I
NUESTRO INICIO EN LA RELACIÓN CON DIOS, EN CAMINO HACIA LA INTERIORIDAD
1. Despertar a la nueva vida según el Espíritu
Los evangelios del tiempo Pascual nos preparan a nuestro encuentro vital con el Espíritu. El capítulo tercero de Juan nos introduce en la vida nueva que recibimos por la acción del Espíritu Santo. No es suficiente haberse bautizado, es necesario despertar a una nueva vida a partir del Espíritu. El hombre no puede por sí solo nacer al hombre nuevo: «El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne es carne; lo nacido del Espíritu es espíritu» (Jn 3,5-6).
Tenemos a la Santísima Trinidad en nosotros desde el día del Bautismo. Ésta es la primera experiencia de fe: la Trinidad habita en el que ha recibido el bautismo. Pero esa relación con Dios tiene unas etapas de desarrollo. Como todo ser humano, nuestras relaciones pasan por un proceso evolutivo. Esas etapas no nos las podemos saltar. Debemos ser humildes y no tener miedo a decir que «con mis años, 20, 30, 40, 50… de cristiano puedo estar en la primera etapa…». Esto no tiene nada que ver ni con los años, ni con los estudios…, se puede ser hasta presbítero y estar en el inicio de la vida de relación con Él, porque eso exige tener un desarrollo evolutivo dirigido por una acción que la inicia el Espíritu Santo, el gran agente de este proceso. Él la inicia, y en la medida de la correspondencia nuestra, ese proceso se irá verificando.
Si carecemos del deseo del «despertar espiritual» no podremos anhelar la santidad. Cuando alcanzamos la luz resplandeciente de nuestra naturaleza cristificada quedamos transfigurados, iluminados. Cuando esta luz de Cristo en nosotros se encuentra oscurecida o velada se manifiesta como ignorancia o falta de claridad. En el camino espiritual se requiere mucha paciencia porque el ritmo espiritual no sigue el de la lógica humana. La paciencia es una de las virtudes que se necesita desarrollar en pos de la realización de su aspiración al despertar. La paciencia tiene tres niveles de profundidad:
• Primer nivel: la paciencia para soportar el dolor y todo aquello que resulta difícil de soportar. Paciencia quiere decir no reaccionar compulsivamente a un estímulo dado. San Pablo nos habla de paciencia en la tribulación: «Las características del apóstol se vieron cumplidas entre vosotros: paciencia perfecta en el sufrimiento y también señales, prodigios y milagros» (2 Cor 12,12).
• Segundo nivel: la paciencia que nos permite no reaccionar compulsivamente a los insultos o a las calumnias de los demás: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien o proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6,22-23).
• Tercer nivel: la paciencia para aceptar que somos la luz del mundo: «Vosotros sois la luz del mundo… Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,14-16). Mucha gente sale corriendo cuando escucha esto, pues al mirarse a sí mismo constatan sus deseos, las envidias, las compulsiones, los ataques de ira, las malas ideas… y piensa entonces que es imposible que uno sea luz del mundo. Aunque nos parezca increíble, nos resulta mucho más difícil aceptar la luz que somos que la oscuridad que, a veces, llegamos a experimentar.1
2. Aspectos negativos y positivos del Inicio espiritual
Estas etapas de crecimiento espiritual son tres: Inicio, Desarrollo y Plenitud. Todos podemos entrar en el Inicio. El Desarrollo es lo más largo del proceso, hasta llegar a la Plenitud que el Señor quiere vivir y desarrollar en nosotros.
«El Inicio» tiene una condición previa y es donde se dan los grandes estancamientos, porque ese inicio hay que entenderlo con toda verdad y autenticidad. La condición previa para el inicio es la conversión como tarea permanente, no como acontecimiento que se da un día. Estamos siempre en proceso de conversión. Es una decisión de por vida. Cuando vemos que algo es importante para nuestra vida es necesario formar una decisión. Un día escuché una frase que llegué a prenderme de memoria: «No te canses de las decisiones ya tomadas, yo sé que la cuesta es alta». No sé de quien es, pero me ha hecho mucho bien. Esta conversión, de la que estamos hablando, tiene dos elementos:
• Uno negativo. Vivir sólo desde la sensualidad, también puede darse el vivir sólo desde la mente. La persona que lleva una vida extrovertida, da mucha vida por los ojos, por los sentidos y sobre todo con su gran imaginación y con el ejercicio de su memoria. Difícilmente encontrará el clima oportuno para el desarrollo de su vida de relación con Dios. Vive sólo desde la mente aquel que ordinariamente es idealista y con afán de vida mental, porque no tiene una mente «observadora» para captar la Presencia interior, sino que viviendo hacia fuera, olvida la presencia de Dios «dentro» de nosotros. Esto le ocurre a la persona ávida de leer muchos libros, de noticias, de estar siempre al corriente en todo… Cuando se vive una vida extrovertida, difícilmente se puede tener atención interior a la presencia de la Santísima Trinidad «dentro» de nosotros y por ello no se produce el cambio de la persona, lo que llamamos la «conversión». El inicio espiritual se da cuando desde un vivir hacia fuera se comienza a observar la Presencia del que está «dentro».
