Introducción
Lo puedo contar

Cuando tenía veinticinco años, mi sistema musculoesquelético empezó a expresar su debilidad con dolores que fueron aumentando progresivamente. Aunque pueda parecer extraño, estoy agradecida a esa circunstancia, pues generó en mí la necesidad constante de investigar y analizar los orígenes reales del dolor. A medida que aumentaban mis conocimientos científicos, la intuición me indicaba que había factores que no aparecían en los métodos clásicos de diagnóstico y tratamiento. El inconformismo, la investigación tenaz y el autoanálisis han sido y son mis mejores escuelas. Mi dolor, en lugar de convertirse en un obstáculo, ha sido la mejor vía para empatizar y entender el dolor ajeno. De esta manera, aprendiendo y conociendo mejor la maquinaria humana, gracias a mis estudios en fisioterapia, osteopatía y reeducación postural, principalmente, he encontrado terapias más efectivas para los pacientes que acuden a mi consulta, probándolas primero en mí misma para conocer realmente sus efectos y resultados. En el presente libro he plasmado toda la experiencia que voy adquiriendo a diario, gracias a los miles de pacientes que he atendido a lo largo de mis veintisiete productivos años de trabajo como profesional de la salud. Personas de todas las edades y con una variada sintomatología, en su mayoría centrada en su sistema musculoesquelético. Al ir ampliando mis conocimientos para detectar el origen real de los dolores, se ha ampliado el espectro y la tipología de los pacientes. Hoy en día, tengo el placer de atender a personas con una ingente variedad de síntomas, problemas físicos y emocionales. Ellas son mi escuela y fuente inagotable de saber.

Nosotros mismos somos los que mejor conocemos nuestro propio cuerpo y, por tanto, los que más y mejor podemos mantener nuestra salud. Aunque hay enfermedades que deben tratarse en el sistema sanitario convencional, la solución a otras muchas dolencias está en nuestra mano. En estas últimas, el problema radica en la desconexión con nuestro mundo interior y en la creencia de que los problemas y las dolencias a las que nos enfrentamos son fruto del azar, es decir, nos afectan «porque nos ha tocado». Esta ausencia de responsabilidad sobre nuestro estado provoca que, antes de buscar el origen en nuestro interior, culpemos de la adversidad a otras personas o a condiciones externas. Vivimos en una cultura que evita el dolor a toda costa, silenciando todos sus síntomas con medicamentos para que no interrumpan el ritmo de vida o la realización de las obligaciones que nos imponemos diariamente. Salvo cuando sean estrictamente necesarios, podemos prescindir de muchos de esos medicamentos si investigamos el origen real de nuestras molestias, con las que nuestro propio cuerpo nos está avisando de que hay algo que debemos cambiar.

Tu cuerpo te habla, ¡escúchalo!

Tenemos un maravilloso cuerpo humano a nuestro cargo, no lo desatendamos ni lo machaquemos pensando que funciona al margen de nosotros. Puedo afirmar de manera rotunda que tu cuerpo te habla, así que empieza a escucharlo y a conocer su idioma. En cuanto perciba e interprete una incoherencia que interfiera en tu supervivencia, te avisará. Empezará por susurros, como pequeñas molestias o pérdidas leves de fuerza o energía. Si no lo atiendes o silencias los síntomas, cada vez su voz será más potente y contundente hasta el punto de provocarte una enfermedad grave o un accidente. Somos más que un conjunto de huesos, músculos, nervios y vísceras, pero, hasta que la información no afecta al cuerpo físico, no actuamos. A nuestro plano físico llegan constantemente muchas informaciones de las que no somos conscientes, señales relacionadas con la sociedad y con todo lo que nos rodea. Podríamos considerarnos una especie de antena o sensor que percibe miles de señales tanto del exterior como del interior y que interpretamos según nuestro propio sistema de creencias. En consecuencia, todos y cada uno de nosotros tenemos «nuestra» realidad.

Tenemos la oportunidad de experimentar con nuestro cuerpo, de sentir, de emocionarnos, y eso nos permite aprender de la vida. Vivir es nuestra gran escuela y cada circunstancia que percibimos como un problema es, al mismo tiempo, una lección. Si aplicamos lo aprendido y hacemos caso de las señales de nuestro cuerpo, somos capaces de reducir nuestro dolor —e incluso lograr que desaparezca para siempre— y conseguir que nuestra salud mejore.

Toda terapia resulta más efectiva si te acompaña y te ayuda a contactar de nuevo con tu interior, a que te escuches y te quieras mejor.

Los caminos fáciles no son favorables para descubrir nuestras cualidades más ingeniosas. Animémonos y no caigamos en la resignación si nuestra vida parece complicada. Caer y salir de las situaciones más adversas, «los infiernos», hará que resurjamos reforzados, con más lecciones aprendidas y con mayor capacidad de querernos y cuidarnos. Si en la aventura de la vida han emergido con virulencia nuestros instintos más bajos, enfrentarlos y aceptar nuestro lado oscuro nos permitirá descubrir nuestro lado más hermoso.

Este libro te ayudará a encontrar las salidas a tus problemas y a poner los remedios más lógicos a nuestra naturaleza humana. Conocer qué está pasando en tu cuerpo te llevará a entenderlo y a aliarte con él para mejorar tu salud de la manera más natural posible.

¡Conócete y cúrate!

PRIMERA PARTE

EL MAGNÍFICO VEHÍCULO HUMANO

1
La eficaz y precisa maquinaria humana

Imagínate que estás descansando en tu salón cuando, de repente, suena el timbre. Abres la puerta y te encuentras con una visita inesperada y desagradable, la enfermedad, que ha llegado hasta ti sin saber muy bien cómo y amenaza con alterar tu tranquilidad. Has intentado echarla sin prestarle atención, pero no solo no lo consigues, sino que la incómoda visita invade tu hogar. Una vez dentro, se esconde en un rincón del desván y al menor descuido te la encuentras sentada en tu sillón esperando ansiosa a que la escuches. Esto es lo que ocurre cuando no atiendes las señales que te envía tu cuerpo. Los síntomas corporales son mensajes directos para ti y, cuando los escuchas, los entiendes y te ocupas de ellos, descubres que eran necesarios. Mi intención es ayudarte a conocer tu propia casa, tu magnífico cuerpo, y a que te adueñes de él.

Cuando un dolor físico o emocional llama a tu puerta, no es por casualidad.

Con sus síntomas a nivel fisiológico, tu cuerpo intenta «despertarte» para que tomes conciencia de que estás pasando algo por alto. Hago mía la frase que seguramente habrás escuchado alguna vez: «No existen enfermedades, sino enfermos». Debemos entonces sumergirnos y bucear en nuestro inconsciente, así como en la infinidad de informaciones que transportan nuestras células y que, en un determinado momento, se despiertan y se activan. En estos espacios de información residen las claves que explican por qué tenemos estructuras más debilitadas o tejidos que se convertirán en los puntos donde se localicen los síntomas. Estos mensajes suelen pasar desapercibidos y, en consecuencia, su siguiente estrategia es la llamada de atención a través del dolor físico, un aviso del que sí nos enteramos. Una vez que conocemos por qué enfermamos, la siguiente pregunta es por qué, ante unas causas similares, cada persona padece la sintomatología y las dolencias con un tinte particular y único.

Toda la amalgama de circunstancias que rodean nuestra vida se incorpora a nuestra maleta de viaje: desde la herencia genética de nuestros padres, las circunstancias del embarazo, nuestra crianza, nuestra educación y los mandatos recibidos desde el entorno hasta los seis o siete años de edad a todos los traumas físicos y/o emocionales sufridos, a lo que se suman las incoherencias en nuestra manera de percibir el mundo y actuar en él. Todas estas circunstancias conformarán el pesado equipaje que, consciente y, sobre todo, inconscientemente, arrastramos.

Cuanto antes seamos conscientes de nuestro exceso de equipaje, antes empezaremos a soltar lastre en nuestra vida, alejando de esta manera los motivos por los cuales la naturaleza nos lleva a enfermar. Voy a proporcionarte las herramientas y los medios para acompañar a esa visita desagradable hacia la puerta, amablemente sacarla de tu casa y recuperar tu calma.

¡Buen viaje a las profundidades del ser humano!

El cuerpo humano funciona como una orquesta de billones de músicos en la que cada intérprete, es decir, cada célula especializada en las diversas y complejas funciones que realiza a diario nuestro organismo, desempeña un papel en la armonía del sonido final. La coordinación y la cooperación existente entre los músicos hacen que la sinfonía de la vida suene en equilibrio con el universo del que forma parte. Así como el cuerpo humano necesita respirar, alimentarse, relacionarse con el exterior y evacuar sus desechos, de la misma manera cada célula necesita respirar, nutrirse, interactuar con el medio que la rodea y eliminar los residuos procedentes del metabolismo celular.

La célula es parte del cuerpo humano; el ser humano, un habitante del planeta; la Tierra, uno de los planetas que componen la Vía Láctea; y esta, una entre los millones de galaxias que pueblan el universo. Cada una de nuestras células es el microcosmos del macrocosmos del universo.

Podríamos decir que somos tierra y agua que se han hecho vivientes tras diversos procesos evolutivos y una especialización de funciones. Desde los seres unicelulares hasta nuestra evolución actual como humanos hay un sinfín de mutaciones y mejoras adaptativas a la vida. Somos átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre, fósforo, calcio y potasio principalmente, con sus electrones girando alrededor de su núcleo atómico formado por neutrones y protones. Pequeñas galaxias en miniatura que, en su constante giro, generan una alternancia de cargas positivas y negativas provocando así que cada átomo emane su onda electromagnética, su propia energía.

La parte material de cada estructura formada por átomos es visible porque la luz se refleja en ella, pero el campo energético escapa a nuestros ojos, sobrepasando nuestros límites materiales y conectándonos sutilmente a nuestro entorno.

Somos energía que interactúa con otras energías.

Los átomos tras unirse formarán moléculas inorgánicas como el agua —el constituyente más abundante en nuestro organismo— u orgánicas como los glúcidos, lípidos y proteínas que son los «ladrillos» básicos de la compleja pero maravillosa maquinaria humana. La unidad principal de vida de la gran catedral humana es la célula.

NUESTROS TRES CEREBROS

Cada una de tus células se comunica con su entorno por medio de su órgano sensitivo principal —la membrana citoplasmática—, respira por unos orgánulos situados en su citoplasma —las mitocondrias, que actúan como fábricas de energía— y guarda cuidadosamente en su interior el núcleo celular, donde residen tus códigos genéticos, ordenados en veintitrés pares de cromosomas.

Podríamos pensar que el núcleo es el cerebro de la célula, pero, tal como demuestran los trabajos del biólogo celular Bruce H. Lipton, en realidad es el órgano mediante el cual la célula se reproduce. Cada vez que una célula quiera replicarse, se hará una copia del código genético situado en el núcleo, pero el verdadero motor y cerebro que determinará las características de cada nueva célula es la membrana que la envuelve. Las células madre, que tienen exactamente los mismos genes y son pluripotenciales, es decir, pueden generar cualquier tipo de célula (muscular, ósea, epitelial, etcétera), se diferenciarán en un tipo u otro según las condiciones del medio que las rodea. Esta información sobre el medio externo es percibida por la membrana celular, que podría verse como un compendio de los órganos de los sentidos de la célula.

El intersticio, el espacio existente entre las células que forman nuestro cuerpo, contiene un fluido, el líquido intersticial, en el que estas flotan. No lo hacen libremente, sino que se mantienen en su lugar correspondiente gracias al andamiaje formado por fibras de tejido conectivo que conectan y mantienen todos los elementos del cuerpo en su ubicación adecuada. El intercambio de sustancias entre la sangre y las células —gracias al cual estas se nutren, oxigenan y limpian— se produce a través de ese líquido intersticial.

Las características del espacio intersticial y sus condiciones fisiológicas son fundamentales para el mantenimiento de la salud celular.

En resumen, el intersticio es el entorno o medio externo de la célula. Al igual que cualquier ser vivo, no es lo mismo que las células reciban los elementos básicos y necesarios para la vida a través de un río contaminado que a través de un manantial puro y cristalino de la montaña. La célula actuará según la información que reciba del medio extracelular a través de su membrana. De la misma manera que el ser humano siente y actúa dependiendo de la información que recibe de su entorno, pudiendo percibir que el entorno nos agrede y nos contamina, o bien que nos enseña y nos enriquece.

Tu actitud ante la vida condicionará tu biología y tu existencia.

Esta comparación es una de las claves para conocer en profundidad el origen de nuestros actos y entender la base del comportamiento ilógico que muchas veces nos acompaña. La célula percibe la información que le llega de su medio externo tal como está, sin filtros. En algunas ocasiones, los receptores de la membrana celular se pueden ver «engañados» por sustancias químicas o tóxicas, similares a otras moléculas, que los «confunden» por sus semejanzas y hacen que varíe la respuesta de la célula. Este es el mecanismo usado por la mayoría de los fármacos. Pero, en el ser humano, el filtro a través del cual vemos el mundo exterior está condicionado por la manera en que el cerebro interpreta las señales procedentes del exterior. Un mismo hecho puede ser percibido por dos personas de manera diferente: una lo puede vivir como algo estimulante para desarrollar su ingenio; la otra puede verse arrastrada a un agujero lleno de sufrimiento. En función de lo que hayamos aprendido desde nuestro inicio en el viaje de la vida, así la disfrutaremos o la sufriremos.

Tu manera de percibir el mundo condiciona tu salud.

Dada la importancia de este espacio intersticial, quiero incidir en la necesidad de cuidar al máximo el entorno que rodea a las células, ya que estas interactúan con él para alimentarse, oxigenarse y limpiarse, determinando así la salud de cada una de ellas y de todo nuestro organismo en general.

Para cuidar el entorno de tus células, gestiona correctamente tu alimentación, tu hidratación y, sobre todo, tus pensamientos y emociones. Si mantienes en correcta armonía tus principales ejes vitales, tendrás mejor salud y serás más feliz. Recuerda que tus pensamientos y sentimientos negativos pueden intoxicar tu organismo más que la alimentación que estés llevando.

Lo que sale por tu boca, derivado de tus pensamientos, te contaminará más que lo que entra por ella.

Las células, nuestra principal unidad de vida, se agrupan en tejidos, que a su vez se organizan en órganos, y estos en aparatos o sistemas: locomotor (muscular y osteoarticular), respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso y reproductor. Gracias a estos sistemas, tu cuerpo es una máquina maravillosa, equilibrada, ordenada y tremendamente eficaz como todo lo que genera la naturaleza.

Toda esta asociación de sistemas necesita un director de orquesta que dé las indicaciones adecuadas para que el movimiento y las directrices corporales se generen en los momentos precisos y con la calidad necesaria, de manera que la vida se desarrolle en armonía. Este experimentado y meticuloso director de orquesta es el sistema nervioso, una inmensa red de «cableado» que conecta cada milímetro de tu cuerpo y manda la información a nuestras células por medio de impulsos eléctricos. De la misma manera, recibe información del estado de nuestro organismo y de las señales que llegan de nuestro entorno a través de nuestros órganos de los sentidos.

La unidad funcional y estructural del sistema nervioso —su célula— es la neurona. Tradicionalmente hacemos una asociación entre neuronas y cerebro como principal motor de nuestro sistema nervioso central y director global de nuestro organismo. En la actualidad, este concepto ha dado un giro brusco al descubrirse la existencia de importantes cantidades de neuronas en otras dos localizaciones corporales. Una de ellas es el llamado «cerebro digestivo», una red extensa de neuronas con la misma capacidad de liberar neurotransmisores, hormonas y moléculas químicas que las que forman el cerebro craneal.

La neurogastroenterología es la joven ciencia médica que estudia los síntomas gastrointestinales que tienen como origen una alteración mental y emocional.

Siempre hemos dado prioridad al cerebro craneal en las órdenes que gestionaban nuestro organismo, incluidos nuestros intestinos. La verdad es que ambos cerebros, el craneal y el intestinal, mantienen una conexión bidireccional y, así, tanto el uno como el otro pueden tomar el mando en las respuestas corporales influyéndose mutuamente. Estoy convencida de que casi todos hemos sentido la urgencia de buscar un inodoro tras una situación estresante o una noticia desagradable sin que esta visita repentina estuviese en nuestro plan voluntario del día.

Lo que es menos conocido es la existencia de neuronas también en nuestro músculo cardiaco. El corazón es el órgano más potente de nuestro cuerpo a nivel eléctrico y magnético, incluso más que el cerebro, con el que también está en continua comunicación.

Pero hemos dado a la mente un papel tan prioritario en nuestra vida que los otros dos «cerebros» han pasado a ser totalmente secundarios, lo que ha empobrecido la calidad de nuestra existencia. Hemos perdido casi por completo dos magníficos guías vitales que nos ayudarían a aprovecharnos de las fuerzas de la naturaleza al conectarnos más a ella.

La dictadura casi total de la mente (cerebro) sobre la intuición (intestino) y los sentimientos puros (corazón) impide que disfrutemos de un equilibrio armónico entre nuestros tres centros neuronales.

RECUPERA TU PODER NATURAL

Guiados por una sociedad en continua aceleración, que coloca su principal atención en desempeñar un papel importante en ella, bien sea de víctima o de verdugo, hemos decidido dar más validez a la interpretación de los mensajes del exterior que realiza nuestra mente que a nuestras intuiciones. Del mismo modo, concedemos prioridad a la vista por ser el sentido que más se puede focalizar en el exterior. Sin embargo, resulta paradójico que, cuando queremos percibir realmente un elemento, tendamos a cerrar los ojos inconscientemente para sentir más desde el interior su esencia. Por ejemplo, cuando escuchamos una melodía, al saborear un alimento, cuando olemos una fragancia o cuando sentimos el suave tacto de una caricia en nuestra piel. Unos momentos esporádicos para sentir, desde el interior de nuestro cuerpo, la cualidad de la sensación apartándonos para ello de toda distracción externa.

El corazón te conecta con tu esencia natural.

Los antiguos egipcios pensaban que los pensamientos deben ser una herramienta a nuestro servicio y no algo que nos domine. El ojo de Horus —un símbolo y amuleto protector— representa los seis órganos de los sentidos que nos permiten percibir la vida. Junto a la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, el pensamiento constituía para ellos uno más de los canales que nos conectan con el exterior. En la actualidad, sin embargo, lo que pensamos se ha convertido en el principal motor de nuestras acciones, hasta el punto de que nos identificamos con ello. Estar inmersos en nuestros pensamientos (o en los de los demás) se ha convertido en nuestro hábitat natural. Si nos guiásemos más por la energía del corazón, tenderíamos a entender las situaciones sin juzgarlas, aceptándolas y aprendiendo de ellas. Nos sentiríamos más en armonía y colaboración con nuestro entorno y no en continua lucha y competición con él.

La mente nos conecta con todo lo recibido de nuestra familia, con nuestra educación y con la sociedad. Nos obliga a actuar, en la mayoría de los casos, según las informaciones recibidas desde la infancia. Continuamente se encuentra pensando, analizando, concretando ideas y explicando nuevas circunstancias. El corazón, sin embargo, simplemente los acepta. Aceptando lo que nos acontece, sin juzgarlo inmediatamente, es más fácil que conectemos con la esencia de lo que estamos descubriendo, llegando a conocerlo mejor, sin desear ni esperar que sea otra cosa. Las enseñanzas recibidas en nuestra cultura occidental por la religión cristiana ya nos orientaban a priorizar al corazón —su alegría, amor y aceptación— para que fuese el guía de nuestras vidas. Es evidente que las instituciones religiosas con sus dogmas férreos han podido corromper el sentido de ciertos contenidos, pero la esencia permanece intacta. Estos legados poseen mensajes importantes de los que se pueden extraer enseñanzas y experiencias espirituales sabias y poderosas. La dirección preferente del corazón, que conecta con la más potente de las energías —el amor—, en sintonía con la mente y las intuiciones, es la clave para una existencia productiva, pacífica y armoniosa. Si optas por la percepción del mundo a través de tus pensamientos, tu vida se convertirá en la consecuencia directa de lo que pienses.

Conjuga los potenciales de tu corazón, de tu mente y de tu intestino —sentimientos puros, pensamientos e intuiciones— y romperás muchas barreras en todos los ámbitos de tu vida, incluida la salud.

Antes del Big Bang del universo originario, todo formaba una unidad. Tu cuerpo nació de la unión de dos células sexuales en las que todo estaba en potencia, a punto de desarrollarse. Los experimentos científicos demuestran que dos partículas que han estado unidas reaccionan al unísono cuando se interacciona solo con una de ellas, tanto si están en habitaciones contiguas o a cientos de kilómetros. Por tanto, existe una unión entre todas nuestras células, de la misma manera que estamos entrelazados con todo el universo. Nuestras acciones y pensamientos interactúan con esa red nerviosa inmensa, igual que esta actúa sobre nosotros. Somos responsables del estado de esa red nerviosa universal que no solo nos rodea, sino que también nos atraviesa, actuando en cada persona.

Ahora que ya conoces algunos conceptos básicos del funcionamiento del magnífico vehículo humano, te invito a que nos adentremos en los motivos por los cuales enfermamos.

¡Otra manera de ver la enfermedad empieza a aparecer ante tus ojos!

2
¿Por qué enfermamos?

Los tres directores de orquesta del cuerpo humano —corazón, cerebro e intestino— se encargan de mantener, compensar y corregir cualquier pequeño o gran fallo que pueda amenazar la armonía y el equilibrio dentro de la orquesta. Vamos a analizar por qué esta gran agrupación musical puede ir perdiendo facultades —potencia, sonoridad, afinamiento y hasta su propia existencia— a lo largo de la sinfonía de nuestra vida.

La división del cuerpo en aparatos o en sistemas, en la orquesta se correspondería con las familias de instrumentos: viento madera, viento metal, percusión y cuerda. Cada músico equivaldría a una célula y los grupos de músicos de los diferentes instrumentos compondrían los tejidos. Con una alineación perfecta en el escenario, cada músico-célula contribuye con su función al buen funcionamiento del conjunto. Si un violinista se debilita y empieza a fallar, los músicos que lo rodean lo compensarán intentando que no repercuta en el resultado musical. Cuando son ya varios violines los que no siguen la melodía vital, los segundos violines y las violas intentarán adaptar su sonoridad para armonizar la sección de cuerda. Pero si se desequilibra el grupo entero de violines, la calidad de la interpretación empezará a menguar. Y si fallan todas las cuerdas, el director de orquesta, que hasta ahora mantenía un equilibrio musical, necesitará ralentizar la interpretación para reorganizar la orquesta. De hecho, si la descompensación de los grupos musicales no se corrige, podría incluso detenerse la interpretación y deshacerse la orquesta.

