Segunda carta

Bajo la gran carpa

UN INUSUAL PUNTO DE VISTA

SOBRE EL CEREBRO LECTOR

El cerebro - es más amplio que el cielo -

colócalos juntos -

contendrá uno al otro

holgadamente - y tú - también

el cerebro es más hondo que el mar -

retenlos - azul contra azul -

absorberá el uno al otro -

como la esponja - al balde -

el cerebro es el mismo peso de Dios -

pésalos libra por libra -

se diferenciarán - si se pueden diferenciar -

como la sílaba del sonido

EMILY DICKINSON21

Querido lector:

Emily Dickinson es mi poeta americana favorita del siglo XIX. Era mi favorita antes incluso de que me diera cuenta de lo mucho que había escrito sobre el cerebro, todo desde el más inverosímil y delimitado de los puestos de observación, su ventana del segundo piso en Main Street (Amherst, Massachusetts). Cuando escribió «Di toda la verdad, pero dila sesgada, el Éxito descansa en el Circuito»,22 no podía saber de la existencia de distintos circuitos cerebrales. Pero, como los grandes neurólogos del siglo XIX, ella tenía una comprensión intuitiva de las proteicas —y «más amplias que cielo»— capacidades del cerebro: es decir, de la capacidad cuasi milagrosa del cerebro de rebasar sus límites para desarrollar nuevas e inimaginables funciones.

El neurocientífico David Eagleman escribió recientemente que las células del cerebro están «conectadas entre sí en una red de una complejidad tan asombrosa que quiebra el lenguaje humano y necesita de nuevas variedades matemáticas [...] hay tantas conexiones de tejidos cerebrales en un solo centímetro cúbico como estrellas en la Vía Láctea».23 Es precisamente la capacidad de efectuar esta mareante cantidad de conexiones lo que permite a nuestro cerebro ir más allá de sus funciones originales para formar un circuito completamente nuevo enfocado en la lectura.24 Un nuevo circuito era necesario porque leer no es algo natural ni innato, sino un invento cultural antinatural con apenas seis mil años de vida. En cualquier «reloj evolutivo», la historia de la lectura ocupa poco más que el proverbial tictac antes de medianoche; con todo, este conjunto de habilidades es tan importante en cuanto a su capacidad para cambiar nuestro cerebro que está acelerando el desarrollo de nuestra especie, para bien y, a veces, para mal.

Construir un cerebro lector

Todo empieza con el principio de «plasticidad limitada» en el diseño del cerebro. Lo que más me sorprende no son las múltiples y sofisticadas funciones del cerebro, sino el hecho de que éste sea capaz de ir más allá de sus funciones originales, biológicamente adquiridas —como la visión y el lenguaje— para desarrollar habilidades totalmente desconocidas como la lectora y la numérica. Para ello, forma un nuevo conjunto de vías conectando y, en ocasiones, readaptando aspectos de sus antiguas estructuras más básicas. Piensa en lo que hace un electricista cuando se le pide que coloque un nuevo cableado en una vieja casa para adaptarlo al actual sistema de iluminación de carril. Sin menospreciar al electricista, nuestro cerebro se encarga de reconfigurarnos de una manera mucho más ingeniosa. Cuando se enfrenta a algo nuevo que aprender, el cerebro humano no sólo reorganiza sus partes originales (como, por ejemplo, las estructuras y neuronas responsables de funciones esenciales como la visión y el oído), sino que también es capaz de reajustar algunos de los grupos neuronales que posee en esas mismas áreas para dar cabida a las necesidades específicas de la nueva función.

Sin embargo, no es casualidad que los grupos neuronales que deben ser reconvertidos compartan funciones similares con el nuevo. Como ha señalado el neurocientífico parisino Stanislas Dehaene, el cerebro recicla25 e incluso reconfigura redes neuronales para dotarlas de habilidades que están cognitiva o perceptiblemente relacionadas con la nueva. Es un maravilloso ejemplo de nuestra singular plasticidad cerebral.

Esta capacidad para formar circuitos recién reciclados nos permite aprender todo tipo de actividades genéticamente no planificadas: desde inventar la rueda hasta navegar por la red mientras escuchamos música de Coldplay y enviamos tuits. Ninguna de estas actividades está programada o tiene genes específicamente dedicados a su desarrollo; todas son invenciones culturales que implican adquisiciones corticales. No obstante, el hecho de que la lectura no esté programada como lo está el lenguaje tiene importantes y complejas implicaciones.

