¿A qué hora llegará?
—No lo sé —contestó Honoria, más o menos por séptima vez.
Sonrió amablemente a las damitas sentadas en el salón verde y gris de los Royle. La aparición de Marcus el día anterior ya había sido comentada y analizada minuciosamente hasta en sus más mínimos detalles. Y, por último, a lady Sara Pleinsworth, su prima y una de sus mejores amigas, se le ocurrió convertirla en poema.
—Apareció bajo una nubada —entonó Sarah—, el agua saltaba.
Honoria se atragantó con el té y casi lo escupió.
—La calle estaba embarrada.
Cecily Royle sonrió traviesa por encima de su taza.
—¿No has pensado en verso libre?
—Nuestra heroína, desolada.
—Tenía frío —dijo Honoria.
Iris Smythe-Smith, la otra prima presente, levantó la cabeza con su característica expresión sarcástica.
—Yo estoy desolada. Me duelen los oídos.
Honoria la miró con una expresión que decía claramente: «Sé amable». Iris simplemente se encogió de hombros.
—Su aflicción, simulada —continuó Sarah.
—¡No es cierto! —protestó Honoria.
—Su maniobra, esperanzada.
—Este poema se está desviando del tema —comentó Honoria.
—Yo empiezo a disfrutarlo —dijo Cecily.
—Su existencia la amargaba.
—Vamos, ¡venga ya! —exclamó Honoria.
—Creo que lo está haciendo de forma admirable —dijo Iris—, dadas las limitadoras reglas de la rima.
Miró a Sarah, que se había quedado en silencio. Ladeó la cabeza. También la ladearon Honoria y Sarah.
Sarah seguía con los labios entreabiertos y la mano izquierda abierta en un gesto muy teatral, pero al parecer se le habían acabado las palabras.
—¿Castigada? —sugirió Cecily.
—¿Desquiciada? —sugirió Iris.
—Ahora, en cualquier momento —dijo Honoria, en tono seco—, si sigo atrapada aquí con vosotras mucho rato más.
Sarah se rio, pegó un salto y se hundió en el sofá.
—El conde de Chatteris —suspiró—. Jamás te perdonaré que no nos lo presentaras el año pasado —dijo a Honoria.
—¡Te lo presenté!
—Bueno, pues deberías habérmelo presentado dos veces —añadió Sarah, traviesa—, para que él lo recordara. Creo que no me dirigió más de dos palabras en toda la temporada.
—Difícilmente me dirige dos palabras a mí —repuso Honoria.
Sarah ladeó la cabeza y arqueó las cejas como diciendo: «¿De veras?».
—No es demasiado sociable —explicó Honoria.
—Yo lo encuentro guapo —dijo Cecily.
—¿Sí? —preguntó Sarah—. Yo lo encuentro algo siniestro.
—Siniestro es guapo —dijo Cecily con firmeza, antes de que Honoria pudiera dar su opinión.
—Estoy atrapada en una mala novela —declaró Iris, sin dirigirse a nadie en particular.
—No has contestado mi pregunta —le dijo Sarah a Honoria—. ¿A qué hora va a llegar?
—No lo sé —contestó Honoria, y esa sería la octava vez—. No lo dijo.
—Descortés —dijo Cecily, tomando una galleta.
—Esa es su manera de ser —dijo Honoria, encogiéndose levemente de hombros.
—Eso es lo que yo encuentro tan interesante —musitó Cecily—, que tú conozcas «su manera de ser».
—Se conocen desde hace décadas —dijo Sarah—. Siglos.
—Sarah… —dijo Honoria; adoraba a su prima, de verdad, la mayor parte del tiempo.
Sarah sonrió perspicaz, con sus ojos oscuros brillantes de picardía.
—La llamaba Chinche.
Honoria la miró indignada. No hacía ninguna falta que se supiera que en otro tiempo un conde del reino la había comparado con un insecto.
—¡Sarah! De eso hace mucho tiempo —añadió, con toda la dignidad que pudo conseguir—. Yo tenía siete años.
—¿Qué edad tenía él? —preguntó Iris.
Honoria lo pensó.
—Trece, lo más probable.
—Bueno, eso lo explica —dijo Cecily, agitando la mano, como descartándolo—. Los chicos son unos animales.
Honoria asintió con amabilidad. Cecily tenía siete hermanos menores; tenía que saberlo.
—De todos modos —dijo Cecily, toda teatral—, ¡qué coincidencia que se encontrara contigo en la calle!