Esta metáfora musical pone de manifiesto que se tienen que acumular numerosos y sucesivos percances para que la orquesta deje de tocar y se disuelva. Del mismo modo, en la mayoría de los casos, tu cuerpo únicamente enfermará si lo desatiendes en exceso.

LOS TÓXICOS NOS ENFERMAN

En primer lugar, centrémonos en por qué enfermamos en el aspecto biológico. El organismo humano tiene la capacidad de gestionar los problemas derivados de deficiencias, excesos y toxicidades que van apareciendo en el curso de la vida. La eliminación correcta de los tóxicos y una nutrición adecuada son las dos columnas fundamentales sobre las que se sostiene nuestra salud. Nuestra «orquesta» tiene una capacidad de adaptación y compensación que hace que sea difícil arruinar la armonía del conjunto. Sin embargo, cuando sobrepasamos un nivel crítico de desequilibrio, nuestro cuerpo comienza a emitir señales en forma de dolencias y enfermedades.

Enfermamos a nivel fisiológico porque, al acidificarnos, nos intoxicamos.

Los tóxicos pueden penetrar en el cuerpo desde el exterior por diferentes vías: por el sistema respiratorio, al inhalar gases; a través de la piel, mediante los productos cosméticos, suavizantes y detergentes para la ropa, pinturas y todo tipo de aerosoles; y por el sistema digestivo, cuando ingerimos alimentos o cualquier otra sustancia. Las radiaciones y las perturbaciones electromagnéticas, tan abundantes en nuestros días, también inciden en el equilibrio corporal y dan lugar a intoxicaciones —o a una acumulación de microintoxicaciones— que repercuten en el funcionamiento de las células.

¡ATENCIÓN!
Muchos de los tóxicos que nos perjudican los genera nuestro propio organismo debido al estrés oxidativo, resultado del funcionamiento de nuestra maquinaria humana, y a las alteraciones emocionales y mentales que sufrimos.

LA ENERGÍA CELULAR

Nuestro maravilloso vehículo humano necesita nutrirse. En el proceso digestivo de esos nutrientes, los hidratos de carbono o azúcares se descomponen en glucosa; las grasas, en ácidos grasos; y las proteínas, en aminoácidos. Así, las células obtienen la energía y los componentes estructurales necesarios para todas las actividades diarias, la regeneración y el crecimiento corporal.

HIDRATOS DE CARBONO ———————— GLUCOSA

GRASAS ————————————— ÁCIDOS GRASOS

PROTEÍNAS ———————————— AMINOÁCIDOS

Igualmente, necesita enzimas. Estas sustancias, que aceleran las reacciones químicas del organismo, son fundamentales para descomponer los alimentos y permiten así que estos puedan acceder al interior de las células y nutrirlas. La célula tiene en su interior una estructura, la mitocondria, que genera la energía que necesita. Esta central energética de la célula proporcionará moléculas de energía —el trifosfato de adenosina o ATP (por sus siglas en inglés)— que permitirán que la energía química de los alimentos se transforme en energía mecánica y, por tanto, en movimientos. El ATP es la «moneda energética» para la vida, nuestros «euros celulares».

ALIMENTOS

ENERGÍA QUÍMICA

ATP

ENERGÍA MECÁNICA

MOVIMIENTOS

Pero el aporte de los nutrientes necesarios no significa que nuestras células los aprovechen al máximo. Imagínate que nuestros músicos, es decir, nuestras células, están perfectamente ubicados en el escenario con su traje, su partitura y su instrumento. Hasta que cada músico no se active y toque su instrumento, la música no sonará. De igual manera, hasta que las células no se activen, estas no podrán transformar los nutrientes para aprovechar energéticamente el máximo de nuestra dieta.

Gracias a los estudios del médico alemán Hans-Heinrich Reckeweg (1905-1985), sabemos que la deficiencia de energía en la célula acaba por provocar una disfunción en ella. La disonancia de un «músico» aislado es el comienzo de un problema más complejo que puede conducir a la enfermedad de un grupo celular o del organismo en su totalidad. Para que las células puedan transformar los nutrientes en cada mitocondria, y así aprovechar todo su potencial y sacar el máximo partido energético al alimento, necesitamos enzimas y coenzimas.

Las enzimas provocan que las reacciones químicas que se producen en el cuerpo transcurran a mayor velocidad. A su vez, las coenzimas, las vitaminas y los oligoelementos funcionan como activadores de muchas enzimas, que favorecen y agilizan la obtención de energía y el rendimiento óptimo del cuerpo, así como su crecimiento y curación. Sin estos elementos, aunque nos nutramos exquisitamente, podemos atraer la fatiga, el debilitamiento y el envejecimiento prematuro a nuestra apreciada orquesta. En definitiva, las enzimas, las coenzimas, las vitaminas y los oligoelementos son elementos importantes y necesarios para que las células desarrollen un rendimiento energético óptimo.

Cada célula al «comer» para alimentarse genera unos desechos, unos «excrementos» celulares. Al respirar, la célula elimina dióxido de carbono (CO2) como nosotros. Igualmente necesita que los «servicios de limpieza» eliminen todos estos residuos ácidos originados por la célula, tras comer y respirar, para que su espacio vital se mantenga limpio y cristalino. Comer, respirar y vivir genera radicales libres y residuos ácidos como CO2, ácido láctico, ácido úrico, urea, colesterol, ácido sulfúrico, ácido fosfórico y otros «excrementos». Cuanto más acidificantes son los alimentos que ingerimos —como, por ejemplo, la carne, el queso y el azúcar—, más ácidos se generarán en el cuerpo y más turbia será nuestra melodía vital. Cuanto menos oxígeno proporcionemos a la célula, más productos de desecho generará. La respiración nos aporta oxígeno, al igual que la ingesta de alimentos crudos nos suministra cantidades importantes de oxígeno, enzimas, coenzimas y vitaminas.

Dadas las numerosas posibilidades de corromper el buen estado de «nuestros músicos», la naturaleza nos ha brindado unos sistemas de depuración muy efectivos. Son varios los órganos destinados a tan noble fin —el hígado, la vesícula biliar, el intestino, los pulmones, la piel y el riñón—, todos ellos apoyados por los sistemas circulatorio y linfático. También contamos con otras rutas secundarias que el cuerpo emplea para eliminar sus toxinas: el sudor, el pelo, la saliva e incluso la leche y las secreciones de los órganos genitales. Nuestra maquinaria humana está diseñada para funcionar y ser más efectiva en un entorno básico o alcalino —es decir, capaz de neutralizar los ácidos—, pero los procesos metabólicos celulares necesarios para la vida tienden a acidificarla. Los tóxicos que absorbemos diariamente incrementan esta acidificación. Y nuestro estrés mental y emocional todavía la aumentan más.

Nuestro gran problema de salud: nos acidificamos progresivamente.

Para conocer si un medio es ácido o básico (alcalino), se toma como referencia el valor de su pH. El pH es el coeficiente que indica el grado de acidez o alcalinidad de una sustancia acuosa, o sea, la concentración de iones hidrógeno presentes en una disolución. La medición del pH se hace mediante una escala que abarca del 0 (más ácido) al 14 (más alcalino), en la que el pH 7 indica un valor neutro.

Una enorme vía de entrada de sustancias no beneficiosas para nuestro organismo es el intestino. Los alimentos poco recomendables o con alto contenido en abonos químicos, los herbicidas, los fungicidas, todo tipo de aditivos, la falta de fibra en la dieta, los tóxicos químicos y naturales, los medicamentos, el alcohol, el tabaco, los desequilibrios emocionales, el estrés y los hábitos nocivos —como el sedentarismo o la falta de sueño— provocan la ralentización del movimiento intestinal, inflamaciones, divertículos, putrefacciones, una mala absorción de nutrientes y la proliferación de microorganismos, parásitos y hongos perjudiciales que provocan desequilibrios en nuestra flora intestinal.

La flora intestinal es el conjunto de microorganismos vivos —un ser humano alberga unos 100 billones de bacterias de unas 400 especies distintas— que nos ayudan a digerir o absorber muchos nutrientes y nos defienden de los microbios que nos podrían hacer enfermar. Cuando la flora intestinal se altera, las bacterias tóxicas se propagan rápidamente, atacan a las bacterias beneficiosas y vuelven más porosa la mucosa que recubre la pared intestinal, abriendo así la «compuerta» de nuestras entrañas. Puesto que todos estos microorganismos generan sustancias tóxicas y favorecen los fenómenos de putrefacción en el intestino, el peligro se multiplica.

Esas sustancias tóxicas que deberían ser evacuadas al exterior son reabsorbidas por el intestino y, a través de los capilares arteriales, venosos y linfáticos, comienzan a circular por todo nuestro organismo. En condiciones normales, las sustancias absorbidas en el intestino alcanzan el hígado a través de una red venosa: el sistema porta. El hígado es un órgano fundamental que filtra la sangre que recibe y realiza una importantísima función al depurarla, neutralizando los tóxicos, venenos, drogas, desechos celulares, microbios y sustancias cancerígenas que pueda transportar. Una vez eliminados esos riesgos, las sustancias nutritivas que transporta la sangre, «nuestro gran río de la vida», se distribuyen al resto del organismo.

Si la permeabilidad de la pared intestinal aumenta indebidamente, las sustancias nocivas que no se han degradado o transformado en el intestino llegan al hígado, que puede sufrir un daño estructural en el futuro. En la digestión de las grasas, por ejemplo, una parte de los ácidos grasos resultantes de la ruptura de aquellas «viajarán» por los capilares del sistema venoso porta para acabar en el hígado. Sin embargo, los ácidos grasos restantes se convertirán en triglicéridos que pasarán desde el intestino al torrente linfático y acabarán, luego, en la circulación sanguínea sin pasar directamente por el hígado.

Si la mucosa intestinal es demasiado permeable, habrá «pedazos de grasa» que se colarán libremente en nuestra circulación sanguínea sin que ningún «guardia de tráfico» les dé el alto, lo que generará grandes atascos circulatorios y lesiones en las vías principales, cuyos resultados pueden ser muy negativos para la salud.

UBICACIÓN DE LOS TÓXICOS

Nuestra calidad de vida comienza a verse amenazada si nuestro organismo recibe o genera más tóxicos de los que puede eliminar, si nuestros sistemas de depuración son incapaces de eliminar las toxinas que se han acumulado o, en ocasiones, cuando ambos motivos se dan a la vez. Un organismo sano puede eliminar en torno al 80 por ciento de esos tóxicos a través de sus propias vías de depuración, pero conviene saber que el 20 por ciento restante permanece en él. Dado que la supervivencia es una prioridad para nuestro organismo, este reparte los tóxicos que no puede eliminar en tres localizaciones: la sangre, los órganos de depuración y el líquido intersticial.

El pH de la sangre

Sea cual sea el origen de los tóxicos —y, por tanto, de las sustancias ácidas— que se acumulan en la circulación sanguínea, nuestro propio cuerpo evitará que desequilibren la homeostasis, los delicados sistemas de autorregulación que el organismo activa para que el pH de la sangre no varíe, ya que ese parámetro debe mantenerse siempre lo más estable posible.

En el caso de que el equilibrio del pH sanguíneo se alterase, inmediatamente los pulmones y los riñones se activarían para aumentar su trabajo desintoxicante. Cuando los pulmones no pueden aumentar la cantidad de CO2 que exhalan y los riñones claudican ante la exigencia máxima de eliminar el exceso de ácido, el pH de la sangre empieza a descender y esta se acidifica (en términos médicos, se produce una acidosis). Si el pH sanguíneo baja hasta un valor de 7,1 —el nivel normal oscila entre 7,3 y 7,4—, el corazón comienza a disminuir su actividad y se entra en un estado de coma; si el pH sigue descendiendo, al alcanzar un valor de 6,9 se produce la muerte.

MUERTE SÚBITA
La acidosis descompensada es la causa de la «muerte súbita» en algunos deportistas, incluso bien entrenados y con un excelente rendimiento. El ácido láctico —uno de los desechos generados por el exigente trabajo muscular— se acumula en tan gran cantidad que no puede ser eliminado de manera adecuada; esto hace que el pH de la sangre descienda rápidamente y, al acidificarse, el organismo se colapsa.

Filtros de limpieza

Los órganos depurativos —como el hígado, los intestinos, los pulmones, la piel, los riñones y el sistema linfático— filtran y limpian todo lo que pasa por sus conductos, de modo que acaban acumulando restos de impurezas en su interior. Conviene realizar un mantenimiento adecuado de estos conductos de limpieza para evitar averías, sobrecargas, obstrucciones, inflamaciones y deterioros que pueden desembocar en degeneraciones, insuficiencias o, incluso, una avería fatal. Los atascos en esos órganos depurativos empiezan a provocar notas desafinadas en la melodía vital, que se manifiestan en forma de patologías: cálculos vesiculares y renales, cirrosis hepáticas, enfermedad hepática grasa no alcohólica (actualmente es la más frecuente, originada por el abuso de la comida basura, con un exceso de azúcar y grasa nociva), nefropatías, insuficiencias y fibrosis renales y pulmonares, eccemas, psoriasis, diverticulitis, intolerancias intestinales, colitis ulcerosa, etcétera.

Nos duchamos diariamente, nos lavamos los dientes, elegimos cuidadosamente nuestro vestuario, nos peinamos y acicalamos, pero nos olvidamos de nuestra limpieza interior, de la que somos los únicos y máximos responsables. A cualquier máquina que queremos mantener en buen funcionamiento para que nos dure muchos años le dedicamos más atenciones y tiempo que a nuestras propias entrañas. El uso del coche, la lavadora, el lavavajillas y el fregadero nos obliga a limpiar sus conductos de limpieza, sus filtros, los desagües y demás elementos porque sabemos que, de lo contrario, se ensucian e incluso se obstruyen. Ya sea mediante paneles de advertencia, lucecitas parpadeantes, instrucciones del técnico profesional o avisos en el manual de mantenimiento, estamos avisados de que debemos realizar su puesta a punto y limpieza regularmente para evitar molestias, costosas facturas o una avería irremediable.

La prioritaria atención de nuestra mente a la imagen que damos al exterior nos desconecta de cuidar el verdadero origen del brillo de nuestra carrocería, que no es otro que mimar nuestro interior en todos sus aspectos. Si aprendiésemos desde pequeños a percibir y conocer nuestro preciado cuerpo —ese es uno de los principales objetivos de este libro—, sabríamos identificar e interpretar las numerosas señales con que nos avisa de que alguna pieza empieza a fallar o requiere una atención especial.

¡UNA BUENA NOTICIA!
Las personas también tenemos lucecitas, pitidos y pilotos parpadeantes que nos avisan de que la enfermedad llama a nuestra puerta.

Una pócima exquisita

La tercera localización donde la sangre vierte los ácidos que no puede asumir para mantenerse estable es nuestro famoso espacio intersticial, que podría compararse a una sala de espera donde esos desechos permanecen hasta su eliminación por los riñones, los pulmones o la piel. Forma parte del sistema básico de Pischinger, así llamado porque el médico e histólogo austriaco Alfred Pischinger (1899-1982) fue quien lo rescató del olvido y reconoció su función elemental. Este importante sistema nos permite entender de una manera mucho más clara las causas de la enfermedad y del deterioro celular.

Este líquido extracelular se asemeja al agua de mar en el contenido electrolítico, salvo en la presencia de calcio. Es decir, en el líquido que inunda nuestros tejidos internos, poseemos huellas que llevan a pensar que nuestro sistema de comunicación es similar al que poseían los organismos menos evolucionados. Entramos, por tanto, en el concepto sublime de unidad y globalidad de nuestro sistema corporal.

En los albores de mis conocimientos sobre la maquinaria humana —tanto en fisioterapia, osteopatía y, sobre todo, en reeducación postural— ya percibí la importancia del sistema fascial y de las cadenas lesionales musculares. Entendí el concepto de globalidad e interrelación entre las diferentes estructuras a la hora de abordar las lesiones musculoesqueléticas. El sistema fascial es un sistema de conexión integral que recorre desde la punta de la cabeza hasta los dedos de los pies. Un universo con infinidad de posibilidades se abría ante mis ojos a la hora de explorar el verdadero origen del dolor físico de las personas. Este sistema, a modo de malla que todo lo engloba, permitía relacionar un dolor en el hombro con un antiguo esguince o una lesión de menisco con una tensión fascial proveniente, incluso, del hígado.

LA FASCIA
Esta red tridimensional de tejido conjuntivo —que conecta y envuelve todas las estructuras— sostiene, protege y da forma a nuestro cuerpo. Además, posee gran capacidad de deslizamiento y desplazamiento, lo que permite los movimientos en nuestro interior sin perder el orden y la ubicación correcta de las diferentes estructuras. Una maravilla de la arquitectura corporal que, además, ejerce de guía y autopista para los nervios, las arterias y las venas.

Mi obsesión por analizar los verdaderos orígenes de ciertos problemas físicos me empujó a continuar estudiando más en profundidad ese universo de posibilidades, sobre todo cuando se cortaban las vías de recuperación de las lesiones a nivel mecánico y las palabras «crónico» y «de origen desconocido» eran recurrentes en los diagnósticos médicos. Empezaban a aparecer conceptos cuyos razonamientos no me cuadraban. Mis grandes motores para abordar desde múltiples puntos de vista las dolencias de las personas que acudían a mi consulta han sido, aparte de mi formación científica, mis incursiones en la medicina oriental —que interrelaciona, de una manera sorprendente a los ojos occidentales, al ser humano con la naturaleza—; las aportaciones fascinantes de la homotoxicología; y el continuo aprendizaje, en mi consulta, con las personas que verdaderamente quieren llegar al origen real de sus síntomas. En el aspecto físico, el sistema fascial adquirió una nueva dimensión, pues este espacio que todo lo engloba es el que realmente está en contacto con cada una de nuestros billones de células.

El sistema básico, o espacio intersticial, es una pócima exquisita con los ingredientes exactos para que toda la transmisión de información de nuestro cuerpo se produzca correctamente.

AUTOPISTAS DE INFORMACIÓN

Estoy convencida de que debemos utilizar conceptos como «globalidad» o «intercomunicación» también en el ámbito de la salud. El cableado eléctrico y los manantiales arteriales, venosos y linfáticos confluyen en el espacio intersticial sin tener un contacto directo con nuestras células. Es en este espacio donde se transfieren las sustancias y nutrientes necesarios y la información oportuna a las células, además de permitirles la correcta realización de su «aseo celular». El capilar arterial depositará en el espacio intersticial el oxígeno y los nutrientes necesarios para que la célula viva. Los desechos ácidos propios del metabolismo de la célula los recogerá el capilar venoso y el sistema linfático. La velocidad del «internet celular» es realmente rápida y eficiente: en un suspiro, la alteración producida por el pinchazo de un alfiler en nuestro cuerpo se transmite a toda la matriz. Es como si dispusiéramos de un sistema de comunicación con wifi incorporado para todas las células.

En ese sistema y en la piel existen unas «autopistas de la información» por las que circula la energía vital de cada órgano y víscera. Un atasco en esas vías (debido, por ejemplo, a una acumulación de toxinas) o una fractura (como una cicatriz quirúrgica) dificultarán la transmisión de información a la víscera en cuestión. Es como si cada «autopista» conectase una habitación de nuestra casa con las demás estancias del hogar.

Los meridianos de acupuntura son un fiel reflejo de tales autopistas, por las que circula la energía correspondiente a una estructura. Esta interconexión nos ayuda a entender la efectividad de las agujas de acupuntura. Estas agujas metálicas actúan a modo de electrodos y generan un flujo eléctrico desatascador o estimulador de la información entre diferentes puntos de dicha matriz. Permiten armonizar y equilibrar el flujo de información a través de este espacio. La información es energía al igual que la electricidad y, por tanto, tiene su propia vibración y su propia frecuencia. Este espacio intersticial permite la transmisión energética por todo el organismo. Corrientes y huellas electromagnéticas que circulan a gran velocidad por las fluidas autopistas del cuerpo gracias a la magia y el misterio del elemento que inunda nuestro organismo: el «agua» intersticial.

El espacio intersticial debe estar lo más limpio y transparente posible para que las células vivan sanas y felices. Si se llena de los restos ácidos que vamos absorbiendo y generando y que no podemos eliminar, se creará un ambiente cada vez más sucio y denso. Las células pasarán de poseer una atmosfera limpia a un medio ambiente contaminado , que dificultará su «conexión por wifi» e incluso llegará a obligarlas a guardarse sus excrementos porque la cloaca externa estará en peores condiciones que su interior. Llegados a ese punto, en vez de recurrir al manantial de montaña que debería ser el espacio intersticial, beberá directamente del alcantarillado del cuerpo.

Para la célula, un ambiente alcalino es un entorno de crecimiento y prosperidad, mientras que un ambiente ácido contribuirá a que se asienten el deterioro y la enfermedad.

¿CÓMO ACTUAR?

Como iremos descubriendo a lo largo de este libro, nada ocurre al azar en nuestro organismo, todo tiene su porqué, todo está orquestado para descubrir qué informaciones no armonizadas han llegado a él. Tu cuerpo no parará de avisarte mediante síntomas, a modo de lucecitas de alarma, hasta que te enteres realmente de que algo está ocurriendo.

Los tóxicos ácidos generan un debilitamiento y un deterioro de los tejidos. Todos tenemos la imagen en nuestra mente de una sustancia ácida como algo corrosivo y abrasador. Pues bien, nuestras células están sufriendo una agresión ácida que las está asfixiando con sus lógicas consecuencias: empezarán a enfermar, a funcionar peor y llegará un momento en que la cantidad de células enfermas —y, en consecuencia, menos efectivas— hará que las estructuras perjudicadas por la acidosis comiencen a emitir síntomas específicos.

¿Qué pueden hacer los directores de nuestra orquesta —corazón, cerebro e intestino— ante el peligro inminente de la acidosis? Van a optar entre diferentes posibilidades para solucionar este grave problema y preservar las zonas vitales que garantizan nuestra supervivencia. Te propongo un juego de imaginación: supón que hay huelga de basuras en tu municipio y los desperdicios comienzan a acumularse peligrosamente en tu casa. ¿Qué haces?

