PRIMERA PARTE
ANTES DE LA HISTORIA

1
EL CONTROL DEL FUEGO POR LOS SERES HUMANOS

EL DESCUBRIMIENTO DEL FUEGO

El fuego es un elemento natural de carácter físico-químico que ilumina y da calor, pero que, al mismo tiempo, puede quemar. Estas propiedades benéficas y destructoras, unidas al misterio de la naturaleza etérea de la llama, convierten al fuego en un símbolo con un enorme potencial metafórico. Es por eso que, a lo largo de la historia de la humanidad, se ha utilizado para simbolizar el yo interno, la pasión, el odio, el amor, la potencia creadora del espíritu, la relación con el Más Allá y las fuerzas superiores, etc. Esta ambigüedad y multitud de significados se pueden apreciar claramente en la mitología griega y, más concretamente, en mitos como el de Prometeo, según el cual Prometeo, un osado Titán al que le gustaba provocar la ira de Zeus, llevó a este a tal punto de cólera que terminó por quitar el fuego a los hombres. El padre de los dioses esperaba así castigar indirectamente a Prometeo, que se consideraba un benefactor de la humanidad. No obstante, Prometeo, al que le gustaba presumir de astuto, se coló de forma sigilosa en el Olimpo, robó el preciado fuego del carro del dios Sol y se lo devolvió a los desamparados mortales. Como se observa en el mito, el fuego ha sido considerado desde tiempos antiguos un bien muy valioso por los seres humanos. Pero ¿cómo llegó la humanidad a controlar este elemento?

Sin duda, del conjunto de las invenciones humanas, el descubrimiento del método de prender fuego ha sido el más determinante para nuestra especie. Hay que partir de la base de que, en los albores de la humanidad, el ser humano era tan ignorante del fuego como lo son ahora el resto de los seres vivos. Es por esto que, desde siempre, el problema de cómo generar fuego de forma artificial ha movido la curiosidad humana desde el despertar de la consciencia. Cuando se logró controlar su encendido, se dominó uno de los elementos clave para el avance de la civilización. Por esta razón, el proceso de humanización se liga generalmente a la conquista y al uso del fuego.

Para algunos autores, el control del fuego es tan importante para el ser humano que pudo haber sido la precondición para la posterior domesticación de animales y plantas. Asimismo, constituyó una parte importante del predominio de la humanidad sobre el resto de los mamíferos. Para otros autores, el paso de lo natural a lo cultural estuvo centrado en la aparición de lo «cocido», lo que es una conquista cultural inherente al fuego y al dominio de este. Entendido así, el fuego pudo haber sido un descubrimiento esencial para el paso de la naturaleza a la cultura. El ser humano tomó entonces los mandos de un acto creador y esto le dio pie a manejar su propia vida.

Durante algo más de los dos primeros tercios del tiempo que ocupa el Paleolítico Inferior, los humanos vivían sin fuego. De hecho, puede que durante toda esa etapa ignoraran su uso e incluso su existencia. Los homínidos que habitaban la Tierra por aquel entonces dependían totalmente de su entorno. En su forma de vida, seguían siendo prácticamente como los animales que les rodeaban. A pesar de tener ciertas ventajas evolutivas, como un cerebro comparativamente de mayor tamaño, un dedo oponible, la posibilidad de caminar erguido y una visión de profundidad más precisa —y de contar con algunas herramientas, como hachas y cuchillos de piedra—, la realidad es que su tecnología no mejoraría mucho durante milenios. Sus posibilidades de transformar el hábitat eran escasas y estaban obligados a adaptarse al entorno natural tal y como estaba. Vivían a merced del clima, así que durante los fríos inviernos su única posibilidad de sobrevivir consistía en adoptar unas estrategias similares a las de otros animales: en los días más gélidos debían permanecer en cuevas o refugios, e intentar conservar el calor durmiendo pegados unos a otros.

Sin embargo, a partir de esas fechas, hace unos 800.000 años —aunque hay quien atrasa esa cifra hasta hace más de un millón de años—, los seres humanos comenzaron a familiarizarse con el fuego y a emplearlo cada vez más, aunque en un principio desconocían cómo encenderlo y mantenerlo. Una de las primeras huellas del mismo se encontró junto a los restos del Homo erectus pekinensis, una subespecie del Homo erectus propia de China fechada entre 500.000 y 250.000 años. Se hallaron entonces las huellas y los efectos del uso del fuego, así como las cenizas de los restos de unos animales asociadas a ese mismo contexto arqueológico. No obstante, los especialistas piensan que en aquel tiempo los homínidos no sabían encender fuego por sí mismos, sino que solo lo conocían y conservaban a partir de ciertos hechos naturales, como incendios, erupciones volcánicas o rayos. Por lo general, estos homínidos comían carne animal y vegetales crudos, e incluso puede que también fuesen carroñeros. Así, estos erectus presentaban unos hábitos alimenticios muy similares a los de cualquier otra bestia de su entorno. Tenían que buscarse la vida, y su actividad principal, la de encontrar el alimento diario, no les dejaba mucho tiempo de ocio para desarrollar otras facetas menos animales y más intelec­tuales.

Sin embargo, como se dio a conocer en 2011, un equipo de arqueólogos halló en el yacimiento de la Cueva Negra, situada en el estrecho del río Quípar, al noroeste de Murcia, los restos paleolíticos de fuego más antiguos fuera de África. Según los responsables de la investigación, estos restos confirmaban el uso de este elemento por el homínido que habitaba esta región, el Homo heidelbergensis, ancestro del Neandertal. Desde entonces, estas evidencias de cenizas se convirtieron en las más antiguas encontradas en yacimientos europeos, con una antigüedad estimada de entre 800.000 y 990.000 años, lo que las situaba en el Pleistoceno Inferior. Todo apunta a que los habitantes de la cueva utilizaron el fuego, conseguido posiblemente de alguna llama encendida de forma natural, para calentar los alimentos y para combatir el frío, ya que los restos estaban en una capa de sedimentos del interior de la cueva, a unos cuatro metros y medio de profundidad. Los arqueólogos encontraron allí huesos calcinados y con marcas de cortes, y un trozo de sílex deformado por el fuego. Teniendo en cuenta que este mineral era utilizado para la fabricación de herramientas, los especialistas llegaron a la conclusión de que los habitantes de la cueva, en aquella época, también debieron de utilizar el calor de las hogueras para moldear el mineral, una actividad que es propiamente humana. Hasta este hallazgo, las huellas de fuego más antiguas fuera del continente africano estaban fechadas en 780.000 años y se encontraban en el yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov, en Israel. Igualmente, las evidencias más antiguas de utilización de hogueras por parte de los homínidos se han encontrado en África, en los yacimientos de Swartkrans (Suráfrica) y Chesowanja (Kenia), ambos con una antigüedad superior al millón de años.

Antes del fuego, las consecuencias de comer alimentos crudos eran graves, ya que su ingestión era una de las principales causas de la baja esperanza de vida. La dentadura de estos homínidos sufría mucho y en pocos años se podía apreciar un gran deterioro dental, debido fundamentalmente a la rigidez de los alimentos. El desgaste de la dentadura ocasionaba la desnutrición y la muerte prematura de una gran parte de los individuos. De igual forma, con este tipo de alimentación, el organismo de estos homínidos no podía aprovechar ni la mitad de lo que ingería. Este factor era bastante negativo en una época en la que aprovisionarse de alimentos suponía un gran esfuerzo físico. Además, como se puede suponer, la morbilidad y mortalidad de estos homínidos debieron de ser muy elevadas debido a las enfermedades de origen alimentario que pudieron contraer y que podrían haber sido evitables fácilmente aplicando calor a la comida.

Según parece, este tipo de problemas pudo haberse resuelto en el Paleolítico Superior, cuando el Homo sapiens comenzó a encender fuego y a dominarlo, ya que, en el último tercio del Paleolítico Inferior y en el Paleolítico Medio, el fuego se obtenía de forma accidental de la naturaleza y el problema era mantenerlo encendido. Esta labor era tan importante que muchos especialistas creen que, para no perder las llamas, se pudieron haber nombrado guardianes del fuego comunitario entre los miembros más selectos del grupo. No obstante, para muchos autores no sería hasta el Neolítico cuando el hombre comenzaría a adquirir técnicas eficaces para producir el fuego por sí mismo. A partir de entonces comenzarían a utilizarse con regularidad métodos de encendido como la rotación, la percusión o la aserradura. Pero, ciertamente, esta técnica del prendido del fuego no se dominó del todo hasta 1844, cuando el sueco Gustaf Erik Pasch inventó los fósforos de seguridad, que fueron mejorados por John Edvard Lundström una década después.

Como se puede prever, los problemas de salud que la ingestión de alimentos crudos causaba a las comunidades prehistóricas pudieron subsanarse, en gran medida, con la aplicación del fuego para la cocción de los alimentos. El asado de la comida directamente junto a las brasas de una hoguera pudo ser el primer avance en este sentido. Con el tratamiento térmico de la comida se mejoró mucho tanto en el aprovechamiento que el organismo hacía de los alimentos como en la seguridad alimentaria, ya que la mayor parte de los patógenos morían si eran sometidos a las altas temperaturas. Esto favorecía también que los productos se conservaran mejor y durante más tiempo. Más tarde, este efecto se optimizó cuando se comenzaron a hervir las comidas, aunque esta acción no fue posible hasta que no se pudo disponer de recipientes que pudieran contener líquidos, esto es, cuando se desarrolló la técnica de la alfarería y se usó la cerámica para este fin. Del mismo modo, el organismo humano aprovechaba mejor los alimentos cocidos porque, gracias a este procesamiento, se podían ingerir y digerir mejor. En primer lugar, se ingerían mejor porque con la cocción se ablandaban las partes fibrosas, que eran difíciles de masticar, y los alimentos adquirían una textura más tierna. Al contar con una textura más fácilmente masticable, se redujo bastante la mortalidad debida a la prematura pérdida de los dientes. En segundo lugar, se digerían mejor porque aumentaba la absorción de ciertos nutrientes, como el hierro, y porque, al aplicar el calor, se aprovechaban mejor los alimentos, sobre todo debido a que se incrementaba la digestibilidad de las proteínas. Esta mejora del rendimiento de los alimentos se produjo por la existencia de determinados enzimas que son perjudiciales para la absorción de nutrientes, que inhiben o dificultan la acción de los enzimas de los jugos digestivos, que en su mayoría se inactivan al superar los 70 grados centígrados. Así, los enzimas que favorecen la digestión pueden actuar con mayor eficiencia en los alimentos cocidos. Igualmente, en lo que se refiere a las vitaminas y minerales, a pesar de que la cocción puede hacer que ambos se pierdan, ciertas vitaminas, como la biotina, también requieren un tratamiento térmico para que el organismo las pueda asimilar.

