Herbert A. Gilbert no podía creérselo. Hacía más de 30 años que creó su invento y ahora estaba en manos de todos. Fue allá por la década de los sesenta en la chatarrería de su padre, en Pensilvania, aquel negocio ruinoso en el que se vio atrapado tras volver de la guerra de Corea, donde se imaginó un mundo libre de tabaco, un mundo sano en el que nadie perdiera la vida por fumar. Y así, dándole vueltas a la cabeza y entregándose con mucha voluntad al proyecto, Gilbert inventó el cigarrillo electrónico. Corría 1963, año en el que Kennedy moría asesinado, tiempos de lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, un momento en el que nadie pensaba que el tabaco fuera tan nocivo para la salud. O casi nadie.
Porque lo cierto es que ya eran unos cuantos los informes sobre las consecuencias que los cigarrillos tenían en la salud que se deslizaban con cautela dentro de los cajones de las grandes empresas tabacaleras. «Vende millones y mata a millones». Esa frase, aterradora, sonaba ya en boca de algunos científicos. Pero nadie quería admitirlo y, Gilbert, a pesar de haber intentado vender su invento a decenas de compañías, vio cómo ese cigarrillo electrónico quedaba guardado y olvidado en un armario, incluso tras haber patentado el invento en 1963. Y ya no se volvió a hablar del cigarrillo electrónico. Hasta hace poco.
Al otro lado del mundo, en Pekín, Hon Lik, farmacéutico y fumador empedernido, sufría viendo cómo su padre moría víctima de un cáncer de pulmón. Demasiados años fumando. Era el año 2003 y Hon rumiaba con desespero alguna solución a su adicción. Más de un paquete diario era intolerable, se decía, sobre todo para alguien que está siendo testigo de la degradación física de su padre. Pero nada le servía de ayuda. Una noche, estresado y lleno de angustia, se fue a dormir olvidándose de que llevaba un parche de nicotina pegado en el brazo. El tabaco siempre le producía pesadillas, pero esa noche fue especialmente dura. Un horror que le llevaría después a ser uno de los hombres más buscados de los últimos años. Porque esa noche, Hon soñó que se ahogaba en un profundo mar y que lograba salvarse al convertirse el agua en vapor. Del terror surgió la luz. Y así es cómo este chino cuenta que se le ocurrió la idea del cigarrillo electrónico. Generar vapor en lugar de humo, consumir nicotina cocida en lugar de una combinación de perversas sustancias quemadas.
Esa ha sido y es la clave del éxito del cigarrillo electrónico inventado por Hon: el vapor sustituye al humo, lo que ayuda a la psicología del fumador, quien depende físicamente pero también mentalmente de su hábito. Y esa es la diferencia entre el cigarrillo inventado en China alrededor de los 2000 y el cigarrillo inventado en el pueblecito de Beaver Falls, Pensilvania, en la década de los sesenta.
Ese es precisamente el dato que hay que tener en cuenta cuando nos referimos al primer cigarrillo inventado, el que creó Gilbert en 1963 en Estados Unidos. Aquel invento no generaba humo ni consumía nicotina, tal y como se reconoce en la patente que él mismo registró en 1963 en Estados Unidos: «El presente invento está relacionado con un cigarrillo sin tabaco y sin humo y tiene como objeto el proporcionar un método de fumar no perjudicial por la sustitución de la quema de tabaco y papel por aire caliente, húmedo y con sabor. O sustituirlo por la inhalación de medicamentos calientes que entran en los pulmones en caso de problemas respiratorios y siempre bajo la supervisión de un médico. Otro objeto de este invento es el de proveer un artículo manufacturado que parezca un cigarrillo cuyo aire surge de una sustancia porosa a través de un cartucho humedecido con una preparación química no perjudicial y de sabores».
