
1. Los sofistas
2. Protágoras
3. Sócrates
4. El método del conocimiento
5. Dios y la ética en Sócrates
6. Escuelas socráticas menores
7. Influencia e importancia de estos filósofos
Los sofistas son una veintena de pensadores griegos, muy vinculados con Atenas, que desarrollaron su actividad en las últimas décadas del siglo V a. C., durante la guerra del Peloponeso. No constituyen una escuela, pero tienen en común haber llevado a cabo la revolución intelectual que desplazó la reflexión filosófica desde la physis y el cosmos hasta el hombre. Con los sofistas y Sócrates nace el humanismo, centrado en los aspectos que integran lo que hoy denominamos cultura: la ética, la política, la retórica, el conocimiento, el lenguaje, el arte, la religión, la educación. Frente a los sofistas, pesimistas y escepticos, Sócrates defiende la posibilidad de alcanzar con certeza verdades y valores. Su método de dar a luz la verdad, por medio del diálogo inteligente, es el primer esbozo de inducción científica. Toda su vida es una batalla pacífica por el triunfo de la ética, sobre el cimiento de unas virtudes a las que se llega por el conocimiento del bien. Su influencia en el pensamiento griego y en toda la historia de la filosofía es considerable.
• El hombre es la medida de todas las cosas (Protágoras).
• De los dioses no puedo saber si existen o si no existen, ni qué forma tienen. Son muchas las dificultades que obstaculizan tal conocimiento, como la imposibilidad de recurrir a la experiencia sensible, y la brevedad de la vida (Protágoras).
• Todos los discípulos echamos de menos a Sócrates, pues era el mejor en la virtud. Era piadoso y en todo obraba según el pensamiento de los dioses (Jenofonte).
• Es evidente que Apolo no ha querido decir que yo sea sabio, sino que ha usado mi nombre como si hubiese puesto el siguiente ejemplo: «El más sabio de los hombres es el que reconoce, como hace Sócrates, que su sabiduría no vale nada» (Sócrates).
1. Los sofistas
En su estudio del cosmos, los filósofos presocráticos no llegaron a ninguna conclusión definitiva, y este aparente fracaso llevó a dirigir el interés hacia el propio hombre, prescindiendo de la cosmología. Este cambio de enfoque tuvo lugar por primera vez con los sofistas. Se pueden distinguir dos generaciones de sofistas. La primera comprende los sofistas principales, contemporáneos de Sócrates y Pericles, que expusieron en Atenas sus doctrinas antes de la guerra del Peloponeso: Protágoras, Gorgias, Pródico e Hipias. La segunda generación está representada por discípulos de los mayores, y sus posturas radicales provocan la crítica incansable de Platón. La vaciedad de sus juegos lógicos fue ridiculizada por Aristófanes en Las nubes, y el peligro de sus enseñanzas fue advertido por Tucídides, quien puso en boca de Pericles la duda sobre la aptitud de la filosofía para educar a ciudadanos libres.
Durante el siglo V a. C. tendrán lugar en Grecia importantes transformaciones sociales, políticas y económicas. Mencionarlas nos permitirá apreciar mejor los aspectos fundamentales de la sofística:
• Relativismo. El crecimiento del comercio hace que las leyes y costumbres helénicas se contrasten con leyes y costumbres extranjeras. Ese intercambio de ideas pone de manifiesto que lo tenido por verdadero e indiscutible puede carecer de valor en otras culturas, y surge así la crítica de la religión y de los valores tradicionales, de las formas de gobierno aristocráticas y de las instituciones públicas. Se trata, en el fondo, de una amplia discusión sobre el carácter relativo de la verdad y del bien, y sobre los límites del relativismo.
• Cosmopolitismo. El sincero aprecio por otras formas de vida y de pensamiento hizo que los sofistas perdieran el característico apego de los griegos hacia su propia ciudad, y que fueran, de hecho, cosmopolitas, ciudadanos de la Hélade.
• Educación retribuida. La instauración de la democracia en Atenas y en otras ciudades griegas consolida el poder del pueblo y debilita el de la aristocracia. Entra en crisis la idea de que la virtud y el poder deben estar ligados al nacimiento, y se abre la posibilidad real de adquirir cualificación intelectual y política por medio de la educación. El sofista, protagonista de ese cambio de perspectiva, deja de ser un filósofo tal y como hasta el momento se entendía y se convierte en un educador. El cultivo desinteresado de la filosofía, a cargo de aristócratas que tienen asegurado un buen nivel de vida, pasa a ser en los sofistas una profesión, un medio de vida que exige una compensación económica. Por eso, aunque «sofista» significa «sabio», tal significado adquirió pronto el matiz negativo de embaucador y «cazador de jóvenes ricos», según la famosa expresión platónica.
