Mania vio que no tenía más remedio que dejar de ser la hermana pequeña mimada por su familia y convertirse en una empleada viviendo en casa ajena. Ese cambio significó el fin de Mania y el nacimiento de Maria.
En la biografía que escribió poco después de la muerte de su madre, Ève se pregunta por qué nadie fue capaz de encontrar una alternativa mejor para que las hermanas Skłodowski pudieran cumplir su sueño de estudiar en la universidad. No se explica cómo todos los que la rodeaban y conocían sus capacidades pudieron dejar que la pequeña Maria se sacrificara y en lugar de satisfacer su insaciable curiosidad y su necesidad de aprender, consumiera los mejores años de su juventud al servicio de personas que no solo no supieron apreciar su talento, sino que se sintieron incómodas con él. Ève recuerda que en el privilegiado mundo de los Skłodowski, la brillantez de la hija pequeña estaba disimulada, dado que todos sus hermanos eran casi tan inteligentes como ella, pero que cuando salió de ese entorno y comenzó a convivir con gente menos brillante, y desde luego con personas carentes de sus principios éticos y del compromiso con su país, el contraste fue muy marcado. Su superioridad intelectual y moral era tan evidente que no pasaba desapercibida ni para los que la tenían a sus órdenes, que aunque tenían más dinero, estaban por debajo de ella en todo lo demás.
Por eso no es de extrañar que cuando comenzó a trabajar para una familia de abogados, los B., lo pasara muy mal, como le contó en diciembre de 1885 a su prima Henrietta Michałowska, una ferviente positivista como ella con quien había establecido una relación muy estrecha durante su año «sabático»:
Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de un prisionero. No le desearía vivir en este infierno ni a mi peor enemigo. Mi relación con la señora B. ha llegado a ser tan gélida que no lo pude soportar y se lo dije. Como ella estaba tan entusiasmada conmigo como yo con ella, nos hemos entendido a la perfección. Esta familia es una de esas casas ricas en las que hablan francés cuando hay visitas —un francés de deshollinador—, no pagan sus facturas en seis meses, tiran el dinero por la ventana y economizan avaramente en el aceite de las lámparas [eso debía de dolerle mucho a la infatigable lectora y estudiante nocturna que era Maria]. Tienen cinco sirvientes, se las dan de liberales, cuando están sumidos en la más oscura de las estupideces. Y lo peor de todo es que, aunque hablan en el tono más dulce, con su conversación no hacen más que extender la calumnia y la difamación, calumnia de la que no se salva nadie...
He aprendido que una no debe entrar en contacto con gente que ha perdido todos los principios morales a causa de la riqueza.[15]
Dada la antipatía recíproca con la dueña de la casa, a nadie le extrañó que se despidiera poco después de haber comenzado a trabajar con ellos.
En lugar de desmoralizarse, Maria fue un paso más allá y volvió a reconsiderar una oferta de un trabajo en el campo que antes había rechazado porque implicaba irse a vivir lejos de Varsovia; teniendo en cuenta las condiciones económicas y que apenas tendría gastos al vivir en el campo, aceptó. Así que se atrevió a dejar la oprimida, familiar y querida Varsovia, entonces en plena efervescencia intelectual y social, para ir a trabajar con la familia Żorawski, que vivía en el pequeño pueblo de Szczuki, a unos cien kilómetros al norte. Si al comenzar el primer trabajo como interna había tenido esperanzas de disfrutar de su tarea, de hacerse querer y llegar a querer a sus pupilos, estas habían desparecido cuando emprendió el camino hacia su segundo trabajo. A causa de ello y por el hecho de viajar en lo más crudo del invierno, la despedida en la estación de Varsovia a comienzos de enero de 1886 fue desgarradora. Según escribió en sus Notas autobiográficas cuarenta años después,
este viaje es uno de los recuerdos más vívidos de mi juventud. Estaba muy triste cuando me subí al tren que había de llevarme durante varias horas lejos de aquellos a los amaba. Y tras el viaje en tren, tenía que hacer otro trayecto en un trineo tirado por caballos durante cuatro horas más. ¿Qué me esperaba? No dejaba de preguntármelo mientras, sentada al lado de la ventanilla del tren, contemplaba las vastas planicies del centro de Polonia.