Esconder la basura detrás de la puerta

Una de las opciones del cuerpo para olvidarse momentáneamente de este serio problema es acumular los restos ácidos en diferentes estructuras corporales lejos de las zonas nobles de nuestra casa. Como contrapartida, esta decisión puede tener diferentes efectos adversos.

Si el escondite elegido son las articulaciones, se pueden generar artritis, artrosis, capsulitis, sinovitis, derrames sinoviales, esguinces, lesiones de meniscos y de discos.

Cuando los restos ácidos van a parar a los músculos y tendones, pueden causar contracturas, miositis, tendinitis, tenosinovitis, desgarros musculares, rupturas de tendones, fascitis y fibromialgia. Si has tenido o tienes alguna de estas patologías, quizá pienses que todo sobrevino a raíz de un «acto desafortunado» como un esfuerzo excesivo, una mala postura, una caída o un accidente. Yo considero que las circunstancias de carácter físico son las gotas que colman el vaso de una estructura debilitada ya de base. No es casualidad que tu «acto desafortunado» incida en esa estructura en cuestión: es la gran gota rebosante que te quiere empujar a moverte para indagar en lo que está sucediendo en tu cuerpo.

La acumulación de tóxicos en el sistema visceral desencadena síntomas propios de cada víscera. Un cálculo en el riñón o un quiste en el ovario pueden ser ejemplos de ello. Por su parte, la diabetes y el hipotiroidismo son señales de que las células pancreáticas y tiroideas ya no pueden ejercer sus funciones correctamente; si no las atendemos de manera adecuada, estas células pueden empezar a morir.

A esas patologías se suma la posibilidad de que se introduzcan en nuestro organismo proteínas de tamaño considerable, pertenecientes a bacterias o a alimentos ingeridos, a causa de un aumento de la permeabilidad de la mucosa intestinal. Nuestro sistema inmunológico destruirá estas proteínas porque las considerará cuerpos extraños y guardará memoria de ellas por si vuelven a entrar (es el principio básico de las vacunas). Pero estas proteínas, o partes de ellas, también constituyen los ladrillos que construyen nuestro organismo, es decir, también son necesarias y están presentes en nuestro interior. Por tanto, puede ocurrir que el sistema inmunitario ataque a nuestras propias proteínas —al confundirlas con elementos enemigos— y empiece a destruirlas. Ese es el origen de las enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide, el lupus, la celiaquía, la psoriasis, la hepatitis autoinmune, la diabetes tipo 1, la enfermedad de Crohn y la esclerosis múltiple, entre otras.

El exceso de toxicidad general también provocará un estrés del sistema defensivo que, con el tiempo, puede llevar a alteraciones inmunológicas o al debilitamiento del propio sistema favoreciendo los catarros, las infecciones, la fatiga crónica y otras afecciones. Más adelante explicaré con más detalle que el intestino es la cuna del sistema inmunológico y, por tanto, cualquier alteración en él puede afectar a este último y favorecer el desarrollo de inflamaciones de los ganglios linfáticos, anginas, apendicitis, alergias —una menor capacidad de eliminar los elementos patógenos— e incluso enfermedades más graves.

Si la estructura elegida para depositar los tóxicos es el sistema nervioso, se pueden generar neuritis, esclerosis, esclerosis múltiple, esclerosis lateral amiotrófica (ELA), alzhéimer, párkinson, síndrome de piernas inquietas, síndrome de hiperactividad o de déficit de atención, depresión y otros daños. Numerosos estudios científicos demuestran que el origen de muchas degeneraciones cerebrales se halla en alteraciones e infecciones intestinales.

El eje intestino-cerebro es el responsable de que las alteraciones de la microbiota intestinal favorezcan el deterioro cognitivo y la demencia.

Las neuronas de nuestro «cerebro intestinal» generan el 95 por ciento de la serotonina del cuerpo, la hormona que se asocia a la felicidad y al bienestar. Por tanto, la alteración del intestino y el consecuente descenso de esta hormona favorecerán todos los procesos y enfermedades en los que el estado de ánimo decaiga.

El sistema nervioso es muy sensible a los tóxicos, sobre todo en personas de corta edad. Las toxinas de los parásitos intestinales, unidas a la presencia de ciertos metales pesados en el organismo, pueden convertirse en mezclas explosivas que favorecen ciertos síndromes infantiles.

Envolver la basura en bolsas aislantes

Otra opción para ocultar la basura es acumular las toxinas en el tejido adiposo (o graso). El cuerpo decide, en este caso, aislar la toxina envolviéndola en grasa para tapar el problema. Pero ese aumento de la toxicidad favorece claramente la obesidad, el sobrepeso y la celulitis. Por este motivo hay que evitar las «dietas milagro» que permiten bajar de peso rápidamente, pues se corre el riesgo de liberar repentinamente una gran cantidad de tóxicos en el torrente sanguíneo.

En las dietas muy restrictivas, el cuerpo echará mano de la grasa acumulada, en la que se han aislado esos tóxicos, para obtener la energía que necesita. Conviene tener en cuenta que, cuando la toxicidad se eleve de manera peligrosa, el cuerpo intentará proteger los órganos vitales rodeándolos de grasa, favoreciendo así nuevamente la obesidad y el círculo vicioso de toxicidad y sobrepeso. ¿Has oído hablar del efecto yoyó de algunas dietas? Esta es una de las explicaciones.

Tirar la basura por las ventanas y desagües

Frente a la acidosis, nuestro cuerpo puede deshacerse de los residuos tóxicos perjudiciales por otras vías de eliminación.

Si intenta hacerlo a través de la piel, se producirán eccemas, urticarias, piel atópica, psoriasis, granos, picores de la piel o un aumento de manchas y lunares. También puede eliminar esa toxicidad por las glándulas sudoríparas, lo que hará que la sudoración adquiera un olor intenso y desagradable. En ese caso, si utilizamos ropa o sábanas de color blanco, observaremos cómo las manchas de sudor adoptan un tono amarillento.

Las mucosas constituyen otra vía de eliminación de las toxinas. Nuestro organismo reacciona generando un exceso de mucosidad para deshacerse de ellas, favoreciendo así las sinusitis, bronquitis, rinitis, bronquiectasias o cualquier infección a nivel pulmonar. La mayor acidez de esa mucosidad llegará a generar desde aftas —llagas— en la boca y el esófago, o bien síndrome de colon irritable, colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn a nivel digestivo, hasta alteraciones, infecciones o degeneraciones de las mucosas de la vejiga urinaria y de la vagina en la mujer.

Transformar la basura en objetos decorativos

Nuestros directores de orquesta pueden elegir otra alternativa: atenuar la acidez de las toxinas. Puesto que la alcalinidad es una situación más favorable para las células, decidirán intentarlo. Para convertir los ácidos en bases (alcalinas), nuestro organismo necesita ciertos minerales —como el calcio, el magnesio, el potasio y el manganeso—, llamados «sustancias buffer» o «tampón» porque alcalinizan. Esta solución, aparentemente brillante, acarrea que echemos mano de nuestras reservas de minerales, depositadas en los huesos, el pelo, las uñas y los dientes principalmente. Y esa «retirada de fondos» ocasiona descalcificaciones, osteoporosis y una creciente fragilidad y debilitamiento del pelo, las uñas y los dientes, así como de los cartílagos y tendones, lo que favorece las lesiones y las osteoartritis.

Disolver la basura en agua

El comité para la solución de la acidosis en nuestros tejidos posee una solución más: inundar nuestro famoso líquido intersticial para que, al disolver los ácidos en una mayor cantidad de líquido, se mitiguen sus efectos nocivos. Esto explica la sensación de hinchazón y el aumento de peso que puedes tener sin razón aparente y sin haber modificado tus rutinas. Nos podemos convertir en un globo de agua sin darnos cuenta. Los edemas linfáticos en piernas empezarán a hacer su «agosto», sobre todo en el empeine y los tobillos, por el efecto de la gravedad. El sistema linfático en general, principal responsable del drenaje de este espacio intersticial, empezará —nunca mejor dicho— «a hacer aguas».

ESTABLECER LA ALERTA MÁXIMA

A continuación, entramos en las opciones más drásticas que puede tomar el consejo de dirección corporal. Estas soluciones de emergencia pueden ser consecuencia de la gravedad de la situación, ante la cual el cuerpo despliega al máximo su panel de luces de alarma, o del escaso resultado de las anteriores vías de solución a la acidosis corporal.

Nos encontramos ante una situación en la que, debido al deterioro y acidez del medio ambiente que la rodea, la célula escasamente puede captar el oxígeno para respirar, apenas puede nutrirse de manera adecuada y difícilmente puede eliminar sus propios desechos metabólicos. Debido a este medio ácido, el sistema antioxidante corporal no puede acceder a ella para neutralizar los radicales libres generados, sobre todo, en la «central eléctrica» que es la mitocondria. La célula está sometida a una corrosión ácida por el entorno que la rodea, que va mermando sus funciones, sus estructuras e incluso su ADN. El ejército defensivo, formado por los diferentes soldados de los glóbulos blancos, no puede protegerla del ataque de cualquier virus, bacteria, hongo o microorganismo nocivo. Cualquier ayuda a través de medicamentos o sustancias naturales no puede acceder a ella debido al muro ácido que la engloba y la acorrala.

Hemos llegado a una tesitura en la cual nuestras queridísimas células únicamente pueden elegir entre morir por intoxicación o mutar para adaptarse al medio.

Morir por intoxicación

Cuando las células empiezan a morir, sin que aparentemente haya llegado su hora, se genera un estado inflamatorio que origina que el cuerpo genere, en los órganos o los tejidos, un exceso de tejido conectivo fibroso —las fibrosis— para intentar reparar las lesiones. Estos cadáveres celulares no crean problemas aparentemente, pero dificultan la circulación de información y de energía por dichas estructuras. Y, por lo general, se obvia lo más importante: los tejidos fibrosados indican que las células han desistido de seguir viviendo por alguna razón que debe investigarse. Cada célula, como cada ser humano, quiere vivir y debemos analizar qué ha motivado que decida dejar de hacerlo y suicidarse. La situación de una célula agobiada por su ambiente ácido puede ser un motivo claro para que se rinda a las circunstancias y se deje morir sin luchar más. Cuando se habla de fibrosis en los pulmones, en el útero, en el pecho, en la piel, en el hígado, en el músculo o en cualquier otro punto, debemos concluir que algo sucede en el organismo y que, con toda probabilidad, el medio extracelular ya no es el adecuado.

Mutar para adaptarse al medio

La segunda alternativa de la célula ante esta situación de emergencia es alterar su material genético. En otras palabras, mutar, pasando de ser una célula normal a convertirse en una célula cancerígena.

El fisiólogo alemán Otto Heinrich Warburg, premio Nobel de Medicina en 1931, estableció una hipótesis que lleva su apellido: «La causa primaria del cáncer es el reemplazo de la respiración con oxígeno en las células normales del organismo por la fermentación del azúcar». Según esta idea, la carencia de oxígeno debido a la acumulación de ácidos en el espacio intersticial hace que la célula empiece a obtener su energía por vías metabólicas que no necesitan oxígeno. Esta acumulación ácida es, por tanto, el origen de la mayoría de los cánceres. La célula maligna empieza a multiplicarse desordenadamente, sin control. Pasará a vivir en una situación anaeróbica —es decir, carente de oxígeno—, a alimentarse de una manera diferente —le gustará la comida ácida, sobre todo el azúcar— y empezará a retener sodio en su interior, lo que hará que se vaya alcalinizando. El ambiente ácido se convertirá en su entorno ideal. El resto de las células que la rodean, al ver la posibilidad de seguir viviendo de esa manera, imitarán esta opción extrema y comenzarán también a mutar.

El cáncer es el grito extremo que nos dan nuestras células para advertirnos, entre otras cosas, de que el cambio de vida y de actitudes en todos los aspectos de nuestra vida es ya imprescindible. El médico griego Hipócrates (siglos V-IV a. de C.), lleno de sabiduría, anunció esta premisa con una gran frase: «Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que le enfermaron».

CONOCE TU CUERPO Y TU INTERIOR
Escucha y atiende las señales y los avisos que te envían tus células. Si lo haces, tus comités de emergencia corporales no se verán obligados a actuar y tu momento de dejar este mundo llegará cuando la fuerza vital que recibiste en el momento de la concepción decida abandonarte, no antes.

ABRE LOS OJOS

Esta lógica e interrelación corporal hace que resulte imposible analizar e investigar una célula sin relacionarla con el todo. Ya no podemos mirar únicamente al punto exacto donde se origina el dolor sin tener una visión global de nuestro cuerpo. La medicina occidental, con sus estupendos avances tecnológicos en diagnósticos y cirugías, ha olvidado la necesidad de tratar la globalidad de la persona, tal y como nos indicaban nuestros antecesores.

La medicación y la invasión de una estructura aislada ha pasado a ser el objetivo terapéutico, olvidando el análisis de los verdaderos orígenes del problema. El uso abusivo de antibióticos y medicamentos nos ha introducido en una espiral negativa, en la que las bacterias son cada vez más resistentes, y puede plantearnos serios problemas de salud en un futuro no muy lejano. Al mal uso de esos remedios hay que añadir sus potentes efectos secundarios, que agotan y afectan a nuestros principales órganos y sistemas de autocuración.

Cada año se producen más casos de gripe, en una época en la que estamos más vacunados que nunca contra esa enfermedad. Cada año se producen más casos de cáncer, cuando los sistemas de prevención son más numerosos. Los fármacos se han convertido en la tercera causa de muerte en Estados Unidos y la cuarta en Occidente después de enfermedades como el infarto, el ictus cerebral y el cáncer. Tal y como recoge el médico internista y naturópata Andreas Michalsen en su libro Curar con la fuerza de la naturaleza, a partir de la toma de tres medicamentos a la vez se ignora qué interacciones se pueden provocar en el organismo. Me encuentro en la consulta con gente mayor que toma hasta siete o más medicamentos simultáneamente y su sistema metabólico ha entrado en una fase de deterioro. Es difícil mitigar los dolores físicos cuando sabes que la causa prioritaria de estos es la intoxicación de sus tejidos. Estas personas siguen estrictamente los dictámenes de sus médicos, así que es difícil recomendarles terapias que se van a topar con un serio impedimento para conseguir una evolución satisfactoria.

¡IMPORTANTE!
Los tratamientos naturales y las terapias no invasivas son preferibles, en muchos casos, a los fármacos y los tratamientos más agresivos.
En este libro doy una serie de consejos prácticos que te ayudarán a mejorar tu alimentación y tu salud, pero nunca debes abandonar o modificar un tratamiento previo sin consultar antes con tu médico.

En patologías de tipo inflamatorio, he comprobado que las personas que optan por tratamientos naturales experimentan una mejora física más lenta y paulatina —lo que les exige más constancia y paciencia—, pero su estado general es infinitamente más saludable con el paso de los años que el de aquellas que optan por el tratamiento farmacológico. Las personas que siguen tratamientos con fármacos encuentran un alivio más rápido de sus dolores, pero a largo plazo este efecto disminuye o aparecen nuevas y más intensas dolencias, debido a la alteración del estado metabólico general y al deterioro de los sistemas de drenaje y autocuración del propio cuerpo.

La prescripción durante un largo periodo de tiempo de ansiolíticos y antidepresivos, por ejemplo, puede favorecer la degeneración y la alteración del estado cognitivo de las personas que los consumen. Muchos de nuestros mayores tratados con una infinidad de medicamentos que afectan al cerebro se caen más fácilmente y tienen fracturas, con frecuencia de cadera, y complicaciones sucesivas que deterioran su calidad de vida. Me encuentro frecuentemente con ancianos que están diagnosticados de depresión, cuando la verdadera razón de su estado es la soledad o un fuerte disgusto por una complicada situación familiar.

Los medicamentos deberían ser específicos y ayudarnos en casos de dolores y patologías extremas. Sin embargo, cuando se recetan como tratamientos rutinarios y de larga duración sin investigar el origen primario de los síntomas, algo está fallando en los sistemas de prevención y tratamiento sanitarios.

Ante este escenario, creo que es necesario un nuevo planteamiento sobre el sistema de salud. Hemos olvidado que somos una parte de la naturaleza que interactúa en nosotros al igual que nosotros en ella. Hemos olvidado que nuestras emociones y nuestros pensamientos se traducen en mensajeros químicos en nuestra sangre y que, sin lugar a duda, son unos factores muy importantes para tener en cuenta. Hemos olvidado que lo que comemos va a transformarse en nuestros ladrillos y en los obreros que construyen nuestro edificio. Hemos ignorado culturas que, con menos medios, pero con más observación dieron claves importantes para mantener la salud dentro de un equilibrio natural.

Somos seres vivos que vivimos en la naturaleza con unos ciclos biológicos afines a ella y que no debemos desatender. Al igual que el día y la noche nos marcan los tiempos de mayor actividad, de descanso y de recuperación, nuestros sistemas orgánicos también tienen unos horarios de mayor actividad y otros de limpieza y de descanso. De la misma manera que cada estación del año nos marca las actividades y nuestro ritmo de vida, nuestros sistemas orgánicos también tienen una energía y una actividad diferente en cada una de ellas. Así como la luna y los planetas influyen sobre el agua, las plantas y su crecimiento, también notan su interacción nuestros fluidos corporales.

No podemos atender un espacio corporal concreto con problemas sin atender la influencia global del resto de los sistemas.

Nuestra maravillosa maquinaria está compuesta de elementos existentes en la tierra. De la tierra venimos y en tierra nos convertiremos tras el ciclo vital: nacimiento, crecimiento, desarrollo, degeneración y muerte. La interrelación existente en nuestro organismo genera que no haya modificación en un sistema que no influya al resto. Un problema hepático puede afectar posteriormente al corazón o al estómago. Un problema intestinal puede afectar a nuestro hígado y a nuestros riñones. La visión global por parte de todo el sistema de salud es necesaria. Nuestra modificación de hábitos nocivos mentales, emocionales y de vida diaria: fundamental, ya que somos los protagonistas y máximos responsables.

Tal y como explican las medicinas tradicionales orientales, podemos equiparar el metabolismo corporal con un gran puchero donde cocemos todos los alimentos para generar los nutrientes y la energía necesaria para vivir. No bastará tener el puchero o los alimentos solamente para que el guiso resulte eficiente. Necesitamos disponer de un fuego en la parte inferior, introducir los alimentos adecuados, los condimentos y el agua necesarios para cada guiso en el interior del puchero y, además, tener una tapa en la parte superior para controlar el vapor que sale. Todo ello acorde al guiso que quiero realizar y al momento específico de su elaboración. Cada elemento necesario del guiso de nuestro organismo es importante para el buen funcionamiento del metabolismo del cuerpo. Si comparamos cada elemento con los diferentes órganos que poseemos entre la pelvis y los hombros, vemos que la cooperación e interconexión entre todos los sistemas corporales es esencial para el mantenimiento del equilibrio corporal.

Ante las deficiencias de un sistema, los directores de orquesta —corazón, mente e intestino— irán adoptando diferentes caminos o medidas para intentar equilibrar la orquesta. Es importante que, si queremos recuperar la salud de nuestra orquesta, atendamos a todos los grupos instrumentales afectados para poder liberar definitivamente al grupo de músicos que generaron la desarmonía musical.

MIS CONSEJOS PRÁCTICOS

Tu salud se sustenta sobre tres grandes pilares, a los que debes prestar una gran atención para evitar que las enfermedades, los dolores y otros «visitantes no deseados» llamen a la puerta de tu casa y se cuelen en ella por descuido:

  1. Mantén lo más limpio posible el espacio intersticial donde se alimentan las células y se transmite la información.
  2. Realiza un mantenimiento correcto de los sistemas de depuración de tu cuerpo.
  3. Gestiona tu vida con coherencia.

Para conseguirlo, te propongo unas sencillas pautas que puedes poner en práctica hoy mismo. Todas ellas están debidamente contrastadas y te permitirán encontrar y seguir tu propio camino hacia la salud y el bienestar.

PRIMERA META: ALCALINIZAR

El primer objetivo para evitar la acidosis de los tejidos, origen de su futuro gran declive, consiste en alcalinizar nuestro espacio vital mediante una correcta alimentación. Nunca ha habido tantos casos de obesidad y de diabetes en la infancia como hoy en día.

Curiosamente, nos alarmaríamos si viésemos a unos padres ofreciéndoles a sus hijos pequeños una cerveza o un gin-tonic, pero no nos inmutamos cuando estos reciben diariamente grandes cantidades de azúcares refinados —en forma de chuches, bollería industrial, bebidas carbónicas, pastas, galletas, pizzas, patatas chips, etcétera—, dosis elevadas de nocivos aditivos y edulcorantes —procedentes de caramelos, bebidas y productos light o zero, comidas precocinadas...— o subproductos derivados del petróleo disimulados en atractivos snacks y demás porquerías. ¿Verdad que es preocupante?

Todas estas «drogas» están camufladas en alimentos a los que los niños, presos del consumismo publicitario y de las sensaciones placenteras, no se pueden resistir si no reciben una educación alimentaria y nutricional desde una conciencia más saludable.

Una correcta educación alimentaria, dedicar tiempo a ella y el ejemplo familiar desde el primer momento son las medidas más efectivas para enseñar a comer saludablemente a nuestros hijos.

Todos los niños probarán esos alimentos tóxicos camuflados en algún momento, como un cumpleaños o una fiesta. Cuando ocurra, te aconsejo darles una explicación sobre el daño que ejercen esas sustancias en el organismo. Lo que jamás te recomiendo, ni a padres o abuelos, es que intentes ganarte el cariño de los niños cediendo a todos sus antojos o apagando sus pataletas con dulces o seudoalimentos corrosivos.

En muchos casos, estamos envenenando nuestro cuerpo con el beneplácito de las organizaciones alimentarias que supuestamente protegen nuestra salud. El organismo de los niños nunca había estado tan expuesto a tal cantidad de contaminantes alimentarios y medioambientales. Los niños poseen unos cuerpos en formación todavía débiles y, sin embargo, conviven a diario con sustancias nocivas —presentes en alimentos, ropas, materiales de decoración, de higiene personal, juguetes y otros muchos elementos— que pueden actuar como disruptores endocrinos, capaces de alterar el equilibrio hormonal del cuerpo humano e incluso de favorecer una futura sociedad enferma.

