciativa propia. A sus 50 años, el resultado es un bosque enorme, casi dos veces mayor que el Central Park de EE. UU.
Gracias a su ecobondad, ha mejorado el ecosistema que alberga tigres, rinocerontes, elefantes y varias especies de pájaros, y el lugar se ha convertido en una verdadera reserva natural para ellas.24
La guardiana del lago
Una mujer peruana organizó a su pueblo para combatir la contaminación del lago Titicaca.25
La propuesta de la alcaldesa a los jefes de las islas fue simple: empezar asumiendo ellos mismos cada mañana la limpieza del lago, desde sus propias balsas, hasta obtener ayuda y respuesta de las autoridades.
La iniciativa de Rita Suaña y de los miembros de la comunidad de uros es, con este trabajo voluntario y de todos los días, eliminar los residuos sólidos y así salvar el lago de la contaminación. Aunque todavía falta mucho por hacer, la gestión de Rita Suaña ya recibió un presupuesto oficial de unos tres millones de dólares y ayuda municipal para sanear y mantener el sector de las islas.
«Los uros somos una cultura viva y nos resistimos a desaparecer. Somos hombres y mujeres del lago que vivimos junto con nuestra naturaleza, con todas las aves y los peces, que son nuestra familia».
Ecobondad. Otra acción bondadosa para el planeta.
Lo que miramos
Yo sé que existo porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos, con mirada limpia.
Lo que más miramos es lo que más amamos.
¿Hacia dónde miran nuestros niños hoy en día? Lo más mirado será lo más apreciado. ¿Y si lo que más miran es una tableta, un iPad, un ordenador, un teléfono móvil, una pantalla? ¿Y si, incluso cuando están con los demás, utilizan una máquina como interfaz? ¿Cómo afectará, cómo está afectando ya, a su desarrollo y a sus relaciones?
¿Y qué miramos los adultos cuando estamos con los niños? ¿Los miramos a los ojos? ¿Estamos atentos a sus expresiones, a sus gestos, a sus necesidades? ¿Qué impacto está teniendo ya la dirección de nuestras miradas en la construcción de su autoestima y en nuestras relaciones? ¿Qué vemos y qué estamos dejando de ver? Y, además, ¿miramos a nuestra pareja, a nuestros compañeros de trabajo? ¿Nos fijamos en los detalles? ¿Hasta qué punto vemos lo que miramos?
El amor requiere reconocimiento, distancias cortas, contacto y mucho tacto. Es indispensable la presencia y la escucha atenta. Es cuando somos amados por alguien que nos convertimos en seres reales, reconocidos y aceptados.
El secreto es el amor
Un conejo de trapo26 deseaba ser más que un juguete. A su alrededor había infinidad de juguetes mecanizados que lo menospreciaban, lo que hacía que el sensible conejito se sintiera insignificante.
El sabio Piel de Caballo, le dijo:
—Mira Conejo, no desesperes. Hay juguetes que siempre serán juguetes, pero solo algunos podrán transformarse de forma mágica y pasar a ser reales. El secreto es el AMOR. Cuando un niño te ama durante mucho tiempo, acabas convertido en algo real para él.
Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las distintas músicas de la vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de vivir y decir, creer y crear, comer, trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y celebrar.
Reconciliar el mundo
Lo más importante es agitar la vida. Tendremos todo el tiempo del mundo para estar muertos.
La vida es diversidad, y no clonación. Todo vínculo se edifica a través de las diferencias y se nutre de la variedad de formas de ser, sentir, estar. Es desde aquí que podemos aprender y crecer unos con otros.
Reconciliar el mundo tal vez sea un proyecto muy ambicioso, pero sí que podemos educar a nuestros niños para que sean respetuosos hacia lo diverso y diferente, estimulando su curiosidad, que es lo que puede garantizar que sigan aprendiendo. Así «agitamos la vida» para que siga siendo vida.
Podemos intentar cerrar las heridas abiertas de nuestra madre Tierra y hacer pasos para proteger las especies en peligro de extinción y las que, afortunadamente, aún no lo están. Podemos reconciliarnos con la diversidad de seres y ver su singularidad como una fuente de riqueza. ¿Qué sería de la música si solo existiera una nota? ¿Cómo serían los paisajes si solo existiera un único color?
Cada persona tiene su propia melodía para cantar y sus propios colores de paisaje y tenemos la oportunidad de conocerlos si nos acercamos respetuosamente a ellas. Existen tantos idiomas emocionales como humanos en la Tierra. ¿Vamos a despreciar la posibilidad de aprenderlos? Tantas voces, tanta música, tantos espacios a explorar… ¡Qué gran reto!
Somos únicos, diferentes y diversos. Y no hay un modo mejor de tomar consciencia de la propia e intransferible singularidad que conocer a otras personas y convivir con ellas.
Diario de sensaciones y encuentros
Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano.
Enfrentarnos a lo desconocido nos despierta todo un saco de miedos y, para evitar sentirlos, intentamos frenar la diversidad y juntarnos por afinidades: edad, sexo, procedencia, capacidad intelectual, estatus, situación económica, aficiones. Lo conocido genera seguridad y, por ello, cuanto más inseguros nos sentimos, tanto más rechazamos lo nuevo y diferente. La inseguridad, en cambio, nos mueve a anclarnos en la certeza de lo conocido. Así, nuestro cerebro puede funcionar con piloto automático y no tiene que ir analizando y valorando las posibilidades que se le presentan.
Este mecanismo lo podemos observar en las relaciones de niños y jóvenes. Cuando han creado lazos de amistad, pueden resistirse a dejar entrar a nuevas personas en el grupo, porque las perciben como rivales y como amenazas a su cuota de atención y, por tanto, entran en competición con ellas. Deberíamos enseñarles que lo nuevo y lo diverso, más que problemas, pueden ser grandes oportunidades para crecer. Pero, para que lo entiendan así, deben ver que los adultos lo estamos viviendo y aplicando de esta forma.
Nuestro mundo adulto también suele regirse más por unir lo similar que por unir lo diferente. Cuando alguien defiende la importancia de la diversidad de culturas, de razas, de formas de ser, deberíamos preguntarle: ¿Cuántos amigos de diferentes procedencias, razas, culturas y formas de ser tenemos? Y ¿cuándo fue la última vez que hicimos nuevos amigos? ¿Qué nuevos horizontes nos han abierto y qué paisajes de nuestra alma hemos compartido con ellos?
Como dice la sabiduría popular «el movimiento se demuestra andando». Os proponemos llevar un Diario de sensaciones y encuentros: podríamos anotar en él todas las nuevas preguntas que surgen en nuestro interior cuando nos encontramos con alguien nuevo; podríamos tomar consciencia de las diferentes sensaciones, sentimientos, miradas compartidas o costumbres diferentes; podríamos dejar constancia de algo nuevo que hemos aprendido del otro.
¿Qué nuevos paisajes emocionales, qué nuevos colores, qué curiosidades que antes ignorábamos nos ha abierto este otro-desconocido que nos hemos animado a conocer?
Mapas sin fronteras
Los educadores deben fomentar la reflexión y la responsabilidad para dar a los niños herramientas para combatir la agresividad y la imbecilidad moral que los rodean.
Al nacer, los mapas del alma no tienen fronteras. Pero a medida que crecemos, construimos creencias limitantes sobre lo que es conveniente o no; sobre «lo nuestro» y «lo de los otros»; sobre la seguridad de lo conocido y los peligros de lo desconocido y, entonces, levantamos barreras.
Cuando polarizamos el pensamiento (lo que está bien, lo que está mal; lo bueno, lo malo; lo positivo, lo negativo; los nuestros y los demás) empezamos a incubar el germen de la exclusión: existen «los de dentro» y «los de afuera». Entonces, repletos de corazas, no permitimos el paso a lo que consideramos que puede ser un peligro o una amenaza para nosotros. Así, curiosamente, la diversidad es una fuente de peligro para algunas personas, porque las sitúa ante la incertidumbre de lo desconocido.
Es clave recordar que hay muchos mundos dentro de nuestro mundo, que a su vez está dentro de otro mundo, y así sucesivamente. Adentrarnos en ellos es una gran oportunidad para ampliar nuestra mirada, nuestra mente y nuestro corazón. ¿Explicamos a nuestros hijos que el Universo es muy grande y contiene muchos mundos o bien limitamos su mirada a lo cercano? Y nosotros, los adultos referentes, ¿preferimos las certezas, lo conocido y lo sabido, o aún sabemos sorprendernos y ejercemos un pensamiento crítico que nos permite analizar diversas formas de ver y vivir, y extraer nuestras propias conclusiones?
¿Queremos ser creyentes o exploradores?
Lo diverso: diferentes voces nos despiertan
La unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del Universo.
A veces se ve «lo diverso» como equivalente a lo raro, extraño y excepcional. Pero lo diverso es lo que ha hecho posible las combinaciones de éxito que nos han permitido sobrevivir como especie. En nuestra vida, además, hay muchos posibles caminos que podemos elegir y distintas realidades que podrán surgir en función de la elección realizada.
La uniformidad nos puede llevar a un pensamiento único y peligroso. De hecho, el integrismo y las dictaduras están basados en la uniformidad de forma de pensar, de ser, de hacer, y siempre empiezan con el rechazo a la diversidad humana.
Es importante adoptar la diversidad como un valor a preservar y potenciar, y abrirnos a ella. Porque, cuando somos receptivos de mente y corazón, toda su riqueza se deposita en nuestro ADN personal y se convierte en un elemento integrante de nosotros mismos.
Lo diverso es más fuerte que lo uniforme.
La común humanidad
El respeto es el primer paso para apreciar lo diverso. Y solo se respeta aquello que se conoce y se valora. ¿Cómo vamos, entonces, a respetar la diversidad si partimos del desconocimiento?
El otro, desconocido y diferente a nosotros, puede generar miedo. Y el miedo descontrolado puede convertirse en rabia y expresarse agresivamente. «Lo diferente» puede ser visto como una amenaza a lo «nuestro», como una desposesión, porque somos animales territoriales y de forma instintiva tendemos a defender lo que consideramos que está amenazado. Por este motivo hay dos aspectos clave a trabajar en educación emocional, el autoconocimiento y el conocimiento del otro:
Quién es, de dónde procede, cuáles son sus costumbres, lo que le hace único y diferente, pero también, y, sobre todo, los territorios que compartimos.
Y, precisamente, lo que compartimos es esta «común humanidad», sea en la familia, en la escuela, en nuestro trabajo, en nuestra ciudad o en nuestro mundo.
Solo si nos conocemos, nos podremos apreciar, valorar y respetar.
El mercader de Venecia
En el fragmento de la obra de Shakespeare, El mercader de Venecia, Shylock se dirige a Salarino. En su monólogo se plasma muy bien lo que significa la expresión ‘común humanidad’.
Ha arrojado el desprecio sobre mí (…) se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos, y ¿qué razón tiene para hacer todo esto?
Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos?
Cambiemos la palabra «judío» por la que queráis: inmigrante, mujer, homosexual, negro, pobre, rico… Para respetar lo diverso hay que darse cuenta de que, además de lo diferente, todos compartimos nuestra común humanidad y es desde este espacio conjunto que podemos construir algo valioso.
No es fácil ver a los demás como semejantes, lo es mucho más verlos como diferentes y como amenazas:
• Miradas de rechazo porque alguien tiene otro color de piel o viste diferente o no entiende bien el lenguaje, va a otro ritmo, es inhábil en algún aspecto.
• Prejuicios sobre las diferentes procedencias y clases sociales, sobre si los padres tienen o no cualificación, dinero, propiedades, coche, o son obreros o desempleados.
• Burlas porque algún niño no ha traído los libros de texto el primer día, sin considerar que, tal vez, su familia no tenía el dinero para comprarlos hasta fin de mes.
• Adultos dejando de lado a otros adultos que piensan distinto, haciéndoles el vacío por ser «de fuera», porque los ven como una amenaza a sus intereses u objetivos.
• Y en las empresas… profesionales invadiendo los territorios de sus compañeros, desposeyéndoles de su espacio, ignorándolos o no teniéndolos en cuenta por no cumplir algunos requisitos o no encajar en su marco mental.
¿Cómo trabajamos en educación el tema de la común humanidad? ¿Es algo que ya damos por supuesto? ¿Tenemos en cuenta esta mirada?
En la escuela juntamos a muchos niños y niñas o jóvenes en un espacio de aula y empezamos a impartir conocimientos, pero es clave recordar que hay una premisa importante: ellos deben sentirse a salvo y aceptados.
El miedo al rechazo es un factor que bloquea en nuestro cerebro la capacidad de aprender.
Sin control
Los niños no eligen sus circunstancias, ni la raza ni la lengua ni la religión de sus padres ni sus oficios; algunos no pueden seguir la moda de los demás porque en su casa la prioridad es comer. Tampoco tienen nada que hacer si son los más pequeños de la clase, porque hayan nacido a finales de año; tampoco tienen control si su genética les ha dotado de una tendencia al sobrepeso o a la delgadez, un color de piel u otro, que los hace diferentes al resto. Si no trabajamos para enseñarles a ver la común humanidad, difícilmente la bondad crecerá en su interior.
Sin comprender que, si pinchan a sus compañeros, sangran igual que ellos y que, lo que les duele, también les duele igual… crecerán unos sin empatía ni ternura ni compasión, y otros viviendo en profunda soledad, siendo agredidos cuando deberían ser protegidos y teniéndose que resguardar de sus compañeros, cuando deberían poner toda su atención y energía en crecer, aprender, reír, jugar y hacer amigos.
Común humanidad con los desconocidos y conocidos.
Común humanidad con las personas de las que hablamos sin conocimiento de causa.
Común humanidad en las organizaciones de todo tipo, en la política, en los medios de comunicación.
Porque aquel otro que no encaja con nuestra forma de ser;
el otro, que vivimos como amenaza a nuestros intereses;
el otro, que de alguna forma supone algo a combatir…
es un ser humano como nosotros.
Este otro es un ser sensible y vulnerable como nosotros mismos. Este otro tiene una familia que también sufre cuando le hacemos sufrir, cuando le quitamos espacio o funciones, o le ninguneamos.
Como escribe Edgar Morin: Seamos hermanos porque estamos perdidos, perdidos en un pequeño planeta de suburbio, de una galaxia periférica, de un mundo privado de centro…
La violencia avanza cuando la fraternidad se pierde.
Autorrespeto para respetar
No hay normas. Todos los hombres somos excepciones a una regla que no existe.
Ahora bien, ¿cómo va a respetar un niño, un joven, un adulto, a otro si no sabe respetarse a sí mismo? Solo desde el autorrespeto se puede respetar a otra persona, a la naturaleza, al mundo. Y solo conociendo quiénes somos, reconociendo que somos seres valiosos y que hay algo en nosotros que vale la pena cuidar y hacer crecer, podremos sentir este autorrespeto.