A diferencia de la lectura, el lenguaje oral es una de nuestras funciones humanas más básicas. Como tal, posee genes específicos que se despliegan con una mínima ayuda para producir nuestras capacidades para hablar, comprender y pensar en palabras. En el lenguaje, la naturaleza se nutre de la necesidad en una secuencia bastante generalizada en todo el mundo. Por eso un niño, ubicado en un entorno idiomático cualquiera, aprenderá a hablar ese idioma sin apenas formación. Eso es algo maravilloso.

En cambio, no sucede lo mismo con nuevos desarrollos como la lectura. Sin duda, hay genes relacionados con capacidades básicas como el lenguaje y la visión que acaban reorganizándose para formar el cerebro lector, pero estos genes en sí mismos no producen la capacidad de leer. Los seres humanos tenemos que aprender a leer. Eso significa que debemos tener un entorno que nos ayude a desarrollar y conectar un complejo abanico de procesos básicos y no tan básicos para que un cerebro joven pueda formar su propio circuito lector.

Quiero recalcar aquí algo esencial: sin un plan para la lectura, no hay un circuito de lectura ideal. Puede haber circuitos diferentes. A diferencia de lo que sucede en el desarrollo del lenguaje, la falta de un plan para el circuito de lectura significa que su formación está sujeta a variaciones considerables, según sean los requisitos específicos del idioma y el entorno de aprendizaje del lector. Por ejemplo, un circuito cerebral de lectura chino, basado en caracteres, tiene similitudes y diferencias perceptibles con respecto a un cerebro que lee el alfabeto.26 Un craso error —con desafortunadas consecuencias para los niños, los profesores y los padres de todo el mundo— es la asunción de que la lectura es algo consustancial al ser humano que, simplemente, como en el caso del lenguaje, acabará tarde o temprano emergiendo «de la nada» cuando el niño esté listo. No es así; a la mayoría de nosotros tienen que enseñarnos los principios básicos que conforman este invento cultural antinatural .27

Por fortuna, el cerebro, gracias a su diseño original, viene bien pertrechado para aprender gran cantidad de cosas antinaturales. El principio de diseño más conocido, la neuroplasticidad, sustenta prácticamente todo lo que interesa sobre la lectura: desde formar un nuevo circuito conectando partes más antiguas, hasta reciclar las neuronas existentes, o añadir nuevas y elaboradas ramas al circuito a lo largo del tiempo.28 Sin embargo, lo más importante en este debate es que la plasticidad también constituye la base que explica por qué el circuito cerebral de lectura es intrínsecamente maleable (se puede cambiar) y está influenciado por factores ambientales clave: concretamente, qué lee (tanto el particular sistema de escritura como el contenido), cómo lee (el soporte específico, como el papel impreso o la pantalla, y sus efectos en el modo en qué leemos), y cómo está formado (métodos de instrucción). El quid de la cuestión es que la plasticidad de nuestro cerebro nos permite formar circuitos cada vez más extensos y sofisticados, y también otros más básicos, en función de los factores ambientales.

El segundo principio apela a las aportaciones del psicólogo de mediados del siglo XX Donald Hebb, que ayudó a conceptualizar cómo las células forman grupos de trabajo o ensamblajes celulares que las ayudan a convertirse en especialistas dedicadas a funciones concretas.29 En la lectura, los grupos de trabajo de las células neuronales que conforman cada una de las partes estructurales del circuito (como la visión y el lenguaje) aprenden a ejecutar algunas de las funciones más altamente específicas. Estos grupos de especialistas construyen las redes que nos permiten ver las características más insignificantes de las letras o escuchar los elementos más pequeños en los sonidos del lenguaje —los fonemas— en, literalmente, milésimas de segundo.

De un modo más específico e igualmente importante, la especialización celular permite que cada grupo de trabajo de neuronas se automatice en su región específica y devenga casi automático en sus conexiones con otros grupos o redes del circuito lector. Dicho de otro modo, para que la lectura se produzca, debe haber una automaticidad de velocidad sónica en las redes neuronales a nivel local (por ejemplo, dentro de regiones estructurales como la corteza visual), lo que, a su vez, permite conexiones igualmente rápidas a través de extensiones estructurales completas del cerebro (por ejemplo, conectando regiones visuales con regiones lingüísticas). Por tanto, cada vez que nombramos una sola letra, estamos activando redes enteras de grupos neuronales específicos en la corteza visual que se corresponden con redes enteras de grupos de células basadas en el lenguaje igualmente específicos, los cuales, a su vez, se corresponden con redes de grupos celulares motores específicos; todo lo cual sucede con una precisión de milisegundos. Multiplica por cien este escenario cuando la tarea es describir lo que estás haciendo al leer esta misma carta con total —o incluso parcial— atención y comprensión de los significados que entraña.

