En la Antigüedad, los egipcios se dedicaron al estudio de los cuerpos sutiles del hombre, contenidos uno dentro del otro —como si de muñecas rusas se tratase— de forma cada vez más sutil. Hasta el punto de que, conscientes de la supervivencia de los elementos sutiles en la materia, dispusieron un complejo arte funerario en el que lo más importante era el acto del embalsamamiento. Como después demostraron las minuciosas clasificaciones de la escuela teosófica, los egipcios distinguían el cuerpo físico (Khat) de su sombra (Kha), a los que añadían el alma (Ba), el intelecto (Khu) y el corazón (Ab). De forma similar, el pensamiento tántrico, además del físico, reconocía un cuerpo etérico, uno astral, uno mental y otro espiritual.
El cuerpo etérico
Completamente similar en forma y dimensiones al físico, es la fuente del que este extrae la energía vital, procedente del sol, y todas las sensaciones físicas que retransmite a través de los nadi y los chakras. Una vez satisfecha la necesidad energética del organismo, elimina los excesos en unos flujos de unos dos centímetros que constituyen el aura etérica, fotografiada por primera vez por el matrimonio Kirlian en los años treinta.
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Los cinco cuerpos del hombre: a) cuerpo físico b) cuerpo etérico c) cuerpo astral d) cuerpo mental e) cuerpo espiritual |
El aura ejerce sobre el físico una acción protectora, impidiendo que la agredan los agentes patógenos y rechazando la negatividad enviada voluntariamente por algún operador de lo oculto. Sin embargo, cuando, a causa del estrés, una dieta inadecuada o pensamientos y emociones negativas, estos filamentos se curvan y enredan hasta ocasionar grietas en el tejido áurico, la enfermedad y la negatividad logran atravesar las barreras protectoras, instalándose en el cuerpo, mientras que la pérdida de la fuerza vital, como el agua a través de una grieta, hace descender el nivel energético y vibratorio de manera en ocasiones preocupante.
Pero aún es posible intervenir gracias al efecto terapéutico del pensamiento positivo, capaz de reparar las fisuras y restablecer el tono energético. Además, dado que la radiación de las plantas está muy próxima a la del cuerpo etérico (de ahí la eficacia de los preparados terapéuticos de las herboristerías), podrán obtenerse pequeños milagros energéticos simplemente caminando con los pies descalzos sobre la hierba o sentándose con la espalda apoyada sobre un tronco.
El cuerpo astral
Es la sede de los sentimientos, las emociones y los rasgos del carácter. Su aura es ovoidal, que puede llegar a superar incluso varios metros el cuerpo físico: se cuenta que el aura de Buda se extendía a lo largo de casi cuatro kilómetros.
Además de los constantes cambios de carácter, detectables como colores estables y predominantes, el cuerpo astral registra las emociones más fugaces.
La mayor parte de los bloqueos emotivos, que arrastramos desde vidas anteriores y con los que nos vemos obligados a enfrentarnos, se alojan, en el cuerpo astral, en la zona del plexo solar.
El cuerpo mental
Todo pensamiento, idea o percepción intuitiva se deriva del cuerpo mental. Se trata de un óvalo de materia cada vez más sutil, de un color blanco lechoso en los seres poco evolucionados, y más intenso y luminoso a menudo que el nivel de conciencia tiende a aumentar.
El cuerpo espiritual
De todos los cuerpos energéticos, es el que presenta una frecuencia vibratoria más elevada. En los seres poco evolucionados, se encuentra a una distancia de un metro, más o menos, del cuerpo físico, mientras que en quienes han «despertado» puede extenderse hasta varios miles, adoptando la forma de un círculo perfecto. Gracias a él podemos experimentar una sensación de comunión con los demás seres, con la naturaleza y con todo el universo. Nos permite sentir la presencia de lo divino dentro y fuera de nosotros, permitiéndonos participar de su designio, del que somos un fragmento significativo. Es la chispa divina presente en nosotros, destinada a acompañarnos a lo largo de todo el trayecto evolutivo a través de la rueda de los renacimientos.
Cada uno de estos cuerpos, del más denso al más sutil y puro, posee unas características y frecuencias vibratorias propias. El etérico, al estar más cerca del físico, vibra a una frecuencia más baja; le siguen el astral y el mental, cada vez más sutiles y rápidos, hasta llegar al cuerpo espiritual, el menos denso y elevado.
Pero tampoco aquí hay nada inmutable; el estado energético de los cuerpos sutiles puede variar, así como su extensión, calidad y luminosidad. Si los pensamientos negativos, la ansiedad, los miedos, los contactos con personas y ambientes de baja calidad energética influyen negativamente en el estado de los cuerpos sutiles, del mismo modo que el desarrollo espiritual del ser, mediante la práctica de las asana, los mantra, la meditación o gracias al contacto con personas y lugares elevados, modifica positivamente su frecuencia.
