La muerte de la inocencia

Apenas es posible imaginar los estragos que el accidente causó en el cuerpo de Frida Kahlo, pero las implicaciones del mismo fueron mucho peores cuando ella finalmente comprendió que no moriría. Aquella joven vivaz que tenía la posibilidad de emprender una gran diversidad de carreras, quedó convertida en una inválida obligada a permanecer en una cama. Su juventud y su vitalidad la salvaron de la muerte, pero, ¿que clase de vida tendría que llevar a partir de entonces? La capacidad de su padre para ganar suficiente dinero para mantener a su familia y pagar los gastos médicos de Frida había disminuido a la par de la economía mexicana. Esto hizo que fuera necesario prolongar en un mes su estadía en el hospital de la Cruz Roja, que no contaba con el personal necesario para atender a todos los pacientes que se encontraban en sus atestadas instalaciones.

La Cruz Roja era muy pobre. Nos tenían en una especie de galpón tremendo, los alimentos eran una porquería que casi no se podía comer. Una sola enfermera cuidaba a veinticinco enfermos[3].

Después de sujetarla a su cama y envolverla en yeso y vendas, finalmente le permitieron salir del hospital y regresar a la Casa Azul. Al encontrarse lejos de sus amigos de ciudad de México, empezó a escribir infinidad de cartas, la mayoría dirigidas a Alejandro Gómez Arias. Esta relación había terminado antes del accidente y ambos habían aceptado que podían ver a otras personas. No obstante, cuando se encontraban en calidad de «amigos», Frida hacía caso omiso de los alardes de Alejandro respecto a sus conquistas femeninas. Él, en cambio, se ponía de mal humor cuando ella enumeraba la lista de jóvenes a los que se había llevado a la cama. Eran demasiado parecidos.

Mientras ella se reponía del accidente, los padres de Alejandro decidieron enviarlo a Europa para que estudiara en Berlín. La larga separación y las aventuras mundanas enfriaron considerablemente la pasión que él aún sentía por la pueblerina mexicana a la que había dejado. Frida, por el contrario, siguió escribiendo una gran cantidad de cartas en las que expresaba su lastimero deseo de verlo mientras se encontraba recluida en su prisión de yeso.

Cuando tú vengas yo no podré ofrecerte nada de lo que quisiera. Seré en lugar de pelada y coqueta solamente pelada e inútil, que es peor. Todas estas cosas me atormentan constantemente. Toda la vida está en ti, pero yo no podré poseerla [...]. Soy muy simple y sufro demasiado por lo que no debía. Soy muy joven y es posible aliviarme. Únicamente no lo puedo creer; lo debía creer, ¿verdad? Seguramente será en noviembre[4].

Poco a poco, su indomable voluntad se fue reafirmando y empezó a tomar decisiones al interior del reducido panorama que dominaba. En diciembre de 1925 recuperó el uso de las piernas. Una de las primeras salidas nefastas que hizo fue a la residencia de Alejandro Gómez Arias en ciudad de México, justo antes de Navidad. Ella lo esperó frente a la puerta de su casa, pero él nunca salió a verla. Poco después, los punzantes dolores que empezó a sentir en la espalda la obligaron a guardar cama de nuevo y más médicos llegaron en tropel a su vida. Éstos descubrieron tres fracturas en su columna vertebral que no habían sido diagnosticadas antes y de inmediato volvieron a envolverla en yeso.

Atrapada e inmovilizada tras aquellos breves días de libertad, empezó a considerar de manera realista sus opciones. En la Escuela Preparatoria había comenzado a tomar cursos que habrían podido llevarla a terminar la carrera de Medicina. Este sueño se desvaneció en el momento en que aceptó sus limitaciones físicas. Mientras sus días de introspección continuaban, pasaba su tiempo pintando escenas de Coyoacán y retratos de los parientes y amigos que iban a visitarla. Sólo una vez representó la escena del accidente en un dibujo a lápiz que mostraba su cuerpo vendado junto al pequeño autobús y el tranvía que quedaron aplastados en la esquina del edificio del mercado. Fue éste un dibujo catártico que hizo gracias a su imaginación y a los relatos de otras personas. ¿Cuántas veces no habría intentado rehuir aquella terrible escena en sus sueños y sus pensamientos antes de decidir dibujarla y luego dejarla inacabada?