• Maestros de retórica. El programa de la enseñanza sofista era variado: gramática, interpretación de los poetas, filosofía de los mitos y de la religión, y, sobre todo, retórica. El arte retórica era imprescindible para la vida política, pues en la polis era imposible abrirse camino como hombre público si no se sabía hablar con elocuencia.
• Ateísmo. «De los dioses no puedo saber si existen o si no existen», dijo Protágoras, y su agnosticismo se convirtió en ateísmo en los últimos sofistas. Es famosa la crítica de Critias a la creencia en los dioses. En Sísifo, una de las tragedias que escribió, expone su teoría sobre el origen de dicha creencia. Las leyes, dice, no sirven para asegurar la justicia; por esa razón, hace ya mucho tiempo, «un hombre sabio y pragmático inventó el temor a los dioses, para que los malos tuvieran miedo si a escondidas decían, hacían o pensaban algo mal».
• Lo natural y lo convencional. Al abordar los problemas éticos y políticos, los sofistas desean distinguir entre normas basadas en leyes fijas de la naturaleza —fisis— y normas convencionales —nomos—. Hipias, al reflexionar sobre la igualdad natural de los seres humanos, criticó la esclavitud como una convención contraria a la naturaleza. Protágoras consideró que las leyes éticas y políticas son convencionales, pero deben respetar la naturaleza humana y buscar la justicia. Gorgias y Trasímaco, al considerar natural que el fuerte se imponga al débil, pensaron que lo antinatural es la justicia.
• Ley del más fuerte. Los sofistas surgen durante las tres décadas de la guerra del Peloponeso (431-404 a. C.): una contienda fratricida, en cuyo transcurso los griegos perdieron todo su tradicional y equilibrado sentido de la vida. Los atenienses llegaron a declarar a los espartanos que «los que pueden imponerse por la fuerza no tienen necesidad alguna de justificación». Violadas todas las normas de conducta y sumergidas en la catástrofe personas, familias y ciudades, triunfaba el inmoralismo del «todo vale». En ese clima irrespirable, sofistas como Gorgias y Trasímaco aportaron la justificación teórica del derecho del más fuerte.
2. Protágoras
Nació en Abdera hacia el 486 a. C., y murió a finales del mismo siglo. Fue el mayor representante de la sofística y el primero que se hizo llamar sofista, indicando con ello ser «maestro de educación y de virtud». Ejercía su enseñanza por medio de lecturas y debates públicos, exigiendo una retribución en dinero y dejando a la decisión del alumno fijar la suma que considerara adecuada. En Atenas tuvo alumnos influyentes y trabó amistad con Pericles y con Eurípides. Entre sus numerosas obras, las más conocidas fueron Sobre la verdad, Sobre los dioses y las Antilogías o Contradicciones.
Piensa Protágoras que una realidad constituida por cualidades contrarias, como sostienen muchos presocráticos, no nos permite construir una ciencia natural verdadera, pues nada puede conocerse con seguridad. Por tanto, lo único que cabe es el relativismo. El fragmento más conocido de Protágoras, que encabeza su obra Sobre la verdad, dice que «el hombre es la medida de todas las cosas». Esta especie de axioma puede significar que sólo el hombre, al conocer y entender las cosas, determina lo que son. Pero el homo mensura se ha convertido también en la carta magna del relativismo occidental, al negar cualquier criterio objetivo para distinguir la verdad del error, el bien del mal.
Sin embargo, y en contra de lo que podría suponerse, teniendo en cuenta que ningún código legal o de conducta es, según Protágoras, más verdadero que otro, el ciudadano particular debe atenerse a la tradición, al código aceptado por la polis. De esta manera, lo que podría parecer un relativismo revolucionario es, en realidad, un instrumento de apoyo a la tradición y a la autoridad.
El relativismo de Protágoras es consecuente con su agnosticismo. En su tratado Sobre los dioses, afirma: «De los dioses no puedo saber si existen o si no existen, ni qué forma tienen. En efecto, son muchas las dificultades que obstaculizan tal conocimiento, como la imposibilidad de recurrir a la experiencia sensible, y la brevedad de la vida.» Estas palabras ocasionaron que fuera acusado, como Anaxágoras, de impiedad y ateísmo, y que fuera procesado por el tribunal ateniense. Recogidos y quemados sus escritos, fue condenado al exilio. Se dice que pudo morir el año 411, a causa del naufragio de la nave que le conducía lejos de Atenas.
