
EL PRIMER CONTACTO
1
Cascada Queltehue, Cajón del Maipo.
Sábado 7 enero, 1998.
23.01
—Por encima del cerro, debajo de la Cruz del Sur, ¿lo ves? Hacia allá.
—No…
—Pero, ¿cómo no lo ves? Es enorme, de unos veinte metros, como un avión, cambia de forma y de colores. Es un plato y, ahora, un triángulo. Tiene tres luces rojas en la parte inferior... Más bien son anaranjadas. ¿De verdad, Francisco, no lo ves?
—No, no veo nada… Solo estrellas. ¿Ustedes ven algo? —miré a los que me acompañaban.
—¡Sí, ahí está la nave! —me contestan las otras diez personas presentes en una explanada dos kilómetros al sur del salto Queltehue, a hora y media del centro de Santiago de Chile.
—¡¡¡Hay una más grande!!! —grita con entusiasmo una de las mujeres del grupo, Paulina—. ¡Es una nave nodriza!
Paulina es psicóloga y también música. Trabaja en varios colegios del sector oriente de la capital y desde hace seis años forma parte de FUPEC, la Fundación Universal para el Encuentro Cósmico. Un grupo interdisciplinario que se junta para hablar de ovnis y extraterrestres y para organizar jornadas de «encuentros cercanos» en la zona del Cajón del Maipo.
—¿Hasta qué tipo de Encuentro Cercano han llegado? —les pregunté camino a Queltehue.
—Primer y Segundo tipo, solo los maestros han vivido Encuentros Cercanos del Tercer Tipo.
—¿Maestros como Patricio? —recuerdo que pregunté.
—Todo a su debido tiempo —me respondió el conductor de una de las tres camionetas en las que subimos hacia el nacimiento del río más importante de la región metropolitana.
La idea de Encuentros Cercanos —así con mayúsculas—, no fue inventada por Steven Spielberg para la película del mismo nombre, sino por el astrónomo y doctor en física Josef Allen Hynek (1910-86) de la Universidad de Chicago. Hynek, que fue asesor de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos en materia ovni desde 1947 con el proyecto Signo hasta 1969 con el proyecto Libro Azul, tipificó en tres tipos los avistamientos de objetos inusuales en el cielo: Encuentro cercano del primer tipo, que es avistar una nave desconocida en un área no mayor a los 150 metros; Encuentro cercano del segundo tipo, registro con pruebas de un aterrizaje “alienígena”; y Encuentro cercano del tercer tipo, contacto real con los tripulantes del ovni.
FUPEC fue mi primer contacto con el mundo de la ufología, los conocí a los 13 años y perdí vínculo con ellos a medida que fui creciendo y otros intereses fueron llenando mis distintos vasos. El reencuentro sucedió de manera casi obligada, un encargo periodístico, la obsesión de un par de editores. Y ahí estaba, un sábado por la noche del caluroso marzo de 1998, buscando tener un Encuentro Cercano de algún tipo…
—Por allá, Francisco —insistía Patricio—. Ahora acaba de materializarse una nave nodriza en forma de puro, como un cilindro…
—¿Materializarse?
—Saltó desde su dimensión.
Pensé en Robotech y la idea de la transposición, pero no dije nada.
—Debe medir unos 300 metros de largo, es más grande que un barco —comentó otro.
—No veo nada, ¿cuántas naves hay?
—Dos, la nave nodriza en forma de puro y el otro objeto…
—El que cambia de forma.
—Sí, el que cambia de forma, ahora es una pirámide hermosa.
Debe ser un F-117, pienso, recordando que, por más de veinte años, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos disfrazaba su avión invisible en forma de diamante, el Lockheed F-117, como un ovni en forma piramidal. Les funcionó. Así volaron sobre todo el mundo, incluso en Chile.
—No veo nada —y era verdad, no veía nada, solo estrellas.
Paulina se acercó, me tomó la cabeza y me hizo mirar hacia el oriente, en dirección a los macizos de Lo Valdés.
—¿Ahora puedes verlos?
Entonces los vi.
—Sí, ahora sí.
2
En junio de 2018 fui invitado a presentar la novela El Fuego Invisible de Javier Sierra, obra ganadora del Premio Planeta 2017. Durante la conversación, realizada en el museo MAVI de Santiago de Chile, le hice la siguiente pregunta al autor y novelista español.
—Javier, en El Fuego Invisible, la presencia del Grial se une con el acto creativo, el ardor interior que nos hace dar forma a una idea. Ya leímos tu «Fuego Invisible», me gustaría saber, ¿cuál fue tu fuego inicial?
—Pues Francisco, te responderé con una sola frase. En el principio estuvieron los ovnis.
Entendí perfectamente a qué se refería. También Gonzalo Martínez, coautor de Mocha Dick, con quien estaba aquella noche: «Tiene razón, en un principio estuvieron los ovnis».
Y en mi caso particular la culpa de ese inicio es de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, una de las tres películas más importantes de mi vida. Las otras dos son Moby Dick de John Huston y El Imperio Contraataca.
Mientras Moby Dick la vi en televisión, en Tardes de Cine, ese espacio de películas antiguas que TVN programaba de lunes a viernes a media tarde; las otras dos las vi en el viejo cine de Victoria, ubicado a un costado de la Plaza de Armas y del aún existente Hotel Rucapulco. El cine de Victoria se especializaba en programas dobles proyectados en rotativo.