EL EMPLEO DEL FUEGO EN LA VIDA COTIDIANA

La posesión de un elemento como el fuego supuso que el ser humano controlara la naturaleza. Se convirtió en el único animal capaz de cocinar la carne y, por tanto, se separó de los demás animales de forma definitiva. Se produjo un avance significativo que hizo que la especie humana pasara de hombre-bestia a ser humano. Además, a este hecho hay que sumarle el desarrollo de las técnicas de caza, que, en cierta medida, también fue posible gracias al control del fuego. La caza permitió que los humanos dejaran de ser carroñeros de forma definitiva, lo cual es otro elemento fundamental para la humanización. Puede que el hombre, al conseguir sacar provecho y dominar este elemento tan poderoso —al que temía el resto de la fauna—, cobrara conciencia de sus potencialidades y de su superioridad sobre el resto de la naturaleza.

Otras de las ventajas que ofrecía el fuego fueron la posibilidad de conquistar territorios con un clima más frío, aglutinar a los individuos a su alrededor y favorecer la organización de las primeras comunidades, disponer de un importante instrumento de defensa frente a los carnívoros depredadores, mejorar la salud al repeler a los insectos transmisores de enfermedades y permitir la higiene con agua caliente. De la misma forma, el fuego también ayudó a mejorar las técnicas artesanales. Los prehistóricos observaron que con este elemento se podían endurecer los útiles y las armas de madera, con lo que se mejoraron las técnicas de caza y se optimizó el esfuerzo y el tiempo que se empleaba en buscar alimentos. Esto tuvo que ser muy importante para posibilitar el desarrollo de la cultura, ya que se pudo disponer de más tiempo libre para la reflexión o la creación. Más tarde, el fuego permitió pintar en el interior de las oscuras cuevas y desarrollar técnicas como las de la alfarería y la metalurgia. Además, con la aparición de la agricultura, el control del fuego fue fundamental para la práctica del chaqueo, para ganar espacio a la naturaleza, mediante la quema de los bosques, y poder roturar nuevas tierras. El chaqueo requería de mucho menos tiempo y trabajo que la tala del arbolado, que precisaba, asimismo, la limpieza posterior de los restos de la vegetación. El fuego, de la misma forma, era un excelente plaguicida que actuaba especialmente como desinfectante del suelo y también como un buen fertilizante.

Con el tiempo, el fuego ha dado origen a una multitud de descubrimientos hasta la actualidad, gracias al calor y la energía que proporciona. Así, por ejemplo, empezó a utilizarse en velas o lámparas para poder alumbrarse en la oscuridad, y constituyó un elemento fundamental de las revoluciones industriales. De hecho, a la máquina de vapor, cuyo descubrimiento suele atribuirse a la primera revolución industrial, a veces se la conocía como la «máquina de fuego». De esta forma, el ígneo elemento ha sido siempre indispensable, desde su descubrimiento, para la supervivencia económica, social y cultural. El mundo se ha ido parcelando —situando las fronteras entre los diferentes territorios— según los individuos iban controlando el fuego y, posteriormente, transformándolo en energía.

No obstante, en la conquista del fuego no todo ha sido positivo. A pesar de sus numerosas ventajas, ha tenido muchas consecuencias negativas, como la deforestación. El avance de la civilización siempre ha ido acompañado de la tala de árboles, ya sea por la expansión de los terrenos para su uso agrícola o por la práctica de actividades como la navegación. En este último caso cabe destacar los gastos madereros que se ocasionaron para la producción de embarcaciones para que pueblos como los griegos o los romanos expandieran sus civilizaciones. Tanto es así que, en el siglo IV a. C., Platón ya añoraba aquellos tiempos en los que el Ática estaba toda cubierta de bosques. Otra consecuencia negativa innegable ha sido la sucesión permanente de guerras que se han generado a lo largo de la Historia.

Con todo, cabe concluir que, en realidad, el fuego no ha sido en sí mismo ni bueno ni malo para la humanidad, sino que, como cualquier otra herramienta en manos del hombre, su finalidad ha dependido del uso que este haya hecho del mismo. Aunque, de una manera más pesimista, también se puede pensar que, aunque la mayoría de las personas hayan hecho —por lo general— un uso más o menos correcto de los medios o herramientas de los que disponían, con que solo haya habido unos cuantos casos en los que se hayan utilizado para fines malignos, el resto de la población se ha acabado resintiendo. Lo cierto es que la especie humana quizá se habría extinguido si no hubiera sido por el control que hizo del fuego. De hecho, puede observarse que, a lo largo de la Historia, la mayoría de las civilizaciones han evolucionado en la medida en la que han dominado este elemento, ya sea en su forma natural o transformado en energía. De esta segunda manera todavía sigue siendo fundamental para el funcionamiento correcto del mundo occidentalizado. No hay más que observar que la economía de numerosos países, e incluso de continentes enteros, se vería amenazada si ciertos elementos relacionados con el fuego, como el petróleo o el gas, fueran bloqueados por los países productores. Por ejemplo, en la actualidad, el 70 % del petróleo y el 65 % del gas que exporta Rusia al mundo van a parar a Europa. Si este país decidiera bloquear la exportación de estos recursos, se produciría un verdadero caos en el continente europeo. Pero no le interesa hacerlo porque estas ventas al extranjero suponen un 54 % de los ingresos rusos por exportaciones. Además, si lo hiciera, tendría que buscar la forma de financiar el 47 % del presupuesto federal ruso, que, según unos informes publicados por los Gobiernos de Rusia y de la Comisión Europea, es el que representan estas exportaciones.

2
¿CÓMO SE ELABORABAN LAS PINTURAS DEL ARTE PALEOLÍTICO?

EL CONTEXTO DEL PALEOLÍTICO

La Prehistoria es el período comprendido entre la aparición de los primeros homínidos hasta la invención de la escritura. Se divide, según los utensilios utilizados, en dos partes: la Edad de Piedra y la Edad de los Metales. Dentro de la Edad de Piedra, grosso modo, se enmarcan el Paleolítico, el Mesolítico y el Neolítico. El Paleolítico, a su vez, se subdivide en tres etapas. La primera, el Paleolítico Inferior, que destaca por producirse en ella gran parte del proceso de hominización y por grandes descubrimientos, como el del fuego, se inició hace 2,5 millones de años. La segunda, el Paleolítico Medio, en la que comenzó la expansión del ser humano por África, Asia y Europa, abarca desde el año 180000 a. C. hasta 40000 a. C. Y la tercera, el Paleolítico Superior, comprende desde 40000 a. C. hasta 10000 a. C., y en ella se detectan las primeras manifestaciones artísticas europeas, entre las que destacan la pintura rupestre y el arte mueble. Estas manifestaciones artísticas no son las más antiguas, ya que existen evidencias más arcaicas en el continente africano.

La sociedad del Paleolítico Superior estaba compuesta por cazadores, pescadores y recolectores, que obtenían lo necesario para vivir a través de la caza, la pesca y la recolección. Asimismo, la gente de este período era nómada, por lo que cada cierto tiempo tenía que cambiar de lugar de estancia para poder satisfacer sus necesidades y encontrar recursos que le facilitaran la subsistencia. La caza era su principal vía de mantenimiento, ya que podían utilizar a sus presas para alimentarse, para fabricar vestimentas con sus pieles y para crear herramientas o puntas de armas con sus huesos y astas. Habitaban bajo abrigos y cuevas para resguardarse de las bajas temperaturas, ya que el Paleolítico Superior coincidió con la segunda mitad de la última glaciación. Igualmente, hay que destacar que vivían en grupos reducidos, para poder garantizar la supervivencia del clan.

Una de las características más definitorias de este período fue la presencia del Homo sapiens, el predecesor del ser humano actual, que pudo haber sustituido a las especies humanas anteriores gracias a su superioridad cultural, a su capacidad de adaptación y a su evolucionada organización social. Este homínido, desde África, comenzó a expandirse por otras zonas de la Tierra, mientras realizaba las primeras manifestaciones artísticas, creaba nuevos elementos líticos y óseos, y despertaba su interés por las creencias religiosas. Dentro del conjunto de las primeras muestras artísticas, las pinturas rupestres fueron la máxima expresión del arte del Paleolítico Superior, así que es preciso adentrarse en las cuevas para esclarecer la temática y composición que en ellas se empleaban.

LAS PINTURAS RUPESTRES

La zona en la que se han localizado las muestras de pintura más importantes y de mayor calidad del Paleolítico Superior se sitúa en el arco franco-cantábrico, esto es, en la franja comprendida entre el norte de España y el suroeste de Francia. En esta extensión, para la pintura rupestre se utilizaba como soporte la roca, aprovechando sus protuberancias para representar formas concretas y para dar volumen a lo que se quería plasmar. Por regla general, estas pinturas se realizaban en el interior de las cuevas, en los abrigos y al aire libre, aunque estas últimas se han conservado en peor estado por las adversidades ambientales.

En general, la pintura rupestre paleolítica se caracterizaba por el predominio de representaciones de figuras naturalistas de animales, zoomorfos, numerosos signos e ideomorfos, y, a su vez, por la escasez de figuras humanas y antropomorfos. Y fueron dos las técnicas que más se utilizaron: la pintura y el grabado sobre roca dura realizado con buriles de sílex, aunque no se debe olvidar que también hay muestras de lo que se conoce como macaroni, que son trazos que se hacían con los dedos sobre una superficie arcillosa, de relieves y de difuminados. En cuanto a los materiales, era característico el uso de pigmentos minerales orgánicos pulverizados, como el óxido de hierro, manganeso, hematita, limonita, arcilla, yeso y carbones vegetales. Los colores que estos elementos proporcionaban se correspondían con un amplio espectro de matices, que iban desde el rojo hasta el negro, pasando por los tonos ocres, marrones y blancos. Estos pigmentos se aglutinaban con algún tipo de elemento, como la grasa o la resina, para que se adhirieran mejor al soporte sobre el que se iban a aplicar. No obstante, además de los materiales empleados, es reseñable que las pinturas rupestres se han conservado hasta la actualidad gracias a que las cuevas reunían unas condiciones climáticas favorables para su preservación, ya que ofrecían una temperatura estable y una situación de humedad óptima.

Como se ha mencionado antes, la temática de la pintura paleolítica era fundamentalmente faunística. En gran medida, destacaban las representaciones de animales, algunos de los cuales ya están extintos. Este es el caso, entre otros muchos, de los mamuts, de los rinocerontes lanudos y de los uros. Sin embargo, los animales que más habitualmente aparecían en este arte parietal eran los caballos y las yeguas, seguidos muy de cerca por los bisontes y por algunos cérvidos y cápridos. No obstante, era muy frecuente la representación de los uros, que eran los antecesores de los toros y de las vacas actuales, que desaparecieron en el siglo XVII, y de los mamuts, que se extinguieron igual que el toro primigenio. Pero también se pintaban otros muchos animales —aunque su presencia es menos usual en el arte rupestre—, como rinocerontes lanudos, osos cavernarios, felinos, megaceros (ciervos gigantes), aves, peces, pingüinos y mustélidos, como la comadreja.