Siempre se ha publicitado la ingesta de azúcar con la idea de que aporta energía, como si fuese la «gasolina» necesaria para hacer deporte y estar sin parar todo el día. Nada más lejos de la realidad. Nuestras «pilas alcalinas» corporales —por llamarlas así— dependen, precisamente, de nuestro nivel de alcalinidad, pues es lo que realmente favorece la conductividad eléctrica a través del líquido intersticial. Las sustancias que nos alcalizan nos aportan energía, activan la transmisión de información y, por tanto, los movimientos y la vida. En cambio, las sustancias ácidas, como el azúcar, acidifican nuestros líquidos y dificultan la conductividad eléctrica por nuestras autopistas de información, restándonos energía. Un consumo elevado de productos azucarados provocará, al tiempo, un descenso de la glucosa en sangre que obligará al cuerpo a demandar más azúcar para equilibrarlo.

Apuesta por una dieta que evite los venenos adictivos.
Si el dulce llama a tu puerta con frecuencia, debes saber que alguna insatisfacción emocional o frustración vital requiere tu atención inmediata.

Yo recomiendo eliminar todo lo que se pueda el azúcar de la dieta, ya que no aporta ningún beneficio y acidifica nuestro organismo. También recomiendo reducir al mínimo el consumo de lácteos (de hecho, algunos estudios incluso aseguran que convendría eliminarlos también por completo de nuestra alimentación). Opta por yogures naturales de oveja o de cabra, o bien por el queso fresco que más te apetezca. Reduce también el trigo, el gluten, los hidratos de carbono refinados y el exceso de carnes rojas.

La naturaleza nos aporta alimentos naturales, sin elaborar. Cuando un alimento contiene más de tres ingredientes en su composición, ya pasa a ser un producto elaborado y a nuestro sistema digestivo le resultará más difícil asimilar sus nutrientes. Te animo a restringir el consumo de productos elaborados en la medida de lo posible, ya que contienen las sustancias adecuadas para crearnos adicciones tóxicas. Las capas doradas de las cortezas de muchos alimentos —como los panes y galletas sometidos a procesos industriales— y los apetitosos churruscados de las preparaciones de alimentos a altas temperaturas poseen una elevada toxicidad, así que también conviene reducirlos al máximo.

El exceso de calorías, de hidratos de carbono y de proteínas animales en nuestra alimentación está en el origen del envejecimiento de nuestro cuerpo y en el estrés oxidativo que favorece que nuestras células vayan perdiendo su vitalidad, su capacidad de regenerarse y su estado de bienestar.

Como siempre repito en mi consulta, la base más importante de la prevención está en las rutinas diarias en nuestras casas. Las excepciones y los festejos puntuales son los lujos y las distensiones mentales que nos podemos regalar, a gusto del consumidor, pero los acompañaremos con unos mayores mimos culinarios durante los días posteriores para recuperar el equilibrio saludable.

Es importante saber también que, al comer, en el cerebro se producen unas sustancias que nos generan bienestar y placer. Si estás pasando una fase de estrés o saneando algo en tu vida y te ves en la necesidad de recurrir a un pequeño regalo (normalmente dulce) para amenizar el proceso, no te juzgues por ello. Siempre que seas consciente de para qué estás recurriendo a esos momentos, se trate de algo puntual y no se convierta en algo cotidiano en tu vida, ¡adelante!

Darte un capricho ocasional cuando te apetezca puede ser más saludable que la restricción total.

Para simplificar tu alimentación y lograr que sea saludable, basta con conocer los sencillos conceptos que detallo a continuación.

ALIMENTOS ALCALINOS Y ALIMENTOS ÁCIDOS

Uno de los grandes quebraderos de cabeza a la hora de alcalinizar nuestro cuerpo es saber qué alimentos alcalinizan y cuáles acidifican. Otra gran cuestión es saber cómo funcionan y reaccionan los alimentos dentro de nuestro organismo. Que un alimento tenga ciertos nutrientes no significa siempre que el organismo los pueda asimilar.

Las frutas y verduras crudas alcalinizan en general —aunque algunas son más ácidas que otras—, pues nos aportan oxígeno y abundante cantidad de vitaminas y minerales. Además, estos alimentos crudos poseen enzimas que favorecen el proceso digestivo. Los brotes o germinados y las algas marinas nos aportan también una importante cantidad de enzimas. Por este motivo, conviene que todas tus comidas incluyan, como mínimo, un elemento crudo. En el caso de que tu intestino esté delicado o tolere mal el alimento crudo, observa qué cantidad te sienta bien y no la excedas.

Una vez que se cocinan, los alimentos —incluidas las verduras— pierden el oxígeno y, por tanto, se acidifican, pero siguen aportando aquellos minerales, nutrientes y vitaminas que resisten las temperaturas de cocción.

EL AGUA Y LA COMIDA ALCALINA EN EL ESTÓMAGO

La eficacia de la alimentación alcalina ha sido cuestionada, ya que —se dice— los alimentos pierden su alcalinidad al pasar por el pH ácido del estómago. Veamos si es así. El estómago necesita mantener su grado de acidez cercano a un pH de 3 para poder ejercer sus labores digestivas. Cuando comemos alimentos alcalinos, ese grado de acidez se reduce y, para equilibrarlo, genera ácido clorhídrico. El caso es que, cuando el organismo genera ácido clorhídrico, en ese mismo proceso químico se producen también bicarbonatos, que son sustancias alcalinas. He aquí el hecho importante, ya que estas sustancias formarán parte de los jugos digestivos de otros órganos que ayudarán a alcalinizar los alimentos y, lo más interesante, entrarán a formar parte de las reservas alcalinas que la sangre utilizará para contrarrestar la acidosis de los tejidos, nuestro gran mal. Realmente, es cierto que el agua y los alimentos alcalinos se acidifican en el estómago, pero también generarán reservas alcalinas como reacción positiva. Cuando el estómago está vacío, el agua alcalina pasa rápidamente por él y se absorbe en la siguiente porción del conducto digestivo, el duodeno. En este caso, para mantener su pH estable, la sangre activará ácidos que nuevamente formarán sustancias alcalinas en las reacciones químicas correspondientes. Y, provechosamente, de nuevo aumentarán nuestras reservas alcalinas para luchar contra la acidosis metabólica. Cuantas más reservas alcalinas tengamos, más y mejor podremos hacer frente a la acidosis, el gran enemigo de nuestra salud.

Nuestras reservas alcalinas no disminuyen porque envejecemos, sino que envejecemos porque las vamos perdiendo y nos acidificamos.

AYUNOS Y PROCESOS DEPURATIVOS

Siguiendo la fisiología y actividad de nuestros órganos, nuestro organismo se limpia y depura durante la noche y hasta media mañana, de modo que es recomendable en todo este tiempo no ingerir nada consistente que pueda dificultar tal proceso. Por tanto, las cenas con alimentos «prohibidos» pueden ser más perjudiciales que si los excesos se realizan en la comida. De todas formas, conviene recordar que, si los «caprichos» azucarados se ingieren antes de una gran sobremesa o de una siesta demasiado larga, acidificarán más nuestro cuerpo que si se acompañan de un pequeño paseo o de una actividad que requiera quemar unas cuantas calorías.

Yo soy partidaria del ayuno intermitente. Esta práctica favorece que el cuerpo obtenga su energía de la grasa acumulada. Si te ha picado la curiosidad, puedes elegir entre los dos métodos más populares. Uno de ellos consiste en no ingerir nada desde la cena hasta la comida del día siguiente. De esta manera, acumulamos entre catorce y dieciséis horas sin ingerir alimentos en las que favorecemos el drenaje y la depuración. Si tienes en cuenta que en torno a ocho de esas horas las pasarás durmiendo, no es tanto tiempo sin comer. La ingesta de alimentos se concentra en ocho horas cada día. El segundo método consiste en hacer únicamente una comida al día dos días por semana, los que tú decidas, evitando que estos sean consecutivos.

Otra variante de ayuno opcional es, una vez a la semana, no cenar ni desayunar nada más hasta la comida del día siguiente. Hay personas con diabetes de tipo 2 que han llegado a controlar su enfermedad metabólica con ayunos intermitentes, siempre bajo supervisión médica. Ayunando días alternos, o eligiendo tres días fijos no consecutivos, han conseguido prescindir de las inyecciones de insulina y de la mayoría de la medicación que tomaban. Incluso bebiendo café, té o consomé en los días de ayuno o ingiriendo alguna cena muy ligera y baja en glúcidos, han conseguido beneficios en un corto periodo de tiempo.

En caso de sufrir una dolencia que se traduzca en una inflamación e intoxicación importantes, o simplemente para realizar una depuración corporal a todos los niveles, podemos optar por un ayuno prolongado de varios días. Dada la importante regeneración que significa un ayuno de cinco e incluso de hasta diez días, conviene dedicarle toda la atención, apartándote de las actividades diarias y realizándolo en un ambiente apropiado para ello, como un retiro o un espacio natural, para lograr una limpieza en todos los aspectos vitales.

¡IMPORTANTE!
Un ayuno prolongado debe realizarse siempre bajo la supervisión de un médico especialista en nutrición.

De manera más accesible están los ayunos realizados cada cambio de estación. En los tránsitos estacionales es muy recomendable ingerir, de uno a tres días, fruta, agua o arroz basmati integral a modo de limpieza. Si se alarga más de tres días, requeriría un cambio de rutinas diarias para afrontar la disminución de la actividad corporal. Para los amantes de los arroces, y ya que aconsejo disminuir los hidratos de carbono, recomiendo también el arroz rojo, que ayuda a disminuir el colesterol. Por su parte, el llamado «arroz salvaje» es en realidad la semilla de una planta que, con más proteínas y menos almidón que el arroz, constituye una buena alternativa para reducir la ingesta de hidratos. Además, en sus variantes de almidón resistente (véase capítulo 3), disfrutamos de la comida, alimentamos la flora intestinal y reducimos la asimilación de azúcares.

Cuando nuestros maltratados cuerpos, acostumbrados a los tóxicos diarios, reciben estas bocanadas de aire puro y de bienestar, rechazan inconscientemente los productos que los perjudican e incluso dejan de apetecerles los «antojos».

PAUTAS DURANTE EL DÍA

En las horas de ayuno y sobre todo a partir de la mañana, bebe mucha agua, te ayudará a limpiar tu organismo y a no sobrecargar el sistema básico. Te recuerdo que tu cuerpo es el que mejor sabe lo que es bueno para ti. A mí me resulta fácil ayunar, pero frecuentemente escucho a personas decir que no pueden vivir sin desayunar. Si es tu caso, adelante con el desayuno, no desaproveches tu momento del día. Eso sí, en lugar de abusar de ingredientes que no te ayudan —galletas, bollería industrial, pastas...—, opta por alimentos más naturales. Dentro de unos límites razonables, no restrinjas el disfrute y el bienestar que los momentos de placer culinario te aportan. Para que veas que te comprendo, voy a darte también motivos para desayunar.

Mejor el limón que la naranja

Evita el zumo de naranja en ayunas, es una auténtica bomba para tu hígado. Aunque parezca mentira, la naranja resulta más ácida que el limón en nuestro interior y, además, favorece la tendencia a sufrir reflujo gastroesofágico, es decir, que suba ácido desde el estómago hacia el esófago o incluso a la boca. El limón, al igual que la espinaca, aunque sean alimentos con un pH ácido, se comportan como alimentos alcalinizantes capaces de reducir la acidosis del cuerpo.

Bebe en ayunas agua templada con zumo de limón. Es una estupenda bebida preventiva para evitar sobrecargas en la vesícula biliar y te ayudará también a drenarla, con lo que te librarás de muchos males.

Para los problemas de estreñimiento, toma dos cucharadas de aceite de oliva, el zumo de un limón y agua templada. Esta mezcla estimulará tu vesícula biliar y mejorará el tránsito intestinal. Si además tus gases son fétidos (puede ser que la génesis del gas metano en tu intestino favorezca el estreñimiento), añade una cucharadita de café de jengibre en polvo a la mezcla anterior. Si sientes hinchazón al poco de comer, toma una cucharada sopera de aceite antes de las comidas; ayudará a estimular tu vesícula biliar y mejorará esa sensación, que suele deberse a un sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado.

Si observas que la naranja o el limón no te sientan bien en ayunas, puede deberse a sus capacidades para drenar la vesícula biliar. Es una señal de que este órgano está sobrecargado, quizá por algún cálculo escondido, o bien de que tu organismo no tolera esos cítricos.

No exprimas la fruta

El zumo no es igual que la pieza de fruta. Si tomas el zumo de tres naranjas, estás ingiriendo casi la misma cantidad de azúcar que con un refresco. Es verdad que ese zumo no lleva edulcorantes ni aditivos, pero, al haber eliminado casi toda la fibra de la fruta, que favorece que el azúcar se absorba más lentamente, una buena cantidad de este azúcar pasará directamente a la sangre. Esto provocará una descarga de insulina, la hormona que regula el nivel de azúcar en sangre. Unas horas después, tendrás un pico de hipoglucemia, es decir, el aumento de insulina habrá hecho que tu nivel de azúcar baje demasiado. Estos picos de azúcar en sangre tan rápidos —comparables a una montaña rusa— están en el origen de lacras de nuestra civilización como la diabetes, la obesidad y los síndromes metabólicos.

En este aspecto, estoy totalmente de acuerdo con las aportaciones sobre nutrición que ofrece el pediatra Jorge García Dihinx. Muchos de los problemas de metabolismo y de sobrepeso u obesidad que se encuentran hoy en día, incluso en niños pequeños, tienen un factor común: los picos de insulina. La insulina, además de introducir el azúcar de la sangre en las células y mantener estables los niveles de azúcar en sangre, no favorece que quememos las grasas y almacena directamente la mitad del azúcar que has ingerido en forma de «michelín». La mitad restante de los azúcares ingeridos se consume en nuestro gasto metabólico, pero la almacenada como grasa ya está fuera de nuestro alcance. Si hacemos cinco comidas diarias ricas en carbohidratos como es habitual en la actualidad, el azúcar y la insulina originarán continuos picos de subida y bajada; a su vez, estos favorecerán la acumulación de grasa que nos costará quemar e irán alterando nuestro metabolismo.

Con el paso del tiempo, podemos desarrollar una resistencia a la insulina. Nuestras células dejan de reaccionar a la insulina, aumentando, de esta manera, el nivel de azúcar en la sangre y pudiendo desencadenar una diabetes si no se ataja a tiempo. En los descensos de insulina, el azúcar en sangre desciende tanto que nos entrará hambre de nuevo, sobre todo de azúcar, y es el motivo por el que muchas personas necesitan comer continuamente.

Si eliminas al máximo esos picos de insulina, tu cuerpo irá quemando tus grasas y no sentirás las ganas de comer con ansia. Esto te permitirá no estar tan pendiente de las comidas y tu cuerpo estará más sano. Dormir y ayunar entre ingestas nos facilita quemar grasas y que la insulina se mantenga estable.

Deja, al menos, cuatro horas de descanso entre comida y comida; tu cuerpo te lo agradecerá enormemente.

Los batidos entran en acción

Puedes optar por licuados o batidos que alcalinizan, a tu gusto. Entre los ingredientes más adecuados está el alimento alcalinizante estrella, el pepino, un diamante verde para los organismos que lo toleren sin molestias. El apio es también un potente aliado en la depuración corporal. El jengibre y la cúrcuma son dos sustancias analgésicas y antiinflamatorias fáciles de añadir a muchas comidas —como ensaladas, zumos, arroces, purés, etcétera— que pueden complementar a estos batidos matinales. Puede ser un buen manjar matutino un batido o macedonia de frutas con frutos rojos, cereales integrales naturales, frutos secos y leches vegetales a tu gusto. Para los niños te propongo un batido vegetal con surtido de colores, cereales naturales e, incluso, un poco de cacao. En el caso de que el desayuno sea una tortura para ellos, no te preocupes y prepárales un buen batido para el almuerzo con frutos secos o bien una pieza de fruta para que la tomen directamente; si comen y cenan bien, tendrán la energía necesaria.

Para los que no pueden salir de casa sin su tacita de «algo caliente», el café y las diferentes infusiones pueden realizar ese gustoso cometido. Si la tentación te puede, elige una tostada de trigo sarraceno, quinoa, espelta u otro cereal integral, evitando el trigo y el gluten todo lo que puedas, aderezadas con un buen aceite. Tu cuerpo te indicará lo que mejor te sienta. Si necesitas saciarte en el desayuno como una fiera para afrontar el día, es el momento de optar por el aguacate, los huevos o el jamón ibérico.

La distribución de nutrientes

Soy partidaria de tres comidas completas, o dos si realizas el ayuno intermitente, que sigan aproximadamente la proporción 85 por ciento -15 por ciento.

El 85 por ciento debe basarse mayoritariamente en la verdura, junto a frutas (sin excederse, pues son ricas en fructosa, un azúcar), grasas saludables (aguacate, aceitunas, aceite de coco, de nuez y de oliva virgen) y tubérculos, reduciendo los hidratos de carbono, sobre todo los refinados (cereales, harinas y arroces), y el gluten. El 15 por ciento restante debe incluir proteína (carnes y huevos ecológicos, pescados ricos en omega 3). Aunque las legumbres son ricas en proteínas vegetales, elevan el índice glucémico de la comida, es decir, hacen que el nivel de azúcar en sangre aumente con rapidez. Por tanto, hay que limitarlas, al igual que los cereales, y evitarlas si el intestino está inflamado. Una buena opción es acompañar las legumbres con arroz o cereales, ya que elevan la calidad de sus proteínas. Los frutos secos (excepto los cacahuetes), las semillas (calabaza, girasol y lino), las algas y las bayas resultan excelentes y beneficiosas incorporándolas a nuestra dieta habitual.

Recomiendo una dieta vegetariana completa uno o dos días a la semana para ayudar a los órganos de depuración a limpiarse más fácilmente. Evidentemente, claro está, dependiendo de la actividad física que se realice durante el día y del estado de salud de la persona. Cuanta más actividad se desarrolla, más necesidad de proteínas en nuestra alimentación. Y para los amantes del ayuno, tomar únicamente fruta o agua un día a la semana o al mes será de gran ayuda a los organismos más propensos a acidificarse.

Por tanto, verduras y ensaladas como primer plato. Y demos la vuelta a la tortilla de los segundos platos: prioriza lo verde y disminuye la «chicha». Es decir, elige diferentes verduras acompañadas de algo de carne o pescado, en vez de un «platazo» de proteína con una ligera guarnición de verdura. Los días que consumas arroz o legumbres, acompáñalos con verduras, eliminando su combinación con proteína animal (salvo excepciones, como siempre).

Me inclino por consumir proteínas de origen animal con moderación, pero sin anularlas de nuestra dieta, puesto que, para la regeneración de algunas estructuras, se necesitan ciertos «ladrillos» que solo se encuentran en ellas. Además, se asimilan más fácilmente que las de origen vegetal. Podríamos dejar de comer carne animal y convertirnos en vegetarianos, pero, cuando el cuerpo requiera esos aminoácidos esenciales, nos convertiremos en autocaníbales. En otras palabras, nuestro organismo empezará a utilizar nuestros propios músculos para obtener el material necesario con que regenerar órganos tan importantes como, por ejemplo, el corazón.

El número de comidas diarias que acabo de recomendar va en una dirección diferente de las habituales normas de dietistas y nutricionistas. En mi opinión, las cinco o más comidas estipuladas por protocolo no dejan tiempo suficiente al cuerpo para depurarse y regenerarse, ya que está en un régimen de pluriempleo, y podemos entrar en el círculo nocivo de los picos de insulina.

Dejando al menos cuatro horas de ayuno entre comida y comida se favorece la limpieza del intestino delgado. Se evita así que proliferen las bacterias en esta zona, destinada a asimilar el alimento y no a fermentarlo, y que se generen hinchazones al poco de comer y gases difíciles de eliminar.

Si es posible, alimentos ecológicos

Como medidas generales, prioriza los alimentos ecológicos, las verduras y frutas de temporada —propias de cada estación— y de proximidad, de nuestra zona, maduradas en su ambiente y lo más naturales posible. Elige pescado y carne de animales sin estrés ni sufrimientos y con una alimentación natural. No solo evitarás los tóxicos, aditivos y medicamentos añadidos, sino que descubrirás que la calidad de los alimentos mejora. Te sorprenderá la siguiente información: las plantas que no están tratadas con abonos químicos, fertilizantes, fungicidas y otros productos similares, generan —para protegerse ellas mismas del ataque de los diferentes «bichos» que las rodean— antioxidantes y sustancias beneficiosas que, al ingerirlas, nos ayudan a mantener la salud.

Prioriza ingerir los alimentos al vapor, crudos o a la plancha y no cocinarlos en exceso. De todas formas, insisto, prestar atención a tus reacciones digestivas es una de las mejores medidas preventivas. Una manzana, por muy ecológica que sea, y aunque para muchos pueda parecer el alimento ideal, en ciertos organismos quizá no sea tan bien aceptada como en otros.

Grasas sí

Durante años se arremetió contra las grasas, consideradas perjudiciales, y se priorizó el consumo de hidratos de carbono, lo que ha generado un aumento de los casos de obesidad y diabetes entre la población. Podríamos vivir con bastantes menos hidratos de carbono de los que diariamente ingerimos. Por supuesto que nuestro cuerpo, sobre todo nuestro sistema nervioso central, funciona mejor si le aportamos este nutriente, pero no en cantidades tan abusivas y perjudiciales como se ha venido haciendo.

No hay duda de que las grasas hidrogenadas y trans —muy utilizadas en los alimentos procesados industriales— son dañinas. Sin embargo, las grasas saturadas de origen natural, en su justa medida, resultan beneficiosas. También lo son las grasas mono y poliinsaturadas tales como las del aceite de oliva virgen, el aceite de nuez, los pescados grasos, los frutos secos, las semillas, el chocolate negro, los huevos y el aguacate. Además, reducen la sensación de hambre y la necesidad de arrojarnos sobre el azúcar como posesos.

¡AL RICO ACEITE DE OLIVA!
Opta por el aceite de oliva virgen extra, a ser posible de primera prensada en frío, para tus aderezos culinarios y evita las grasas transformadas industrialmente.

Las grasas insaturadas naturales son un gran aliado para nuestra salud. La grasa forma parte de nuestro organismo, por lo tanto, también es necesaria. El aporte de ácidos grasos omega 3 debería ser una prioridad si quieres cuidar tu cuerpo, sobre todo tu sistema cardiovascular. Es un potente antiinflamatorio general sin ningún efecto secundario, capaz de actuar beneficiosamente a nivel cerebral mejorando tu estado de ánimo, y que logra reducir la toxicidad corporal incluso en casos de tratamientos con quimioterapia.