Aunque hombres de la talla de Protágoras y Gorgias no podían proponerse dar al traste con la religión y la moral, sofistas de menor categoría enseñaron una retórica que relativizaba peligrosamente creencias, costumbres e instituciones tradicionales. Sin embargo, su mal más profundo no consistía tanto en plantear problemas como en carecer de soluciones. Contra este relativismo reaccionaron Sócrates y Platón, esforzándose por sentar con firmeza las bases del conocimiento verdadero y de los juicios éticos.
3. Sócrates: plan de su filosofía
Todos los discípulos echamos de menos a Sócrates, pues era el mejor en la virtud. Era piadoso y en todo obraba según el pensamiento de los dioses; justo, pues fue el más útil a quienes le trataron; moderado, pues nunca prefirió lo cómodo a lo bueno; prudente, pues no se equivocó juzgando lo bueno y lo malo; capaz de juicio, de consejo y de reprensión a los que se equivocaban. Y por todo ello era considerado el mejor y más feliz de los hombres.
JENOFONTE, Memorables
Contemporáneo de los sofistas y considerado por la opinión pública como uno de ellos, Sócrates vivió en Atenas los setenta años de su vida, del 469 al 399 a. C. Las contadas ocasiones en las que salió de su ciudad fueron para defenderla valerosamente en las batallas de Delos, Anfípolis y Potidea. Hijo de un escultor acomodado y de una comadrona, se dedicó a la reflexión filosófica y a su enseñanza pública, interpretando que eso era lo que el dios Apolo le había pedido por medio de su oráculo délfico. Esta actividad, centrada en la crítica rigurosa y libre, molestó a muchos, y por ello fue acusado de corrupción ideológica y condenado a muerte. Discípulos de Sócrates habían sido, entre otros, Alcibíades y Critias. El primero había profanado el culto a los dioses en el 415, y habiéndose pasado durante un tiempo a Esparta, puso en grave aprieto a Atenas. En cuanto a Critias, era público su ateísmo, y fue el más violento de los Treinta oligarcas.
Para los griegos, es el destino quien mueve los hilos de la vida humana. La razón guía al hombre como el timón a la nave, pero el destino y los dioses lo empujan como el viento y las olas: las dos terceras partes de su existencia no dependen de él. Sócrates vino al mundo precisamente para poner a prueba a la razón, medir su alcance y ejercitarla hasta las fronteras del misterio. Parecía un sofista rodeado por los mejores jóvenes de la aristocracia ateniense, pero no recibía de ellos retribución alguna por su enseñanza, y pronto se vio que su pretensión era justamente superar la sofística y recuperar el respeto a la verdad.
Los sofistas se declaraban maestros de virtud, pero los principios teóricos de su enseñanza conducían a un pesimismo radical sobre la condición humana, del cual el individuo era invitado a liberarse arriesgándose en el inmoralismo del superhombre. Sócrates, en cambio, se empeña en difundir la posibilidad de una ética edificada sobre el cimiento de la virtud.
Frente al ateísmo y agnosticismo de los sofistas, Sócrates elabora una argumentación sobre Dios apoyada en la racionalidad del cosmos. Así convierte el Nous de Anaxágoras —ley racional universal, principio divino panteísta— en una divinidad personal que ve lo que pasa a la vez en Egipto, en Atenas y en Sicilia. Una Divinidad inteligente y justa, que reparte premios y castigos, tal vez el primer precedente del futuro monoteísmo.
4. El método del conocimiento
El oráculo de Delfos había dicho que nadie era más sabio que Sócrates, y éste, desconcertado, decide investigar el sentido de semejante afirmación. Inicia, para ello, una serie de conversaciones con sus conciudadanos, preguntando a cada uno sobre su oficio o profesión. Así descubre que, aunque se creen sabios, el poeta y el escultor no saben explicar en qué consiste el arte, y el gobernante y el militar no saben mucho sobre la justicia y la valentía. Por eso, como los que se consideran sabios no lo son, Sócrates, que no se considera sabio, es el que más se acerca a la verdad. En esas conversaciones, la ironía socrática obliga al interlocutor a rectificar y matizar constantemente sus respuestas, y el fruto de ese esfuerzo suele ser sacar a la luz (mayéutica) verdades hasta entonces desconocidas. La ironía es el medio más eficaz para desenmascarar la sabiduría aparente, la parte negativa del método socrático, seguida de cerca por el aspecto constructivo de la mayéutica:
Mi arte de dar a luz se parece al de las comadronas excepto en esto: que no lo practico con las mujeres sino con los hombres, y que el parto es del alma y no del cuerpo.
