A modo de introducción
ESTA COLECCIÓN DE MIS PUBLICACIONES INCLUYE VARIOS períodos de mi vida reflexiva que quiero evocar en esta introducción general, y a los que me referiré llamándolos “momentos reflexivos fundamentales”.
Primer momento: mi infancia y mi relación con mi madre Olga Romesín, quien de pequeña pasó varios años como niña quechua en el altiplano boliviano absorbiendo su cosmovisión. Y, después, viví la tuberculosis y la amenaza de morir… y la validez para mí de la pregunta ¿qué es el vivir que muere?
Segundo momento: siendo estudiante de Medicina enfrentarme a la pregunta sobre el determinismo estructural. Y, a la vez, mi relación reflexiva con María Montañez, con quien conversaba sobre estos temas ya que era compañera de estudios en Medicina y, después, fue mi esposa. Comienzo de mi trabajo experimental sobre el aprendizaje, e inicio de mis preguntas sobre el suceder biológico del vivir.
Tercer momento: docencia en la Universidad de Chile con alumnos de Medicina, y el descubrimiento de que el conocer ocurre como un hacer adecuado y oportuno en coordinaciones conductuales de nuestro vivir y convivir.
Cuarto momento: encuentro con Ximena Dávila Yáñez (1997), y visión de lo humano y del dolor cultural. Invitación epistemológica de Ximena, la que nos lleva a trabajar juntos bajo su inspiración en la comprensión de la persona y su vivir y convivir cultural, y que yo no tenía como central en mi mirar solamente biológico. Así surge lo que hoy llamamos “biología cultural”.
Detalles de estos cuatro momentos :
Primer momento: viví en mi infancia dos muertes que me conmovieron y dolieron profundamente cuando solo tenía seis años (1934): las de mi gatito y de mi tío Alfonso. Mi gatito murió en casa y lo vi muerto. Mi tío murió en otra ciudad, lloré mucho y no quería creerlo. Fue entonces cuando comencé a preguntarme: ¿qué es el morir? ¿Qué es lo vivo que muere? Preguntas que han estado presentes en mi sensorialidad hasta ahora, que tengo la respuesta, pasando por la religión y la mística, hasta la biología-cultural.
Segundo momento: como estudiante de Medicina y de Biología me di cuenta de que somos sistemas moleculares y que, como tales, existimos como entes determinados en nuestra estructura (1950-1953). Por esto, lo que nos parece y sentimos externo a nosotros no puede decirnos nada sobre sí mismo, de modo que nuestra coherencia operacional con el medio que nos hace posibles y nos contiene, es el continuo resultar de nuestro devenir evolutivo.
La experiencia fundamental ocurrió en una conversación que tuvimos con mi compañera María Montañez después de una clase sobre la síntesis del ácido úrico. Esta síntesis ocurre en el encuentro simultáneo de tres moléculas de urea, cuando nos dimos cuenta de que en el determinismo estructural solo ocurre lo que puede ocurrir: todo ocurre con probabilidad uno... y nada es azaroso en sí.
En este período también descubrí que lo que se distingue en el aprendizaje son configuraciones generales y no situaciones particulares.
Tercer momento: en mi trabajo experimental en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile descubrí que, como entes discretos, los seres vivos éramos redes de producciones de elementos que se producían continuamente a sí mismas (1963-1964). Y me di cuenta de que si lo externo no podía decirnos nada de sí mismo, tenía que replantearme la pregunta por lo que conocemos y cuestionarme por “¿qué es el conocer?”.
La otra pregunta que entonces me aparece como central es por el lenguaje: ¿qué es el lenguaje? En estas reflexiones comprendí que todo sustantivo oculta un verbo que siempre implica un hacer, y que el lenguaje es un convivir en coordinaciones recursivas de haceres y emociones.
Y comencé a hablar de “lenguajear” refiriéndome al fluir de la coordinación de haceres y emociones que un observador evoca cuando distingue un fluir en coordinaciones, de coordinaciones, de coordinaciones conductuales consensuales (1966-1975). Al presente esto no ha cambiado, sino que se ha enriquecido como ustedes lo pueden comprobar en las lecturas posteriores al año 2000.
Cuarto momento: cuando me encontré con mi colega Ximena Dávila en 1997 yo veía que todo lo que nos sucedía en nuestro vivir ocurría como un suceder meramente biológico.
No por decir esto estoy disminuyendo la importancia que tiene el entender la clase de seres que somos los “seres vivos”, y de cómo operamos como tales. Entender nuestro hacer biológico es la base fundamental que nos posibilita entender el convivir humano.