No era la versión original de 1977 de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, sino la Edición especial de 1980, que extendía el final mostrando el interior del ovni además de añadir la secuencia del barco Cotopaxi y por supuesto una de mis escenas favoritas de la pantalla de cualquier tamaño, la de la sombra que atraviesa la noche. El filme de Spielberg me aterró, me maravilló, me fascinó, me transportó y a la larga se transformó en una pieza clave del armable Lego que soy. Si me perdiera en una isla desierta y me ofrecieran la oportunidad de llevar un solo filme, llevaría una copia de Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Puedo verla todos los días sin aburrirme, es más, creo que la he visto más de mil veces. Es parte de mi ritual de Semana Santa, mi filme religioso por excelencia, la búsqueda personal de un dios musical y luminoso que baja de las estrellas.
¿Hay línea más hermosa en la historia del cine que «El sol bajó anoche y me cantó»? No lo creo.
Existen cosas que uno aprende de niño y nunca se olvidan, como los nombres de los dinosaurios o los poderes de los dioses de la mitología griega. El escritor Neil Gaiman escribe en La vista desde las últimas filas que puedes olvidar la formación y las estadísticas de determinados años de tu club de fútbol favorito, pero jamás las diferencias entre un Albertosaurio y un T-Rex. O superar el trauma cuando supiste que el Brontosaurio no existía, sino se trataba de un diplodócido llamado Apatosaurio, nombre por supuesto harto menos épico que Brontosaurio. Pasa. Yo añado a esa lista los platillos voladores. Aún, a mis 46 años, puedo identificar los nombres y fechas de las fotos más famosas de objetos voladores supuestamente alienígenas. Y sé los nombres de todos los involucrados en el caso Roswell.
Crecí siendo un nerd de los ovnis. Recortaba noticias que aparecían en los diarios, dibujaba especies distintas de alienígenas y a temprana edad comencé a juntar y a coleccionar libros de platillos voladores, desde los suplementos que aparecían con los diarios La Tercera y la Cuarta, hasta libros de Erich Von Daniken y J. J. Benítez que mi madre me conseguía en las librerías Universitaria y Universidad de la Frontera de Temuco. Por ahí aún guardo mis copias infantiles de El oro de los dioses y Encuentro en montaña roja, también la de El Triángulo de las Bermudas de Charles Berlitz, que nunca regresé a mi amigo Pablo Fellmer. Entonces quería ser ufólogo, porque pensaba que la ufología era una ciencia seria, como la astronomía o la biología marina, culpa de la revista Mampato que en sus reportajes sobre ovnis aseguraba que los platillos voladores eran estudiados por los hombres de ciencia de la NASA. Nada más alejado de la realidad, nada más adecuado para la formación intelectual de un adolescente nerd, tímido, malo para la pelota y los deportes y con demasiado tiempo libre en un pueblo en el corazón de la nada en mitad de la década más compleja de la historia reciente de Chile. Buscar ovnis era de alguna manera buscar un lugar en el mundo. Bajo la superficie, al otro lado del espejo, no se trataba de extraterrestres, aunque tardaría mucho tiempo en entenderlo.
Y sí, estudié periodismo como una manera de dedicarme a la ufología, porque mi admirado J. J. Benítez era periodista. También para escribir guiones de comics. He escrito comics y novelas, me faltaba regresar a la ufología. O aceptar que nunca se había ido.
Cuando uno crece, busca grupos de pertenencia. Yo encontré dos. MUFON Chile y FUPEC. De MUFON Chile y Jorge Anfruns hablaré en otro capítulo, lo que corresponde ahora es FUPEC y mi experiencia con los contactistas.
Mediados de 1987. tengo 13 años y en un especial del diario La Tercera encuentro un reportaje a un grupo llamado FUPEC, siglas de la Fundación Universal para el Encuentro Cósmico. En Mundo Espacial, el legendario espacio diario que cada noche conducía Patricio Varela en Radio Portales, también hablaban de ellos y José Alfredo “Pollo” Fuentes los había entrevistado en Éxito, programa que en Victoria recién estábamos viendo, ya que Canal 13 no llevaba ni un año sintonizándose en la Araucanía. Los FUPEC hablaban de ovnis, de distintas razas, de Encuentros Cercanos y de la necesidad de coordinar las relaciones humanas con alienígenas benignos para enfrentar a seres grises y hostiles que también habían llegado a nuestro planeta. En el reportaje de La Tercera dejaban un teléfono y una dirección postal para contactarlos. Tomé una hoja de oficio, la puse dentro del carro de la Olivetti Lettera 35 de mi abuelo y les escribí manifestando mi interés de cooperar con ellos. A los 13 años, uno se entusiasma con eso de participar en una guerra alienígena entre extraterrestres buenos y extraterrestres malignos.
¿Todo tiene que ver con Star Wars, no?
Debe haber pasado una semana cuando recibí respuesta. Era un tal Arturo y en su misiva me trataba de “hermanito Ortega” y me pedía mi teléfono para coordinar un encuentro. En mi casa no había teléfono así que no se lo di. Tampoco le respondí, me dio miedo eso de hermanito Ortega. Además ya tenía mucho con los hermanos de la Iglesia. En aquellos años yo participaba en los grupos juveniles de la Primera Iglesia Alianza Cristiana y Misionera de Victoria, una congregación evangélica de la que mi abuelo Víctor era Hermano Anciano (algo así como Diácono) y miembro de los Caballeros Gedeones (los Masones evangélicos). Mi abuela y mi mamá tocaban el armonio en las reuniones y dirigían el coro. Otro sitio en el cual yo no encajaba mucho, pero iba por obligación/tradición familiar. Hacía rato que los libros y los comics me interesaban harto más que la Biblia y mi gusto por el rock y el cine no conjugaban mucho con los mandatos evangélicos. Además para entonces yo solo veía extraterrestres en los libros del Antiguo Testamento, sobre todo en los primeros versículos de Ezequiel, y eso que no había leído el clásico ¿Fue Jehová un Cosmonauta? de Ricardo Santander Batalla. Estoy bastante seguro que fueron los ovnis los que me alejaron de la Iglesia, más que Pink Floyd o Star Wars. Mientras algunos pasan la vida buscando un Dios colgado de un madero en forma de cruz, yo buscaba dioses que viajaran por el espacio en naves en forma de platillo, como el Jesús de Caballo de Troya de J. J. Benítez. La ufología fue mi personal rebelión punk.