Otro de los grandes temas dentro del arte parietal fueron los ideomorfos, signos de diversas formas de los que no tenemos apenas información sobre su significado. Estos signos se pueden agrupar, según su tipología, en plumiformes, ramiformes, claviformes o tectiformes. Eran más complejos que los anteriores, ya que se realizaban a base de puntos sueltos o formando líneas, figuras geométricas triangulares o cuadrangulares, etc. Dentro de este grupo cabe mencionar la representación de manos, tanto en positivo, con la impresión directa de la mano impregnada en color, como en negativo, con la mano silueteada a través del pigmento pulverizado con la ayuda de un tubo o una paja. Se plasmaban más las manos izquierdas que las derechas y solían aparecer mutiladas, aunque no sabemos con exactitud el motivo.

Por último, aunque en menor medida, también se representaban figuras humanas o antropomorfos, que suponen tan solo un 3,5 % de las representaciones parietales. En ellas, se pintaban antropomorfos masculinos, que estaban normalmente ergui­dos y con el sexo marcado, disfrazados, etc. Pero no se sabe si se pintaron con algún propósito ritual concreto. De igual forma, también se observan antropomorfos femeninos, o segmentos de su cuerpo, como las vulvas, que se han querido identificar con la idea del culto a la fecundidad. Pero, ciertamente, es difícil esclarecer la finalidad de estas pinturas. De hecho, existen varias teorías que intentan dar una interpretación de la intencionalidad de estas obras.

Una primera interpretación del arte Paleolítico fue propuesta por Édouard Lartet, geólogo y prehistoriador francés, quien pensaba que las pinturas en las cuevas y las decoraciones en los utensilios estaban hechas por mero placer, lo que en términos actuales se entendería como el arte por el arte. Esta teoría fue abandonada cuando se descubrió que no solo había dibujos y grabados en las entradas de las cuevas o en salas amplias, donde podían ser admirados por todo el grupo, sino que había otras realizadas en lugares angostos a los que únicamente se podía acceder tumbado o en cuclillas. Otra teoría muy extendida fue la de la magia simpática, formulada por Reinach a principios del siglo XX y desarrollada por Henri Breuil, arqueólogo y sacerdote francés considerado el padre de la Prehistoria. Breuil opinaba que estas representaciones favorecían la caza. En su opinión, estos pueblos primitivos creían que, si plasmaban al animal en la pared, quedaría bajo su dominio y que el éxito de la caza estaría asegurado. De la misma forma, para defenderse, pintaban animales depredadores que suponían un peligro para ellos, con el fin de destruirlos y, además, reproducían escenas donde aparecían machos y hembras para fomentar la fecundidad y, así, la multiplicación de las especies. Esta idea fue rechazada por Leroi-Gourhan y Laming-Emperaire, que propusieron una teoría estructuralista usando métodos matemáticos con los que poder crear un catálogo de figuras en el que se podía vislumbrar cuántos animales había y dónde estaban situados. Llegaron a la conclusión de que los caballos y los bisontes siempre estaban asociados y de que los demás animales eran simples acompañantes. Asimismo, estas dos eran las representaciones de mayor contenido simbólico y las dotaron de una dualidad en la que los caballos se identificaban con lo masculino y los bisontes con lo femenino.

Otros autores, como James George Frazer y Edward Burnett Tylor, expusieron la teoría del totemismo, en la que un animal era venerado y acogido por la tribu, lo que hacía que fuera pintado en exceso. Pero esta teoría tiene lagunas, ya que en las cuevas no han aparecido restos óseos de un solo animal —como sí los habría en el caso de ser tótems—, sino de varios. Además, casi siempre se representaban los mismos animales, en vez de otros diferentes, y debe tenerse en cuenta las posibilidades infinitas que tenía la fauna.

Jean Clottes y David Lewis-Williams, por su parte, opinaban que las manifestaciones artísticas paleolíticas eran fruto de experiencias místicas, sueños, visiones e, incluso, del estado de trance en el que se encontraba su pintor. De esta manera, según estos autores, las cuevas eran lugares de culto a través de los cuales el hombre podía entrar en contacto con los espíritus. Por último, han surgido otras teorías que proponían que estas pinturas, signos y grabados eran un medio de comunicación. Pero ninguna de ellas ha quedado realmente demostrada, quizá porque, al tratarse de un tema tan subjetivo, no ha sido posible hacerlo.

Otra de las grandes lagunas con las que se ha encontrado el arte Paleolítico es la de conocer la cronología de las obras con exactitud. Por este motivo, Henri Breuil y Leroi-Gourhan elaboraron dos sistemas de datación diferentes. El primero se basaba en el valor cronológico de las superposiciones, pero esta forma no permitía establecer una cronología demasiado precisa. Para ello, Breuil concibió dos períodos denominados auriñaco-perigordiense y solutreo-magdaleniense. El período auriñaco-perigordiense se caracterizaba por el uso de trazos sencillos, de macaroni, de representaciones de animales con una perspectiva torcida (con cabeza de perfil, y cuernos y patas de frente), y por el predominio del color rojo. Por el contrario, el período solutreo-magdaleniense se conoce más por el uso de trazos negros para perfilar las figuras y darles mayor veracidad. En esta última etapa se han recogido las pinturas de mayor complejidad técnica. Por su parte, Gourhan dio una cronología más acertada basándose en la evolución del arte mobiliar, que estaba datado estratigráficamente, y fijó una secuencia evolutiva única.

Así, Gourhan hizo una división cronológica en cuatro estilos básicos que estaban precedidos por una etapa prefigurativa. El estilo I pertenecía al período auriñaciense y se caracterizaba por agrupar a los diseños simples grabados en piedra, a las representaciones de genitales y a los signos ideomorfos. El estilo II se correspondía con el período gravetiense y estaba determinado por la aparición de temas zoomorfos, aunque, ciertamente, se realizaban de una forma algo torpe: el cuerpo del animal aparecía con una curvatura antinatural en forma de «S» y con las extremidades muy cortas. En el estilo III, o el solutrense-magdaleniense, las figuras eran tratadas con mayor detalle y la curva de la espalda ya no estaba tan marcada como antes, aunque es cierto que seguía habiendo desproporción entre las extremidades y el cuerpo de los animales. En el estilo IV antiguo, o magdaleniense, se encontraba el culmen del realismo en las figuras. Aquí sí aparecían proporcionadas, con numerosos detalles y buscando el volumen. Además, curiosamente, las pinturas de este estilo ya no eran representadas solo en la entrada de las cuevas, como en los estilos anteriores, sino que intentaban hacerlo en cavidades más profundas. Por último, en el estilo IV reciente, que se correspondía con el magdaleniense final y aziliense, se preocupaban por el movimiento de las figuras, por el verismo y por el volumen, así que se trata del período de máximo realismo en las representaciones artísticas.

En conclusión, cabe decir que es casi imposible saber la finalidad de las obras o su significado por la ausencia de textos escritos y por la distancia temporal de los hechos. Pero los grandes avances, tanto en los sistemas de datación como en los métodos arqueológicos, están haciendo que cada vez sea más probable que algún día se llegue a encontrar la piedra Rosetta del Paleolítico Superior.

3
¿CÓMO SE PUDO ORIGINAR LA REVOLUCIÓN DEL NEOLÍTICO?

LOS PRECEDENTES DEL NEOLÍTICO

No hay mayor revolución en la Historia que aquella que conlleva un cambio total en los modos de vida de la humanidad. Si nos remontamos a los tiempos prehistóricos, uno de los mayores cambios socioeconómicos conocidos vino propiciado por el paso de la depredación del medio a la producción de los alimentos, del modo de vida nómada al sedentario y, expresado en otros términos, del Paleolítico al Neolítico.

En el Paleolítico, grosso modo, la economía depredadora de los pequeños grupos humanos nómadas se fundamentaba en la caza, la pesca y la recolección, teniendo prioridad unas u otras dependiendo del medio que se habitase. Sin embargo, por algún motivo —o varios— aún no esclarecido totalmente, hubo un momento de crisis en el que estas actividades económicas tuvieron que complementarse con otras de producción de alimentos para poder subsistir, pero pasando antes por un período intermedio que los prehistoriadores conocen como el Mesolítico. Pero ¿a qué se refieren los especialistas con este término?

El Mesolítico, para los especialistas, es aquella etapa de la Prehistoria que se identifica con las últimas bandas de cazadores, pescadores y recolectores. Este período, según las zonas, se dio entre los años 10000 a. C. y 7500 a. C. Los grupos de cultura mesolítica eran básicamente nómadas, con asentamientos estacionales de invierno y campamentos de verano. Sin embargo, en el Oriente Próximo y en algunas regiones costeras de Europa, allí donde encontraron recursos suficientes y regulares, comenzaron a sedentarizarse.

El cambio en el modo de vida de estas gentes fue posible gracias a la ampliación del espectro alimentario, que incluyó una gran variedad de alimentos que en el Paleolítico Superior posiblemente no se consumían; a la pesca intensificada en lugares costeros ricos en peces y mariscos, donde se establecieron los primeros asentamientos permanentes de gran tamaño; a la caza con desplazamiento tras los animales como forma de simbiosis con ellos, formando incluso rebaños; a la selección de especies vegetales, como las gramíneas, y al uso de un nuevo utillaje lítico más especializado. En general, el cambio se produjo gracias a un período de experimentación, de producción incipiente y de tanteo del medio natural. Todo esto vino acompañado de un cambio social importante, ya que comenzaron a surgir las primeras jefaturas, en las que un jefe toma las decisiones contando siempre con la opinión de algún chamán.

LAS DIFERENTES POSICIONES SOBRE EL SURGIMIENTO DE LA REVOLUCIÓN NEOLÍTICA

A este período de aprendizaje del Mesolítico, debido a una posible crisis socioeconómica, le siguió lo que actualmente se conoce como la «revolución neolítica». Con este término, los historiadores hacen referencia a una serie de variaciones en los modos de vida humanos que llevaron a la aparición de la agricultura, al invento de la ganadería, a los cambios en la cultura material, al trueque de productos, etc. En definitiva, se logró una transformación de la vida del hombre prehistórico mediante la producción de los alimentos, la sedentarización de los grupos humanos y la estabilización de las jefaturas, cambios que, como se analiza a continuación, se ha intentado explicar con múltiples teorías.

Una de ellas es la de los cambios medioambientales y de los «oasis», del prestigioso prehistoriador australiano afincado en Londres llamado Vere Gordon Childe. En esta teoría se hace hincapié en la importancia que tuvo el cambio de las condiciones climáticas del Holoceno. La modificación del clima pudo conllevar la desecación de amplias extensiones de tierra, que en el Oriente Próximo se tradujeron en pequeños reductos con recursos hídricos que sirvieron para acoger gramíneas y ciertos animales susceptibles de ser conservados por los humanos. Este complejo proceso favoreció la sedentarización de los pequeños grupos de la época.

