CAPÍTULO 3

El sueño de Eiden era muy profundo, como si nunca fuera a despertar. Su hermana estaba sentada en cuclillas junto a él y lo cogía de la mano tratando de transmitirle todo su amor.

Entre tanto, los demás habían decidido pasar a la acción. El dragón estaba causando el caos y la destrucción a su paso y tenían que frenarlo. De lo contrario, acabaría dando con Eiden.

Mako no las tenía todas consigo. Eran cinco sirenas contra un imponente dragón que podía chamuscarlos en un abrir y cerrar de ojos. Por no hablar de sus enormes colmillos o de aquella mirada gélida.

—¿Vamos o qué? —inquirió Diana con impaciencia.

Para ella, cada minuto que Eiden pasaba agonizando era insoportable. Había sido la primera en proponer aquella misión suicida y en sus ojos brillaban una determinación y una furia que los demás nunca le habían visto. Se dirigió hacia la puerta con paso firme, pero en el último momento titubeó. Volvió la cabeza para contemplar a Eiden un instante y se mordió el labio, indecisa.

—No te preocupes, yo cuidaré de él —le aseguró Liv.

Salieron del almacén y constataron que el exterior estaba sumido en una calma inaudita. Todo el mundo se había refugiado en sus casas, temerosos del dragón. Los chicos se encaminaron al lugar donde apenas unos minutos antes se había celebrado el Festival de la luna de fresa: todo había quedado arrasado.

—Edlyn, en mi apartamento hay unas armas guardadas en un baúl, ya sabes, por si acaso —le contó Isla rápidamente—. ¿Crees que podrías traerlas con algún conjuro?

—Sin problema —repuso ella con seriedad.

Frunció el ceño y los demás guardaron silencio. Al cabo de unos segundos, notaron una vibración y el aire se onduló casi imperceptiblemente. Allí estaban las armas que el consejo de la laguna había proporcionado a los mentores: un arco con tres flechas envenenadas, una espada, una preciosa lanza de plata, un potente arpón y un escudo de bronce con una sirena grabada en él. Lucas se hizo con la magnífica espada, Edlyn agarró el arco y las flechas con avidez, Mako se abalanzó sobre el formidable arpón e Isla se apresuró a conseguir el escudo de bronce. Diana, que llegó la última, cogió la lanza de plata. Le importaba muy poco el tipo de arma que iba a usar.

—Y ahora, ¿cuál es el plan? —preguntó Mako—. ¿Cómo llamaremos la atención del dragón para que venga hasta aquí?

—Creo que no hará falta que nos preocupemos por eso —respondió Isla mientras señalaba un punto en el cielo.

La bestia estaba volando hacia ellos.

—¡Todos a vuestras posiciones! —ordenó Lucas.

Quizá porque Edlyn aún no dominaba del todo la magia, las armas de Diana y Mako comenzaron a desvanecerse hasta desaparecer de sus manos. ¡De repente estaban desarmados!

—Muchas gracias, Edlyn —se quejó Mako—. ¿Cómo voy a enfrentarme ahora al dragón?

—Mantente cerca de mí y no te pasará nada —sugirió Lucas mientras hacía un grácil movimiento con su espada.

Diana no se alarmó. Todavía era de noche y la luna seguía protegiéndola y magnificando sus poderes.

Tanto Isla como Lucas avanzaron un poco, intentando proteger a sus tres pupilos, a la vez que Mako daba un paso hacia atrás. En ese momento el dragón le parecía más monstruoso que cuando los había atacado en el Festival. Edlyn buscaba un ángulo para apuntar al dragón con una de sus flechas, y Diana, simplemente, se quedó donde estaba, respirando profundamente, canalizando la energía de la luna de fresa. Cuando estuvo concentrada, alzó las manos hacia el cielo y erigió una barrera protectora entre la bestia y ellos. Jugaban con ventaja: el dragón no podría traspasar la barrera de luz de luna.

Edlyn lanzó la primera flecha. Con los nervios, erró el tiro y no alcanzó al dragón. Este se abalanzó enfurecido hacia la barrera protectora, que aguantó la embestida sin resentirse. Edlyn tragó saliva y, con dedos temblorosos, volvió a intentarlo. La segunda flecha envenenada pasó rozando junto a una de sus alas y, aunque le produjo un pequeño rasguño, el monstruo ni siquiera se inmutó. La chica estaba temblando: tan solo le quedaba una flecha. Era incapaz de dar en el blanco.

—Edlyn, puedes hacerlo —la animó Diana—. Si alguien puede lograrlo eres tú.

Las palabras de su amiga le proporcionaron el aplomo que necesitaba para lanzar la última flecha, que trazó una diagonal magnífica e impactó de lleno en el cuerpo del dragón. La bestia rugió furiosamente y se desestabilizó, pero no llegó a desplomarse. No sabían cuánto tardaría el veneno en hacerle efecto y dudaban que en una única flecha hubiera la cantidad suficiente para acabar con él.

¿Se recuperaría Eiden si conseguían matar al dragón? Diana esperaba que así fuera. ¿Cómo se encontraba ahora? ¿Seguiría sufriendo? Le hubiera gustado hablar con él antes de enfrentarse a ese monstruo, pero no tenían tiempo. Además, todos estaban allí...

Se dio cuenta demasiado tarde de que había perdido la concentración. En vez de tener la cabeza en la batalla, no podía dejar de pensar en Eiden y, durante unos instantes, la barrera protectora de luz de luna se vino abajo. El dragón notó ese cambio vibratorio en el aire y se lanzó hacia ellos despiadadamente. Echó una llamarada por la boca en dirección a Edlyn, que rodó por el suelo y logró esquivarla. Isla se escondió bajo el escudo de bronce para evitar una nueva llamarada. Diana estaba horrorizada. ¡Por su culpa el dragón iba a matarlos a todos!

Lucas supo que aquel era su momento: se abalanzó hacia el dragón con la espada en alto, dispuesto a acabar con esa agonía. Pero el dragón se lo quitó de encima dándole un coletazo que lo lanzó metros atrás. El chico salió despedido por el aire y aterrizó de espaldas en la hierba.

La espada cayó cerca de Mako, que se la quedó mirando fijamente. Pero el dragón no les daba tregua: abrió la boca para lanzar otra llamarada de fuego en dirección a Edlyn y Diana. Mako se dio cuenta de que esta vez no iban a poder esquivarla. Y no se lo pensó dos veces: recogió la afilada espada del suelo y la enarboló mientras se encaminaba hacia el dragón lanzando un desesperado grito de guerra. La bestia desvió su atención de las chicas y se volvió colérico hacia Mako. Diana se dio cuenta de que el dragón lo iba a machacar; su amigo no tenía ninguna posibilidad de sobrevivir. ¡No podía permitirlo! En el último momento, la sirena Aysun recuperó la concentración y dirigió todo su poder hacia Mako y su espada.

Y entonces fue cuando el chico, con la fuerza de la luna de fresa concentrada en el arma y una determinación de hierro, hundió la espada en el cuello del dragón, que rugió con agonía y, por fin, exhaló su último suspiro. Ante la mirada de los cinco amigos, el cuerpo del monstruo se desintegró lentamente y se fusionó con las aguas de la laguna. No quedó ni rastro de él.

Justo en aquel preciso instante, en el almacén del café Ondina, Liv pegó un respingo y sus ojos relampaguearon con un brillo gélido y azulado. Fue tan solo durante un momento, antes de volver a centrar toda la atención en su hermano menor, cuya respiración ahora era más sosegada que antes.