I
La gente que dice que no hay que tomar clonazepam por ningún motivo, ¿cómo se las arregla? Lo dicen con una seguridad impresionante. No calculan el nivel de padecimiento del otro. Los ataques. El alcoholismo. O Byung-Chul Han, que dice que la pornografía y el acceso al sexo matan el erotismo, ¿eliminó totalmente el antojo, los excesos molestos de calentura y las cagadas que uno se puede mandar por no refrenarlo? En una ocasión luego de una bajada al cerro alguien llegó con la mochila llena de boldo. Limpia el hígado y relaja, o sea, ideal. Ojo que eso es anafrodisíaco, cacho de paraguas, dijo uno, y alguien: ¡mejor! Y todos asintieron, dando por hecho que el asunto sexual traía más líos que otra cosa. Y convertimos al montañero en un dealer de boldo.
Hay periodos de soltería en donde el porno es hasta sano para no andar con esa ansiedad que antes se les achacaba a las mujeres, el síndrome de la no cogida, la coge poco, a la que le hace falta, etcétera. Yo creo que eso pasa hoy con los varones. Así que bienvenida la boldina anafrodisíaca. El sexo está sobrevalorado, se consuelan varias y varios. Volviendo a Byung-Chul Han, ¿eliminó todo narcisimo? ¿No se pone orgulloso cuando le muestran las ventas de sus resúmenes —bastante iluminadores, por lo demás— de filosofía? ¿Se las arregla con su calentura o deseo y lo controla y dirige sin ningún problema a una sola mujer?
Capaz que sí. Y capaz que eso es lo que distingue a un caballero de un patán (y no sucumbir a la moda, escuchar «Puro Jazz» de Roberto Barahona, no tener un cuerpo escuálido pero tampoco inflado como globo, abandonar cortésmente un lugar en donde hacen una broma homófoba). Quizás nos falta conocer el alma oriental. Capaz. Yo tenía un amigo, un comerciante papero de la Vega, que decía medio en broma que los orientales eran extraterrestres. Su tecnología es demasiado avanzada, pelean distinto, son mejores en todo. ¡Deben ser extraterrestres!, decía Coke Cubillos con toda convicción luego de manejar el camión con papas y bajarlas con otros estibadores y después comer un sándwich por partes mientras atendía el local y contaba fajos de billetes. Hablaba pestes de la Unidad Popular, donde según contaba le habían confiscado un camión a su padre. Y bebía sin parar, ese era su veneno o su manera de resistir el trabajo duro, porque luego partía a la Vega como si nada. Para poder permanecer con su hijo —la ley no favorece a los hombres— tuvo que vender un «makako», como le decía él a un camión Mack que costaba una montonera de plata. Así pagó los abogados, era la única manera de quedarse con la tuición. ¿De dónde sacaron que no quedan hombres? Los que controlan el deseo, quizás, y los que se gastan todo por la tuición de su hijo son dos ejemplos. Hay muchos más.
II
Escribir de pellejerías es un lugar común pero es también un género, y hay maestros en ese arte. Anthony Burgess, por ejemplo, ficciona la vida de un músico ambulante que anda peregrinando con su hija. Lo interesante de su novela The Pianoplayers es que habla de una relación que se ve muy poco en la literatura y el cine: los padres solteros que viven con su hija.
Pianoplayer es un escalafón más bajo que pianist. Es una delicia leer algo desactualizado como esa novela encontrada en los saldos de la calle Corrientes. Hoy se referirían a esa obra como una novela de género. Una palabra demasiado moderna, capaz que Burgess ni la conociera. En la novela, un músico ambulante debe criar a su hija, dormir en piezas arrendadas con ella porque son muy pobres, cuidar su intimidad dentro de ese contexto y sobrevivir vendiendo unos manuales chamullentos para aprender a tocar música de manera express, ganándose la vida como músico ambulante. Duermen en la misma pieza cuando la niña tiene su primer periodo menstrual.
En otra parte de la novela es la hija la que instala una especie de empresa semi-prostíbulo caro en donde, junto a una amiga que estudia ciencias sociales, «se enseña a tocar a las mujeres como un instrumento musical». Recordé eso y a Alfonso Alcalde cuando cuenta las pellejerías que lo llevaban a trabajos extrañísimos trasladando muertos. La pobreza era tal que no tenía carbón para el brasero y echaba los libros. Alfonso Alcalde se suicidó. Su último trabajo fue escribir la biografía de Mario Kreutzberger, un personaje que solo otro narrador, Pablo Toro, ha retratado o ficcionado en un cuento de su libro Hombres maravillosos y vulnerables, del que se disfruta cada página (escribe otra cosa, Toro, la esperamos con ansias). En fin, pellejerías, no hay que recordarlas sin humor.
Knut Hamsun es el padre de ese género, que continúa John Fante, Elfriede Jelinek y los realistas sucios estadounidenses. No quiero trabajar de garzón o en la contru en donde, además, no me van a contratar después de los cuarenta años y en donde un colombiano con los músculos de Tyson, que tiene experiencia militar y que cobra el tercio, va a ser siempre preferible. Me las apaño. Llevo no solo un estilo de vida distinto, muy ecológico por cierto, lleno de unos verdaderos lavatorios con miel de avena al desayuno, avena comprada a granel en ese lugar de Santiago que es un antidepresivo natural y que debería ser recomendado por todos los especialistas: la Vega. Almendras de segunda partidas para hacer leche, con eso y avena hacerse un desayuno de campeones. Se empieza a acomodar la vida, a disfrutar de largas caminatas y piques en bici por la ciudad camino a algún trabajo ocasional, para no gastar un peso. A cuidarse la salud para no tener que ir por ningún motivo al médico. En fin, uno se convierte en un verdadero ninja, me dicen unos amigos que trabajan haciendo clases en colegios precarizados, con alumnos en riesgo social, que viven con poco, ninjas en los dos sentidos de la palabra, en el de un especialista en supervivencia pero también en el uso que se da en economía a esas siglas (ninja: no income, no job, no assets).
En invierno ocupo el agua de la ducha que sale antes de que se caliente para las plantas (jardinear, el otro antidepresivo), pero hay partes un poco más rudas. Conozco a varios caminantes (montañistas es pretencioso, caminantes es muy amplio, y con trekkers uno se imagina a una persona vestida con ropa de excursión muy cara) que pasan una o dos noches acampando en el cerro para no estar en sus casas, para no estar hacinados o cuando no quieren estar con su pareja. Conocí uno que todas las semanas sagradamente pasaba la noche en un domo con unas fotocopias desguañangadas, mate y una cocinilla.
Me recomendaron sigilosidad para no despertar a nadie en la mañana y luego en la noche llegar fantasmalmente con el cuerpo saturado de benzodiacepina, de manera de desmayarme y que nadie note presencia alguna. Que no noten nada. Solo una cama hecha con orden militar.