• Otro positivo. Acoge la fe como iluminación a la mente y la caridad como el amor a la voluntad. Esto es también tarea del Espíritu pues es Él quien lanza las actividades. Por tanto no debemos confundir «conocimiento» con «acción del Espíritu» a la mente y «acción del Espíritu» a la voluntad. San Ignacio de Loyola dice que el Espíritu nos da un «conocimiento interno», es lo que san Pablo llama «sabiduría divina», no se trata de un conocimiento intelectual fruto de nuestra razón, razonamiento o reflexión, va más allá, es la mente iluminada por el Espíritu Santo que mueve nuestra voluntad al ejercicio del amor. No es cuestión de comprender, porque a la hora de la verdad la experiencia nos dice cómo los más inteligentes encuentran gran dificultad para no ser obedientes. Los que obedecen, aceptan gratuitamente una iluminación del Espíritu que va a darle a través de sus dones un conocimiento que no tiene que ver nada con la cultura teológica, pues es la sabiduría que brota de la experiencia vivida.
La acción del Espíritu, en lo que estamos hablando, es doble:
a) Otorga la fe. La fe ilumina la mente y la mente iluminada comienza a ver en lo profundo del ser la Presencia divina, pues ya ha puesto en silencio los sentidos.
b) Provoca un amor a las Personas divinas (Padre, Hijo, Espíritu Santo). La mente no se lanza hacia fuera, se recoge hacia dentro experimentando la Presencia divina. Presencia que nos cambia y «enamora», que es distinto de «enamorarnos de». El «enamoramiento de» es posesivo, pero este «enamorarse» es vivir en el amor, comienza a tener vida espiritual, vida desde el Espíritu. Desde ese momento, el agente que dirige la vida es el Espíritu Santo. Tanto la iluminación como el amor tienen un mismo origen: el Espíritu.
3. El deseo espiritual en el Inicio
El Inicio espiritual es un don de Dios, el Espíritu Santo mueve a la persona hacia lo espiritual pero la persona puede desearlo o rechazarlo, es libre para acoger este impulso del Espíritu. Es por lo que tenemos que afirmar que es necesario despertar el deseo hacia lo espiritual una vez que el Espíritu nos toca. Se trata de emprender un camino que en los principios suele ser arduo porque no se está familiarizado con lo espiritual.
En la medida que se va saliendo de un vivir sólo desde uno mismo, comienza a acoger la Presencia del que está dentro. La persona nota que se le va quitando las ganas de una vida sensual y descubre que la televisión no le llena, que prefiere escuchar más que hablar, que todo lo que era antes un “estar hacia fuera”, sobre todo en los dos sentidos más peligrosos, vista y oído, se va cambiando en un vivir «hacia dentro», porque la persona ya no es exterioridad. Brotan los deseos de interioridad, recogimiento. Comienza el gusto y la apetencia por las cosas espirituales. Se empieza a advertir que se está dando un proceso de profunda conversión. Si se vive a nivel de profundidad, la persona se relaciona a esos niveles: ve la grandeza de los otros, empieza a quererles más, descubre sus valores…, porque lo grande del otro es la presencia encarnada de Dios y descubre que la Santísima Trinidad está operando en ellos.
4. La gracia como motor para la voluntad
Esta etapa del Inicio es permanente y aunque se esté en la última, no se va dejando etapas atrás. Es la etapa más difícil para entablar la vida de relación con Dios, porque exige «lucha», al estar en una tensión muy fuerte con una serie de enemigos que el ser humano tiene interior y exteriormente.