Si quería volverme y salir corriendo una vez que llegara a mi destino, ¿cómo sería capaz de desandar el camino recorrido en las cuatro horas de viaje en trineo para poder llegar a la estación de tren?[16]
El ataque de pánico que padeció Maria camino de su nuevo trabajo no estuvo justificado, porque cuando llegó a Szczuki los dueños de la casa la recibieron cordialmente y más tarde, durante los primeros meses de su estancia allí, su vida y su trabajo fueron muy distintos a lo que había sido su experiencia en casa de los B. La relación con el señor Żorawski fue muy buena desde el principio: con su mujer fue algo más conflictiva, cosa que Maria atribuía al hecho de que también había sido institutriz. Los Żorawski eran los administradores de una gran finca de remolacha azucarera propiedad de los Czartoryski, los mayores terratenientes de Polonia, más conocidos como «La Familia». Los jefes de Maria eran asalariados, pero su situación económica les permitía mantener a tres hijos en Varsovia y contratar los servicios de una institutriz para que se ocupara de la educación de sus hijas en la finca. Los padres eran agradables, los hijos estaban bien educados y obedecían a Maria y a ella la trataban como a una hija. Según le contó, con la exuberancia que la caracterizaba, a su prima Henrietta en una carta fechada el 3 de febrero de 1886,
he estado con los Z. durante un mes en el que he tenido tiempo de aclimatarme a mi nuevo puesto. Hasta ahora todo ha ido bien. Los Z. son gente excelente. Me he hecho amiga de su hija mayor, Bronka, que contribuye a hacerme la vida aquí placentera. En cuanto a mi pupila Andzia, que pronto cumplirá diez años, es una niña obediente, aunque desordenada y mimada. Pero una no puede pedir perfección...
En esta parte del país nadie trabaja, no piensan más que en pasarlo bien, y como en esta casa nos quedamos un poco al margen de la danza general, somos la comidilla de la zona.[17]
Tras criticar la superficialidad de la vida en la región y la ausencia de personas interesantes, aprovechaba para alabar la personalidad de su pupila Bronisława Żorawski, a la que todos conocían como Bronka. Maria estaba feliz: tenía un buen sueldo, parecía haber encontrado su sitio en aquella familia y realizaba un trabajo que la llenaba de satisfacción. En la carta a su prima resumía su jornada de trabajo:
Trabajo siete horas al día, cuatro con Andzia y tres con Bronka. Es bastante, pero no me importa. Mi habitación está en el piso de arriba, es amplia, tranquila y agradable. Los Z. tienen una colección completa de hijos: tres hijos en Varsovia (uno en la universidad y dos en colegios internos). En la casa está Bronka, que tiene dieciocho años, Andzia (diez), Stas, de tres años, y Maryshna, una niñita de seis meses. Stas es muy divertido y nos reímos mucho con él.
En diciembre de 1886, en otra carta a esta misma prima, le detallaba sus múltiples ocupaciones y lecturas, mostrando una abrumadora actividad intelectual y una férrea disciplina de trabajo:
Con todo lo que tengo que hacer, hay días en los que estoy ocupada desde las ocho de la mañana hasta las once y media y desde las dos hasta las siete y media sin un momento de descanso. De las once y media a las dos damos un paseo y tomamos el almuerzo. Después del té leo con Andzia si se ha portado bien, en caso contrario, hablamos o bien tomo mi costura, que normalmente también tengo cerca durante las clases.
A las nueve de la noche cojo mis libros y me pongo a trabajar, si ningún imprevisto lo impide. Incluso he adquirido el hábito de levantarme a las seis para poder trabajar más, pero no puedo hacerlo siempre. Un señor mayor muy agradable, padrino de Andzia, está aquí ahora y la señora Z. me pidió que le preguntase si me enseñaría a jugar a las damas para entretenerlo. Otras veces me llaman para completar un cuarteto para jugar a las cartas y eso me arranca de mis libros.