En una de nuestras primeras conversaciones, Ximena me dijo profundamente conmovida: “Doctor, he hecho un descubrimiento que tiene que ver con el dolor, con el sufrimiento humano, con el mal-estar en esta sociedad en la que vivimos y que hemos construido nosotros mismos. Es hacerse y hacernos una pregunta que siento que no es inédita que nadie nunca se la haya hecho. Por ejemplo, lo que Jesús dijo en la cruz: `Perdónalos señor, porque no saben lo que hacen´. Y, quinientos años antes, tenemos el impacto de Siddhartha cuando sale del palacio y se da cuenta de que hay pobreza, enfermedad, vejez y muerte. Vuelve al palacio conmovido y se despide de sus seres queridos, pues decide salir a entender cómo liberarse de esos dolores. Así, se transforma en el Buda que nos habla de que `hay dolor, y la liberación del dolor surge con el desapego, cuando uno se da cuenta de que en su ignorancia valida algo que, a la vez, le produce placer y dolor´.
Si esa es una experiencia tan antigua en la historia humana, está claro que debe tener plena vigencia hoy, y me preguntaba `¿dónde nos duele el vivir?´, `¿por qué nos duele el vivir?´, `¿por qué seguimos resolviendo los problemas humanos en la lucha, en la guerra que causa más dolor?´.
Yo converso con las personas, y digo siempre que mi trabajo es un oficio: el conversar como mujer en este presente histórico. En este oficio, lo primero es disponerse a escuchar y sentir a las personas que te preguntan, desde algún mal-estar, cómo salir de allí. Ellas buscan ayuda y a veces —sin darse cuenta, es decir, de manera inconsciente— `les cae la ficha´ y hacen conscientes los dolores del pasado, que siempre son dolores del presente. Las personas me van mostrando a través de sus gestos, de su postura corporal, del lenguaje que ocupan, que el dolor por el que piden ayuda relacional es siempre de origen cultural.
Desde ese conversar, también puedo distinguir que las personas inconscientemente van revelando la salida de ese dolor, de ese sufrimiento, y este es el apego al dolor, que ha pasado a ser parte `natural´ de su historia, desde su infancia, en su convivir cotidiano. Los dichos nos revelan con claridad y agudeza esta trama cultural: `Niña, la letra con sangre entra´, `si no te esfuerzas no vas a llegar a ninguna parte´.
También me di cuenta de que este dolor del cuerpo y del alma que ha echado raíces en cada persona comienza a desvanecerse cuando se hacen conscientes de que han vivido y convivido con falta de respeto por sí mismas; y que restaurar ese respeto es alcanzar la salud emocional y psíquica con la recuperación de la autonomía reflexiva y de acción.
Esto no es ni más ni menos que el recuperar el `amarse a sí mismas´ en el dejarse aparecer, en descubrir que no tienen que disculparse por ser sí mismas.
Y así, en este danzar juntos en el conversar, puedo observar cómo las personas se van transformando en su postura, sus sentires íntimos y emociones, su color de piel, el brillo de sus ojos, y tímidamente emerge una sonrisa, la alegría y la conmoción que trae el sentirse libres. En esta danza compartida, ambos nos transformamos al finalizar y yo ya no soy la misma. Esto ocurre solo si se acepta la invitación reflexiva y si se la desea” .
Al escucharla, tuve mi cuarto momento reflexivo fundamental que llamé, por su potencia, “remezón reflexivo”. Con lo que ella me mostraba me di cuenta de algo que yo no había visto ni habría comprendido antes: que existimos como personas que viven en armonía psíquica y fisiológica solo en un ámbito humano en el que se quiere convivir en la honestidad del respeto por sí mismas como el fundamento del bien-estar en el mutuo respeto.
En este prefacio general, puedo decir que todo lo que he hecho desde 1998 ha sido junto a mi colega Ximena, y es producto de un conversar reflexivo en la profundización de la comprensión de nuestro vivir y convivir como personas biológico-culturales. Y lo hemos hecho tanto solos como en la compañía presencial de colaboradores y colaboradoras, de alumnos y alumnas que han confiado en nosotros tomando nuestros cursos, certificaciones, seminarios y diplomados. Ellos también han sido y serán una fuente de inspiración.
Mi comprensión de nuestro vivir y convivir humano, y de los mundos que aparecen con nuestro vivirlos, solo ocurre plenamente en estos últimos veinte años al comprender nuestro vivir biológico-cultural en el entrejuego del conversar reflexivo.