Los elogios que suscitaban sus pinturas la sorprendían. Tenía la costumbre de regalar sus obras, y decidía a quién se las daría antes de empezarlas -a menudo escribía en el lienzo el nombre de la persona que las recibiría-. Las obsequiaba a manera de recuerdos, y el único valor que les asignaba era el de ser prueba de sus sentimientos. Los mejores retratos de estos primeros esfuerzos lograban revelar el alma del modelo, y eran piezas únicas y originales desprovistas de trucos técnicos o de sentimientos afectados. Su mejor obra de esta época es el autorretrato que pintó expresamente para Alejando Gómez Arias en una nueva tentativa por reconquistarlo. Con esta pintura empezaría la sorprendente serie de reflejos, tan introspectivos como reveladores, que Frida Kahlo haría de sí misma a lo largo de toda su vida y que examinan el mundo desde su propia perspectiva, desde el interior de aquel cuerpo fragmentado y a punto de desmoronarse. Oficialmente titulado Autorretrato con traje de terciopelo, este regalo que le hizo a Alejandro Gómez Arias en 1926 se llamó Tu Botticelli (sic).

Mientras se encontraba viajando por Europa, Gómez Arias había mencionado que las jóvenes italianas eran «tan primorosas que parecía que hubieran sido pintadas por Botticelli». Frida le añadió al cuadro algunos rasgos manieristas característicos del pintor del siglo XVI Bronzino (1503-1527), uno de sus favoritos. En el retrato ella tiene la mano abierta, expresando un posible deseo de reconciliación. Su piel tiene el brillo del marfil y sus mejillas un saludable tono rosáceo, en absoluto la tez pálida de un minusválido que se ha dado por vencido. Su mirada es directa y desafiante bajo su única y acentuada ceja. Aquello que entrega con la mano abierta al estilo de Bronzino, lo reclama de nuevo con la obstinación propia de un superviviente. Su mirada estoica, escrutadora y adusta es característica de la actitud que adoptó en la vida real. Como si quisiera ponerle un punto final a su mensaje, en la parte inferior del lienzo escribió:

«Para Alex, Frida Kahlo, a la edad de 17 años, septiembre de 1926

Coyoacán – Heute Ist immer noch (hoy es siempre todavía)».

Frida Kahlo, Niña en pañal (Retrato de Isolda Pinedo Kahlo), 1929. Óleo sobre lienzo, 65,5 x 44 cm. Colección privada.

Diego Rivera, Delfina y Dimas. Óleo sobre lienzo, 31 x 24 cm. Colección privada.

Frida Kahlo, Retrato de Eva Frederick, 1931. Óleo sobre lienzo, 63 x 46 cm. Museo Dolores Olmedo, Ciudad de México.

En otras palabras, lo que está diciendo es: «Si alguna vez me amaste, entonces hoy es siempre todavía y ese amor aún está presente». Frida Kahlo salvaguardó sin cejar su propia y exigente realidad, en cuyo núcleo de acero nadie, ni siquiera Diego Rivera, logró penetrar.

