Fue uno de los años más raros del siglo XIX, porque no tuvo verano. Se lo llegó a conocer por ese hecho, se lo llamó «El año sin verano»: Europa pasó todo 1816 sin los tan esperados meses de sol, apenas con algún día cálido. Llovía y llovía, y la gente trataba de entretenerse dentro de sus casas como podía.
Claro que no todos los europeos tenían la suerte de Lord Byron y sus amigos, que pasaron el verano gris de 1816 en una mansión suiza llamada Villa Diodati, a orillas del lago Leman, también conocido como el lago Ginebra; agua y bosques, uno de los paisajes más hermosos del mundo. Lord Byron era lo que hoy llamaríamos una persona famosa por lo menos, por supuesto, entre la aristocracia, su ambiente natural. Era el poeta más importante de su país pero vivía exiliado de su Inglaterra natal por escándalos sexuales, porque la gente de su clase creía que estaba loco, porque se rumoreaba que era un hombre cruel y, más grave, porque existía la firme sospecha de que había mantenido relaciones íntimas con su media hermana, Augusta. Las mujeres lo amaban, lo despreciaban, le temían: Byron era un seductor implacable, a pesar de una pequeña deformidad congénita en el pie derecho, que lo hacía renguear apenas. Sin embargo, se las arreglaba para que su forma de caminar pareciera elegante, excéntrica. Ese verano en el exilio decidió invitar a tres de sus mejores amigos para que compartieran con él la magnífica mansión: así llegaron a Villa Diodati la futura escritora Mary Godwin, su novio el poeta Percy Bysshe Shelley, y Claire Clairmont, hermanastra de Mary. El grupo se completaba con John William Polidori, el médico personal de Byron, de apenas veinte años; sin embargo no era el más joven del grupo: Mary Godwin, que pronto sería Mary Shelley, tenía diecisiete.
Ante el encierro y el aburrimiento, el 18 de junio de 1816 los amigos se entregaron a un juego que, con el tiempo, convertiría esa noche de historias de miedo en una de las más famosas de la historia de la literatura, si no la más famosa de todas. Empezaron leyendo los cuentos del libro Fantasmagoriana, una recopilación de historias de aparecidos de origen alemán (aunque ellos leían la traducción francesa: fue un libro exitoso en su tiempo). Después de lecturas en voz alta que los sobresaltaron un buen rato, Byron tuvo una idea: ¿por qué no escribir cada uno un cuento de fantasmas o un cuento de terror? Esa noche, y el resto del tiempo que pasaron en Villa Diodati, apenas pudieron armar borradores mentales. Pero con el tiempo la noche dio sus frutos, aunque los que se tomaron la tarea más en serio fueron los más inesperados. Mary Shelley escribió nada menos que Frankenstein basada en una pesadilla que tuvo en Diodati y en una idea que nació la noche de los cuentos de miedo: publicó la novela dos años después de la propuesta de Byron, en 1818. John William Polidori, por su parte, escribió un cuento corto y sencillo, pero que resultaría igual de importante no solamente para la literatura, sino para la historia del género de terror. Se llamó sencillamente «El Vampiro» y fue el primer cuento de no muertos publicado en lengua inglesa.
¿Por qué el relato es tan importante además de fundacional? Principalmente porque, hasta ese entonces, los vampiros pertenecían al folklore, a las supersticiones pueblerinas: en general los no muertos eran repelentes, verdaderas sanguijuelas de dos patas que se hinchaban con la sangre de la víctima y olían a cadáver. Eran monstruos, muy distintos de los humanos, para nada atractivos, sólo inspiraban miedo. Polidori inventó un vampiro muy diferente. El protagonista de su cuento, Lord Ruthven, es un noble de ojos grises que aparece de la nada en los salones más elegantes de Londres, durante un invierno cruel. Nunca se ríe, tiene una belleza turbia, y las mujeres quedan aturdidas ante su mirada intensa y fría. Polidori deja claro rápidamente que éste es un hombre impiadoso, depravado. En un momento dado, el brutal pero seductor Ruthven decide irse de viaje, y elige como acompañante a un joven caballero, Lord Aubrey. Juntos parten a Italia; en el camino, y especialmente en el tramo griego del recorrido mediterráneo, se revelará la verdadera naturaleza del aristócrata.