Nunca le respondí al tal Arturo y jamás volví a saber de él. Sí mantuve contacto con FUPEC por algunos años. Seis meses después de la primera carta recibí una encomienda. Un tal Maestro Alberto, argentino de Capilla del Monte, Córdoba, me daba la bienvenida y me enviaba de regalo cinco ejemplares del folletín que publicaba bimensualmente la Fundación, unas revistas en blanco y negro, fotocopiadas y pegadas con corchetes. Si quería seguir recibiéndolas debía enviar un cheque a una casilla de Santiago por 20 mil pesos. Nunca lo hice, a pesar de su insistencia. A su favor debo decir que el tal Maestro Alberto jamás supo que yo tenía 13 años y era solo un niño que cursaba el octavo año C en la escuela E-209 de Victoria.
No mandé los 20 mil pesos, pero sí seguí en contacto con FUPEC al menos por un par de años, cuando encontré que MUFON era una alternativa más seria. Durante ese tiempo, recibía por cartas, historias de todo tipo de personas de Chile y Argentina que estaban en contacto con seres a los que el Maestro Alberto llamaba Hermanos Mayores, nuestros guías espirituales, nuestros ángeles de la guarda intergalácticos.
Uno de mis últimos contactos con FUPEC fue en mayo de 1987, cuando el Maestro Alberto me invitó a conversar con la Maestra Lucía, una contactada que hacía una gira por Chile y que iba a estar en julio de ese año en el aula magna de la Universidad Católica de Temuco hablando del plan cósmico de los Hermanos Mayores. Como yo era miembro de FUPEC no iba a tener que pagar para entrar, solo decir que el Maestro Alberto me había invitado. En absoluto en mi casa no tenían idea de esta historia. Imagino que a la distancia a mis padres no les haría mucha gracia que su hijo de 14 años viajara a Temuco, un viernes en la tarde a reunirse con gente mayor a la que había conocido por carta. Debo haber inventado que iba a Temuco a ver una película, porque no me dijeron nada, ni hicieron preguntas. En esos años, los padres nunca hacían tantas preguntas. Ventajas de vivir en la burbuja de un pueblo sureño en los 80, como sacado de Stranger Things.
3
El Maestro Alberto nunca llegó a Temuco. Sí la Maestra Lucía. Me acuerdo que no había mucha gente en el aula magna. Llovía como llovía antes en Temuco y supuse que como era viernes la mayoría de la gente se había guardado temprano. Eso era preferible a la idea –bastante lógica– de que a nadie le importaba escuchar acerca de nuestros hermanos mayores. Los presentes no eran más de veinte y salvo el hijo de una señora yo era el más joven en esa aula magna demasiado vacía y demasiado grande.
Nos pidieron que nos acercáramos.
La maestra Lucía habló sentada en medio del escenario, sin apoyo de proyecciones ni diapositivas. Nadie la entrevistó, salvo una persona de extensión cultural de la Casa de Estudios que se limitó a presentarla, darle la bienvenida y pedirnos que la aplaudiéramos. Fue un aplauso bien triste.
«La primera vez que tuve contacto con los Hermanos Mayores yo tenía 12 años y vivía con mis abuelos en el valle del Elqui, en el pueblito de El Molle», comenzó la Maestra Lucía, que con la distancia me parece una ensalada de lugares comunes, desde su proveniencia en el valle más cósmico de Chile hasta su nombre, Lucía, portadora de luz y sabiduría además de ser tocaya de la gran profeta-poetisa del Elqui, Lucía-Gabriela. Como sea, ese viernes de 1987, la Maestra Lucía se convirtió en la primera contactada que conocí en mi vida.
«El valle del Elqui es el nuevo Sinaí», aseguraba la Maestra Lucía. «La montaña energética donde Dios bajó a hablar con los hombres se trasladó y ahora está en el Valle, donde los Hermanos Mayores entregarán sus nuevos mandamientos».
Según ella, los Hermanos Mayores provenían de múltiples mundos, aunque su planeta natal orbitaba una de las estrellas de la constelación de Sirio. Sin embargo, los que nos visitaban operaban desde una estación en la luna Ganímedes de Júpiter, desde donde viajaban a la Tierra a través de portales o en naves de energía, que no eran otra cosa que los mismos carros de fuego descritos en la Biblia. Porque por supuesto los extraterrestres eran la encarnación contemporánea de los ángeles y arcángeles del libro sagrado de la fe cristiana.
«El Arcángel Gabriel fue el primero que me visitó. Es alto y rubio, con largos cabellos como oro, la piel blanca y casi transparente. Viste de blanco, con un traje parecido al de un astronauta y con una mochila con cohetes en la espalda. Estos cohetes no son como los de la Tierra, sino que despiden energía, envolviendo el cuerpo entero de Gabriel en un halo amarillo brillante, con destellos que se prolongan hacia los lados por encima de los hombros». Fue ahí cuando la Maestra Lucía nos explicó que por eso los antiguos veían a los Ángeles y Arcángeles con túnicas resplandecientes y alas en la espalda.
«La primera vez que los vi, bajaron en un carro de luz, en forma de plato volador. Después lo hacían teleportándose a través de tubos de luz». Del resto de la charla recuerdo que habló del mensaje de paz, que iban a seguir apareciéndose y buscando profetas, preparando a la humanidad para el gran encuentro que iba a suceder antes del año 2005. Según la Maestra Lucía la mayor cantidad de alienígenas nórdicos que solían avistarse en nuestro país y en Argentina eran en realidad estos Hermanos Mayores que por miles de años hemos visto como seres divinos, cuando solo están en una escala superior, apenas un poco por sobre nosotros. Nuestro destino era convertirnos en ellos, ser ángeles.
