Querida Erika:
No sé por dónde empezar. Todo aquí es tan… raro. Tan extraño. Empezando por estas cartas. ¿Te puedes creer que aquí no exista ni un maldito ordenador? Bueno, imagino que habrá, pero no para nosotros. Está prohibido cualquier tipo de tecnología salvo la que tengamos que utilizar en algún tipo de instrucción. Ni siquiera a Murillo, nuestro furriel (algo así como un «delegado» de clase) lo dejan mandar correos electrónicos.
Estoy tan poco acostumbrado a escribir a mano, que agarrar este lápiz me está resultando la cosa más tediosa del mundo. No he terminado ni el primer párrafo y ya estoy cansado… Supongo que también afectará que aquí no paremos. Las pocas horas de descanso que tenemos se han convertido en lo más preciado. Siento que llevo aquí una eternidad y, en el fondo, no ha hecho ni una semana desde que llegué.
¿Qué decirte de El Desierto? Te sorprenderá esto, pero no es tan malo como lo pintan. No es el infierno que nos decía el tío Julio (¡me estoy cuestionando si aquellas historias que nos contaba sobre su «amigo» y este lugar eran reales!). A ver… Hace calor, eso es indiscutible. Pasamos muchas horas bajo el sol porque lo único que hacemos aquí es cavar y plantar árboles para reforestar este sitio. Ya nos lo dijo nuestro Capitán cuando dio su discurso de bienvenida: «¡Jugaréis un papel fundamental en vuestro futuro! Lo que haréis aquí será decisivo». No sé cómo de decisivo es esto de plantar árboles, pero aquí somos todos unos mandados y si a mi escuadra le han dicho que hay que cavar, nosotros cavamos.
El primer día fue un poco violento, no te voy a engañar. El ambiente estaba muy cargado, todos estábamos muy nerviosos y asustados (aún lo estamos). Nos obligaron a desnudarnos por completo a todos para desinfectarnos en las duchas por los posibles piojos o bacterias que pudiéramos tener. Entre tú y yo, prefiero eso a que me rapen el pelo de la cabeza. Después nos asignaron a nuestra escuadra y todos los oficiales y demás eminencias de este sitio hicieron sus respectivas presentaciones.
Lo de los rangos aquí es el pan de cada día. Nosotros estamos en la base de la pirámide. Presidiendo esa base estaría nuestro querido furriel, Murillo, que es quien tiene contacto directo con nuestro Capitán. Y por encima del Capitán Orduña, está la Coronel Torres, que viene a ser la mandamás de este sitio. En el fondo, hay muchas más eminencias y rangos en medio, pero de momento me he enterado de estas tres: quienes somos nosotros, quién nos manda y quién manda a los que nos mandan.
La verdad es que son simpáticos. Mis compañeros de escuadra, digo. Son buena gente. Tienen sus cosillas, como todo el mundo, y esto no deja de ser El Desierto. Ya sabes a quienes destinan a este lugar. Por eso te digo que, dentro de lo malo, me ha tocado un grupo bastante cabal. O eso quiero creer.
Esta semana vamos a empezar a manejar fusiles y esas cosas. Supongo que por mera precaución y por eso de honrar la memoria de lo que en su momento fue el Semo. Porque, ya me dirás tú, ¿de qué nos sirve saber usar armamento? El abuelo tenía razón en eso: antes se preparaba a la gente para una posible guerra; ahora, la batalla la tenemos con el propio planeta. Pero, volviendo a lo de las pistolas, espero que las viciadas que me pegaba al Warfare sirvan. Varios users que conozco y que hicieron el Semo me dijeron que les vino de perlas jugar al Call of Duty. Pero ya sabes cómo es esta gente… Unos falsos.
Respecto a El Desierto… La verdad es que impresiona verlo. Esto está en mitad de la nada (en su sentido más literal). Lo único que nos une con el resto del mundo es una vía de tren de cientos de kilómetros en la que solo avanza el Convoy Errante. Cuando llega a la estación, lo único que hay además de un andén al aire libre es una cantina (cerrada, por supuesto) y un camino de tierra que te lleva hasta la entrada del cuartel. Sus puertas de metal están custodiadas por varias filas de verjas y vallas llenas de alambres de espino. Pero lo más impactante de este lugar está aquí dentro, Erika.
Todo lo que nos rodea es tan árido que cuando atraviesas el edificio principal para llegar a la parte sur y ves la primera arboleda que plantaron los primeros reclutas, es inevitable quedarse sin aliento. Cientos de arces frondosos y robustos con hojas de color rojo. Desde la azotea del edificio, te da la sensación de estar viendo un enorme lago de sangre. Ya nos lo decía el tío Julio: «¡El Desierto no está hecho para otro color que no sea árido!». Y tiene mucha razón. Hasta los uniformes amarillos que nos han dado van a juego con este sitio.
Imagino que como buena hermana mayor que eres, estarás un poco preocupada por mí. O al menos eso quiero pensar. El caso es que esta primera carta que te escribo es para tranquilizarte y decirte que todo va a ir bien. Que esto no es tan malo. Y, sobre todo, que estoy bien. A ver… No estoy aquí como voluntario. Si pudiera, me iría mañana mismo. Una parte de mí se agobia un poco por estar tan lejos de casa. Pero también te digo, ¿quién se va a querer escapar de este lugar?