El perro en la mitología y en las religiones

El perro en las diferentes religiones

En las tres grandes religiones monoteístas —el judaísmo, el cristianismo y el islam— originadas en pueblos nómadas, el perro no era apreciado. Y con razón los orientales tenían una visión negativa de este animal, pues con sus ladridos les alejaba la caza de las ciudades, la perseguía y mataba, era depredador de sus rebaños, se alimentaba de sus detritos (cadáveres, restos de comidas...) y podía transmitir la rabia. Por todo esto era considerado un animal sucio y peligroso.

El perro aparece poco en la Biblia y, casi siempre, de un modo desfavorable, a pesar de que en algunas ocasiones ejerza de guardián de rebaños. Pero, por lo general, se le considera impuro y el código de las leyes prohibía que fuera ofrecido en sacrificio.

En el mundo musulmán, los perros solían tener mala reputación, excepto los lebreles, los perros de los príncipes y, sobre todo, de los nómadas, ya que son excelentes cazadores y eran considerados distintos de los demás canes.

El perro en la mitología

En las diferentes mitologías, los perros muchas veces llevaban a cabo las mismas tareas que sus homólogos terrestres.

Guardián

En la mitología grecolatina, Cerbero era el hijo del monstruo Tifón y de la víbora Equidna. Era un enorme perro tricéfalo (aunque algunos autores le atribuyen 50 o 100 cabezas) que hacía guardia en la puerta de los infiernos. Se enfrentaron a él tres héroes: Heracles, que le ató las patas para llevarlo a los infiernos; Orfeo, que lo engatusó tocando maravillosamente la lira; y por último, Psiqué, que lo sedujo con pasteles de miel.

Garm era el perro que, en la mitología germano-escandinava, custodiaba la puerta de Hel, la señora del mundo subterráneo.

En la mitología egipcia, Duamutef, hijo de Horus, era un dios con cabeza de perro, o más probablemente de chacal. Estaba representado en el vaso canope que contenía el estómago del muerto, y era su guardián.

La Hidra de Lerna vivía en una caverna en el lago de Lerna. Tenía cuerpo de perro y ocho o nueve cabezas de serpiente. Heracles le dio muerte en el segundo de sus 12 trabajos.

En Roma, cada año se crucificaba un perro y se mostraba paseándolo por las calles de la ciudad para expiar la falta de los perros guardianes del Capitolio que, en el año 390 a. de C., no habían cumplido su misión.

Aquel año, después de un sitio de siete meses, los atacantes galos habían intentado invadir el capitolio de noche, y para que los perros estuvieran callados les habían echado comida. Hambrientos, como el resto de la población, los perros se dieron un buen atracón mientras los enemigos avanzaban. Por suerte, las ocas sagradas dieron la alerta y el ataque pudo ser repelido.

Hércules y Cerbero o Hércules y el cancerbero. Pintura de Francisco de Zurbarán (1598-1664) en el año 1634. Madrid, Museo Nacional del Prado (©Heritage Images/Leemage)

Protector de los hombres

Cuenta una leyenda india que, cuando el Gran Espíritu creó la primera pareja humana, puso un perro a sus pies para que les protegiera.

Protector de rebaños

El décimo trabajo del héroe griego Heracles consistía en ir a buscar el rebaño de Gerión, el hombre más fuerte de la Tierra, sin autorización y sin pagar.

Pero los animales estaban custodiados por el pastor Euritión y por el perro de dos cabezas Ortro, hermano de Cerbero y que había pertenecido a Atlas.

Cuando Heracles se acercó al rebaño, Ortro se abalanzó sobre él ladrando, pero el héroe lo abatió con su clava.

Cazador

En la mitología céltica, Cernunnos «el cornudo» (asimilado a Gwynn en País de Gales, a Herne o Arawn en Inglaterra) era el dios guardián de las puertas del mundo de los muertos. Tenía un aspecto humano y llevaba cuernas de ciervo.

En invierno, durante la época de caza, salía de los infiernos o de un bosque encantado acompañado de su jauría de perros, reconocibles por sus pelajes inmaculados y sus orejas rojas, que simbolizaban su pertenencia al otro mundo. Su función era acompañar a las almas más allá de la muerte.

En la cultura griega, Artemis (Diana para los romanos) era la diosa de la caza y poseía una jauría de 50 perros. Tenía varias compañeras, a las que exigía una castidad absoluta. Al saber que una de ellas, Calisto, hija de Licaón, estaba embarazada, la transformó en una osa e hizo que la jauría la persiguiera.

Otro día, mientras se bañaba en un torrente, fue sorprendida por Acteón. Temiendo que este se jactara ante sus amigos de haberla visto, lo transformó en ciervo y ordenó a sus perros que lo despedazaran.

También en la mitología griega, Céfalo, un héroe ateniense, hijo de Hermes y Herse, mandó a Laelaps, un perro (cuyo nombre significa «torbellino») que nunca dejaba escapar a la presa, en persecución de la zorra de Teumese, un animal al que nadie conseguía atrapar. Zeus regaló el mismo Laelaps a Europa, hija de Telefasa y Agenor, rey de Fenicia, de la que se había enamorado.

Teseo, legendario rey de Atenas, quiso ayudar al griego Piritoo a criar a Coré, hija de Aidoneus, rey de los molosos. Pero este último hizo que su perro Cerbero devorara a Piritoo.

