Elogio de la conversación

Desde que abrimos los ojos hasta que finalmente nos entregamos al sueño de nuevo por la noche, nuestro día a día está recorrido por un acopio de intercambios comunicativos cotidianos que tejen nuestras relaciones: con los miembros de nuestra familia, con nuestros amigos, con los compañeros de trabajo, con todos aquellos (conocidos o no) con quienes interactuamos. Las conversaciones cotidianas cimentan nuestra vida social y construyen nuestra imagen en las diferentes colectividades a las que pertenecemos, desde la familia, el grupo de amigos y la empresa al club deportivo, el partido político y el barrio. La conversación nos configura, nuestras palabras nos representan. Lo que decimos modela quiénes somos socialmente.

VIVIR PARA CONVERSAR, CONVERSAR PARA VIVIR

Si decide acompañarme en las páginas que siguen, le propongo un viaje por fenómenos sorprendentes. Por ejemplo, comprobará que, cuando conversamos, parecemos estar bailando y observará cuál es el chocante resultado de que algún hablante infrinja alguna de las reglas implícitas que, aunque no lo parezca, rigen en nuestras conversaciones. Averiguará también de qué modo puede manejar mejor sus intercambios conversacionales (y por tanto su salud comunicativa) si sabe cómo expresarse de forma asertiva o conoce cómo responder a un maltrato comunicativo. Descubrirá cuándo alguien le está mintiendo y conocerá algunos consejos básicos de programación neurolingüística (PNL) muy útiles para sus diálogos habituales. Comprobará que, en un día cualquiera, utiliza más metáforas que un poeta del Siglo de Oro. Verá qué fascinante fenómeno nos liga indisolublemente como especie humana a las narraciones; constatará que los relatos que insertamos en nuestras conversaciones cotidianas tienen estructura y formas propias, y que los construimos de manera muy colaborativa. Y podrá entender y comprobar por qué algunas canciones que forman parte de nuestra vida son clásicos que perduran en el tiempo gracias, entre otras razones, a su perfecta estructura de narración oral. En suma, descubrirá que nuestras conversaciones son un objeto de estudio cautivador y tienen un impacto capital en nuestra felicidad (o falta de ella).

Vivimos para conversar y conversamos para vivir. Así que le invito a observar las cosas que pasan cuando conversamos, ¡es de lo más interesante y entretenido!

LA CONVERSACIÓN EN NUESTRA VIDA COTIDIANA

El adjetivo cotidiana podría llevarnos a pensar en «superficial», «monótona» o «aburrida». Pero nada más lejos de eso. Espero que la lectura de este libro demuestre que el amplio abanico de las conversaciones de nuestra vida diaria constituye un universo muy sugerente en el que se combinan rutina y novedad, predictibilidad y sorpresa, ritual y descubrimiento. En esos intercambios habituales se producen fenómenos comunicativos de gran relevancia para nuestra vida y para la de aquellos que nos rodean.

Una conversación cotidiana es, por ejemplo, la que mantenemos en nuestros hogares con la familia, los amigos, los compañeros de piso; la que sostenemos en el trabajo de manera informal, en los pasillos y despachos, durante los desayunos y comidas y pausas de café; los breves (o largos) intercambios con los vecinos en la escalera o las calles del barrio; las charlas más personales y en confianza con los amigos; las íntimas; las festivas y chispeantes de cenas y otras celebraciones; los comentarios de los lunes sobre el último episodio de la serie de moda, el fin de semana o los resultados del fútbol; los diálogos (a menudo telefónicos) con mamá y papá —o bien con otros mayores de la familia— que nos permiten mantener el hilo intergeneracional; los charloteos intrascendentes en el vestuario del gimnasio, o los corrillos mientras esperamos que salgan los niños de la escuela.

Y son también los diálogos profundos que hacen posible intimar con alguien, conocerlo a fondo y darnos a conocer. Las conversaciones intensas y apasionantes en las que sentimos que nuestra mente entra en resonancia con la de nuestro interlocutor; esos momentos de conexión comunicativa que nos permiten adentrarnos en nuestra esencia humana más profunda, gracias a los cuales entendemos mejor a los demás, nos conocemos más a nosotros mismos y avanzamos también en nuestro conocimiento del mundo. Esas conversaciones que hacen que nuestro cerebro se inunde de hormonas del bienestar y nos liberemos de penas, temores y secretos, cuya carga se aligera de inmediato en cuanto los compartimos con alguien.

