Días de colegio

Entre tú y yo, tengo que admitir que cuando era pequeño no me gustaba demasiado ir al colegio (ey, supongo que no debo ser el único al que le ha pasado eso, ¿verdad?). Como ya te he contado, era un niño bastante movidito y, aunque me encantaba aprender toda clase de cosas, a menudo me costaba mucho esfuerzo mantener el culo pegado a la silla. ¡A veces miraba y miraba el reloj y tenía la sensación de que las agujas no avanzaban en absoluto!

Durante la primaria, yo era un niño como los demás en muchos sentidos. Tenía amigos, pero sobre todo, tenía un montón de amigas. Eso sí, en el recreo no me gustaba nada jugar al fútbol ni a ningún deporte. «Pero Jordi, ¿no habíamos quedado en que eras muy movidito?», te preguntarás. Bueno, sí que lo era, pero el problema es que además... ¡era supercompetitivo! Tanto que a veces prefería no jugar a algo con tal de no perder. A día de hoy me he dado cuenta de que ese tampoco es plan e intento tomarme las cosas con un poco más de calma. No tiene nada de malo querer ganar, ¡pero también es importante disfrutar de aquello que haces!

De lo que realmente quiero hablarte es del paso a secundaria, que en mi caso fue una experiencia brutal (y no precisamente en el buen sentido). A mí en primaria casi todo me daba igual. Si alguien se metía conmigo o me gastaba una broma, yo no le daba mayor importancia. Sin embargo, en secundaria esas bromas se volvieron mucho mucho más crueles. Por aquel entonces yo todavía no tenía del todo definida mi orientación sexual y muchos chicos se metían conmigo por ello. Eso me hacía sentirme distinto del resto y, de alguna manera, reaccionaba aislándome. Ahora en lugar de encogerme de hombros y contestar «ok, lo que tú digas», como hacía antes, me limitaba a quedarme callado y a agachar la cabeza. Yo creo que la secundaria es una época muy complicada en la que experimentas un montón de cambios. Todavía te estás conociendo a ti mismo y, a menudo, lo único que quieres es encajar y ser aceptado. Tu personalidad todavía se está formando, así que no son los mejores años para estar rodeado de gente que te cuestiona todo el rato o que se burla de ti.

Cada día iba al colegio cruzando los dedos para que a nadie le diese por meterse conmigo. Solo pensaba en pasar desapercibido y no meterme en problemas. La situación me afectaba tanto que llegué a suplicarle a mi madre que me firmase justificantes con los que poder saltarme la ducha obligatoria de después de las clases de educación física... ¡Imagínate cómo me sentía! Al final, era tan evidente que no estaba bien que me llevaron a hablar con los psicólogos de la escuela. Recuerdo que en una ocasión me preguntaron abiertamente si era homosexual. Yo les contesté que no con la cara roja y los ojos llorosos de ira: pero ¿qué se habían creído? ¿Cómo se atrevían a meterse en mi intimidad de esa forma? ¡No lo tenía claro ni yo mismo, como para contárselo a ellos! Ahora sé que no actuaban con mala intención y que intentaban ayudarme, pero a veces, cuando todavía eres pequeño y sospechas que tu orientación sexual es distinta de la de la mayoría de la gente que te rodea, pero no lo has asumido por miedo o porque estás confundido, que te lo pregunten a la cara no es la mejor idea. Eso puede hacer que retrocedas y te cierres todavía más en ti mismo. No hay que agobiar a nadie. Todos tenemos derecho a decidir cuál es el momento indicado para aceptarnos tal y como somos.

Si alguna vez has pasado por un problema similar al mío, si se metían contigo por ser gay o lesbiana, por ser demasiado alto o demasiado baja, por llevar aparatos o tener algunos kilos de más..., espero que mis palabras y mi experiencia te sirvan de ayuda. Confía en ti mismo/a y ten por seguro que, después de la tormenta, siempre vuelve a salir el sol. Si por el contrario eres una de esas personas que se burlan de aquellos que son diferentes, piensa que, a veces, la línea que separa una broma de un insulto puede ser muy distinta para quien la hace que para quien los recibe. Incluso si para ti se trata de algo sin importancia y no lo haces con mala intención.

Lo he dicho antes y lo digo de nuevo: no se puede vivir con miedo.

imagen