En este sistema energético, parecido a una llanura regada por una red de cursos de agua, los nadi (en sánscrito, «vena» o «canal») forman una especie de red de canales de conexión. Su función es la de transportar el prana, la energía vital que los chinos denominan qi y los japoneses ki, a través de las diversas estructuras sutiles del hombre.
Los nadi de cada cuerpo energético están conectados con los del cuerpo energético inmediato: el etérico con el astral, el astral con el mental, etc. Por ello, con la muerte del físico sus contrarréplicas inmateriales, impregnadas también de energía vital de frecuencias cada vez más sutiles, tardan más tiempo en disolverse: tres días el etérico, tres meses por lo menos el astral y varios años los otros dos.
De los setenta y dos mil nadi legados por la tradición, tres revisten una importancia fundamental. Se trata del canal central Sushumna, en torno al cual, una vez alcanzado el equilibrio energético, se entrelazan las dos polaridades laterales: Ida, la energía femenina, nocturna, húmeda, lunar, yin, y Pingala, la energía masculina, diurna, seca, caliente, solar, yang, que vuelven a subir, con un itinerario curvilíneo parecido al de las serpientes enroscadas alrededor del caduceo de Mercurio, para empezar de nuevo desde el primer chakra, Muladhara, hasta los orificios nasales, donde reciben el alimento pránico a través de la respiración.

Los nadi
Pongamos el ejemplo del péndulo. En movimiento, oscila de un lado a otro, vibrando entre los dos polos horizontales, el derecho y el izquierdo. Por otra parte, dado que también posee una polaridad vertical, la energía se transmite desde el eje hacia abajo. Aun así, basta con que el movimiento se detenga para que los dos polos horizontales, derecho e izquierdo, se anulen, de modo que la energía enviada hacia abajo se vea obligada a volver ascendiendo a lo largo del péndulo. Esto es lo que ocurre en el sistema energético de los tres nadi. Al alcanzar Ida y Pingala el estado de equilibrio, la energía sutil Kundalini asciende a lo largo del eje central hasta alcanzar el chakra superior, Sahasrara, la puerta hacia el Absoluto del que procedemos.
En los textos más antiguos se mencionan ochenta mil, lo que significa que no existe la menor partícula de nuestro cuerpo que no funcione como un órgano de recepción, transformación y transmisión de la energía sutil. La mayoría de estos chakras tienen unas dimensiones reducidísimas; los más importantes, unos cuarenta, están concentrados en la zona del cuello, del bazo, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies (sobre los que se practica una forma de masaje llamada reflexología).
Los chakras principales, situados en el cuerpo etérico a lo largo del eje de la columna vertebral, desde el sacro hasta la cúspide del cráneo, y dotados de una función vital muy importante para el cuerpo, la mente y el espíritu, son siete, como las notas musicales, los días de la semana y los planetas de la astrología antigua.
En sánscrito, chakra significa rueda, es decir, remolino de energía. De todos modos, este concepto no sólo se encuentra en la tradición hindú: también hablaron de él los egipcios —según los cuales la apertura del centro del bazo comportaría un gran peligro para los no iniciados—, así como los indios Hopi, que reconocían en el cuerpo la presencia de cinco centros energéticos. Los chinos los identificaban con los puntos de intersección de los meridianos, esos canales invisibles de energía que estimulan mediante la acupuntura o calientan con los cigarros incandescentes de la moxa.

Los siete chakras principales
Además de su forma circular o en embudo los chakras presentan también un movimiento arremolinado que rehúye el ojo físico pero que se percibe fácilmente a través de los sentidos sutiles: la rotación se produce en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario según la polaridad de los chakras (el primero, el tercero, el quinto y el séptimo son masculinos; el segundo, el cuarto y el sexto, femeninos) y del sexo: en el hombre, el masculino gira hacia la derecha y el femenino hacia la izquierda; en la mujer, el masculino se mueve hacia la izquierda y el femenino hacia la derecha. Parecidos a las flores de loto giratorias, que acaban de brotar o ya lo han hecho, nos los describen los videntes expertos en la lectura del aura y del estado energético de los cuerpos sutiles. A decir verdad, más que a las flores abiertas, en el hombre común los chakras se parecen a embudos más bien estrechos, provistos de un número variable de pétalos determinado por los nadi que se adhieren a ellos. Según otros, los pétalos, o si se prefiere los radios de la rueda, son sólo ilusiones ópticas debidas a la velocidad vibratoria de los remolinos: a una velocidad baja le corresponden pocos pétalos, por ejemplo los cuatro de Muladhara y los seis de Svadhishthana, pero en las frecuencias altísimas de Sahasrara, la corona luminosa situada en la cúspide del cráneo, se reflejan mil pétalos, un número que en el simbolismo hindú equivale al infinito.