Soy un ser único y valioso. Tengo cualidades que merecen ser cultivadas. En mí hay capacidades y potenciales que están deseando nacer y crecer, y voy a darme esta oportunidad. Dispongo de suficientes recursos personales como para ser generoso compartiéndolos con los demás. Ser generoso no me desposee de nada y me aporta mucho.
Pero ¿qué ocurre si la propia familia no está respetando a sus niños? ¿Y si los mensajes que un adolescente recibe hasta llegar a adulto son del tipo: «eres un inútil que no sirve para nada», «nunca harás nada de bueno en la vida», «eres un desastre»… ¿Cómo va a sentir respeto por sí mismo? ¿Y si se le ha agredido o humillado en lo que debería haber sido para él un hogar, espacio amoroso y protegido?
Algo en su mente y en su corazón se rompe o corrompe cuando alguien ha sido maltratado sistemáticamente y le han minado su autoestima. Y cuando el amor no es el camino, la salida puede ser la violencia.
Quien no es respetado, no cultiva el autorrespeto.
Quien no siente autorrespeto, no es capaz de respetar a otros.
Quien no respeta a otros, puede agredirlos con facilidad, puesto que no les identifica como seres dignos de serlo.
Según Erich Fromm: Si no puedo ser poderoso creando o construyendo —y no lo soy porque me han dicho que no podía, que no era capaz, que no sirvo para nada, y porque para crear debo invertir tiempo y esfuerzo—, sí que lo puedo ser, siempre y de forma fácil, destruyendo al otro, subyugándolo, haciéndole sufrir, utilizándolo… Cuando el otro me teme, soy poderoso y esto me hace sentir bien.
Este mecanismo perverso perpetúa el maltrato y la violencia contra las personas.
Es urgente reflexionar sobre por qué algunos niños, jóvenes y adultos se convierten en acosadores o maltratadores. Probablemente nos hemos preguntado más de una vez: ¿Cómo han acabado así? ¿Qué ha ocurrido en su interior y en su exterior para que el ADN de la bondad, que pugnaba por nacer, no se haya desplegado? ¿Qué papel hemos tenido sus adultos referentes? ¿Qué grado de responsabilidad tenemos como sociedad? ¿Qué les hemos enseñado y qué han aprendido?
Hay que enseñarles que a lo largo de su vida van a convivir con personas muy diversas. Unas llegarán y se irán; otras, se quedarán un tiempo y algunas, pocas, formarán parte de su camino hasta el final. Y, lo que cada una de ellas les aporte y compartan, quedará impreso en forma de memoria emocional en su corazón hasta el final de sus días.
¿Qué imagen desearán que permanezca en su corazón?
¿Qué nivel amor o dolor habrán intercambiado?
Punto de encuentro
Contigo aprendí / que existen nuevas y mejores emociones. / Contigo aprendí / a conocer un mundo nuevo de ilusiones. / (…) a ver la luz del otro lado de la Luna…
Cuando lo horizontal se encuentra con lo vertical, cuando dos formas de ver y situarse en el mundo confluyen en un centro, este punto medio puede definir una inflexión y el inicio de un cambio.
Proponemos enseñar a nuestros niños a buscar este punto de encuentro entre lo diverso. Porque cuando esto ocurre, cuando dejan de temer a lo diferente y dejan de buscar solo la semejanza como fuente de seguridad; cuando aceptan la diversidad de compañeros y la pueden ver como algo interesante que merece ser conocido y explorado, no hay espacio para el acoso escolar. Y no lo lograremos si nosotros, los adultos, rehuimos este punto de encuentro. Aplicarnos lo que queremos que ellos se apliquen es la mejor vía de educación emocional y en valores.
No se trata tanto de lo que es preciso hacer con nuestros niños y jóvenes como sobre lo que es preciso hacer con nosotros mismos como adultos que somos. Los valores y la educación emocional, como la prevención y abordaje de todo tipo de violencia, se basan en un aprendizaje por impregnación mediante el ejemplo que las personas referentes les damos.27
Estamos construyendo un nuevo mundo en el que muchas voces nos van a despertar y muchos aprendizajes nos esperan. Lo inteligente es saber elegir bien a qué tipo de influencias y voces vamos a responder y qué otro tipo de mensajes vamos a filtrar y eliminar de nuestra mente.
Ubuntu
Ubuntu es un concepto africano tradicional, una especie de regla ética sudafricana centrada en la lealtad de las personas y las relaciones entre ellas. El origen de la palabra está en las lenguas zulú y xhosa y existen varias traducciones posibles del término al español. Las más comunes:
• Humanidad hacia otros
• Soy porque nosotros somos
• Una persona se hace humana a través de las otras personas
• Una persona es persona en razón de las otras personas
• Todo lo que es mío es para todos
• Yo soy lo que soy en función de lo que todos somos
• La creencia es un enlace universal de compartir que conecta a toda la humanidad
Una persona con ubuntu es abierta, humilde y empática y está disponible para los demás; les respalda y no se siente amenazada cuando otros son capaces o buenos en algo, porque confía en sí mismo. Sabe que pertenece a una gran totalidad, que decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos.
Esta idea de «humanidad» hace que se pueda aplicar la filosofía ubuntu a otros ámbitos como el deporte o la empresa; incluso al liderazgo, porque para lograr que un grupo social se mueva siguiendo los valores de ubuntu, es imprescindible que su líder sea, también, un líder ubuntu.
Pensamos demasiado y sentimos poco. No necesitamos máquinas, sino humanidad. No necesitamos inteligencia, sino amor y ternura. Sin estas virtudes, todo es violencia y todo se pierde…
El lenguaje secreto que puede salvar el mundo
Parece que el lenguaje tierno se quedó atrapado en la primera infancia cuando hablamos y tratamos a los bebés. Parece que este lenguaje se va perdiendo a medida que nos hacemos mayores. Parece que los ritmos desajustados y rápidos con los que nos manejamos han ido generando anticuerpos que hacen imposible este bello sentimiento. Y sabemos que esta sensibilidad, que se siente y se expresa hacia todo lo vivo, es lo que nos puede salvar de la violencia y la destrucción.
La ternura es el caldo de cultivo donde crece la bondad. Si logramos recuperar esta especie emocional, en peligro de extinción, será mucho más fácil implantar una cultura de paz.
La dureza vencida por lo pequeño
La mirada y la mano de una persona no sirven solo para ver o palpar, sino que simbolizan y manifiestan la ternura escondida en el corazón.
La ternura es amor fundido. Es acogedora, protectora y jovial. Es un latido afectivo, el tipo de amor punzante y dulce que inspiran los recién nacidos cuando nos sonríen, dibujando un hoyito... ¡Ah, la ternura!28 Aporta una sensación de calidez, como olas suaves que van invadiendo nuestro cuerpo y que salen del corazón.
La dureza es vencida por lo pequeño y la aspereza es disuelta por la dulzura.
Cuando la ternura avanza, la violencia decrece.
Poco a poco
La ternura encuentra su satisfacción en el propio acto, en la alegría de estar lleno de amor y calidez, de tomarse al otro seriamente, de respetarlo y hacerlo feliz.
Ritmo lento. La prisa queda afuera y sentimos intensamente el presente. Deseamos acariciar con suavidad aquella cara, aquellos cabellos y tocar aquella piel, cada línea y cada contorno.
La ternura nos despierta las ganas de abrazar al otro y acunarlo para protegerlo de todo mal. Algo o alguien nos emociona dulcemente y nos mueve a cuidarlo, protegerlo, acariciarlo o a darle cariño. Pone dulzura en nuestra cara y brillo en nuestros ojos.
La ternura es compasiva, nos vuelve más empáticos y nos hace sentir con el otro y a su propio compás. Cura muchas heridas, extrae lo mejor de nosotros mismos, respeta los ritmos de los demás.
¡Dejemos espacio y tiempo para que, quien tenga dificultad de expresarse, lo haga a su ritmo! Evitemos presionar para que lo haga al nuestro. Respetemos los espacios de silencio sin interrumpir con nuestras prisas o con palabras vacías, respetemos los procesos y la expresión del otro.
La paciencia, además de una muestra de respeto, es una forma de ternura.
Ternura y bienestar
En los países del este asiático el nombre Kuan Yin simboliza «el despertar compasivo» y se traduce como «aquel que escucha y oye los llantos del mundo para poder acudir y ayudar».
A más ternura, mayor bienestar, salud y rendimiento.
La ternura forma parte del circuito neuronal de la compasión que es diferente del circuito neuronal de la empatía. Investigadores del Max Planck Institute de Alemania, en Leipzig, enseñaron a diversos participantes voluntarios una de las versiones de la práctica de meditación loving kindness o bondad amorosa, que es como se traduce al español. Uno de los grupos recibió entrenamiento en prácticas de compasión que se centran en sentir bondad y amor por otros que sufren. Sus cerebros activaron un grupo de circuitos muy diferente al de la empatía, estimulando zonas cerebrales que tienen relación con el amor parental por el niño.29
La persona que siente ternura es empática y también compasiva. Acepta a la otra y su realidad y, además, hace algo para cuidar de ella. Este sentimiento también se manifiesta mediante el habla, con palabras suaves, melodiosas y bajitas, con la mirada y con el tacto.
Contacto y caricias… Quién recibe ternura ya no se siente solo. No estás solo, estoy contigo y siento contigo. Cuando te veo, pienso en ti o estoy contigo, me invade una sensación de calidez y me siento agradecido de compartir mi camino contigo, de saber que tú existes.
Quien regala ternura es alguien que tiene fortaleza y confianza interna.
Un abrazo rescate
La historia de estos dos gemelos prematuros tuvo lugar en Stevenage, Inglaterra. Austin y Ava Jayson nacieron después de solo veintisiete semanas de gestación —trece semanas antes de lo previsto— lo cual supuso graves problemas para que su bienvenida al mundo fuera posible.
A pesar de estar semanas en la incubadora a causa de importantes dificultades respiratorias, el nivel de oxígeno en sangre de las criaturas no llegaba a los mínimos y el equipo médico del hospital llegó a temer por la vida de los dos bebés. Ava había nacido con menos de un kilogramo de peso, mientras que su hermano a duras penas lo había superado.
Su madre, Krystina Jayson, propuso a los médicos que pusieran a los dos hermanos juntos en la misma incubadora. Y así se hizo. Desde aquel momento, los dos se empezaron a abrazar y los problemas respiratorios disminuyeron progresivamente.
«Fue un milagro y realmente maravilloso ver cómo mejoraban», declaró la madre al diario inglés Daily Mail.
Aunque no existe ninguna evidencia científica que explique la mejora de los bebés, sí que hay una teoría denominada «abrazo rescate» que defiende que la frecuencia cardiaca entre hermanos prematuros mejora cuando se abrazan de manera prolongada.
Las frágiles alas de un insecto
Incluso la ternura puede ser letal cuando se esconde.
Requiere mucho cuidado tocar las frágiles alas de un insecto. Es muy fácil estropearlas, dañarlas, anularlas.
De la misma forma, la ternura es una materia emocional que requiere una sensibilidad exquisita. Si la sensibilidad se desequilibra, también se desequilibrará nuestro pensamiento. Cuando no expresamos la bondad y la generosidad que residen en nuestro corazón en forma de ternura, este empieza a insensibilizarse, se endurece y nos desertizamos emocionalmente.
Ya lo expresa el dicho popular: Una persona sin ternura es como un bosque sin pájaros.
En el corazón de los demás
Todos necesitamos sentirnos alguien para alguien.
La ternura construye puentes suaves y al mismo tiempo poderosos, y nos permite mostrar nuestra humanidad incluso a personas que no conocemos, respetando al otro en su diferencia, sin imponerle nuestra visión. Nos hace plenamente humanos porque nos permite crear lazos de solidaridad con los demás: compartimos finitud y destino.
Es un antídoto contra la violencia y la agresividad.
Nos impulsa a cuidar de forma amable y cálida a los seres vivos.
Las personas sensibles y tiernas son un cielo en la tierra. Su existencia salva la humanidad entera.
Donde hay ternura
No olvides nunca que tú vives, es decir, que posees, por lo tanto, una parte de la Ternura Universal.
¿Cómo aprenden nuestros niños a hacer amigos, a ser amigos? ¿Quién les enseña? ¿Cómo afecta a sus relaciones su incompetencia para gestionar sus celos, envidias, inseguridades, miedos, rabia o rechazo? ¿Es posible la amistad en ausencia de autocontrol emocional?
La respuesta es que aprenden de lo que ven de sus mayores, de sus adultos referentes, aprenden de su familia, en la escuela y mediante las historias de ficción que ven en las pantallas. Aprenden por impregnación, como lluvia fina que va calando en su corazón. Y debemos preguntarnos: ¿qué proporción de lo que ven está vinculada con conductas agresivas o violentas y qué proporción está vinculada a modelos de conductas tiernas y compasivas?
Lo que nos nutre intelectual y emocionalmente tiene un impacto directo en la calidad de nuestros pensamientos, nuestras emociones y nuestras relaciones.
Richard Davidson sostiene que estimular la ternura en los niños mejora su bienestar emocional.
Si en el corazón de nuestros niños se enraíza la planta de la ternura, no habrá en él espacio para la violencia.
Donde hay ternura, no hay insultos, rechazos, humillaciones. Donde hay ternura no hay cabida para los rumores, las mentiras, la prepotencia.
Donde hay ternura, crece la aceptación, la cálida acogida, la protección.
Donde hay ternura, se respetan las diversas formas de ser, procedencias, opciones de vida, cultura…
Donde hay ternura es imposible el acoso en todas sus formas porque...
es una vacuna que genera anticuerpos contra la violencia y nos protege toda la vida.
Una pequeña llama
—Te moldearé —le dijo el hacha al pedazo de hierro, mientras descendía con toda su fuerza sobre uno de sus costados.
Pero a cada golpe que le daba, iba perdiendo su filo hasta que, después de un rato, aquella herramienta no pudo más. Había quedado totalmente inutilizada.
—¡Déjenmelo a mí! —dijo el serrucho mientras clavaba sus dientes en el pedazo de hierro.
Pero sus dientes fueron desapareciendo, uno por uno, hasta quedar inutilizado.
—Yo me encargaré de modelarlo —profirió con arrogancia el martillo, mientras se burlaba de sus compañeros por haber fracasado.
Pero después de varios golpes, se le quebró el mango y se le desprendió la cabeza.
—¿Me permites probar? —inquirió humildemente una pequeña llama.
Los otros tres se rieron a carcajadas, pero se lo permitieron porque estaban convencidos de que también iba a fracasar. Sin embargo, aquella llamita cubrió el pedazo de hierro; no se desprendió de él, lo abrazó y abrazó hasta volverlo blando y darle la figura que quería.