Ahí comenzó mi divorcio con FUPEC. No había nada de búsqueda «científica» en el grupo, algo que venía sospechando desde la primera carta pero que en esa charla confirmé. En simple, no había en ellos el espíritu del personaje de Francois Truffaut en Encuentros cercanos del tercer tipo, sino que estaban más cerca de aquel personaje evangélico de la película, que silbaba himnos cristianos mientras esperaba el paso de los discos voladores. Y para entonces, yo no quería más evangélicos en mi vida, por mucho que ambas congregaciones creyeran en seres de otros mundos.
Creo que lo único que realmente me interesó de la charla de la Maestra Lucía era lo referente a la guerra invisible que venía desarrollándose en nuestro mundo desde 1954. Según ella, ese año el gobierno de los Estados Unidos había pactado con una raza de seres reptilianos provenientes de dos mundos, Zeta Retículi y Draco, planetas que orbitaban estrellas del sistema Epsilon Eridaní distante a poco más de 10 años luz de nuestro mundo.
«El Arcángel Extraterrestre Gabriel me advirtió de este pacto. A cambio de tecnología, el gobierno de Estados Unidos autorizó a los reptilianos a infiltrarse en nuestra especie, además de raptar personas para realizar experimentos genéticos. Uno de estos experimentos fue realizado sobre primates y caninos para crear una nueva especie depredadora, que soltaron en México. Este ser se salió de control, comenzó a infectar a otros animales y creo lo que hoy conocemos como Chupacabras». Lo relevante del tema, es que aún faltaban diez años para que el tema del Chupacabras llegara masivamente a Chile.
La Maestra Lucía hablaba de una guerra invisible. Estados Unidos, Europa y los rusos estaban dominados por esta raza hostil, sin posibilidades de vencer. Habían vendido su alma. Por eso los Hermanos Mayores, el Arcángel Gabriel y sus hermanos escogieron Sudamérica como base de operaciones. El Elqui era el valle del futuro Armagedón, donde los extraterrestres de Sirio enfrentarían a los reptiles de Draco, en una guerra destinada a cambiar para siempre el estatus de nuestro mundo en la federación galáctica. Y Chile y Argentina serían las naciones bendecidas y destinadas a liderar esta cruzada.
Para justificar la veracidad de sus palabras, la Maestra Lucía citó un diálogo entre Ronald Reagan y Mikhail Gorvachov, que de acuerdo a las palabras de la embajadora de FUPEC, demostraba el estado de guerra y temor en el que estaban los gobiernos de Estados Unidos y la entonces Unión Soviética: «Obsesionados por las rivalidades del momento, nos olvidamos muchas veces de todo lo que une a los miembros de la humanidad. Acaso nos hace falta alguna amenaza mundial exterior para tomar conciencia de tal vínculo. Algunas veces pienso que nuestras diferencias desaparecerían rápidamente si debiéramos enfrentarnos con una amenaza extraterrestre. Y, sin embargo, les pregunto. ¿No existe ya entre nosotros una fuerza extraterrestre?», pronunció Reagan en las Naciones Unidas.
«Tal vez necesitamos alguna amenaza externa universal para hacernos reconocer este vínculo común. De vez en cuando pienso qué tan rápido se desvanecerían nuestras diferencias en todo el mundo si nos enfrentamos a una amenaza alienígena de fuera de este mundo», le respondió Gorvachov. En palabras de la Maestra Lucía, confirmación de la horrible verdad que dominaba el Primer Mundo, porque «obviamente no iban a reconocer abiertamente el estado de pavor en el que se encontraban».
La conferencista de FUPEC acabó su charla relatando su propio encuentro con un reptiliano. «Son altos y delgados, de piel gris y cabezas ovaladas con grandes ojos negros. Han venido muchas veces a molestarme por la noche, asustarme por mi vínculo con el Arcángel Gabriel. Pueden mover cosas y convertirse en neblina, como los vampiros. No hablan, pero silban agudamente y en cada silbido insertan pensamientos negativos. Son el dragón, el Satanás de la Biblia y quieren destruirnos y dominarnos. Les advierto a ustedes, hermanitos, que tengan cuidado con los reptilianos, la antigua serpiente persigue a los servidores de la luz como nosotros. Estamos en una guerra sagrada».
Uno de los presentes, un caballero de unos 50 años, levantó la mano y contó acerca de un encuentro con un reptiliano que había tenido hacía un par de años entre Pucón y Villarrica. Según él no era gris, sino negro y tenía los ojos grandes y amarillos. No hablaba y había bajado desde una nave en forma de estrella que se estrelló cerca del volcán Villarrica. De acuerdo a su relato, este ser oscuro y de ojos brillantes había vuelto varias veces a su casa, ubicada en el campo, y se mostraba obsesionado con sus nietos.
La Maestra Lucía le advirtió que tuviese cuidado, ya que los servidores de Draco sentían especial predilección por los niños, a quienes vampirizaban psíquicamente, «que es igual a chupar la sangre, pero a través de la mente». También aprovechó de informar a los presentes que debíamos tener mucho cuidado con el lago Villarrica porque era un lugar pervertido en el cual los extraterrestres reptilianos habían establecido una base subacuática.
Lo último ya lo había escuchado y hacía relación con el mito del Monstruo del Villarrica1. Lo otro y en lo cual la Maestra Lucía no hizo hincapié es que el ser negro con ojos brillantes es otra clase de alienígena chileno que suele aparecerse en el sur de nuestro país y al cual revisaremos algunos capítulos más adelante.