El escepticismo sofista negaba la adecuación entre el pensamiento y la realidad. Sócrates admite que la verdad no hay que buscarla en el revoltijo de las cosas sensibles, pero afirma que podemos encontrarla en la intimidad del alma. El «Conócete a ti mismo», grabado en el frontón del templo de Delfos, invita precisamente a superar la miopía de los sentidos para descender al fondo del propio espíritu y descubrir en él la verdad permanente. Después, el diálogo con otros hombres desenreda la verdad de las opiniones, y la esclarece. Esa mayéutica socrática, arte de dar a luz la verdad por medio del diálogo inteligente, es el primer esbozo de la inducción científica: el método capaz de reducir la multiplicidad de experiencias a la unidad de un principio universal expresable en una definición. Así lo reconoce explícitamente Aristóteles:
Dos son las cosas que con razón se pueden atribuir a Sócrates: los razonamientos inductivos y las definiciones de lo universal; las dos se refieren al principio de la ciencia.
Hay quien sostiene que el concepto universal es puramente subjetivo. Sin embargo, es muy difícil ver cómo podríamos formar tales nociones universales y por qué tendríamos que formarlas, a no ser que se dé una base real para las mismas. El concepto universal destaca por representar la permanencia en un mundo donde todo parece perecedero. A Sócrates, por su preocupación ética, le interesó encontrar definiciones universales que sirvieran de asidero en medio del agitado mar del relativismo sofista. No era un teórico, sino que estaba convencido de que, para el recto gobierno de la vida, es esencial tener un conocimiento claro de la verdad.
5. Dios y la ética en Sócrates
Sócrates parte de lo particular y concreto, pero no de la particularidad de los hechos físicos sino de los humanos, pues sus aspiraciones no apuntan a las leyes de la naturaleza sino a las leyes de la conducta humana: a los conceptos éticos (virtud, justicia, moderación, etc.) que hacen posible tanto el juicio verdadero como la acción buena. Y cuando alumbra el nacimiento de ideas verdaderas en forma de definición, no lo hace con fines especulativos sino prácticos: para vivir éticamente.
Estoy seguro de que lo mejor que os ha podido ocurrir en Atenas es mi sumisión perfecta a los mandatos del dios, pues no hago otra cosa que ir por todos lados y persuadir a jóvenes y viejos de que lo primero no es el cuidado del cuerpo ni el acumular riquezas, sino el cuidado y mejoramiento del alma. Tampoco ceso de repetiros que las riquezas no dan la virtud [...]. Y si con tales consejos pervierto a los jóvenes, serán consejos perniciosos; pero si alguien dice que enseño otra cosa, se engaña y os engaña miserablemente.
PLATÓN, Apología de Sócrates
Toda la vida de Sócrates es una batalla pacífica por el triunfo de la ética. El centro de esa ética es el concepto de areté, virtud, y la virtud se alcanza por medio del conocimiento: para obrar bien hay que conocer el bien, y el que obra mal es por ignorancia, porque juzga lo malo como bueno. Éste es el sentido del imperativo socrático: conócete a ti mismo. Y este énfasis en el conocimiento del bien da a la ética socrática un inconfundible matiz intelectualista. Tal intelectualismo constituiría un desenfoque si no estuviera equilibrado por el papel de la voluntad, responsable de una virtud que Sócrates no se cansa de ponderar: el autodominio. Cuando Sócrates hace responsable del mal moral a la ignorancia, quiere decir que sólo el hombre ignorante puede considerar como bien lo que en realidad es malo, y preferir el bien aparente a los bienes reales.
La ética socrática se apoya en la naturaleza humana y habla de deberes naturales. Deberes que no son mandatos arbitrarios, sino que, en relación con la naturaleza humana que reflejan, expresan el verdadero bien del hombre. En la medida en que la naturaleza humana es constante, los valores éticos también lo son, y es un gran mérito de Sócrates el haber reconocido la validez permanente de dichos valores, y el haber tratado de fijarlos en definiciones universales que pudiesen tomarse como normas de conducta.
Sócrates murió acusado de impiedad, «por no creer en los dioses de la ciudad y por introducir nuevas divinidades», dice Jenofonte. Sin embargo, un innegable trasfondo religioso sostiene todo el pensamiento del maestro. Sus ocasionales críticas no se dirigen nunca contra la divinidad, sino contra la insensatez de los hombres que admiten estúpidas prácticas adivinatorias. Sorprendido por las pocas facultades que Anaxágoras concede al Nous, Sócrates piensa que esa Mente suprema, causa de la racionalidad del cosmos, ejerce una bondadosa providencia, dentro de la cual su misma muerte se despoja de todo acento angustioso.