—Casualidad —convino Sarah.
—Casi como si te hubiera seguido —añadió Cecily, inclinándose hacia ella con los ojos muy grandes.
—Bueno, eso sí que es una tontería —dijo Honoria.
—Bueno, claro —repuso Cecily, y continuó en tono enérgico y serio—. Eso no ocurriría jamás. Simplemente quise decir que era «como si» te hubiera seguido.
—Vive cerca —dijo Honoria, moviendo la mano en dirección a ninguna parte en particular.
Tenía un pésimo sentido de la orientación; no sabría decir hacia dónde estaba el norte ni aunque en ello le fuera la vida. Y, en todo caso, no tenía ni idea de por dónde había que salir de Cambridge para ir a Fensmore.
—Su propiedad está contigua a la nuestra —dijo Cecily.
—¿Sí? —dijo Sarah, con mucho interés.
—O tal vez debería decir que la rodea —continuó Cecily, riendo—. Este hombre posee la mitad de las tierras al norte de Cambridgeshire. Creo que su propiedad toca a Bricstan por el norte, por el sur y por el oeste.
—¿Y por el este? —preguntó Iris, y Honoria le explicó—: Esa es la siguiente pregunta lógica.
Cecily cerró los ojos, pensándolo.
—Seguro que por ahí también llegarías a sus tierras. Puedes tomar un camino a través de una pequeña parte al sureste. Pero entonces llegarías a la parroquia, así que, ¿de qué serviría?
—¿Está lejos? —preguntó Sarah.
—¿Bricstan?
—No —replicó Sarah, con bastante impaciencia—. Fensmore.
—¡Ah! No, no. Estamos a veinte millas de distancia de aquí, así que él estaría solo un poquito más lejos. —Pensó un momento—. Es posible que aquí tenga una casa en la ciudad. No lo sé.
Los Royle eran decididamente de Anglia Oriental, así que tenían una casa de ciudad en Cambridge y una casa de campo un poco más al norte. Cuando iban a Londres alquilaban una.
—Deberíamos ir —dijo Sarah de repente—. Este fin de semana.
—¿Ir? ¿Adónde? —preguntó Iris.
—¿Al campo? —preguntó Cecily.
—Sí —contestó Sarah, elevando la voz por el entusiasmo—. Alargaría solo unos días nuestra visita, así que supongo que nuestras familias no pondrían objeciones. —Giró levemente la cabeza para decir lo siguiente a Cecily—: Tu madre podría programar una reunión festiva de fin de semana. Podríamos invitar a algunos universitarios. Seguro que agradecerían un descanso de la vida estudiantil.
—He oído decir que les dan una comida muy mala —dijo Iris.
—Es una idea interesante —musitó Cecily, pensativa.
—Es una idea espectacular —dijo Sarah, con convicción—. Ve a proponérselo a tu madre. Ahora, antes de que llegue lord Chatteris.
—No pretenderás invitarlo a él, ¿verdad? —exclamó Honoria.
Había sido agradable verlo el día anterior, pero lo último que necesitaba era pasar todo un fin de semana en su compañía. Si asistía, podía despedirse de toda esperanza de llamar la atención de algún joven caballero. Marcus tenía una manera de mirar muy fea cuando desaprobaba su conducta. Y su mirada tenía el poder de ahuyentar a cualquier ser humano que estuviera cerca de ella.
La idea de que, tal vez, él no desaprobaba el comportamiento de ella jamás se le había pasado por la cabeza.
—Claro que no —contestó Sarah, mirándola con una expresión de suma impaciencia—. ¿Por qué habría de alojarse ahí el fin de semana pudiendo dormir en su cama, que está a poca distancia? Pero deseará ir de visita, ¿verdad? Tal vez ir a cenar, o ir de cacería.
La opinión de Honoria era que si Marcus se quedaba atrapado una tarde con ese parlanchín grupo de mujeres, empezaría a dispararles.
—Es perfecto —insistió Sarah—. Es mucho más probable que los caballeros más jóvenes acepten nuestra invitación si saben que va a estar lord Chatteris. Querrán causarle buena impresión. Es muy influyente, ¿sabes?
—Creí entender que no lo ibas a invitar —dijo Honoria.
—Yo no. Es decir —hizo un gesto hacia Cecily, que, después de todo, era la hija de la que haría la invitación—, no lo vamos a invitar. Pero en las invitaciones podemos decir que es probable que él haga una visita.