La rotación de los chakras en el hombre y en la mujer
Lo mismo hay que decir en cuanto a los colores que irradian, que dependen exclusivamente de la velocidad de rotación: los tonos cálidos (marrón, rojo, naranja) corresponden a las velocidades bajas, mientras que los tonos fríos (verde, índigo, violeta) están asociados con las velocidades altas. La «línea fronteriza» está representada por el amarillo que, en consonancia con el chakra intermedio Manipura, constituye el punto de equilibrio.
Siempre de acuerdo con las descripciones de los videntes, en la zona más interna de cada chakra hay un conducto en forma de tallo que lo conecta con el canal energético principal, Sushumna.

Los chakras en forma de embudo, vistos de perfil
En la mayoría de las personas, los chakras se extienden a unos diez centímetros del punto de origen, y cada uno posee toda una gama de vibraciones cromáticas, aunque tiende a prevalecer el color específico. Por tanto, cada chakra tiene un color propio así como un sonido al que es más sensible respecto a los demás. Se trata, de nuevo, de una cuestión de resonancia y de armonía. Mirar un color u oír un sonido tiende a producir en el observador la vibración correspondiente. Lo similar atrae a lo similar, enuncia la primera de las leyes mágicas. No es extraño, pues, que el color rojo y la nota do atraigan al primer chakra, caracterizado por una vibración afín, mientras que el anaranjado y el re trabajan sobre el segundo, el amarillo y el mi sensibilizan el tercero, etcétera.
Con el desarrollo espiritual, las dimensiones de los chakras tienden a aumentar y su frecuencia se ve acelerada, con la consiguiente impresión de pureza y luminosidad acrecentadas. En realidad, su tamaño y frecuencia no son más que el reflejo de la cantidad y la calidad de energía que logran absorber de distintas fuentes: las estrellas, el cielo, las plantas, las piedras, los perfumes, los colores, la música y las personas. Todas estas fuentes, incluidas las personas que asumen tareas terapéuticas, pueden por lo tanto dirigirse hacia la mejora no sólo del estado de salud de los chakras, sino también de la calidad del ambiente externo y de las personas que forman parte de él.
Todas las tradiciones, desde la china a la hindú, pasando por la céltica o la egipcia, reconocen la existencia de dos corrientes energéticas de las que depende la vida: la energía telúrica, la corriente femenina de la tierra —en el tantrismo, Shakti Kundalini— que recibimos a través del chakra de la raíz, Muladhara y alojamos, en forma de serpiente enrollada, en la base de la columna; y la energía cósmica, la corriente masculina del cielo —en el tantrismo, Shiva—, que captamos gracias al chakra de la corona, Sahasrara.
La unión de las dos corrientes energéticas se produce cuando, despertada adecuadamente a través de la práctica del yoga, Kundalini empieza a ascender a lo largo del canal central hasta Sahasrara, donde se encuentra con Shiva. Entonces, se enciende la chispa que convierte al practicante en un iluminado, haciéndolo plenamente consciente de la identidad entre el yo y el Todo, entre el observador y la cosa observada, en una unión mística e ilimitada. Pero antes de alcanzar ese punto, en su ascensión Kundalini se va adueñando poco a poco de todos los chakras que, reactivados, se expanden y aceleran sus frecuencias, transmitiéndolas a su vez a los diversos cuerpos sutiles.
En el plano físico, los chakras son auténticas áreas corporales, localizadas alrededor de los principales plexos; su actividad electromagnética permite diagnosticar y curar enfermedades debidas a carencias o, por el contrario, a excesos de energía. En el plano de los acontecimientos, por el contrario, se convierten en tipos de actividad, respuestas o relaciones con los otros, por ejemplo, el trabajo, la música o el amor. En la dimensión temporal representan los estadios de la evolución, personal o colectiva, y en la mental son nuestros sistemas de pensamiento, nuestras creencias. En suma, los chakras actúan como vehículos de nuestra conciencia, permitiéndole expandirse en todos los planos, no sólo en el físico. Así, pueden aflorar todas nuestras potencialidades latentes: los sentidos y las percepciones se despiertan, los órganos y las funciones vitales se fortalecen, las enfermedades remiten hasta desaparecer, las aptitudes artísticas, musicales, pictóricas, comunicativas se expresan plenamente; y, por último, se manifiestan también capacidades paranormales (clarividencia, comunicación telepática, materialización y desmaterialización de objetos, etc.) que la tradición yóguica nos ha legado con el nombre de siddhi («poderes»).