Por el momento estoy leyendo:
• Física, de Daniell, del cual he terminado el primer volumen.
• Sociología, de Spencer, en francés.
• Lecciones de anatomía y fisiología, de Paul van Bers, en ruso.
Leo varias cosas a la vez: el estudio consecutivo de una única materia destrozaría mi pobre cabecita, que está de hecho sobrecargada de trabajo. Cuando veo que no puedo seguir leyendo con provecho, me pongo a trabajar en problemas de álgebra o trigonometría, que no me permiten lapsus de atención y me devuelven al camino correcto.[18]
Ese intenso programa de trabajo se refería tanto a las actividades por las que recibía un sueldo como a las lecturas y estudio para completar su propia formación. No obstante, gracias a su sorprendente disciplina, innata en ella y cultivada en su familia, Maria fue capaz de realizar durante su estancia en Szczuki otra actividad de la que obtuvo una gran satisfacción: enseñar a leer y a escribir a los hijos de los campesinos de la finca. En esta actividad encontró en Bronka una colaboradora entusiasta, a pesar de que la relación con ella era compleja: aunque ambas tenían la misma edad, Bronka era discípula de Maria y por tanto su subordinada, pero, por otro lado, Maria era una asalariada de la familia, por lo que en cierto modo estaba por debajo de su pupila. A pesar de todo, Maria encontró en ella a una auténtica amiga a la que le contagió el fervor positivista. Acometieron juntas esta tarea con el beneplácito de los Żorawski, a pesar de que se trataba de una actividad de alto riesgo.
Como hemos indicado anteriormente, la enseñanza en las escuelas públicas se impartía en ruso, idioma que los campesinos no entendían ni tenían interés en aprender, por lo que la inmensa mayoría eran analfabetos. Maria, como buena positivista y firme defensora de la educación para el progreso personal y social, intentó paliar ese analfabetismo enseñando a leer en polaco a un grupo de chiquillos en una escuela improvisada que montó en su dormitorio. Para ello resultó muy útil el hecho de que su habitación tuviera una entrada independiente desde el campo. Al principio solo daba clase a tres o cuatro alumnos, pero con el tiempo llegaron a ser dieciocho. En la época de máxima actividad Maria llegó a dedicarles dos horas al día entre semana y cinco horas los sábados y domingos, días en los que estaba libre de sus principales obligaciones con las Żorawski. Pidió prestadas una gran mesa de madera y varias sillas para que sus discípulos pudieran escribir más cómodamente, y les compró lápices y cuadernos con su propio dinero. Lo que no siempre conseguía era que sus alumnos estuvieran limpios, ¡en sus casas la higiene era un lujo!
Los rusos, que no querían campesinos instruidos y menos en lengua polaca, prohibían este tipo de escuelas, por lo que otras señoras que las habían propiciado en sus fincas habían llegado a ser condenadas al destierro en Siberia. Maria no fue descubierta por los rusos, solo tuvo que sortear las dificultades para conseguir que sus discípulos avanzaran en el aprendizaje de la lengua polaca sin tener apenas medios y dedicándoles mucho menos tiempo del que habrían necesitado.
Dedicaba con gusto muchas horas a dar clase a sus pupilas y a enseñar a leer a los hijos de los campesinos, una de las tareas más complejas a las que se puede enfrentar un maestro, pero lo que más la reconfortaba era dedicarse a estudiar física y matemáticas. Hasta entonces había dudado entre dedicarse a la literatura, la historia o la poesía, pero en Szczuki decidió que la mejor forma de ayudar a su país era a través de la ciencia. Por ello, Maria también aprovechó su estancia en la finca para aprender el funcionamiento de la fábrica que había en ella, donde se procesaba la remolacha azucarera.
