Si Oriol Bohigas me dice que sí, me lanzo. Lo estuve pensando durante las semanas en que le daba vueltas a la idea de escribir un libro sobre Bocaccio. Para acabar de decidirme necesitaba un empujón, una señal. Una revelación, tal vez. Tenía mi colección, los objetos que había ido encontrando, comprando, guardando. La B de Bocaccio resonaba dentro de mí como una campana. Tenía claros los nombres que me interesaban, las entrevistas que querría hacer. Bohigas era uno de ellos. Es muy mayor, selecciona mucho sus apariciones públicas, seguro que ya no concede entrevistas. Por otra parte, me viene la imagen, clara y reciente, de Bohigas y su familia hace dos veranos tomando un refrigerio en la terraza del Marítim de Cadaqués. Cadaqués, sí, el pueblo que fue testigo de tantos sueños, tantas fiestas e inspiraciones de los miembros de la Gauche Divine. Le daba vueltas y no me decidía. La revelación llegó en forma de mensaje de WhatsApp. Era de mi hermano Joan, cineasta, documentalista y, sobre todo, buscador de historias, como yo. «Estoy en la SGAE y tengo a Bohigas delante. ¿Le digo algo?» Y sí, le dijo algo, y tanto a él como a su esposa, Beth Galí, les gustó la idea. Qué sorprendente entusiasmo, cuánta hospitalidad y, por encima de todo, qué privilegio poder visitar a Oriol Bohigas en su casa. Hace muchos años que vive en la plaza Reial. Descubriré que allí reina una paz total. Me espera poco después del almuerzo. Me lo encuentro viendo la tele. Apenas tengo tiempo de mirar de soslayo los libros, los cuadros y los muebles que lo rodean, ordenados con gran disciplina. Aquí viven dos arquitectos, todos los elementos están donde les corresponde, todo cumple su función. Lo estructural y lo ornamental conviven y dialogan. Es razonable afirmar que quien me recibe es uno de los intelectuales catalanes más relevantes del último medio siglo (largo). Con ironía y también con afecto, Ana María Moix escribe así sobre él en su libro 24 horas con la Gauche Divine: «Oriol Bohigas es un arquitecto de la Gauche Divine, un arquitecto muy progre que, además de ser arquitecto y progre, es uno de los hombres más exitosos de la Gauche Divine (tiene también la cabeza más gorda de la Gauche Divine)».1
Me habría gustado documentarme con la totalidad de su extensa bibliografía. Me fío de Refer la memòria, el amplio volumen que agrupa sus tres principales libros memorialísticos y, sobre todo, me fío del paraíso perdido. Así se llamaba, «El paraíso perdido», el cuestionario —inspirado en una idea del poeta británico Auden— que a partir del número 11 de la revista Bocaccio, de octubre de 1971, se le formulaba a todo tipo de personalidades culturales de la época. El primero recogía las respuestas de Oriol Bohigas y de Jaime Gil de Biedma. Respuestas o, mejor dicho, licencias poéticas con ecos de sicodelia.
—Forma de gobierno.
—Por muy pesimista que sea, uno espera que por lo menos el Gobierno no tenga forma.
—Actividades económicas.
—¡Yo qué sé!2
¿Acaso hay mejor espíritu, fabulador y juguetón, mejor punto de partida para pedirle a Bohigas que bucee en su amplia y cargada memoria en busca de los flashes de Bocaccio que aún puedan quedar? Para alguien que tiene toda Barcelona en la cabeza, seguro que es un ejercicio estimulante detenerse en un rincón de la calle Muntaner, justo por encima de General Mitre. La última entrada de su dietario Dit o fet, con fecha del 13 de abril de 1990, se llama «Bocaccio y Cadaqués». Contiene palabras de elogio hacia Oriol Regàs y su «febril imaginación», hacia los «múltiples atractivos» de la «magnífica» Teresa Gimpera y hacia el diseño neomodernista de Xavier Regàs. Rememora la disposición del local con estas palabras: «El sótano, comunicado con dos escaleras situadas muy estratégicamente, estaba destinado al habitual bullicio del bailoteo con música de sonoridad absorbente».3 «Bullicio del bailoteo.» Solo con este detalle léxico-semántico ya revela a todo buen entendedor que los flashes son más fogonazos que pequeñas chispas. Para Bohigas, el recordar Bocaccio es recordar Cadaqués, junto con Begur y Calella de Palafrugell una de las sucursales estivales y de fin de semana de la Gauche Divine. En el mismo texto aparecen las figuras clave de Federico Correa y Rosa Regàs, y también, muchos años antes de ser pareja, la de Beth Galí: «Todavía adolescente, venía desde las soledades de Montjoi para lucir las gafas geométricas y opacas de Courrèges, para alejarse mar adentro con un chico que acababa de salir de los calabozos de Via Laietana».4 Es un placer, tantos años después, que Galí nos acompañe el día que me siento con Bohigas a la mesa de la biblioteca de su casa. Él se desplaza en silla de ruedas y se expresa con cierta dificultad. Noventa y tres años lo contemplan, y dentro de su mente clara hierven todas las ideas de tantos años de profesión.