El nivel al que debe llegar la persona para poder trabajar sobre sí misma depende del estado energético de sus chakras, más o menos bloqueados por el estrés, de las disfunciones hormonales y de los problemas no resueltos, así como del grado de conciencia alcanzado.

1. Chakras y plexos nerviosos; 2. Chakras y glándulas del sistema endocrino
La teosofía y el movimiento antroposófico de Rudolf Steiner han puesto de relieve la importancia de los ciclos, unidos a los movimientos de los astros, que afectan a toda la naturaleza y, por consiguiente, también al hombre. Todo en nuestro cuerpo (sangre, cabellos, tejidos) emplea siete años en renovarse por completo. Según la tradición, el periodo de mayor activación de cada chakra dura siete años por término medio (aunque este lapso de tiempo es variable para algunos chakras): de cero a siete Muladhara, de ocho a catorce Svadhishthana, de quince a veintiuno Manipura, etc.
Esto no significa que los siete tipos de energía no estén presentes todos al mismo tiempo. A los siete años, Muladhara no desaparece para ceder el paso a Svadhishthana, ni a los catorce este se ve desplazado por Manipura. Cada chakra sigue ocupando su sitio preciso en el cuerpo, y desarrollando sus funciones físicas y psicológicas: lo más que cambia es la preeminencia, el orden interno. Y si un chakra no ha logrado desarrollarse correctamente a la edad que le correspondía, las etapas siguientes de la vida se resentirán de alguna carencia o desequilibrio al nivel de aquel chakra. Por lo tanto, para sentirnos realmente bien, para experimentar la maravillosa sensación de armonía, serenidad, bienestar y amor que es privilegio del iniciado, es preciso que todos los chakras, sin excepción, estén abiertos y funcionen perfectamente.
Sin embargo, y por desgracia, esto ocurre raramente en las personas corrientes: a causa de un conjunto de factores sociales, interpersonales, alimentarios, etc., algunos chakras se abren y otros se bloquean o permanecen parcialmente cerrados, en una gama de combinaciones infinita. Determinar las condiciones no es difícil: basta con confiarse a la observación. Sensaciones físicas, emociones, preferencias alimentarias, postura durante el sueño, deportes practicados, colores predilectos en el vestir, así como incluso la actitud, las características de la personalidad, las capacidades manifestadas o la tendencia a contraer determinadas enfermedades indican el estado y funcionamiento, armónico, excesivo o deficitario, de cada chakra.
Si el bloqueo energético se produce a la entrada del chakra su funcionalidad disminuirá por falta de energía; si, por el contrario, el bloqueo se sitúa un poco después, la energía seguirá fluyendo, pero, al no hallar una vía de salida, provocará una saturación de efectos desastrosos.
Para corregir el mal funcionamiento de los chakras, bastará con trabajar sobre los hábitos alimentarios y de vida. Entonces los propios alimentos, los perfumes, los colores, las piedras, la música, los deportes que nos han señalado las condiciones del chakra, con el apoyo inestimable de las posturas del yoga, de la respiración, de la meditación, de la luz coloreada y de la reflexología podal, así como de los aceites esenciales y las flores de Bach,[2] podrán transformarse en instrumentos naturales válidos para la reactivación o el reequilibrio del chakra en cuestión.
Todos los ejercicios que exigen flexiones, torsiones y tensiones de la columna están orientados a liberar los canales energéticos de bloqueos y a ampliar su capacidad; las posiciones de equilibrio actúan positivamente sobre las dos polaridades de la energía, mientras que las invertidas (de la cabeza para abajo) o en arco (apoyándose sobre los hombros) la envían hacia los chakras superiores, donde espontáneamente, al menos en lo que respecta a una persona en condiciones físicas normales, es más fatigoso acceder. Por último, todas aquellas posturas que implican contracción del abdomen activan el chakra intermedio que, en la columna de los siete chakras principales, actúa como si fuera un «regulador del tráfico».
Puede ocurrir que esta redistribución provoque, como efecto inmediato, un empeoramiento temporal del estado de salud o de los trastornos, orgánicos o funcionales, que actúan como indicadores de un malestar debido a tal o cual chakra.
Un chakra enfermo o un nadi bloqueado son como un músculo que, por culpa de un vendaje demasiado apretado, se vuelve rígido e insensible. Cuando se retira el vendaje, no se siente nada. Después, a medida que la sangre y la energía empiezan a circular, aparece un dolor intenso, un hormigueo molesto como si nos clavaran una aguja. Volvemos entonces a sentir, no sin dolor, las sensaciones que en su momento han provocado el bloqueo, el miedo, la rabia, el sufrimiento y todos aquellos sentimientos negativos que sólo pueden eliminarse dejando que afloren a la superficie. En suma, la última sacudida antes de sentirnos definitivamente liberados.