Aunque podría pensarse que lo extenso y variado de sus jornadas de trabajo no le debían de dejar tiempo para pensar en nada más, lo cierto es que sí lo hacía. En las cartas a su prima Henrietta o a sus hermanos, les contaba cómo echaba de menos el ambiente culto e intelectualmente estimulante que había disfrutado en su casa. En contraste, los jóvenes que trataba en Szczuki eran incultos y las muchachas, incluso las más inteligentes, no tenían más preocupación que encontrar un buen marido. A ninguno de sus nuevos conocidos se le pasaba por la cabeza la necesidad de la educación superior para las mujeres ni tampoco tenían conocimiento de las luchas de los positivistas para implantar una educación universal. Por otro lado, su trabajo la ponía en una situación incómoda respecto a la mayor parte de las personas que trataba, dado que ella tenía un estatus económico inferior, pero una formación muy superior.
La ajetreada pero apacible vida de Maria se vio alterada cuando el hijo mayor de los Żorawski, el apuesto Kazimierz, que estudiaba en la Universidad de Varsovia, volvió a casa de vacaciones y ambos entablaron una relación. En la abundante correspondencia con familiares y amigas que Maria intercambió tras ese encuentro, no aparecen referencias directas a esta relación, quizá porque el golpe posterior fue tan duro que ella ocultó todos los detalles. No obstante, sí hay indicios de un comportamiento cuando menos inusual en Maria. Por ejemplo, en el verano de 1886 le dijo a su prima Henrietta que había decidido quedarse en Szczuki a pesar de que tenía vacaciones, aduciendo unos motivos bastante vagos: no sabía bien dónde ir o no quería gastar dinero en ir a los montes Tatra. Pero no dice nada de su estado de ánimo cuando el idilio se debía de encontrar en su máximo esplendor. No sabemos si Maria, tan aficionada a escribir poesía, dedicó alguna a la persona que tanto la impresionó.
A finales de ese año sus cartas se volvieron sombrías; por ejemplo, en la que envió a su prima haciendo una descripción pormenorizada de sus actividades diarias, incluye también unas frases de una persona al borde de la depresión.
¿Mis planes de futuro? No tengo ninguno o más bien son tan vulgares que no merece la pena hablar de ellos... Espero pasar la vida lo mejor posible y, cuando no pueda más, decir adiós a este mundo. La pérdida será pequeña y la pena por mi ausencia será corta, tan corta como por tantos otros.[19]
Ese pesimismo depresivo contradice la pasión y energía que necesitaba para seguir trabajando y leyendo sobre temas tan variados. También en esa carta encontramos una alusión al amor muy desencantada.
Esos son mis únicos planes por ahora. Algunos creen que, a pesar de todo, estoy obligada a pasar por esa especie de fiebre llamada amor. Eso no entra en mis planes en absoluto. Si alguna vez tuve otros, se han desvanecido como el humo, los he enterrado, encerrado sellado y olvidado, porque las paredes son siempre más fuertes que las cabezas que tratan de demolerlas.
A pesar de la falta de menciones directas a esta relación, no es difícil imaginar, como hace Ève Curie, lo que pasó. Cuando Kazimierz volvió a su casa en vacaciones encontró allí una joven de dieciocho años, brillante e inteligente, que hablaba varios idiomas y sabía componer versos, pero también bailar, remar, patinar y montar a caballo. Una ardiente positivista que no estaba preocupaba por encontrar marido, cosa que debió de agradar a un buen partido, que seguro era el objetivo constante de las jovencitas casaderas de su entorno. No pudo evitar enamorarse de ella. Por su parte, Maria se enamoró perdidamente de ese muchacho apuesto, sensible, educado y brillante que le enseñó la belleza de las matemáticas. De forma natural hicieron planes de boda, no se les pasó por la cabeza que los separaba su clase social. El hecho de que los Żorawski hubieran tratado hasta entonces a Maria como a una hija, no significaba que estuvieran dispuestos a aceptarla como mujer de su primogénito. Ève Curie, en la biografía sobre su madre, cuenta que el padre de Kazimierz montó en cólera, que la madre se desmayó y que lo amenazaron con desheredarlo si llevaba adelante esa relación. No hay referencias escritas a estos hechos, quizá Ève obtuvo esta información de su madre. Tampoco Maria menciona ese romance en sus memorias. El hecho es que los Żorawski se negaron tajantemente a admitir la relación y Kazimierz se plegó a los deseos de sus padres. Pero esa negativa no significó el fin de la misma, y pese a sus intenciones, Maria no consiguió encerrar, enterrar ni olvidar sus sentimientos. El encuentro con Kazimierz debió de causar un efecto parecido a un maremoto, cuyo epicentro no se ve, pero cuyos efectos en forma de olas gigantescas llegan a muchos kilómetros de distancia.