RESPIRAR, ALIMENTARSE, CONVERSAR

Usted y yo conversamos, como hacen a su vez quienes nos rodean. Y conversa también cualquier individuo de una tribu remota, aislada del resto del mundo. Lo hace precisamente porque es un ser humano. Conversar pertenece a los «automatismos» de nuestras esencias humanas, como respirar, ser bípedos y alimentarnos (esto último, en tanto que seres vivos).

Hace ya algunas décadas que estos mecanismos genéticos humanos comenzaron a recibir atención para convertirlos en actividades más conscientes, más efectivas y más armoniosas para nosotros. Hoy en día recabamos información, seguimos cursos y leemos libros sobre actividades que hasta hace bien poco eran consideradas «naturales» y, por tanto, no exigían reflexión o estudio para «aprenderlas», como, por ejemplo, dar a luz o lactar a un bebé de la manera más saludable posible. Si uno hace deporte, canta en un coro o alumbra a un hijo, habrá aprendido a identificar y reproducir diferentes tipos de respiración (pulmonar, diafragmática, abdominal...) y cómo usarlas de manera conveniente en cada situación.

Y qué decir del aluvión no solo de programas y noticias sobre cocina y gastronomía, sino también del elevado número de especialistas, publicaciones, grupos, informaciones, redes y espacios relacionados con la nutrición. Comer, se nos asegura, no debe ser un acto irreflexivo, perezoso y mecánico. No se trata en absoluto de abrir la boca y tragar lo primero que tengamos a mano. Conviene averiguar antes si podría tratarse de un producto que nos produzca toxicidad (colesterol, obesidad, aumento de la presión arterial...). Nada de comida rápida y precocinada. Muerte a la comida basura, que, lejos de alimentarnos, nos envenena (literalmente). Actualmente, para alimentarnos de forma sana, es esencial, en primer lugar, conocer bien las propiedades de los alimentos y, después, reflexionar y seleccionar los mejores para nuestra salud. Ya nadie pone en duda que comer al buen tuntún, sin pensar un poco, es lo opuesto a comer de manera saludable.

¿Y qué ocurre con la conversación, la otra de las capacidades relevantes de nuestra esencia humana?

Pues que, en este festival actual de toma de conciencia, es la gran olvidada. Por eso necesitamos abrir también un espacio de reflexión sobre ella para que reciba la misma atención en la educación, en los medios de comunicación, en las redes sociales y en todo el espacio público. La razón es evidente: si abrimos la boca y soltamos palabras con la misma inconsciencia con la que podríamos engullir un par de paquetes de bollería industrial azucarada como desayuno, corremos el mismo riesgo de producirnos una intoxicación, en este caso, comunicativa. No es broma. Llevar una vida basada en la comunicación tóxica compromete seriamente nuestra salud social, y no solo eso, también nuestra relación con nosotros mismos. Una multitud de estudios ha demostrado que quien solo se relaciona mediante comunicación basura, es decir, vive entre conversaciones superficiales, artificiosas o insinceras, quien no reflexiona sobre cómo van a ser recibidas sus palabras, sino que las suelta sin más acaba desarrollando malestares físicos. Hoy sabemos que establecer lazos de amistad, de afecto y amor con nuestros congéneres es una de las vacunas más fiables para prevenir la enfermedad, tanto psicológica como física. ¿Cómo crear, conservar y reforzar afectos si no es a través de la comunicación auténtica que nos provee la conversación? Necesitamos reivindicar la importancia de la conversación en nuestro bienestar cotidiano.

Nos conviene reflexionar y conocer cómo y qué comunicamos para saber desarrollar conversaciones que sean sanas, alimenticias y, cuando convenga, curativas. No hay mejor sanación para muchas dolencias que una buena conversación. La prueba más evidente de su poder curativo es la psicoterapia, la conversación terapéutica, que proporciona a las personas cargadas con angustia, dolor, desánimo o rabia el espacio comunicativo propicio para poder gestionar y transformar sus emociones. Como la respiración, la conversación es espontánea, fácil, natural, esencial para la vida. Y frente a comer, que implica un desembolso económico, respirar y conversar no tienen coste. Es gratis, es divertida y mejora nuestra vida; no cabe duda: ¡la conversación es la bomba!