Aquella llamita logró lo que las otras tres poderosas herramientas no pudieron alcanzar. Así es el amor, así lo consigue la ternura.
¿Desde qué emoción abordamos los problemas de violencia? ¿Golpeamos con críticas, con palabras duras? ¿Clavamos nuestros dientes de rabia y de ira en el otro o en nosotros mismos?
¿Acaso sirve de algo?
Hay otro camino y es mucho mejor: envolver al herido, que ataca o que es atacado, en la pequeña llama de la ternura, acoger su caos con compasión, hacerle sentir el calor de nuestra llama y hacerle saber que no está solo.
Por más severo y duro que sea el corazón de una persona, no podrá resistirse a la calidez del amor.
Sentir compasión no es suficiente. Debemos aprender a expresarla. Por eso el amor ha de acompañar a la compasión. La comprensión y la sabiduría intuitiva nos muestran cómo actuar.
Respira: es la vida
El largo camino hacia la humanización de la humanidad está alumbrado por tres luminarias: el deseo de comprender el mundo —la ciencia—, el de embellecerlo —el arte— y el de ayudar a los seres vivos a vivir —empatía. Tres palabras hay que retener: conocer, crear y compadecer.
Respira: es la vida. Y la vida te dice «¡vives!, ¡vive!».
Sé bueno (bene-volente) con los demás, porque nada existe independientemente, ni los átomos ni las personas ni las culturas... intersomos.
Intersomos, y lo que le ocurre a otro no solo nos concierne, sino que nos constituye.30
El sufrimiento del otro nos afecta, porque intersomos, e igualmente también nos afecta su alegría.
Intersomos: lo que hacemos y lo que dejamos por hacer tiene consecuencias en los demás y en la misma trama de la vida.
Cuando lo comprendemos, brota de nosotros la compasión universal que nos lleva a actuar de forma altruista. Nuestro bienestar está relacionado con el de los demás, de igual manera que también lo está nuestro sufrimiento y el suyo.
El éxito de nuestra vida va a depender de la sensibilidad y compasión con la que nos tratemos a nosotros mismos y con la que tratemos a los demás; va a supeditarse a la comprensión que brindemos a los que se están enfrentando a momentos difíciles, a la solidaridad con los más débiles y a nuestra tolerancia y capacidad de poner límites a los más fuertes... porque en algún tramo de nuestra vida nosotros mismos viviremos estas cosas.
La vida no es un trayecto con una sola parada ni con un único pasajero31 y, si nos queremos salvar, es urgente trabajar la sensibilidad, atendiendo a los ritmos secretos de la vida.
Las personas pueden olvidar lo que les dijimos, pueden olvidar lo que les hicimos, pero difícilmente olvidarán lo que les hemos hecho sentir.
Las esquinas del corazón: empatía y compasión
Usted busca a alguien que se ajuste a las esquinas irregulares de su corazón.
Una de las grandes plagas de hoy en día es la indiferencia hacia el sufrimiento ajeno.
La empatía es la capacidad de sentir lo que los demás sienten y de expresarles nuestro sentimiento, pero ponernos en su lugar no es lo mismo que penetrar en su mente.
Tenemos que ir más allá de imaginar cómo veríamos las cosas desde un punto de vista poco familiar, e intentar realmente comprender cómo las ven otras personas para quienes ese otro paisaje es su hogar.32
La compasión, karuna en sánscrito, es la intención y capacidad de aliviar el sufrimiento de otra persona o de cualquier otro ser. Va unida a la ternura y a la acción. Es uno de los preventivos y antídotos a toda forma de violencia. Es un paso más. Supone la participación en el dolor de otro, mediante una especie de altruismo afectivo. No se trata solo de sentir lo que el otro siente o sufrir por lo que el otro sufre, ni tampoco es sentir lástima de él, sino «sentir con él» y hacer algo para mejorar su situación.
En la jerarquía de los sentimientos la compasión es suprema. Debería ser una especie emocional a proteger porque nos humaniza.
Llamé a la puerta y me preguntaron: «¿Quién es?»
Contesté: «Soy yo».
La puerta no se abrió.
Llamé a la puerta y me preguntaron: «¿Quién es?»
Contesté: «Soy yo».
Y la puerta no se abrió.
Llamé a la puerta y me preguntaron: «¿Quién es?»
Y contesté: «Soy tú».
Y la puerta se abrió.
Telepatía emocional
La compasión es la capacidad de imaginación afectiva, el arte de la telepatía emocional.
Cuando se produce acoso escolar hay un grupo de personas, los consentidores, que son corresponsables de que se den las condiciones para que ocurra.
Cuando se produce acoso laboral, hay un grupo de compañeros de trabajo que se dan cuenta de que ocurre y, no obstante, callan y toleran que estas conductas violentas sigan sucediendo.
Cuando hay una persona que sufre violencia doméstica, algunos vecinos o familiares se dan cuenta, pero prefieren no actuar, no meterse en «la vida de los demás».
Ninguno de ellos se percata de que su pasividad es un elemento clave para que la violencia contra una persona continúe impune.
¿Qué pasaría si estos compañeros, trabajadores, familiares, vecinos sintieran profundamente esta «telepatía emocional», esta imaginación afectiva, esta empatía que te permite sentir el sufrimiento del otro como propio? No tolerarían el acoso, lo impedirían, lo denunciarían, protegerían al niño, a la mujer, al anciano, al trabajador vulnerable. Por descontado, no participarían como espectadores pasivos en esta situación.
Alguien conectado a la empatía y a la compasión no acosa ni violenta a nadie, porque está sensibilizado y vacunado emocionalmente contra la violencia. Y, sobre todo, actúa.
Autocompasión: ser buenos con nosotros mismos
Juzgarnos de manera amable y con un punto de bondad es una de las habilidades que nos hace adultos más estables.
La compasión empieza por uno mismo y es un bálsamo que deberíamos aplicarnos a menudo. Solo así podremos ser compasivos con los demás.
Lo único que podemos dar es aquello que somos. Así pues, para ser realmente compasivos con los demás, debemos practicar en primer lugar con nosotros mismos, conociéndonos, aceptándonos y perdonándonos.
¿En qué consiste ser autocompasivo?
Nada tiene que ver con lamentarnos o ir de sufridores por el mundo. Se trata de hablarnos con ternura, darnos descanso cuando estamos cansados, concedernos permiso para reír, cuidar nuestro cuerpo, permitirnos recibir caricias y aceptar la generosidad de los otros.
Aquí os ofrecemos otros ejemplos de acciones autocompasivas:
• Discernir lo que es importante de lo que no lo es, diferenciando un problema de un inconveniente y priorizando necesidades y deseos.
• Pedir ayuda cuando la necesitamos.
• Aceptar lo bueno que nos llegue.
• Saber poner límites a todo tóxico o maltrato.
• Soltar los pesos muertos que cargamos.
• Ser benevolentes al repasar nuestra vida pasada reconciliándonos con nuestro pasado, con los sueños no cumplidos, con los conflictos no resueltos, con las oportunidades perdidas, con los temas aplazados. Perdonarnos.
• Cerrar círculos completando temas pendientes, si se puede, y aceptar lo que ya no tiene solución. Extraer algún aprendizaje incluso de los momentos más difíciles vividos.
Cuando nos tratamos bien a nosotros mismos alimentamos nuestro crecimiento espiritual y cultivamos la compasión por los demás.
Gandhi así lo sentía: Creo en la unidad esencial de todas las personas y, más aún, de todas las vidas. Por lo tanto, creo que si una persona crece espiritualmente, el mundo entero sale ganando también en este sentido, y si una persona retrocede, el mundo entero lo hace en igual medida.
La compasión iluminada
Quizá sea por instinto de conservación el motivo por el cual no sabría renunciar nunca a ser compasivo.
«¡No me compadezcas!», suele decirse. La compasión mal entendida, y peor aplicada, puede generar dolor y soledad si es vivida como humillación o con vergüenza. Y el orgullo puede impedir aceptar la ayuda que viene del otro.
Si uno se compadece de alguien que pasa hambre y le da comida, el impacto de su actuación será solo puntual, a no ser que le enseñe también a cultivar sus alimentos, un oficio, le dé trabajo o haga acciones para evitar la exclusión social.
Se ha confundido a menudo compasión con lástima, y ayuda con caridad. Por este motivo muchas personas rechazan este término. ¿Quién quiere mantener relaciones basadas en la superioridad y el poder?
Para ser compasivo hay que acoger el sufrimiento y la angustia del otro y ofrecer serenidad y confianza.
Así lo escribe la psicóloga Marie de Hennezel:
Cuando debo enfrentarme a la angustia de los demás he aprendido a acoger y a ofrecer. Para ello me inspiro en una antiquísima práctica tibetana de la compasión, llamada tonglen, que en tibetano significa ‘ dar y regalar ’. Consiste en dar acogida al sufrimiento, a la angustia del otro, y a ofrecer a su vez toda la confianza y la serenidad que podemos extraer de nosotros mismos. Se trata, mediante esta sencilla participación en el sufrimiento del otro, de estar con él, de no dejarle solo.
La compasión iluminada supone ayudar al otro desde la humildad, generosidad y delicadeza para que sea autónomo y tome consciencia de sus recursos personales, a fin de que pueda dar por sí mismo respuesta a los retos que la vida le plantee.
Un corazón debajo de la toga
El hombre que, en lo más profundo de su corazón, siente que es feliz, espontáneo y generoso, ve en el género humano a un solo hombre al que ayudar y comprender.
En el juzgado de Rhode Island33 (EE. UU.) a veces no es un juez quien dicta las sentencias.
—Podemos tomar la opción uno, que es aplicar toda la multa con los cargos por impago de 300 dólares; la opción dos, de 100 dólares; la tres, que es reducir la multa a 50 dólares. O podríamos optar por la cuatro, que es que no pague nada. ¿Qué es lo que harías tú, para ser justa?, ¿cuánto debería pagar?
—La tres, 50 dólares.
La justicia la ha dictado Janice, de 6 años, cuya madre se enfrentaba a una multa de hasta 300 dólares por aparcar en un lugar prohibido mientras iba a una fiesta en casa de su primo. Y el que la orienta a decidir la gravedad del castigo es el juez Frank Caprio, de 80 años. Él suele decir: «No llevo una placa debajo de la toga. Llevo un corazón».
Al final el juez perdonó completamente a la madre de Janice bajo la promesa de que llevaría a su hija a desayunar.
En otra ocasión, cuando Andrea Rogers, una mujer que tenía que afrontar una multa de 400 dólares por infracciones de tráfico, le explicó que estaba pasando una mala época, que aparcó mal porque tenía que resolver un tema económico de su hijo, asesinado hacía un año, y que estaba a punto de perder su apartamento, el juez Caprio la perdonó diciendo: «Pienso que nadie quisiera experimentar esto en su vida».
Cuando bebas agua, recuerda la fuente.
La memoria del corazón
Solo hay una verdadera privación, y es la de no ser capaz de darnos a aquellos a quienes amamos.
La gratitud es la memoria del corazón, es la consciencia de que algo o alguien es un don.
Un don es algo gratuito que te llega, que se te ofrece, que aparece y podría no haber aparecido. Ese don es valioso y, desde esta consciencia de valor, es posible pasar del sentimiento a la conducta: de la gratitud al agradecimiento. La gratitud merece la pena ser cultivada. Se debe enseñar y hay que aprenderla. Y si no se educa, no aflora en forma de conductas de agradecimiento.
Lo contrario de la gratitud es el menosprecio o, también, la indiferencia. Lo que no se ve como un don, lo que no se valora, no se agradece.
La palabra «gracias» se ha convertido para muchos de nosotros en una especie de muletilla verbal, un tópico social, algo que hay que decir. Y, al utilizarla mal, ha perdido valor. Deberíamos personalizar las «gracias» y acompañarlas de palabras que especifiquen de qué nos sentimos agradecidos. Un «gracias» solo debería darse desde la sinceridad.
A diario deberíamos entrenar el músculo de la gratitud educando para que los niños, niñas y jóvenes sean capaces de tomar consciencia de que sus compañeros son dones y, por lo tanto, dignos de ser respetados, valorados y agradecidos.
Que no pase un día sin que cada criatura haya tomado consciencia de diez cosas que puede agradecer. Y esto no será posible si los propios educadores o familias no son capaces o no están sensibilizados para hacerlo ellos mismos y compartirlo con sus niños expresándoselo.
Que un adulto no empiece su día y se levante de la cama sin haber buscado diez motivos por los que vale la pena empezar la jornada. Este kolam mental, que le hace buscar lo que es valioso en su vida y puede agradecer, le aportará un plus de energía creativa y amorosa que va a mejorar tanto su bienestar como sus relaciones.
Demasiado de todo
La satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aún del placer máximo.
¡Qué difícil que es el cultivo de la gratitud en una sociedad de abundancia!
Demasiado de todo, sobresaturación y excesos que provocan insensibilidad.
Demasiada disponibilidad e inmediatez.
Demasiado dispendio.
Todo ello nos lleva a un territorio emocional en el que aflora la exigencia y la prepotencia. «¿Quieres algo? ¡Exígelo!» ¿Te dan algo? Lo das por descontado.
Desparece la consciencia de que la propia existencia es un don y podemos llegar a pensar que las atenciones que nos dan nuestros padres, nuestra familia, nuestros profesores ya vienen en el pack. Consecuentemente, cuando damos algo por descontado y no aparece, nos enfadamos, rabiamos y exigimos. Y esta forma de ser la transmitimos a nuestros hijos. «¡Lo quiero ahora, no más tarde!» Y se lo damos.
Y, al consentir, desaparece la paciencia de su mapa de valores, dejamos de vacunarles en la frustración necesaria, y evitamos que aprendan a gestionarla sin dañarse o dañar.
En la sociedad de la sobreabundancia en la que tenemos demasiado, es muy difícil conformarse con poco y esto dificulta que la gratitud crezca. Un niño al que a diario le regalan un juguete posiblemente acabará no dando importancia a este obsequio. Está demasiado saturado y, por lo tanto, insensibilizado.
Si me lo dais todo, me lo quitáis todo
Las grandes almas tienen voluntades; las débiles, solo deseos.
Hace falta una revolución: reducir tanta abundancia y limitar el acceso a lo que nuestros niños quieran —aunque lo tengamos—, para que aprendan a luchar y a conseguirlo por sí mismos. Es necesario hacerles conscientes de que son privilegiados al poder disponer de tantos elementos que les proporcionan bienestar y que esto es posible gracias al trabajo de muchas personas.
