1. Vincent Van Gogh, Retrato del doctor Gachet, 1890. Óleo sobre lienzo, 68 x 57 cm. Musée d’Orsay, París.

¿Qué es el expresionismo?

El expresionismo ha tenido distintos significados según la época. En el sentido actual de la palabra, sin duda cuando hablamos de “expresionismo alemán”, nos referimos a un amplio movimiento cultural que comenzó en Alemania y Austria a principios del siglo veinte. Sin embargo, el expresionismo es complejo y contradictorio. El término aludía tanto a la liberación del cuerpo como a la exploración de la psique. Entre sus heterogéneas doctrinas cabía la apatía política, el chovinismo y también el compromiso revolucionario. La primera parte de este libro obedece a una organización temática, no cronológica, pues nuestra intención es señalar algunas de las características e inquietudes predominantes del movimiento. La segunda parte consiste en la exposición de breves ensayos sobre una serie de artistas expresionistas seleccionados, donde se subrayan los aspectos más característicos de la obra de cada uno de ellos.

Las intrincadas raíces del expresionismo ahondan en la historia antigua de un vasto territorio geográfico. Dos de sus fuentes primordiales no son ni modernas ni europeas, sino el arte de la Edad Media y el arte de los pueblos tribales, tantas veces llamados “primitivos”. Hay una tercera fuente que poco tiene que ver con el arte visual: la filosofía de Friedrich Nietzsche. Para complicar más las cosas, la palabra “expresionismo” tuvo en un principio otro significado. Hasta el año 1912, aproximadamente, el término se utilizaba en general para describir el arte progresista de Europa, sobre todo de Francia, un arte claramente alejado del impresionismo y que hasta parecía ser “antiimpresionista”. Lo curioso es que en un principio se utilizaba con mayor frecuencia para designar a artistas que no eran alemanes, como era el caso de Gauguin, Cézanne, Matisse y Van Gogh. (Fig.1). En la práctica, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, el término “expresionismo” era utilizado de manera general para denominar las últimas tendencias del arte moderno, ya fuera fovismo, futurismo o cubismo. Por ejemplo, la famosa exposición del Sonderbund de 1912, celebrada en Colonia, utilizó el término para referirse a las últimas tendencias de la pintura alemana, pero también a la de otros artistas internacionales.

Con todo, en Colonia ya empezaba a introducirse el cambio de rumbo. Los organizadores de la exposición y la mayor parte de los críticos subrayaron la afinidad del “expresionismo” de la vanguardia alemana con el vanguardismo del holandés Van Gogh y el del invitado de honor de la exposición, el noruego Edvard Munch (Fig.7). Con ello rebajaron ligeramente la trascendencia que hasta entonces habían tenido los artistas franceses, como era el caso de Matisse, y el concepto de expresionismo dio un viraje inconfundiblemente “nórdico”. El propio Munch quedó perplejo al ver la exposición. “Aquí hay una colección de los cuadros más delirantes de toda Europa”, le escribió a un amigo, “tiemblan hasta los cimientos de la catedral de Colonia”. Sin embargo, más que la geografía, lo que aquel cambio puso de manifiesto fueron las características del expresionismo, que no se limitaba a constituir un método formal e innovador de describir el mundo físico, sino que transmitía una percepción del mundo particularmente sensible, hasta un poco neurótica, un mundo que iba más allá de la mera apariencia. Al igual que en la obra de Van Gogh y Munch, la experiencia humana, individual y subjetiva, era el punto central. A medida que fue tomando impulso, la conclusión era cada vez más evidente: el expresionismo no era un “estilo”. Esto ayuda a explicar por qué ni curadores, ni críticos, ni comerciantes de arte, ni los mismos artistas podían ponerse de acuerdo en la utilización o el significado del término. Pese a todo, el “expresionismo” ganó muchos adeptos en la cultura y las artes de Alemania y Austria. Primero se aplicó a la pintura, la escultura y los grabados, poco después pasó a la literatura, al teatro y a la danza.

Hay quien defiende la teoría de que, si bien el impacto que tuvo el expresionismo en las artes visuales es indiscutible, fue en la música donde ejerció su influencia más radical, con elementos de disonancia y atonalidad en la obra de determinados compositores (sobre todo en Viena), desde Gustav Mahler, pasando por Alban Berg, hasta Arnold Schoenberg. Por último, el expresionismo se dejó ver también en la arquitectura, y su influencia puede percibirse hasta en la forma de entretenimiento más moderna: el cine. (Fig.6)

2. Egon Schiele, Sol de otoño (Salida del sol), 1912. Óleo sobre lienzo. Colección privada, cortesía de Galerie St. Etienne. Nueva York. EE.UU.