Gilbert fumaba dos paquetes al día cuando creó su invento. Hoy en día ya no fuma (lo dejó de golpe, con esfuerzo y ganas, dice) y se define a sí mismo como un tipo lógico. Con toda esa lógica de la que presume cuenta cómo llegó hasta su prototipo, un cigarrillo electrónico muy parecido al que se comercializa hoy en medio mundo. En una de las pocas entrevistas que se le conocen, Gilbert contesta a James Dunworth, periodista especializado en el fenómeno de vapear. «La lógica fue la que me contó que debía definir el problema para conseguir una solución. Y así lo hice. El problema, según concluí, es que cuando quemas hojas y madera, incluso si lo haces en el patio trasero de tu casa, el resultado supura un humo que por nada del mundo querrías meterte en los pulmones».
Consciente de su abstracción, Gilbert pone varios ejemplos que son muy claros y explican a la perfección el porqué del triunfo del cigarrillo electrónico. Nos cuenta que todos (o casi todos) masticamos hojas de lechuga, que todos podemos usar canela en algún momento, que estamos hablando de sustancias beneficiosas para nuestra salud o que al menos no te dañan. Pero si secaras esas hojas, las despedazaras, las mezclaras, las pusieras dentro de una bolsa de papel y les calaras fuego, el resultado ya no sería el mismo. «El resultado», comenta Gilbert, «sería algo que de ningún modo ibas a meterte en los pulmones». Para decirlo lo más simple posible: «El problema no existiría si no hubiera combustión. ¡Eureka!».
Localizado el problema ya solo quedaba encontrar la solución, que pasaba, evidentemente, por dejar de lado el fuego. Gilbert recuerda cómo le gustaba ir a la panadería de su tía. El aroma del pan recién hecho, el de las galletas… Todo surge de la harina y no se quema. Esa fue la clave: «No quemaban los productos, los cocinaban y el aroma invitaba. Nadie gritaba “¡la harina se está quemando!”». En ese momento, este inventor pensó también en el té, en cómo se macera y se preparan las hojas de té para crear después las infusiones con agua hirviendo. ¿Les suena de algo? «Eso resolvió mi problema. Usando la lógica tenía que lograr una manera de sustituir la quema de tabaco y papel».
Gilbert llegó incluso a elaborar varios prototipos –«siempre con la tecnología que teníamos a nuestro alcance en 1963», puntualiza. Entonces no se habían inventado tampoco las baterías de litio de los móviles, las que permiten que el cigarrillo electrónico se mantenga en marcha horas seguidas– en los que el calor generado con una batería calentaba una solución acuosa que se cocía al vapor originando aire de varios sabores. Funcionó. Y el 17 de abril de 1963 registraba la marca de su cigarrillo bajo el número de patente US3200819A, documento que se hacía público en el mismo día y mes de 1965.
Tanto funcionaba el artefacto creado que, según Gilbert, los cigarrillos electrónicos actuales son una copia de su invento. «No existe en la actualidad un cigarrillo electrónico que no siga el camino básico del mapa que creé con mi patente original».
Lo extraño, al menos lo que muchos se pueden llegar a preguntar, es por los motivos por los que ese cigarrillo jamás se comercializó y el que ahora se vende es el que creó Hon Lik en China 50 años después. El periodista pregunta al inventor por esta cuestión y él lo tiene muy claro. «Lo mostré a compañías químicas, farmacéuticas y tabacaleras, y ellas hicieron lo que hicieron para proteger su mercado. Estoy seguro de que muchos grandes inventos que podrían haber beneficiado a la gente, en el pasado e incluso hoy en día, reciben el mismo trato. El timing puede serlo todo y yo estaba adelantado a mi época, que era una época, podríamos decir, que terminó convertida en el periodo de más poder comercial del gran tabaco».