La gratitud crece donde hay cierto grado de carencia y, por ello, cuando aquello deseado aparece, es motivo de alegría, se ve como un don y es agradecido. No estamos proponiendo la carencia como solución, pero sí que estamos convencidos de que hay que hallar un punto de equilibrio entre la sobresaturación y la escasez. Reivindicamos el acceso a lo que deseamos y ansiamos mediante el esfuerzo y el trabajo. Y a este equilibrio lo llamamos «sostenibilidad».
La consciencia de valor no es innata. La adquirimos a base de experimentar personalmente cuánto cuesta algo, o de saber que hay cosas que por más dinero que tengamos no las vamos a poder comprar. Estas son las realmente valiosas.
Agradecer la bondad
Agradecer la bondad es uno de los pasos necesarios para el amor. El reconocimiento de la bondad de los demás es el requisito previo para la gratitud. Y agradecer a alguien una conducta bondadosa es, a su vez, un acto de bondad que facilita que aquella conducta se repita al ser reconocida y reforzada. Es un efecto bumerán necesario que pone en marcha un mecanismo de contagio emocional positivo fundamental para mejorar el entorno.
Cuando brota la gratitud, con ella de la mano brota la alegría. En el modelo Ecología Emocional llamamos a este fenómeno: la cultura de la alegría agradecida.
Otra consecuencia positiva de practicar el agradecimiento consciente es que nuestro grado de energía emocional se incrementa, así como también nuestra vitalidad, bienestar y creatividad.
Si cierras los puños, tan solo obtendrás un puñado de arena.
Una de las propuestas que se despliega en el Hospital Clínic de Barcelona dentro del proyecto Ecología Emocional aplicada es la de «Regala una sonrisa».
Planteada y desarrollada por una profesional de esta organización,34 es uno de los múltiples microproyectos realizados por los profesionales para reforzar el valor de la gratitud, uno de los tres valores-acción que el Hospital Clínic ha elegido trabajar. A través de su intranet, se puede acceder al directorio de nombres de todo el personal y enviar de forma anónima un emoticono diseñado con una enorme sonrisa a quien se siente que la necesita o la merece. ¿A quién no le gusta ser reconocido, felicitado o recibir un agradecimiento?
Realmente, recibir una o más sonrisas de parte de compañeros de trabajo es algo muy gratificante que incrementa nuestros niveles de energía emocional disponibles para la acción. Por descontado, quien recibe estas sonrisas tiene ganas de enviar sonrisas a otras personas, puesto que es consciente de su efecto positivo en el clima emocional interior y exterior.
Así se genera un movimiento de personas que ponen el foco en detectar la bondad de quienes les rodean, de buscar motivos para practicar esta gratitud que han experimentado.
Las masas humanas más peligrosas son aquellas que en sus venas se les ha inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio.
Reforestar corazones
¿Y si en vez de planear tanto volamos un poco más alto?
Es preciso reforestar los corazones que han sido desertizados. Es urgente dejar de ser indiferentes ante el sufrimiento y crear condiciones que hagan posible que la paz sea no solo un deseo, sino también un estado, un punto de encuentro entre el ser humano y el planeta.
La agresividad forma parte de nuestra dimensión demens, pero puede ser controlada si cultivamos el autocontrol. Aquí no sirve cualquier límite, ni sirven los límites si las personas que educan no son las primeras en practicar el principio de coherencia y de responsabilidad, ofreciendo modelos adultos equilibrados, bondadosos y pacíficos.
La paz, como decía el poeta Martí i Pol, no es un golpe súbito de viento, sino el resultado diario de hacer el esfuerzo para conquistarla. Así pues, este ingrediente de la bondad requiere conductas activas.
No es pacífica una persona que no hace daño, puesto que la pasividad ante la violencia es igualmente dañina, y permanecer indiferentes ante las conductas violentas es inhumano. La pasividad no debe confundirse con ser pacífico. El miedo nos puede llevar a la parálisis, mientras que la prudencia no está reñida con una conducta proactiva orientada a la paz.
Cuando proponemos trabajar para una cultura de paz estamos planteando muchos hitos a conseguir:
• El control de nuestras emociones vinculadas con la ira, una energía que bien dirigida y reciclada puede servirnos para luchar contra las injusticias, pero que desbocada es altamente destructiva y dañina.
• La adquisición de recursos para conseguir un estado de calma a partir del cual es posible darse cuenta de lo que ocurre, escuchar con atención y aprender.
• La consciencia de límites y que hay algunas líneas rojas que es preciso respetar.
• Y, en este camino hacia la paz, no puede faltar trabajar para incrementar la ecuanimidad y la serenidad.
La ira: un plus de energía extra
La cólera parece hasta cierto punto prestar oídos a la razón, pero lo escucha todo al revés, como esos sirvientes apresurados que salen corriendo antes de haber escuchado todo lo que se les dice, y después se equivocan al ejecutar las órdenes.
Nacemos con la capacidad de enfadarnos. La ira y toda su gama familiar emocional forman parte de nuestro ADN emocional porque son emociones vinculadas a la supervivencia.
Cuando algo se entromete en nuestro camino, cuando entre nosotros y los objetivos que pretendemos aparece un obstáculo, cuando sentimos que no somos capaces de obtener algo que deseamos… aflora la ira. Y esta emoción nos aporta un plus de energía extra que nos puede servir para apartar, bordear, saltar o destruir el obstáculo que se interpone en nuestro camino. Así pues, no estamos hablando de algo malo que debamos eliminar o guardar en nuestro interior. Reprimir la ira solo nos lleva a empeorar la situación.
Sentir enfado es normal ante determinadas circunstancias, lo importante es qué hacemos con este enfado que sentimos, cómo lo reconocemos, lo canalizamos y lo orientamos. Y si lo gestionamos de forma adaptativa, puede servirnos para conseguir nuestros objetivos.
Escribió Fromm que si el deseo de destrucción de una persona se ve bloqueado, entonces puede redirigirlo hacia dentro de sí misma. La forma más obvia de autodestructividad es el suicidio, pero también se incluyen enfermedades adictivas o conductas autodestructivas y lesivas.
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el obstáculo que visualizamos es un compañero de clase, un profesor, nuestros padres, un compañero de trabajo, nuestro jefe o cualquier otra persona que sentimos que se interpone? Lo cierto es que, si no dirigimos esta energía agresiva hacia nosotros mismos, la podemos orientar hacia los demás, al verlos como estorbos o molestias que se interponen en el logro de nuestros objetivos. La cuestión es que, en nuestra sociedad, no es legítimo destruir a las personas-obstáculo.
Convivimos de acuerdo con determinadas reglas de no agresión que es importante respetar. Por ello, es preciso aprender a orientar el enojo de otra forma, transformando la energía que nos aporta para obtener de forma legítima y pacífica lo que queremos. Es aquí donde entra la educación emocional.
La energía emocional
Convierte un muro en un peldaño.
Nuestras emociones nos aportan enormes dosis de energía, y nuestros valores son contenedores y direccionadores de la misma.
Imaginad por un momento un tsunami, enormes cantidades de agua que descontroladamente llegan a la costa y que, en un momento, arrasan todo aquello que se ha tardado tanto en construir: edificios, seres vivos y todo lo que encuentran a su paso. Pensad, por un momento, en la enorme cantidad de energía potencial que contiene esta masa de agua. Imaginad la posibilidad de que, al llegar a tierra, encontrara unas estructuras contenedoras y direccionadoras tan grandes y potentes que permitieran que toda esta agua se distribuyera y llegara a una central que la convirtiera en energía eléctrica. El resultado sería que algo con elevado potencial destructivo acabaría transformado en energía útil que podríamos canalizar hacia mejores objetivos.
De forma parecida ocurre en nuestro mundo emocional. La ira, la frustración, la rabia, el miedo, la impotencia, la angustia, la tristeza, nos aportan una energía que será preciso canalizar, transformar y direccionar si queremos mantener un buen equilibrio y salud emocional. Y no nacemos sabiéndolo hacer. Será necesario aprender.
Así pues, las emociones no son ni buenas ni malas. Todo va a depender de cómo se utilizan y de cómo se transforman en acciones. De esta forma, un niño enfadado puede descargar su ira rompiendo un objeto o dañando a un compañero, o bien puede aprender a centrarse, a dar nombre a lo que siente, a respirar para conectarse con la calma y a buscar soluciones a su frustración que no dañen a otro ser.
La buena noticia es que podemos reconducir la energía generada por la ira, mediante el autocontrol, y dirigir este plus energético hacia un objetivo que suponga crear algo, solucionar un problema, dar mejores respuestas ante la injusticia o los obstáculos que aparecen en nuestro camino.
Incluso una emoción desequilibrante puede convertirse en una oportunidad de mejora.
De no ser así —si no sabemos o queremos hacer el laborioso trabajo de construir unas estructuras contenedoras que nos permitan orientar la energía disponible hacia objetivos dignos, éticos, que merezcan la pena—, la energía emocional puede orientarse a la destructividad.
Lo cierto es que no se puede huir de uno mismo. William Hazlitt (1778-1830) escribió un bello texto inspirador sobre ello:
Inútil es huir a los desiertos o construirse una ermita encima de las rocas si el remordimiento y el mal humor hasta allí nos persiguen, y si tenemos esa paz, no nos hace falta hacer tales experimentos. El único retiro verdadero es el del corazón; el único descanso verdadero es el reposo de las pasiones.
Reprimir no es solucionar
Sin paz interior no hay paz exterior. Autocontrol no es represión. El autocontrol es un aspecto esencial que te ofrece tu autorrespeto y el respeto de los demás.
Es necesario poner atención en la figura de los acosadores. Seguramente llevan mucha ira reprimida en su interior. Siempre tenemos que buscar la ira y el miedo como emociones desencadenantes de conductas violentas.
Cuando hablamos del acoso escolar, los acosadores suelen ser niños o jóvenes profundamente infelices y solos que están acumulando y reprimiendo su miedo y su ira desde hace mucho tiempo. Este mismo perfil podemos aplicarlo en los adultos maltratadores en el seno de las familias, organizaciones o sociedad en general.
Y es que reprimir no es solucionar, y llega un momento en que toda esta energía pugna por salir de su interior, como si de la lava de un volcán en erupción se tratara, y busca una diana hacia donde dirigirse para drenar la tensión hacia afuera.
Entonces, si aparece alguien diferente, vulnerable, indefenso, frágil, fácil de dañar, acaba siendo víctima de la agresividad desatada, el chivo expiatorio ideal porque no va a dar batalla. El acosador, al dar salida a la energía en forma de descarga catártica y de desahogo fácil, encuentra placer. Es una forma de ejercer el poder. Destruir algo o dañarlo puede ser el camino más sencillo para alguien que no ha aprendido a construir y a cuidar.
Los golpes no tienen por qué ser físicos. Hay muchas formas en las cuales la violencia puede expresarse.
Y no lo dudéis: quien odia a otro, antes se ha odiado a sí mismo.
La bondad necesita equilibrio para expresarse
Un mundo diferente no puede ser construido por gente indiferente.
Un ecologista emocional es un eterno buscador del equilibrio que se halla en el punto de encuentro entre el ser humano y su mundo interior y exterior.
La vida es demasiado corta como para perder el tiempo odiando a alguien. ¡Hay tanto por hacer, por construir, por admirar, por cuidar! Es un desperdicio de energía centrarse en machacar a otra persona. La respuesta es la paz.
Un ecosistema escolar, familiar o social basado en la cultura de la paz evita que aflore la violencia. Es preciso dar a nuestros niños, desde la más precoz infancia, herramientas para que sean capaces de dar nombre a lo que sienten, comprendan su significado, sepan reconducir sus emociones y orientarlas a la bondad en lugar de permitir que tomen el control de su vida. Es necesario dotarles de competencias para gestionar el miedo, la ira, la frustración y la vergüenza, emociones que, de ser reprimidas o no ser bien conducidas, pueden alterar su equilibrio y dañar a los demás.
En el estudio B-SEA que ha realizado el Institut de Recerca en Ecologia Emocional,35 estas cuatro emociones han sido destacadas como difíciles de manejar por los propios adolescentes de entre once y dieciocho años. Afirman que les bloquean o les dominan impidiendo que sus capacidades se desplieguen en plenitud. Dejan de hacer muchas cosas por miedo al ridículo o por vergüenza a lo que pensarán los demás; se sienten frustrados cuando consideran que no dan la talla respecto a las expectativas que tienen sus padres o profesores y se enfadan mucho cuando las cosas no les van bien.
Y ante la frustración, si uno no tiene muy bien construidas sus contenciones emocionales y sabe cómo gestionar sus emociones desequilibrantes, puede optar por la vía más fácil:
Si no consigo hallar soluciones a mis conflictos —algo me es difícil, va demasiado lento, es demasiado laborioso—, siempre puedo descargar con otro mi enfado por lo que va mal en mi vida.
Este relato de autoengaño, inconsciente en muchos casos, se rellena con una argumentación de por qué el otro —la persona agredida— merece ser maltratada, burlada, rechazada, herida, apartada o discriminada: se la despersonaliza, se le quitan los derechos, se la convierte en un saco de boxeo, en un basurero emocional donde volcar la propia frustración, ira y miedos. Toda una dinámica catártica que empieza de forma individual y acaba convertida en un mecanismo de grupo.
Calma y serenidad
Si puedes deshacer el nudo con los dedos, ¿por qué usar los dientes?
Afirma Chökyi Rimpoche que lo primero es la calma y que sin calma no hay claridad mental ni bondad.
Cuando nos habitamos en paz, nuestro clima interior, conectado a la serenidad y a la bondad, irradia hacia fuera estos sentimientos y valores equilibrantes.36 Por tanto, es clave trabajar en el sustrato donde la bondad podrá nacer, crecer y florecer. Sin calma no hay felicidad ni salud.
Una mente calmada y serena no se improvisa. Para llegar a la calma y a la claridad mental hay que transitar el camino del silencio interior, adoptar ritmos lentos y hacer las cosas de forma consciente, tomándonos tiempo, observando cómo lo hacemos y prestando atención.
La lentitud da la mano a la ternura, mientras que la rapidez y las prisas suelen ir acompañadas de formas de actuar más agresivas.
Os proponemos trabajar conscientemente la «pacienciología», esta ciencia que nos permite dar respuesta a las molestias que, en nuestra vida terrestre, es esperable que recibamos de todos.
La paciencia es el fruto de un cultivo. Requiere autocontrol emocional y la capacidad de aplazar la consecución inmediata de lo que queremos.
La serenidad es un paso superior a la calma y una forma de plenitud. Se parece a una superficie de un lago en calma que permite, mediante la transparencia, ver el fondo. Es fruto de un entrenamiento constante y tiene mucho que ver con la capacidad para gestionar las emociones desequilibrantes y transformar su energía en oportunidades para crecer. Tiene más que ver con cómo manejamos lo que nos sucede que con lo que ocurre en nuestro exterior.