Deben haber sido las 20.30 horas cuando terminé mi relación con FUPEC, o eso creía. En cuarenta y cinco minutos salía el último bus a Victoria, así que no participé de la parte final de la charla. Tampoco tenía ganas. Definitivamente el contactismo no era una rama de la ufología que me interesara, más allá de lo asombroso de algunos testimonios.
4
Once años después. Verano de 1998 y pocos temas periodísticos en el ambiente. Un día miércoles a las 16.30 en las oficinas de suplemento del diario El Mercurio. El hoy periodista deportivo Felipe Bianchi y el hoy escritor de novelas infantiles Esteban Cabezas encabezaban una reunión de pauta de la desaparecida revista Zona de Contacto en su cargo de jefes de suplementos. Hernán Díaz y Gonzalo Maza (quien hoy brilla como guionista, tras ganar el Oscar con Una mujer fantástica) eran los responsables de la publicación y estaban obsesionados con hacer -medio en broma y medio en serio- un especial de ovnis. Ya saben, el verano solía necesitar temas ligeros, extraños, para llenar páginas, eran los 90, era otra era. Importante señalar que también estaba en la reunión un joven crítico de cine llamado Juan Andrés Salfate, la escritora María José Viera-Gallo, el periodista Raúl Márquez y el actual director de radio Concierto Sergio Cancino.
Tuve la idea de contarles mi experiencia adolescente con FUPEC y Gonzalo Maza, en un arranque de creatividad, me apuntó.
—Listo, eres el hombre. Vas a recontactar a FUPEC y participarás con ellos en una sesión de contactismo. Además entrevistarás a Sixto Paz, con quien nos ofrecen una exclusiva—. Entonces Sixto Paz seguía siendo el contactado más célebre del mundo.
—Ok.
Nos dividimos. Sergio Cancino y María José Viera-Gallo se hicieron cargo de ovnis en la cultura popular, desde canciones de los Pixies y Yes hasta Papelucho y el Marciano. Salfate se iba a encargar de ovnis en el cine y teorías de conspiración (fue la primera vez que escribió al respecto y los chilenos ya saben qué pasó después) y yo debía ir por lo más importante del especial, los verdaderos extraterrestres.
Lo primero fue encontrar a FUPEC, lo segundo concertar la cita con Sixto Paz. Lo segundo fue más fácil. FUPEC al parecer ya no existía; quizás el Maestro Alberto y la Maestra Lucía habían huido a las estrellas.
Nos juntamos con Sixto Paz (Lima, 1955) en un departamento en el tercer piso de un edificio de cinco niveles en calle Huelén, a pocos metros de la avenida Providencia. El lugar era la casa de un amigo del escritor, contactista y conferencista peruano y, según me confesó, lo más parecido a un hogar que tenía cada vez que venía a Chile, país que frecuentaba desde fines de la década de los 70, cuando aquí se instaló la segunda filial de Misión Rahma, el grupo esotérico e iniciático que Paz fundó en Perú, tras hacerse famoso por haber hablado con visitantes de otros planetas. Fama que se acrecentó gracias al libro Ovnis, SOS a la Humanidad que en 1975 marcó el debut en librerías de un joven periodista español llamado Juan José Benítez. Aproveché de preguntarle si conocía a FUPEC. Muy amable, Sixto Paz me respondió que solo de oído y que sus fundadores, en Argentina, habían tergiversando el mensaje original de Misión Rahma.
A principios de los 70, Sixto Paz era un profesional limeño común y corriente hasta que un ovni se cruzó en su vida. La nave provenía de Morlen, mundo que los terrestres conocemos como Ganímedes, el satélite más grande del planeta Júpiter. Sus tripulantes dijeron ser nuestros Hermanos Mayores y Paz no solo les creyó, sino que a los pocos meses fundó Rahma, misión destinada a difundir y estudiar los mensajes de Oxalc, líder espiritual y guía de los ganimedianos.
Todo salió bien, en cosa de años Rahma se proyectó internacionalmente y Sixto Paz se hizo tan famoso que debió abandonar su puesto como contador de un importante banco limeño para dedicarse a dar conferencias a lo largo del planeta. Como premio, los Hermanos Mayores le regalaron una especie de boleto-valor y con él se dedicó a viajar adonde ningún hombre lo ha hecho antes.
Estando frente a alguien que se define amigo de E.T., aprovecho de despejar algunas interrogantes que siempre atormentaron mi mente.
—¿Hay extraterrestres gays?2
—No. Ellos creen en un universo de opuestos complementarios, hombre y mujer. Las relaciones homosexuales atentan contra sus principios fundamentales. En su sociedad, el sexo tiene un fin meramente reproductivo, algo imposible en individuos de un mismo sexo.
—¿Y dónde queda el placer?
—En una dimensión incomprensible al entendimiento humano.
—Tipos serios.
—Bastante.
—¿Tienen sentido del humor?
—Sí, pero en una forma extraña, jamás los he visto reírse, son como alemanes. ¿Se entiende la analogía?
—Algo... ¿Qué comen?
—Son vegetarianos.
—¡¡¡¿Hay lechugas en Ganímedes?!!!
—(se ríe). No precisamente lechugas, pero equivalentes.
—¿Cómo son ellos físicamente?
—Parecidos a nosotros. De diferentes estaturas, pero por lo general delgados, con facciones orientales y enfundados en trajes ajustados que solo revelan el rostro y las manos.
—No sufren de obesidad, entonces.
—La obesidad es un problema solo de los humanos de la Tierra, por la mala alimentación que llevamos acá.
—Pensé que eran grises con enormes cabezas.