La gracia es el motor de la voluntad para esta lucha. Sin la gracia de Dios caeríamos en un voluntarismo que se nos haría una carga pesada. El sentido de lucha, de esfuerzo, de ejercicio, todo lo relativo a la cooperación personal a la gracia a través de las propias acciones, en el proceso de santificación, es algo inherente a la vida espiritual en cuanto tal y, por tanto, a todos los momentos y todos los aspectos de su desarrollo. La voluntad se ejercita en el esfuerzo personal por avanzar, por progresar, por utilizar todos los medios que están a nuestro alcance para responder al don que se nos da y así cooperar con Dios en todo lo que nos pide, cumpliendo su voluntad y manifestando con obras concretas nuestro amor.
La gracia es lo contrario al pecado. La vida del cristiano es la vida de gracia. San Agustín nos pone en guardia con no dar importancia a los pecados leves, para él todos tienen importancia:
«No desdeñéis los mismos pecados veniales. Porque, aunque no son grandes, se acumulan, constituyen mole; se acumulan y hacen masa. No los desdeñéis porque son menudos, sino temed cuando son muchos. ¿Hay cosa más menuda que las gotas de lluvia? Y con ellas se inundan los campos y se llenan los ríos. No desdeñéis vuestros pecados menudos y leves, no sea que, con su mole, os opriman. Mirad cómo el agua del mar se filtra por las rendijas de la nave y, sin embargo, llenan las bodegas; si no se achica, se hunde la nave (…). Esos pecados menudos, sin los cuales no se da la vida humana, se filtran insensibles y paulatinamente por las rendijas de la fragilidad humana y se acumulan en la bodega. Imitad a los marineros, cuyas manos están siempre activas para que nada quede en la bodega (…). Si tus manos no cesan de achicar con buenas obras, aquel último día te encontrará limpio».2
El sacramento de la Misericordia divina o del Perdón es la fuente para obtener la gracia para la lucha contra nuestros pecados y debilidades. Esta gracia se fortalece también al tomar el Cuerpo de Cristo que se nos da como alimento espiritual en la Eucaristía. Y así, fortaleciendo nuestra vida de gracia cogemos las energías para mover nuestra voluntad al servicio de la Voluntad divina.
5. El mundo como tentación
Debemos saber que sobre la persona está operando el mundo que ataca fundamentalmente en los sentidos, y desde los sentidos fomenta la vivencia interna. Lo que nos ofrece el mundo es lo que alimenta los apetitos y sobre todo las pasiones. Cuando hablamos del mundo estamos hablando de la mentalidad mundana opuesta al proyecto de Dios. Es el ambiente de autosuficiencia y autonomía del conjunto de personas, ideas, instituciones e intereses terrenales que se oponen a la instauración del Reino de Dios. Pero Jesús nos dice: «En el mundo tendréis sufrimientos, pero confiad: yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). El arma para derrotar al mundo es la fe en la divinidad de Jesucristo: «Porque todo el que ha nacido de Dios, vence al mundo. Y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5,4-5).
El mundo está lleno de tentaciones que tienen una fuerte atracción que se va debilitando en la medida que Cristo se hace el centro de nuestra vida.
6. La debilidad de la carne
Pero el enemigo interior más fuerte para comenzar una vida de relación con Dios, es la carne, y entendemos por carne básicamente la «neoplasia espiritual»: vivir para lo que me gusta, centrarme en mi ego. Este enemigo de lo espiritual coge las cuatro zonas que constituyen los sentidos internos, los sentidos externos, los apetitos y las pasiones. Es muy importante el diagnóstico, descubrir qué es lo que fomenta mi neoplasia.
San Juan en su primera carta nos presenta la carne en toda su amplitud: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo –la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida– no proceden del Padre, sino del mundo» (1 Jn 2,15-16). Es decir, la concupiscencia de la carne no se refiere sólo al desorden de la sexualidad, sino también a la comodidad, la falta de espíritu, que empuja a buscar lo más fácil y placentero. Además, se refiere a la concupiscencia de los ojos, una mirada que se apega a las cosas terrenales y no descubre las cosas sobrenaturales, valorando sólo lo que se puede tocar. Y, por último a la soberbia de la vida que tiende a los pensamientos de vanidad y de autosuficiencia. El arma para derrotar a la carne es la oración y el desarrollo de la humildad (contra la soberbia de la vida), de la castidad (contra la soberbia de la carne) y de la pobreza (contra la concupiscencia de los ojos). Jesús nos dice respecto a la oración: «Velad y orad, para que no caigáis en la tentación; que el Espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41).