No entiendo la condena a los pobres huevos, acusándolos de subir el colesterol, cuando son uno de los alimentos más completos en cuanto a proteínas se refiere. El huevo posee todos los aminoácidos esenciales, un amplio espectro de vitaminas, luteína (un pigmento que reforzará tus ojos) y colina (una vitamina que, como demuestran muchos estudios, entre ellos el artículo «Neuroprotective Actions of Dietary Choline», publicado en la revista Nutrients en 2017, alegrará tu cerebro y te prevendrá del alzhéimer). Además, para rematar los beneficios del huevo, no contiene azúcares. El colesterol de la sangre no tiene que ver tanto con el que se ingiere, sino más bien con el que produce el hígado a través del azúcar que se ha consumido. Luego son los alimentos ricos en azúcares los que hacen subir el colesterol en sangre, no los huevos. Asimismo, el colesterol es una sustancia necesaria. Forma parte de las membranas de las células, de las hormonas sexuales y de la vitamina D y, si sus niveles descienden en exceso, es más fácil sufrir depresiones. El colesterol es el que repara las lesiones de las paredes arteriales producidas por elementos ácidos como el azúcar. El colesterol es nuestro aliado, no nuestro enemigo. Cuando tu metabolismo está acumulando grasa, principalmente en la zona abdominal, es cuando el colesterol de baja densidad (LDL) puede resultar perjudicial para la salud, tal como nos indica el médico Jorge García Dihinx.

Menos sal

Una ingesta excesiva de sal contribuirá a un aumento de la hipertensión arterial y a una mayor acumulación de líquido en nuestro organismo. Es muy fácil reducir, e incluso eliminar, su consumo diario recurriendo a las especias para aromatizar nuestros alimentos. Estos condimentos generarán un juego de sabores y colores específico que puede beneficiar también a cada organismo en concreto, como recomiendan ciertas dietas orientales. La cúrcuma y el jengibre, por ejemplo, darán tonalidad y sabor a tus platos alimentos y te ayudarán en tu campaña antiinflamatoria corporal.

Sobra el tercer plato

En general, evita los postres... salvo los días señalados (pero no los señales todos, que nos conocemos). Postres golosos aparte, la fruta es mejor ingerirla media hora antes de las comidas, o entre horas y sobre todo por la mañana, ya que todos los azúcares, naturales o no, favorecen la fermentación del resto de los alimentos ingeridos. Realmente, un correcto sistema digestivo neutralizaría esta fermentación, de ahí que las excepciones no resulten problemáticas. Pero no está de más cooperar y facilitar su tarea debido a la cantidad de tóxicos alimentarios y emocionales que pueden distorsionar su buen funcionamiento. Recuerda que tú eres tu mejor médico, así que si la fruta te sienta de cine como postre: ¡adelante y a por ella!

¿Y para beber?

El agua es un elemento indispensable que te ayudará a limpiar y drenar tu cuerpo, por lo que te animo a beberla sobre todo entre horas y, a ser posible, durante la mañana. Evita el agua con las comidas, hidratándote antes no la necesitarás. No olvides que nuestro organismo está preparado para que le aportemos agua, no las cucharadas de azúcar escondidas en muchas bebidas comerciales. Amanecer y regalarte un vaso de agua a temperatura ambiente o templada para ayudar a tu intestino si es un poco perezoso tiene múltiples ventajas para tu salud. Si quieres mejorar todavía más su efecto beneficioso, bebe agua depurada, alcalina y electrolizada (véase capítulo 14). En el caso de que seas amante del vino, puedes permitirte una copita con las comidas (así lo indican numerosos estudios).

Sin prisas

Dedica un tiempo suficiente para comer con calma, disfrutando de los alimentos, siendo consciente de que te están tratando bien. A pesar de que hayas sentido que limito tu alimentación, nada más lejos de mi intención, y aprovecho para anunciarte que, cuando hayas saneado todos los lastres y memorias nocivas que acarrea tu sistema digestivo, podrás comer muchas cosas sin que este casi proteste. Tan nocivo es llevar una mala alimentación como obsesionarse con la pureza de los alimentos y mantener una mente estricta que no se permita un momento de placer y de «soltarse la melena».

Las emociones son fundamentales para el mantenimiento de la salud y están por encima, incluso, del cuidado de la dieta.

Recupera tu salud

Si padeces ya una enfermedad o síntomas que te hacen sospechar que el tóxico se ha acumulado en tu organismo de una manera importante, intensifica tus cuidados, pues tu cuerpo está alzando su voz para que lo atiendas. En este caso, la primera meta debe ser entender qué está pasando en tu organismo y ocuparte del conflicto emocional que genera un estrés ácido en tu cuerpo, algo que trataré con detalle más adelante. La segunda meta debe ser establecer unas pautas para depurar y nutrir tu cuerpo. Si estás tomando medicación, es conveniente que un profesional de la salud marque las normas que debes seguir para no generar interferencias con el tratamiento médico.

Primero, desintoxica tu organismo. Especialmente si padeces una enfermedad de tipo inflamatorio, ya sea articular, muscular, digestiva, pulmonar o cutánea, opta por una dieta antiinflamatoria basada en verduras (preferentemente crudas o poco cocidas), frutas, pescados grasos, legumbres (para disminuir la ingesta de cereales), frutos secos y aceite de oliva. Ten claro que el azúcar y las harinas refinadas, los alimentos procesados, los lácteos y sus derivados, la carne y el gluten favorecen la inflamación. Evita las elaboraciones a altas temperaturas como las frituras y la parrilla, que generan moléculas con gran toxicidad, y elimina radicalmente los lácteos y los cereales.

Para desintoxicar tus tejidos, bebe bastante agua, duerme lo suficiente, mantén tu actividad y muévete tanto como tu estado te lo permita.

Mantén estos cuidados alimentarios uno o dos meses, e incluso más tiempo según la intensidad de tu sintomatología. Asocia las atenciones en tu alimentación a un tratamiento de desintoxicación general del cuerpo a base de complementos naturales que ayuden a tu hígado, vesícula biliar, riñón, intestino, piel y linfa, todo a la vez. De esta manera favorecerás el drenaje del tóxico y evitarás que cualquier sistema de depuración se vea sobresaturado y no pueda eliminarlo. A esta desintoxicación puedes añadirle aminoácidos, enzimas y antioxidantes, presentes en las frutas y verduras de colores intensos, el brócoli, la col apio, la cebolla, el ajo y la alcachofa.

Una vez que hayas limpiado tu espacio intersticial, puedes comenzar a regenerar tus tejidos y repoblar tu flora intestinal. La alimentación adecuada, acompañada de vitaminas, minerales, enzimas, coenzimas y aminoácidos, es necesaria para que tus células tengan el aporte adecuado de los elementos necesarios para la reconstrucción de las zonas afectadas. Y los probióticos (véase capítulo siguiente) complementarán esa repoblación.

Aunque tus síntomas estén etiquetados con nombres y apellidos (y uno de ellos sea «crónico»), no te desanimes. En este libro descubrirás el origen emocional oculto de muchos de ellos. Los cuidados que esta primera parte te ofrece te ayudarán a atenuar (e incluso a eliminar en algunos casos) las repercusiones físicas, así como a regenerar y sanear tu cuerpo. La naturaleza es sabia y quiere liberarte del dolor y de los síntomas físicos. Solo hace falta que dejes que siga su curso, que no interfieras en la regeneración de las células y que no te convenzas de que la enfermedad es una maldición sobre la que no tienes capacidad de actuación para revertir o mejorar tu situación.

La nutrigenética y la nutrigenómica estudian cómo la variación genética influye en las respuestas ante los diferentes alimentos. Por ello, una vez que tu sistema digestivo se haya desinflamado y no tengas síntomas asociados a él, incorpora nuevos alimentos a tu dieta y percibe cómo los acepta tu cuerpo. He querido aportarte las normas generales que me parecen importantes, pero tu cuerpo manda.

Cuando hayas recuperado la salud, recuerda que no hay una dieta correcta para todo el mundo, cada uno tiene la suya.

PROBLEMAS DE PESO

Si tienes problemas con el peso, no recurras a todo tipo de dietas hipocalóricas que acabarán frustrándote. Nuestro inteligente cuerpo se adapta a las restricciones calóricas ralentizando el metabolismo. Para bajar peso con coherencia, te recomiendo unas pautas básicas:

Así alcanzarás tu peso ideal de manera saludable y, además, te sentirás alegre y con energía. Pero, como siempre repito, tu propio cuerpo te mostrará «tu fórmula ideal» para conseguirlo.

MEDIDAS PARA ALCALINIZAR TU CUERPO

  1. BEBE MUCHA AGUA.
  2. MENOS AZÚCAR, LÁCTEOS, HIDRATOS DE CARBONO Y COMIDA PROCESADA.
  3. MÁS VERDURAS Y, POR LO MENOS, UN ALIMENTO CRUDO EN CADA COMIDA.
  4. EN AYUNAS, EVITA EL ZUMO DE NARANJA Y BEBE AGUA TEMPLADA CON ZUMO DE LIMÓN.
  5. NO EXPRIMAS LA FRUTA. DECÁNTATE MEJOR POR LICUADOS O BATIDOS.
  6. PRIORIZA LOS ALIMENTOS AL VAPOR, CRUDOS O A LA PLANCHA.
  7. OPTA POR EL ACEITE DE OLIVA VIRGEN Y EVITA LAS GRASAS TRANSFORMADAS INDUSTRIALMENTE.
  8. REDUCE LA SAL.
  9. EVITA LOS POSTRES.
  10. DEJA, AL MENOS, CUATRO HORAS DE DESCANSO ENTRE COMIDA Y COMIDA.

SEGUNDA META:
MANTENIMIENTO DE LOS FILTROS

Las medidas descritas para alcalinizar el cuerpo son también beneficiosas para el mantenimiento de los sistemas de depuración. Te recomiendo realizar periodos de desintoxicación general del cuerpo si sufres patologías y sintomatologías inflamatorias o degenerativas, cuando tengas síntomas específicos de los órganos depurativos o, también, como sistema preventivo para alejar de tu hogar otros «visitantes no deseados». Puedes llevarlos a cabo en la entrada de las juguetonas estaciones de primavera y otoño o en cada cambio de estación, según tu predisposición a cuidarte o el estado general de tu salud.

En estos periodos depurativos, reduce al máximo la ingesta de sustancias tóxicas como las que ya he descrito e incorpora a tu alimentación principios activos naturales de plantas, ya sea en infusiones, extractos, comprimidos u homeopatía, para ayudar a los órganos depurativos a realizar su trabajo. Si prolongas la limpieza durante al menos quince días, tus células te lo agradecerán enormemente.

PRINCIPIOS ACTIVOS NATURALES

Conviene que conozcas los principios activos naturales que van a realizar una limpieza más a fondo de tus filtros. Cada estación conecta con una mayor receptividad y sensibilidad de ciertos órganos. Aprovecha la ocasión para intensificar y aumentar la efectividad de la depuración corporal. Lo ideal es que cada limpieza incorpore una sustancia o más para cada órgano depurativo.

Los días previos a la primavera —una estación de regeneración y de alta actividad del hígado, la vesícula biliar y con ellos la sangre— es conveniente apostar por hierbas hepáticas como el diente de león, el cardo mariano, el desmodium, el boldo, la fumaria o la alcachofera como depurativos y regeneradores del hígado. La alcachofa, la borraja, el apio, el brócoli, el ajo, la cebolla, la uva negra y las moras son también buenos amigos de este órgano. Para ayudar a la desintoxicación hepática, podemos completar el tratamiento con los principios homeopáticos nux vomica o lycopodium. Si los picores o erupciones cutáneas afloran en la piel, la ortiga verde colaborará a limpiar la sangre.

LIMPIA TU HÍGADO Y TU VESÍCULA BILIAR
Te propongo un ejemplo de proceso depurativo liberador de tu hígado y tu vesícula biliar que debe incluir:
• quince días de dieta correcta, tomando agua templada con aceite y limón durante los dos fines de semana;
• tratamiento con hierbas hepáticas, magnesio y plantago (si tu intestino no evacúa bien).

Aunque no seamos conscientes de ello, la sabiduría popular ya desvela con sus dichos la relación entre la naturaleza y el cuerpo humano. Por ejemplo, «la primavera la sangre altera». Esta expresión no indica solamente un estado de facilitación al enamoramiento, sino que también nos habla de la importante renovación sanguínea y la mayor sensibilidad hepática en esta época, con sus repercusiones sanguíneas.

El verano es el momento de ocuparse de nuestro gran río de la vida y, por tanto, de intensificar la limpieza de la circulación sanguínea y linfática. El espino blanco, la vid roja, el olivo, los arándanos y el pomelo te ayudarán.

Cuando entre el otoño, sobre todo, los pulmones agradecerán una pequeña ayuda optando por el tomillo, el llantén, el pino, la pulmonaria, el eucalipto y las uvas. En esta misma época, los intestinos también se beneficiarán con la angélica, la zarzaparrilla, la brionia y la tuera (Citrullus colocynthis). La flora intestinal se entusiasmará con las cebollas, los puerros, las alcachofas, las manzanas, la zanahoria cocida, el lino, la avena, las setas, las algas y el almidón resistente. Incluso en esta estación, unos días de ayuno o solamente a fruta serán ideales para prepararte de cara a la llegada del invierno.

En invierno, los riñones y las vías urinarias se reforzarán si tomas vara de oro, cola de caballo, abedul y berberis. La hidratación, las semillas, las raíces, las sopas, las nueces, los arándanos, las algas y evitar el exceso de sal te ayudarán a soportar saludablemente el frío tránsito invernal.

Un correcto estado de tu maquinaria depurativa mantendrá tu sistema defensivo en buenas condiciones y evitarás así que los virus, bacterias y gérmenes patógenos puedan acceder, conquistar y mermar tu organismo.

TERCERA META: COHERENCIA

Gestionar nuestra vida con coherencia a todos los niveles es otra vía para desacidificar el organismo. Quizá pueda parecer que esta meta se queda en un segundo plano tras lo comentado hasta ahora, pero nada más lejos de mi intención, como descubrirás en el apasionante viaje que te espera en las siguientes partes del libro. La correcta gestión de las emociones y de los pensamientos puede ser el mayor desintoxicante del mundo y el mejor método de prevención.

¡MUÉVETE!

Uno de los mejores medios para reactivar todos nuestros sistemas depurativos, eliminar tóxicos naturalmente, conectar con nuestro cuerpo para armonizarlo con la mente y desfogar tensiones es el ejercicio físico. Las primeras horas del día son las mejores para realizarlo y empezar la actividad diaria con buena armonía. Además, el ejercicio matinal aprovecha la tendencia de nuestro organismo a consumir prioritariamente las grasas tras el ayuno nocturno. La media tarde es otro momento ideal para conectar con tu «yo» físico. Muévete todo lo que puedas y evita sentarte durante demasiadas horas.

El cuerpo humano está diseñado para la actividad, no para el sedentarismo.

Andar cuarenta minutos, realizar ejercicios aeróbicos suaves, nadar o pasear en bicicleta —a ser posible a diario— son las pautas aeróbicas recomendables según las preferencias de cada uno. Alterna estas actividades con una tonificación muscular suave (emplea unos pesos adecuados) y lograrás, así, un buen equilibrio físico. El cuidado físico de tu cuerpo es positivo siempre y cuando no se convierta en una práctica obsesiva que altere tu ánimo. No puede estar sujeto a rutinas inamovibles y que consuman toda tu energía, obligándote a desatender el desarrollo de otros aspectos necesarios para tu crecimiento personal.

Elige los deportes y ejercicios más acordes a tus gustos y situaciones personales. Y si puedes realizarlos al aire libre, en un entorno natural, ¡mejor que mejor!

Los baños de mar, las saunas o finalizar tu ducha matinal con agua fría son ideales para reactivar y desinflamar tu cuerpo si los realizas con constancia. Dormir ocho horas aproximadamente, y de acuerdo con el ritmo circadiano, es decir, por la noche, es lo más acorde a nuestra naturaleza.

RELÁJATE, MEDITA

El yoga, el taichi, las meditaciones, el pilates, las técnicas de atención plena (mindfulness) y todas las disciplinas que incorporen respiraciones profundas, concienciación corporal y armonización cuerpo-mente —como, por ejemplo, la técnica Alexander— son muy positivas para mantener un equilibrio físico, emocional y mental que te permita reducir el estrés.

¡REGÁLATE TIEMPO!
Dedícate cada día unos momentos para ti en la locura de tus quehaceres diarios, es el regalo más beneficioso que te puedes ofrecer. Procura que sea un momento de calidad, ya que el placer de ocuparte de tu «yo» puede convertirse en una obligación estresante si no va acompañada de tranquilidad, suficiente tiempo y relajación.

Meditar es aprender a conocerte, a gestionar tus emociones y a caminar con tu mente calmándola. Meditar favorece vivir en paz: si en tu interior ves claro, en tu exterior verás claro. Practica la meditación, aunque sea tan solo unos minutos al día, y tu salud te lo agradecerá. Simplemente disuelve tus pensamientos para calmar y apaciguar tu imparable mente. Domestícala, pacificándola para que pase de su alocado galope a la quietud y la tranquilidad.

Para reducir el estrés, te recomiendo realizar ejercicios de coherencia cardiaca tres veces al día (véase capítulo 13), así establecerás un saludable biofeedback entre tu corazón y tu mente. Esta potente técnica, que armonizará tus sistemas corporales y calmará tu cuerpo, se convertirá en el afinamiento y la compenetración ideal para tu orquesta de billones de músicos.

Cuando nos introducimos en un bucle mental negativo, nos acidificamos enormemente. Equilibrar y armonizar tus emociones y pensamientos será tu mejor medicina.

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Aparato digestivo sano, cuerpo sano

La historia de la medicina nos ha enseñado la posición destacada del aparato digestivo a la hora de diagnosticar y tratar al ser humano. Desde los antiguos médicos hasta los estudios en nutrición más recientes coinciden en la importancia de vigilar la salud del sistema digestivo para prevenir las enfermedades y mantener el cuerpo en buen estado. Hace casi 2.500 años, en la antigua Grecia, Hipócrates afirmaba: «Con toda probabilidad, la fuente de las enfermedades no debe encontrarse en ningún otro lugar que no sean las ventosidades o flatulencias, dependiendo de si son por exceso o por defecto, o bien si entran en el cuerpo en demasía o impregnadas de miasmas mórbidos».

Desde la Antigüedad, por tanto, ya se consideraba de vital importancia prestar atención a las sustancias tóxicas que pueden penetrar en nuestro organismo por la vía intestinal. A lo largo de nuestra ya extensa historia como seres humanos, hemos sufrido grandes carencias de higiene y de nutrientes en la alimentación. También hemos cometido grandes excesos culinarios que han generado, según las diferentes épocas, alteraciones en el equilibrio del sistema digestivo, al igual que síntomas y enfermedades en el sistema metabólico.

Realmente, siempre ha existido el conocimiento de que el ser humano enfermaba por sus excesos o defectos alimentarios. Tan solo hace falta aprender de la experiencia de nuestros antecesores y dedicar más atención a la calidad de nuestra alimentación, y observar cómo reacciona nuestro organismo, ya que el cuerpo nunca miente. El médico y filósofo griego Galeno (129-h. 210), influido por las doctrinas de Hipócrates (podríamos nominarlos a ambos como dos de los padres de la medicina), ya nos indicaba la importancia de esa atención: «Vale más prevenir que curar». Estas tendencias en la medicina tuvieron mucha influencia en Europa en los siglos posteriores. Hipócrates, una vez más, nos dio otra de las claves para prevenir la enfermedad en nuestro organismo: «Que tu medicina sea tu alimento, y el alimento tu medicina».

TODO VIENE DE LA NATURALEZA
En unos pocos kilómetros a la redonda de nuestra ubicación geográfica, la naturaleza nos otorga el privilegio de disponer de las plantas necesarias para corregir las diferentes patologías propias de nuestro territorio concreto. Esas plantas fueron el inicio de los principios activos de los medicamentos.

Nuestros antepasados se encargaron siempre de recurrir a la naturaleza para mitigar y curar sus dolencias. La sabiduría popular basada en la observación, en la intuición natural, e incluso en la imitación de los comportamientos de otras especies animales, se transmitía de padres a hijos como un gran legado necesario para la supervivencia. Quien tenga un gato, por ejemplo, conocerá un caso claro de lo que quiero transmitir. Estos felinos comen determinadas hierbas periódicamente para así purgarse y limpiar su sistema digestivo. Como no tienen enzimas para digerir los vegetales, acaban vomitando y, así, eliminan de su tracto digestivo todos los restos de otras comidas ingeridas. Los escarabajos, cuando se ven atacados por los parásitos, comen ciertas hierbas medicinales. Las elefantas de África antes de parir toman borraja ya que favorece las contracciones, como nos recuerda Andreas Michalsen en su libro Curar con la fuerza de la naturaleza. Las vacas que desarrollan un bulto en las ubres dejan de comer hierba e ingieren una planta que, en condiciones normales, rechazan. Esta planta es el principio activo de un conocido medicamento anticanceroso.

¡IMPORTANTE!
Cuando los síntomas adquieren una envergadura importante (por ejemplo, la fiebre se acerca a los 40 °C o supera esta temperatura), la ayuda médica es necesaria.

En general, el reposo, las infusiones depurativas y la ayuda para liberar la toxicidad y la inflamación son los remedios más naturales y aconsejables para que el cuerpo pueda depurarse y recuperar su equilibrio. Nos encontramos nuevamente con los consejos de la sabiduría popular, que hacían que nuestras abuelas nos metieran en la cama, nos tapasen para sudar y nos trajeran caldos calientes, infusiones de hierbas, emplastos y lavativas.

Curiosamente, estos sistemas básicos de actuación poseen la misma base que uno de los principios del juramento hipocrático: primum non nocere, es decir, «lo primero es no hacer daño». Este debería ser uno de los cimientos básicos sobre los que se sustentara toda terapia destinada a preservar y mantener la salud de los seres humanos. Si optamos únicamente por eliminar los síntomas con medicamentos, podemos interferir en los procesos naturales del cuerpo y esto puede afectar sus órganos depurativos y dejar efectos adversos en otros sistemas corporales. No debes olvidar tal conocimiento y dejar tu salud completamente en manos ajenas, sino hacerte responsable de los cuidados que tú puedes proporcionarte. Por desgracia, el ritmo de vida actual nos empuja a echar mano de la química más veces de las necesarias, encontrando de esta manera una mejoría de la sintomatología más inmediata sin parar la actividad cotidiana, pero a costa de no escuchar a nuestro cuerpo y de negarle un respiro coherente.