Para Childe, hay dos aspectos que no pueden separarse: la revolución neolítica y la revolución urbana. Así pues, la aparición de la agricultura, la ganadería y las ciudades son procesos que van de la mano. La prueba está en que las ciudades más antiguas del mundo se encuentran en el denominado Creciente Fértil, donde comenzó la neolitización. Es el caso de Jericó, una urbe amurallada que cuenta con casi 9.000 años de antigüedad.

Una vez que se produce la neolitización del área del Oriente Próximo, Childe apuesta por una base difusionista, según la cual el Neolítico se llegó a expandir hacia la zona del Mediterráneo y de Europa. Sin embargo, esta teoría de los «oasis» se debilitó posteriormente porque se demostró que, en el Oriente Próximo, la supuesta cuna del Neolítico, los cambios climáticos no fueron tan considerables como se pensaba.

Por otro lado, a principios de la década de los años sesenta del siglo pasado, el estadounidense Robert John Braidwood lanzó la teoría de las zonas nucleares. Según este supuesto, aunque el clima no cambió radicalmente, en ciertas zonas la población aumentó y se llegó a evolucionar tecnológicamente hacia una mayor especialización del trabajo. Este investigador fue uno de los primeros en desarrollar los estudios sobre el Neolítico por medio de la «nueva arqueología», en la que se incorporan nuevas disciplinas al estudio de los restos arqueológicos. En el Neolítico, comienzan a tenerse en cuenta los estudios botánicos y zoológicos de la época. Apoyándose en estas investigaciones, Braidwood decidió buscar cuáles fueron los primeros granos y animales domesticados, y para ello acudió a las montañas que rodeaban el «oasis» de Childe. No hay que perder de vista, según su razonamiento, que las cabras, uno de los primeros animales en ser domesticados, tenían su hábitat en esa zona abrupta, al igual que ocurría con los granos de trigo salvaje.

Braidwood centró sus estudios en un pequeño yacimiento situado en las montañas del Kurdistán llamado Jarmo. Se trata de un pequeño poblado, de unos 150 habitantes, en el que hace unos 9.000 años se practicaba la agricultura y la ganadería. Como se puede comprobar, este yacimiento es coetáneo a las primeras evidencias de ciudades como Jericó.

El antropólogo norteamericano Mark Nathan Cohen, del mismo modo, por medio de su teoría de la presión demográfica, explica que el crecimiento demográfico pudo amenazar el equilibrio de los recursos naturales y, por tanto, las sociedades prehistóricas pudieron verse obligadas a incrementar artificialmente el volumen de plantas mediante la práctica de la agricultura. Sin embargo, para Cohen, este fenómeno de la presión demográfica no fue exclusivo del Oriente Próximo, sino que puede extrapolarse fácilmente a otras partes del mundo, incluso a otros períodos históricos, sin que por ello exista conexión alguna entre ellos.

Asimismo, y siguiendo con los preceptos de la «nueva arqueología», Kent Flannery y Lewis Binford, discípulos de Robert John Braidwood, desarrollaron más tarde la teoría de las áreas marginales, según la cual el paso al modo de vida del Neolítico se produjo en las zonas periféricas a las que tuvieron que emigrar los grupos humanos por la presión demográfica del momento. Lo que a simple vista podía parecer un Edén acabó convirtiéndose en un espacio superpoblado, y ciertos grupos tuvieron que emigrar a las zonas menos favorecidas por el clima. Según estos investigadores, los grupos de estas zonas marginales fueron los que produjeron el cambio a una nueva estrategia de abastecimiento por la escasez de recursos disponibles y por la presión demográfica. Estas comunidades tienen que adaptarse a las nuevas necesidades y son ellas las que inician el camino a la neolitización, apoyándose en la experimentación previa, como también pensaba Braidwood. Por tanto, no fue tan decisiva la invención de la agricultura y la ganadería como el comportamiento de los grupos humanos y su adaptación al medio en el que se encontraban.

Por último, el arqueólogo francés Jacques Cauvin rechaza muchas de las hipótesis anteriores y se muestra más afín a una teoría ideológica, en la que, por encima de determinismos ambientales y económicos, el desarrollo de las nuevas formas de vida fue el resultado de unas estrategias humanas vinculadas a la necesidad de supervivencia, sobre todo en el caso de la invención de la agricultura. Para este autor, la llegada de la agricultura y la ganadería se produjo gracias a la religión, que fue surgiendo en las sociedades depredadoras previas a la llegada del Neolítico. Por ende, la neolitización lleva consigo otros aspectos diferentes a los puramente económicos, como, por ejemplo, la necesidad de generar una especie de sinergia de grupo, especialmente en el mundo del simbolismo.

Curiosamente, a favor de la hipótesis de Cauvin, en 1994 se inició en Turquía la excavación del yacimiento de Göbekli Tepe. Tras varios años de continuados trabajos, los arqueólogos han confirmado que se trata del santuario religioso más antiguo conocido hasta la fecha. Este sitio cuenta con más de 11.000 años de antigüedad, así que es muy anterior al comienzo del modo de vida productivo y a la sedentarización.

De cualquier forma, queda patente que falta aún mucho por investigar para poder explicar claramente el origen del motivo que provocó el Neolítico, sobre todo en ciertas regiones. Está claro que no todos los elementos característicos aparecieron en el mismo lugar ni al mismo tiempo.

Las investigaciones evidencian que los modos de vida productivos y sedentarios pudieron surgir en distintos lugares y en fechas diferentes. Sin embargo, la cronología más elevada, por el momento, se encuentra en el Oriente Próximo sobre el año 9000 a. C. aproximadamente. Más tarde se localiza en otras zonas, como Europa, en las que pudo surgir bien por difusión de los conocimientos del lugar originario, bien por un surgimiento autónomo de las nuevas formas de vida en diferentes territorios. Lo cierto es que en zonas como Asia Oriental o América es más complicado pensar en la llegada del Neolítico desde tierras del Oriente Próximo a la manera que proponen los difusionistas.

En conclusión, el proceso de neolitización fue lento, diacrónico y desigual. Posiblemente requirió una larga etapa de experimentación, pero, una vez producido, no hubo regresiones y los logros obtenidos se expandieron por doquier.

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LUGARES DE CULTO CON TALLAS DE PENES Y VULVAS DE HACE 8.000 AÑOS EN ISRAEL

EL SEXO COMO MOTIVO MÍTICO-RELIGIOSO EN LA PREHISTORIA

El sexo, así como los órganos sexuales femeninos y masculinos, no siempre ha sido visto de la misma manera a lo largo de la historia de la humanidad. Nuestros antepasados, en los tiempos del Paleolítico y del Neolítico temprano, representaban el cuerpo femenino como una especie de recipiente mágico. Probablemente se percataron de que sangraba en concordancia con las fases de la luna y de que era capaz de producir personas «milagrosamente». También pudieron asombrarse ante el hecho de que los pechos de la mujer proporcionaban alimento mediante la leche materna. Y también les pudo llamar la atención el poder perceptiblemente mágico de la hembra para conseguir la erección del órgano sexual del macho y su extraordinaria capacidad para el placer sexual, tanto para experimentarlo como para darlo. Está claro que no es extraño que nuestros predecesores se maravillaran ante el gran poder sexual de la mujer.

Del mismo modo, tampoco es extraño que los genitales del hombre, como órganos que simbolizan la potencia masculina, fueran considerados con admiración y reverencia. O, más concretamente, que la unión sexual entre el hombre y la mujer, como una fuente de vida, amor y placer, haya sido considerada por nuestros antepasados prehistóricos —tanto del Paleolítico como del Neolítico— como un importante motivo mítico-religioso. La unión de los principios femenino y masculino, sobre todo en los tiempos del dominio de la agricultura, pudo vincularse con la continua fertilidad de la Tierra.

EL HALLAZGO ARQUEOLÓGICO

En 2015, un grupo de arqueólogos localizó hasta un centenar de «lugares de culto» de unos 8.000 años de antigüedad en los montes Eilat, una cadena montañosa situada en el sur de Israel, en la parte meridional del árido desierto del Néguev. Según los investigadores, todavía no está muy claro qué tipo de rituales se llevaron a cabo en estos lugares sagrados, aunque es posible que pudiera haber cierta relación entre la sequedad del terreno y la fecundidad de la Tierra.

Los investigadores, en diferentes campañas arqueológicas, han hallado un buen número de restos óseos de animales en estos yacimientos, por lo que plantean la hipótesis de que hubieran podido realizarse en ellos ciertos sacrificios rituales. Del mismo modo, también han encontrado un gran número de piedras talladas con formas que recuerdan a vulvas y penes en estado de erección. Pero ¿qué significado pudieron tener?

Ciertamente, en respuesta a este interrogante, el abanico de posibilidades se abre, aunque los especialistas apuntan a que, básicamente, puede tratarse de unos símbolos que representan la fertilidad. Se observa, en referencia a lo femenino, que las vulvas están representadas muy toscamente, en bloques de piedra amorfos, en los que se ha practicado una apertura con la forma del órgano genital femenino. También se aprecian, de forma muy básica, las partes externas de los genitales femeninos y el orificio vaginal. Respecto a lo masculino, se observa que los penes están esculpidos en piedras alargadas, en las que pueden verse perfectamente todas las partes del aparato reproductor masculino: cuerpo, cuello, corona y glande. Todos estos restos pétreos pueden llegar a medir hasta 46 centímetros de altura.

Lo más curioso de todo es que, en uno de estos posibles lugares de culto, se encontró enterrada una de las tallas dentro de una zona circular, como si se tratase de un acto simbólico relacionado con el mundo de la muerte. Sin embargo, todavía no se ha esclarecido del todo el significado que pudo tener. De hecho, objetivamente, sin textos que contextualicen estos hallazgos, es posible que nunca se llegue a conocer con exactitud el sentido de estas figuras sexuales.

Sorprende que, como si de menhires se tratara, muchas de las esculturas pétreas que se han hallado en estos cien nuevos lugares aún permanecen de pie. Es el caso de tres de las tallas con forma de vulva, que están ubicadas en las cercanías de una de las instalaciones con forma oval que aún permanecen erguidas. En este caso, algunas de las figuras pueden llegar a tener hasta 80 centímetros de longitud.

Estos lugares de culto cuentan con una larga tradición en la Historia. El falo, según los estudios etnográficos, siempre se ha adorado como presencia todopoderosa de una divinidad y como signo del mágico poder de la fecundidad. No en vano, este órgano del hombre es un símbolo de lo divino en muchas sociedades agrarias antiguas. Y se ha podido comprobar que en otras partes del mundo también se usa como un amuleto o trofeo mágico.

La vetusta tradición de representar genitales, a parte de las culturas prehistóricas, perduró hasta la Antigüedad. En esta época se mantuvieron ciertos cultos fálicos, como los ofrecidos a los dioses Osiris, Dioniso o Baco. Asimismo, el culto a los órganos reproductores femeninos pudo derivar en la adoración de diosas madres, como Deméter, Isis, Cibeles o Ma, que aparecían siempre relacionadas con el culto a la fecundidad. Este culto a lo femenino tuvo una profunda raigambre en los antiguos pueblos del Oriente Próximo que, con el tiempo, llegaron a influir en las creencias grecorromanas y germánicas.