7. La influencia del Maligno
Y ambos mundo y carne, están capitaneados por el Maligno. Ahí su gran éxito en conseguir el que se le ignore en un gran sector de la Iglesia, y hasta que refutemos su existencia diciendo «el Demonio no existe», y es entonces cuando ha conseguido su victoria porque nos podemos quedar dormidos. Es quien maneja el mundo y la carne, y podemos llegar a que cada vez nos impresionen menos las cosas que antes nos impresionaban y así vamos perdiendo las virtudes básicas. En los comienzos de la vida espiritual el Maligno se sirve más de la atracción de las pasiones o de la mundanidad, pero, a medida que se avanza espiritualmente, cambia de táctica y comienza a atacar con la tentación del orgullo espiritual o del fariseísmo. San Pedro en su primera carta nos dice: «Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario, el diablo, como un león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos» (1 Pe 5,8-9). Santa Teresa habla de las armas para derrotar a este enemigo: la imagen del crucificado, el uso del agua bendita, la humildad y la limpieza de corazón. Jesús dice que hay demonios que no se expulsan como no sea con la oración (cf Mc 9,29).
8. La lucha contra los enemigos de lo espiritual
Nos preguntamos cómo afrontar esta situación. En su conjunto, para poder luchar contra estos enemigos se requieren dos cualidades humanas y fundamentales: valentía y esfuerzo permanente. Nos bloqueamos desde el momento que pensamos que nosotros solos podemos vencer al mal. Jesús nos dice «sin mí, nada podéis hacer» (Jn 15,5). Sin el Espíritu que Jesús nos ha enviado es imposible vencer al mal. Por ello necesitamos humildad para reconocer nuestra incapacidad y tener docilidad al Espíritu. San Pablo encuentra la fortaleza en su debilidad porque se siente asistido por el Espíritu Santo: «Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2 Cor 4,7).
Junto con la valentía el esfuerzo permanente, porque Jesús nos dice en el evangelio de Mateo: «Sólo el que persevere hasta el fin se salvará» (Mt 10,22). La palabra salvación es la cuestión humana primordial. Una palabra que afecta al ser y al sentido último de la vida. La salvación que nos trae Jesús es muy amplia, principalmente nos salva del pecado y de la muerte. Además, en el ser humano distinguimos tres inclinaciones de las que Jesús nos salva:
a) Nos enseña a superar las negatividades que padecemos.
b) Nos ayuda a realizar las aspiraciones más profundas de perfección, plenitud y felicidad que sentimos.
c) Sacia nuestro anhelo de lo absolutamente sano y santo, es lo que la Biblia llama «sed de Dios»; los místicos «presencia de Dios»; y los filósofos «anhelo de lo totalmente Otro».
El ser humano sabe que todo eso no lo puede alcanzar por sí mismo. La salvación evidentemente sólo es posible desde Dios y con Dios.
9. Sabiduría en la lucha
Para esta lucha contra el mundo, la carne y el Maligno necesitamos la fuerza del Espíritu Santo. Dos son los campos en los que hay que luchar:
• El moral, eliminando los pecados habituales que nos impide vivir esa vida hacia dentro, porque lo que nuestros pecados habituales nos ofrecen es una vida hacia fuera. Lo importante es conocer estos pecados habituales y descubrir sus raíces, que están conectadas con la neoplasia. Por eso es sumamente importante conocerse, no sólo lo malo que hacemos, sino lo bueno que dejamos de hacer, los pecados de omisión. Porque una de las grandes actividades del Maligno es poner la noche alrededor de la persona, hacerla entrar en la oscuridad y en la duda, para que no se vea, para que no se conozca… y no se dé cuenta de lo que hace mal y sólo resplandezca el bien que hace, pues de esa forma la tiene totalmente cogida.