Por eso, en estas páginas expondremos análisis, estudios, reflexiones, recomendaciones y prácticas que nos permitan desarrollar nuestra propiocepción comunicativa. Así, del mismo modo que los monitores de gimnasios y centros deportivos y de rehabilitación nos impelen a tomar conciencia de nuestros músculos para mejor activarlos mediante la percepción muscular activa, y nos enseñan también cómo tomar conciencia de nuestro cuerpo para adoptar posturas benéficas, aquí compartiremos conocimientos para desarrollar nuestra percepción sobre las conversaciones en las que participamos a fin de poder reaccionar en ellas de la manera más saludable posible.

CONVERSACIONES AL RITMO DE LA VIDA

Vivimos una época de interactividad con las máquinas que nos rodean. Lo esencial de los dispositivos que inundan nuestras vidas es que sean interactivos, esto es, que a una acción nuestra respondan con otra. Accionamos Siri y le preguntamos por un restaurante cercano, y el asistente virtual de Apple nos responde (la mayor parte de las veces). Recurrimos a Google para averiguar un determinado dato, y el dispositivo nos devuelve múltiples posibilidades. Y así sucesivamente. Esta interacción, basada en el esquema petición-respuesta, nos resulta hoy tan habitual que podría pensarse que el modelo de la conversación humana se ajusta también a ella.

Sin embargo, nuestras conversaciones humanas están lejos de ser un intercambio maquinal de información. Una charla sincera con un amigo es lo más diferente del mundo a la conversación telefónica que mantenemos, por ejemplo, con el servicio de atención al cliente (lo de «atención» es un decir) de alguna compañía telefónica, probablemente operado por un robot. Hablar personalmente con otro ser humano no consiste en una alternancia mecánica de datos (información), sino en un intercambio continuado de subjetividades, una reciprocidad continua entre dos conciencias. Y hay más: una conversación entre humanos es también un intercambio físico en el que nuestros cuerpos importan y participan. Alucinante, ¿no le parece?

El habla «en presencia» nos conecta de una manera directa y vital porque ante todo es un proceso físico, corporal. Los estudios basados en grabaciones audiovisuales muestran de manera incontestable que, cuando conversamos, los hablantes nos sincronizamos físicamente unos con otros, nos movemos de manera rítmica. Los vídeos revelan que todo nuestro cuerpo participa del decir con movimientos diminutos, estableciendo un ritmo maestro que se coordina con los ritmos del habla. Y no solo vibra la persona que tiene en ese momento la palabra. Las grabaciones descubren que los oyentes hacen casi los mismos micromovimientos labiales y faciales que el hablante, con un minúsculo retraso de una cincuentava de segundo. De este modo, hablantes y oyentes sincronizan sus frases. Dice una eminente escritora, también lingüista: «Para actuar (comunicativamente) tenemos que palpitar».1

Podemos sincronizarnos sin ver a nuestro interlocutor; lo hacemos al hablar por teléfono. La mayoría de nosotros sentimos que hablar por teléfono no es «lo mismo» que la conversación en presencia, resulta menos reparador y nutritivo que estar en compañía del otro. Aunque notamos que la comunicación que se establece solo a través del oído es menos plenamente recíproca, aun así nos las apañamos bastante bien con ella (de hecho, hay gente, y los adolescentes son un ejemplo claro, que puede charlar por teléfono por tiempo indefinido).

Algunas personas tienen problemas para conversar con normalidad; todos conocemos algún caso: entran en la conversación en momentos «raros», con respuestas extrañamente demoradas, o se refieren a un tema extemporáneo. Miramos a esos hablantes con discrepancia: son torpes, no «juegan» bien el juego de conversar. Hay especialistas opinan que esa impericia para fluir en la conversación puede deberse a alguna incapacidad de estos hablantes para entrar en ritmo, para percibir correctamente la cadencia rítmica del grupo. Si no «escuchas» bien el ritmo del otro, difícilmente puedes sincronizarte con él. Qué bonita metáfora nos brinda la música para entender lo que ocurre en una conversación: es preciso escuchar y sentir al otro para poder estar en compás mutuo. Sin escucha, no existe baile conversatorio, solo pasos deslavazados. Este es un lema importante de estas páginas: para que se produzca una buena conversación, hay que escuchar. A veces, interpretamos significados que la otra persona, en realidad, no ha dicho. Y estas escuchas equivocadas nos traen muchos problemas.