La serenidad es plenitud interior.
Una hermosa figura
Mi abuela bordaba bellos manteles. Cuando era niño me quedaba junto a ella tardes enteras charlando mientras sus hábiles manos danzaban en perfecta armonía con hilos y telas.
Su ánimo variaba dependiendo del día. A veces estaba alegre y conversadora; otras veces, seria y silenciosa. Y, de vez en cuando, se quejaba más de la cuenta.
Sin embargo, pasara lo que pasara, cosía concentrada, con la cabeza inclinada agarrando con firmeza el tejido. Durante muchas semanas sus bordados eran confusos, puesto que mezclaba hilos de diferentes colores y texturas que parecían en completo desorden.
Cuando yo le preguntaba qué estaba bordando decía suavemente:
—Ten paciencia, ya lo verás.
Finalmente, al mostrarme su obra terminada, me daba cuenta de que donde había habido hilos de colores oscuros y claros resplandecía una linda flor o un bello paisaje. Lo que antes parecía desordenado y sin sentido se había entrelazado formando una bella figura.
—Abuela, ¿cómo lo haces? ¿cómo tienes tanta paciencia? —preguntaba sorprendido.
—Es como la vida —respondía—, si te fijas en la tela y los hilos en su estado original, te parecerá un caos, sin relación ni sentido, pero si recuerdas lo que estás creando, todo se colocará en su lugar.
Ecuanimidad
Nuestro destino no es nunca un lugar, es una forma de ver las cosas.
Para lograr la serenidad deberemos aplicar la ecuanimidad.
La ecuanimidad37 consiste en un sentimiento de afecto, amistad y cercanía hacia todos los seres. En este sentido se conecta a la compasión y a la generosidad.
Los sentimientos desequilibrados de apego, aversión e indiferencia nacen de pensamientos exagerados que no se adecuan a la realidad.
La ecuanimidad es equilibrio y nos permite hallar nuestro centro, entendiendo que el momento, la situación, el lugar y las personas son las correctas y que somos nosotros los responsables de encontrar la mejor respuesta ante el reto vital que se nos presenta en cada momento.
Primero, la calma: sin ella no hay claridad mental ni bondad. La tranquilidad de ánimo, la quietud corporal y la apertura son necesarias para abordar nuestra cotidianidad y así entregarnos profunda, pacífica y serenamente a lo que está sucediendo. Esta experiencia nos proporciona ya una enorme liberación y, si somos capaces de mantenerla, se irá ampliando nuestra capacidad de ecuanimidad.
La palabra al servicio de la paz
Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo.
Estaba una hoja de papel sobre una mesa junto con otras hojas iguales a ella cuando una pluma, bañada en negrísima tinta, la manchó llenándola de palabras.
—¿No podrías haberme ahorrado esta humillación? —dijo enojada la hoja de papel a la tinta—. Tu negro infernal me ha arruinado para siempre.
—No te he ensuciado —repuso la tinta—. Te he vestido con palabras y, desde ahora, ya no eres una hoja de papel, sino un mensaje. Custodias el pensamiento del hombre. Te has convertido en algo precioso.
En efecto, ordenando el despacho, alguien vio aquellas hojas esparcidas y las juntó para arrojarlas al fuego. Pero reparó en la hoja «sucia» de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra.38
Nuestras palabras son energía que puede ser dirigida a crear o a destruir, a dañar o a curar, a ofender o a perdonar. Llevan consigo una carga emocional que puede equilibrarnos o desequilibrarnos, y de ahí la responsabilidad de usarlas bien, puesto que lo que decimos tiene consecuencias en nosotros mismos, en los demás y en el mundo.
Desde que nacemos nos amasan con palabras. Palabras que pueden ayudarnos a crecer, a desplegar nuestras potencialidades, a generar confianza y autonomía; palabras que nos mueven a experimentar, a investigar, a adentrarnos en territorios desconocidos e inciertos, a crecer. Palabras que nos generan desconfianza y miedo; palabras que destrozan nuestra autoestima, que nos hieren profundamente; palabras que hacen que nos repleguemos, que nos escondamos o bien que nos defendamos agrediendo a los demás.
En el tema del acoso y la violencia verbal y emocional, las palabras se han convertido en armas clave. Se lanzan palabras de forma irresponsable, palabras-insulto, palabras-rechazo, palabras-mentira, palabras-rumor… Y se lanzan directamente o a través de las redes sociales, que multiplican su impacto doloroso. Y como dardos, estas palabras llegan a alguien vulnerable que no sabe o no puede defenderse. Y como balas, penetran en su mente y en su corazón haciéndole sentir que está solo y que el mundo es territorio hostil, que no hay lugar para él, que no se merece nada, que tal vez es culpable de lo que le pasa y que sería mejor morirse para no sufrir tanto.
Urge conjugar más a menudo los verbos acoger, proteger, salvar, ayudar, amar, consolar, cuidar, abrazar, sonreír, jugar, cantar, compartir, colaborar, enseñar, orientar, resolver, proponer, consensuar, agradecer, compartir, colaborar…
Urge aprender las palabras del otro, conocer otros lenguajes, darle la bienvenida a nuestra vida, a nuestra comunidad educativa, a nuestra sociedad.
Porque toda palabra puede ser luz, y toda luz, crecimiento.
Urge poner las palabras al servicio de la paz.
La reconciliación es más bella que la victoria
«¡Haced las paces!» Una frase que se oye mucho en casa y en el territorio escolar.
Entonces, los enfadados u ofendidos, empujados por la orden del adulto, casi sin mirarse y de forma rápida se dan las manos y dicen, sin querer decirlo realmente: «Perdón» «Perdón». Y se acabó la gestión del conflicto. ¿Realmente se acabó?
Los adultos tampoco aceptamos que venga alguien a decirnos que tenemos que hacer las paces con otra persona. Lo vivimos como una intromisión intolerable.
Somos nosotros mismos quienes tenemos que decidir si queremos vivir con la carga de la ofensa o bien vamos a liberarnos de ella. Y para descargarnos de este peso, será preciso recorrer el camino del perdón y de la reconciliación que no es posible sin una gestión emocional propia conectando realmente con lo que sentimos, pensamos y queremos. Solo con la palabra «perdón» no lo solucionamos.
Hay abordajes mejores. Por ejemplo, en la escuela puede aplicarse un protocolo en casos de pelea que sugiere que las personas que han reñido reflexionen durante un tiempo, cada uno por su lado, y escriban qué pasó en un papel, cómo se sintieron y cómo creen que se puede resolver el caso. Luego, un mediador hace de puente entre ambos relatos, se habla y se busca la mejor solución.
Evidentemente esto último es mucho mejor, puesto que les da la oportunidad y cierta pauta para que efectúen una mejor gestión emocional.
• Me calmo. Tiempo fuera y respiro.
• Me conecto a mis emociones. Les doy nombre. Las escribo.
• Me conecto a mi pensamiento. Elaboro un relato de lo sucedido.
• Busco soluciones activando mi mente creativa.
A partir del encuentro aparecen dos temas relacionados: el perdón y la reconciliación. Ambos son actos de voluntad.
El primero se puede hacer de forma individual. Uno elige perdonar a quien le ha ofendido, haga lo mismo él, o no. El perdón es una acción vinculada a la humildad. Cuando nos sentimos ofendidos o cuando nos ofenden, la capacidad de perdonar supone un bálsamo para el dolor emocional. Quien es soberbio no perdona ni pide perdón. La persona humilde, en cambio, es consciente de que puede haber actuado mal y es capaz de solicitar el perdón del otro. El perdón no supone obligadamente que las partes continúen relacionándose y, por descontado, tampoco que se «hagan amigos».
En cambio, la reconciliación supone un acto de voluntad por ambas partes. Ambos se perdonan y deciden continuar la relación de forma constructiva. La reconciliación es un paso más para construir la paz y, además, cura y nos permite seguir adelante juntos.
Es preferible saber que no se sabe; no saber, pero creer que se sabe, es una enfermedad.
El poder del humus
«Humus» significa ‘fértil’, ‘tierra’. Viene de humilitas, en que el sufijo «-itas» hace referencia a la cualidad de ser. Es la virtud opuesta a la soberbia.
Vamos a vincular el concepto ‘humus’ a la sencillez, a la modestia, a estar en contacto con la tierra, con lo que somos, sin imponernos a los demás.
En octubre de 2017 se subastó una nota manuscrita que Albert Einstein había regalado al botones del hotel Tokio donde se hospedó en 1922. Decía: «Una vida tranquila y modesta trae más alegría que una búsqueda de éxito ligada a un constante descontento».
En el tema del acoso, como con el uso de la violencia como conducta habitual, hay una cuestión de poder y de descontento. Quien los ejerce es alguien que no se gusta a sí mismo, aunque pueda parecer lo contrario.
Su autoestima es baja y se siente decepcionado con sus logros y de su vida. Entonces, para compensarlo, construye un mecanismo de protección que reduzca la sensación desagradable de falta de control. La persona que adopta conductas violentas suele sentirse superior, y es desde esta pretendida superioridad que considera que el otro puede ser usado como cubo de basura emocional, como saco de arena para descargar su tensión o como elemento de diversión o entretenimiento.
No ve a la otra persona como a ser humano. Para agredirlo debe cosificarlo. Así, se inicia la despersonalización y el acoso y derribo del otro a quien solo se ve como un medio para canalizar las propias carencias y frustraciones. Realmente obtiene placer cuando humilla, ridiculiza, rechaza o tortura. Esto indica que algo ha ido muy mal en su proceso de crecimiento y que algo hemos hecho o dejado por hacer, como sociedad y educadores, para que la destructividad se haya convertido en la opción elegida.
Nunca se está siempre arriba o abajo
Es preciso entender qué significa que los pequeños gestos se hayan sustituido por grandes movimientos. En la ciudad ya no hay detalles.
La humildad nos hace poner los pies en el suelo. Nos recuerda que somos parte de este planeta y de esta naturaleza, uno más, y no superior a los demás. Es la sencillez recuperada, la que nos permite reconocer nuestro valor sin ampararnos en él para humillar a los demás.
No somos ni más ni menos que los otros. Y es desde esta humildad que podemos solidarizarnos con los demás. Dado que somos navegantes que compartimos el mismo destino, ¿es inteligente pelearnos entre nosotros y querer lanzar al agua a nuestros compañeros de viaje? ¿Acaso podemos salvarnos solos?
No se trata de bajar la cabeza ante los demás, sino de vivir de acuerdo con nuestra realidad y acoger el presente de forma sencilla, evitando todo protagonismo.
La humildad es el antídoto a la soberbia, este ego que quiere estar «por encima de…».
La humildad comparte territorio con lo diverso, lo admite en su ecuación, crea redes de cooperación y abre puertas en lugar de cerrarlas.
La humildad sabe que no lo sabe todo y que el resto del mundo pueden ser maestros. Es una vacuna para prevenir el ejercicio del poder déspota de quien se cree superior, mejor, más guapo, más inteligente, más atractivo que los demás.
Quien acosa no es humilde. La humildad integra.
Quien acosa humilla, hace «morder el polvo». La humildad levanta.
Quien acosa está convencido de su superioridad. La humildad respeta.
Quien acosa cree que hay personas que merecen y otras que no tienen derecho ni a respirar. La humildad comparte.
Quien acosa está ofuscado, perdido en sí mismo, ciego de prejuicios; no se da cuenta de que «el otro es él». La humildad es empática y tiene sus raíces en una verdad sencilla que podemos recuperar.
Esta sencillez elegante aporta la paz interior tan deseada y necesaria.
Autoestima no es «ego hinchado»
El señor Valéry era chiquitito, pero daba muchos saltos. Explicaba: «Soy igual a las personas altas solo que por menos tiempo».
La humildad requiere sencillez. Las últimas investigaciones sobre el caos demuestran que hasta las estructuras más complejas están compuestas de elementos extremadamente sencillos. Y sencillez no supone simpleza. Las personas sencillas aportan una gran calidad emocional.
Ahora bien, ¿estamos fomentando el valor de la humildad en casa, en la escuela, en la sociedad? ¿Hablamos de la humildad? ¿La practicamos o, tal vez, hemos puesto el foco en el hecho de destacar, de ser el mejor, de subir cuanto más arriba mejor en la pirámide social, cueste lo que cueste y a costa de quien sea? ¿Reforzamos a los niños cuando se muestran humildes, o bien los reñimos?: ¡Así no irás a ninguna parte, tienes que creer más en ti, tener más autoestima, promocionarte más!
Uno de los grandes errores de la forma de educar actual es el hecho de que se ha confundido inculcar la visión positiva a los hijos resaltando sus cualidades para fomentar su confianza con alabarlos excesivamente. Y lo que ocurre cuando dejamos de señalarles los puntos de mejora y, en cambio, resaltamos exageradamente lo que hacen bien es que pueden acabar considerándose los «reyes y reinas del mambo».
En nuestra sociedad solemos hacer rankings de los mejores, y alabamos y premiamos a los que se hallan en la cima: «Eres el mejor», «Eres el más guapo del mundo», «Eres un crack», «Eres el más listo», «Eres mi preferido».
Pensamos que lo estamos hacemos bien y que estamos potenciando su autoestima, pero lo que ocurre es que les estamos dando dos tipos de mensajes:
• Les transmitimos nuestras expectativas y deseos de que lo sean.
• Les hacemos pensar que los demás son inferiores o que deben serlo para que sigan estando en la cumbre de nuestro ranking.
No es extraño, pues, que esta exigencia suponga una presión para nuestros niños y jóvenes. Ellos saben lo que esperamos.
Ellos lo convierten en su objetivo.
Ellos quieren gustar, ser apreciados y valorados.
Queda claro que no es para nada lo mismo la autoestima que la soberbia, esta forma de «ego hinchado» que no da cabida a los demás. ¿Qué papel tiene el egoísmo y la prepotencia en la epidemiología del acoso y de todo tipo de violencia?
Cuando cultivamos un modelo de persona básicamente orientada a sí misma,
cuando la autoestima evoluciona hacia un ego que no deja cabida a los demás,
cuando uno se cree con todos los derechos y no asume sus responsabilidades,
cuando los demás son medios para sus fines y no fines por sí mismos…
es muy fácil utilizar a alguien vulnerable para descargar la propia impotencia y frustración.
La autoestima, en cambio, se basa en un concepto bien ajustado de uno mismo. Uno sabe en qué destaca, cuáles son sus cualidades, pero, también, es consciente de que hay aspectos de sí mismo que debe trabajar y mejorar. El sentido del humor y una actitud benévola hacia uno mismo puede ayudar a dar mejores respuestas a las agresiones que uno puede recibir de su entorno. Deberíamos reforzar y felicitar a las personas que se esfuerzan a diario para superarse y que se hallan en una zona baja de esta pirámide exigente.