Entre 1927 y 1928 Frida pintó retratos de las personas más cercanas a ella. Captó la belleza glacial de su amiga Alicia Galant. Representó a su hermana menor, Cristina, en relucientes tonos pasteles que rodean un rostro resuelto pintado con toda precisión. Retrató a su sobrina pequeña, Isolda Pinedo Kahlo, como un suave copo de algodón, y con la muñeca favorita de la niña tirada a sus pies y sus inquietos ojos buscando una manera de escapar del aburrimiento que le producía el hecho de posar para su tía. Con cada pintura que Frida hacía crecía la seguridad en sí misma tanto como su habilidad técnica. El deteriorado estado de su relación con Alejando Gómez Arias se hizo evidente en el retrato que pintó de él en 1928. Parece un colegial vestido con su primer traje de adulto, y la expresión de su rostro denota angustia e incertidumbre. El niño de la pintura parece haber perdido una gran oportunidad y no ser en absoluto consciente de ello; o, lo que es más probable, ha esquivado la flecha de una pasión devoradora y se siente aliviado. Como sucedió con prácticamente todos los hombres de su vida, él siguió siendo un amigo cercano que permaneció en su órbita gracias a la fascinación que los atrajo en un primer momento.

En 1928 Frida se había recuperado lo suficiente como para dejar de lado sus corsés ortopédicos, escapar del reducido espacio de su cama y volver a salir de la Casa Azul para ingresar en el caos social y político que era ciudad de México en aquella época. Empezó, entonces, a explorar de nuevo el duro mundo de la política y las artes mexicanas. Sin perder tiempo se puso en contacto con sus antiguos compañeros de las diversas camarillas de la Escuela Preparatoria. Al poco tiempo, después de pasar de un círculo a otro, se unió a un grupo de políticos, anarquistas y comunistas que gravitaban en torno de la expatriada norteamericana Tina Modotti. Tina era una bella mujer que había llegado a México en 1923 para estudiar fotografía con su amante, el sobrio fotógrafo norteamericano Edward Weston. Cuando él regresó a California en 1924, ella se quedó en el país para empezar una vida como fotógrafa excelente por derecho propio y compañera de una gran variedad de revolucionarios. Durante la primera guerra mundial y principios de la década de 1920, muchos intelectuales, artistas y escritores estadounidenses se refugiaron en México, y posteriormente en Francia, en busca de un modo de vida barato y por un idealismo político. Estos expatriados formaban causa común para ensalzar o condenar sus trabajos y redactar ampulosos manifiestos mientras participaban en una larga y beoda fiesta que duró varios años, durante los que no hicieron más que ir tambaleándose de casa en casa y de taberna en taberna. Aunque la mayoría de ellos sólo era una variopinta colección de exiliados que cruzó la frontera para huir de la quiebra y las deudas, algunos verdaderos talentos le aportaron su lustre a la sociedad mexicana. John Dos Passos vivió unas cuantas temporadas en ciudad de México, así como Katherine Anne Porter y el poeta Hart Crane. Estos escritores crearon una imagen romántica del campesino noble que trabajaba sin descanso en el campo y promovieron la visión mexicana de la vida como fiestas y siestas interrumpidas únicamente por la esporádica revuelta campesina y unos cuantos asesinatos políticos.

En este círculo de debate y discusión avivado a base de tequila, hizo su aparición en una época la formidable presencia de Diego Rivera, el hijo pródigo había regresado a casa luego de catorce años de vivir en el exterior y de haber sido expulsado de Moscú. Pese a los comentarios poco amables de parte de los críticos de arte estalinistas y a las abiertas amenazas del gobierno ruso de hacerle daño si no abandonaba el país, Diego abrazó el comunismo considerando que era el salvador del mundo. Poco después de su llegada en 1921, buscó los movimientos artísticos consagrados a favorecer todo lo mexicano, así como a los muralistas, los pintores de caballete, los fotógrafos y los escritores mexicanos. El círculo de expatriados y compañeros de viaje de Tina Modotti encajó perfectamente en el circuito de fiestas de aquella colectividad profundamente mexicanista. Por otra parte, Diego también había regresado para trabajar en otra serie de murales para la Secretaría de Educación Pública.

Frida Kahlo, El bus, 1929. Óleo sobre lienzo, 25,8 x 55,5 cm. Museo Dolores Olmedo, Ciudad de México.