• El psicológico: curar la neoplasia personal. Se trata de hacer un verdadero diagnóstico de nuestra neoplasia. Ya hemos dicho anteriormente que se puede llegar incluso a la Sexta Morada, según Santa Teresa, con la existencia de la neoplasia. Todo esto el Señor lo permite para llevarnos a las alturas cimentadas en la humildad, que tendrá grandes efectos en la caridad fraterna, porque entonces nos seguiremos viendo «pobres personas» pero amadas por Dios. Se trata de dar muerte al ego para curar nuestra neoplasia. No es la muerte del ego, puesto que el ego como tal carece de existencia real, es dar muerte a la creencia de la existencia del ego. Morimos al apego a la carne y a la autoimagen pero resucitamos en la Luz de Cristo.3
Lanza del Vasto, el fundador de la Comunidad pacifista del Arca, comentando el evangelio de Mateo sobre la parábola de la cizaña (cf Mt 13,24-30) dice:
«La mezcla de trigo y cizaña es mucho más estrecha en el hombre que en el campo, pues en la misma raíz hay un tallo de uno y de otra. En efecto, no hay buenos y malos separados o separables, porque hay malos entre los buenos y buenos entre los malos… Para desprenderos de vuestras malas inclinaciones no os ocupéis tanto de ellas, pues no haréis más que darles un peso y una virulencia que no tienen, más bien volveos a Dios y su gracia… La verdadera forma de eliminar el mal no es ensañarse con él, sino volveros hacia el conocimiento, exponeros a la luz, poner toda vuestra atención, todo el fuego y toda la fuerza de vuestra atención en la luz, y entonces vuestro lado oscuro languidecerá, se esfumará sin que lo arranquéis, caerá por sí mismo».4
El cristianismo no es una espiritualidad de perfeccionismo, sino capacidad de ser amados. Ahí comienza una nueva historia del ser humano, cuando se deja amar por Dios. El mundo y la carne tan sólo pueden atacar en la zona sensitiva del hombre y el Maligno no puede andar nada más que en esa zona, por eso manipula al mundo y a la carne, pero no puede entrar en la zona racional y de la voluntad aunque puede influir desde su zona en la mente y bloquear la voluntad. Conseguimos que el Maligno no nos afecte ni nos influya cuando la mente y la voluntad se hacen una, acogiendo las inspiraciones del Espíritu, brotando de aquí la entrega al Señor. Es cuando la mente y la voluntad están dominadas por la acción del Espíritu, que nos conduce al Padre y nos transforma en el Hijo. Esto es la cristificación o santificación, la nueva creación del hombre nuevo. Dios no permite al Maligno entrar en la zona racional, porque esa zona es para Él. Esto es consolador para nosotros, pero existe el peligro que desde la imaginación se confabule con la mente, que son los «ojos nuevos» que tiene el hombre para verle a Él.
Como la imaginación se parece a la mente, lo importante es no confundirlas. El juego del Maligno consiste en identificar mente con imaginación, por eso son de suma importancia lo que llamamos los «ruidos» que se producen en esa zona y que son manejados por él para impedir que la mente, distraída, se vuelva hacia el Señor y empiece a tomar consciencia, a advertir su Presencia.
Pero, cuando se ha comenzado en la vida de relación con Dios, se tiene la experiencia de que el Maligno puede estar «haciendo ruidos» y no impedirnos en ningún momento la relación. Esto es la primera etapa de la vida espiritual que es difícil, pero después resultará fácil si ponemos en práctica como estado permanente la conversión. Para ello es conveniente ejercitarnos para poder comprender que en este proceso de conversión necesitamos conocernos en nuestros pecados habituales y en la naturaleza de nuestra neoplasia, no teniendo miedo a conocernos, y para esto necesitamos la ayuda de los que nos conocen.
La sabiduría se va adquiriendo en nuestras luchas, en nuestros logros y fracasos, donde se va comprobando que el Señor nunca nos deja, siempre nos está tendiendo su mano. Lo cual nos da confianza en Él a pesar de nuestras incoherencias, infidelidades y debilidades.
10. Luchar hasta dar la vida
El motor de la vida espiritual es el Espíritu Santo que derrama el amor de Dios en nuestro corazón y nos pone en movimiento. Todo esto conlleva un espíritu de lucha pues la vida según el evangelio es un nadar contracorriente. Dicho espíritu de lucha está presente en todo aquel que comienza un camino espiritual. Y esta lucha por amor nos puede llevar hasta la entrega de la vida e incluso a padecer el martirio. Así exhortaba Tertuliano a los cristianos que iban a padecer el martirio:
«Estáis a punto de emprender un buen combate, donde el único espectador y árbitro es Dios, el entrenador es el Espíritu Santo y el premio, una corona eterna. Por eso, el que os ha contratado, Jesucristo, que os ha ungido con el Espíritu Santo y que os ha hecho descender a la arena para el día de la lucha, os ha separado de un mundo de vida cómoda para un duro aprendizaje, cuyo fin es adiestraros más tenazmente (…). Cuanto más duras habrán sido las pruebas del entrenador, más firme es la esperanza en la victoria».5
Terminemos esta reflexión con esta breve oración del Hermano Roger de Taizé:
Tú, Cristo,
Salvador de toda vida,
tú vienes siempre a nosotros.