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¿QUÉ SON LOS MONUMENTOS MEGALÍTICOS?

EL NEOLÍTICO Y EL MEGALITISMO

Hace más de 9.000 años surgió lo que se conoce como la revolución neolítica, un término que fue acuñado por el ya citado Gordon Childe, afamado filólogo y arqueólogo especializado en Prehistoria europea. La revolución neolítica supuso un cambio radical en la forma de vida de la humanidad, ya que se pasó de la vida nómada a la sedentaria. Esto trajo consigo una transformación económica, puesto que se pasó de la economía recolectora y depredadora del Paleolítico a la productora, basada en la agricultura y en la ganadería. En consecuencia, apareció la trashumancia y comenzó a producirse una mayor comunicación entre los diferentes clanes. La revolución neolítica también conllevó otros cambios importantes, como la evolución de la vivienda, ya que dejaron de usarse las cuevas para vivir en poblados con casas hechas de adobe. Otras innovaciones fundamentales del Neolítico fueron la invención de la industria textil, el mayor uso de la piedra pulimentada sobre la tallada, la creación de la cerámica, la división del trabajo y la aparición de la propiedad privada. Como se ha dicho anteriormente, todo este proceso pudo haber sido consecuencia de la crisis climática que se produjo tras la última glaciación, ya que que el planeta presentaba unas temperaturas más suaves y el clima era más lluvioso. Es lo que actualmente se conoce como el «óptimo climático».

Al parecer, este cambio crucial en las formas de vida humana se produjo en lo que antaño se conocía como el Creciente Fértil, en la actual zona sirio-palestina, y posteriormente se fue extendiendo a otros territorios. No obstante, cada vez van cogiendo más fuerza las corrientes que defienden que el Neolítico surgió de forma autóctona en varios núcleos diferentes.

En este caldo de cultivo surgió, hacia el milenio V a. C., un fenómeno cultural conocido como megalitismo, que se prolongó hasta casi la Edad del Bronce. El término megalitismo proviene de los vocablos griegos mega, que significa «grande», y lithos, que es «piedra», por lo que hace referencia al gran tamaño de las rocas que se usaron para estas construcciones. Uno de los problemas con los que se topan los especialistas al tratar este fenómeno es su origen y desarrollo. Existen varias teorías que aluden a esta realidad, pero para sintetizarlas hay que agruparlas en dos grandes bloques.

Por un lado, la teoría occidentalista y evolucionista considera que el origen de este fenómeno se encuentra en la zona atlántica europea, más concretamente entre el norte de Portugal y el sur de Galicia, y desde allí se fue difundiendo por toda Europa. Además, según esta misma teoría, se aprecia una evolución según la cual los monumentos de menor complejidad son los más antiguos, y los de mayor complejidad, los más recientes. Esta suposición de que el origen del megalitismo se encuentra en la fachada atlántica ha sido corroborada por los estudios que se han realizado recientemente con la técnica del carbono 14. Al parecer, todo apunta a que el origen estuvo en la fachada atlántica, ya que las construcciones más antiguas, que se han fechado en el milenio V a. C., se hallan en Portugal. Tienen forma de pequeñas cámaras sepulcrales cubiertas con túmulos, mientras que en Irlanda, por ejemplo, se encuentran sobre todo sepulcros de corredor.

Por otro lado, la teoría orientalista y difusionista defiende que el germen del megalitismo se encuentra en Oriente y que, desde allí, a través del Mediterráneo, se extiende por Europa. Este supuesto fue el más aceptado por los investigadores clásicos debido al descubrimiento de los sepulcros micénicos, pero hoy se sabe que son bastante más recientes que la arquitectura megalítica.

EL FENÓMENO DEL MEGALITISMO

El megalitismo es un fenómeno constructivo caracterizado por la extensión de unas particularidades, comunes a toda la costa atlántica europea y otros territorios, como los enterramientos colectivos en tumbas o las construcciones con bloques de piedra monumentales. En la fachada atlántica destacan una serie de construcciones megalíticas, como el menhir, alineamiento, crómlech, henge, dolmen, dolmen de corredor, dolmen de galería y rundgräber, y en las islas Baleares, el talayot, la taula y la naveta.

El menhir, del bretón «piedra larga», es un monolito vertical de grandes proporciones hincado en el suelo. Se trata de la edificación más simple de todas; suele aparecer aislado y es muy común en la zona de Bretaña. Al parecer, su construcción pudo estar relacionada con la delimitación de un territorio o con la señalización de centros de culto o astronómicos. Cuando los menhires aparecen formando una hilera se habla de un alineamiento y, en este caso, uno de los más conocidos es el de Carnac, en Francia. Según los expertos, es muy posible que este sitio fuera un observatorio astronómico, ya que los menhires aparecen orientados de tal manera que parecen predecir los momentos más relevantes del calendario agrícola. Existe una forma de alineamiento muy representativa que se denomina crómlech, o círculo de menhires, entre los que destaca el de Avebury, en el condado de Wiltshire, en Inglaterra.

Hacia el Neolítico Medio, entre 3500 a. C. y 2800 a. C., comienza a aparecer el henge, o círculo ritual, formado a partir de un círculo de menhires. Se puede catalogar como un crómlech dolménico que pudo delimitar un complejo ritual. Del que mayor información se tiene es del conocido como Stonehenge, que es un henge situado en la llanura de Salisbury, en Inglaterra. Esta construcción, que tiene una considerble dimensión, presenta un círculo interior con seis grandes bloques de piedra que van rematados por dinteles, seguidos de un círculo exterior de mayores proporciones. No se sabe su finalidad con exactitud, pero se ha pensado que también pudo servir como observatorio astronómico.

En cuanto a su tipología, hay construcciones de este tipo de una mayor complejidad, como los sepulcros megalíticos, entre los cuales la forma más sencilla es la del dolmen. Ciertamente, los dólmenes son las construcciones megalíticas más abundantes y están formadas por ortostatos verticales hincados en el suelo y cerrados por una losa de gran tamaño. Los dólmenes pueden aparecer aislados o formando verdaderas necrópolis. En este sentido, se observa que estas estructuras suelen presentar una cámara sepulcral cubierta con un túmulo de piedras o de tierra. Por los restos hallados en su interior, se ha deducido que en muchas de ellas se realizaron unos ritos funerarios de inhumación colectiva. De estas construcciones derivan otras más elaboradas, como los dólmenes de corredor, que presentan una cámara sepulcral y un corredor cubierto bien diferenciado. El más célebre es el de la cueva de la Menga, en Antequera, en el que han aparecido restos de inhumaciones colectivas con su ajuar, procedentes de la época de máximo esplendor del fenómeno megalítico. Es probable que estos dólmenes estuvieran también cubiertos por un túmulo, como ocurre con los dólmenes de galería, en los que la cámara y el corredor no están tan bien diferenciados entre sí. Y hay casos en los que se observan cámaras secundarias dentro del mismo conjunto. Del mismo modo, las cámaras funerarias de los dólmenes de galería pueden aparecer cerradas con una falsa cúpula, elaborada por el método de la aproximación de hiladas, como en el dolmen de El Romeral, en Antequera (Málaga). Por último, existe otra construcción megalítica conocida como rundgräber, que consiste en una pequeña estructura funeraria de planta circular que a veces aparece cubierta por un túmulo. Entre otros, destaca el rundgräber de Purchena, en Almería.

Por otro lado, algo después en el tiempo y con claras diferencias, en las islas Baleares aparece una serie de estructuras ciclópeas que también pueden ser incluidas dentro de la tipología de los megalitos. Entre todas, destacan fundamentalmente tres. La primera es el talayot, que es una torre vigía, aislada o integrada en un recinto amurallado, de planta troncocónica, cuadrada o circular, realizada en mampostería. Algunos talayots presentan su interior macizo y otros tienen una cámara a la que se puede acceder desde el exterior. Entre los más conocidos se encuentra el talayot de Trepucó, en Mahón. La segunda estructura ciclópea es la taula, que consta de una piedra vertical coronada por otra horizontal, formando una «T». En estas taulas se pudieron haber practicado ciertos ceremoniales y, aunque hay muchas teorías al respecto, se desconoce si pudieron formar parte de un conjunto religioso mayor, si eran parte de un edificio o si eran un tipo de mesa donde se realizaban sacrificios de animales. El tercer tipo es la naveta, una edificación longitudinal con forma de nave invertida, la fachada frontal plana, un acceso estrecho y un ábside semicircular. Pudo tener un uso habitacional o sepulcral, como en el caso de la Naveta des Tudons, que se encuentra en Menorca.

Para construir estos monumentos tan peculiares, en primer lugar era necesario elegir un sitio adecuado, esto es, un emplazamiento situado en algún punto importante que se quisiera destacar. Una vez elegida la posición, se delimitaba su perímetro y se preparaba el terreno. Se han encontrado algunos testimonios de esta forma de proceder en Polonia y en Dinamarca, donde se han hallado huellas de arado. Se puede pensar que esta herramienta se llegó a utilizar para arreglar y alisar la tierra y así poder levantar con mayor facilidad el monumento. En segundo lugar se pudo hacer una hoguera fundacional, según se ha deducido por las dataciones que se han realizado mediante la técnica del carbono 14. Y, en tercer lugar, se construía la cámara funeraria, para terminar cubriendo todo el conjunto con un túmulo de tierra o de piedras. Al parecer, estas construcciones se podían reutilizar. Al no haberse encontrado piedras que sirvieran para cerrar las galerías de las cámaras funerarias, se piensa que los cierres estaban fabricados con un material más ligero y efímero, que pudo permitir que se introdujeran más cadáveres en tiempos posteriores. Por regla general, estas edificaciones se señalizaban con menhires o se coronaban con piedras más pequeñas que delimitaban el túmulo por el exterior.

En conclusión, el fenómeno megalítico se ha interpretado de muchas maneras, pero, entre todas ellas, destaca la función ideológica de estas estructuras. En cada comunidad, estas estructuras podían ser un elemento de equilibrio social, un instrumento de prestigio y de poder, o, simplemente, unos delimitadores del territorio. En todo caso, se relacionan con la aparición de las jefaturas, la jerarquización social y la identificación de cierto territorio con los constructores de monumentos que allí se hallaban. La jerarquización social y el desarrollo de la metalurgia hicieron que, a partir de 2500 a. C., en el Neolítico Final, se dejaran de construir estos monumentos megalíticos en casi toda Europa, a excepción de algunos focos característicos, como el de Los Millares, en Almería, que prolongó su existencia hasta el Calcolítico.