Primero le enseño Refer la memòria, y lo hojea como si hiciese tiempo que no caía en sus manos: «Si no la guardas en algún sitio, la memoria se pierde». He leído también el fragmento en que tiene clarísimo dónde se gestó la revista Arquitecturas Bis, la aventura editorial de la que se siente más satisfecho: «La nueva revista nació, con Rosa Regàs y Enric Satué, alrededor de las mesas y los sofás de Bocaccio, del mismo modo que habían surgido allí manifiestos políticos, agrupaciones culturales, convocatorias de conferencias, editoriales experimentales, reivindicaciones laborales, todo aquello que compensaba la apariencia frívola de un grupo de barceloneses que quería desmarcarse de la mediocridad del franquismo agonizante».5
Extiendo sobre la mesa todo el ajuar bocacciano. Dado que es la primera persona que visito, tengo especial interés en comprobar su reacción ante el aluvión de objetos que abarrotan mi archivo. La bandeja, las copas, la hucha, las cerillas, los posavasos... «¡A Oriol Regàs le encantaban estas cosas!», dice Galí. Ambos se entretienen y dedican un rato más a revisar las fotos que hizo Xavier Miserachs del interior del local y que llenaban cada temporada los preciosos catálogos que regalaban a la clientela fiel. «En Bocaccio supieron captar y reflejar muy bien el cambio de moda dentro del mundo decorativo de la época. De hecho, ¡contribuyeron a hacerlo! Se tomaron muy seriamente la posibilidad de acabar con la rigidez estilística, de introducir nuevas corrientes dentro del diseño.» Sobre estas nuevas corrientes, Bohigas y sus coetáneos hablaban, discutían, se contradecían. El intercambio de ideas durante las largas noches de tertulia en la planta de arriba de Bocaccio era muy provechoso. Bohigas menciona unas cuantas veces la influencia de la arquitectura y la decoración italianas. Se nota que el tema le ha interesado sobremanera y se apresura en hacer reaparecer, como figura destacada de las tertulias y catalizador de muchas sinergias, a su amigo Federico Correa, el arquitecto que, formando tándem con Alfonso Milá, imaginó los restaurantes Flash Flash e Il Giardinetto, el edificio Atalaya y la remodelación del anillo olímpico de Montjuïc.
Beth preferiría no participar demasiado en la conversación. Iba a Bocaccio pero dice que era demasiado joven como para recordar nada con autoridad. Duda pero se atreve. Etiqueta a Bohigas y Correa como «los séniors» dentro del tejido de arquitectos que frecuentaban Bocaccio. Y luego estaban «los jóvenes»: Oscar Tusquets, Lluís Domènech, Ricardo Bofill... La conversación sobre arquitectura es larga y, de vez en cuando, se infiltran agudezas festivas. En Bocaccio, Beth y sus amigos, veintipocos años, siempre iban abajo, a la pista de baile. Les emocionaba quedarse sentados en la escalera que comunicaba los dos ambientes y observar a «los mayores», «los popes» que de repente decidían hacer una pausa en sus intensas conversaciones y bajar a la zona bulliciosa de bailoteo. «¿Habíais coincidido alguna vez?» ¡Muchas veces! Existía amistad entre los padres de Beth y el matrimonio Bohigas. Canguros de sus hijas mayores, estancias en Cadaqués, conexiones que crecen, que se metamorfosean, vidas nuevas que surgen...
Recuerdan que el boom latinoamericano también subió y bajó por aquellas escaleras mientras dejaba en Barcelona una huella imborrable. Bohigas continúa trufando de arquitectura la conversación: el GATCPAC, el Grupo R, el racionalismo, los regionalistas... Y aquel reto de buscar la modernidad confrontada a la gris arquitectura franquista. Bohigas ya había superado los cuarenta, ya tenía formada una familia y también su histórico despacho de arquitectura. Puede dar testimonio de manera infalible del espíritu indentificativo de Bocaccio, el talento y el ocio dándose la mano, conviviendo con total naturalidad. «Se ha hablado de aquel lugar como si fuese un nido de frivolidad, y ¡no lo era en absoluto! Allí nació en buena medida la nueva cultura catalana.» Una cultura moderna. «Todo lo que ocurría allí dentro estaba relacionado con todo lo que venía de fuera, y lo absorbíamos como esponjas y lo incorporábamos en las tertulias. Tenía una influencia enorme en los lenguajes estéticos y culturales, en los modos de hacer y, sobre todo, en los modos de vivir.» Bohigas me lo cuenta contento de recordarlo de la mejor manera posible: sabiendo que fue partícipe decisivo de ello. Su esposa lo rubrica: «En Bocaccio muchos descubrimos un nuevo modo de pensar. Podía haber matrimonios bien avenidos, mal avenidos o falsamente bien avenidos. Quizá pasaban una noche allí y descubrían que era posible separarse. Sencillamente no lo habían pensado antes».