El amor hacia uno mismo —autoestima— se adquiere cuando alguien nos transmite amor, de forma parecida al fuego de una vela que enciende otra vela sin perder nada de su llama.
Amarnos a nosotros mismos es el inicio de una historia de amor que puede durar toda la vida. Y en este camino podremos amar a los demás.
Si no me ven, no existo
¿Es extraño que nuestros jóvenes deseen muchos «like» ante todo lo que hacen? ¿No será la popularidad uno de los motores que les mueve a buscar formas de «hacerse ver» por los demás? ¿Y nosotros, los adultos, esperamos también estos «like»?
Lo humilde no llama la atención.
Estamos creando una sociedad repleta de personas que aspiran a la popularidad, el éxito y la fama sin tener que trabajar demasiado para conseguirlo. Esta necesidad se puede volver una adicción y generar relaciones de dependencia.
Cuando uno no se reconoce a sí mismo depende de los demás para obtener sus vitaminas emocionales: «Por favor dime quién soy, que soy bueno, el mejor, el más guapo, el más listo, el más divertido…».
Ser influencer se ha convertido en una profesión. Es la aspiración de visibilidad constante, de estar constantemente a la vista de los demás, porque si no me ven… no existo.
Así ocurre con el líder acosador que busca estar en el centro de interés del grupo e intenta ser popular. Marca y define estrategias para el «acoso y derribo» del acosado. Recibe felicitaciones por sus iniciativas, golpecitos en el hombro. Esto lo hace sentir bien. Se siente superior. El acosado es alguien inferior que no merece ni el aire que respira. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
En el fondo, las personas acosadoras y violentas se sienten inferiores e intentan enmascararlo aparentando seguridad y confianza en sí mismos. En cambio, la persona humilde sabe quién es, confía en sí misma y, por ello, no precisa el constante reconocimiento de los demás. Es autónoma y equilibrada.
No confundamos humildad con esconderse, con encogerse, con la falta de valoración de uno mismo. Para nada es esto. Lo más importante en la vida es hacerse visible a uno mismo. Si además hay un reconocimiento externo, bien. Si este reconocimiento no llega, pues también bien.
Sabemos que estamos planteando algo que, tal vez, va en una dirección contraria al aire de estos nuevos tiempos donde lo mediático y visible es lo que manda.
Quien es incapaz de verse a sí mismo, vive en profunda soledad.
Quien desde su humildad se conoce, reconoce y valora, vive acompañado toda su vida.
El territorio de lo humilde
¿Cómo podemos trabajar en la escuela y en la sociedad en general el valor de la humildad? ¿Cuántas cosas deberíamos cambiar en los planteamientos existentes?
Sé humilde. Ocupa tu espacio y deja espacio para los demás. Ellos también tienen derecho a existir.
No eres ni mejor ni peor que tus compañeros, eres distinto.
Tu diversidad puede ser fuente de riqueza para el grupo, la suya también.
Aceptar que todos tenemos limitaciones y puntos de mejora es un acto de humildad y desde aquí podemos ayudarnos mutuamente a mejorar.
El hecho de que alguien sea para nosotros más bajo, más alto, más delgado, más joven, más débil, menos ágil, menos listo, menos guapo… es porque lo miramos desde una óptica de comparación con determinado estándar. ¿Por qué no dejamos de ponernos y poner a los demás en un plato de balanza? ¿Podemos dejar de juzgarles y abrir nuestra mente a su (nuestra) diversidad?
El territorio de lo humilde debe cultivarse. Requiere jardineros, padres, maestros, adultos referentes, sociedad. ¿Cómo podemos recuperar este territorio en una sociedad que está evolucionando en dirección contraria?
En primer lugar, debemos tomar consciencia de la deriva y del peligro que el sentido actual tiene para la salud emocional de todos.
Es preciso aprender a ver el valor de lo humilde, el valor de las personas que no levantan la voz, pero que trabajan día a día; los que no hablan, pero actúan; los que no salen en los cuadros como los mejores, pero tienen mucho que enseñarnos.
Las personas humildes saben que hacer lo que hacen no les va a reportar beneficios económicos. Son conscientes de que su gesta diaria no tendrá resonancia en ningún medio de comunicación, pero perseveran en la bondad.
Estos justos mejoran el mundo, y aumentan los niveles de belleza, dignidad, equilibrio y amor.
Humildad intelectual
La humildad no es pensar menos de ti mismo, sino pensar menos en ti mismo.
La humildad es un gran valor, pero está muy depreciado. Quien arma más ruido es el que consigue mayores cuotas de atención.
Hay quien cree que lo sabe todo, quien presume de sus razones, quien considera que tiene la verdad y que los demás están equivocados. Así, se aferra a sus creencias y deja de lado otros escenarios posibles. Son los expertos universales que hablan de todo sin profundizar, que juzgan a los que ven como diferentes con una gran facilidad. Su ego es tan grande que no deja lugar a que otras personas participen en su vida.
La prepotencia intelectual acaba convertida en prepotencia emocional y en actos prepotentes y, por lo tanto, violentos. Y así, la agresividad encuentra una justificación, porque casi es posible racionalizarlo todo, justificarlo todo. Solo necesitamos un buen relato, elevadas dosis de autoengaño y bajas cuotas de bondad y de humanidad.
La humildad intelectual nos permite ser flexibles entendiendo que hay más de una forma de mirar la vida, de vivirla y de comprenderla. Es lo que nos permite dejar entrar otras perspectivas en nuestro mapa y enriquecerlas con las aportaciones de otras personas. Ya lo dijo Sócrates: la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia.
Cuando tratamos el tema de la violencia en todas sus formas, podemos observar que la falta de humildad es uno de sus sostenes. Porque la violencia contra las personas se da a menudo cuando ella falta.
Como dijo Eleanor Roosevelt:
Las grandes mentes discuten ideas; las mediocres discuten acontecimientos, y las pequeñas discuten a la gente.
El mundo necesita amabilidad: siendo amables seremos capaces de convertirlo en un lugar más feliz en el que vivir.
La elegancia del alma
Yo representaré a la humanidad, y aunque quiero hacerla amable, antes quiero hacerla verdadera.
Amable: fácil de amar. Sol del alma, diálogo infinito, colchón suave que nos permite transitar por los socavones del camino sin golpearnos.
La amabilidad es una práctica y una actitud, un valor social que nos permite una convivencia más fácil. Es como el aire que llena los neumáticos de un coche y que nos permite salvar los baches del camino. Es beneficiosa para el cuerpo: reduce el cortisol —hormona del estrés—, aumenta la oxitocina —que favorece la confianza— y protege el sistema nervioso contra la ansiedad. Es fundamental para relacionarnos de manera positiva con los demás. La amabilidad nos permite saltar las barreras con desconocidos; es un lenguaje que todo el mundo entiende independientemente de la procedencia y cultura.
¿Sabéis que desde 1997 se celebra cada 13 de noviembre el Día mundial de la Amabilidad? Pero ¿para qué esperar a este día? Todos los días deberían estar bajo su influencia y, así, la vida sería mucho más agradable.
La amabilidad tiene como componentes esenciales la delicadeza, la cordialidad, la empatía y la atención, ingredientes necesarios para conseguir la «elegancia del alma» y la calidad emocional personal que tanto deseamos. Y nada de esto puede conseguirse sin apelar a la verdad interior, sin la coherencia necesaria entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Ser amable es consecuencia de elegir una forma más delicada de ser humanos. Es más que un formulismo social más que sin duda tiene un valor, como las buenas maneras, pero no tiene el mismo impacto positivo que surge cuando la amabilidad es resultado de la coherencia y calidad del ser interior.
Amabilidad es calidad de vida
¡Qué diferente que es tener a nuestro lado a alguien amable en lugar de tener a alguien inmaduro o despótico!
Levantarnos y encontrar a alguien que sonría, que nos dé los buenos días; alguien que nos sonría, que nos cuide, que nos pregunte, que nos escuche. Qué diferente puede ser nuestra convivencia si nosotros también funcionamos así, en lugar de poner «cara larga», ir «a la nuestra», no hacer caso al otro, no mirarle porque estamos prestando mayor atención a nuestro móvil que a quien tenemos al lado.
La amabilidad, irradiada y devuelta, crea un entorno que facilita la convivencia, que reduce el impacto de los tropiezos y dificultades, que permite que nos sintamos acompañados y comprendidos.
La calidad de vida está directamente relacionada con la calidad de los vínculos que establecemos y la calidad de los vínculos tiene mucho que ver con nuestra calidad emocional.
¿Acaso puede haber calidad emocional en ausencia de amabilidad?
Amabilidad, una elegancia serena
¿Quién puede entender los mil y un hilos que unen
las almas de los hombres y el alcance de sus palabras?
Queremos implantar una cultura de la amabilidad, el cultivo y cuidado de la calidad emocional humana.
La amabilidad es una forma de ser, estar y hacer que facilita las cosas, que convierte una situación difícil en más soportable, y una situación fácil en agradable. Es la elegancia serena que se transmite en el trato a los demás. Ser amable, gentil, sensible a las necesidades de los demás, son actitudes necesarias para la convivencia. Este rasgo se educa y tiene que ver con cómo nos relacionamos con los demás. Para que la amabilidad no sea algo impuesto por norma, debe ser un valor elegido.
La sustancia del afecto es sencilla: una mirada, un tono de voz, un chiste, unos recuerdos, una sonrisa, un paseo, una afición compartida. La mirada afectuosa nos enseña, en primer lugar, que las personas están ahí y, después, que podemos pasar por alto lo que nos molesta de ellas, que es bueno sonreírles y que podemos llegar a tratarles con cordialidad y aprecio.39
Podemos hacer felices a muchas personas mediante pequeños actos de amabilidad. Son aquellas pequeñas cosas que te alegran el día, alguien que se acerca a saludarte y se presenta cuando llegas a un lugar desconocido; algo inesperado como que te cedan el paso o el asiento en un transporte público; la sonrisa de un niño, un vecino que se ofrece a ayudarte a subir unas bolsas por la escalera; alguien que te ve perdido y se ofrece, sin que se lo pidas, a indicarte una dirección.
Todos podemos ser parte de este movimiento de amabilidad: sonriendo más, lanzando menos gritos y pidiendo disculpas si ofendemos o molestamos a alguien.
Ahora bien, para que la amabilidad sea una virtud y no un mero formulismo social, debe estar libre de segundas intenciones, sin esperar reciprocidad, sin hacer un listado de lo que hemos hecho y de lo que nos deben.
Amabilidad gratuita y generosa.
Gentileza, permiso para entrar
Como si fuera la llave de una puerta, la amabilidad abre corazones.
Genera confianza, nos permite entrar en el corazón del otro y acercarnos para empezar a construir una relación. La gentileza genera esperanza en la bondad de los demás.
Once de la noche. Nos llaman a casa preguntando por mi hija. Decimos que no está. Un chico nos dice que ha encontrado un DNI con su nombre, ha buscado el teléfono, se ha molestado en llamar y además se ofrece en traerlo personalmente cuando acabe el turno. Así lo hace.
En lugar de ir directamente a su casa, cansado del día, se desvía con su coche y nos trae el documento. Un «gracias» para él, que no nos dio su nombre pero que nos dejó la esperanza de que en el mundo hay personas bondadosas así.
¿Qué es lo contrario de la amabilidad? Una conducta cerrada y egoísta de alguien que levanta barreras cuando el otro se acerca, la negación de la mirada, las palabras secas o duras que hacen que el otro se sienta invisible o no reconocido.
El mundo sin amabilidad se convierte en una zona hostil donde vivir es más desagradable.
«Sé gentil». Se dice poco y se practica menos, y tiene que ver con la amabilidad en dosis generosas. Para ser gentil es necesaria una sensibilidad despierta y entender que cada uno de nosotros tiene el poder de hacer que el otro se sienta bien. Consiste en dar valor a las personas. La gentileza anticipa, observa y se fija en las necesidades de los demás. Es una amabilidad con «clase».
Miremos más y mejor, tengamos un gesto amable, una sonrisa constructiva, mostremos signos de reconocimiento, porque, cuando un ser humano no sabe cómo obtener caricias positivas, hace lo posible para obtener atención, aunque sea mediante caricias negativas.
Sawubona
En idioma zulú, sawubona significa ‘hola’ cuando se dirige a una sola persona. Procede de si– (nosotros), –ya– (tiempo presente), –wu– (usted) y –bona (a ver), por lo que literalmente quiere decir «te vemos».
Es un saludo usado en el sur de África y quiere decir: «Yo te respeto, yo te valoro. Eres importante para mí». En respuesta, las personas contestan shikoba: «Entonces, yo existo para ti».
Se explica que hay tribus en las que se usa esta palabra cuando alguien hace algo incorrecto. En estos casos, llevan a la persona al centro de la aldea y toda la tribu la rodea. Durante dos días le dicen todas las cosas buenas que ella ha hecho para que se dé cuenta de su bondad interior.
Ellos creen que cada ser humano viene al mundo como un ser bueno, repleto de amor y paz, pero que, en su búsqueda de seguridad y felicidad, a veces puede cometer errores. La comunidad ve estos errores como gritos de socorro que es preciso atender. Este ritual permite que la fuerza de la tribu le reconecte a su bondad, ayudándole a tomar consciencia de ella a partir de la mirada amorosa de cada miembro.
Te veo, me importas, aunque no te conozca
Te veo. No te conozco, pero te reconozco como similar, como persona, como alguien con quien comparto esta casa que es la Tierra.
Reconozco que eres «un ser como yo», con necesidades, deseos, objetivos. Entiendo que tú tienes tus luchas, tus éxitos, tus fracasos, tus dificultades, tus cualidades y que las pones en juego para vivir mejor.
Te reconozco humano, con derecho a existir, a ser, a desplegar tus posibilidades. Te sé diferente a mí, y al mismo tiempo con una humanidad compartida.
Sé que tú, como yo, eres mortal, un ser sensible que ama y que sufre. Entonces, voy a tratarte de la misma forma en que yo quisiera ser tratado.
Elijo ser facilitador de tu camino.
Elijo la amabilidad como mi tarjeta de presentación para que sepas que te veo y por esto, aunque no te conozca, te saludo, te sonrío y te deseo que tengas un buen día.
Ha sido un error incalculable sostener que la vida, abandonada a sí misma, tiende al egoísmo, cuando en su raíz y esencia es inevitablemente altruista.
Las mejores semillas
Un hombre tenía un sembrado de flores estupendas. Cada día muchos paquetes con sus flores más bellas y fragantes salían hacia la ciudad y eran muy apreciadas por todos. Ya hacía muchos años que se llevaba el premio anual de las flores más grandes y de mejor calidad de toda la región, y era la admiración de todos los cultivadores.