—Él agradecerá mucho eso, no me cabe duda —dijo Honoria, irónica, aun cuando nadie la estaba escuchando.
—¿A quiénes invitaremos? —continuó Sarah, sin hacer el menor caso de ese comentario—. Deberían ser cuatro caballeros.
—Un caballero se quedará solo cuando esté lord Chatteris —observó Cecily.
—Mejor para nosotras —repuso Sarah con firmeza—. Y de ninguna manera podemos invitar a tres, porque entonces seremos demasiadas damas cuando él no esté.
Honoria exhaló un suspiro. Su prima era la definición de la tenacidad. No había manera de discutir con ella cuando estaba empeñada en algo.
—Será mejor que vaya a hablar con mi madre —dijo Cecily, levantándose—. Tendremos que ponernos a la tarea de inmediato.
Salió del salón en un espectacular torbellino de muselina rosa.
Honoria miró a Iris, que se daba cuenta, sin duda, de la locura que eso iba a provocar. Pero Iris se limitó a encogerse de hombros y decir:
—Es una buena idea, la verdad.
—A eso hemos venido a Cambridge —les recordó Sarah—. A conocer caballeros.
Eso era cierto, pensó Honoria. A la señora Royle le encantaba hablar de ofrecer oportunidades de cultura y educación a las damitas, pero todas sabían la verdad. Habían venido a Cambridge por motivos puramente sociales. Cuando la señora Royle le explicó la idea a su madre, se lamentó de que muchos caballeros estuvieran en Oxford o Cambridge al comienzo de la temporada y, por lo tanto, no acudieran a Londres, donde deberían estar, cortejando a las damitas. La señora Royle tenía pensado ofrecer una cena al día siguiente, pero un fin de semana en el campo, lejos de la ciudad, sería aún más eficaz.
Nada como atrapar a los caballeros en un lugar del que no podrían escapar.
Tal vez tendría que escribirle una carta a su madre, para informarla de que estaría unos días más en Cambridge. No le gustaba utilizar a Marcus como cebo para conseguir que los otros caballeros aceptaran, pero era consciente de que no podía permitirse desaprovechar esa oportunidad. Los universitarios eran muy jóvenes, casi de la misma edad que ellas cuatro, pero no le importaba. Aun cuando ninguno de ellos estuviera preparado para casarse, sin duda, tendrían hermanos mayores, ¿no? O primos. O amigos.
Exhaló otro suspiro. Detestaba lo calculado que era todo, pero, ¿qué otra cosa podía hacer?
—Gregory Bridgerton —declaró Sarah, con los ojos brillantes de triunfo—. Sería perfecto. Extraordinariamente bien conectado. Una de sus hermanas se casó con un duque y otra con un conde. Y él está cursando el último año, así que es posible que esté dispuesto a casarse pronto.
Honoria levantó la vista. Se había encontrado varias veces con el señor Bridgerton, normalmente cuando la madre lo llevaba a rastras a una de las infames veladas musicales Smythe-Smith.
Intentó no hacer un mal gesto. La velada musical anual de la familia nunca era un buen momento para hacer amistad con un caballero, a menos que fuera sordo. Había ciertos desacuerdos en la familia acerca de quién inició la tradición, pero se decía que en 1807 cuatro primas Smythe-Smith subieron al escenario y masacraron una pieza de música totalmente inocente. Por qué esas primas (o más bien sus madres) encontraron conveniente repetir la masacre al año siguiente, era algo que no sabría jamás, pero la repitieron, y después continuaron, año tras año.
Se daba por entendido que todas las hijas Smythe-Smith debían aprender a tocar un instrumento musical y, cuando les llegara el momento, formar parte del cuarteto. Y una vez que entraba a formar parte del cuarteto, la chica quedaba clavada ahí hasta que encontrara marido. Ese era, había pensado más de una vez, un argumento tan bueno como cualquier otro para casarse pronto.
Lo extraño era que la mayoría de los familiares, y las intérpretes, no se daban cuenta de lo horrible que tocaban. Su prima Viola formó parte del cuarteto seis años y todavía hablaba con nostalgia de aquellos tiempos. Cuando Viola se casó, hacía seis meses, casi había esperado que la dejara plantada el novio ante el altar para poder continuar siendo primer violín.
Impresionante, la verdad.