La capacidad cerebral de sincronizarse con el habla de los demás facilita el aprendizaje del lenguaje. Un experimento ha demostrado que cuando el cerebro de las personas se sincroniza con el ritmo de la voz que escuchan, aprenden mejor palabras nuevas oídas en habla continua que las personas con cerebros menos «empáticos» y resonantes con el ritmo de la voz de los demás. De nuevo, vemos cómo el ritmo y el lenguaje se imbrican.

Y es que, en efecto, mientras dos personas hablan, sus cerebros comienzan a trabajar de forma simultánea, conectándose y estableciendo un vínculo único. Es lo que en neurociencia se llama sincronización cerebral. ¿Y sabe qué? Que cuando conversamos en una lengua propia, la alineación de las ondas cerebrales ocurre de manera diferente a cuando la conversación se realiza en una lengua extranjera para nosotros. Esa diferente reacción cerebral ante la diferencia lingüística hace pensar a los especialistas que la sincronización será también distinta en las interacciones comunicativas realizadas a través de dispositivos de comunicación online, como Skype o FaceTime.

COMUNICACIÓN TECNOLÓGICA Y CONVERSACIÓN CARA A CARA

En los últimos años hemos asistido a una explosión tecnológica de la comunicación. Interactuamos a través de multitud de dispositivos; producimos ingentes cantidades de comunicaciones electrónicas en forma de mensajes de voz o de texto; participamos en videoconferencias y videollamadas; publicamos mensajes e imágenes en todo tipo de redes sociales. Estamos experimentando una pantallización abrumadora de la comunicación humana. Esto ha hecho que la comunicación a distancia —sin la copresencia de los participantes— y mediada por algún tipo de dispositivo sea cada vez más frecuente en nuestras vidas. Hasta tal punto que la conversación presencial, oral y corporal, espontánea y próxima parece estar convirtiéndose en un acto comunicativo vintage.

¿Este cambio es negativo? No. Siempre que no perdamos de vista que estas formas comunicativas tecnológicas amplían las ventajas de la conversación cara a cara, pero nunca podrán sustituirla. Charlar con nuestros semejantes es absolutamente necesario para la salud de nuestro sistema emocional, porque es el tipo de intercambio comunicativo esencialmente humano. En ese espacio de intercambio cara a cara aprendemos a fluir con los ritmos y tempos de los demás, a colaborar para construir conjuntamente un tema, una narración, un cotilleo o un chiste. Y, sobre todo, en el contexto de la conversación presencial, intercambiamos emoción y conciencia con nuestros interlocutores.

Las investigaciones aportan datos incontestables: los niños y jóvenes que no han recibido en sus familias y entornos el suficiente grado de conversación muestran menos capacidad de empatía, menos habilidad para convencer y persuadir, para ponerse en el lugar del otro, trabajar en equipo, concentrarse durante un cierto lapso de tiempo. O, formulado en términos positivos: existe una correlación probada entre el número de horas de conversación que los niños comparten con sus familias y su éxito posterior en la vida.

De igual modo que la familia en la que nacemos determina el capital económico con el que salimos a la vida, la sociolingüística ha demostrado que nuestro contexto socioeconómico familiar determina igualmente el capital lingüístico y comunicativo con el que partimos en nuestra andadura vital. Cuando la familia provee a los niños de riqueza léxica, modelos de estructuras lingüísticas corteses, patrones verbales de expresión precisa, contexto plurilingüístico y, sobre todo, de modelos y criterios sobre cómo conversar de manera adecuada en cada contexto, esos niños tienen más posibilidades de tener éxito en el futuro. Como padres y educadores tenemos la responsabilidad de proponer a nuestros jóvenes espacios reservados para la conversación auténtica, para la escucha deferente. Hemos de ser capaces de enseñarles cómo gestionar mejor sus intercambios conversacionales para que rehúyan los modelos tóxicos de comunicación y sepan cómo construir relaciones personales nutritivas y profesionalmente eficaces.