—Esos son otros, los Zeta Reticulanos, los que llaman Grises o EBEs, siglas en español e inglés de Entidad Biológica Extraterrestre.
—¿Hay más razas de extraterrestres?
—Por supuesto, tal como acá existen diferentes etnias. Hay millones de especies en el universo conocido. Y cerca de tres mil son las que nos visitan.
—¿Y esas tres mil vienen de la Vía Láctea o de otras galaxias?
—La mayoría de la Vía Láctea…
—¿Pero sus amigos son los de Ganímedes?
—En realidad son nativos de sistemas distantes a 500 y 300 años luz de acá, en las constelaciones de Orión y Sirio. Ganímedes es solo una base de operaciones, una colonia.
—Y usted ha ido a Ganímedes.
—Dos veces.
—¿Cómo fue el viaje?
—El primero fue instantáneo, a través de un Xendra...
—Perdón, me perdí. ¿Qué es un Xendra?
—Una puerta interdimensional que conecta nuestro mundo con Ganímedes. Es como viajar sin moverse.
—¿Y la segunda vez?
—En una nave, lo que tu llamarías ovni o platillo volador. Nos encontrábamos con varios miembros de Rahma en el desierto, cuando apareció una nave en forma de disco que me cubrió con un haz de luz oblicuo.
El rayo me elevó del suelo y de pronto aparecí dentro de la nave».
—¿Cómo es un ovni por dentro?
—Amplio, con un gran salón hexagonal coronado por pirámides invertidas. El piso es acolchado y muy suave. Detrás de un panel podían verse tres tripulantes...
—¿Los pilotos?
—No necesariamente. Las naves no requieren pilotos como nuestros aviones, son vehículos que reaccionan cambiando de estructura y de forma como si estuvieran vivos.
—Biomáquinas.
—Buena definición, Francisco.
—Su descripción me recuerda a cómo muestran el interior de un ovni en Encuentros cercanos del tercer tipo…
—Esa película es más realidad que fantasía. Steven Spielberg tuvo acceso a información confidencial del Gobierno de Estados Unidos, como parte de un blanqueamiento de imagen de una organización secreta llamada Magic.
—O Majestic-12.
—Los conoce.
—¿Quién no, señor Paz? Son los malos de los expedientes secretos X. El hombre que fuma es parte de Majestic-12.
—Esa organización existe. Fue creada en 1947 por el presidente Harry S. Truman como un comité formado por doce personalidades del más alto nivel civil y militar de los Estados Unidos, para manejar la llamada Agenda Alien. Su autoridad estuvo y está por encima de la CIA, el NSA o el FBI. Ellos fueron los que recogieron a los extraterrestres de Roswell y pactaron con los Zeta Reticuli.
—¿Pactaron?
—Tecnología a cambio de permitirles experimentar con seres humanos. Todo lo que se ve en la película de Spielberg se basa en lo sucedido en 1954 en la base de Holloman de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
—¿Qué sucedió en 1954 en la base de Holloman?
—El Majestic-12 y su grupo de soldados y científicos organizaron la primera reunión entre los Grises de Zeta Reticuli y el presidente Eisenhower. Las escenas finales de la película, son prácticamente calcadas a lo ocurrido en Holloman. Diez aliens se quedaron en la Tierra, en la base de Dulce, Nuevo México…
—Hubiese imaginado que en el Área-51.
—El Área-51 es en realidad un lugar de pruebas de aviones secretos, no tiene relación con los Grises. Todo el mito alrededor de esta instalación es un distractor. El sitio realmente importante es YY-II, una base militar subterránea en Dulce, Nuevo México.
—Entonces diez aliens se quedaron acá…
—Y diez astronautas norteamericanos fueron llevados a Zeta Reticuli, de donde jamás volvieron…
—Igual que el personaje de Richard Dreyfuss en la película.
—Exactamente.
—¿Por qué la película fue un blanqueamiento…?
—En 1976, el Majestic-12 estaba aterrado. El trato con los Grises no funcionaba como se pensaba. Estaban raptando más personas de las permitidas, mutilando ganado y realizando experimentos genéticos con animales…
—El Chupacabras…
—Exacto. ¿Conoce la historia?
—La escuché hace años en una charla de FUPEC. Un híbrido entre felino y simio hecho con ADN de extraterrestre para crear un arma biológica, una suerte de súper predador que liberaron en México…
—En realidad en Guatemala. El animal resultó más inteligente de lo que los Grises pensaron y rápidamente se reprodujo por todo el continente, cruzándose con gatos, perros e incluso aves rapaces. Además se supo que los Grises también habían pactado con los soviéticos y los chinos y que preparaban una manifestación masiva para el gran público. Con la idea de preparar a las personas para ese evento, a ocurrir supuestamente en 1982, se financió la película de Spielberg, que fue la primera vez que la cultura popular mostró el aspecto verdadero de un Gris.
—Al final nada pasó en 1982.
—Hubo una guerra subterránea y espacial. La alianza secreta de norteamericanos y rusos derrotaron a los Grises y los expulsaron de la Tierra. Para eso fue la Iniciativa de Defensa Estratégica. El precio de esta alianza fue el fin de la administración Reagan y la caída de la Unión Soviética.
—¿El fin del comunismo fue por extraterrestres?
—Sí. A cambio de una estrategia común de defensa contra los Grises hostiles, la Unión Soviética aceptó desaparecer como tal.
—Entonces, las armas terrestres pueden afectar a naves de otros mundos.
—Los misiles atómicos son el arma más poderosa en el universo conocido, la mayoría de las razas los tienen y los ha usado. Acá los tenemos desde 1945 y funcionan contra vehículos extraterrestres. Además en la atmósfera un avión de combate promedio, como un F-15, puede derribar un ovni. Lo han hecho, ha ocurrido.