A ella y a Sarah las habían obligado a ocupar sus puestos en el cuarteto un año atrás, ella al violín y Sarah al piano. La pobre Sarah seguía traumatizada por la experiencia; en realidad, Sarah era bastante musical y tocó fielmente su parte, o al menos eso fue lo que le dijeron a ella, porque era difícil oír algo por encima del ruido de los violines. O de las exclamaciones del público.
Sarah juró que nunca más volvería a tocar con sus primas. Ella, por su parte, simplemente se encogió de hombros; lo cierto es que no le importaba la velada musical. La verdad, encontraba bastante divertido todo el asunto. Además, no podía hacer nada al respecto. Era la tradición familiar, y no había nada que a ella le importara más que la familia.
Pero ahora tendría que tomarse en serio lo de buscar marido, lo cual significaba que tendría que encontrar un caballero que tuviera mal oído. O muchísimo sentido del humor.
Gregory Bridgerton parecía ser un excelente candidato. No tenía ni idea de si él sería capaz de seguir una melodía, pero hacía dos días se habían cruzado con él cuando las cuatro salieron para ir a un salón de té, y entonces fue cuando descubrió que tenía una sonrisa encantadora.
Le gustó. Era muy amistoso y extrovertido, y algo en él le recordó a su familia, como eran antes, cuando estaban todos en Whipple Hill, bulliciosos, alborotados y siempre riendo.
Probablemente se debiera a que él también provenía de una familia numerosa; era el séptimo de ocho hermanos. Ella era la menor de seis, así que seguro que tendrían muchas cosas en común.
Gregory Bridgerton, mmm. No sabía por qué no había pensado antes en él.
Honoria Bridgerton.
Winifred Bridgerton. Siempre había deseado ponerle Winifred a una hija, así que encontró sensato decir también ese nombre en alto.
Señor Gregory y lady Hono…
—¿Honoria? ¡Honoria!
Pestañeó. Sarah la estaba mirando con visible irritación.
—¿Gregory Bridgerton? —preguntó—. ¿Tu opinión?
—Esto, creo que sería una muy buena elección —contestó Honoria, de la manera más modesta y despreocupada posible.
—¿Quién más? —dijo Sarah, levantándose—. Tal vez debería hacer una lista.
—¿Para cuatro nombres? —preguntó Honoria, sin poder evitarlo.
—Estás realmente decidida —comentó Iris.
—Tengo que estarlo —replicó Sarah, con los ojos relampagueantes.
—¿De verdad crees que en las próximas dos semanas vas a encontrar a un hombre y casarte con él? —le preguntó Honoria.
—No sé de qué hablas —replicó Sarah, en tono cortante.
Honoria miró hacia la puerta abierta para comprobar que no hubiera nadie cerca.
—Ahora solo estamos las tres, Sarah.
—¿Una tiene que tocar en la velada musical si está comprometida? —preguntó Iris.
—Sí —contestó Honoria.
—No —dijo Sarah, con firmeza.
—¡Ah! Pues sí —dijo Honoria.
Iris exhaló un suspiro.
—No te quejes —le dijo Sarah, mirándola con los ojos entrecerrados—. El año pasado no tuviste que tocar.
—De lo que estaré eternamente agradecida —dijo Iris.
Ese año tenía que tocar el chelo en el cuarteto.
—Tú necesitas encontrar marido con la misma urgencia que yo —le dijo Sarah a Honoria.
—¡No en las próximas dos semanas! Y no —añadió con un poquito más de decoro— solo para librarme de tocar en la velada musical.
—No he dicho que me vaya a casar con un hombre horrendo —dijo Sarah, sorbiendo por la nariz—. Pero si diera la casualidad de que lord Chatteris se enamorara perdidamente de mí…
—No se va a enamorar —dijo Honoria, sin rodeos. Entonces se dio cuenta de lo cruel que había sonado eso y añadió—: No se va a enamorar de nadie. Créeme.
—Los caminos del amor son misteriosos —dijo Sarah, aunque parecía más esperanzada que segura.
—Aun en el caso de que Marcus se enamorara de ti, lo que no va a ocurrir, y no por nada que tenga que ver contigo, simplemente no es el tipo de hombre que se enamora rápido…
Se interrumpió, tratando de recordar cómo empezó la frase, porque estaba bastante segura de que no la había terminado.
Sarah se cruzó de brazos.
—¿Hay algún buen argumento ahí escondido entre los insultos que me acabas de dedicar?
Honoria puso los ojos en blanco.