Más instantes asociados a la discoteca. También en Dit o fet, se traslada a noviembre de 1975, cuando Oriol Regàs tuvo la valentía de instalar un par de televisores para ir siguiendo las noticias de la agonía de Franco y de ofrecer brindis de champán cada vez que el comunicado médico anunciaba un agravamiento. Galí también se acuerda y celebra aquel atrevimiento, aquella capacidad para la subversión aún secreta, aún clandestina pero ya imparable. Destaca además la importancia del buen momento económico que vivía el país, el famoso desarrollismo como contexto a tener muy en cuenta para comprender la fusión entre intereses profesionales ambiciosos, cultura emergente y ganas de pasarlo bien. «Fusión» es, de hecho, un concepto que casa bien con Bocaccio. Fusión de oficios, por supuesto, fusión de intereses. ¿Y fusión de clases sociales? Eso quizá no tanto. ¿Fusión de ideologías? Pues también, con un denominador común: estar hasta el moño del franquismo. «Enmarcado en un decorado un poco ramplón y un ambiente eminentemente burgués, allí florecía un activismo bestial, muchísimos manifiestos se escribieron en sus mesas y en su barra», rememora ella. Y a él se le ocurre la frase definitiva: «Existía una extraña abundancia de pensamiento y de champán». ¡Sensacional! La bebida les inspiraba, intentaban que no les obnubilara. En Bocaccio trabajaban a conciencia muchas resistencias. También al alcohol.
Nos entretenemos pasando páginas de dos o tres números de la revista Bocaccio. Conservan en la biblioteca todos los números y siguen sin dar crédito a lo moderna que era, cómo reflejaba la explosión del diseño gráfico, de la fotografía de moda, del erotismo, de todas las inquietudes lúdicas y artísticas que en aquel momento hacían vibrar su cerebro y otras partes del cuerpo humano. Los objetos de Bocaccio más comunes, más fáciles de encontrar, son los posavasos y las cajitas de cerillas. Está claro que se bebía y se fumaba mucho. Bohigas no dejaba pasar una semana sin acudir. Sobre todo los jueves, viernes y sábados. ¡Y los viajes! Beth fue a los viajes de Roma e Ibiza: «¡Tienes que llamar a Anna Maio!». Anna Maio, sí, figura fundamental de Bocaccio, organizadora de los viajes y de tantas celebraciones, junto con Georgina Regàs, pieza clave del músculo de la empresa.
Un último detalle, precioso, para poner la rúbrica a la conversación. Cada jueves, o en temporadas los jueves alternos, Oriol y Beth cenan en el restaurante Igueldo de la calle Rosselló con Federico Correa. Si alguna vez no se acuerdan o se les pasa que ya les toca verse, él los llama para reclamar la cita. Tantos años de intereses compartidos, tantos años de amistad, y dos de los nombres clave de la arquitectura moderna en Cataluña siguen teniendo temas de los que hablar; no renuncian a cultivar el arte de la conversación y de la compañía mutua. «El Igueldo es hoy nuestro pequeño Bocaccio.» Una de las almas del restaurante es Beatriz de Moura —«Fundamental que hables con ella», recalca Bohigas— y, al recordarla, Beth viaja de nuevo con la memoria hasta aquella escalera tan especial donde se detenían a observar al personal y rememora la potencia de las mujeres de Bocaccio: «Éramos nosotras las que nos poníamos a bailar en cuanto llegábamos. ¡Bailábamos como locas!».
Me despido reflexionando sobre el pensamiento y el champán. Sobre el bullicio. Sobre el paraíso perdido. Me llevo conmigo una firma algo temblorosa y una tonelada de generosidad.
P. D. Pienso en una foto que he descubierto hace poco y que me fascina. Se ve a Bohigas, con traje y corbata, nada más terminar el concierto de los Beatles en la Monumental el 3 de julio de 1965. Lo acompañan, entre otros, Federico Correa, Beatriz de Moura y Oscar Tusquets. Me chocan dos cosas: lo intangible de la amistad prolongada entre los miembros de la Gauche Divine —y habituales de Bocaccio—, que tantas veces aparecerá, casi como leitmotiv, a lo largo de las páginas de este libro, y también darme cuenta de que en el año 1965 Bohigas ya tenía cuarenta años. Y cincuenta y cuatro años después es la misma persona que me ha recibido en su casa. Impresiona hacer según qué sumas y restas.