CUIDA TU SISTEMA DIGESTIVO

Con todos estos sabios legados es evidente la importancia de mantener nuestro sistema digestivo en un sano y correcto estado. En la época romana se organizaban grandes festejos donde la abundancia de comida estaba asegurada. En aquel entonces, la sangre y los líquidos corporales («humores») empezaban a cobrar una importancia vital para los que se dedicaban a mantener la salud de la población. La calidad de los vómitos y de las deposiciones —y, por tanto, del sistema digestivo— era decisiva para interpretar el estado de salud del paciente por parte de los médicos de la época. Por la misma razón, estoy de acuerdo (en parte) con esta potente y categórica frase: «La muerte empieza en el colon», ya que es ahí realmente donde se producen los mayores procesos de descomposición y putrefacción en el cuerpo.

Si no prestas atención a las «cañerías» y «tuberías» interiores que forman tu aparato digestivo, toda la suciedad que circula por ellas puede acumularse en tu interior y distribuirse por los diferentes tejidos que componen tu cuerpo físico.

Hasta las diferentes religiones tienden a protegernos y a curarnos de los excesos culinarios que acompañan a la humanidad con los ayunos, las vigilias y las cuaresmas. La artritis gotosa —llamada popularmente «gota»—, consecuencia de un aumento del ácido úrico en sangre debido a una dieta rica en carne, embutidos, quesos, dulces y el consumo excesivo de alcohol, se consideraba una enfermedad de reyes y papas. Hipócrates, que ya observó la relación entre el estilo de vida y la enfermedad, asociaba la gota a «la artritis de los ricos» y el reumatismo a «la artritis de los pobres». En ambos casos, la toxicidad inflama —de dos maneras diferentes— nuestras articulaciones.

Las circunstancias que rodean a nuestro nacimiento —época, situación geográfica, cultura, religión y condición social, por ejemplo— están íntimamente relacionadas con nuestras maneras de enfermar. La educación, los modelos de vida y las posibilidades sociales condicionan la salud de nuestros sistemas corporales.

Hoy, en las sociedades teóricamente avanzadas, hemos pasado a vivir más, pero no sé si mejor. Hemos mejorado inmensamente en los sistemas de higiene —que nos han permitido eliminar casi por completo las grandes epidemias y las muertes masivas por infecciones—, pero la calidad excesivamente artificial y tóxica de nuestra alimentación, hidratación y de nuestro medio ambiente están debilitando nuestro sistema defensivo y sobresaturando nuestros sistemas depurativos. Aunque vivamos más años, en muchas ocasiones los soportamos en condiciones dolorosas, contrarias a una buena calidad de vida o sostenidas con tratamientos médicos extremos. Todo esto me empuja a insistir en la necesidad de tomar conciencia de cuán importante es mantener nuestro sistema digestivo en óptimas condiciones. Debemos cuidar la calidad y la cantidad de las sustancias que se van a introducir en nuestro cuerpo y mantener el espacio extracelular libre de impedimentos para que la célula respire, se nutra y se limpie. De esta manera, ayudaremos a no sobrecargar nuestro organismo y favoreceremos su depuración.

El sistema digestivo es un largo conducto, de unos doce metros de longitud, que recorre nuestro cuerpo desde la parte superior del tronco hasta el final del abdomen. Su punto de inicio está en la boca y desciende, sufriendo estrechamientos y engrosamientos, para finalizar en el ano. Tan largo trayecto no puede evitar que las alteraciones en determinados puntos repercutan en diferentes localizaciones de este largo conducto. Por ejemplo, podemos sufrir de anginas y que el origen de esta inflamación se halle en el intestino, o padecer hemorroides y que esa carga circulatoria tenga en el hígado su principal causante. Evidentemente, como ya he adelantado en el capítulo anterior, en el sistema digestivo también sufrimos alteraciones generadas por causas emocionales: cualquier persona o situación que «no podamos digerir» o que «se nos atragante» repercutirá en nuestra digestión a nivel fisiológico. El lenguaje que usamos cotidianamente está plagado de pistas que nos conducirán al origen de nuestros problemas de salud.

LA CAVIDAD BUCAL

La boca, la «puerta de entrada» al sistema digestivo, es un espacio que debemos tener muy en cuenta, ya que suele ser el origen de muchas de las alteraciones que acaban repercutiendo en el resto del organismo. Recuerda que una alimentación rica en azúcares y los productos tóxicos reducen el pH bucal, favoreciendo su desequilibrio y la aparición de molestos síntomas.

Las bacterias enemigas

Un ejemplo que demuestra la conexión de la boca con enfermedades en otras estructuras corporales lo encontré, no sin asombro, al descubrir en unas investigaciones recientes que se ha detectado la presencia de la bacteria Helicobacter pylori en la placa bacteriana y en la saliva. Cuando esta bacteria se hace fuerte en el estómago, provoca normalmente el desarrollo de gastritis y úlceras, y ahora descubrimos que puede tener otro lugar de asentamiento.

Puesto que se ha demostrado que es un foco potencial de bacterias, la boca requiere unos cuidados, una higiene y unas terapias tan minuciosos y efectivos como sea posible.

Igualmente, este ejemplo nos hace reflexionar sobre el concepto de que no conviene tratar una estructura aislada, sin relacionarla con el todo, silenciando únicamente los síntomas. Es importante combatir esta bacteria cuando está activa, ya que es muy agresiva y lesiva para el estómago. Pero antes de atajarla con antibióticos, ya que tienen bastantes efectos secundarios, opta por los tratamientos naturales que favorecen que sea el propio organismo el que venza a la bacteria:

  1. Evita el consumo de azúcares e hidratos de carbono refinados.
  2. Aumenta el consumo de agua.
  3. Evita los alimentos ricos en fructosa, lactosa y otros azúcares como la manzana, la pera, la papaya, la sandía, el melón, las uvas, las cerezas, el trigo, el aguacate, la coliflor, los champiñones, los guisantes y las legumbres.
  4. Recurre a la dieta FODMAP (libre de carbohidratos de cadena corta y alcoholes relacionados) —dirigida por un experto en nutrición— en los casos más severos o recurrentes.

Al mismo tiempo, puedes utilizar todo el arsenal que la naturaleza pone a tu alcance para mejorar tus defensas, como la equinácea, el propóleo, la uña de gato, la cúrcuma, el jengibre, el ajo, la cebolla, el tomillo, el romero y la menta. Puedes tomar el orégano y el tomillo como ayuda homeopática o bien en comprimidos como suplemento. Los aceites esenciales de árbol de té, orégano y tomillo funcionan como antibióticos naturales. El gel de aloe vera es una ayuda eficaz ante los virus, bacterias y hongos, además de estimular nuestro sistema defensivo y ser un poderoso aliado antioxidante y antiproliferativo. Algunos terapeutas recomiendan el consumo de zumo de limón, de piña o de manzana, pero en este caso conviene tener cuidado si se padecen gastritis o úlceras de estómago. El extracto de semilla de pomelo es un potente aliado contra las infecciones y el exceso de bacterias nocivas en la mucosa digestiva, además de un antibiótico natural, antioxidante y antiinflamatorio que elimina microbios y hongos nocivos.

LA SORPRENDENTE BACTERIA AMIGA
El arma más eficaz contra la poderosa Helicobacter pylori es otra bacteria, en este caso beneficiosa. Aunque parezca una nueva incorporación a los personajes de Star Wars, la cepa Lactobacillus Reuteri DMS 17648 es una bacteria amiga que, sin ningún efecto secundario, le plantará cara con mucha efectividad. A modo de suplemento probiótico, un aporte en ayunas de 200 mg durante al menos dos semanas disminuirá la agresión al estómago por la Helicobacter pylori y facilitará su expulsión del sistema digestivo.

Queda patente la importancia de tener un sistema inmunológico fuerte, también de mantener una correcta higiene bucal diaria, someternos a controles regulares a cargo de un dentista cualificado y realizar una limpieza periódica y profunda de nuestra dentadura. Una herida en las encías también puede ser foco de infecciones que, a la larga, nos pueden traer consecuencias adversas. Las bacterias nocivas, que se esconden incluso en las endodoncias (o empastes), pueden esperar largo tiempo hasta que un descenso de nuestras defensas les permita acceder al torrente circulatorio y colonizar diferentes estructuras, aunque estén distantes. Este podría ser el origen de enfermedades crónicas degenerativas del sistema articular, cardiaco o nervioso. Existen ya datos científicos sobre la íntima relación de la salud periodontal con el alzhéimer y ciertas enfermedades cardiovasculares.

Boca y deporte

Quiero destacar un hecho que te será muy útil tanto si practicas deporte como si vas a gestionar un club deportivo. En las competiciones de élite, como los Juegos Olímpicos, las atenciones médicas más frecuentes que solicitan los deportistas se refieren a problemas dentales. Aunque la salud bucal influye directamente en el rendimiento de los deportistas, su cuidado no suele ser una prioridad para estos en su rutina diaria. El origen de la gran cantidad de caries que sufren está en los cambios en la composición y el pH de la saliva, sobre todo al final de los esfuerzos intensos. Además, la imperiosa necesidad de energía empuja a los deportistas a ingerir una elevada cantidad de hidratos de carbono y bebidas para deportistas ácidas y azucaradas, elementos que rematan el mal estado de la boca. Ahora sabemos que las infecciones bucales pueden afectar al resto de los tejidos corporales y, por tanto, influir en la salud articular, tendinosa y muscular del deportista.

Se han dado casos en los que algún equipo de fútbol ha decidido no fichar a un deportista por su mala salud dental, ya que el club la asociaba a las frecuentes lesiones del futbolista. Quizá se comprenda así la imagen del vendedor de caballos mostrando los dientes de su ejemplar al futuro comprador. A esto hay que añadir que la tensión y el estrés al que se someten los deportistas frecuentemente puede causar, además del bruxismo (apretar y friccionar los dientes durante el día o con más frecuencia mientras se duerme) y las lesiones cervicales y craneales asociadas, que se fisure o fracture alguna pieza dental. La acidosis tisular forzará al cuerpo a amortiguar ese estado con sustancias alcalinas, que obtendrá del calcio acumulado en huesos, pelo, uñas y dientes, favoreciendo así la disminución de la calidad ósea de regiones como la cavidad bucal.

Debido a los sobreesfuerzos realizados tanto en los entrenamientos como en las competiciones y a la acidosis resultante en los tejidos como consecuencia de la fatiga muscular, el deportista debería recuperar el estado de equilibrio ácido-base cuanto antes con estiramientos, respiraciones, baños e hidratación alcalina para evitar los efectos secundarios adversos que repercutirán en el futuro rendimiento y en la aparición de lesiones. Ahora, conviene añadir a estas medidas de recuperación deportiva el lavarse los dientes después de cada competición o entrenamiento y utilizar el hilo dental. Sin olvidar la obligada y periódica visita al dentista.

Los enemigos metálicos

Algunas personas poseen todavía amalgamas bucales, aleaciones de mercurio con otros metales que se utilizaban en los empastes hasta fechas recientes. El mercurio, que se desprende de la amalgama a muy pequeñas dosis, se acumula progresivamente en el cuerpo hasta resultar tóxico. Además, es difícil de eliminar y puede viajar a través de la sangre hasta cualquier célula. Aprovecho para informarte de que el alga Chlorella tiene una potente acción para prevenir o eliminar la acumulación de metales pesados, especialmente el mercurio.

Tampoco podemos olvidar que los trabajos que se realizan en la boca tienen repercusión en todo el organismo. Los dientes a los que se les han colocado elementos metálicos producen descargas eléctricas entre los diferentes metales y constituyen campos interferentes que alteran el equilibrio eléctrico en la boca y repercuten a la totalidad del organismo. En esos casos, abrir y cerrar la boca provoca pequeños campos eléctricos y tales «cortocircuitos» pueden afectar al espacio intersticial. Estas distorsiones eléctricas son capaces de interferir y alterar el flujo normal de la información que se produce a través del espacio extracelular (o espacio de Pischinger), que funciona como una red tutora que ordena y sujeta a las células. Además, una pieza dental es un elemento vivo y posee conectadas a él unas zonas reflejas que sufrirán secundariamente un desequilibrio cuando dicha pieza sea alterada.

Toda alteración del equilibrio eléctrico de la boca y del pH de su mucosa puede generar además el aumento de la mucosidad en toda la esfera craneal, con sus posibles consecuencias a nivel de senos paranasales y frontales, oídos, aumento de salivación, aftas, resfriados, sinusitis, dolores de garganta, otitis, rinitis, conjuntivitis, pérdidas de olfato, tos, etcétera. También nos podríamos encontrar con su posible repercusión sobre el resto de la mucosa digestiva en forma de diarreas, estreñimiento, acidez de estómago, gases, dolor e inflamación abdominal y náuseas o vómitos.

Recomiendo retirar las amalgamas de mercurio con ciertas precauciones. Hoy por hoy, afortunadamente, ya existen odontólogos que, dependiendo de las particularidades del paciente, varían el tratamiento por ser conscientes de la relación de la boca con el resto del cuerpo. Algunos de ellos realizan el proceso de recambio de las amalgamas de forma progresiva, sustituyéndolas por materiales menos tóxicos. En mi caso, por ejemplo, viví este proceso de una manera altamente satisfactoria.

Así mismo, la alteración en la alineación de los dientes, en la mordida o en los espacios dentales —como consecuencia de la pérdida de piezas que no se rellenan— influye en la musculatura craneal y cervical al provocar diferentes alteraciones y dolores que podrán repercutir en el equilibrio mecánico del resto del cuerpo. La salud bucal también depende de lo que se ingiere, de la manera de comer —el tiempo que se dedica a triturar los alimentos con los dientes es importante— y del estrés mecánico al masticar, que repercute en los músculos de la mandíbula y del cuello, las encías, la lengua y la flora bucal. Quiero puntualizar que lo que no muerdas emocionalmente durante el día, generando que «te quedes con las ganas», acabarás mordiéndolo por la noche cuando aprietes o rechines los dientes inconscientemente, pues «esas ganas» son uno de los orígenes del bruxismo.

La calidad de la saliva, un filtrado del plasma sanguíneo, depende mucho del estado de la mucosa intestinal y repercute directamente en la cantidad de sarro que se genera en nuestros dientes, en su coloración y en el mantenimiento del esmalte dental.

FARINGE

La boca y las fosas nasales se comunican con el esófago a través de la faringe, de modo que por esta estructura pasan tanto los alimentos que ingerimos como el aire que respiramos. Por tanto, padece las consecuencias de todos los procesos que sufren tanto sus «vecinos de arriba» como sus «vecinos de abajo».

La sensación de tener mucosidad o una flema constante en la parte posterior de la garganta —el nombre que solemos dar a esta región— puede ser fruto de las alteraciones de la cavidad bucal o bien de las afecciones en las fosas nasales, que son también la primera línea de defensa contra las infecciones. Además, el exceso de acidez estomacal y las alergias, el asma o la paralización —a causa de productos irritantes como el tabaco— de las vellosidades que cubren los pulmones pueden producir los mismos efectos. Igualmente, afectarán a tu faringe todas las situaciones tensas en las que te cueste «tragar» algo o a alguien y aquellas en las que no puedas expresar tu opinión, en las que el miedo extremo te quite el aire o en las que tu autoexigencia y tu necesidad de perfección te dominen. Es cierto que el exigirse a uno mismo e intentar hacer las cosas de la mejor manera posible es una virtud, pero siempre que no nos domine y nos convirtamos en seres intransigentes. Aunque, en estos casos, nuestra mente intentará poner todas las excusas posibles con sus desencadenantes lógicos para no indagar en el verdadero origen, ya que exigiría una reflexión y un cambio por tu parte.

EL ESÓFAGO

Este conducto posterior a la faringe permite, gracias al efecto de la gravedad y a su musculatura, que el alimento y los líquidos continúen su trayecto descendente rumbo al estómago. Toda alteración o estrés del tono muscular corporal general, por sus diferentes motivos —aunque el estrés emocional sea el más frecuente—, repercute en ambos extremos de este conducto y genera la sensación de dificultad de paso del alimento.

En su parte superior podemos tener la sensación de sentir un nudo en la garganta e incluso alterar la coordinación entre la lengua y los músculos de esta zona, lo que nos producirá dificultad o dolor al tragar e incluso hará que nos atragantemos. El extremo inferior sufrirá mayoritariamente por la tensión del diafragma, ya que lo debe rebasar, antes de llegar al estómago, a través de un anillo muscular denominado «hiato esofágico». El diafragma es el principal músculo respiratorio del cuerpo, pero también el primero que sufre una alteración cuando existe un desorden emocional. Presta atención la próxima vez que recibas un susto o una noticia inesperada: comprobarás que lo primero que ocurre es que se te corta la respiración y notas cómo se bloquea tu diafragma.

La tensión en la unión esófago-estómago generará la sensación de tener otro nudo, esta vez en la boca del estómago. Esta tensión mantenida en el tiempo puede generar la ruptura del anillo o hiato esofágico del diafragma y favorecer el ascenso de los jugos gástricos hacia el esófago, es lo que se denomina «hernia de hiato». Tanto la hernia de hiato como las alteraciones en la producción de los jugos gástricos son los principales generadores de patologías en la mucosa del esófago, incluso de ronqueras y afonías, por reflujos ácidos que producen irritaciones, inflamaciones y sensaciones de quemazón en el centro del pecho.

EL ESTÓMAGO

Siguiendo nuestro trayecto descendente nos encontramos con la «gran bolsa ácida», el estómago, una dilatación del tubo digestivo a modo de saco elástico separada del esófago por un esfínter, el cardias. En esta gran bolsa de pH ácido los alimentos se reducen de tamaño y se mezclan con los jugos gástricos y las enzimas digestivas. Los jugos gástricos, gracias a su gran acidez, ejercen de barrera defensiva ante los patógenos de los alimentos y favorecen la digestión de las proteínas ingeridas.

Cuando el alimento llega al estómago, sus células, gracias a los iones de la sangre, empiezan a generar ácido clorhídrico, que se vierte al interior del estómago, y bicarbonatos, que se dirigen a la circulación sanguínea. Estos importantes bicarbonatos, que son sustancias alcalinas y reguladoras del pH, son utilizados por el resto de las vísceras digestivas para producir sus propios jugos digestivos y amortiguar los ácidos de los alimentos.

Cuando ingerimos alimentos muy acidificantes —aquellos que son ricos en azúcares y proteínas animales, como los lácteos y la carne—, el sistema digestivo necesita más amortiguadores alcalinos, es decir, bicarbonatos, para poder neutralizarlos.

Un cuerpo sano puede equilibrar este proceso, pero, si este tipo de alimentación se convierte en nuestro hábito, nuestras reservas alcalinas irán disminuyendo. Esto hará que la sangre capte una mayor cantidad de ácido, que podría llegar a alterar el pH sanguíneo. Como el mantenimiento del pH sanguíneo es prioritario para la supervivencia, la sangre eliminará este exceso de ácido filtrándolo a los espacios de Pischinger, es decir, a nuestro medio extracelular, y empezaremos a acidificarnos. Cuantos más alimentos acidificantes ingiramos, más sustancias amortiguadoras alcalinizantes necesitaremos y más ácidos serán vertidos al espacio extracelular. Con el paso del tiempo, nos podemos encontrar con la situación de que los jugos digestivos alcalinos sean escasos. Entonces, el estómago tendrá que generar más ácido para que se formen más bases. Este exceso de ácido, que nos provocará acidez, reflujo ácido, náuseas, malas digestiones, fuertes ardores y sensaciones de quemazón en el estómago y el esófago, puede llegar a originar úlceras e incluso cánceres.

Hasta el manjar más alcalinizante se puede convertir en un veneno ácido si, mientras lo comemos, recibimos un disgusto, discutimos o nos invaden pensamientos negativos.

UNA GRAN CUNA PARA NUESTRA SALUD

En nuestro recorrido por el aparato digestivo llegamos al duodeno, la primera porción del intestino delgado separada del estómago por otro esfínter, el píloro. Una flora intestinal en correcto estado manda la información al estómago en el momento adecuado para que se abra el píloro y los alimentos vayan avanzando hacia el duodeno. Este hecho nos descubre la importancia de mantener en buen estado nuestra mucosa digestiva. Si hay problemas intestinales, esta orden de apertura hacia el duodeno se producirá antes de tiempo, cuando los alimentos todavía tengan un tamaño mayor del necesario para pasar al intestino delgado, lo que provocará que se segregue una mayor cantidad de insulina. Este es uno de los factores que favorece la tendencia a la diabetes que vemos con tanta frecuencia en la actualidad. En el duodeno desembocan los conductos que provienen del hígado, de la vesícula biliar y del páncreas que, además de digerir los alimentos, los alcalinizan. Nuestro organismo sabe que debe funcionar en alcalinidad y eso es a lo que tiende su diseño corporal, ya que todos sus procesos metabólicos tienden a acidificarlo.

Un cuadro clínico que está proliferando enormemente es el síndrome de sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado (SIBO). Esta zona dedicada a asimilar los nutrientes no debería tener muchas bacterias, ya que el proceso de fermentación y descomposición se ha de realizar en el intestino grueso. Este síndrome, fruto de la acumulación de bacterias en el intestino delgado, genera hinchazón abdominal al poco de comer, gases, mal aliento, estreñimiento o diarrea y mala asimilación de nutrientes. Los factores que lo favorecen son: la apertura de la válvula que separa el intestino grueso del delgado, el aumento de la permeabilidad del intestino, el exceso de comidas procesadas, el no dejar un mínimo de cuatro horas de descanso entre comida y comida para que se limpie este trayecto digestivo, el estrés, las infecciones bucales y el exceso de antibióticos o de los tan utilizados protectores de estómago, que, además de inhibir la absorción de minerales y vitaminas importantes, favorecen la proliferación de microorganismos en esta porción del intestino.

