Autorretrato, c. 1512. Tiza roja en papel, 33,3 x 21,3 cm. Biblioteca Reale, Turín.

Prólogo

No hay nombre más ilustre en los anales del arte y de la ciencia que el de Leonardo da Vinci. Sin embargo, este distinguido genio carece aún de una biografía en la que se conjunte toda su infinita variedad de conocimientos. La gran mayoría de sus dibujos nunca se han publicado. Ningún crítico ha intentado todavía catalogar y clasificar estas obras maestras del buen gusto y el sentimiento. Fue a esta parte de la tarea a la que me dediqué primero. Entre otros resultados, le ofrezco ahora al público el primer catálogo descriptivo y crítico de la incomparable colección de dibujos que se encuentran en el Castillo de Windsor, que pertenece a Su Majestad, la Reina Isabel II.

Entre los muchos volúmenes previos dedicados a Leonardo, los estudiosos buscarán en vano detalles sobre el origen de sus pinturas y el proceso por el cual cada una pasó del boceto primario a la ejecución final. Leonardo, como se demuestra de forma concluyente en mi investigación, logró alcanzar la perfección sólo a fuerza de un trabajo infinito. Fue debido al trabajo inicial realizado con tanta minuciosidad, con el ardiente deseo de lograr algo perfecto, que la Virgen de las rocas, la Mona Lisa y Santa Ana son obras tan llenas de vida y elocuencia.

Sobre todo, se requirió del resumen y análisis de los manuscritos científicos, literarios y artísticos, cuya publicación completa iniciaron, en nuestra propia generación, estudiosos como Richter, Charles Ravaisson-Mollien, Beltrami, Ludwig, Sabachnikoff y Rouveyre, y los miembros de la Academia romana de “Lincei”.

Gracias a un examen metódico de estas monografías sobre el maestro, creo haber podido penetrar más profundamente que mis predecesores en la vida interior de uno de los personajes que más admiro. Me gustaría dirigir especialmente la atención de mis lectores a los capítulos que tratan de la actitud de Leonardo hacia las ciencias ocultas, de la importancia del maestro en el campo de la literatura, de sus creencias religiosas y principios morales, así como de sus estudios de modelos antiguos, mismos que, como se verá, anteriormente eran motivo de controversia. He intentado además reconstruir la sociedad en la que vivió y trabajó el maestro, en especial la corte de Ludovico el Moro en Milán, el interesante y sugerente centro al que puede referirse la evolución general del Renacimiento italiano.

Largas horas de lectura me han permitido encontrar un nuevo significado en más de una de sus pinturas y dibujos, así como descubrir la verdadera aplicación de más de una nota en sus manuscritos. Sin embargo, no me ufano de haber resuelto todos los problemas. Una empresa del calibre de ésta a la que me he dedicado exige la colaboración de toda una generación de estudiosos. El esfuerzo individual no es suficiente. Por lo menos puedo decir que he discutido opiniones que no pueden compartirse con moderación y cortesía y esto deberá granjearme cierta indulgencia por parte de mis lectores.

Me queda el grato deber de agradecer a numerosos amigos y corresponsales que han sido tan amables de ayudarme en el curso de mis largas y laboriosas investigaciones. Aunque son demasiados para mencionarlos individualmente, he cuidado de que quede asentada la deuda que tengo con cada uno de ellos, en la medida de lo posible, dentro del volumen mismo.