3. Vasili Kandinsky, Paisaje de invierno I, 1909. Óleo sobre cartón, 75,5 x 97,5 cm. Hermitage, San Petersburgo.

Hasta el día de hoy, los historiadores siguen sin ponerse de acuerdo sobre lo que es el expresionismo. Muchos de los artistas que hoy se consideran la quintaesencia del expresionismo rechazaban la etiqueta, lo que no es de sorprender dado el espíritu antiacadémico y el feroz individualismo que los caracterizaba. En su autobiografía Jahre der Kämpfe (Años de lucha), Emil Nolde escribió: “Los intelectuales del arte me llaman expresionista. No me gusta esta restricción”. (Fig.5). Las diferencias que se aprecian en la obra de algunas de las figuras más destacadas son muy grandes. El término es tan elástico que se ajusta a artistas tan diversos como Ernst Ludwig Kirchner, Paul Klee, Egon Schiele y Vasili Kandinsky. Muchos de los artistas alemanes más longevos, como Max Beckmann, George Grosz, Otto Dix y Oskar Kokoschka, sólo dedicaron una pequeña parte de sus años productivos al “expresionismo”, y en diferentes grados. Otros tuvieron un fin trágico que truncó sus cortas carreras, por lo que no podemos sino conjeturar sobre la posible evolución de su obra. Paula Modersohn-Becker y Richard Gerstl fallecieron antes de que el término se hiciera del dominio público. El pintor August Macke y los poetas Alfred Lichtenstein y Ernst Stadler murieron en el campo de batalla antes de que 1914 llegara a su fin. Otro poeta, Georg Trakl, sufrió una crisis nerviosa tras la traumática experiencia que vivió prestando servicio en una unidad médica de Polonia y murió a consecuencia de una sobredosis de cocaína. Franz Marc falleció en 1916. En Viena, el joven Egon Schiele no sobrevivió a la demoledora epidemia de gripe de 1918 y Wilhelm Lehmbruck, que nunca superó el trauma de la guerra, se suicidó en Berlín en 1919.

Resulta más fácil decir lo que el expresionismo no era, que lo que realmente era. Es evidente que el expresionismo no era una entidad ni coherente ni singular. A diferencia de los futuristas de Marinetti en Italia, que inventaron y alzaron la voz para proclamar la identidad de su grupo, nunca hubo nada que pudiera reconocerse como un grupo unificado de “expresionistas” en escena. Sin embargo, a diferencia de los pequeños grupos de pintores llamados “fovistas” y “cubistas” en Francia, los “expresionistas” de una u otra tendencia y de todas las artes eran tan numerosos que en la historia cultural alemana se ha llegado a denominar esta época como la de la “generación expresionista”. La era del expresionismo alemán se extinguió definitivamente con la llegada de la dictadura Nazi en 1933. Pero su fase más candente, de 1910 a 1920, dejó un legado de amplia repercusión. Fue un periodo de aventura intelectual, idealismo apasionado y profundo anhelo de renovación espiritual. Poco a poco, a medida que algunos artistas reconocían el peligro político que encerraba aquella introspección propia del expresionismo, hubo un intento de explorar su potencial como herramienta del compromiso político o la reforma social en su sentido más amplio. Pero las aspiraciones utópicas y lo mucho que se ponía en juego a la hora de atribuir al arte una función redentora no hizo sino poner de manifiesto el poder inherente del expresionismo para la desesperación, desilusión y atrofia. Junto a obras verdaderamente conmovedoras, creó también muchas otras que no fueron sino desahogos seudo extáticos, así como una marcada tendencia a la inactividad sentimental. La intención de este libro es eludir algunas de las consecuencias más turbias de aquel proyecto genuinamente radical. Entre las obras más contundentes que produjo el expresionismo alemán se encuentran las provenientes de colaboraciones públicas formales y amistades íntimas de trabajo. Hubo elementos de estos dos tipos en los principales grupos expresionistas de antes de la guerra, como es el caso de Brücke (El puente) y Blaue Reiter (El jinete azul), que sostuvieron acaloradas discusiones y llegaron a acuerdos difundidos por revistas de la época como Der Sturm (La tormenta) y Die Aktion (La acción), así como en el contexto de numerosas exposiciones colectivas. (Fig.4). Otras obras procedían de artistas solitarios abocados a la introspección que trabajaban relativamente aislados. Hay que destacar la crucial importancia que tuvo el hecho de que aquella fuera también una época arrasada por la crisis de una devastadora guerra tecnológica, especialmente en Alemania, donde padecieron las secuelas más graves. El conflicto y el trauma de aquel periodo histórico son inseparables de las formas que adoptó el expresionismo y, en última instancia, de su desaparición.

4. Oskar Kokoschka, Proyecto de cartel para Der Sturm, c. 1910. Museo de Bellas Artes, Budapest.

5. Emil Nolde, Bailarinas a la luz de las velas, 1912. Grabado en madera a la fibra, 29,9 x 24,2 cm. Fundación Nolde - Seebül.

6. Hermann Warm, Boceto para el decorado de la película: El gabinete del doctor Caligari, dirigida por Robert Wiene, 1919. Photo Stiftung Deutsche Kinematek, Berlín.

7. Edvard Munch, Madonna, 1894-1895. Óleo sobre lienzo, 91 x 70,5 cm. National Gallery, Oslo.