Esta imagen, la del noble cruel pero atractivo, es la que se mantiene hasta hoy como la más habitual imagen del vampiro en la literatura y en el cine: es Drácula —la novela homónima de Bram Stoker se publicó en 1897, unos ochenta años después del cuento de Polidori— pero también es el vampiro Lestat de la saga de Anne Rice y hasta Edward Cullen de Crepúsculo. Todos ellos son oscuros seductores, un poco sádicos pero irresistibles; algunos son verdaderos aristócratas (como el conde Drácula), otros tienen el poder y la hermosura que se le reserva a una elite, del tipo que sea.
John Polidori no tenía idea de que estaba inventando el arquetipo del vampiro moderno cuando escribió el cuento. Según consta en su diario, tomó la idea de un relato incompleto que había contado Byron esa noche mítica y que el propio poeta publicaría mucho más tarde como «A Fragment of a Novel». Si se investiga un poco más la historia, se descubren datos mezquinos. «El Vampiro» fue publicado en 1819 en la revista New Monthly con la firma de Lord Byron. Era una trampa de los editores, que querían aprovechar la fama del noble libertino para vender más ejemplares. Byron mandó cartas en las que negaba su autoría, muy enojado, y finalmente se supo que el verdadero creador de «El Vampiro» era Polidori. Pero la influencia de Byron es innegable: el poeta es la inspiración de Lord Ruthven, desde su aspecto físico hasta su seducción diabólica, pasando por las chicas deshonradas que deja por el camino y ese joven acompañante que es testigo de todas sus depravaciones, sin duda un álter ego del propio Polidori. El cuento fue un éxito total: en los siguientes dos años fue traducido al francés, el alemán, el español y el sueco —algo insólito en la época— y fue adaptado como obra de teatro, el equivalente actual de una versión cinematográfica.
Pero Polidori no supo disfrutar de estos buenos momentos. Es posible que sólo quisiera el reconocimiento de su admirado ex paciente, quien por cierto no se lo concedió. Se sabe que Byron no le tenía mucho afecto a su médico personal, aunque todo indica que nunca tuvieron una gran pelea: tan sólo una relación distante. Quizá sea posible pensar en un desarrollo de los acontecimientos más simple: a lo mejor Polidori también quiso aprovechar la fama de su paciente y el hecho de que, en ese momento, los relatos góticos y de fantasmas eran muy populares. Debía saber que podía conseguir más lectores si insinuaba que el poeta, ya conocido como «el hombre más perverso de Europa» era, además, un vampiro. Muchos indicios sugieren, sin embargo, que podía estar resentido por algún motivo que se desconoce hasta el presente. Debía de existir algún problema sin resolver entre ellos —o al menos en la mente de Polidori— porque la elección del nombre Ruthven para el vampiro no era pura imaginación: el médico lo tomó de Glenarvon, la novela autobiográfica de Lady Carolina Lamb, una ex amante de Byron que ocultaba el verdadero nombre de su antiguo compañero de placeres con el seudónimo de… Ruthven Glenarvon. En la novela, este otro Ruthven-Byron también actúa con insoportable crueldad.