En mayo de 1887, en una carta a su hermano Jozio en la que se refirió al compromiso de su hermana Hela, roto al parecer a causa de la pobreza de los Skłodowski, comentaba:
Imagino cómo habrá sufrido la autoestima de Hela. ¡Verdaderamente no es para tener una buena opinión de los hombres! Si no quieren casarse con chicas jóvenes pobres, ¡que se vayan al infierno! Nadie les pide nada. Pero ¿por qué ofenden turbando la paz de una inocente criatura?[20]
En algún momento de 1887 debió de haber un cambio en la situación de la relación entre Maria y Kazimierz y puede que sonaran campanas de boda, pero en diciembre del mismo año Maria se apresuró a desmentir esa posibilidad en una carta a Henrietta:
No creas los rumores de que se aproxima mi boda, no tienen fundamento. Ese cuento se ha extendido por el campo y ha llegado incluso hasta Varsovia, y aunque no es culpa mía, me temo que pueda causarme problemas. De hecho, mis planes de futuro son modestos: mi sueño, por el momento, es tener un rincón donde vivir con mi padre. Al pobre hombre le gustaría tenerme en casa, ¡me echa de menos! Por recobrar mi independencia y tener un lugar donde vivir, daría media vida. No obstante, si eso no es posible, dejaré Szczuki, lo cual no podré hacer de ninguna manera por un tiempo, me instalaré en Varsovia, buscaré trabajo como profesora de niñas y conseguiré el resto del dinero que necesito dando clases particulares. Es todo lo que quiero. La vida no merece tanto la pena para preocuparse más por ella.[21]
Durante su estancia en Szczuki, Maria respondió a una carta previa de su padre en la que le volvía a pedir disculpas por haber sumido a la familia en una situación de pobreza que, entre otras cosas, estaba dificultando los planes matrimoniales de sus hijas. Probablemente intercambiaron ambas cartas después de que la familia de Kazimierz hubiera tenido conocimiento del romance y se hubiera opuesto a él. Es evidente que Maria no culpaba a su padre de nada negativo en su vida:
Por encima de todo y más allá de todo, mi querido padre debe dejar de desesperar por no ser capaz de ayudarnos. Es inconcebible que mi querido padre pudiera hacer más de lo que ha hecho. Tenemos una buena educación, una sólida formación cultural, carácter, que es lo más difícil... Por todo ello mi padre no debe desanimarse: saldremos adelante, sin duda. En lo que a mí respecta, estaré eternamente agradecida a mi querido padre por todo lo que ha hecho por mí, porque ha hecho mucho.[22]
Maria intentaba ocultar sus cuitas a su querido padre, ya que él nada podía hacer para remediarlas. Por otro lado, su agradecimiento era sincero: Władysław Skłodowski fue un varón de indiscutible autoridad que nunca la trató de forma discriminatoria ni a ella, ni a sus hermanas, ni a su madre por ser mujeres. Fue el primero de los hombres excepcionales en la vida de Maria que no solamente la quiso todo lo que un padre puede querer a su hija pequeña, sino que descubrió muy pronto sus extraordinarias capacidades intelectuales, las estimuló y las cuidó. Él fue quien le inculcó el amor por la literatura, el arte, la historia, las matemáticas y la ciencia en general; también fue su principal referente moral e intelectual.