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KSAGOUNAKI: LA PUERTA AL HADES MICÉNICO

EL FABULOSO CONJUNTO DE LAS CUEVAS DE DIROS

El conjunto de las cuevas de Diros se encuentra en el cabo Ténaro, en la prefectura de Lacedemonia, en la región del Peloponeso. Está considerado uno de los lugares naturales de mayor importancia de Grecia y podría rivalizar en espectacularidad incluso con la caldera de Santorini. Pero, además de su belleza paisajística, este fue uno de los primeros lugares habitados por el ser humano de la región, como se ha podido constatar a través de los restos arqueológicos de los períodos del Paleolítico y Neolítico hallados en la zona. El conjunto tiene alrededor de 33.000 metros cuadrados, de los cuales solo 5.000 han sido explorados. Los especialistas piensan que es posible que las cuevas lleguen hasta el monte Taigeto o hasta Esparta.

Estas cavernas están recubiertas de estalactitas y estalagmitas, y cuentan con un gran lago en su interior. Su recorrido, que hoy en día puede hacerse en barca, debió de ser impresionante en la Antigüedad y, de hecho, desde tiempos remotos, las cuevas de Diros están envueltas en leyendas, como la que dice que sus aguas profundas están habitadas por anguilas gigantes. Estas creencias hacen de ellas un lugar misterioso que en cierto momento pudo estar relacionado con la creencia en el inframundo.

Para los antiguos griegos, la entrada a estas cavernas quizá estaba relacionada con la entrada al Hades y con Caronte, el barquero que cruzaba a los muertos recientes por un lago o un río subterráneo hasta el inframundo, tras el pago de un óbolo. Esta moneda era colocada en las bocas de los muertos para asegurar que Caronte no se negara a transportarlos si no pagaban el viaje. De hecho, los antiguos griegos creían que, si no se efectuaba el pago del óbolo, los difuntos estaban condenados a vagar cien años por las riberas del Aqueronte del inframundo, tiempo en el que Caronte accedía a llevarlos sin cobrar.

Los griegos, ciertamente, construyeron muchos lugares sagrados dedicados al culto a los muertos, como el Nekromanteion del río Aqueronte o el santuario de Poseidón en el Cabo Ténaro. Del mismo modo, pensaban que otros lugares naturales estaban conectados con el inframundo, tal y como hemos dicho sobre las cuevas de Diros. Estas profundas grutas eran bastante conocidas por los lugareños, pero su exploración se inició en el año 1949 y continuó hasta 1970. En estas fechas se realizaron varias exploraciones subacuáticas, gracias a las cuales se descubrió que había estalactitas hasta una profundidad de 71 metros. La entrada natural a la gruta tenía solo 50 centímetros de diámetro, pero en la actualidad está acondicionada para ser visitada: la ruta que se pude recorrer tiene 1.500 metros, de los que los 1.200 primeros forman parte de su lago subterráneo.

En los últimos años, las intervenciones arqueológicas continúan gracias al llamado «Proyecto Diros», que incluye un programa de excavaciones en la bahía homónima. Gracias a este proyecto se han sacado a la luz los restos de un yacimiento arqueológico con estructuras habitacionales y con un complejo de antiguos enterramientos que datan del Neolítico y de la Edad del Bronce. Además del hallazgo de una pareja de esqueletos neolíticos que llamó bastante la atención a los medios de comunicación —un hombre y una mujer adultos enterrados de lado, «abrazados», datado en 3800 a. C. aproximadamente—, el equipo de arqueólogos descubrió otras muchas sepulturas y restos de diferentes construcciones que sugieren que esa bahía era un lugar importante en la Antigüedad.

LA CUEVA ALEPOTRYPA PUDO HABER INSPIRADO LA CREENCIA EN EL HADES

El sitio de Ksagounaki, situado en la entrada de la cueva Alepotrypa, en el contexto cavernario de Diros, ha proporcionado numerosas construcciones y enterramientos de adultos y niños. Todos los restos hallados dan pistas de que este lugar pudo constituir un gran complejo ritual. De hecho, hace algunos años, el arqueólogo Giorgos Papathanassopoulos lanzó la hipótesis de que la cueva Alepotrypa pudo haber inspirado la creencia en el Hades, el inframundo de los antiguos griegos. La enorme gruta, efectivamente, pudo haber albergado a un gran número de restos mortales desde tiempos remotos.

En el Neolítico, la cueva de Alepotrypa parece que fue un foco de atracción de ciertas comunidades, que acudían allí por tratarse de un centro de peregrinación importante. Estos grupos humanos debieron pasar en este lugar sagrado un tiempo determinado, durante el cual practicaban ciertos ritos religiosos. Cuando los visitantes entraban a la cueva, tras cruzar varias galerías, accedían a una gigantesca sala que contaba con una superficie de cerca de una hectárea y una altura de hasta sesenta metros. El tamaño de este espacio de la caverna era tal que pudo haber dado cobijo a varias decenas de personas. Asimismo, la altura de su bóveda era tan grande que seguro que ninguna antorcha pudo haberla iluminado, lo que pudo haberles hecho pensar que se encontraban bajo un cielo totalmente extraño. Era un lugar silencioso, frío, oscuro, sin viento, sin luna y sin estrellas. Para ellos, quizá, pudo tratarse de una especie de cielo muerto de un mundo relacionado con la muerte. Unos metros más adelante se encontraban con una laguna interior de gran tamaño —hasta seis metros de profundidad— que les cortaba el paso. Tras ella, la cueva continuaba adentrándose y descendiendo hasta quién sabe si el mismísimo Hades.

En estas idas y venidas de peregrinos, como se ha comprobado por las excavaciones y las dataciones por radiocarbono, la cueva Alepotrypa pudo haber tenido un uso doméstico y ritual durante todo el período del Neolítico, entre los años 6300 a. C. y 3000 a. C. Sin embargo, el sitio arqueológico de Ksagounaki únicamente se usó durante el Neolítico Final, entre 4200 a. C. y 3800 a. C. En Grecia, este período se caracteriza por el surgimiento de amplias redes comerciales, así como por la aparición de las herramientas de cobre, que sentaron las bases para la llegada del Calcolítico y la posterior Edad del Bronce. No obstante, para William Parkinson, codirector estadounidense del «Proyecto Diros», el descubrimiento más sorprendente fue el de una estructura funeraria del período micénico, en la que aparecen numerosos huesos desarticulados de decenas de individuos, acompañados por elementos de la Edad del Bronce Final, como cerámicas pintadas, exóticas cuentas de piedra, marfiles y una daga micénica de bronce. Parkinson y su equipo sugirieron que las construcciones megalíticas del sitio de Ksagounaki, levantadas durante los tiempos neolíticos, pudieron haber atraído la atención de los micénicos más de dos mil años después de ser abandonados.

Como se observa, en tiempos prehistóricos se produjeron numerosos enterramientos, en los que los cuerpos eran cuidadosamente sepultados y acompañados de sus correspondientes ofrendas funerarias. Sin embargo, este tipo de rituales funerarios se corta abruptamente unos tres milenios antes de Cristo y, de forma extraña, el registro arqueológico muestra un escenario totalmente diferente. En un momento dado empiezan a aparecer los restos de cierto número de cadáveres que no fueron enterrados como antes, con sus respectivos rituales, sino que simplemente aparecen allí depositados. Es como si hubieran ido allí a morir, sin más. La cueva no volvió a ser utilizada nunca más y, según parece, permaneció en el olvido hasta su redescubrimiento en el siglo XX.

¿Qué es lo que pudo haber ocurrido? Según Giorgos Papathanassopoulos, hace unos cinco mil años hubo un derrumbamiento provocado por un terremoto y varios centenares de toneladas de tierra y piedras bloquearon repentinamente la entrada, quedando varias personas vivas encerradas para siempre dentro de la caverna. La situación de conmoción que el suceso causó, según Papathanassopoulos, pudo haber hecho que el relato se transmitiera de generación en generación, hasta que varios siglos después la historia derivó al mito del Hades.

No es fácil saber si en verdad esto sucedió así. Lo que sí se observa es que, en muchas culturas antiguas de todo el mundo, las grutas y el agua aparecen asociadas a lo sobrenatural y a lo mágico. En el caso de la antigua Grecia, por ejemplo, el dios Pan, el Fauno romano, moraba en las cuevas de la vieja Arcadia y los viajeros debían dejarle una ofrenda en agradecimiento por su hospitalidad cuando se resguardaban en ellas de los rigores de la noche o del mal tiempo. En este contexto, en toda la Hélade se podían encontrar ninfas cantando y bailando en las cercanías de los arroyos y manantiales, y en las cuevas con corrientes subterráneas en las que situaban los oráculos, los lugares iniciáticos y los puntos de encuentro con el Más Allá. Y, en el subsuelo, sobre las oscuras y calmadas aguas del Aqueronte, la barca de Caronte ayudaba a cruzar al otro mundo a los muertos. Asimismo, fuera del mundo grecorromano, todos los manantiales y fuentes eran considerados sagrados para los celtas, quienes incluso pensaban que los pozos excavados en el suelo eran puntos de contacto entre el mundo terrenal y el espiritual. Por último, junto con otros seres feéricos, los antiguos pueblos de Gran Bretaña creían en hadas que moraban en los bosques, las flores, los ríos y las fuentes.

Poco a poco, con la llegada del cristianismo a Europa, estas viejas creencias fueron desapareciendo hasta su práctica erradicación. Pero los años de convivencia de estas ideas con la religión cristiana dejaron su huella. Con el tiempo empezaron a surgir fuentes de las que manaban aguas milagrosas y algunas cuevas pasaron a ser escenarios de cultos y de apariciones marianas, como en los casos de la Santa Cueva de Covadonga, en Asturias, desde el siglo VIII; la Cueva Santa, en Castellón, desde el siglo XVII; el santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en la región francesa de Mediodía-Pirineos, desde fines del siglo XIX, o el santuario de Fátima, en el distrito portugués de Santarém, desde principios del siglo XX. Del mismo modo, en Santa Marina de Aguas Santas, en la provincia de Orense, en el siglo II, una mártir cristiana fue decapitada, y su cabeza, al caer, rebotó tres veces sobre el suelo. Según la tradición, con cada bote se originó un manantial. Por último, uno de los lugares de peregrinación más populares de Europa en el medievo fue el Purgatorio de San Patricio, una cueva situada en una isla del lago Derg, en el condado de Donegal, en Irlanda. Según cuenta la leyenda, en esta gruta era posible admirar el paraíso terrenal, contemplar el infierno y tener encuentros con los muertos.

Además de las citadas, existen otras muchas cuevas en las que, a lo largo de la Historia, se ha creído que existía cierto contacto entre lo terrenal y lo espiritual. Y como pudo ocurrir en el caso de la cueva de Alepotrypa, hay otros muchos lugares sobre los que tradicionalmente se ha pensado que el mundo de los vivos se pone en contacto con el de los muertos.