Lo cierto es que el mismo Polidori era un joven bastante extraño. No tanto como Byron —eso hubiera sido demasiado— pero sí bastante peculiar. Hijo del rico y culto inmigrante italiano Gaetano Polidori y de la institutriz inglesa Anna Maria Pierce, tuvo tres hermanos y cuatro hermanas (una de ellas, Frances, fue madre del famoso pintor, poeta y fundador de la Hermandad Prerrafaelista Dante Gabriel Rossetti y de la talentosa poeta Christina Rossetti). John William estudió en colegios muy prestigiosos, y cuando se decidió por la carrera de Medicina la terminó en tiempo récord y en la notable Universidad de Edimburgo. Tenía diecinueve años cuando recibió el título de médico con una tesis sobre el sonambulismo y el mesmerismo (vulgarmente, lo que conocemos como sugestión), temas que delataban su temprano interés por las cosas extrañas. En 1816 conoció a Byron por recomendación de un amigo común, y lo acompañó en su exilio suizo, con un sueldo importante pagado por John Murray, editor y protector de Byron. El dinero cubría un pedido especial: que Polidori llevara un diario íntimo de cada día que pasara al lado del célebre poeta. Así, gracias a Polidori, se conservan algunas anécdotas de primera mano acerca de aquella noche en Diodati. Por ejemplo, escribe Polidori en la entrada correspondiente al 18 de junio: «Comencé a contar mi historia de fantasmas después del té. A las doce empezamos a hablar realmente de lo espectral. Lord Byron repitió algunos versos de “Christabel” de Coleridge, sobre el pecho de la bruja; y cuando se hizo el silencio, Shelley, de repente, chillando y llevándose las manos a la cabeza, salió del cuarto corriendo con una vela. Se echó agua en la cara y luego le dimos éter. Estaba mirando a la señora Shelley cuando, de pronto, pensó en la historia de una mujer que, le habían contado, tenía ojos en lugar de pezones y que, apoderándose esto de su mente, le sumió en el horror».
Hay que apuntar que tanto los amigos como Polidori consumían láudano, un brebaje que incluía opio y vino; mucha gente lo usaba por motivos médicos, pero no era el caso de los residentes veraniegos de Villa Diodati, que lo usaban de forma recreativa… aunque a veces las visiones convocadas por la droga estaban mucho más cerca de las pesadillas que de cualquier tipo de placer.
En algún momento después de ese verano lluvioso, Polidori y Byron se separaron. Byron continuó con sus viajes por Europa y Polidori, después de un breve paso por Italia, volvió a Inglaterra. Siguió ejerciendo la medicina, pero también intentó dedicarse a la literatura. Salvo «El Vampiro», nada de lo poco que escribió tuvo éxito de crítica o de público. Un poema largo y ambicioso, «La caída de los ángeles», fue ignorado por completo. Según gran parte de los biógrafos, tanto de Byron como de Polidori, el joven médico no podía soportar haber vivido a la sombra del excelso poeta, que lo superaba en casi todos los órdenes de la vida. No soportaba, en fin, tener una existencia común, sin grandes escándalos ni gestos heroicos.
El 24 de agosto de 1821, a los veintiún años, John William Polidori se suicidó, deprimido y atrapado por importantes deudas de juego. Las hipótesis más firmes aseguran que puso fin a su vida envenenándose con cianuro, pero en aquel momento su influyente familia movió los hilos correspondientes y se dictó que la causa de la muerte había sido «natural». Nunca supo que su Lord Ruthven sería el arquetipo del vampiro aristocrático durante dos siglos. Que su sencillo cuento, quizás escrito como una venganza hacia el hombre que admiró y odió secretamente, sería uno de los más influyentes de la literatura inglesa y luego, después de Drácula, de la cultura popular en general. Si hubiera podido ver el futuro, ¿habría cambiado algo en su vida desgraciada? Es imposible contestar la pregunta. Pero es posible acercarse a este relato que tiene más de doscientos años: sin «El Vampiro», probablemente Bram Stoker no hubiera escrito Drácula, y hoy no estarían presentes en nuestras vidas ni Bela Lugosi, ni Lestat y Louis de Entrevista con el vampiro; ni siquiera Buffy, la cazavampiros. Así de enorme puede ser el poder de un cuento escrito por un autor que jamás pudo imaginar que ese caballero de belleza maldita acecharía la imaginación del mundo entero, reinventado y cambiante, pero en esencia siempre el mismo, con su mirada intensa, su palidez de espectro y su risa infernal.
John William Polidori está enterrado en el cementerio de la St. Pancras Old Church de Londres. Su tumba no está marcada.