Básicamente, la combinación de estos tres principios constituye la base de lo que pocos de nosotros podíamos sospechar: un circuito de lectura que incorpora entradas de dos hemisferios, cuatro lóbulos en cada hemisferio (frontal, temporal, parietal y occipital), y las cinco capas del cerebro (desde el telencéfalo superior y el diencéfalo adyacente debajo de éste, hasta las capas medias del mesencéfalo y los niveles más bajos del metencéfalo y el mielencéfalo). Si alguien sigue creyendo en la vieja patraña de que sólo usamos una diminuta parte de nuestro cerebro, todavía no es consciente de lo que hacemos cuando leemos.

Circuit du Soleil

Si nosotros, como sociedad, tenemos que lidiar con las implicaciones de los continuos cambios en nuestro cerebro de lectura plástico, debemos situarnos «bajo la caperuza» del circuito de lectura. O, tal vez, con una mínima suspensión de la incredulidad de tu parte, bajo la carpa. Para dar vida a las múltiples operaciones que simultáneamente acontecen en el cerebro lector cada vez que leemos una palabra, no se me ocurre mejor metáfora visual que un circo de tres pistas. Pero no un circo de tres pistas cualquiera sino uno lleno de artistas y criaturas fantásticas que sólo resultan concebibles en una carpa del Cirque du Soleil, donde la magia triunfa sobre la credulidad. Con la ayuda de la neurocientífica y talentosa artista Catherine Stoodley, eso es precisamente lo que quiero que experimentes.

Desde la gran carpa

Imagina que estás en un trapecio circular de madera, en lo alto de una enorme carpa de circo, contemplando la escena que tienes a tus pies. Desde esa posición estratégica, la formación del circuito lector recuerda mucho a lo que sucede en las distintas actuaciones de un circo de tres pistas. Sin embargo, en nuestro circo de lectura habrá cinco pistas con conjuntos de intérpretes fantásticamente engalanados, listos para representar todo el abanico de procesos necesarios para que podamos leer una sola palabra. Afortunadamente para nosotros, por decisión propia, por ahora sólo vemos lo que sucede en el hemisferio izquierdo y, lo que es más importante, a cámara lenta, de modo que puedas apreciar todo lo que sucede sin sentirte mareado por las velocidades casi automáticas involucradas.

En primer lugar, fíjate en los grupos de las tres grandes pistas superpuestas y, luego, en las dos pistas ligeramente más pequeñas conectadas a las mayores. Cada una de las pistas grandes representa las regiones expansivas que subyacen a la visión, el lenguaje y la cognición, y constituye una de las partes originales que están conectadas en el nuevo circuito lector. La primera de las dos pistas más pequeñas representa las funciones motoras, cuyos intérpretes son necesarios para la articulación de los sonidos del habla y otras actividades bastante sorprendentes que se desarrollarán en breve. Esta pista, como cabía esperar, no está sólo conectada al lenguaje, sino que, y esto es lo más sorprendente, también está conectada a la cognición. La otra pista, a su vez unida tanto al lenguaje como a la cognición, contiene funciones afectivas y conecta una amplia gama de nuestros sentimientos a nuestros pensamientos y palabras. Ahora, dirige tu mirada a una caja de cristal iluminada en el extremo izquierdo, donde todo tipo de «personas muy importantes» parecen estar ejecutando cosas de vital importancia. Esta caja es algo parecido al centro ejecutivo personal de nuestro cerebro, donde, en un área que se encuentra justo detrás de nuestra frente llamada corteza prefrontal, se llevan a cabo las distintas formas de atención, memoria, generación de hipótesis y toma de decisiones.