Lo habíamos dicho ya, hay algo que distingue el cigarrillo de Gilbert del que ahora se comercializa: el vapor. ¿Podría haber tenido el mismo éxito su cigarrillo cuando jamás expelió vapor sino solo aire? Incluso él mismo sabe que no. Una importante parte de la adicción de los fumadores está relacionada con el tacto y el físico. «Así que en mi opinión», señala Gilbert, «sin el efecto visual del vapor, lo que provoca que el adicto piense en su humo habitual, dudo mucho de que el trabajo hubiera sido tan efectivo». Con todo, Gilbert está en cierto modo ofendido, o acaso decepcionado, por no haber pasado a la historia como el inventor del cigarrillo electrónico, y así lo manifiesta cuando se le pregunta por el inventor chino, el que se está llevando los honores (o al menos eso cree Gilbert, veremos su historia más adelante). «Si camina como un pato, tiene patas, tiene un pico, nada en el agua, parece un pato y grazna… es un pato». ¿Lo necesitan más claro?
Lo cierto, no obstante, es que el primer cigarrillo electrónico inventado que genera humo es el de Hon Lik. Aunque si se echa un vistazo al registro de patentes se podrá ver cómo son decenas los que han intentado, a lo largo de los años, encontrar la fórmula de ese e-cig que ahora pulula por las manos de cientos de miles de personas en medio mundo. Ya en 1954 en Estados Unidos, Gelardin Albert patentó una creación que simulaba un flash en la boca al inhalarlo y que pretendía parecerse a un cigarrillo. Inventos así surgen muchos a lo largo de la historia y sus creadores suelen patentarlos.
Hay un dato curioso. En la lista de sujetos que registraron patentes, la mayoría son compañías tabacaleras. Es, cuanto menos, llamativo que tantas compañías relacionadas con la industria tabacalera registraran y trabajaran en artefactos sustitutivos del tabaco cuando se negaba sistemáticamente que fumar era nocivo para la salud. Porque ya en 1954 se había publicado un informe científico, firmado por el epidemiólogo británico Richard Doll, que indicaba la peligrosidad del tabaco, estudio que fue obviado en la época. Si tenemos en cuenta el testimonio del propio Herbert A. Gilbert, mientras él inventaba el cigarrillo electrónico, las compañías tabacaleras emprendían la campaña publicitaria más potente que se recuerda.
Aunque lo cierto es que no es hasta la década de los ochenta que el registro de patentes recoge una actividad relevante. Y son precisamente las empresas tabacaleras las que registran esos inventos. Como R. J. Reynolds Tobacco Company, una de las principales tabacaleras de Estados Unidos, productora de marcas como Camel, Winston y Salem. Esta compañía registró en 1987 un invento que generaba sabor y, en 1988, un «aerosol que genera sabor». También en 1988 registraba un «artículo que simula el acto de fumar» (no hay más especificación) y en 1989, un «artículo de fumar bajo en CO». Así ha sido hasta nuestros días, como el «artículo de fumar que utiliza la energía eléctrica» que registró el 14 de agosto 1990, el «artículo que genera sabor usando la energía eléctrica» registrado el mismo día de 1990, o el «artículo de fumar con sustancias mejoradas» de 1992. Y no es solo Reynolds la que registra decenas de artilugios que podrían estar encaminados a sustituir al cigarrillo original.
Philip Morris Incorporated empezó más tarde, pero con una intensidad que le llevó a igualar a su competencia en registro de patentes. La productora de Marlboro, la marca más vendida del mundo, y L&M y Chesterfield, entre otros, ha ido registrando varias patentes «antitabaco» desde principios de los noventa. En febrero de 1991 registró varios «artículos de fumar» (sin más especificación) y, a partir de marzo de 1992, comienza a registrar inventos más sofisticados: «Elemento alimentado con calentamiento lineal» (1992), «Artículo generador de sabor» (1992), «Fuente compuesta de calor que consta de carburo metálico, nitrito metálico y metal» (1992), «Elemento alimentado con calor» (1993), «Artículo de fumar electrónico» (1993), «Un calentador reforzado de carbono con zonas calientes discrecionales» (1994), «Fumar electrónico» (1995)… Y así hasta hoy.