7
LA MOMIFICACIÓN DE LOS MUERTOS EN LA EDAD DEL BRONCE BRITÁNICA

EVIDENCIAS DE MOMIFICACIÓN EN LA GRAN BRETAÑA DEL BRONCE

Gran Bretaña, con su clima lluvioso, no parece contar con las mejores condiciones ambientales posibles para poder preservar los cuerpos humanos inertes a través del tiempo. A priori, parece ser más propicio un clima cálido y seco, como el egipcio, para que se produzca una rápida desecación de los tejidos corporales, tras la pérdida de toda el agua que estos contienen, para su preservación. En Egipto, los cadáveres se embalsamaban para ser protegidos de la descomposición, ya que, según sus creencias, la preservación del cuerpo era una condición material previa para la vida en el Más Allá. No obstante, nuevos análisis científicos recientes practicados sobre unos antiguos restos óseos revelan que, en la Edad del Bronce, en tierras británicas, se llegó a practicar también la momificación, y eso pese al clima poco favorable para la mejor conservación de los restos hu­manos.

Concretamente, un equipo de investigadores descubrió, en 2015 (aunque este asunto se viene estudiando desde mucho antes), que unos restos humanos encontrados contaban con claras evidencias de haber sido manipulados intencionadamente y que se practicaron diversas maneras para su preservación durante la Edad del Bronce, un período que se desarrolló en esta zona entre los años 2200 a. C. y 750 a. C. Los huesos analizados, a primera vista, parecen no haber pertenecido a unos cuerpos momificados. Esto se debe a que la humedad de la región, con el paso del tiempo, fue desintegrando el tejido carnoso y la piel de los cuerpos a los que pertenecieron los huesos allí enterrados. Sin embargo, los últimos hallazgos muestran una realidad diferente que permite identificar posibles restos de momificación en el Bronce británico.

Según Thomas Booth, estudiante postdoctoral de Ciencias de la Tierra en el Museo de Historia Natural de Londres, las poblaciones de toda la Gran Bretaña de la Edad del Bronce practicaron la momificación a una parte de sus muertos, aunque los criterios para la selección de los elegidos no están claros. ¿Cómo ha llegado Booth a esa conclusión?

Se sabe que, cuando las personas mueren, las bacterias intestinales, que por lo general ayudan en el proceso de la digestión, se vuelven contra el cuerpo inerte y comienzan a atacar sus tejidos blandos desde las primeras horas del fallecimiento. Estas bacterias del intestino, en su actividad post mortem, pueden llegar a penetrar en los huesos, dejando tras de sí pequeños túneles microscópicos, para devorar las proteínas de los restos óseos del cadáver. De esta forma, los investigadores han detectado multitud de estos minúsculos túneles bacterianos —producto de la conocida como «bioerosión bacteriana»— en multitud de huesos analizados. Sin embargo, según Booth, si el cuerpo ha sido momificado, o deliberadamente conservado con técnicas naturales y de origen antrópico, los restos osteológicos no suelen presentar muchos túneles microscópicos, e incluso, en ocasiones, ninguno.

Thomas Booth, junto a su equipo de investigadores, examinó una serie de esqueletos procedentes de diferentes partes de la Gran Bretaña de la Edad del Bronce. Pronto se percataron de que había pocos (o ningún) signos del proceso bioerosivo de las bacterias. Esto, según sus conclusiones, puede explicarse porque en estas fechas se practicó a los cadáveres algún sistema de conservación o momificación que aún está por determinar. No obstante, en estos casos, el tejido blando terminó por degradarse a causa de la humedad del clima. Para llegar a esta conclusión, el grupo de especialistas practicó unos análisis microscópicos a 301 esqueletos de personas desen­terradas en 25 yacimientos arqueológicos europeos diferentes. De todos los restos óseos, los de 34 individuos provenían de sepulturas fechadas en la Edad del Bronce, y de estos 34 sujetos, 18 mostraban síntomas de haber sido enterrados justo después de su muerte, mientras que los 16 restantes mantenían sus huesos en un estado de conservación excelente. Todo esto parece indicar que estos individuos del período del Bronce fueron momificados después de su defunción. En este estudio, por tanto, se observa claramente que la preservación de los esqueletos de la Edad del Bronce en varios lugares del Reino Unido es diferente a la conservación de los de todos los demás períodos prehistóricos e históricos, que normalmente muestran signos claros de haber sufrido una descomposición natural.

Es probable que estas antiguas gentes de los territorios británicos utilizaran una o varias formas de momificar a los muertos. Puede que los colocaran temporalmente en pantanos, que los ahumaran sobre un fuego o que los evisceraran, es decir, que les retiraran los órganos después de haber fallecido. Con este último supuesto es con el que más de acuerdo está Booth. Ciertamente, los resultados de estas investigaciones arrojan luz sobre las diferentes formas de tratamiento de los muertos en esta época prehistórica y, por qué no, dan pistas sobre cómo se pudieron organizar las sociedades europeas de la Edad del Bronce. Asimismo, se deja claro que los rituales funerarios, considerados siempre exóticos e incluso extraños, en realidad fueron practicados frecuentemente y durante cientos de años por los predecesores de los británicos, entre otros.

EL HALLAZGO DE UN CASO CONCRETO DE MOMIFICACIÓN EN GRAN BRETAÑA

Son muchos los casos de momificación que se están detectando en el Bronce británico. Uno de los más sorprendentes fue el descubierto por un equipo de arqueólogos, dirigidos por el profesor Mike Parker Pearson, de la Universidad de Sheffield. Desde hace muchos años, estos investigadores están llevando a cabo una exhaustiva excavación del yacimiento prehistórico de Cladh Hallan, en la isla de South Uist de las Hébridas Exteriores, en Escocia. Entre otros hallazgos, encontraron unos restos humanos, datados en la Edad del Bronce, que fueron sometidos a un primitivo proceso de momificación. Como afirmó Parker Pearson a la prensa, el hallazgo permite que los investigadores se plateen aspectos tan cruciales como la forma en que se concebía la vida y la muerte en las sociedades prehistóricas de Europa. Está claro que este descubrimiento deja entrever que el culto a los antepasados era mucho más importante en los sistemas de creencias de la gente de la Prehistoria de lo que hasta ahora se creía.

Bajo el suelo de tierra de una casa de más de tres mil años de antigüedad, los arqueólogos hallaron los restos óseos de dos individuos inhumados, un varón y una hembra. Por las dataciones, ambos debieron ser enterrados allí algunos siglos más tarde de su fallecimiento, aunque no eran coetáneos. El hombre, que presentaba una cronología más avanzada, falleció sobre 1500 a. C., mientras que la mujer murió alrededor de dos siglos después. Todo apunta a que los dos cuerpos pudieron haber estado expuestos en la superficie durante varios siglos, tal vez albergados en una especie de casa de momias, antes de recibir sepultura cerca del año 1000 a. C. Si esto es así, quedaría aclarado el motivo por el cual es tan complicado hallar enterramientos prehistóricos en Europa y Gran Bretaña. Hasta el momento, solo se ha encontrado un pequeño porcentaje de los restos humanos que pudieron haber dejado los antiguos pobladores europeos y británicos. Si la momificación fue un procedimiento extendido entre estos pueblos, posiblemente nunca se les llegó a enterrar. Pero ¿cuál fue el proceso de momificación de estos cuerpos?

Ya se ha visto que los estudios forenses determinan que un cuerpo ha sido tratado para su momificación cuando sus restos óseos aparecen menos alterados de lo normal. Así pues, los forenses creen que esos cadáveres fueron sometidos a un proceso de embalsamamiento, empleando la turba como agente preservador. Los arqueólogos han determinado que los cuerpos pudieron haber sido sumergidos en una ciénaga, o en una poza rica en ese material, durante un período de tiempo comprendido entre los seis y los dieciocho meses. De este modo, la piel y los músculos quedaban momificados, y los huesos se desmineralizaban completamente, por lo que se preservaban mejor.

Hay tres indicios claros que apoyan esta hipótesis de la momificación. El primero es que se han encontrado todos los huesos, y aparecen en la disposición en la que anatómicamente deben estar, es decir, no estaban dispersos en el terreno. Esto se podría deber a que la musculatura y la piel no se perdieron durante la descomposición de los cadáveres, lo que contribuyó al correcto mantenimiento de la anatomía esquelética. El segundo indicio, según los resultados de los análisis forenses, es que solo una capa milimétrica de la superficie ósea aparece desmineralizada. Este fenómeno se da cuando un cuerpo ha estado sumergido en una poza de turba durante un tiempo. Y, por último, a partir del análisis del estado de conservación de los huesos, se detectó que el proceso de descomposición de los cadáveres se interrumpió de forma abrupta al poco tiempo de producirse el fallecimiento. Lo normal es que la putrefacción comience con un brutal ataque bacteriano —procedente de la fauna del aparato digestivo— que devore las partes blandas corpóreas y afecte al esqueleto de forma dramática.

Parker Pearson, además, se percató de que, al estar los cadáveres enterrados en una postura fetal bastante flexionada, igual que las que aparecen en otras culturas antiguas, como la inca, los cuerpos tuvieron que ser fuertemente atados o vendados para fijarlos. Esta posición pudo haber facilitado el transporte de los cuerpos momificados de un sitio a otro.

Estos cuerpos aparecieron en el contexto de una construcción con forma de terraza, rodeada de siete casas cónicas techadas. Pudo tratarse de un complejo ceremonial que tuvo diversos usos durante varios siglos. De este modo, según el registro arqueológico, en la época en la que las momias fueron enterradas, el emplazamiento se utilizó para encerrar a una niña de trece años y a un bebé de tres meses junto a una oveja sacrificada. Unos siglos después, este sitio sirvió de cementerio para depositar las cenizas de unos niños muertos, como depósito ceremonial de herramientas metálicas y óseas, y también como centro de sacrificios de animales, sobre todo ovejas y perros.

Por último, cabe preguntarse por qué las momias finalmente fueron enterradas si, como se ha analizado, habían permanecido en la superficie expuestas durante siglos. No es fácil responder a esta cuestión, pero puede que se debiera a un cambio en las creencias religiosas o a una invasión de pueblos foráneos, que no solo pudieron adueñarse de las posesiones de los antiguos habitantes, sino que, además, pretendieron simbolizar que se hallaban ante el comienzo de un nuevo tiempo al enterrar las momias de los antepasados de los anteriores pobladores.

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EL MISTERIO DE LAS ESTELAS DE GUERRERO DEL BRONCE FINAL

EL PERÍODO DEL BRONCE FINAL

En la Prehistoria, la Edad de los Metales coincide con el período comprendido entre el IV y el I milenio a. C. en Europa. Se divide en tres grandes etapas, que se conocen como la Edad del Cobre, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. A grandes rasgos, la Edad de los Metales se caracteriza por la introducción de importantes novedades, como el uso del metal para elaborar ciertos artefactos, aunque la piedra nunca se abandona del todo; el empleo del arado tirado por las bestias, que permite remover la tierra antes de la plantación y de la siembra; el uso de la rueda y el carro, que facilita el transporte, y la construcción de diques de contención y de canales de agua. Estas innovaciones favorecieron el crecimiento económico de los poblados con el desarrollo de la agricultura, la ganadería, la cerámica y el comercio.