Imagina que estas pistas principales están superpuestas sobre grandes regiones estructurales que incluyen diversas capas del cerebro (precisamente en la figura 1 puedes ver uno de los inimitables dibujos que Stoodley realizó de la capa cortical superior del cerebro lector). La pista de la visión ocupa gran parte del lóbulo occipital en el hemisferio izquierdo y parte del hemisferio derecho, al menos para nuestros sistemas alfabéticos. Como las pistas del lenguaje y la cognición, la pista visual integra áreas en el cerebro medio y el cerebelo para coordinar todas sus actividades a velocidades casi automáticas. A diferencia de las necesidades visuales del sistema de lectura alfabético, los sistemas de escritura Kanji chinos y japoneses utilizan significativamente más las regiones visuales del hemisferio derecho para procesar los caracteres visualmente exigentes que sus lectores deben recordar y conectar a conceptos.30

La pista del lenguaje ocupa un territorio expansivo con regiones en múltiples capas de ambos hemisferios, particularmente los lóbulos parietal y temporal adyacentes a la visión, así como áreas en el lóbulo frontal que linda con las áreas motoras. De igual manera, la pista de la cognición y la pista más profunda del afecto (algunas de cuyas redes se forman en el diencéfalo, o segunda capa del cerebro, justo debajo de la corteza cerebral) tienen una superposición considerable con las áreas posteriores del lenguaje.

Figura 1

La estrecha proximidad y la superposición de muchas partes de estas pistas es una suerte de analogía física de lo estrechamente unidas e interrelacionadas que están sus funciones. Esta vista de las pistas constituye una primera aproximación a lo que es el circuito lector en el sistema de escritura inglés.

Focos de atención

Veamos ahora más en detalle lo que ocurre dentro de las capas de las pistas cuando leemos una palabra en inglés. Como si acatara una orden, la enorme imagen de una palabra que aún no podemos distinguir correctamente se proyecta en el telón principal de la carpa, justo a la altura de nuestros ojos. Tenemos que centrar prestos nuestra atención para seguir los haces de luz de los distintos focos que acaba de encender la caja de mandos prefrontal. Los sistemas de atención del cerebro son equivalentes a los focos biológicos: a menos que se enciendan las luces, nada puede suceder.31 No obstante, ten en cuenta que existen distintos tipos de focos. Esto se debe a que el cerebro debe poder asignar diferentes formas de atención a cada uno de los distintos pasos o procesos involucrados en la lectura. Lo que muchos no saben es el papel crucial que la atención desempeña en cada una de las funciones que realizamos y las múltiples formas de atención que se activan, antes incluso de que nuestros ojos puedan ver la palabra.

Los primeros focos, que hacen el trabajo del sistema orientador de la atención, tienen tres cometidos a realizar en el menor tiempo posible.32 En primer lugar, nos ayudan a desvincularnos de aquello a lo que estuviéramos atendiendo en primera instancia —cosa que sucede en el lóbulo parietal de nuestra corteza (léase, en la capa superior del telencéfalo)—. En segundo lugar, nos ayudan a desviar nuestra atención hacia lo que sea que esté frente a nosotros —en el caso que nos ocupa, a la palabra concreta que aparece proyectada en el telón de la carpa de circo—. Este acto de desplazar nuestra atención visual acaece en el cerebro medio (es decir, en el mesencéfalo o tercera capa). Y en tercer lugar, nos ayudan a centrar nuestra atención, alertando con ello a todo el circuito lector para que se prepare para entrar en acción. Este último enfoque de atención, inmediatamente anterior a la lectura en sí, se lleva a cabo en un área especial, sita bajo la corteza, que funciona como uno de los principales conmutadores del cerebro: el importantísimo tálamo, ubicado en el diencéfalo, o segunda capa, de cada hemisferio.

Sin embargo, para que el circuito entre realmente en acción, aún necesitamos otro conjunto más específico de focos, organizado por el cuadro de mando prefrontal que rige el sistema de atención en sendos lóbulos frontales. Este sistema clave se encarga de todo lo que sucede en algo parecido a un área de trabajo cognitiva. Entre otras cosas, mantiene desde el principio nuestra información sensorial en la memoria funcional, de modo que podamos integrar las distintas formas de información que allí se recopilan sin perder un ápice de la misma. Esto es lo que te permite hacer cosas como resolver problemas matemáticos «en tu cabeza» o recordar los dígitos de un número de teléfono, las letras de una palabra y las palabras que conforman una frase. Existe una relación extremadamente estrecha entre el sistema de atención y los distintos tipos de memoria.