REMEDIOS EFICACES
Si sufres este síndrome, recuerda estas sencillas pautas, te resultarán muy beneficiosas:
• Deja cuatro horas como mínimo entre una comida y otra.
• Ingiere alimentos naturales y no procesados.
• Toma una cucharada de aceite de oliva virgen extra antes de las comidas.
De nuevo, la eficacia de la naturaleza es tu mejor aliada. El orégano, el ajo, la semilla de pomelo, el tomillo, la melisa, el neem, el jengibre y la berberina actúan como «antibióticos» naturales, que pueden asociarse a la dieta FODMAP regulada por un experto en nutrición. El gel de aloe vera te ayudará también a revertir este síndrome, además de mejorar todos los procesos digestivos como las acideces, el reflujo y los gases.
Conviene mantener todos estos cuidados durante ocho semanas al menos para evitar recaídas y conseguir que el cuerpo recupere totalmente su equilibrio.

La alteración del intestino es la vía que favorece, con mayor frecuencia, la introducción de sustancias que no debieran penetrar en nuestro cuerpo. El exceso de gases, las digestiones pesadas, las inflamaciones abdominales, la halitosis, las ganas de vomitar, el estreñimiento o las diarreas son síntomas que nos empiezan a avisar de que algo pasa en algún tramo de la «larga tubería» que ocupa nuestro abdomen. Es cierto que algunos alimentos nos pueden provocar más gases, mayor sensación de distensión abdominal y un peor olor de los gases y de las heces, pero si pasan los días y estos síntomas se hacen cotidianos, algo no funciona correctamente en nuestro intestino.

Lógicamente, los gases y las heces nunca olerán a rosas, ya que en el intestino grueso es donde las bacterias intestinales realizan los procesos de descomposición de los alimentos. Pero si los olores pestilentes y fétidos son frecuentes, se convierten en señales de alerta para empezar a cuidar y a mimar nuestro intestino. Las inflamaciones intestinales, la ralentización del movimiento en el interior del intestino y la alteración de la flora intestinal —que favorece la proliferación de microorganismos que generan más procesos de fermentación y putrefacción— provocan que aumente la permeabilidad de la pared intestinal. Y así pueden llegar a nuestro río de la vida, la circulación sanguínea y linfática, numerosas sustancias nocivas y tóxicas que afectarán a nuestra salud.

ENEMIGOS DE LA SALUD INTESTINAL

El potente, productivo y muchas veces manipulador mercado de la alimentación ha favorecido y se ha ocupado de que sus productos sean más un reclamo al consumo que verdaderos alimentos. La necesidad de que esos productos alimentarios sean perfectos en imagen, larga caducidad o sabor agradable (y adictivo) ha generado que se les añadan demasiadas sustancias adicionales que incrementan el carácter ácido del intestino y lo degradan, inflamándolo e irritándolo. A esto podemos añadir el uso de abonos químicos, fertilizantes y pesticidas demostradamente perjudiciales para nuestra salud.

Los vicios adictivos como el alcohol, el tabaco y las drogas ayudan al deterioro de la mucosa digestiva, perjudicada también por el exceso de medicación, el estrés, el sedentarismo y los hábitos poco saludables tanto en alimentación como en los ciclos de vigilia y sueño.

Ciertas combinaciones de alimentos favorecen la inflamación y la fermentación intestinal dificultando así la digestión y la asimilación de los alimentos. Evita combinar los hidratos de carbono con proteínas animales (filete con patatas fritas) o bien con ácidos (macarrones con tomate o ensalada de pasta aliñada con vinagre). Si estas combinaciones se dan de vez en cuando, nuestro sistema digestivo puede armonizar la digestión, pero, si son frecuentes en tu dieta, tu mucosa digestiva se acabará alterando y tu intestino se inflamará.

Para ayudarte a evitarlos, voy a concretar cuatro enemigos directos que están muy presentes en nuestra alimentación. Suprimiéndolos, o reduciéndolos al máximo, tu salud intestinal mejorará.

El trigo

El patrón de pirámide nutricional en la que siempre hemos priorizado los hidratos de carbono sobre los restantes alimentos ha favorecido la explosión dietética del trigo, como protagonista indiscutible, y de los demás cereales. La enorme variedad de panes, pastas, pizzas, harinas, bollería y dulces que forman parte de nuestra alimentación es un ejemplo claro de ello. Esta demanda exagerada de productos derivados del trigo ha provocado su manipulación para incrementar la producción, generándose así unos productos más irritantes para nuestro intestino. El pan blanco, en sus diferentes versiones, no aporta casi ningún nutriente y sí unas cantidades elevadas de almidón que nuestro cuerpo transforma rápidamente en azúcar, lo cual favorece la obesidad y el desarrollo de diabetes y alteraciones cardiovasculares.

Si no quieres abandonar el pan, opta por el integral y consúmelo en pequeñas cantidades.

La enfermedad celíaca —una intolerancia permanente al gluten— se ha extendido como la pólvora, favorecida por las alteraciones de los alimentos. El gluten es una sustancia presente en la mayoría de los cereales y compuesta por proteínas. Una de ellas, la gliadina, aumenta los niveles de otra proteína que produce nuestro cuerpo, la zonulina, la cual favorece la permeabilidad de la pared intestinal y, por tanto, permite que se filtren a la sangre sustancias que no deberían pasar. Aunque no seamos celíacos, es conveniente reducir la ingesta de gluten para evitar y disminuir ese estado continuo de permeabilidad e inflamación intestinal.

Si nuestro intestino está inflamado, de nada sirve realizar pruebas de intolerancia alimentaria, ya que unas veces indicarán que no debemos consumir ciertos alimentos y otras lo achacarán a unos alimentos diferentes. Es decir, en función de la dieta que se haya llevado últimamente y del estado de inflamación intestinal, ciertos alimentos aparecerán como no beneficiosos para el organismo. El primer paso es desinflamar el intestino, reequilibrar la flora intestinal, evitar los alimentos que favorecen el estado inflamatorio intestinal y, a partir de ese momento, observar cómo reacciona el cuerpo. Así como ante una alergia alimentaria se debe suprimir ese alimento de la dieta definitivamente, en caso de intolerancia, si no ayudamos a que nuestro intestino se desinflame, esta aumentará y seguiremos sin digerir ni asimilar bien los nutrientes.

Los lácteos

Desde la más tierna infancia, todos guardamos en la memoria las recomendaciones recibidas desde nuestro entorno sobre la necesidad de beber leche para que «nuestros huesos crezcan fuertes y robustos». Pero realmente la leche es descalcificadora, nos acidifica. Sí, has leído bien. Cuando realizamos un análisis de la leche, nos encontramos con que tiene una importante cantidad de calcio, pero también de fósforo, lo que provoca que la mayoría de ese calcio lo eliminemos como fosfato cálcico a través de las heces, inhibiendo así su absorción. En países de Asia donde las mujeres no beben casi leche, los índices de osteoporosis y fracturas son notablemente inferiores al de las mujeres europeas o norteamericanas.

RIESGOS DE LOS SUPLEMENTOS DE CALCIO
Ten cuidado con la ingesta aislada de calcio como suplemento, ya que nada te asegura que acabe en tus huesos. Si decides tomar suplementos de calcio que no incluyen magnesio —este elemento ayuda a controlar los posibles efectos negativos del calcio—, debes saber que puedes sufrir cálculos (renales o vesiculares) y calcificaciones en los tejidos (blandos, musculares, articulares, cerebrales) o en los vasos sanguíneos, lo que aumentaría tu riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Las vitaminas D3 y K2 favorecen la absorción del calcio y que este se dirija a los huesos.

Además, la leche puede tener hasta veinticinco sustancias que nuestro organismo no reconoce y que pueden funcionar como antígenos, es decir, que inducen una respuesta inmunitaria y a la larga, si la ingesta es frecuente, el agotamiento o el inicio de reacciones anómalas de este sistema defensivo. Esta es una de las razones por las que la ingesta de lácteos aumenta la cantidad de mucosidad, sobre todo en niños.

En mi consulta, he comprobado cómo muchas personas han perdido hasta dos kilos de peso simplemente al suprimir los lácteos de su dieta gracias a la reducción de la inflamación y de la cantidad de sustancias tóxicas que habrían penetrado en su organismo. Una de esas sustancias es la lactosa, el azúcar de la leche, que plantea problemas a cualquier persona porque la enzima para poder digerirla disminuye mucho tras el destete. Esto es general —todos tenemos cierto grado de intolerancia a la lactosa—, pero las personas con problemas intestinales lo acusan más. Aunque quiero comentar un dato que muestra la adaptación evolutiva de nuestro cuerpo: muchos adultos ya producen la enzima que digiere la lactosa en los países con mucha tradición lechera, como los centroeuropeos.

Las proteínas de la leche, como la caseína, no son amigas de nuestro intestino y favorecen la inflamación y la absorción de grasas. La leche también tiene un elevado número de grasas saturadas y grasas trans, un exceso de fósforo —que inhibe la absorción de calcio y magnesio—, factores de crecimiento propios de cada especie animal, hormonas y otras muchas sustancias que no nos favorecen. Por tanto, el consumo de leche procedente de otras especies puede facilitar la aparición de mucosidades, alergias y diabetes en los niños, así como problemas intestinales y circulatorios a cualquier edad.

A CADA UNO SU LECHE
Cada leche tiene la composición exclusiva para las necesidades nutricionales de la especie que la produce. La leche humana tiene la fórmula específica para desarrollar un cuerpo humano. Sus doscientas moléculas de azúcar diferentes favorecen el desarrollo del cerebro y la hacen muy distinta al resto de las leches animales. Los componentes de la leche de vaca, en cambio, permiten a los terneros adquirir un gran desarrollo físico y un gran peso en apenas un año.

El azúcar

Uno de los «venenos» más extendidos en la actualidad es el azúcar, sobre todo el refinado de origen industrial. Además de ser el alimento ideal de parásitos, gusanos y bacterias patógenas intestinales y de las células cancerígenas, favorece la acidificación del espacio intersticial y, en consecuencia, el inicio del deterioro celular.

El azúcar desencadena procesos de fermentación en el resto de los alimentos ingeridos, favoreciendo así enormemente la inflamación e irritación intestinal. Por este motivo es importante eliminarlo de los postres, incluso cuando está presente en forma de fruta. Conviene ingerir la fruta fuera de las comidas o media hora antes. La papaya y la manzana, gracias a sus enzimas digestivas, sí pueden ser consumidas como postre. Puedes tomar piña si la comida incluye proteínas animales, ya que esta fruta contiene una enzima, la bromelina, que favorece su digestión.

Las bebidas carbónicas contienen una enorme cantidad de azúcar y ácido fosfórico, dos elementos que favorecen la acidificación de nuestro cuerpo.

Las alternativas al azúcar, emergentes sobre todo tras el boom de los productos light para disminuir los efectos negativos sobre el peso y la línea, no son mejores que el propio azúcar. La sacarina, la fructosa —aislada de la fruta, aumenta los niveles de colesterol y favorece el hígado graso— y los edulcorantes artificiales son acidificantes y perjudiciales para la salud.

El exceso de carnes rojas y de cerdo

Las carnes rojas, como las de vacuno y las de caza, y la de cerdo poseen grasas saturadas y favorecen la inflamación. Recuerda que la digestión de las proteínas animales es costosa y genera sustancias ácidas que resultan perjudiciales. Como la carne está ya en un estado de putrefacción, favorece estos procesos en nuestro intestino y, por tanto, la formación de gases y de heces con peor olor. Evita las carnes menos saludables, como son las procesadas, pues contienen sustancias nada favorables para el organismo, entre ellas el nitrito de sodio, utilizado como conservante. Cabe destacar también que un porcentaje elevado de estos animales destinados al consumo humano están sometidos a un estrés importante, que se «impregna» en sus tejidos y altera su calidad nutricional.

Consume poca carne y de origen ecológico.

Alternativas saludables

Existen numerosas alternativas, muy asequibles y saludables, a los alimentos que nos inflaman y nos hacen sentir pesados o enfermos:

Pero todas estas recomendaciones no te servirán para nada si no cumples la premisa básica: come con moderación. Cuando el estómago está saturado, envía una señal al cerebro para que nos ordene dejar de comer. Esa señal tarda unos minutos en procesarse en el cerebro y, por tanto, existe un margen temporal en el que la necesidad de percibir satisfacción, como la que sentimos comiendo, nos lleva a ingerir más cantidad de la que realmente necesitamos. Al comer, se generan en el cerebro diversas sustancias relacionadas con nuestra sensación de bienestar; este es el motivo de que la insatisfacción emocional y la ansiedad nos empujen irresistiblemente hacia el frigorífico o la despensa. La variedad dulce o la salada serán las elecciones prioritarias para satisfacer esta necesidad que nace desde el interior de nuestras entrañas. El problema es que el bienestar asociado al acto de comer dura muy poco, mientras que el malestar, el sentimiento de culpa o la inflamación del abdomen que se producirán tras el exceso nos dejarán peor sabor de boca. Realmente, cuando te sientes en plenitud, feliz y con motivaciones en la vida, estos excesos alimentarios desaparecen y solo tienen lugar en momentos puntuales asociados a una celebración o un festejo, lo que hace que entonces resulten incluso saludables.

Además, por costumbre social o por la tendencia materna vital a que no nos falte alimento —como si nuestro periodo de crecimiento se prolongara hasta más allá de los sesenta años—, en los países desarrollados solemos comer demasiado.

El exceso de calorías y proteínas en la alimentación deteriora nuestro cuerpo y favorece su envejecimiento prematuro.

NUESTROS GRANDES ALIADOS

Una vez presentado nuestro sistema digestivo, es necesario hablar de una pieza clave en nuestro organismo: la flora bacteriana. Este microcosmos en el macrocosmos del ser humano está compuesto por millones de especies de bacterias, virus y hongos que pueden llegar a pesar, en conjunto, cerca de dos kilogramos.

La flora bacteriana es indispensable para el equilibrio corporal.

Aunque también se extienden por la piel, el aparato respiratorio, la vagina y el aparato urinario, me centraré en la flora (o microbiota) intestinal. Como ya he adelantado en un capítulo anterior, estos billones de microorganismos —entre bacterias, levaduras, hongos y virus— pueblan nuestro intestino y conviven con nosotros manteniendo un equilibrio fundamental para el mantenimiento de la salud. Como si fuésemos los propietarios de un jardín botánico albergado en nuestro hogar, debemos regarlo, abonarlo, limpiarlo de especies nocivas e invasoras, mimarlo y mantener las condiciones ambientales óptimas para que florezca y se muestre saludable y luminoso.

Si la mantienes en buenas condiciones, la flora intestinal se convertirá en el guardián más poderoso y eficaz de tu cuerpo.

La flora intestinal cumple la función de preservar la extensa membrana que recubre tus tripas. Coloniza el colon, se ocupa de limpiarlo y lo protege impidiendo que las bacterias y levaduras no beneficiosas se multipliquen, invadan el intestino y aumenten su permeabilidad, lo que les permitiría atravesar esa compuerta hacia el resto de tu organismo. Por esta razón, incluso se llega a decir que el intestino es «la cuna del sistema inmunológico».

Esta barrera defensiva ante los gérmenes nocivos impide la infección intestinal, pero a la vez mantiene un pequeño porcentaje de bacterias no beneficiosas que ayuda a estimular la producción de defensas por el sistema inmunitario. Es el mismo mecanismo por el cual cierto contacto con las bacterias y la suciedad, como ocurre con los niños que viven en el campo, es beneficioso para mantener despierto su sistema inmunológico y hacerles más resistentes a las enfermedades.

La flora intestinal es exclusiva. Como la huella digital, es una señal de identidad específica, ya que una pequeña parte de los microorganismos que la forman es particular y única de cada persona. Esta diferenciación está determinada por el parto, la edad, nuestros genes, los cuidados en la dieta, el aporte de probióticos, el modo de vida, el ambiente que nos rodea y la ingesta de fármacos y sustancias tóxicas, pero también —y de una manera muy importante— de nuestro estado emocional. Salvo esa parte, la composición de la flora intestinal es similar en el resto de las personas.

El parto como profilaxis

Un dato que considero de sumo interés, y al que no se le da la importancia y la divulgación necesarias, es que la flora intestinal se determina mayoritariamente en el momento del nacimiento. Hasta hace poco tiempo se pensaba que, en el vientre de nuestra madre, nuestro intestino era un compartimento estéril y carente de microorganismos, ya que estábamos en un ambiente esterilizado dentro de la bolsa amniótica. Sin embargo, unos estudios científicos publicados en Nueva York en 2009 descubrieron bacterias en la placenta, el líquido amniótico y la sangre del cordón umbilical. Es decir, existe un trasvase de bacterias de la madre al feto. La fricción de nuestra piel con la flora vaginal y perianal de la madre durante el parto genera que millones y millones de bacterias y levaduras colonicen ya, 72 horas después de nacer, nuestro tubo digestivo. La flora vaginal de la madre depende en gran medida de su flora intestinal.

Por todo ello es de vital importancia cuidar la flora intestinal de la embarazada en las últimas semanas e incluso durante los cuatro o cinco meses últimos del embarazo, porque ella va a determinar la calidad de las especies que van a proliferar en el intestino del recién nacido. Si el intestino de la madre está contaminado por especies patógenas, puede legar a su bebé una herencia que lo predisponga a padecer ciertas enfermedades. Su descendiente puede arrastrar esta deficiencia de por vida y tendrá más posibilidades de sufrir alergias, asmas, bronquitis, dermatitis, piel atópica, eccemas, intolerancias alimentarias, disfunciones intestinales, sobrepeso, enfermedades metabólicas y dolores lumbares.

La «siembra» de una correcta flora por vías naturales al nacer es una de las mejores herencias que una madre puede ofrecer.

Es importantísimo que las madres embarazadas cuiden su alimentación, su estado emocional y su flora intestinal aportando probióticos desde el cuarto mes y, a ser posible, hasta el momento del parto. Además de los cuidados pertinentes, es recomendable tomar ácido fólico, yodo, hierro (si fuese necesario), ácido omega 3 (hasta las últimas seis semanas) y ácido omega 6 (las últimas dos semanas, para favorecer el parto).

En el caso de que el parto sea por cesárea, las bacterias y los gérmenes procedentes del entorno, normalmente hospitalario, serán las que mayoritariamente colonizarán el intestino del nuevo ser. En los hospitales abundan las bacterias resistentes a los antibióticos, que incluso pueden dar problemas a enfermos hospitalizados. Como consecuencia, no hay tantas bacterias beneficiosas para colonizar la flora intestinal del futuro bebé. En los casos de cesáreas programadas, y previo estudio que demuestre que la madre no sufre infecciones vaginales o enfermedades de transmisión sexual, se podrían incubar gasas esterilizadas en la vagina de la madre durante la hora previa a la cesárea. Ya que el bebé no entrará en contacto con las bacterias que se encuentran en el tracto genitourinario de su madre, se le podrían impregnar la piel de la cara, la boca y la nariz del bebé con esas gasas cuando naciera. El equipo dirigido por la doctora en ginecología de la universidad de Nueva York (EE. UU.), María Gloria Domínguez-Bello, y avalado por el profesor de la escuela Icahn de Medicina del hospital Monte Sinaí de Nueva York, José Clemente, ha obtenido resultados muy positivos en los estudios realizados con estas técnicas. Según dichos estudios piloto, la flora de bebés nacidos por cesárea que reciben estos cuidados es más rica que la de los no tratados, aunque no tanto como la de los nacidos por vías naturales. El único problema de este estudio es que solo se pudo realizar a cuatro bebés que se compararon con siete bebés nacidos por cesárea sin la aplicación de la gasa y con otros siete bebés nacidos por parto vaginal. Este estudio puede suponer un importante paso en el restablecimiento de la flora tras el nacimiento.

Si todo esto no ha sido posible, se debe suplementar la alimentación del bebé con probióticos adecuados a esta edad para reequilibrar cuanto antes su flora en desarrollo. En estos casos es muy conveniente también la lactancia materna, que aporta al lactante una flora similar a la de la madre. El contacto de la boca del bebe con el pezón y la piel de la madre ayudará a la correcta colonización de bacterias beneficiosas en el intestino recién invadido del neonato. Además, la leche materna posee bacterias que la convertirán en un alimento más perfecto si cabe. Yo recomiendo prolongar la toma de probióticos por parte de la madre durante la lactancia, ya que, además de enriquecer la leche materna con bacterias beneficiosas, incrementaremos sus niveles de vitaminas y coenzimas. En la leche materna encontramos también componentes con acción prebiótica (ingredientes no digeribles que favorecen el crecimiento de los microorganismos del colon) y que siempre fortalecen mucho más el sistema defensivo del bebé. Por todos estos motivos, y siempre que sea posible, la lactancia materna es la opción ideal hasta que el recién nacido alcance, por lo menos, los seis meses de vida.

La alimentación y el estado emocional de la madre influyen directamente en la calidad de su leche.

Mantenimiento

Una vez implantada nuestra flora intestinal, los cuidados de nuestro «jardín botánico» interno dependen de la dieta, que debe ser rica en fibra, frutas, verduras y alimentos fermentados. Evita el exceso de azúcares e hidratos de carbono. El estrés emocional, el abuso de alimentos procesados, los aditivos alimentarios, las terapias antibióticas prolongadas o repetidas, los medicamentos como los antiinflamatorios no esteroideos crónicos, la quimioterapia, el tabaco, las drogas, el alcohol y la falta de horas de sueño y descanso irán minando y alterando el equilibrio de tu microbiota.

Una buena manera de mantener nuestra flora intestinal equilibrada consiste en añadir a nuestra dieta alimentos fermentados como el chucrut, el miso, yogures y leches fermentadas de cabra u oveja, aceitunas, el kéfir de agua, el gel de aloe vera y también las microalgas, que incrementan nuestras bacterias beneficiosas. Tampoco olvidemos alimentar a la microbiota aportándole prebióticos, la fibra alimentaria que la nutre y que se encuentra en la fruta, como los plátanos, y en vegetales ricos en ellos como los espárragos, las alcachofas, la cebolla, la achicoria y el puerro, entre otros. También está presente en cereales como la avena y la cebada.

También tenemos la posibilidad de deleitar a nuestros minúsculos seres benefactores con una suculenta ración diaria de almidón resistente. Este tipo especial de almidón, presente en algunos alimentos, lo podemos obtener cociendo patatas, arroz, yuca o avena sin gluten, enfriándolos posteriormente doce horas en el frigorífico e ingiriéndolos, pasado ese tiempo, tibios o recalentados suavemente. De esta manera se convierten en una auténtica delicia para nuestro sistema digestivo, con efectos muy positivos sobre la flora y sobre el metabolismo, al reducir los niveles de glucosa en sangre tras la comida y mejorar la sensibilidad a la insulina.