Un día se le acercó un periodista de un canal de televisión y le preguntó cuál era el secreto de su éxito. El hombre le contestó:
—Mi éxito se debe a que, de cada cultivo, saco las mejores semillas y las comparto con mis vecinos para que ellos también las siembren.
—¿Cómo? —respondió el periodista—. Pero ¡esto es una locura! ¿Acaso no teme que sus vecinos se hagan tan famosos como usted y le quiten importancia?
El hombre dijo:
—Yo lo hago porque, al tener ellos buenos sembrados, el viento va a devolver a mi cultivo buenas semillas y la cosecha va a ser mayor. Si no lo hiciera así, ellos sembrarían semillas de mala calidad que el viento traería a mi cultivo, se cruzarían las semillas y empeoraría la calidad de mis flores. Al regalarles las semillas, en el fondo me hago un regalo a mí mismo.
Sube la oxitocina
La generosidad es la virtud que nos permite dar lo que uno tiene o es como persona, con el afán de cooperar y participar en la convivencia. Ser generosos con nosotros mismos es una condición indispensable para practicar la generosidad: me conozco, sé quién soy, qué doy y cuándo me doy al otro.
Para sembrar hay que abrir las manos y soltar, puesto que los puños cerrados no nos permiten aceptar los dones que nos llegan.
Desde el egoísmo actuamos de forma insolidaria, pendientes de nosotros mismos; buscamos satisfacer nuestras necesidades sin considerar que los demás también las tienen.
En cambio, si somos solidarios nunca seremos solitarios, porque con cada acto de generosidad entrecruzamos hilos de sensibilidad con otros seres humanos y estos hilos invisibles nos unen y nos hacen sentir parte de la humanidad aunque vivamos solos.
La generosidad es un valor que nos permite tejer relaciones de calidad con los demás. Activa sustancias cerebrales vinculadas a la felicidad, como la dopamina y la oxitocina.
¿Sabéis que la oxitocina tiene una función protectora del corazón, baja el colesterol y los triglicéridos y, también, la inflamación? Se ha demostrado que cuando alguien tiene un gesto de bondad hacia otro ser humano, suben sus niveles.
¿Cómo educamos la generosidad en nuestros niños? Cuando son pequeñitos hay un verbo clave que es preciso conjugar: «compartir».
—¿Compartimos esta comida?
—¿Compartimos este espacio?
—¿Compartimos este juguete?
Es preciso que tomen consciencia de que no están solos en el mundo, es clave que entiendan que los recursos son los que son y que es importante la equidad en el reparto de los mismos. Y nosotros somos sus modelos. Así, de adultos, serán capaces de compartir intimidad, compartir informaciones, compartir recursos, compartir proyectos, compartir vida.
¿Sacrificio o generosidad?
La generosidad reside en ser conscientes de la propia libertad y de tener la firme resolución de utilizarla correctamente.
‘Sacrificio’ proviene del latino sacrificium y se refiere a la ofrenda que se realiza a la divinidad con intención de rendirle tributo. Antiguamente incluía dar muerte a un ser humano o animal. Otra acepción sería el gran esfuerzo que realiza alguien para ayudar a una persona aun a costa de riesgo para sí misma. Puede suponer renunciar a algo importante en aras de un bien mayor.
‘Generosidad’ es la inclinación a dar y a compartir con los demás. Es una virtud asociada al altruismo, la caridad y la filantropía. Está conectada con la abundancia. La persona generosa dispone de una fuente de recursos interior que no se agota por más que se regalen —o precisamente por esto no se agota. Este «dar», no comporta mutilar ninguna parte esencial de la misma.
La palabra «generosidad» tiene una resonancia emocional positiva; en cambio la palabra «sacrificio» tiene un impacto negativo, puesto que se asocia con perder algo importante para «el sacrificado».
Optamos, pues, por la generosidad bondadosa.
Danshari: el arte del menos es más
La avaricia es una pasión que va en contra de las personas y del planeta, mientras que la generosidad es un valor profundamente ético y ecológico. Ahora bien, ser generoso no significa darlo «todo».
La generosidad es un valor que hace posible la sostenibilidad, la consciencia de que uno ya tiene bastante y que no necesita acaparar más. Es saber poner límites a los deseos y necesidades propias, y ser capaces de desprendernos de algo que el otro puede necesitar. Es el «arte del menos es más», que en Japón se llama danshari.40 ¿Cómo estamos educando este valor?
Unos padres que tenían una hija con graves problemas psicológicos nos dijeron, un día, desconcertados:
—No lo entendemos. ¡Se lo hemos dado «todo»!
Ahí residía el quid de la cuestión. Como hemos comentado anteriormente, cuando a los hijos se lo damos todo, se lo quitamos «todo». Tenemos que considerar que no siempre lo que les damos es lo que les conviene o necesitan realmente.
Les quitamos la capacidad de luchar por sus objetivos y de comprender que lo que es valioso requiere trabajo, dedicación, esfuerzo y perseverancia. Les quitamos el sentimiento de satisfacción que uno siente cuando logra algo difícil por sus propios méritos. Les empujamos por el camino de la facilidad, de la hiperexigencia, de la creencia de que se lo merecen todo sin necesidad de hacer nada para conseguirlo.
Dar «todo» no es generosidad, es un acto de imprudencia.
Generosidad es dar al otro aquello que realmente necesita para crecer y vivir en equilibrio y armonía. Dar menos puede ser un acto de generosidad.
El altruismo desinteresado
Las cosas gratuitas son las que más cuestan. ¿Cómo? Cuestan el esfuerzo de entender que son gratuitas.
Urge construir una cultura de gratuidad, que mueva a las personas a hacer aportaciones de tiempo, conocimientos, presencia y cuidado sin que se requiera un intercambio económico, sin que la ley que domine sea la ley del mercado. Compartir lo que uno es con los demás, de forma generosa y altruista, promueve relaciones de calidad y mejora la autoestima de quien lo practica.
En una bolsa de papel llevamos una cámara fotográfica réflex muy cara, conjuntamente con materiales para impartir un curso. Hacemos el camino andando desde casa. Al llegar, nos damos cuenta de que la cámara se nos debe de haber caído a causa de un agujero en la bolsa.
Preocupados, rehacemos el camino. La cámara no está. No obstante, nos damos cuenta de que en un portal hay un post-it amarillo en el suelo. Nos acercamos. Está escrito lo siguiente: «Si alguien ha perdido algo hace poco, que llame a este número».
Así lo hacemos.
—¿Qué han perdido? —nos preguntan.
Describimos nuestra cámara.
—No se preocupen. Se la dejaré donde me digan.
Pedimos su nombre para agradecerle de alguna forma su acción. La deja en la portería cuando no estamos y se va. No deja sus datos. Podría haberse quedado la cámara, no lo ha hecho y la devuelve, dedicando su tiempo personal y sin querer obtener rédito alguno. Es bondad. ¡Gracias, desconocid@!
El altruismo desinteresado parece ser que estimula la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal ventromedial que participa en las decisiones generosas. De alguna forma, la generosidad y el altruismo potencian capacidades cerebrales que nos hacen más inteligentes, además de facilitar la convivencia y proporcionarnos sentimientos de satisfacción y felicidad.
Generosidad no es dar lo mismo a todos, es dar a cada persona aquello que necesita en función de su situación personal y social.
Generosidad en el aula no es dar a los alumnos todo bien masticado, los libros resumidos, los apuntes hechos.
Generosidad es ser capaces de ofrecer retos que les permitan a ellos adquirir autonomía para ser capaces de leer, preguntarse y ordenarse.
Lo mismo se puede aplicar a nuestra vida adulta. Nos llegarán muchos retos que requerirán paciencia, respeto a los procesos y buenas dosis de generosidad. Ciertamente, no nos llegarán los problemas de la vida resumidos ni las soluciones masticadas por otros.
Generosidad es dar sin poner precio, sin acumular deuda, sin acabar pasando la factura de lo dado.
Generosidad en acción
El sol siempre da, nunca vende.
Unos sembraron lo que comemos. Ahora nosotros debemos sembrar lo que otros comerán.
Mejor con mermelada
La maestra pidió a sus alumnos que le explicaran el significado de la expresión «bondad en acción». Un pequeño le dijo:
—Bien, si tengo hambre y alguien me da un trozo de pan, es bondad. Pero si le pone un poco de mermelada, entonces es bondad en acción.
Regalar en lugar de tirar
La panadería Don Lalo en Talca, Chile, ofrece pan absolutamente gratis a aquellas personas que se encuentran desempleadas. Han puesto un cartel que dice: «Este pan nos quedó del día anterior. Si estás sin trabajo y no tienes dinero, no es necesario que lo pagues, lleva lo justo y que alcance para todos».
Manzanas gratis
En Noruega, cuando las personas ven que tienen demasiadas manzanas en los árboles de su propiedad hacen bolsitas con 4 o 6 manzanas y las cuelgan en las vallas exteriores de sus casas poniéndolas a disposición de quien las necesite o quiera.41
Se evita el desperdicio de alimentos; es una acción generosa que mejora el clima emocional y la convivencia ciudadana y fomenta los vínculos. Promueve valores como el compartir recursos y es una forma delicada y creativa de ayudar a quien lo necesite sin que se avergüence por tener que pedirlo.
La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica.
El afán de belleza
Una de las grandes tragedias del ser humano consiste precisamente en que se le mutile este afán de belleza, en que se le impida su desarrollo. Y esto sucede demasiadas veces en este mundo arbitrario y embrutecedor; de hecho, estoy convencida de que la violencia y el horror nacen en gran medida de la amputación de este instinto estético, que también es ético. Porque para mí, la belleza conlleva la empatía con el otro… Y si tiene algún sentido haber vivido es justamente por esto, por la posibilidad de haber vibrado junto con los demás en la belleza.
Cuando en el territorio interior de una persona, sea joven o adulto, se ha mutilado su afán de belleza, avanzan la maldad y la violencia. Porque nuestra alma la necesita como nutriente para florecer de la misma forma que nuestro cuerpo necesita alimentos para conservar la vida.
Cuando a un niño se le quita esta posibilidad se convierte en un adulto sin esperanza, sin sujeciones, sin algo que le mantenga vinculado con el resto de humanidad. Incapaz de vibrar con los demás en la belleza, no es extraño que la oscuridad y la destructividad tomen el control de su vida.
Bondad, belleza y verdad
Los elementos de la belleza como la valoramos estéticamente están profundamente relacionados con nuestra herencia biológica y, para muchos, la verdad es belleza y la belleza es verdad.
Bondad, belleza, verdad…42 grandes valores que conocemos, pero que tal vez no aplicamos lo suficiente en nuestra vida diaria. La verdad es coherente, la belleza, atractiva; la bondad, estabilizadora. Cuando estos valores se combinan en una persona, el resultado es una personalidad bella, sabia y con una gran capacidad para amar.
Alguien perverso no puede ser bello, por lo menos en el sentido profundo del concepto de belleza.
¿Qué es la belleza para cada uno de nosotros? Seguramente obtendríamos respuestas diferentes y sorprendentes.
Hay estándares universales de obras de arte que se consideran bellas. Algunos artistas han buscado aquella combinación de rasgos que reflejen el equilibrio y la belleza: el número áureo sería una de estas formas de divina proporción. Sin embargo, sabemos que la percepción de la belleza en el arte tiene que ver, también, con la armonía cromática, el equilibrio de una composición y que intervienen variables subjetivas como la formación y experiencia personal de cada persona. Es algo sublime que nos transporta a otra dimensión.
La sensación de belleza nos proporciona un placer muy intenso. Platón, Kant y muchos otros han abordado el estudio de la belleza. ¿Qué ocurre en nuestra mente cuando apreciamos la belleza?
Cuando leemos un poema, miramos un cuadro o admiramos una escultura, escuchamos una sonata, o contemplamos un paisaje, un atardecer o una cara de proporciones perfectas, algo se pone en marcha en nuestro interior y se mueven emociones equilibrantes y placenteras. El placer es una expresión emocional inconsciente componente esencial en la apreciación de la belleza, pero también lo es la creatividad, la claridad y el bienestar.
La belleza es silenciosa y más privada que la maldad que pugna por hacer ruido. Solo aparece si nuestros ojos saben reconocerla. Es la intuición de la Unidad.
La belleza destruye la idea del Tiempo.
Percepción estética vs. belleza
Los ideales que han iluminado mi camino, y una vez tras otra me han dado valor para enfrentarme a la vida con alegría, han sido bondad, belleza y verdad.
En nuestra vida cotidiana, ¿qué papel tiene la belleza?
En algún momento se dejó de lado como un valor importante en nuestra existencia personal y social. En algún momento se confundió la belleza profunda con la estética superficial, y su búsqueda se desvalorizó.
El concepto de belleza es muy subjetivo. Para cada individuo, grupo social, raza, época, cultura, existe una forma diferente de proporción estética. Aun así, diversos estudios han determinado que existe un factor común por el cual las personas asocian lo bello a lo agradable, interesante y original.43 Ahora bien, ¿hasta qué punto el concepto de belleza es un patrón interno o está influido por la sociedad?
Los pies atrofiados en la cultura china; las mutilaciones nasales, auriculares o labiales de algunas tribus; los tatuajes; la gordura o la delgadez; el color de la piel blanco u oscuro, pueden haber sido bellos para determinados grupos humanos en determinados momentos. Pero no es este el concepto de belleza vinculado a la bondad. Los anteriores serían patrones estereotipados o impuestos por el grupo.
La percepción de rostros etiquetados como bellos por la mayoría de personas provoca la iluminación de una red cerebral relacionada con la recompensa. Por otro lado, aquello que nos resulta poco estético activa la amígdala de forma muy parecida a las señales de alerta y miedo. Y sabemos que una de las causas de rechazo o de mayor aceptación de algunas personas dentro de los grupos humanos tiene que ver con el tema estético. Quien no encaja en los cánones de moda, puede ser excluido del grupo.
El atractivo físico representa, pues, una ventaja social y laboral para estas personas, y también en lo que se refiere a la integración en un grupo de iguales. El aspecto físico, la apariencia, el conjunto de características físicas y estéticas, se han convertido en valores que nos acercan a la vanidad, si nos focalizamos demasiado en ellas. Además, se han convertido en un tema de preocupación para los adolescentes que no encajan con los cánones estéticos que están de moda. Diferentes estudios lo corroboran e indican que hay un sesgo subconsciente a favor de las personas consideradas más atractivas, a quienes se les atribuye un mayor grado de confiabilidad respecto a las que no lo son.44
Cuando la belleza, centrada en lo estético, se convierte en el objetivo de alguien, aparecen conductas obsesivas, trastornos asociados a la imagen corporal y a la conducta alimentaria, y una disminución de la autoestima.