Acogerte en la paz de la noche,
en el silencio del día,
en la belleza de la creación,
acogerte en la hora
de los grandes combates interiores,
acogerte es saber
que tú permanecerás con nosotros
en toda situación, siempre.
Para meditar
Texto bíblico
«Examinad qué es lo que agrada al Señor y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice:
Despierta tú que duermes,
y levántate de entre los muertos,
y te iluminará Cristo.
Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor» (Ef 5,10-17).
Lectura espiritual
«¿Por qué supones que esta breve oración de una sílaba es tan poderosa como para penetrar los cielos? Sin duda, porque es la oración de todo el ser del hombre. Un hombre que ora como éste, ora con toda la altura y profundidad, la largura y la anchura de su espíritu. Su oración es alta porque ora con todas las fuerzas de su espíritu; es profunda, porque ha reunido todo su pensamiento y comprensión en esta palabrita; es larga, porque si este sentimiento pudiera durar estaría gritando siempre como lo hace ahora; es ancha, porque con preocupación universal desea para todos lo que desea para sí mismo.
Con esta oración la persona llega a comprender con todos los santos la largura y la anchura, la altura y la profundidad del Dios eterno, misericordioso, omnipotente y omnisciente, como dice san Pablo (Ef 3,18). No totalmente, por supuesto, sino parcialmente y de esa manera oscura, característica del conocimiento contemplativo. La largura habla de la eternidad de Dios, la anchura de su amor, la altura de su poder y la hondura de su sabiduría. No ha de extrañarnos, pues, que cuando la gracia transforma de esta manera a una persona a imagen y semejanza de Dios, su creador, su oración sea oída tan rápidamente. Y estoy seguro que Dios oirá y ayudará siempre a todo hombre que ore como éste; sí, aun cuando sea pecador y, por así decirlo, enemigo de Dios. Pero si su gracia le mueve a lanzar este angustiado grito desde la profundidad y la altura, la largura y la anchura de su ser, Dios le escuchará.
Déjame ilustrar lo que estoy diciendo con otro ejemplo. Imagínate que en medio de la noche oyes gritar a tu peor enemigo con todo su ser “Socorro” o “Fuego”. Aun cuando este hombre fuera tu enemigo, ¿no te movería de compasión por la agonía de ese grito y te lanzarías a ayudarle? Sí, por supuesto que lo harías. Y aunque estuvieras en lo más crudo del invierno te apresurarías a apagar el fuego o a calmar su zozobra. ¡Dios mío! Si la gracia puede transformar de tal manera a un hombre hasta el punto de poder olvidar el odio y tener tal compasión por su enemigo, ¿qué no deberemos esperar de Dios cuando oiga gritar a una persona desde lo más alto y más bajo, desde lo largo y ancho de su ser? Pues Dios es por naturaleza la plenitud de cuanto nosotros somos por participación. La misericordia de Dios pertenece a la esencia de su ser; por eso decimos que es todo misericordia. Con toda seguridad, pues, podemos esperar confiadamente en Él» (Anónimo inglés del s. XIV, La nube del no-saber, 38).
Preguntas
1. ¿Piensas que eres un «hombre nuevo», movido por el Espíritu? ¿Cómo lo manifiestas?
2. ¿En la etapa del Inicio espiritual, qué es lo que más trabajo te ha costado o te cuesta?
3. ¿Eres una persona ávida de leer muchos libros, de estar al corriente de todo, pero olvidándote de mirar hacia dentro, hacia el Dios que te habita? ¿Qué tiempo dedicas a una cosa y que tiempo a la otra?
4. ¿Es el amor lo que mueve tu vida y te lleva a advertir dentro de ti la presencia de Dios?
5. ¿Crees que vives enamorado de Dios o hay otras cosas que te enamoran más?
6. ¿Te gusta escuchar más que hablar, vivir desde dentro hacia fuera, en conexión con tu interior, en relación con el Dios que te habita? ¿Qué te aporta vivir de esta manera?
7. ¿Cuáles son tus luchas con el mundo, con el Maligno y con la carne?
8. La «neoplasia espiritual» es tu dependencia de la carne: ¿vives para lo que te gusta, centralizado en tu ego, en tu voluntad? ¿Cuáles son sus consecuencias?
9. ¿Crees que te conoces a ti mismo, lo malo que haces y lo bueno que dejas de hacer? ¿Cuánto tiempo dedicas a examinar tu conciencia?
10. ¿En todo momento te sientes amado por Dios? ¿Hay algunos momentos en que pienses que Dios deja de amarte? ¿Por qué?