Diana cazadora. Pintura de Horacio Gentileschi (1562-1647), 1625. Nantes, Museo de Bellas Artes (©Photo Josse/Leemage)

Fiel

Después de 20 años de ausencia, el héroe griego Ulises regresó, disfrazado de mendigo, a su isla de Ítaca. Nadie lo reconoció, salvo su perro Argos, que murió a sus pies.

Ulises reconocido por su perro Argos. Moneda romana de plata, año 83 a. de C. (©Costa/Leemage)

Víctima sacrificatoria

En todo el mundo, el sacrificio del perro ha sido el soporte de la adivinación, ya sea para la lectura de las entrañas, ya como ofrenda para el sacrificio.

En el mundo romano, Lupercus era el dios de la fecundidad. El 15 de febrero se celebraban las fiestas en su honor, las lupercalias; en dichas fiestas se sacrificaba una cabra (fecundidad) y un perro (purificación), y luego los sacerdotes pasaban por las calles dando latigazos a los transeúntes con las tiras de piel de los animales sacrificados. Pero también se ofrecía un perro a los dioses en las más diversas circunstancias: por un nacimiento, un momento importante del año, un problema meteorológico.

Itzamná fue una divinidad importante del panteón maya, hijo de Hunab, el creador. Era el dios del cielo, de la noche y del día. Al inicio de cada año, en su honor se sacrificaba un perro o un hombre. El sacrificado era lanzado desde lo alto de una pirámide. Una vez en el suelo, se le arrancaba el corazón para ofrecérselo a un dios.

Montura divina

En la mitología hindú, los perros servían de montura a algunos dioses, o simplemente les acompañaban. Cerbura, el perro de tres cabezas, acompañaba a Krisna.

Sarama estaba asociado a Indra y Uchchaih.

Savras era la montura de Bhairava.

Asociado a la muerte

Anubis, el dios egipcio de los muertos, era representado por un chacal o un perro negro, o por un hombre con cabeza de perro o de chacal. Era el conductor de las almas y se ocupaba de las obsequias y de cuidar a los muertos. Su color negro hacía referencia al color de los cadáveres después del embalsamamiento.

En la mitología maya, Ah Puch, también conocido con el nombre de HunHau, era el dios de la muerte y reinaba en Mitlan, el reino de los muertos. Era un dios malvado, asociado al dios de la guerra y a los sacrificios humanos. Sus compañeros habituales eran el perro y el búho, criaturas que eran consideradas como presagios de enfermedad y muerte.

En la cultura azteca, Xólotl, «el monstruo con cabeza de perro», era el guía nocturno del planeta Venus. Su hermano gemelo, Quetzacóatl, lo eligió entre todos los dioses del panteón para que le acompañara a los infiernos a buscar osamentas para fabricar a los hombres.

Xólotl también ayudaba a las almas a llegar a Mictlan, el país de los muertos.

Los incas creían que el aullido del perro anunciaba la muerte próxima de un pariente.

Los indios iroqueses consideraban a los perros blancos como intercesores con los dioses. Por esto los sacrificaban cuando tenían que transmitir una pregunta sagrada.

Cofre dorado con dios Anubis procedente de Tebas. Museo de Egipto, El Cairo (©Jemolo/Leemage)

Guía de las almas

En México, en el pueblo precolombino de los nahuas, los difuntos eran enterrados con su perro o con un perro rojo (leonado), criado especialmente para ser sacrificado. Antes de enterrarlo, se le colocaba alrededor del cuello una cuerda de algodón no hilado. El animal tenía la misión de guiar el alma del muerto en el más allá y, sobre todo, llevarla en sus lomos para atravesar el río, la última etapa antes de su desaparición definitiva.

En el idioma náhuatl, chichi significa «perro» y el río a donde llegaba finalmente el alma era el Chichimetlapan o «tierra de los perros».

Para los indios nicaraos, que antiguamente habitaban el territorio de la actual Nicaragua, en los banquetes se comían algunos perros para facilitar el paso del alma del difunto hasta el paraíso; este animal también se comía en las ceremonias de aceptación de una petición de matrimonio.

En Siberia y Canadá se encuentran costumbres funerarias en las que el perro es sacrificado o enterrado con un muerto.

Los parsis de la India, cuando una persona se estaba muriendo, le llevaban un perro junto a su lecho para que este pudiera mirarle a los ojos y hacerse cargo de su alma.

Acompañante de hombres

En los relatos nicaragüenses se habla del cadejo, un perro que si es blanco está asociado al bien, y si es negro, al mal. El cadejo aparece de pronto y sigue a una persona cuando esta vuelve a casa al final del día o por la noche. En ciertas circunstancias puede mutarse en protector, pero en la mayor parte de los casos no hace más que seguirlo hasta que la persona abre la puerta de su casa.

En el cielo

Orión era un cazador de Beocia y el hombre más bello que existía. Fue muerto accidentalmente por la diosa Artemisa, y entonces esta colocó la imagen de Orión y de su perro Sirius en el firmamento, en donde será perseguido por el escorpión hasta la noche de los tiempos.

Detector de fantasmas

Según los ainus japoneses, el perro tenía el poder de detectar a los fantasmas.