(Habla Greg)
Yo tenía todo anotado en el mismo cuaderno en que lo venía haciendo desde hace seis años, Julio en cambio se presentaba con el mismo desastre de cheques, notas apuntadas en tarjetas de visita, papeles engrapados sobre artículos publicados y la memoria defectuosa de siempre. No me molestaba en lo más mínimo. Julio debía pensar que sí, que afectaba mis manías de orden, pero Julio parece ignorar que mis manías son absolutamente democráticas, privadas, y que no trato de imponérselas a nadie. De cualquier manera, para cumplir con las apariencias, me quejé de la mierda que estaba poniendo encima de la mesa; usé mi mejor acento madrileño para cagarme en la puta madre que lo parió y amenacé con conseguirme un socio suizo e inteligente.
Julio espera del mundo una mezcla de asombro, relación paternal fallida, conmiseración y deslumbramiento. Yo me limito a ofrecerle una solidaridad dosificada. Para que los equipos funcionen, alguien tiene que ser el pragmático. Un personaje real, no de película, un desencantado, un hombre que no compra ilusiones y al que no le gustan los payasos, los magos, las ferias infantiles.
—Lo que te pasa, es que tú representas en estas reuniones a la sociedad del bienestar —me dijo Julio muy serio buscando un cheque que traía arrugado dentro del pasaporte.
—Y tú entonces representas a los vendedores de baratijas del zoco de Casablanca. Las peores tradiciones del Tercer Mundo, ¿no?
A Julio le molesta que mi español mejore sensiblemente cuando discutimos. Pierde una de sus escasas ventajas. No cuenta con la proverbial capacidad mimética de un judío de Los Ángeles criado en un orfanatorio para niños católicos, más tarde en un barrio de negros, y por fin en una high school que por extrañas razones estaba repleta de coreanos.
—Vendí el reportaje de Beirut a Interviú en España, la entrevista con los del Frente Patriótico en Página 12 de Buenos Aires y La Jornada de México, estos todavía no pagan, traigo dos cheques de la agencia de Alemania Federal y uno grande de las fotos de Armenia que pagó Der Spiegel. Las fotos también se colocaron en una revista polaca que pagó sesenta dólares, según dice Ana en la carta. Me mandaron los derechos de autor de Bajando la frontera en Portugal, nada, centavitos. Y dos mil dólares de regalías de Herederos en España, los de editorial B. Vendí a Júcar en España la biografía de Jim Thompson, me pagaron mil dólares y novecientos de la traducción y por ahí debo tener… espera, este cheque de México de Herederos, y sesenta mil pesos del artículo de los jóvenes en Disneylandia, que publicó en México la revista Encuentro… —dijo muy orgulloso, y siguió dándole vueltas a los papelitos. Antes de un rato sacaría de algún lado otros dos o tres.
—Retiro la mitad de lo dicho, míster Fernández —le contesté.
—¿Lo del zoco?
—No, lo de las peores tradiciones, brother, representa usted las mejores tradiciones comerciales. How did you do it?
Julio se frotó las manos.
—Moviéndome como enano en el desierto. No está mal para cuatro meses, ¿verdad?
—Yo debo tener más plata que tú, porque cuando conviertas los pesos mexicanos en dólares… Tengo un pago global de la agencia en Canadá, un cheque de seis mil libras de los ingleses por el libro y toda la plata de los tres últimos artículos en Motber Jones, Playboy y el Village Voice.
—Suma, muchacho —dijo Julio descorchando la última botella de Rioja.
—Once mil seiscientos dólares después de la reserva de los impuestos.
—Yo traigo ocho mil doscientos cincuenta y cuatro bolívares, que no sé que mierda es eso —dijo él—. Y te jodiste de nuevo, para que veas que es mejor ser escritor mexicano, allí no pagamos impuestos.
Le hice un cheque por la diferencia a su favor, como solía ser costumbre. El mercado angloparlante pagaba más que el resto del mundo junto, y eso que Julio últimamente se movía como derviche enloquecido. Poco a poco había ido abandonando los extraños prejuicios que tenía cuando nos conocimos y que le hacían pensar que un periodista honesto no acepta un cheque en marcos de una revista amarillista y conservadora alemana o no toma caviar en recepciones en la embajada rusa; o que evadir la corrupción tiene que ver con vivir anémico pero impoluto.
