Al acabar la Segunda Guerra Mundial, los supervivientes empezaron a regresar de los campos de concentración nazis. Pero las personas que se habían quedado en casa durante la guerra no podían o no querían escuchar lo que habían vivido los prisioneros. Decían que saber cosas tan horribles era demasiado doloroso y que les provocaría pesadillas, o bien afirmaban que nuestros relatos eran una exageración absoluta.
Así pues, dejamos de hablar de nuestras experiencias, salvo cuando estábamos entre compañeros supervivientes.
En una de esas ocasiones, Harry T., que había sido tutor en el bloque infantil al igual que Otto, se volvió hacia mi marido y le dijo:
—¿No crees, Otto, que ha llegado el momento de escribir sobre el bloque infantil de Auschwitz-Birkenau? No había nada igual en toda la maquinaria nazi de exterminio de judíos. Hemos sobrevivido unos pocos, pero cuando nos muramos, no habrá nadie que cuente la historia. Tú eres escritor, deberías hacerlo.
Otto empezó a hacer anotaciones de los acontecimientos guardados en su memoria y yo misma proporcioné mis propios recuerdos. Después empezó a quedar con compañeros de trabajo del bloque infantil que estaban repartidos en kibutz y en ciudades por todo Israel. Tardó años en recoger el material porque trabajaba de maestro de escuela y solo libraba los fines de semana. No teníamos coche, así que debía viajar en transporte público, el cual, como todo el mundo sabe, no ofrece servicio en sabbat. La gente no tenía teléfono y las visitas tenían que concertarse por carta.
Durante aquellos encuentros con los tutores y profesores que habían sido sus compañeros, Otto descubrió un hecho sorprendente. Al comparar la tasa de mortalidad entre prisioneros, descubrió que el porcentaje de supervivientes aún con vida era mayor entre quienes habían trabajado con niños que entre los demás reclusos.
La razón no podía haber sido que hubieran recibido más comida. Porque no fue así. Incluso en el bloque infantil los adultos recibían la misma sopa que los demás prisioneros. A los pequeños se les daba una sopa más nutritiva, pero el jefe de bloque, Fredy Hirsch, había prohibido que los trabajadores se llevaran a la boca ni tan siquiera una cucharada de la comida de los niños.
Otto llegó a la conclusión de que había sido su misión lo que les había dado a los tutores fuerza y energía. Tenían un objetivo que les ayudaba a superar el espanto de la presencia ominosa de la muerte y la pena de perder sus jóvenes vidas. Lo que coincide con la filosofía del neurólogo Viktor Frankl.
Planear la estructura de la novela fue un proceso lento. Otto no quería que fuera un documento más de la tragedia del Holocausto. Ya existen muchos libros así. Lo veía muchas veces sentado a la mesa mirando al vacío y me explicaba:
—No creas que estoy perdiendo el tiempo, estoy pensando.
Creó los personajes del libro a partir de gente que había conocido. Pero cambió sus identidades de tal forma que no pudieran reconocerse a sí mismos. Por ejemplo, Lisa Pomnenka es la unión de las dos jóvenes que decoraron la pared del bloque infantil. Otto atribuyó a otros personajes acontecimientos de los que yo misma fui testigo o que incluso me ocurrieron a mí. Además, el héroe de la novela, Alex Ehren, es ficticio, a pesar de que Otto haya introducido en su personalidad algunos elementos autobiográficos. Y, por supuesto, en el mundo real no hubo tal diario secreto.
Por fin Otto se sintió preparado para empezar a escribir. Después de la escuela se sentaba a la mesa o bajo el árbol de nuestro porche y empezaba a escribir. Había momentos en los que tenía que parar, sobrecogido por las emociones. En una ocasión le encontré con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados y llorando. Acababa de escribir el poema «Verde».
Un verso del poema se convirtió en el título de la edición checa del libro: El humo es mi hermano.
Cuando Pavel Stránský, el amigo de toda la vida de Otto, vino de Praga a visitarnos a Israel, se ofreció a traducir la novela al checo. La primera edición del libro a esta lengua se publicó en Praga en 1993. En 1995 apareció en inglés, pero únicamente se distribuyó en Israel, donde solo atrajo a un grupo muy limitado de lectores. En años posteriores el libro se tradujo también al francés (2013) y al hebreo (2014).
Ahora el libro está disponible en todo el mundo gracias a Penguin Random House. Otto estaría encantado de saberlo, pero ya no está entre nosotros. Voy a susurrar la buena noticia a su tumba. Espero que le llegue.
DITA KRAUS