Los grandes líderes y visionarios de la tecnología de la comunicación, tal y como hacía el mismo Steve Jobs, vetan el uso de dispositivos electrónicos durante las cenas y encuentros familiares para asegurarse de que sus retoños aprenden a manejar el móvil y otras herramientas tecnológicas de forma consciente, sin permitir que la tecnología mal usada les impida desarrollar una conexión humana auténtica en la conversación cara a cara. Y también los prohíben en las reuniones críticas de los contextos profesionales. Se cercioran así de que existan en su entorno espacios libres de tecnología para poder conversar personalmente, sin dispersión. Qué listos ellos. Tan listos como los propietarios de las grandes empresas de comida basura, que muy improbablemente den de comer a sus familias lo que fabrican para los demás.

Está demostrado que las personas que no dedican atención a sus palabras, a su estilo comunicativo, a su manera de conversar tienen más dificultades a la hora de relacionarse con los demás, de manejar situaciones delicadas y de conseguir objetivos que implican la colaboración de otros. Nuestro modo de conversar es, probablemente, la tarjeta de presentación más inmediata y potente que tenemos. Resulta absurdo no dedicarle una mínima reflexión.

En suma, conocer más sobre algo tan íntimamente humano como la conversación, que tiene tanta importancia para nuestras relaciones personales y profesionales, reviste un potencial enorme que a buen seguro veremos desarrollarse en los próximos años. Del mismo modo en que hemos aprendido a rehuir los productos dañinos que no nos alimentan, sino que nos hacen enfermar; de la misma manera que hemos aprendido a seleccionar alimentos vitamínicos y a cocinar preservando las propiedades de los ingredientes, tenemos que aprender a identificar comportamientos conversacionales tóxicos para deshacernos de ellos o plantarles cara; es preciso que conozcamos y sepamos usar mecanismos verbales que favorecen el desarrollo de la conversación y la convierten en un intercambio sereno y alimenticio. La calidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestros diálogos y conversaciones. Cuanto más sepamos sobre la conversación, más eficaces y felices serán nuestras relaciones.

Un eminente psiquiatra2 afirma que hablar es la actividad humana más efectiva para proteger la autoestima saludable, gestionar las dificultades con las que nos enfrentamos a lo largo de la vida, disfrutar la convivencia y las relaciones afectivas y fortalecer el sistema inmunológico, encargado de defendernos frente a las enfermedades. Múltiples estudios recientes nos recomiendan hablar más a fin de mantener un mayor grado de socialización, más lazos y conexión con nuestros congéneres, para evitar la soledad y el aislamiento que causan mucha de la angustia y ansiedad actuales.

De hecho, en una intervención que ha tenido amplia difusión por internet,3 el profesor de la universidad de Harvard Tal Ben-Shahar comparte con la audiencia internacional seis consejos básicos para ser más feliz. De manera nada sorprendente, en cinco de esas seis recomendaciones aparece la conversación. Veamos cuáles son:

1) Mantener relaciones reales, cara a cara, que sean íntimas y profundas (esto es, conversación natural y de calidad);

2) respetar lo que este especialista llama islas de cordura, espacios en los que nos dediquemos a una sola tarea —no a la dispersión de hacer varias cosas a la vez mediante nuestros cacharros tecnológicos—, entre las que cabe desde la jardinería hasta, principalmente, pasar tiempo con un amigo (o sea, conversación);

3) darnos permiso para ser humanos dejando que las emociones negativas salgan de nosotros hablando con algún amigo o llevando un diario (es decir, diálogo con otros o con nosotros mismos);

4) expresar gratitud (de nuevo interviene la conversación);

5) dedicar tiempo a actividades que nos aporten significado y placer, como pasar tiempo con alguien a quien apreciamos (el ejemplo es del mismo especialista y, como se ve, implica, igualmente, la conversación).

Por si tiene curiosidad, ahí va la única recomendación que no necesariamente implica la charla personal: hacer ejercicio físico.

Hablar con nuestros congéneres es, como se ve, no solo una actividad auténticamente humana, sino que, además, nos proporciona salud y felicidad. Ahora bien, y retomando la comparación alimentaria, al igual que comer sano no es comer sin ton ni son (ni siquiera comer de todo), no solo importa hablar sin más, sino que se trata de construir un habla de calidad, una conversación reflexiva, con conocimiento sobre maneras verbales de relacionarnos con los demás que hagan nuestros diálogos más cálidos, agradables y efectivos.

¡Caray! Pues si además de ser gratis, reviste todas estas virtudes, dedicar atención a la conversación parece una decisión sensata y muy enriquecedora, ¿verdad?