—Solo que si Marcus llegara a enamorarse de alguien, lo haría de la manera más normal y corriente.
—¿El amor es normal alguna vez? —preguntó Iris.
Esa pregunta fue lo bastante filosófica como para silenciarlas. Aunque solo un momento.
—Él nunca precipitaría una boda —continuó Honoria, volviendo a mirar a Sarah—. Detesta llamar la atención. Lo detesta —repitió, porque, la verdad, era algo que merecía repetirse—. No te va a librar de la velada musical, eso seguro.
Sarah permaneció inmóvil y muy erguida durante unos cuantos segundos. Entonces exhaló un suspiro y se le hundieron los hombros.
—Tal vez Gregory Bridgerton —dijo, abatida—. Me parece que podría ser un romántico.
—¿Lo bastante como para fugarse? —preguntó Iris.
—¡Nadie se va a fugar! —exclamó Honoria—. Y las dos vais a tocar en la velada musical del próximo mes.
Sarah e Iris la miraron con expresiones idénticas: dos partes sorpresa y una parte indignación; con una saludable porción de miedo.
—Bueno, vais a tocar. Todas vamos a tocar. Es nuestro deber.
—Nuestro deber —repitió Sarah—. ¿Tocar música terriblemente mal?
Honoria la miró fijamente.
—Sí.
Iris se echó a reír.
—No es divertido —dijo Sarah.
Iris se secó los ojos.
—Pues lo es.
—No lo será cuando tengas que tocar —le advirtió Sarah.
—Por eso aprovecho para reírme ahora —contestó Iris.
—Creo que debemos tener esos invitados el fin de semana —dijo Sarah.
—Estoy de acuerdo —dijo Honoria.
Sarah la miró desconfiada.
—Tan solo creo que sería poco realista considerarlo un medio para librarnos de la velada musical.
Más tonto que poco realista, la verdad, pero eso no lo iba a decir.
Sarah fue a sentarse en el escritorio cercano y tomó una pluma.
—¿Estamos de acuerdo respecto al señor Bridgerton, entonces?
Honoria miró a Iris. Las dos asintieron.
—¿Quién más? —preguntó Sarah.
—¿No crees que deberíamos esperar a que vuelva Cecily? —dijo Iris.
—¡Neville Berbrooke! —exclamó Sarah—. Está emparentado con el señor Bridgerton.
—¿Sí? —preguntó Honoria.
Sabía bastante acerca de los Bridgerton, todo el mundo los conocía en realidad, pero no creía que ninguno de ellos se hubiera casado con alguien de la familia Berbrooke.
—La hermana de la esposa del hermano del señor Bridgerton está casada con el hermano del señor Berbrooke.
Esa era una afirmación que pedía un comentario sarcástico, pero Honoria estaba tan impresionada por la velocidad con que Sarah había soltado toda esa parrafada que, simplemente, pestañeó.
Pero Iris no estaba tan impresionada.
—¿Y eso los convierte en qué, en conocidos?
—Primos —dijo Sarah, mirando a Iris malhumorada—. Hermanos. Políticos.
—¿De tercer grado? —musitó Iris.
—Dile que pare —dijo Sarah mirando a Honoria.
Honoria se echó a reír. Iris también, hasta que finalmente Sarah se rindió y se unió a sus risas. Honoria se levantó a abrazarla en un impulso.
—Todo irá bien, ya lo verás.
Sarah sonrió con timidez. Abrió la boca para decir algo, pero justo entonces entró Cecily en el salón seguida por su madre.
—Le ha encantado la idea —dijo Cecily.
—Me gusta —confirmó la señora Royle.
Diciendo esto caminó hasta el escritorio y se sentó en la silla que Sarah acababa de desocupar de un salto.
Honoria la observó con interés. La señora Royle era una mujer de tipo medio: estatura mediana, constitución mediana, pelo medio castaño, ojos medio castaños e, incluso, su vestido era de color medio púrpura con un volante de tamaño mediano en el borde.
Pero no había nada mediano en la expresión que tenía en ese momento. Parecía lista para comandar un ejército y estaba claro que no haría ningún prisionero.
—Es brillante —dijo la señora Royle con el ceño levemente fruncido, buscando algo en el escritorio—. No sé por qué no se me ha ocurrido antes. Tendremos que trabajar rápido, por supuesto. Esta tarde enviaré a alguien a Londres a notificar a vuestros padres que os quedaréis aquí unos días más. —Se giró hacia Honoria—. Cecily dice que puede conseguir que lord Chatteris haga acto de presencia, ¿es cierto?