Es tanta la importancia de nuestra flora intestinal que muchas investigaciones médicas están estudiando los efectos específicos de cada tipo de bacteria para conseguir resultados concretos sobre el organismo. Se ha observado que un tipo de cepas favorece la reducción de la inflamación, otras controlan el sistema inmunitario, otras favorecen la reducción de peso corporal y la normalización de los niveles de colesterol y triglicéridos, otras mejoran las alteraciones cutáneas, etcétera. Incluso estos estudios podrían explicar el motivo por el cual, ante un caso de contaminación alimentaria, unas personas enferman y expanden la infección mientras que otras permanecen sanas y eliminan el agente infeccioso. Es el caso de la salmonelosis, en la que el propionato —la sustancia que ordena al estómago abrir el píloro para vaciar su contenido hacia el duodeno— liberado por los bacteroides (un tipo de bacteria de la flora intestinal) dificulta el crecimiento de la bacteria Salmonella; así, cuando el intestino posee gran cantidad de propionato, esta no consigue desarrollarse. Otros estudios específicos sobre las bacterias intestinales han identificado una enzima, producida por varias bacterias presentes en la microbiota intestinal, que provoca que el sistema inmunológico agreda al sistema nervioso y que, al parecer, está presente en la génesis de ciertos tipos de esclerosis múltiple.

Para reforzar el papel de la flora intestinal en la prevención de enfermedades, considero adecuado ayudar a nuestro organismo con el aporte de suplementos de probióticos. Recomiendo tomar probióticos al menos dos veces al año, una de ellas al llegar el otoño. También es altamente recomendable hacerlo después de tomar antibióticos, ya que estos medicamentos arrasan nuestra flora; en caso de haber sufrido una gastroenteritis; a partir del cuarto mes de embarazo; en caso de poseer síntomas que reflejan un problema en nuestra flora como digestiones pesadas, muchos gases, heces muy blandas o estreñimiento, ciertas fascitis plantares, derrames sinoviales de rodilla, frecuentes herpes labiales, etcétera. Es importante que la ingesta del probiótico sea en ayunas, al levantarnos, para que los jugos gástricos no estén actuando y permitan a las bacterias acceder al intestino. Y recuerda que los alimentos fermentados actúan como probióticos naturales.

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Personas distintas, enfermedades diferentes

Con todo lo escrito en capítulos anteriores, podemos hacernos una idea clara de los motivos por los cuales nuestra magnífica maquinaria empieza a deteriorarse y llega a enfermar. Bajo un origen común, como es la acidificación de nuestro organismo, se desarrollan multitud de síntomas y enfermedades que, tras llamar a la puerta, se quedan a vivir con nosotros. La diferenciación patológica en cada ser humano —cómo una enfermedad se manifiesta de forma diferente en personas distintas y por qué unos somos más propensos que otros a padecer una afección— se puede atribuir a las circunstancias vitales que nos han tocado vivir y a las estructuras más débiles que poseemos desde nuestro nacimiento. Con su sintomatología, tu cuerpo quiere indicarte la información que corre por tus venas, por tu ADN, y que —por un motivo u otro— no está en equilibrio.

VIAJE AL INTERIOR DE LA MENTE

Para poder entender esta sutil información, tenemos que adentrarnos en un apartado desván de nuestra mente: el inconsciente. La evolucionada mente humana, gracias a su exquisita biología, además de ser responsable del entendimiento, la percepción, la creación de pensamientos, la memoria, las emociones y la imaginación, puede desarrollar procesos conscientes e inconscientes. Una de las personas que, en mi opinión, mejor entendió y explicó estos procesos fue el psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961). Nos adentramos en un concepto que va más allá de la mente: la psique, nuestro «yo mismo» consciente pero influido por múltiples mensajes inconscientes que nos acompañan y nos dirigen en el camino de la vida.

Buceando en nuestro interior, nos vamos a encontrar con varias figuras necesarias para la existencia en este mundo: mis diferentes «yo». En la antigua Grecia, el concepto de la «fuerza vital» o el «alma humana» se correspondía con la palabra «psique». En la actualidad, este valor sutil está anulado casi por completo, aunque lo identifico con el «yo» verdadero o «yo» esencial. Este potente «yo» sufre un proceso de ocultación y sometimiento, dejando paso a un falso «yo» —otros lo denominan «ego»— para realizar los aprendizajes que esta vida nos ofrece. Más adelante, el «yo verdadero» podrá asomarse en la fase de mayor sabiduría y madurez de nuestras vidas.

Te propongo que nos adentremos en nuestro consciente e inconsciente. La parte consciente de nuestros actos es la más cercana a nosotros, es la que tenemos más activa y presente en todo momento. En esta mente consciente desarrollamos la inteligencia y podemos adquirir conocimientos. Es nuestra área lógica y racional, la que analiza las circunstancias y en base a ellas toma las decisiones de actuación.

Como afirma el especialista en neuromarketing A. K. Pradeep, la parte consciente de nuestra vida no corresponde más que al 5 por ciento de nuestra actividad real. El 95 por ciento restante corresponde a nuestro inconsciente, ese desván oscuro del que muchas personas no quieren ni oír hablar, ya que les asusta imaginar que sus actos —y también sus dolencias— tienen un gobierno que desconocen.

El conocimiento de cómo funciona nuestra mente y nuestra psique resulta fundamental para tomar el mando de nuestra vida y entender por qué cada uno enfermamos de una manera diferente. En el inconsciente encontramos múltiples aspectos que se expresan en diferentes momentos de nuestra vida.

LA MARCA DE FÁBRICA: EL INCONSCIENTE BIOLÓGICO

Como materia básica de nuestro inconsciente, para todo ser humano que nazca en este mundo, tenemos el inconsciente biológico. Este corresponde a todos los aprendizajes, avances y adaptaciones al medio externo que la especie humana ha realizado desde sus orígenes como tal y que se transmiten de generación en generación para que se acumulen en dicho inconsciente. De esta manera, podemos aprovecharnos de lo evolucionado anteriormente y avanzar con mayor rapidez. Este «legado» hace que los miembros de la misma especie reaccionen de un modo similar ante determinados estímulos. Por este motivo, ante una agresión subimos los brazos para protegernos la cara o cerramos los ojos cuando súbitamente se acerca algo a nuestro rostro.

La función básica del inconsciente biológico es la supervivencia del individuo y de la especie, de modo que nos alejará del peligro y de lo desagradable para centrarnos en nuestra zona de confort.

LA MARCA DE LA MASA: EL INCONSCIENTE COLECTIVO

El inconsciente colectivo incluye los conceptos básicos que, sin darnos cuenta, influyen en nuestra manera de actuar y de pensar. Estos conceptos son símbolos o arquetipos generales y comunes a la condición humana, están presentes por tanto en todas las sociedades y tienen sus propias etapas y actividades.

Como seres humanos, todos pasamos por fases evolutivas y tenemos unos símbolos o patrones que adquieren en nuestra mente la forma de una serie de reacciones y estímulos sin que seamos plenamente conscientes de ellos. El arquetipo de la madre representa en todas las sociedades el alimento y la protección emocional. El arquetipo del padre representa la seguridad, la autoridad y el permiso. La infancia, la niñez, la adolescencia, la juventud y la madurez son diferentes fases arquetípicas comunes a todos los seres humanos, orientadas a crecer como personas a nivel físico y de conciencia. Son patrones que nos acompañan, aunque no seamos conscientes de ello, y —como vamos a ir descubriendo— pueden afectar a nuestras conductas y a nuestra armonía tanto emocional como mental, indispensable en el mantenimiento de nuestra salud.

Aunque también nos influye inconscientemente, debemos diferenciar el inconsciente colectivo de la consciencia colectiva, que incluiría los comportamientos éticos y las creencias que se comparten en una sociedad, en un grupo o en una nación. Esta consciencia colectiva puede llegar incluso a dominar la conciencia del individuo y adquirir tanta fuerza que un colectivo podría actuar como si fuese un único individuo global.

Esta capacidad de dominación me da pie para hablar de uno de los arquetipos que más nos afecta y que más podría asemejarse a «una bomba explosiva» en nuestra psique: la «sombra».

El símbolo de la «sombra» engloba todas aquellas actitudes, comportamientos y maneras de ser que reprimimos y no expresamos.

La «sombra» es la imagen que no queremos mostrar a los demás, aquello que ocultamos porque no nos gusta que nos vean así. Son nuestros grandes secretos, que nos cuesta reconocer y que pueden estar generando una gran «bolsa de pus» en nuestro interior. Esta bomba no expresada, cuando adquiere una dimensión importante, puede estallar en nuestro interior y hacernos enfermar. También puede explotar hacia el exterior expresándose en conductas o actos que nos pueden arruinar la vida.

La «sombra» tiene un cariz muy potente: el miedo que nos inocula. Un miedo que hace que, cuanto más reprimamos la «sombra», más poder tenga esta sobre nosotros, hasta el punto de llegar a engullirnos.

Aparece en la infancia, cuando los demás nos censuran ciertos comportamientos. Nuestros padres, con su ejemplo y sus patrones de conducta, nos intentan transmitir todo lo mejor para nosotros, pero también nos inculcan sus prejuicios, sus fragilidades, sus valores, sus ideologías, sus tabús, sus secretos; es decir, también nos transmiten su «sombra», y es cuando ese arquetipo se despierta en nosotros. Por ejemplo, nuestros padres pueden recriminarnos que tengamos miedo a algo, que seamos espontáneos o imaginativos, que digamos lo que pensamos —algo que muchas veces los pondrá en una situación comprometida—, que intentemos experimentar cosas que no conocemos o que seamos demasiado sensibles. También se pueden mofar de cómo hablamos, cantamos o bailamos.

Todas estas censuras harán que nos creemos una máscara para contentar a los demás que llevaremos toda la vida. Este es el comienzo de la ocultación y represión de nuestros impulsos reales. Veamos unos ejemplos de cómo la «sombra» puede apoderarse de ti:

Ocultar esa personalidad consume mucha energía y, para que esa enorme cantidad de energía mental no nos cause problemas, primero la proyectamos al exterior, haciendo que las demás personas sean el reflejo de nuestra «sombra». Cuando ante una actitud ajena reacciono de una manera exagerada, aunque los otros no le hayan dado importancia, estoy proyectando mi «sombra», por ejemplo, al no aguantar el desorden, el que coman compulsivamente, el que se justifiquen sin cesar, que no guarden las cosas en un determinado sitio, que dejen siempre algo sucio o que hablen mal de los demás por comportamientos que también están en ellos. Aunque lo atribuyamos a «manías», esa proyección encubre algo más profundo.

Tu «sombra» no es buena ni mala; es todo aquello que no quieres que los demás vean en ti. Puedes esconder tus inclinaciones sexuales, tu agresividad, tu sensibilidad, tus aficiones o tus debilidades porque no quieres que los otros vean esa imagen.

En definitiva, nos podemos encontrar con personas que tienen un discurso moral impecable y son amables con todo el mundo, pero que, de puertas adentro, se vuelven gruñonas, despectivas e incluso violentas. Con asesinatos ejecutados por personas que no despertaban ninguna sospecha en el vecindario. Con jefes estrictos con la limpieza y el orden en la oficina, pero que son un auténtico caos en sus casas. A mi consulta acuden con frecuencia personas, aparentemente opuestas a la violencia y que presumen de espiritualidad, que liberan sus ataques de rabia reprimida con recurrentes dolores de cabeza y de espalda.

Con el paso del tiempo, si seguimos alimentando más este oscuro aspecto, la proyección hacia el exterior deja de ser efectiva y podemos entrar en un bloqueo emocional que nos dirija a una depresión o a alguno de los frecuentes trastornos mentales de hoy en día. También puede ocurrir que este lado oscuro reprimido adquiera tanto poder en nosotros que explote y salga a la luz, como ocurre en los innumerables casos de abusos sexuales, desfalcos, paraísos fiscales, pederastas en internet o en la Iglesia, escándalos sexuales, drogas, asesinatos, suicidios, etcétera.

Esas situaciones pueden truncar tu vida por mucho éxito que hayas conseguido o pueden explotar en tu interior, es decir, generarte una enfermedad, nublar tu conciencia o favorecer que sufras un accidente.

La mejor manera de gestionar la parte oscura que todos tenemos es reconocerla.

Debemos analizarnos para reconocer lo que tenemos oculto, aunque no nos guste admitirlo y no lo queramos ver. Si alguien te acusa de mentir, quizá sea una opinión o su percepción individual, pero, si son dos o tres personas las que te lo dicen, conviene que empieces a analizar ese matiz de tu personalidad. No será fácil, porque la «sombra» es algo que no queremos ver de nosotros mismos. De hecho, no reconocer nuestra parte oscura es una de las mayores trabas para avanzar y vivir con salud. Normalmente, el mentiroso tiene baja autoestima y por eso miente, para aparentar ser más en algo. Esta baja autoestima se refleja en forma de desarreglos intestinales. Pero, por norma general, es más cómodo seguir con los problemas digestivos o tomar un medicamento para calmar el intestino que reconocer que se miente.

A mí me parecen muy terapéuticos y recomendables los diálogos con una silla en la que virtualmente hemos colocado a alguna persona o una circunstancia. En este caso, puedes sentar en la silla a tu «sombra», dirigirte a ella y hablarle desde tu posición exterior. La puedes calmar, escuchar, favorecer que se exprese liberándose de tensiones e igualmente pedirle perdón porque la has negado y reprimido. Debes aceptar su existencia y, una vez calmada, visualizar que se introduce en tu cuerpo, que la readmites en tu interior para trabajarla, aceptando su existencia para así poderla integrar en tu «yo». No te vas a transformar en tu «sombra», sino que la vas a aceptar y vas a reconocer que también forma parte de ti. Deberías practicar esta técnica cada vez que percibas que tu «sombra» ha cogido el mando de una situación en tu vida.

Otras personas prefieren visualizar su «sombra» como un animal de compañía o un objeto que las acompaña siempre y que normalmente tiene un significado simbólico para ellas. Aprenden a aceptarla progresivamente y a reconocer en qué situaciones su «sombra» se apodera de ellas. Y así llega un momento en que ya no la ven porque la han integrado como parte de ellas mismas.

Logra que tu «sombra» pierda su poder y ya no tendrás que someterte a ella, sino que, al aceptarla e integrarla, la trascenderás y te transformará.

La mayoría de las personas que han sido «ejemplo de vida» en la historia de la humanidad han tenido que reconocer e integrar su parte oscura. Quienes han pasado por su calvario particular y lo han trascendido son más fiables que los que, con sus complejos y miserias personales sin reconocer, guardan unas apariencias y unas formas sociales impecables pero falsas. Esta forma de autoengaño y de falta de coherencia interior es la semilla de diferentes dolores y enfermedades, debidos a la enorme carga y estrés que supone llevar continuamente ese pesado disfraz y esa tortuosa y dictadora máscara.

¡SÉ TÚ, NO LO QUE LOS DEMÁS DESEAN!
Tus relaciones y amistades son auténticas maestras para ti, ya que pueden ser el reflejo de tu propia «sombra». Debes elegir entre complacer a los demás siendo como quieren que seas o respetarte, quererte y aceptarte siendo tal como eres en realidad.

La familia y el colectivo también tienen su «sombra» particular y casi todos, por no decir todos, sufrimos su duro precio en la sociedad actual. Durante muchos años, millones de personas que piensan de una determinada manera influyen en nuestros comportamientos, aunque conscientemente no tengamos las mismas ideas. A pesar de que la mayoría estemos en contra del machismo, desgraciadamente la forma de educar a nuestros hijos es todavía diferente si son niños o niñas. A pesar de que los dogmas rígidos religiosos no sean ya la práctica normal en nuestra sociedad, todavía se esconden en nuestro inconsciente los miedos y las reacciones sociales ante comportamientos que antes se considerarían libertinos. En la consulta, me encuentro con personas que albergan un gran sentimiento de culpa por tener un hijo sin estar casadas; por casarse con una persona que ya tenía un hijo de un matrimonio anterior; o por haber tenido un aborto provocado en su época de juventud. Estos sentimientos pueden estar muy ocultos y muchas veces son negados por los pacientes, pero los bloqueos y los síntomas que provocan en su biología no mienten, y generalmente es su sistema digestivo o su riñón el que los delata.

Otras personas que no tienen un comportamiento agresivo pueden llegar a comportarse violentamente al formar parte del inconsciente de un grupo exaltado, tal y como ocurre en agrupaciones deportivas o políticas. Todos somos responsables de las reacciones violentas que se producen cuando la carga de odio, resentimiento y deseos de venganza que todos experimentamos en ocasiones recae en personas que, por diversos motivos, ya sean personales, familiares o farmacológicos, están al límite de sus circunstancias vitales. Esto empuja a estas personas a agredir o matar sin ninguna conciencia ni moral, desatando así su odio o frustración de una manera amplificada.

Un viejo dicho indio nos enseña: «Todos tenemos un lobo bueno y un lobo malo en nuestro interior; el que más alimentes es el que tendrá más poder sobre ti».

LA MARCA DE LA CASA: EL INCONSCIENTE FAMILIAR

Hay otra enorme dosis de información que llega a nuestro cuerpo y que modifica nuestros actos y repercute en ellos: el inconsciente familiar. Engloba aquellas decisiones y caminos que creemos elegir de una manera consciente y voluntaria, pero que en realidad nos asigna un director de escena que desconocemos y cuya capacidad de manipular nuestras vidas ignoramos. En el capítulo 11 me extenderé sobre este, en ocasiones, pesado inconsciente familiar.

LA MARCA DE LA VIDA: EL INCONSCIENTE INDIVIDUAL

En este viaje desde la macrodimensión a la microdimensión de nuestro inconsciente, llegamos al apartado del inconsciente individual, que guarda con suma precisión todo lo que nos toca vivir en esta particular «tirada de dados» que es la vida y que atañe a nuestro ya amplio inconsciente desde el momento de nuestra concepción hasta aquel en que abandonamos este mundo. Más adelante, observaremos cómo las circunstancias que rodean a nuestras diferentes fases vitales se guardan en esta enorme enciclopedia de nuestra vida. Esos momentos claves como son la concepción, el embarazo, el parto, nuestros primeros mil segundos de vida y nuestra infancia hasta los seis años de edad pueden repercutir en toda nuestra vida y son fundamentales para explicar por qué cada uno enfermamos de una manera diferente.

Quiero incluir aquí lo que antes se denominaba «el subconsciente». Es la parte de nuestro inconsciente más emocional y, debido a los fuertes lazos neuronales que crea, genera rutinas, hábitos, lazos emocionales hacia personas y recuerdos de sentimientos. También, debido a estos lazos, por ejemplo, nos emocionamos con músicas u olores que nos evocan vivencias pasadas, nos cuesta cambiar nuestros hábitos diarios o nos resulta tan duro perder a un familiar. La publicidad manipula nuestra parte subconsciente para generarnos el deseo o la necesidad de comprar.

Al hablar de este apartado de nuestro inconsciente, conviene mencionar los engramas, las impresiones que determinados acontecimientos pueden marcar en nuestro cerebro. Estas interconexiones neuronales se generan tras vivir experiencias impactantes, determinadas sensaciones o emociones imposibles de olvidar. Aunque vivamos esa experiencia tras perder la consciencia, por ejemplo, al sufrir un accidente o una caída, se grabarán en nuestro inconsciente y dejarán constancia de todo lo que tu cuerpo está percibiendo en ese momento.

Los engramas son el motivo por el que reaccionamos de una manera descontrolada o inconsciente ante ciertos estímulos, en principio normales, que no deberían generarnos tanta alteración. Imagina que has sufrido una agresión en la calle que te ha hecho caer al suelo y perder el conocimiento mientras, en ese momento de inconsciencia, se oía ladrar a un perro o el sonido del motor de una moto. Posteriormente, siempre que escuches ladrar a un perro o rugir una moto, es probable que empieces a tener una reacción nerviosa de intranquilidad o malestar y quieras alejarte de allí, ya que la huella neuronal activará las conexiones neurológicas que se quedaron estructuradas en aquella desafortunada experiencia. Siempre que surge un engrama, considero que ese comportamiento o esa experiencia son una oportunidad para aprender, que puede ser tuya o que resuena con alguna persona de tu árbol genealógico de la que seas afín.

Libera tu inconsciente de informaciones que pueden condicionarte y bloquear tu libertad. Toda esa información que se acumula en tus células, y que te obliga a actuar de una manera diferente a la que conscientemente quisieras, está en el origen de la mayoría de tus enfermedades.

Cuando no hay coherencia entre tu corazón, tu mente y tus tripas, se produce un cortocircuito en tu organismo que es el germen de tus futuras dolencias y enfermedades. Este cortocircuito llegará a cada una de tus células, pues —como ya vimos— somos una unidad corporal con el wifi incorporado de serie. Esta incoherencia, este desajuste entre deseo real, pensamiento real y acto real, descalabra la armonía y el orden, imprescindibles para nuestra salud.

Podemos encontrarnos con cortocircuitos de base mantenidos en el tiempo que nos provocan dolencias, a los cuales se suman otros cortocircuitos esporádicos por circunstancias puntuales que son las gotas que colman el vaso y generan sintomatologías ya más graves. Por ejemplo, puedes tener dudas en la carrera que quieres cursar. Tu mente luchará entre lo que realmente te apetece estudiar a ti y aquello que sabes que les gustaría a tus padres o que te recomiendan insistentemente para tu futuro. Si no admites esta incoherencia y dejas de actuar conscientemente con plena libertad, sufrirás el peso de tus creencias. Elijas lo que elijas, a partir de ese momento sentirás la frustración por dedicarte a algo que no te hace feliz o bien por no haber sido fiel a los deseos de tus padres. Este cortocircuito de base, origen de tus problemas digestivos, se puede agravar por circunstancias momentáneas que actuarán como desencadenantes de síntomas más notorios. Por ejemplo, tus problemas digestivos se pueden agudizar con un cólico biliar tras un enfado importante en un momento concreto de tu vida.

Cada ser humano es un ente particular con unas marcas particulares en el inconsciente, que determinan el debilitamiento de ciertas estructuras corporales y la implantación de patrones de comportamiento que condicionan su diferente manera de enfermar. Descubrir estas marcas, estos límites, estos bloqueos, estos miedos, estas creencias y estas reacciones que no controlamos es el objetivo de las siguientes partes de este libro.

Una vez que descubras el ser que realmente escondes en tu interior, tras haber eliminado las capas de lastre que llevas incorporadas en tu maleta de viaje, podrás expresarte sin dictaduras, sin dogmas, sin miedos y con completa libertad y creatividad espontánea.