Me tendió muy ceremonioso mis dos mil bolívares.
—¿Cómo andas de deudas? —me preguntó.
—So, so.
—Podrías venir a México a vivir unos meses, siempre es más barato allí y te quedabas en la casa —ofreció el Gordo.
Los dos sabíamos que yo diría que no. Si aceptaba, terminaríamos siendo peor que un matrimonio y nuestra excelente relación laboral, que pasaba por su buena media docena de tormentas anuales se iba a ir a la mierda. Demasiadas horas convivíamos juntos ya.
—Mucho pinchi mexicanu en ese countri —le dije negando con la cabeza.
—No, si a mí también me gustan los Estados Unidos, el pedo es la cantidad de gringos pendejos que tienen por todos lados regados —respondió el Gordo.
—Pa’que veas, brother, cada cual por su lado.
Julio se lo tomó con filosofía, había cumplido ofreciéndome su casa y su dinero. Los dos lo sabíamos. Encendí uno de mis Delicados con filtro que el Gordo me había traído en enormes cantidades y lo paladeé.
—Ah, carajo, traigo un vale por mil cuatrocientos pesos cubanos para gastar en Cuba, de la serie que nos publicaron en la revista Enigma, la de Menguele, y que ahora la hacen libro.
—¿Para cuánto da eso?
—Tres semanas en Varadero. Para dos, semana y media. Hotel y comidas.
—¿Y el avión?
—No, eso hay que pagarlo en divisas. Los cubanos ya se modernizaron, pagan derechos de autor, pero no aviones, compadre.
—¿Cuánto cuesta el avión desde México?
—Como trescientos dólares ida y vuelta. Le dejé a la ALL los artículos del Frente, dijeron que lo pueden reunir en un librito de reportajes. Si sale podemos esperar y echarnos unas vacaciones en La Habana a fin de año.
Me quedé pensando lo que diría mi abuela Karen de unas vacaciones en La Habana. Después de todo, sus amigas del club de póker de Gardenia y sus tres hermanos habían votado por Reagan en el 80 y el 84. La verdad es que si había dejado a su nieto en un asilo, bien podía dejarlo viajar a Cuba, la hija de la gran puta. Sería mi viaje número once a la isla, cosa que hacía que los de migración en Florida vieran mi pasaporte como el de la perra Laika, pero por primera vez no iría a trabajar.
—A lo mejor podemos sacar dos o tres buenas entrevistas y algún reportaje de las vacaciones —me animó Julio.
—Me gustaría viajar a La Habana solo para tomar mojitos en El Floridita y sentarme un rato a descansar enfrente de la alberca de la casa de Hemingway en San Francisco de Paula, no más que eso, brother.
—Y a oír boleros en la terraza del hotel Saint John, y jugar dominó de nueve fichas con tus amigochos del G2 en la revista Moncada.
Julio sirvió vino en ambas copas. Yo me levanté para apagar la televisión que nos acompañaba con un sordo rumor a nuestras espaldas y aproveché para caminar hasta la cocina. El piso estaba frío. Saqué dos latas de salmón ahumado y un paquete de galletas. Que yo recordara, los amigos del G2 de la revista Moncada, eran amigos de ambos, y seguro que no eran del G2, más bien eran periodistas que de vez en cuando andaban con uniforme verde olivo. Pero Julio no podía dejar de pasar esa cuenta a un norteamericano, aunque fuera su mejor amigo… Tenía frío en los pies, el mundo era grande, y el Gordo seguro tenía un montón de locuras dispuestas. Se iba a sorprender, yo también tenía otro buen montón de locuras guardadas en mi cuadernito de ordenadas notas. El mundo era grande, y por ahora no tenía miedo. No más del necesario. En la noche podíamos irnos a tomar unos coñacs al bar de Sidney en La Brea, y luego meternos en el cine; el problema sería convencer a Julio que era mejor la última película de Oliver Stone que la primera de Harry Langdon.