—No —contestó Honoria, alarmada—. Puedo intentarlo, claro, pero…
—Pues haga un buen intento —dijo la señora Royle enérgicamente—. Esa será su tarea mientras nosotras hacemos los planes para el fin de semana. ¿A qué hora va a venir, por cierto?
—No tengo ni idea —contestó Honoria, y esa sería la… ¡Ah, rayos! Ya no sabía cuántas veces había contestado a esa pregunta—. No lo dijo.
—¿Cree que se ha olvidado?
—No es del tipo de persona que olvide las cosas.
—No, no da esa impresión —musitó la señora Royle—. De todos modos, nunca se puede contar con que un hombre sea tan fiel a la mecánica del cortejo como una mujer.
La alarma que se había ido introduciendo en el interior de Honoria pasó a convertirse en puro terror. ¡Santo cielo! Si la señora Royle estaba pensando en emparejarla a ella con Marcus…
—No me está cortejando —se apresuró a decir.
La señora Royle la miró con expresión evaluadora.
—No, de verdad, se lo prometo.
La señora Royle miró a Sarah, que al instante enderezó la espalda en su asiento.
—Sí que parece improbable —dijo Sarah, puesto que estaba claro que la señora Royle quería que interviniera—. Son más como hermanos.
—Es cierto —confirmó Honoria—. Él y mi hermano eran íntimos amigos.
A la mención de Daniel se hizo un silencio en la sala. Honoria no supo discernir si eso fue por respeto, por incomodidad o por la pena de que un caballero que era tan buen partido no estuviera disponible para la actual cosecha de debutantes.
—Bueno —dijo la señora Royle—, haga todo lo posible. Eso es lo único que podemos pedirle.
—¡Oh! —exclamó Cecily, apartándose de la ventana—. Creo que ha llegado.
Sarah se levantó de un salto y empezó a alisarse la falda, que no tenía ni la más mínima arruga.
—¿Estás segura?
—¡Ah, sí! —dijo Cecily, casi con un suspiro de placer—. ¡Ah, caramba! Ese coche es precioso.
Ya todas de pie, se quedaron inmóviles esperando al visitante. A Honoria le pareció que la señora Royle contenía la respiración.
—¡Qué tontas nos vamos a sentir si no es él!, ¿eh?—le susurró Iris al oído.
Honoria reprimió la risa y le dio un disimulado puntapié en el zapato.
Iris simplemente sonrió.
El silencio era tal que se oyó picar en la puerta y luego el leve sonido cuando la abrió el mayordomo.
—La espalda recta —le siseó la señora Royle a Cecily, y luego, como si se le acabara de ocurrir, añadió—: Vosotras, también.
Entonces apareció el mayordomo en la puerta, pero solo.
—Lord Chatteris ha enviado sus disculpas —anunció.
Todas hundieron los hombros, incluso la señora Royle. Fue como si las hubiera pinchado un alfiler y hubiera salido de ellas todo el aire.
—Ha enviado una carta —continuó el mayordomo.
La señora Royle alargó la mano, pero entonces el mayordomo dijo:
—Está dirigida a lady Honoria.
Honoria enderezó la espalda y, consciente de que todos los ojos estaban fijos en ella, se esforzó más en disimular el alivio que, sin duda, reflejaba su cara.
—Gracias —dijo, tomando el papel doblado de manos del mayordomo.
—¿Qué dice? —preguntó Sarah, antes de que Honoria hubiera roto el sello.
—Un momento —dijo Honoria, acercándose a la ventana para poder leer la carta en relativa privacidad—. No tiene importancia, la verdad —dijo, cuando terminó de leer las tres cortas frases—. Se presentó algo urgente en su casa y no puede venir esta tarde.
—¿Eso es todo lo que dice? —preguntó la señora Royle.
—No es dado a largas explicaciones —explicó Honoria.
—Los hombres poderosos no explican sus actos —declaró Cecily, teatralmente.
Pasado un momento de silencio, durante el cual todas asimilaron eso, Honoria dijo en un tono decididamente alegre:
—Nos envía sus mejores deseos a todas.
—No tan buenos como para honrarnos con su presencia —masculló la señora Royle.
La pregunta obvia sobre la reunión del fin de semana quedó en el aire; las damitas se miraban entre ellas, preguntándose en silencio cuál de ellas debería hacerla. Finalmente, todos los ojos se clavaron en Cecily; tenía que ser ella. Habría sido de mala educación que la hiciera otra.