Pista de la visión

Tras este preliminar enfoque de atención, sucede algo sorprendente. La acción que estábamos esperando ¡comienza! De nuestras retinas salen veloces lo que parecen dos grupos de ciclistas por cada ojo, grupos formados por acróbatas envueltos en vivos colores y montados sobre enormes monociclos. Estos conjuntos están a punto de cruzar el más alto y largo de los cables que atraviesan el cerebro, desde las retinas de los ojos al punto más alejado, sito en las regiones más posteriores del cerebro, los lóbulos occipitales. Los conjuntos que salen de cada ojo inician juntos su periplo, pero se dividen rápidamente al llegar a una intersección con forma de X llamada quiasma óptico, algo bastante parecido a los empalmes ferroviarios. En dicha intersección, los cuatro grupos de acróbatas se separan, tomando sendos conjuntos de cada ojo direcciones opuestas a través de múltiples capas cerebrales para alcanzar las áreas visuales que se ocultan tras ambos hemisferios. El modo en que están configuradas determina que cada ojo envíe un grupo de sus ciclistas a cada hemisferio. Se trata de un diseño magistral con grandes ventajas evolutivas. Piénsalo: incluso con un solo ojo, disponemos de dos hemisferios que nos aportan información visual de primer orden.

Los cuatro grupos de ciclistas deben efectuar varias paradas en el camino, pero no parecen intimidados por el largo viaje, en tanto en cuanto transportan la información a la velocidad del rayo. En 50 milésimas de segundo todos llegan con sus mensajes a un área muy concreta de los lóbulos occipitales denominada córtex visual estriado, cuyo nombre se atribuye a las franjas creadas por la alternancia de sus seis capas de materia blanca y gris.

Tras su llegada a la cuarta capa de esta región cortical, los ciclistas se despliegan (véase figura 2). De repente, la totalidad de la pista de la visión en los lóbulos occipitales es un torbellino de actividad. La información procedente de los acróbatas que pedaleaban sobre el cable se transfiere rápidamente a grupos de diminutas criaturas esféricas con aspecto de orbes que recuerdan vagamente a... digamos, pequeños ojos con brazos y pies. Un grupo de estos laboriosos orbes identifica el mensaje de los ciclistas como un conjunto de «letras» y transfiere de inmediato esa información a otras criaturas esféricas vecinas, emplazadas en regiones más profundas del córtex, que se encargan de indicar que se trata de letras reales y válidas. Acto seguido, un nuevo grupo examina los trazos que conforman las letras (por ejemplo, las líneas, los círculos y las diagonales) y los identifica como las conocidas t+r+a+c+k+s (‘pistas’) de las letras del idioma inglés. Según parece, casi inmediatamente después de que el segundo grupo efectúe el reconocimiento de las letras de una palabra, otros equipos de neuronas especializadas en múltiples tareas entran en acción. Algunos orbes sólo actúan sobre letras individuales, mientras que otros responden a los patrones de las letras que componen las palabras, patrones tales como el ack y el tr de tracks; otros, en cambio, identifican las partes significantes más usadas de las palabras denominadas morfemas (prefijos y sufijos como la s que marca el plural de nuestra palabra). Salta a la vista que cada grupo de trabajo en esta pista tiene su propio dominio territorial y trabaja rápida y diligentemente sólo en esos bits específicos de información visual. No podemos dejar de advertir que una serie de grupos de orbes aparecen plácidamente desinteresados o, cuando menos, desocupados o con poca actividad al ver nuestra palabra. Algunos se encargan únicamente de identificar palabras completas y más frecuentes como stop y the (artículo definido), términos comunes que a menudo reciben la denominación de palabras visuales debido a que no necesitan de un análisis posterior por parte de otras neuronas visuales. Otros, como era de esperar, se dedican a otros menesteres relacionados con la visión.

Lo que no resulta tan evidente es cómo los acróbatas de la bicicleta localizan con tanta precisión y celeridad los grupos exactos de esferas neuronales encargados de identificar los bits de información visual que porta cada uno. A estas alturas, tal vez no sorprenda tanto el hecho de que este misterio encierre otro conjunto de destacados principios de diseño como los que, en el presente caso, conforman la organización y representación retinotópica. En la organización retinotópica, neuronas altamente diferenciadas de la retina activan las correspondientes neuronas en las áreas visuales.33 Como si dispusieran de su propio sistema GPS, la trepidante capacidad de los ciclistas para localizar las neuronas correctas facilita una transferencia de información extremadamente precisa y rápida. En el caso de las letras, la troupe de la retina tiene que aprender a hacer estas conexiones a través de un largo proceso de desarrollo.