—Como en La guerra de las galaxias.
—George Lucas es el mejor amigo de Steven Spielberg. Pero por favor, no me gusta hablar de guerra y de seres oscuros, como los Grises y la gente que ha trabajado para ellos.
—Volvamos a su primer viaje en ovni, entonces. ¿Qué recuerda?
—Recuerdo que el techo de la nave se hizo traslúcido y podía verse a través de él.
—¿Y qué vio? ¿Marte y los asteroides pasando rápido?
—No, solo una luz fuerte. Y de pronto estábamos dentro de un ovni gigantesco, una nave nodriza. En ese instante me desmayé. Cuando desperté, me encontraba en Ganímedes. Después me explicaron que fue porque mi cuerpo no estaba preparado para el salto.
—¿Qué salto?
—Lo que ocurre es que el espacio está lleno de túneles a través de los cuales se puede saltar distancias inimaginables en cosa de horas... o minutos. El viaje entre la Tierra y Júpiter duró solo tres horas terrestres.
—¿Cómo es Ganímedes?
—Hay grandes ciudades subterráneas alrededor de su ecuador. En ellas no existen centros comerciales ni nada parecido, porque no los necesitan.
—¿No hay dinero?
—No se necesita dinero, todos son iguales y a nadie le falta nada.
—Socialismo marxismo intergaláctico.
—Se parece de hecho… Hay mucho de socialismo en su forma de vida, pero sin el factor político.
—¿Qué más puede contarnos de Ganímedes?
—El cielo es una noche perenne iluminada por un enorme Júpiter que cubre los tres cuartos de la vista sobre el horizonte. Imagina que la luna fuera mil veces más grande que la Tierra.
—¿Puede decirme algo en extraterrestre? ¿Cómo saludan, por ejemplo?
—Eso es difícil, ya que se comunican con nosotros a través de telepatía, que es el lenguaje universal. En todo caso, una vez los oí hablar en su idioma nativo, dijeron sumar sumaeska methazulsal.
—¿Y eso qué significa?
—Que estamos listos para profundizar el contacto.
Un día después, estaba en las oficinas de El Mercurio, descaseteando la entrevista que acaban de leer. Entré a mi casilla de Mixmail, donde usaba el anacrónico nickname de ozymandias@mixmail.com (sí, por Watchmen) y arriba, en la bandeja de entrada, aparecía como no leído un mensaje remitido por la dirección de FUPEC, a la que había contactado algunos días antes. Me escribía un tal Patricio. Me explicaba que FUPEC ya no existía como organización, al menos no como en 1987. En absoluto se acordaba del Maestro Arturo y la Maestra Gabriela. El primero había regresado a Argentina y la segunda, simplemente desapareció del mapa en algún sitio hacia el interior del valle del Elqui. Pensé que tal vez se había ido con el Arcángel Gabriel en su astronave portentosa. Al final del mensaje, Patricio me indicaba un número telefónico donde podía encontrarlo después de las ocho de la noche. La forma del Chile anterior a la era de los celulares.
Cuando hablamos, Patricio me explicó que desde hacía tres años ya no funcionaban formalmente como FUPEC. Pese a lo anterior seguían juntándose bajo el nombre de la agrupación para ir todos los fines de semana a contactar a los Hermanos Mayores en la zona del Cajón del Maipo.
—Una de las zonas ufológicas más calientes de Chile…
—Eso he escuchado. Entonces FUPEC no existe, pero sigue existiendo.
—Sí, algo por el estilo.
Le pregunté si no les molestaba que los acompañara para un reportaje. Lo convencí con el oportunísimo argumento de alguna vez haber sido «compañeros de secta». Patricio no se negó, de hecho, le pareció una gran idea para difundir las actividades del grupo. Por supuesto me advirtió que no siempre las astronaves acudían a las citas y que muchas de las vigilias terminaban sin ningún avistamiento.
—Esperemos que no sea esta una de esas ocasiones —le dije.
—Hay que tener fe en nuestros Hermanos Mayores.
—De eso depende mi trabajo (me reí, él no).
—Nos reunimos en mi casa una o dos horas antes de subir. Te espero el sábado a las ocho. Esta es mi dirección, anota.
Y me dictó la ubicación de una casa en Ñuñoa, en calle Estrella Solitaria.
5
Cascada Queltehue. Cajón del Maipo
Domingo 8 enero 1998
00.02
Paulina se acercó, me tomó la cabeza y me hizo mirar hacia el oriente, en dirección a los macizos de Lo Valdés.
—¿Ahora puedes verlos?
Entonces los vi.
—Sí, ahora sí —le dije.
Por encima de los picos montañosos una sombra oscureció la noche. Era cilíndrica y alargada, calculé que, de unos quinientos metros de largo por cincuenta de diámetro, similar a un zepelín, pero con formas rectas en lugar de curvas. No hacía ruido y se desplazaba despacio, similar a un cetáceo buceando a pocos metros de la superficie; un monstruo espacial venido de quizás qué esfera celeste. Inesperadamente el objeto, una nave nodriza en forma de puro, comenzó a iluminarse. Pequeños faros de colores formaron armónicos anillos alrededor del fuselaje. Cambiaban de color y parecían comunicarse entre sí en una suerte de código morse ultraterreno. Del amarillo al verde, del verde al anaranjado, del anaranjado al dorado, del rojo al morado; otra vez amarillo y esta vez azul en lugar de verde. Una heterogénea danza de luces, tan maravillosa como aterradora. A medida que aumentaba la intensidad de los focos, estos iban rodeándose de un halo resplandeciente, como una nube flúor, que avanzó de proa a popa cubriendo la eslora completa de la nave, que a esas alturas me resultaba mucho más grande que en la primera impresión. Deduje que en realidad medía más de un kilómetro de alto.