—¿Qué vamos a hacer entonces respecto al fin de semana en Bricstan? —preguntó Cecily. Pero su madre estaba sumida en sus pensamientos, con los ojos entrecerrados y los labios fruncidos. Cecily se aclaró la garganta—. ¿Madre?
—Sigue siendo una buena idea —dijo la señora Royle de repente.
Su voz sonó muy resuelta y Honoria casi sintió resonar las sílabas en los oídos.
—Entonces, ¿vamos a invitar a los estudiantes? —preguntó Cecily.
—Yo había pensado en Gregory Bridgerton —dijo Sarah, esperanzada— y en Neville Berbrook.
—Buenas elecciones —dijo la señora Royle, caminando hacia el escritorio—. De buenas familias, los dos. —De un cajón sacó varias hojas de papel color crema y, pasando los dedos por las esquinas, las contó—. Escribiré las invitaciones inmediatamente. —Se giró hacia Honoria con el brazo estirado y una hoja en la mano—. A excepción de esta.
—¿Perdón? —dijo Honoria, aunque sabía muy bien lo que quería decir la señora Royle; simplemente no deseaba aceptarlo.
—Invite a lord Chatteris, tal como teníamos planeado. No para los dos días, solo para una tarde. La del sábado o la del domingo, la que él prefiera.
—¿Estás segura de que la invitación no debería proceder de ti? —preguntó Cecily.
—No, es mejor que proceda de lady Honoria —dijo su madre—. A él le resultará más difícil declinar la invitación si la envía ella, que pertenece a una familia con la que tiene una amistad tan íntima. —Avanzó un paso y Honoria no tuvo más remedio que tomar la hoja de su mano—. Somos buenos vecinos, por supuesto —añadió—. No vaya a creer que no lo somos.
—Claro que sí —dijo Honoria.
No podría haber dicho ninguna otra cosa. Y no podía hacer nada tampoco, pensó, mirando el papel que tenía en la mano. Entonces le sonrió la suerte. La señora Royle se sentó ante el escritorio, lo que significaba que ella tendría que retirarse a su habitación a escribir la invitación.
Y eso significaba que nadie, a excepción de ella y de Marcus, lógicamente, sabría lo que decía la carta:
Marcus:
La señora Royle me ha pedido que te envíe esta invitación para visitarnos en Bricstan una tarde de este fin de semana. Piensa reunir a un pequeño grupo; estaremos las cuatro damitas que ya sabes y cuatro caballeros de la universidad. Te lo ruego, no aceptes. Te vas a sentir fatal, y yo me sentiré fatal, preocupada por lo mal que te sientes tú.
Con todo mi afecto, etcétera, etcétera,
Honoria
Otro tipo de caballero interpretaría esa invitación como un reto a aceptar de inmediato. Pero Marcus, no, de eso estaba segura. Podía ser altanero, podía ser desaprobador, pero ciertamente no era rencoroso. No iba a ir a sufrir solo por hacerla sufrir a ella.
De vez en cuando le amargaba la existencia, pero en el fondo era una buena persona. Sensato también. Comprendería que la reunión organizada por la señora Royle sería exactamente el tipo de evento social que lo haría desear arrancarse los ojos. Desde hacía tiempo le extrañaba que él fuera a las temporadas en Londres; siempre se le veía mortalmente aburrido.
Selló la carta, bajó y se la entregó a un lacayo para que la hiciera llegar a Marcus.
Cuando, varias horas después, llegó la respuesta, venía dirigida a la señora Royle.
—¿Qué dice? —preguntó Cecily, ansiosa, corriendo a situarse al lado de su madre.
Iris también se le acercó para tratar de mirar por encima de su hombro.
Honoria se quedó atrás y esperó. Sabía qué diría.
La señora Royle rompió el sello, desdobló el papel y leyó, moviendo rápidamente los ojos.
—Envía sus disculpas —dijo, en tono de desencanto.
Cecily y Sarah emitieron gemidos de desesperación. La señora Royle miró a Honoria, que esperaba estar haciéndolo bien simulando sorpresa.
—Se lo pedí —dijo—. Creo que, simplemente, este no es su tipo de entretenimiento. De verdad, no es muy sociable.
—Bueno, eso es cierto —gruñó la señora Royle—. No recuerdo más de tres ocasiones en que lo vi bailando la temporada pasada. Y habiendo tantas damitas sin pareja. Fue realmente grosero.