Figura 2

Este aprendizaje se ve facilitado por la capacidad del cerebro para hacer representaciones (pensar re-presentaciones) de patrones como letras.34 La corteza visual de un lector experimentado está repleta de representaciones de letras, así como de patrones comunes de letras y partes de letras (como los morfemas que conforman las raíces, los prefijos y sufijos de nuestras palabras), e incluso de palabras sobradamente conocidas. Es difícil de imaginar a priori, pero estas representaciones están dotadas de una realidad física en nuestras redes neuronales. Incluso cuando sólo imaginamos una letra sin verla, se activarán grupos neuronales especializados en la corteza visual relacionados con la representación de dicha letra, como si realmente la estuviéramos viendo.35 Esto es precisamente lo que sucede ahora en nuestra carpa de circo con la palabra del telón: gracias a la organización retinotópica de nuestros ojos, las neuronas correspondientes de la corteza visual ya están listas para trabajar casi de inmediato en la información procedente de las células retinianas.

Si pensamos en términos de evolución, estos principios organizacionales tan extremadamente eficientes tienen un profundo sentido, y es muy probable que hayan contribuido a asegurar la supervivencia de nuestros antepasados mucho antes de que la lectura apareciera en escena. Piensa sólo en lo rápido que nuestra especie debía identificar las huellas de los depredadores: de inmediato. El reconocimiento rápido se facilita exponencialmente a través de representaciones visuales en nuestro cerebro. Lo que resulta fascinante es que nuestra actual organización retinotópica, que ha sido reciclada en cada nuevo lector para incluir letras y palabras, no sería la misma —y, de hecho, no lo es— ni en la corteza de nuestros ancestros, ni en la de cualquier persona analfabeta de hoy. La mayoría de los grupos de trabajo neuronales que actualmente usamos para las letras y las palabras estarían principalmente dedicados, en individuos analfabetos, a tareas visualmente similares pero funcionalmente diferentes, como la identificación de objetos o caras. Éste es un excelente ejemplo de cómo, cuando el cerebro aprende a leer, reutiliza algunas redes originalmente dedicadas a identificar las pequeñas características que definen los objetos y las caras para reconocer las igualmente pequeñas características de las letras y las palabras.

Pista del lenguaje

Pero ahora necesitamos volver al circo. Justo a tiempo, advertimos nuevos eventos sorprendentes a medida que nuevas troupes de neuronas empiezan a saltar a la acción, y saltar es, sin duda, la palabra clave. Una multitud de artistas voladores girando sobre sí mismos saltan y brincan en torno al área de la pista del lenguaje que linda con la visión, donde se encuentran los lóbulos occipital y temporal.36 Ciertamente, harán falta muchos grupos neuronales para, en primer lugar, asegurar que la información visual (como, por ejemplo, las letras) se conecte rápidamente con la información precisa basada en el sonido o fonema de nuestra palabra, y para que, en segundo lugar, esta información se conecte a todos los significados y asociaciones posibles de la palabra.

El idioma inglés tiene alrededor de cuarenta y cuatro fonemas diferentes (dependiendo del dialecto utilizado), representados aquí por cuarenta y cuatro actores diminutos brincando impacientes en la dinámica pista del lenguaje.37 Como ponis listos para una carrera en la caseta de salida, los menudos artistas esperan prontos el momento en que unos cuantos se unan a sus socios visuales y formen t+r+a+c+k+s. Advertimos que algunos grupos de artistas se parecen mucho a los gemelos o trillizos siameses. Son los responsables de sonidos que aparecen comúnmente entrelazados, como el tr de la palabra que se despliega en el telón de nuestro circo. También parece que los sonidos de uso más frecuente cuentan con una posición privilegiada en la pista, como si ya intuyeran que van a ser los primeros elegidos en cualquier proceso de emparejamiento.

Esto se debe a un motivo. Justo a la izquierda, en nuestra visión periférica, observamos cómo el cuadro de mandos parece resaltar las opciones de las letras o grupos de letras con mayores probabilidades de ser elegidas. Es evidente que nada sobre el cerebro lector experto se deja al azar, sino que se basa en probabilidades y predicciones que, a su vez, se basan en el contexto y en el conocimiento previo.38 Después de estas directrices iniciales procedentes de las áreas prefrontales, el pandemonio se disipa a medida que los artistas-fonemas se van emparejando con sus sonidos correspondientes a la entrada de las troupes visuales. La palabra tracks está en marcha y ¡empiezan los fuegos artificiales!

