Nota del autor

Las bases para la historia aquí reunida proceden esencialmente de la ficción. Ninguno de los personajes de los que se habla, a no ser que se trate de personajes históricos, existe. Cualquier parecido con la realidad es culpa de la realidad, que, por cierto, como decía Paco Urondo, cada vez se está poniendo más rara. En resumen, esto es una novela. El autor por lo tanto tiene que aclarar que frecuentemente ha utilizado nombres de personas que, al convertirse en personajes de ficción, hacen en estas páginas cosas poco habituales. El autor se disculpa con todos estos ciudadanos y amigos.

Al mismo tiempo, agradece a un montón de gente su voluntaria o involuntaria colaboración, por ejemplo:

Eliseo Bayo (Los atentados contra Franco) que me suministró, a través de las historias de Laureano Cerrada, elementos para la construcción del ficticio Saturnino Longoria. Cerrada fue moderado en su paso a la ficción, porque era excesivamente increíble aun en una novela como esta. Mis respetos al personaje maravilloso y a su biógrafo.

Minchev, quien colaboró a darle forma y coherencia histórica al búlgaro Stoyan Vasilev.

El escritor Paco Ignacio Taibo I, que con su biblioteca de cine me permitió organizar la biografía de Max y precisar las historias de Stan Laurel.

Mi amigo Raúl Cota, que sin saberlo colaboraba con los materiales que permitieron darle forma a los invisibles.

Roger Simon, quien me proporcionó muchas de las frases memorables de Greg Simon.

Olga Restrepo, quien me corrigió los diálogos de los personajes colombianos.

Willie Neuman, que me ayudó con los diálogos de los norteamericanos y que siguió esta novela con fidelidad de amigo, que no de traductor.

Paco, el del Juguete Rabioso, que me ayudó con el habla de los personajes nicaragüenses, y María Isabel Aramburú que dedicó un montón de su tiempo a mejorar el idioma en la biografía de Machadito.

Tito Bardini, que corrigió sus propios parlamentos.

El lamentablemente desaparecido y gran jefe de la novela de aventuras Emilio Salgari, cuyo estilo he tratado de imitar con desigual fortuna.

Luis Befeler, ingeniero en computación, sin cuya colaboración difícilmente me hubiera entrampado en una novela rompecabezas.

Gracias a todos.