Comenzó a cambiar su posición, levantándose en la vertical, como si fuera un colosal obelisco cubierto ahora por un uniforme capullo de luz amarilla. Mi batería de recuerdos remitió de inmediato a la descripción de la columna de fuego que guió a Moisés y al pueblo hebreo tras el cruce del Mar Rojo, en las páginas del Éxodo. Astronautas del Antiguo Testamento, ya saben, las Santas Escrituras están llenas de apariciones en el cielo y carros de fuego.
Alrededor de la nave nodriza iniciaron sus maniobras vehículos más pequeños. Conté cuatro. Dos aparecieron desde la proa que ahora era la parte inferior del cilindro, mientras las otras surgieron de la popa, ubicada arriba.
El primero de los ovnis era un platillo volador, completamente plano a excepción de una joroba a modo de cúpula que se curvaba sobre el aro central de la máquina. La otra era una pirámide de tres lados en la que cada una de las facetas brillaba en variaciones de amarillo y naranja. Las dos que bailaban encima de la popa eran más bien esferas, aunque era difícil distinguir con claridad por los rápidos cambios de luz y color que funcionaban a manera de metamorfosis, haciendo que desde mi percepción humana los vehículos cambiaran de aspecto, tamaño y estructura. ¿Eran de metal esas naves? ¿Estaban vivas? ¿Eran organismos biológicos, como días antes me había asegurado Sixto Paz? No había respuestas, nunca las hay en el país de Nunca Jamás, solo maravillas.
Miedo y maravillas.
—No ves nada, ¿verdad? —me preguntó la psicóloga Paulina, soltándome la cabeza.
Negué con la cabeza. Nada de lo que acaban de leer sucedió.
—Pasa, a algunos les pasa en el primer contacto —me explicó Patricio.
—Un primer contacto que no es un primer contacto.
—Eso es lo que crees.
Miré al resto de los presentes. Todos estaban con la mirada fija en las estrellas, hablando de las naves de los Hermanos Mayores. Volví a ver hacia lo alto: solo estrellas, no más que estrellas, miles de millones de estrellas. Pensé en el resto de los FUPEC y estuve seguro que tampoco habían visto nada; esa era la gracia de los Contactistas, creer en lugar de ver. En las restas el fenómeno ovni, en todas sus manifestaciones, desde la más esotérica a la más seria, es un fenómeno literario, de pura imaginación desbocada.
—Ya habrá un segundo contacto —me sonrió Paulina, tomándome con cariño de los antebrazos.
Pero no hubo ni segundo, ni tercer, ni cuarto, ni quinto contacto. De hecho no volví a ver ni a Patricio ni a Paulina ni al resto de los FUPEC en mi vida, aunque alguna vez creí encontrarme con Paulina en uno de los pasillos del mall Parque Arauco. Iba de la mano con un niño de ocho años. No me reconoció.
En los restantes años, ya fuera por motivos personales o profesionales me obsesioné con lo misterioso. Escribí de mitos y conspiraciones, inventé túneles secretos bajo Santiago y armé proyectos de TV y radio que no llegaron a ningún puerto, salvo por DEFDM que creamos junto a Jorge Baradit y a La Ruta Secreta que ahora pueden escuchar por EmisorPodcasting.cl, en la plataforma de radios de Canal 13.
He viajado al norte y al sur buscando ovnis. Pasé algunas noches en la costa chilota, me perdí en el desierto, volví a subir varias veces al Cajón del Maipo. También pasé la noche en casas supuestamente embrujadas y recorrí cementerios malditos; incluso pagué más de lo confesable por recorrer el lago Ness a bordo del bote de George Edwards, un escocés de Drumnadrochit conocido en su localidad como The Nessie Hunter por ser la persona que más veces ha visto el monstruo. Nunca vi ni sentí nada, a pesar de que la gente que me ha acompañado confesaba escuchar ruidos extraños, divisado sombras o visto estrellas de colores danzantes. Hay teorías, ninguna demasiado confiable, que hablan de que los fenómenos paranormales solo pueden ser vistos por personas que tienen una mente más abierta y menos racional; los que somos demasiado cabeza de planilla Excel jamás vamos a ver un ovni aunque una nave nos aterrice en la terraza. Somos los fomes, los menos espirituales de la especie humana, los que nunca hemos entendido que las respuestas no son más importantes que las preguntas. Algo de eso comprendí tras conversar con George Edward, el “cazador de Nessie”. Lo poco que entendí de su lengua de las Tierras Altas de Escocia se resume en una frase tan simple como categórica. «No sé lo que hay en el lago pero allí hay algo. Lo importante no es si Nessie existe, sino que está ahí, bajo el agua, en el corazón de los que vivimos alrededor del Loch y en personas como usted que vienen de muy lejos a buscarlo».
—Pero usted lo vio, muchas veces, eso dicen en el pueblo.
—Eso dicen en el pueblo —repitió George Edwards, encogiéndose de hombros.
Al final en Zona de Contacto solo fue publicada una versión resumida de la entrevista a Sixto Paz. La aventura con FUPEC fue desestimada por los editores porque al final no había pasado nada y las fotos que tomé eran muy malas. El espacio fue llenado con lo que habían preparado María José Viera-Gallo y Sergio Cancino sobre extraterrestres pop y una columna de Salfate acerca de conspiraciones. De los que participaron en esa revista, solo Juan Andrés había visto ovnis. Por supuesto para saberlo aún faltaban años.
Sixto Paz se enojó con la entrevista, no por el tono humorístico, sino por la foto. Un photoshop tan divertido como irrespetuoso donde le coloreamos la piel verde, ovalamos su cara y le pusimos ojos negros y almendrados. Nunca más quiso hablar conmigo.