El disfrute se masca en el ambiente, nuevos conjuntos de artistas irrumpen en las pistas del lenguaje y la cognición uniéndose a la actuación. Acróbatas y saltimbanquis se aglomeran frente a la palabra, cada cual vociferando todo tipo de interesantes significados posibles: «animal tracks (‘huellas animales’), sport tracks (‘pistas deportivas’), railway tracks (‘vías ferroviarias’)».39 Los acróbatas muestran una flexibilidad fascinante al saltar de un posible significado frecuente a palabras de uso menos común, e incluso a una nueva letanía de alternativas: «¿tracks of tears (‘reguero de lágrimas’) audio tracks (‘pistas de audio’), school tracks (‘campeonato escolar de atletismo’), one track-mind (‘de ideas fijas’), eye tracking (‘rastreo ocular’), track lighting (‘riel de luz’)?».

Por si estos significados semánticos no bastaran, unos mimos sonrientes, colocados a horcajadas entre la pista del lenguaje y la pista motora, preguntan: «¿Qué pasa con el verbo “tracks” (monitorear’)?», proponiendo todavía más posibilidades. De pronto, observamos algo parecido a una profunda inspiración colectiva en un sector previamente desconocido de la pista motora. Allí, un animado conjunto de mimos embutidos en exóticos trajes aparecen listos, prontos para articular la palabra o, lo que es aún más misterioso, para representarla físicamente a través de la mímica.40 Sin mover manifiestamente las neuronas más cercanas en control de los músculos de los labios, la laringe y la lengua, se preparan para simular el movimiento de las piernas y las manos, dependiendo de si el significado de la palabra es un verbo de acción o más abstracto: “tracks an animal (‘rastrea un animal’), tracks a crime (‘sigue la pista de un crimen’), tracks data trends (‘detecta tendencias’), tracks a hurricane (‘monitorea un huracán’)”.

Detrás de los saltimbanquis y los mimos esperan su turno otros tantos centenares de mimos y acróbatas, agrupados todos en el mismo «vecindario semántico».41 Algunos de ellos se encuentran casi al borde la pista, preparados para saltar en milésimas de segundo. También hay grupos de palabras listos para actuar simplemente porque, en virtud de la aliteración, suenan como la palabra tracks —como por ejemplo treats (‘caprichos’), trams (‘tranvías’), trains (‘trenes’), tricks (‘trucos’)— o bien porque constituyen una posible rima —packs (‘paquetes’), sacks (‘sacos’), lacks (‘carencias’), e incluso wax (‘cera’).

Pista de la cognición y pista del afecto

Y, como si quisieran desviar nuestra atención de las actuaciones en solitario de los artistas de la pista del lenguaje, trapecistas voladores vistosamente ataviados saltan en el aire cruzándose los unos con los otros, elevando nuestra consciencia a pensamientos diferentes que, como recuerdos, habitan enormes espacios inexplorados y nos invitan ahora a acceder a las regiones superpuestas de la pista de la cognición. A medida que los trapecistas entran y salen, les escuchamos susurrarnos al oído preguntas sobre el contexto de la palabra «tracks», preguntas que no habíamos considerado en primera instancia. Hay una escena infantil en la que un diminuto tren recorre jadeante una vía férrea (railway tracks) que atraviesa empinadas colinas, susurrando: «Creo que puedo, creo que puedo». Un pequeño tren de un vivo color azul recorre una vía muy similar, es el conocido Thomas, la locomotora, del reverendo Wilbert Awdry. En otra escena, fornidos hombres musculosos parten troncos para construir las vías del tren en lo que parece la América del siglo XIX (véase figura 3).

Sentimientos de la infancia empiezan a aflorar en nosotros junto con estas imágenes, y con ellos la pista del afecto empieza a palpitar con diferentes sentimientos asociados tanto a los pensamientos activos como a las palabras de otras pistas. Pero no sólo afloran sentimientos de la infancia; un grupo de artistas comienza a hacerse cada vez más visible al otro extremo de la pista de la cognición. Paulatinamente, empezamos a ver que se trata de una serie de personas vestidas con ropa invernal que contemplan con horror la silueta de una bella mujer rusa con una larga melena negra y un bolso rojo: es Anna Karénina, a punto de lanzarse a las vías (tracks) del tren.42 Pero justo cuando afloran en la pista del afecto los conocidos sentimientos de temor, empatía y tristeza, la escena se difumina y nuestra atención se redirige.

Una rarísima, casi fantasmagórica aparición tiene lugar ahora, encaramada sobre un área denominada giro angular.43 La ubicación de esta región en la unión de los lóbulos occipital, temporal y parietal es clave, y refleja su capacidad para integrar funciones de la pista de la visión en el lóbulo occipital y las pistas del lenguaje y la cognición en los lóbulos temporal y parietal (véase figura 1). La gran figura vestida de esmoquin no habla y parece ser algo entre un maestro de ceremonias y un maestro guardagujas, integrando información y seleccionando las pistas (tracks) que hemos de seguir para llegar a las palabras.