Frida llegó eventualmente a aquel estimulante círculo. Tina Modotti y ella se hicieron amigas, pues ambas tenían personalidades incendiarias y una sensual vitalidad. Bebían y bailaban juntas en las fiestas itinerantes hasta altas horas de las calurosas noches mexicanas. En aquellas habitaciones sofocantes, atestadas de ebrios excéntricos y vividores inconscientes, la retórica política o las denuncias de mérito artístico con frecuencia terminaban en acaloradas disputas. En estos enfrentamientos algunas veces se llegaba incluso a las armas como una manera de exigir un desagravio. Tomarse de un trago una botella de tequila no servía precisamente para mejorar la puntería, y la mayoría de veces, cuando el humo se disipaba, se descubría que las únicas lesiones las habían sufrido los muebles, las paredes, los faroles y, en algún salón en particular, el tocadiscos. En palabras de la propia Frida al recordar su primer encuentro con su futuro esposo:

[Éste] tuvo lugar durante una época en la que la gente cargaba pistola y andaba balaceando los faroles de la avenida Madero [...]. Una vez, en una fiesta de Tina, Diego disparó contra un fonógrafo y empecé a interesarme por él, a pesar del temor que le tenía[5].

De esta manera, la pequeña y aún no del todo recuperada Frida Kahlo tuvo la oportunidad de ver al bueno y dulce Panzón desde otra perspectiva: empuñando un humeante revolver Colt en medio de una habitación llena de gente que repentinamente hizo silencio. El regordete muralista tenía muchas vetas ocultas, así como un muy varonil par de cojones. Y Diego vio este mismo rasgo en la colegiala que se había enfrentado a su entonces ex esposa, Lupe Marín, sin ceder terreno. Aquella era mucho más que una mimada chiquilla burguesa que lo miraba sonriendo a través del humo de su cigarrillo y salpicando su culto léxico del vulgar argot callejero para llamar la atención. Ella lo desafiaba, y Diego Rivera, como buen combatiente que era, nunca rechazaba un reto. Es difícil saber cuál es la verdadera historia de su primer encuentro, pues ambos eran esmerados cuentistas que con frecuencia distorsionaban la realidad para acomodarla al momento. Un sugestivo relato refiere que en una ocasión Frida se levantó de su lecho de enferma, se colocó algunas de sus obras debajo del brazo y, con la ayuda de un bastón, fue al lugar en el que Diego se encontraba trabajando en los murales que le encargó la Secretaría de Educación Pública. Estaba montado en un andamiaje cuando ella lo llamó: «¡Diego, baja!».

Él dirigió su vista hacia el patio para mirar con ojos escrutadores a aquella joven que llevaba puesto un uniforme escolar azul y blanco de estilo europeo, se peinaba con largas trenzas y se apoyaba en un bastón. El problema de Diego siempre había sido que no era difícil distraerlo de su trabajo, y por lo tanto, bajó torpemente los desvencijados escalones.

Diego Rivera, Estudio del pintor, 1954. Óleo sobre lienzo, 179 x 150 cm. Colección del Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Ciudad de México.

Frida Kahlo, Ex voto, c. 1943. Óleo sobre metal, 19,1 x 24,1 cm. Colección privada.

«No vengo a coquetear ni nada -dijo ella-, aunque seas mujeriego. Vengo a mostrarte mis cuadros. Si te interesan, dímelo, y si no, también, para ir a trabajar en otra cosa y así ayudar a mis padres».

Aquel grandulón de pelo enmarañado que llevaba un mandil manchado de pintura envolviendo su humanidad, miró cada una de las pinturas. Separó una de ellas del resto y la miró detenidamente durante largo tiempo.

«En primer lugar me interesan mucho tus cuadros, sobre todo este retrato tuyo, que es el más original. Me parece que en los otros se nota la influencia de lo que has visto. Ve a tu casa, pinta un cuadro, y el próximo domingo iré a verlo y te diré qué pienso».