Además de las referencias a su padre y sus compromisos con él, una cosa muy llamativa en la carta que Maria escribió a Henrietta es que ya no menciona sus sueños de estudiar en Francia. Parece estar completamente hundida y no aspirar más que a sobrevivir. A pesar de todo, dice que no puede dejar Szczuki. El motivo oficial era que Bronia necesitaba el dinero para continuar sus estudios en París, según le contó a su hermano en una carta que le envió en marzo de 1888:
Querido Jozio, voy a pegar el último sello que tengo en esta carta y, como literalmente no tengo ni un céntimo, no te volveré a escribir hasta las vacaciones, a menos que caiga un sello en mis manos.
El propósito real de esta carta era desearte un feliz cumpleaños, pero si lo hago tarde es debido a la falta de dinero y sellos que me aflige, y a que nunca aprendí a pedirlos. [...]
Mi querido Jozio, ¡si supieras cuánto me gustaría ir a Varsovia aunque fuera unos días! No digo nada de mis ropas, que están destrozadas y necesitan reparación urgente, mi alma también está desgarrada...
Ah, si pudiera escapar por unos días de este ambiente gélido de críticas, del perpetuo estado de alerta en el que vivo sobre mis propias palabras, las expresiones de mi cara, mis gestos... Lo necesito como un baño en un día tórrido. Tengo muchos otros motivos para desear un cambio.
Hace mucho tiempo desde que Bronia me escribió. Sin duda ella tampoco tiene sellos... Si tú puedes sacrificar uno, te suplico que me escribas. Escríbeme largo y tendido sobre lo que ocurre en casa, porque en las cartas de Hela y de Padre no hay más que lamentos y yo me pregunto si todo está tan mal; estoy en un tormento, y a esas preocupaciones se unen otras que tengo aquí, de las que podría hablar pero no quiero. Si no tuviera que pensar en Bronia, presentaría mi dimisión a los Z. en este instante y buscaría otro trabajo, a pesar de lo bien pagado que está este.[23]
No es descartable que el principal motivo de su permanencia en casa de los Żorawski fuera que aún albergaba esperanzas de que pudieran hacerse realidad sus planes de futuro con Kazimierz. Pero el tiempo pasaba y ni unos cedían, ni el otro reunía el valor necesario para defender su amor por ella. Maria debió de sufrir mucho al ver que su relación con Kazimierz no era posible a pesar de que ambos lo deseaban ardientemente, su orgullo debió de sufrir un golpe aún más duro al tener que seguir conviviendo con los que no la consideraban digna de ser la compañera de su hijo. Y su desánimo se transformó en enfado.
La existencia de Maria se vio alterada por Kazimierz Żorawski durante cinco años, y no cabe duda de que él fue uno de los hombres importantes en su vida. Debía de ser brillantísimo para haberla impresionado hasta el extremo de hacer que ella continuara con una relación clandestina durante tanto tiempo, después de que él hubiera acatado la decisión de su familia. Le rompió el corazón cuando era poco más que una niña, pero algo que probablemente compartieron fue el amor por las matemáticas. Aunque Kazimierz era solo un año mayor que ella, comenzó sus estudios de esta materia en la Universidad de Varsovia al terminar la enseñanza secundaria, mientras que ella tuvo que esperar nueve años para poder hacer lo propio en la Universidad de la Sorbona, por ser mujer y por ser pobre.
Igual que le había sucedido cuando murió su madre, el trabajo intelectual intenso fue lo que la salvó de la profunda tristeza. Si Kazimierz se hubiera enfrentado a sus padres y hubiera llevado adelante su relación con Maria, es poco probable que ella hubiera desarrollado una carrera científica, porque a las dificultades de vivir en un país invadido se habrían sumado las de ser mujer. Por ello la ciencia tiene mucho que agradecer a la cobardía de Kazimierz.