Figura 3

Si las órdenes provienen de esta figura o del cuadro de mandos prefrontal no está del todo claro, pero las luces en la pista de la cognición ahora se atenúan, y la silueta espectral de Anna desaparece de nuestra vista y nuestra conciencia. No había suficiente información para permanecer con la imagen de Anna, aun cuando nos quedemos con una ligera sensación de tristeza y pesar. En este preciso instante, advertimos que siempre hay algo que permanece en nosotros de todos los encuentros que hemos tenido en este mundo aparentemente ordinario (tracks, una ‘huella’, un ‘poso’), y también de las palabras que hemos leído. Como bien subrayó el científico cognitivo David Swinney años atrás, nuestras palabras contienen y activan momentáneamente depósitos enteros de significados, recuerdos y sentimientos asociados, incluso cuando el significado preciso viene dado por un determinado contexto.44

En la milésima de segundo que dedicamos a recordar, empezamos a apreciar la belleza de las múltiples capas que el cerebro tiene para almacenar y rescatar palabras: cada palabra puede desencadenar todo un historial de innumerables conexiones, asociaciones y emociones largamente almacenadas. De hecho, acabas de presenciar cómo el cerebro lector, en medio segundo, activa algo parecido al esfuerzo cotidiano que poetas y novelistas realizan para encontrar la palabra perfecta, la más precisa, aquella que conecte, en palabras de E. M. Forster, «la prosa y la pasión».45

Terminemos nuestro recorrido por el cerebro lector echando un último vistazo a todo lo que hemos visto en nuestro circuit de la lecture imaginario. Esta vez, sin embargo, he dispuesto que veas la acción no en cámara lenta, sino en tiempo real —en poco más de 400 milésimas de segundo— y a través de ambos hemisferios. Con una celeridad casi inaudita, podemos ver ahora que las áreas visuales del hemisferio derecho cruzan veloces al izquierdo, donde todo se activa y se integra en las distintas capas de las pistas. Finalmente, cuando la acción termina observamos que la mayor parte del hemisferio derecho está ahora iluminado con múltiples áreas trabajando en los posibles significados de la palabra tracks, y unos pocos dedicados a los sonidos que la integran. No podemos percibir nada más. Lo cierto es que nuestro ojo no puede seguir los movimientos de las distintas actuaciones con la suficiente rapidez como para comprender lo que está sucediendo, dónde y cuándo. Por consiguiente, la escena se nos presenta ahora como una perfecta representación de redes tan estrechamente conectadas que la imagen que nos queda parece un enorme conjunto interconectado de luces intermitentes. De hecho, «hay tantas conexiones» en el circuito del cerebro lector «como estrellas en la Vía Láctea».46

Esta imagen final de la conectividad del cerebro lector refleja que la interacción a nivel anticipatorio, retrospectivo y zigzagueante tiene tanto peso como la interacción lineal. Tal impresión sería, de hecho, la aproximación más cercana a las muchas incógnitas que quedan sobre el momento y la secuencia de todo cuanto sucede entre las cinco pistas anteriormente descritas cuando leemos.47 Y nosotros, desde la atalaya de nuestra carpa de circo, nos sentimos sobrecogidos ante la enormidad de lo que conforma este acto de lectura, acto que la mayoría de los humanos dan completamente por sentado.

Espero, sin embargo, que no sea éste tu caso y que ahora entiendas que cada vez que lees una palabra, estás activando miles y miles de grupos de trabajo neuronales, los que acabas de ver y muchos otros. Y si activamos una infinidad de neuronas con una sola palabra, imagina las que tienes que aplicar cuando lees una frase larga, un ensayo de Nicholas Kristof, un poema de Adrienne Rich, los relatos de Andrea Barrett, un libro sobre el lenguaje de Ray Jackendoff, un trabajo de crítica literaria de Michael Dirda... Tras años de investigación para entender lo que hacemos cuando rescatamos una sola palabra, no deja de maravillarme lo que sucede cuando leemos una línea de palabras que desencadena nuestros pensamientos más profundos. Como abordaré en mi próxima carta, el cerebro de lectura profunda, literalmente, fisiológicamente, se dirige «a todas partes» para comprender. Pero eso podría cambiar.

Atentamente,

LA AUTORA