Frida termina su historia diciendo: «Así lo hizo, y me dijo: ‘Tienes talento’»[6].

Si esta romántica historia ha de creerse, Diego Rivera se percató de mucho más que de la profundidad de su talento. Su original interés en la irreverente jovencita, cuya resuelta actitud lo había cautivado, se transformó en un profundo respeto, en el reconocimiento de Frida como una colega con quien podía identificarse en muchos aspectos. No pasó mucho tiempo antes que Diego le quitara el polvo a su sombrero Stetson de color marrón, sacudiera su deformada chaqueta, limpiara las puntas de sus botas con la parte posterior de sus pantalones y empezara a presentarse todos los domingos en la Casa Azul. Diego se convirtió en un galante pretendiente. La madre de Frida se oponía a aquella relación. Decía que Diego parecía una rana de descomunales proporciones posada frente a la casa. Guillermo Kahlo llevó a Diego al patio central para hablar con él a solas. Diego podría parecer un sapo gordo; podría ser veinte años mayor que su hija; haberse divorciado -dos veces-, y por si fuera poco, ser ateo y comunista; pero también era un pintor famoso al que le hacían innumerables comisiones, tenía dinero y era respetado tanto por el gobierno como por la comunidad artística a la que Guillermo Kahlo aspiraba pertenecer.

Guillermo se acercó a él y le dijo:

-¿Sabes que ella es un demonio?

Diego asintió con la cabeza:

-Ya lo sé-, respondió.

Guillermo hizo una última aclaración:

-Es una persona enferma y lo será toda su vida. Es inteligente, pero no bonita. Si quieres, piénsalo bien, y si aún tienes la intención de casarte con ella, cuenta con mi consentimiento.

Diego volvió a asentir con la cabeza:

-Gracias.

Guillermo concluyó:

Bueno, te lo advertí[7].

Frida Kahlo, Árbol de la esperanza, mantente firme, 1946. Óleo sobre aglomerado, 55,9 x 40,6 cm. Colección Isidore Ducasse, Francia.

Frida Kahlo, Retrato de Lucha María, niña tehuacana (El sol y la luna), 1942. Óleo sobre aglomerado, 54,6 x 43,1 cm. Colección privada.

Carta a Alejandro Gómez Arias

Último de mayo de 1927

[...] Ya casi acabo el retrato de Chong Lee, te voy a mandar una fotografía de él [...] Cada día peor, pues voy a tener que convencerme de que es necesario, casi seguro, operarme, pues de otro modo se pasa el tiempo y después ya no sirve el segundo corsé de yeso que me pusieron y en eso se han tirado casi cien pesos a la calle, pues se los regalaron a un par de ladrones como son la mayor parte de los doctores, y los dolores me siguen enteramente igual en la pierna mala y hay veces que me duele también la buena, así que estoy peor cada momento y sin la menor esperanza de aliviarme pues para eso falta lo principal que es el dinero. Tengo el nervio ciático lesionado, además de otro que no sé cómo se llama y que se ramifica con los órganos genitales, dos vértebras no sé en qué partes y buten de cosas que no puedo explicarte porque no las entiendo, así es que no sé en qué consistiría la operación, pues nadie puede explicarlo. Puedes imaginarte por todo lo que te digo, qué grandes esperanzas tengo de estar, no digo buena, siquiera mejor para cuando tú llegues. Comprendo que es necesario en este caso tener mucha fe, pero no te puedes imaginar un solo momento cómo sufro con esto, pues precisamente no creo que me pueda aliviar. Un doctor que tuviera algo de interés por mi podría ser que pudiera cuando menos mejorarme, pero todos estos que me han visto son unas mulas que no les importo nada y que nada más se dedican a robar. Así es que yo no sé qué hacer, y desesperarme es inútil [...] Lupe Vélez está filmando su primera película con Douglas Fairbanks; ¿ya sabes? ¿Cómo son los cines en Alemania? ¿Qué otras cosas sobre pintura has sabido y visto? ¿Vas a ir a París? ¿El Rin cómo es? ¿La arquitectura alemana? Todo [...]