—Pero es buen bailarín —dijo Cecily.
Todas la miraron.
—Lo es —insistió Cecily, algo sorprendida de la atención que habían atraído sus palabras—. Bailó conmigo en el baile de los Mottram. —Se giró hacia las otras chicas, como si eso necesitara explicación—. Somos vecinos, después de todo. Tan solo fue educado.
Honoria asintió. Marcus era buen bailarín; bailaba mejor que ella, eso seguro. Ella nunca había logrado entender las complejidades del ritmo. Sarah había intentado infinitas veces explicarle la diferencia entre el ritmo del vals y el del cuatro por cuatro, pero jamás había logrado entenderlo.
—Vamos a perseverar —dijo la señora Royle, poniéndose una mano sobre el corazón—. Dos de los cuatro caballeros ya han aceptado, y estoy segura de que, por la mañana, tendremos las respuestas de los demás.
Pero esa noche, cuando Honoria ya iba en dirección a la escalera para subir a acostarse, la señora Royle la llevó aparte y le preguntó en voz baja:
—¿Cree que hay alguna posibilidad de que lord Chatteris cambie de opinión?
Honoria tragó saliva, incómoda.
—Creo que no, señora.
La señora Royle negó con la cabeza e hizo un suave sonido al chasquear la lengua.
—¡Qué lástima! Con su presencia me habría apuntado un tanto. Bueno, buenas noches, querida. Que tenga dulces sueños.
A veinte millas de distancia, Marcus estaba sentado solo en su despacho bebiendo una taza de sidra caliente y reflexionando sobre la misiva de Honoria. Leerla le provocó un ataque de risa, lo cual, se imaginó, había sido la intención de ella. Tal vez no su intención principal, ya que esa habría sido impedirle que fuera a visitar al grupo reunido en casa de la señora Royle, pero sin duda sabía que eso lo divertiría infinitamente.
Volvió a mirar el papel y sonrió al releerlo. Solo Honoria le escribiría una nota como esa, rogándole que declinara la invitación que había escrito en el párrafo anterior.
Había sido bastante agradable volver a verla. Hacía muchísimo tiempo que no la veía. No contaba las numerosas ocasiones que sus caminos se habían cruzado en Londres. Esos encuentros nunca podían ser como las despreocupadas reuniones con su familia en Whipple Hill. En Londres él estaba o bien evitando a las ambiciosas madres que estaban seguras de que sus hijas habían nacido para ser la siguiente lady Chatteris, o bien observando a Honoria. O ambas cosas.
Visto en retrospectiva, era extraordinario que a nadie se le hubiera ocurrido pensar que él estaba interesado en ella. Había pasado bastante tiempo entrometiéndose discretamente en sus asuntos. En la temporada pasada había ahuyentado a cuatro caballeros, dos de ellos cazadotes, uno con una vena de crueldad y el último un tonto pomposo y viejo. Estaba bastante seguro de que ella habría tenido la sensatez de rechazar al último, pero el que tenía la vena de crueldad lo disimulaba bien, y los cazadotes eran encantadores, le habían dicho.
Lo que, sin duda, era un requisito para ser cazadotes.
Era probable que ella estuviera interesada en alguno de los caballeros que estarían en la reunión del fin de semana organizada por la señora Royle, y no quería estropearle las cosas. Además, él tampoco deseaba estar ahí particularmente, así que en eso estaban de acuerdo.
Pero necesitaba saber en quién había puesto ella los ojos. Si no era un joven que él conocía, tendría que hacer indagaciones. No le resultaría difícil conseguir la lista de los invitados; los criados siempre sabían la manera de enterarse de esas cosas.
Y, tal vez, si el tiempo era bueno, iría a cabalgar por allí. O a pie. En el bosque había un sendero que cruzaba aquí y allá el límite entre Fensmore y Bricstan. No recordaba cuándo anduvo por ese sendero por última vez. Eso era una irresponsabilidad; un terrateniente debe conocer su propiedad hasta en sus más mínimos detalles.
Sería una caminata, entonces. Y, si por casualidad, se encontraba con Honoria y sus amigas, podría conversar con ellas el tiempo suficiente para obtener la información que necesitaba. Podría evitar la visita y enterarse de a quién deseaba ella conquistar.
Terminó de beber su sidra y sonrió. Imposible imaginarse un resultado más agradable.