La lista de empresas que han registrado algún tipo de patente relacionada con los cigarrillos electrónicos es larga y variada. Está Brown & Williamson Tobacco Corporation, la primera compañía tabacalera acusada de incorporar sustancias nocivas a la nicotina para hacer los cigarrillos más adictivos. Fue en el programa 60 minutos de la CBS, en 1993, donde se produjo la denuncia, una historia que fue tan explosiva que hasta cuenta con una película, El dilema, dirigida por Michael Mann. Pero no todas las empresas de la lista están relacionadas con la industria tabacalera. Coors Ceramic Company es una empresa familiar dedicada a sectores tan diversos como la cerámica, la defensa, el proceso de minerales, el espacio aéreo y… los componentes electrónicos. Según un documento confidencial que se desclasificó en 2001, Coors Ceramic y Philip Morris colaboraron en un proyecto conjunto. Casualmente, un año más tarde, en 1990, Coors Ceramic registraba un material, cordierita, usado en cerámica. El invento patentado servía para mantener el calor con una cerámica más porosa. El instrumento estaba, también, relacionado con el hábito de fumar y la generación (en este caso, mantenimiento) de calor sin combustión. El artilugio se registraba con fecha de 16 de mayo de 1989 y se publicaba el 27 de noviembre de 1990 y el número de patente es el US4973566.
En la historia relacionada con el cigarrillo electrónico hay inventos de todo tipo y muchos parecidos a lo que hoy está llamado a desbancar al cigarrillo tradicional. En la lista de patentes se puede ver un «Cigarrillo para un sistema de fumar electrónico», registrado por Mary Ellen en 1998 y un «aparato dosificador que proporciona medicamento vaporizado en los pulmones como un aerosol fino», registrado en 1988 por The Procter & Gamble Company, una empresa que no es tabacalera, pero que sí está relacionada con el sector al fabricar ciertos humidificadores para puros. También se registró «un aerosol que proporciona droga incorporando paquetes de calor», registrado por Alexza Pharmaceuticals, Inc. en 2009; «Método y aparatos para vaporizar un componente», de Alexza Pharmaceuticals en 2011…
Hablamos ya de las empresas que lograron sofisticar los inventos que se habían ido patentando durante décadas hasta llegar a lo que hoy conocemos como cigarrillo electrónico y que empezaron a comercializar unas pocas compañías. Además de la farmacéutica Alexza, está la británica Imperial Tobacco Company, cuarta compañía tabacalera del mundo, actual propietaria de Altadis y comercializadora de algunas de las marcas más populares de cigarrillos… Imperial Tobacco Company también ofrece el cigarrillo electrónico myblu, uno de los que mayor aceptación tiene y el líder en nuestro país en este segmento de productos. Y otra de las empresas que ha registrado patentes es Ruyan Investment (Holdings) Limited, la compañía para la que trabaja y de la que es cofundador Hon Lik, el inventor del cigarrillo electrónico del siglo XXI, pionera en esto del fumar sin combustión.
Y Hon Lik tiene la suya propia, como se ha dicho antes. Hon soñó su invento en una noche de pesadillas. Pese a que entonces su padre se estaba muriendo de cáncer de pulmón causado directamente por el tabaco, Hon no podía dejar el hábito y consumía 60 cigarrillos diarios (lo que equivale a tres paquetes). Hay que añadir que estamos hablando de un científico, una persona preparada que sabe y sabía perfectamente que el 99% de los problemas causados por esta adicción los ocasiona, ya no solo la nicotina, sino el método en el que esta sustancia se consume: quemada.
Era el año 2000 y la adicción de Hon le había producido una afección respiratoria que le provocaba que tosiera y esputara continuamente. Las noches eran especialmente tremendas puesto que, al tumbarse, a los pulmones les costaba aún más respirar. El sueño que le llevó hasta la fama lo motivó el propio hábito. Como casi todos los fumadores, Hon lo probaba todo para dejar de fumar. En aquella época tocaba intentarlo con los parches de nicotina, esos adhesivos que desprenden la sustancia en la piel y rebajan la adicción física. Pero jamás hay que fumar con un parche pegado. Y tampoco es recomendable dormir con ellos puestos. Hon se olvidó de esta última advertencia y se durmió, tras horas tosiendo dolorosamente. Y surgió la pesadilla en la que se ahogaba en un mar profundo. Pesadilla transformada en iluminación cuando en el mismo sueño Hon se salva gracias a que el agua se transforma en vapor. Así es al menos como él dice que surgió la idea.