Frida Kahlo, La columna rota, 1944. Óleo sobre lienzo montado sobre aglomerado, 40 x 30,7 cm. Museo Dolores Olmedo, Ciudad de México.

Frida Kahlo, Autorretrato con mono, 1938. Óleo sobre aglomerado, 40,6 x 30,5 cm. Albright-Knox Art Gallery, Buffalo.

Carta a Alejandro Gómez Arias

23 de julio de 1927

Mi Alex: En este momento recibo tu carta [...] Me dices que después te embarcarás a Nápoles, y es casi seguro que también vayas a Suiza, te voy a pedir una cosa, dile a tu tía que ya quieres venirte, que por ningún motivo quieres quedarte allá después de agosto [...] no puedes tener idea de lo que es para mí cada día, cada minuto sin ti [...]

Cristina sigue igual de bonita, pero es bulen de móndriga conmigo y con mi mamá.

Pinté a Lira porque él me lo pidió, pero está tan mal que no sé ni cómo puede decir que le gusta. Buten de horrible. No te mando la fotografía porque mi papá todavía no tiene todas las placas en orden con el cambio; pero no vale la pena, tiene un fondo muy alambicado y él parece recortado en cartón. Sólo un detalle me parece bien (one ángel en el fondo), ya lo verás. Mi papá también sacó una fotografía del otro de Adriana, de Alicia con el velo (muy mal) y a la que quiso ser Ruth Quintanilla y que le gusta a Salas. En cuanto me saque more copias mi papá te las mando. Solamente sacó una de cada uno, pero se las llevó Lira, porque dice que las va a publicar en one revistamen que saldrá en agosto (ya te habrá platicado ¿no?). Se llamará Panorama, en el primer número colaboran, entre otros, Diego, Montenegro (como poeta) y quién sabe cuántos más. No creo que sea algo bien.

Ya rompí el retrato de Ríos, porque no te imaginas cómo me chocaba ya. El fondo lo quiso el Flaquer y el retrato acabó sus días como Juana de Arco.

Mañana es el santo de Cristina, van a venir los muchachos y los dos hijos del licenciado Cabrera, no se parecen a él (son muy brutos) y apenas hablan español, pues tienen ya doce años en Estados Unidos y sólo vienen en vacaciones a México. Los Galant también vendrán, la Pinocha, etcétera, solamente Chelo Navarro no porque está todavía en cama por su niña, dicen que está buten de mona.

Esto es todo lo que pasa en mi casa, pero de esto nada me interesa.

Mañana hace mes y medio de que estoy enyesada, y cuatro meses que no te veo, yo quisiera que el otro comenzara la vida y pudiera besarte. ¿Será verdad que sí?

Tu hermana

Frieda

Frida Kahlo, Autorretrato con «Bonito», 1942. Óleo sobre lienzo, 55 x 43,5 cm. Colección privada.

Frida Kahlo, Autorretrato con mono y loro, 1942. Óleo sobre aglomerado, 54,6 x 43,2 cm. Colección privada.

Carta a Alejandro Gómez Arias

Domingo 31 de abril de 1927. Día del Trabajo

Mi Alex:

Acabo de recibir tu carta del 13 y este momento ha sido el único feliz en todo este tiempo. Aunque tu recuerdo me ayude siempre a estar menos triste, mejores son tus cartas.

Cómo quisiera explicarte minuto a minuto mi sufrimiento; me he puesto peor desde que te fuiste y ni un solo momento me consuelo y puedo olvidarte.