Es clave reflexionar sobre este tema y no confundir belleza con estética superficial. Necesitamos que la belleza profunda esté presente en nuestra vida, porque nos conecta con la espiritualidad y con el sentido vital.
Lo importante en el mundo es que exista la comprensión de que un sombrero bonito no promueve ideas en la cabeza. O sea, la estética es un asunto que poco dialoga con el raciocinio.45
Demasiado feísmo
Es imposible obtener finales dignos con medios indignos.
El feísmo como valor se puede hallar incorporado en nuestra vida en forma de creaciones humanas desequilibradas: edificios grises, cerrados, inhóspitos; cárceles, depósitos de personas con rejas, candados, cierres de todo tipo. Sin color. Vacíos, sin luz. Sin vida.
La fealdad, sea tanto en el ámbito de los espacios que ocupamos como de sus contenidos, nos genera desequilibrio. Las llamadas «obras de arte» que tienen que ver con reciclaje de deshechos, basura u objetos sucios, destruidos y de dudosa belleza, son ejemplos de creaciones humanas que generan malestar emocional.
Sabemos que, cuando el cerebro percibe algo como feo, se activa el área somatomotora y se produce una llamativa disminución del córtex orbitofrontal, zona asociada a la capacidad para controlar el comportamiento en situaciones irritantes o molestas.
En muchos casos se utiliza la fealdad en las construcciones humanas para provocar, precisamente, emociones desagradables y desequilibrantes exprofeso, y como castigo, por ejemplo, en la arquitectura carcelaria, correccionales, clínicas psiquiátricas, viviendas despersonalizadas, ausencia de naturaleza. Lo que está vacío, falto de color y de estímulos, la ausencia de lo bello, la deprivación sensorial… conecta a las personas con lo peor de la vida y provoca soledad, rechazo, angustia, tristeza, desánimo, melancolía…
La teoría de las ventanas rotas puede ser un ejemplo de ello. En criminología, la teoría de las ventanas rotas sostiene que mantener los entornos urbanos en buenas condiciones puede provocar una disminución del vandalismo y la reducción de las tasas de criminalidad.46
Consideren un edificio con una ventana rota. Si la ventana no se repara, los vándalos tenderán a romper unas cuantas más. Finalmente, quizás hasta irrumpan en el edificio; y, si está abandonado, es posible que lo ocupen ellos y que prendan fuego dentro. O consideren una acera o una banqueta: se acumula algo de basura; pronto, más basura se va acumulando; con el tiempo, la gente acaba dejando bolsas de basura de restaurantes de comida rápida o hasta asaltando coches.
Este es un fragmento del artículo titulado «Ventanas rotas», de James Q. Wilson y George L. Kelling, que plantea el impacto que aquello que empieza a ser feo, sucio o a romperse, puede generar un movimiento de contaminación emocional que mueve a algunas personas a persistir en su destrucción. En cambio, si se mantiene bien el espacio, se limpia si se ensucia, se sustituye enseguida lo dañado, se repinta, se implantan medidas de penalización ante conductas incívicas, se consigue un mayor grado de compromiso de los ciudadanos. Hay muestras de éxito que refuerzan este planeamiento.
El alcalde republicano Rudy Giuliani adoptó también esta medida, de manera más firme, en la ciudad de Nueva York, desde su elección en 1993, bajo los programas de «tolerancia cero» y «calidad de vida». En Albuquerque (Nuevo México, Estados Unidos) se obtuvo un resultado similar a finales de 1990 con el programa de Calles Seguras. Operando bajo la premisa de que la gente del Oeste de Estados Unidos utiliza los caminos de la misma manera que la gente del Este utiliza el metro, los desarrolladores del programa razonaron que la falta de leyes en los caminos tenía el mismo efecto que los problemas individuales de los metros en Nueva York.
El mundo emocional funciona de forma parecida.
Si nuestro territorio emocional está descuidado y olvidamos hacer el mantenimiento adecuado,
si permitimos que en él penetren basuras emocionales que otros nos lanzan,
si olvidamos reducir los tóxicos que contaminan nuestra mente y nuestro corazón,
si dejamos de reconstruir lo que se rompió…
es posible que crezca una espiral destructiva en nuestro interior que deje escondida la belleza que albergamos.
Lo que pasa en el cerebro
La belleza no es externa, se halla en los ojos del que mira.
La belleza no existe por sí misma, no reside en algo que nos rodea, solo está en nuestra mente. Es algo creado por el cerebro humano a partir de la valoración de ciertas características del objeto o sujeto que contempla.
Semir Zeki,47 neurólogo, profesor en el University College de Londres y fundador del Centro de Neuroestética en Berkeley, California, ha empleado gran parte de su carrera profesional tratando de responder a la pregunta: ¿Qué pasaba en el cerebro del gran Dante Alighieri, de Michelangelo, de Richard Wagner o de Paul Cézanne mientras ejercían sus dones artísticos y creaban belleza?
Según este autor, nuestro cerebro contiene de por sí un ideal que busca representar en la producción artística. La belleza existe como concepto abstracto en el cerebro. Todo arte es, pues, la búsqueda de nuestro cerebro para satisfacer el ideal que contiene y que nunca acaba de saciar.
La formación de conceptos, así como el juicio estético «bellohermoso» son logros de nuestro cerebro, y la creatividad que ponemos en marcha, una forma de compensar la carencia de esta experiencia.
Cuando percibimos belleza en una obra de arte o en un pasaje musical, se enciende un área ubicada en la parte frontal del cerebro que se conoce como la corteza orbitofrontal medial. Investigaciones realizadas constatan que se activaba más en los sujetos cuando escuchaban una pieza musical o veían una imagen que previamente habían calificado como «hermosas». Por el contrario, ninguna región particular del cerebro se solía correlacionar con obras de arte previamente calificadas como «feas».
La percepción de la hermosura activa el Área 10 de Broadman,48 asociada con la identidad y la imagen social. Esta área está localizada en el lóbulo frontal junto a la corteza orbitofrontal (que anticipa las recompensas en el cerebro) y se relaciona con la cognición compleja interviniendo en la comunicación social y la cooperación. Por ello, también puede relacionarse con la creación de adictos a lo hermoso, compradores impulsivos u otras adicciones.
Respecto a la apreciación de la belleza, se han relatado diferentes tipos de respuesta entre hombres y mujeres. Los hombres tienden a mirar el estímulo como un todo y las mujeres se fijan más en los detalles. Hay mucho que investigar respecto a estas diversas formas de mirar.
La experiencia emocional estética produce una reacción positiva en el cerebro que nos mueve a intentar repetirla. La belleza moviliza, nos atrae, nos hace sentir, genera bienestar y equilibrio.
El asombro
Estamos convencidos de que nunca es tarde para recuperar nuestra capacidad de soñar y nuestra magia para transformar lo doloroso, lo feo y lo malo en belleza, bondad y armonía.
Escribió G. K. Chesterton:
En cada niño, todas las cosas del mundo son nuevas y el Universo se pone de nuevo a prueba. Cuando paseamos por la calle y vemos debajo de nosotros esas preciosas cabezas, deberíamos recordar que dentro de cada una hay un Universo recién estrenado, como lo fue el séptimo día de la creación.
La curiosidad es innata en un niño. ¿En qué momento la pierden? ¿Por qué?
La curiosidad nos permite explorar, y la exploración nos puede llevar al asombro, a la sorpresa, a la admiración. Y sin capacidad de asombro no hay aprendizaje.
Los niños pequeños pueden quedarse embelesados mirando una hormiga que transporta un grano, acariciando la suavidad de una flor que se ha abierto, mirando con los ojos abiertos la belleza del mar acabado de descubrir. La belleza no es ajena a su vida, la ven por doquier. Pero llega un momento en que algo se pierde. Introducimos en sus sentidos estímulos desagradables, les llega lo feo y lo malo del mundo y su mirada se apaga. Tal vez ya no quieran ver más ni sentir más.
Además, con el avance de las nuevas tecnologías, corremos el riesgo de que se alejen de la naturaleza, de la belleza y de la capacidad de asombrarse y, por tanto, de aprehender algo que es esencial para su salud emocional.
Un padre iba de excursión a la montaña con sus dos hijos. Después de un largo camino llegaron a la cima de la montaña. El padre admirando el paisaje dijo:
—¡Mirad, hijos míos, qué puesta de sol tan espectacular!
Uno de los chicos contestó:
—¡Desde luego, papá… dos horas caminando para ver un «fondo de pantalla»!
Algo pasó en el lapsus de tiempo entre la infancia que se asombra y la adolescencia que se aburre o se muestra indiferente. Algo debemos recuperar los adultos para que, haciéndolo nosotros, ellos sean capaces de reconectarse con su curiosidad, asombro y capacidad de sorpresa.
Es importante animarlos a descubrir la belleza que está en su interior y a su alrededor, en la naturaleza y en cada pequeña cosa, objeto o persona. Podemos proponerles dibujar, fotografiar o escribir todo aquello de bello y asombroso que vean, aquello que les deja un buen sabor de alma, aquello que les estimula o equilibra. En esta búsqueda, tomarán consciencia de que también son productores de belleza.
Su mirada que mira sabe detectar sus indicios.
Y en esta capacidad de generar belleza reside su esperanza de éxito ante las fuerzas del mal.
La armonía
Para ver el mundo en un grano de arena, y el cielo en una flor silvestre. Abarcar el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora.
Demasiado a menudo confundimos la experiencia espiritual de la belleza con el estudio de las diferentes artes. Y, si bien tienen que ver, la práctica artística solo es una forma más de llegar a ella. La belleza inspira, mientras que el feísmo nos lleva a un territorio interior sin vida alejado de la creación y del amor.
Es necesario educar para que la nueva generación sea capaz de apreciar y degustar la belleza.
Es necesario que vivan experiencias armónicas, que crezcan escuchando buena música, que lean literatura de calidad, que aprendan a contemplar y a valorar una pintura.
Es necesario que les demos recursos para que sean capaces de construir un criterio de apreciación propio.
Así se acercarán al estado emocional y espiritual que nos aproxima a la bondad.
Así mejorará su salud emocional y mental, su equilibrio y bienestar.
La experiencia de la belleza
La experiencia más bella que puedo tener es el misterio. Es la emoción fundamental que se encuentra en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia. Quien no lo conozca y no se pregunte por ello, no se maraville, está como muerto y sus ojos están oscurecidos.
Para experimentar la belleza es preciso disponer de una mente apreciativa.
Nuestra capacidad de ver la belleza del mundo y de la vida depende en muchos sentidos de la categoría de nuestras relaciones personales. Si hemos sido capaces de construir relaciones de calidad estaremos en las mejores condiciones posibles para apreciar la belleza que existe en nuestro interior y a nuestro alrededor. Y, desde esta experiencia personal, seremos capaces de transmitir a nuestros hijos el valor de la belleza.
La experiencia de la belleza es un elemento clave para su resiliencia, esta capacidad de remontar cuando algo les hunde y de seguir adelante y en positivo con su vida cuando les han dañado.
Proponemos educar el gusto para apreciar la belleza cultivando la sensibilidad. Es preciso que sus nutrientes emocionales e intelectuales no provengan solamente de la televisión o de las redes sociales y videojuegos. ¿Podemos educar el gusto por la belleza sin educarnos a nosotros mismos para apreciarla? ¿Qué experiencias bellas vivimos, disfrutamos o creamos juntos?
Hay mucho por hacer. Desde muy pequeños podemos mostrarles pinturas de todas las épocas y estilos para que vayan viendo qué les atrae, qué les emociona, qué les cautiva, qué les desagrada; audiciones de música diversa; visitas a edificios curiosos, museos; y, sobre todo, hacerles contactar muy directamente con la naturaleza, donde cada ser vivo, cada piedra, cada paisaje puede ser contemplado y admirado en todo su esplendor.
Lo que nos nutre intelectual, emocional y espiritualmente debe ser de calidad, de la misma forma que intentamos que nuestros alimentos lo sean.
No es suficiente rodearles de cosas bonitas, es necesario enseñarles que ellos pueden crear condiciones bellas que generen bienestar y equilibrio para sí mismos y para los demás. Es preciso enseñarles a relacionar lo que ven, gustan y degustan con las emociones que sienten al contemplarlo, para que así se conviertan en experiencias significativas.
Solo podemos educar para la belleza a través de la belleza.
______________
19 https://www.monografias.com/trabajos96/psicobioetica-i/psicobioetica-i2.shtml (Aldo Leopold, 1887-1948). Leopold habló de la extensión que debía existir en la ética para, así, abordar de forma universal la necesidad de preservar la Tierra para las futuras generaciones bióticas y abióticas.
20 La Vanguardia, 12 de diciembre de 2010.
21 Diarioecologia.com
22 AMP. el mundo.es. Pedro Simon. Murcia. 7 de abril de 2018.
23 Diarioecologia.com
24 Historia relatada en 2013 a través del documental Forest Man.
25 Esta noticia divulgada por @ActualidadRT explica la iniciativa de la llamada «guardiana del lago».
26 Relato adaptado de The velveteen rabbit, Margery Williams. Running Press. 2007.
27 Mª Mercè Conangla y Jaume Soler. Ámame para que me pueda ir. Amat Editorial. 2014.
28 Veronique Fleurquin.
29 Goleman, D.; Richard, J. The science of meditation. Penguin. 2017.
30 Jordi Llimona.
31 Parafraseando al poeta Miquel Martí i Pol.
32 Julian Baggini. Cómo piensa el mundo. Ediciones Paidós. 2019.
33 La Vanguardia. «Historias del mundo». Anna Buj. 6 de septiembre de 2017.
34 Eva Balcells.
35 Fundació Ecologia Emocional. Estudio realizado en 2019 con una muestra de 2.500 alumnos de la provincia de Barcelona.
36 Mª Mercè Conangla y Jaume Soler. El cansancio moral. Cuadrilátero de Libros. 2015.
37 Extraído de Mª Mercè Conangla y Jaume Soler. Las veinte perlas de la sabiduría. Cuadrilátero de Libros. 2014.
38 Desconocemos el autor. Es un cuento reproducido con variantes diferentes en Internet.
39 Mª Mercè Conangla. Crisis emocionales. Amat Editorial. 2014.
40 Técnica de Hideko Yamashita que se basa en encontrar la felicidad a través de la sencillez material.
41 @EgoSumQuiSum. 23 de diciembre de 2018.
42 Tríada de conceptos que resume los mayores valores de la humanidad. Platón.
43 Estudio publicado en la revista Psicothema, 2003.
44 http://revistas.ucv.edu.pe/index.php/R_PSI/article/view/932
45 Gonçalo M. Tavares.
46 Wiquipedia.
47 Semir Zeki. Splendous and miseries of de brain. Wiley. 2008.
48 Roberto Álvarez del Blanco. Neurokarketer. Financial Times Prentice Hall. 2015.