¿Quién era Leonardo da Vinci y cómo fue su época?

«Cada hombre siempre se encuentra en medio del mundo, bajo el medio de su hemisferio, y encima, el centro de ese mundo.»

Cabeza de hombre con barba (considerado autorretrato), c 1510-1515.

EL GENIO RENACENTISTA

Precursor de algunas técnicas como el sfumato, realizó pinturas que, quinientos años después, siguen maravillando al mundo. Además, fue músico, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, escenógrafo y urbanista.

Los primeros signos de su genialidad los observamos en el ángel que pintó en el cuadro de Verrocchio, en El bautismo de Cristo. Sus retratos, siempre armoniosos, conjugan la individualidad del rostro con la idealización de la belleza y un toque enigmático rodeado de simbología un tanto críptica, a la que era tan dada la época. Del retrato de Ginevra de Benci (hacia 1474), pasando por el Retrato del músico (hacia 1485), la Dama del armiño (hacia 1490), el retrato de una dama conocido como la Bella Ferroniere (hacia 1495) y el retrato de Isabella d’Este (hacia 1500) (un dibujo a carboncillo), llegamos a la obra reconocida como cumbre de la historia del arte: La Gioconda, el retrato de Mona Lisa (1503). Se pueden observar características comunes, pero en este se percibe una indudable evolución en la técnica del sfumato, la fusión de las figuras en una atmósfera de claroscuro que intenta reflejar los objetos tal como los percibe el ojo humano.

Bautismo de Cristo de Andrea Verrocchio, maestro de Leonardo, donde pintó el bello ángel de la izquierda.

Elaboró también cuadros religiosos de indudable belleza, como la Virgen con niño (Madonna Benois) hacia 1475, que evoluciona hacia la delicada Virgen de la Rocas, con dos versiones, una hacia 1483 y otra hacia 1507, y el carbón preparatorio de La Virgen, santa Ana y el niño con san Juan Bautista (hacia 1498). También destacan sus santos: San Jerónimo, hacia 1480, inacabado; y San Juan Bautista (hacia 1510), con su reelaboración para La última cena, en el que usa la técnica de temple sobre muro, de grandes dimensiones (1495-1498); es un tratado del sentimiento reflejado en la cara de cada personaje. El momento representado es en el que Cristo anuncia la traición de uno de sus discípulos. Es el único cuadro del artista en el que se representan alimentos.

Su obra pictórica le permitía vivir, mantener un taller y encontrar mecenas, pero su interés se decantaba cada vez más por la ciencia y la ingeniería.

En sus hojas de papel bien aprovechadas, anotaba cuanto le llamaba la atención: un remolino de agua, la lluvia, un perro, una fábula, expresiones humanas grotescas, estudios de manos femeninas o desnudos masculinos…; por eso siempre llevaba un cuadernillo al cinto.

La faceta que más ha contribuido a afianzar su imagen de sabio universal es la de inventor. Sus dibujos de máquinas autómatas son un muestrario de su ingenio, su interés por desarrollar artilugios que resolvieran diversos problemas: desviación de ríos, desecación de lagunas, artefactos bélicos, un modelo de paracaídas, un modelo de artefacto para volar, diseños de hornos para asar, artilugios para mejorar la producción del vino…

Muchos hablaron maravillas de él, otros le acusaron de no terminar sus obras… Nos quedamos con lo que diría el arquitecto y teórico Per Sebastiano Serlio (1475-1554): «Verdaderamente, la teoría está en el intelecto, pero la práctica reside en las manos, por eso el grandísimo Leonardo da Vinci nunca estaba contento con lo que hacía, y poquísimas obras estaban concluidas para él; la causa era que su mano no alcanzaba a su intelecto».

Dibujo de máquina voladora con mecanismo accionado por manos y pies. (Códice Francia, Paris Ma. Fol 79r).

En definitiva, Leonardo provoca una fascinación infinita en quien se acerca a su biografía y obra por la profundidad de su pensamiento, la validez de sus investigaciones y la poesía que desprenden las figuras de su mano que han llegado hasta nosotros.

EL TIEMPO QUE LE TOCÓ VIVIR

En los siglos XV y XVI, Italia no desarrolló una identidad política nacional, pero tenía algo parecido a un sentimiento unitario, tal vez por su configuración geográfica o por el eco del antiguo Imperio romano, en el que el Renacimiento estableció sus modelos a imitar, y la convicción de pertenecer a un mundo más civilizado, arropado por un pasado glorioso.

Las relaciones feudales, que aún durarán siglos, se monetarizan, es decir, la mayoría se satisfacen a través de pagos. Aparecen casas de cambio (Arte di Cambio, en Siena; Casa di San Giorgio, en Génova…) y surge la sociedad de mercado. La necesidad de capital para afrontar las grandes empresas mercantiles hace que surjan compañías privadas que operan mediante la concesión de créditos. Por su parte, la acumulación de capital permite la creación de bancos.

En Florencia, la familia Médici se enriquece a través del comercio con Oriente y el monopolio del alumbre. Juan de Médici (1360-1429) crea la banca de su nombre, que llegará a ser la mayor casa comercial de Europa, y Cósimo el Viejo (1434-1464), al que sus conciudadanos le conceden el título de «padre de la Patria», termina controlando todos los aspectos de la vida florentina. Lorenzo el Magnífico (1469-1492), su nieto, conduce a Florencia a su máximo esplendor y, tras dominar la ciudad, persigue una política de equilibrio entre los estados italianos. El hijo de Lorenzo, Juan, que sube al solio pontificio de 1513 hasta 1521 con el nombre de León X, sería protector de Leonardo en Roma.

En ese momento histórico nació Leonardo, catalizador de todas las influencias humanísticas, envuelto en un esplendor que también llegó a la cocina: banquetes lujosos, acceso a alimentos de otras zonas, refinamiento en la puesta en escena de las comidas durante las grandes ocasiones y la invención de instrumentos de cocina, así como de atrezos y sorprendentes decoraciones para las fastuosas celebraciones.