En el período del final de la Edad del Bronce europea se dieron una serie de cambios cruciales, sobre todo en lo referente a la demografía, la organización económica y las relaciones sociales. Por un lado, los avences tecnológicos produjeron una reactivación de todos los sectores productivos; por otro, la transformación de los modos de producción tradicionales vino acompañada de algunas transformaciones significativas en la estructura social. En muchos territorios brotaron sociedades jerarquizadas, que formaban organizaciones sociales y políticas similares a las jefaturas complejas, en las que el poder lo ejercían determinados individuos pertenecientes a los grupos dominantes de la sociedad.

En la península Ibérica, las novedades que caracterizan a esta etapa de transición a la Edad del Hierro se aprecian mejor en unas culturas que en otras. Puede que, en este proceso de transformación, fuera decisiva la incorporación de ciertas zonas a redes de intercambio de largo alcance y que esto facilitara la llegada de diferentes conocimientos, costumbres e ideologías, en unas ocasiones por medio del comercio y, en otras, por el asentamiento de grupos étnicos foráneos. La incidencia sobre los diferentes grupos locales de las relaciones con las civilizaciones mediterráneas, por una parte, y con la Europa atlántica y continental, por otra, dio lugar a una gran diversidad cultural.

En la actualidad, se cuenta con una documentación escasa y parcial relativa a los grupos autóctonos del Bronce Final peninsular, que se dio aproximadamente entre los años 1000 a. C. y 700 a. C. No se sabe mucho sobre sus rasgos culturales y su relación con quienes les precedieron. Así que resulta complicado evaluar el alcance que estos cambios tuvieron sobre las estructuras tradicionales de las comunidades locales que más activamente participaron de estos contactos. De hecho, paradóji­camente, en muchos casos se conocen mejor los elementos foráneos que los rasgos específicos autóctonos. Sin embargo, esto no debe llevar a desdeñar el papel activo que estos grupos locales desempeñaron en la asimilación de las novedades que les llegaban de fuera. Lo más llamativo es que muchas de las culturas peninsulares de la Edad del Hierro tienen su origen en esta última etapa del Bronce. Pero ¿por qué tiene tanta relevancia la Península para otras comunidades atlánticas y mediterráneas en esta época?

La península Ibérica fue el centro de una amplia red de intercambios comerciales, que llegó a conectar prácticamente a todo el continente europeo entre sí, y a este con el área mediterránea. La creciente importancia que tomó la metalurgia del bronce convirtió a las regiones peninsulares productoras de cobre y estaño —aleación de la que surge este metal— en las principales abastecedoras de materias primas para las comunidades broncistas francesas, inglesas y centroeuropeas. Este hecho propició que en el suroeste peninsular (Huelva, el Algarve y el Alentejo) se produjeran importantes transformaciones socioeconómicas, ya que en esta zona se concentraban las principales minas de cobre de la época, así como en las regiones de Extremadura, Galicia y norte de Portugal, que tenían estaño. No obstante, las relaciones de intercambio no solo beneficiaron a las áreas productoras, sino que tuvieron incidencia en otros centros situados de forma estratégica en las principales vías de tránsito. Es el caso de la zona del centro de Portugal, que obtuvo grandes ventajas del control de la ruta que, a través del río Tajo, comunicaba la costa con el interior de la Península.

La mayor parte del registro arqueológico que se posee, para el final de la Edad del Bronce en la fachada atlántica, está compuesto por cuantiosos objetos metálicos. En su mayoría son hallazgos aislados que no están asociados a otros restos que dejaron los grupos humanos que los usaron. De esta época se han descubierto una gran variedad de armas, como espadas de lengua de carpa, distintos tipos de hachas, lanzas y otros útiles metálicos fabricados con aleaciones de cobre, estaño y plomo. Es posible, aunque no seguro, que una buena parte de estos objetos metálicos se introdujeran en la península Ibérica desde el exterior. Puede que formaran parte de un trueque a cambio de materias primas o que fueran regalos políticos para ganar las voluntades de aquellas comunidades que controlaban las fuentes de recursos o las vías de comunicación. Con el tiempo, esos artefactos importados se tomaron como prototipos que se imitaron en los talleres locales. Para muchos investigadores, es posible suponer que existieron artesanos itinerantes que iban de un lugar a otro con todo lo que necesitaban para trabajar el bronce, aunque también debió de haber cierta producción local de objetos metálicos.

Respecto a los asentamientos del Bronce Final, lo cierto es que se sabe poco de la organización del espacio en los poblados, de los tipos de asentamiento y de las características de la implantación territorial. La solución, además, no parece sencilla, ya que todos los enclaves estudiados están datados en la última etapa del Bronce, a partir del siglo X a. C. y, sobre todo, del IX a. C., y se asientan en posiciones que no habían sido ocupadas anteriormente. Ante esta situación de desconocimiento de los rasgos culturales propios de las poblaciones más antiguas, no es fácil saber qué relación existió entre los distintos grupos de esta etapa y los que les precedieron en cada región.

De la misma manera, la escasez de sepulturas que puedan fecharse con certeza en el final del Bronce es un rasgo común a toda el área del Atlántico. Muchos especialistas atribuyen este hecho simplemente al azar con el que se producen muchas veces los hallazgos arqueológicos. Sin embargo, otros opinan que este fenómeno puede tener una explicación cultural. Así, la ausencia de necrópolis puede indicar que existieron unas prácticas funerarias comunes a toda esta zona que no dejaron restos arqueológicos, o bien que estos se expresaron de un modo poco convencional. Es decir, el ritual funerario pudo manifestarse de una forma diferente a las habituales. No obstante, se han hallado algunos cementerios que pudieron pertenecer a este período en la región de Alentejo, en el suroeste de Portugal, aunque para algunos autores pertenecen al Bronce Pleno. En esta área se continúa con las mismas tradiciones que arrancaron a principios del II milenio a. C., esto es, enterramientos en pequeñas cistas rectangulares o cuadradas. Algunas de estas sepulturas fueron cubiertas con lajas de esquisto, en las que, en algunos casos, se esculpieron objetos de difícil interpretación. Puede que se tratase de símbolos religiosos o de representaciones de armas y de otros instrumentos metálicos.

EL MISTERIO DE LAS ESTELAS DE GUERRERO

Parece que en la disciplina de la Historia no es serio hablar de «misterio», pero en el caso de las estelas de guerrero del Bronce Final ciertamente es así. Los datos arqueológicos de los que disponemos no permiten conocer ni la funcionalidad ni el significado que las estelas tuvieron. Lo único seguro es que se encuentran sobre todo en Extremadura, principalmente en las zonas adyacentes al curso medio del Zújar, destacando las comarcas de La Serena y de La Siberia.

Por lo que parece, las estelas de guerrero eran unas losas de piedra en las que se representaba de forma esquemática, y con incisiones claras y profundas, a una o a varias figuras humanas rodeadas de sus armas (espadas, arcos, lanzas, escudos, cascos, corazas, etc.), de sus objetos de uso personal (carros de dos ruedas, instrumentos musicales, fíbulas, peines, espejos, etc.) y otros elementos difícilmente interpretables. Con todo, no todas las estelas siguieron este patrón, ya que en algunos casos tenían representadas figuras femeninas con un tocado en forma radial. A estas se las conoce como estelas diademadas.

A pesar de que desconocemos su función, existen diferentes teorías al respecto, destacando las que consideran que eran una especie de hitos de demarcación de los territorios o caminos de gran interés económico; de áreas de captación de recursos; de vías de tránsito de ganado y mercancías, o simples indicadores de enterramientos o incineraciones. Sin embargo, en las excavaciones se detecta una falta clara de restos antropológicos debajo de estas losas de piedra, por lo que puede que se tratase simplemente de unos monumentos funerarios de carácter conmemorativo.

En la comarca de La Serena, en la provincia de Badajoz, por ejemplo, se han localizado una importante cantidad de estelas. Las de guerrero se han hallado en territorios de Cabeza del Buey, Capilla, Zarza Capilla, Benquerencia, Castuera, Quintana de la Serena y Zalamea de la Serena; y las de diademadas, en los suelos de Capilla, Zarza Capilla y el Viso. Todas pertenecen al período final del Bronce y de principios del Hierro, y su datación está comprendida entre los siglos VIII a. C. y V a. C.

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Estela de guerrero conocida como Cabeza del Buey IV.

Aunque no todos los autores comparten esta hipótesis, los pueblos que tallaron estas estelas pudieron ser unos grupos de pastores nómadas que recibieron influencias de otras culturas indoeuropeas y mediterráneas gracias a los contactos mantenidos por el comercio. Esta gente, con el fin de señalizar el dominio de ciertas rutas y pasos naturales, pudo colocar las estelas para mostrar a los foráneos su poder, representando en las losas sus armas y sus objetos de prestigio. A través del lenguaje codificado que contenían estas piezas, se representaba el poder del jefe o de la comunidad que controlaba el territorio. No hay que perder de vista que, antes de que las aguas del embalse de La Serena inundaran todo este paraje, desde los puntos de posición de las estelas se controlaban todos los vados y los pasos por el río Zújar. En definitiva, se trataba de unas referencias visibles en el paisaje que informaban al viajero de quiénes eran los que controlaban esa zona.

Por otro lado, no se sabe mucho de la organización social y política de estas comunidades de principios del I milenio a. C., pues, como hemos mencionado, la acusada ausencia de cementerios priva a los especialistas de una de las principales fuentes de documentación. En general, se piensa que el incremento de las actividades de intercambio provocó la acumulación de poder en pocas manos y una mayor desigualdad tanto en el interior de los grupos sociales como entre ellos. Como fundamento se interpreta que las armas y las joyas ostentosas son símbolos de poder y de acumulación de riquezas, lo que significaría que, en esta época, en la fachada atlántica peninsular se implantaron organizaciones sociales y políticas complejas equiparables a las jefaturas.

Estos jefes pudieron reforzar su papel privilegiado en sus respectivas comunidades por medio de la acumulación de bienes de prestigio, provocando así la aparición de desigualdades que cada vez eran más importantes entre las distintas secciones de la población. De esta manera, al modo de las realezas orientales, incorporaron expresiones de poder que pudieron llegar a través del comercio mediterráneo. Esta es la lectura que suele hacerse de las representaciones de carros y cascos talladas sobre las estelas del suroeste y los hallazgos de piezas que se asocian a banquetes ceremoniales comunitarios, como los cuencos encontrados en el castro luso de Senhora da Guia (Baiôes) y, principalmente, la famosa vajilla de oro y plata del tesoro de Villena.

La consolidación del poder llevó consigo el control de las fuentes de recursos y de las redes de intercambio y de distribución de las materias primas y de bienes de todo tipo. Las posibles alianzas forjadas entre los jefes de las distintas comunidades —por medio de matrimonios concertados— y el in­­tercambio de regalos pudieron asegurar el libre tránsito de mercancías por los extensos territorios que moteaban las misteriosas estelas.