El viernes me pusieron el aparato de yeso y ha sido desde entonces un verdadero martirio, con nada puede compararse; siento asfixia, un dolor espantoso en los pulmones y en toda la espalda, la pierna no puedo ni tocármela y casi no puedo andar y dormir menos. Figúrate que me tuvieron colgada, nada más de la cabeza, dos horas y media y después apoyada en la punta de los pies más de una hora, mientras se secaba con aire caliente; pero todavía llegué a la casa y estaba completamente húmedo. Me lo pusieron en el Hospital de Damas Francesas, porque en el Francés era necesario internarme lo menos una semana, pues no permiten de otra manera, y en el otro empezaron a ponérmelo a las nueve y cuarto y pude salir como a la una. No dejaron entrar a Adriana ni a nadie, y yo enteramente sola estuve sufriendo horriblemente. Tres o cuatro meses voy a tener este martirio, y si con esto no me alivio, quiero sinceramente morirme, porque ya no puedo más. No sólo es el sufrimiento físico, sino también que no tengo la menor distracción, no salgo de este cuarto, no puedo hacer nada, no puedo andar, ya estoy completamente desesperada y, sobre todo, no estás tú, y a todo esto agrégale: oír constantemente penas; mi mamá sigue muy mala, en este mes le han dado siete Maques, y mi papá lo mismo, y sin dinero. Es para desesperarse por completo ¿no crees? Cada día me adelgazo más, y ya no me divierte nada. Lo único que me da gusto es que vayan a venir los muchachos, el jueves vinieron Chong, el güero Garay, Salas y el Goch, y van a volver el miércoles, sin embargo me sirve de sufrimiento también porque tú no estás con nosotros.

Tu hermanita y tu mamá están bien, pero seguramente darían cualquier cosa por tenerte aquí; procura por todos los medios venirte pronto.

No dudes ni un solo momento en que cuando vengas seré exactamente la misma.

Tú no me olvides y escríbeme mucho, tus cartas las espero casi con angustia y me hacen un infinito bien.

Nunca dejes de escribirme, lo menos una vez a la semana, me lo prometiste.

Dime si puedo escribirte a la Legación de México en Berlín, o a donde siempre.

¡Cuánto te necesito Alex! ¡Ven rápido!

Te adoro.

Frida Kahlo, Autorretrato con vestido de terciopelo (detalle), 1926. Óleo sobre lienzo, 79,7 x 60 cm. Colección privada, Ciudad de México.

Frida Kahlo, Retrato del ingeniero Eduardo Morillo. Óleo sobre aglomerado, 39,5 x 29,5 cm. Colección Dolores Olmedo, Ciudad de México.

Carta a Guillermo Kahlo

San Francisco, Calif., noviembre 21 de 1930

Papacito lindo:

Si supieras el gusto que me dio recibir tu cartita, me escribirías diario, pues no puedes tener idea qué contenta me puse. Lo único que no me gustó es que me dijeras que sigues igual de corajudo, pero como yo soy igual que tú, te entiendo muy bien y sé que es muy difícil dominarse; pero en fin, haz todo lo posible siquiera por mamá que es tan buena contigo. Le dio mucha risa a Diego lo que me decías de los chinos, pero dice que me cuidará bastante para que no me roben.

Yo estoy bien, me estoy poniendo unas inyecciones con un doctor Eloesser, alemán de origen, pero que habla el español mejor que uno de Madrid, así es que le puedo explicar con toda claridad todo lo que siento. Estoy aprendiendo un poquito de inglés cada día y cuando menos puedo entender lo más esencial, comprar en las tiendas, etc., etc.

Dime en tu contestación cómo estás, y cómo está mamá y todos. Te extraño muchísimo pues ya sabes cómo te quiero, pero seguramente en marzo ya estaremos otra vez juntos y podremos platicar mucho, mucho.

No dejes de escribirme y con toda confianza si necesitas algo de dinero mándame decir.

Diego te saluda muy cariñosamente y dice que no les escribe por tener mucho que hacer.

Recibe todo mi cariño y mil besos de tu hija que te adora.

Freiducha

Escríbeme todo lo que haces y lo que te pasa.