A partir de ese momento empezó a trabajar en alguna solución a sus problemas con el tabaco y en 2003, cuenta, dio con el cigarrillo electrónico. Su primer prototipo era sencillo, pero se ha convertido en la base de la que parte el resto para ir desarrollando los cigarrillos electrónicos que conocemos. Se trataba de una pequeña batería alimentada por un aparato que proporcionaba una solución líquida de nicotina en forma de vapor que, al inhalarse, activaba un atomizador. Tenía, además, una luz roja en el extremo que se encendía con cada calada, «engañando» el cerebro del fumador. Además, solo contenía nicotina –y en bajas cantidades– y no otras sustancias nocivas como alquitrán.
Una de las cuestiones de las que Hon se muestra siempre más orgulloso es que llegó a tiempo para que su padre probara su invento. Pese a que no pudo evitar su muerte, sí que logró que muriera fumando algo que, según su opinión, no es tan perjudicial para la salud.
Con todo lo expuesto, Hon Lik ha dado numerosas entrevistas y en todas ellas ha mostrado su insatisfacción por los resultados personales obtenidos tras la comercialización de su invento. Sentado en un sillón en una oficina algo destartalada en el centro de Pekín, Hon da sus entrevistas a golpe de calada electrónica. Vapea y vapea y entre vapores expele también sus quejas. Dice que las imitaciones le han hecho mucho daño, tanto como los litigios legales que han provocado que, en lugar de ganar dinero, haya tenido que pagarlo.
«Fumar es lo más insano que existe en la vida diaria de la gente… He hecho una gran contribución a la sociedad», declaró Hon a la revista digital francesa Sciences et avenir en octubre de 2013.
Hon cuenta su historia con cierto desánimo. Pasó más de un año investigando y trabajando para logar elaborar un instrumento que permitiera «fumar sin fumar». El éxito fue tal que estuvieron todo el año 2006 «produciendo las 24 horas del día con una demanda que superaba siempre las existencias». De pronto, ese mismo año, recuerda Hon, empezaron a publicarse informes y reportajes en los medios de comunicación describiendo el invento como adictivo e incluso señalando que podía provocar ataques de corazón. Las ventas, claro está, se vieron seriamente dañadas.
La industria tabacalera china, según dice Hon, acusó a su compañía de «publicidad irresponsable» y, siempre según Hon, «recomendó a las tiendas de Pekín que no comercializaran el cigarrillo electrónico». Este empresario e inventor denuncia que en China las compañías tabacaleras forman un poderoso lobby que contribuye hasta en el 10% del total de los ingresos del Gobierno. Estos datos los proporciona también un informe de Bookings Institution, una fundación con sede en Estados Unidos que lleva años en campaña contra el Gobierno chino por favorecer las empresas tabacaleras. Lo denuncia en uno de sus numerosos y documentados informes, ‘The political mapping of China’s Tobacco Industry and Anti-Smoking Campaign’ («El mapa político de la industria del tabaco en China y la campaña antitabaco»). Y define a China como «el dragón fumador».
Hon quiere pasar a la historia de la lucha contra el tabaco. Y haberlo logrado desde dentro y con el propio tabaco como ingrediente principal. «Mi fama seguirá con el desarrollo de la industria del cigarrillo electrónico», dice Hon sentado en un sillón en ese estrecho despacho de Pekín. Entre calada y calada de vapor, el inventor de uno de los artilugios más usados en los últimos tiempos habla de su reconocimiento. «Quizás en 20 o 30 años seré muy famoso».