No aprueba el antropomorfismo de las divinidades griegas, pero eso no le lleva al extremo agnóstico y ateo en que caen los sofistas. Si Jenófanes había llamado a los viejos mitos «invenciones de los antepasados», Sócrates desea el premio después de la muerte y teme a Zeus. Contra Protágoras, sostiene que «Dios es la medida de todas las cosas», aunque generalmente habla de los dioses en plural.
A Sócrates le parece que el mundo está bien hecho, y que la Providencia se manifiesta en los dones con que la tierra nutre al hombre. Toda la realidad le habla de un Demiurgo benévolo que ama la vida y la justicia. Y, cuando un sofista le dice que tal Demiurgo es demasiado grande para tomar en consideración el culto rendido por los humanos, Sócrates responde que el culto ha de ser rendido precisamente a causa de la grandeza divina.
6. Escuelas socráticas menores
El gran continuador de la herencia intelectual socrática es Platón. A los demás discípulos, entre los que se cuenta Jenofonte, se les denomina socráticos menores. Varios de ellos, tras la muerte de Sócrates, se dispersaron por Grecia y fundaron escuelas que tienen en común su interés por los problemas de la vida individual y su desinterés por la política, reduciendo la filosofía a una reflexión sobre la virtud y la felicidad.
• Antístenes (445-365 a. C.) fundó en Atenas la escuela cínica, y en ella puso de relieve la autarquía y el autodominio de Sócrates, oponiéndose a los desarrollos metafísicos de Platón. La capacidad de bastarse a sí mismo, el no depender de nada ni de nadie, había sido propuesto por Sócrates, pero Antístenes lleva ese ideal hasta límites extremos y convierte la autarquía en la esencia de toda su filosofía. Le sucedió Diógenes, famoso por su vida extravagante. Los cínicos buscan la felicidad individual en la independencia personal, en la supresión de necesidades, en la tranquilidad de ánimo. Ese ideal les lleva a la mendicidad, a la renuncia a toda teoría, al desdén por la verdad, al desprecio del placer, del bienestar, de las riquezas y de los honores.
A diferencia de los cínicos, Sócrates había estado por encima de las opiniones ajenas porque poseía hondas convicciones y principios propios. Estuvo dispuesto a desobedecer a los oligarcas, con riesgo de su vida, antes que cometer una acción injusta. Pero nunca hubiese vivido como Diógenes, dentro de un tonel, tan sólo para manifestar su desprecio al modo de vivir de sus conciudadanos. El cínico también modifica el mensaje socrático en sentido antipolítico: indiferente a la familia y a la patria, se siente ciudadano del mundo. Sócrates, por el contrario, siempre se sintió orgulloso de ser ateniense.
• La escuela cirenaica es fundada por Aristipo de Cirene (435-360 a. C.), un sofista agregado al círculo socrático. Su ideal es un hedonismo regulado por el cálculo de las consecuencias útiles o perjudiciales. El bien supremo es el placer, pero no podemos permitir que nos domine: es el sabio quien debe dominar las circunstancias y acomodarse a lo que venga. Como puede apreciarse, Aristipo representa un relativismo materialista muy próximo a los sofistas y bastante alejado de Sócrates.
Conviene añadir que la doctrina cirenaica es precursora del epicureísmo, mientras que la escuela cínica desembocará más tarde en el estoicismo. Así, desde Sócrates hasta el apogeo del Imperio romano, durante más de cinco siglos, triunfará un pensamiento pragmático y escéptico, que reduce la filosofía a una ética entendida como independencia y autarquía, lejos de la portentosa agudeza de las grandes concepciones metafísicas y políticas de Platón y Aristóteles. La razón de esta devaluación hay que buscarla en la misma crisis del mundo antiguo, que sustituye por la filosofía unas convicciones religiosas y morales en descrédito. Se convierte a la filosofía en una especie de religiosidad de circunstancias donde el desorientado hombre de la calle encuentra, como ha escrito Julián Marías, «una moral mínima para tiempos duros, una moral de resistencia, hasta que la situación sea radicalmente superada por el cristianismo».
7. Influencia e importancia de estos filósofos
Los sofistas fueron los primeros profesores de Occidente, y fundaron disciplinas como la filosofía del derecho y de la religión. Fueron los primeros en criticar la esclavitud y en defender la democracia, la libertad de expresión y el pluralismo ideológico.
Sócrates pasará a la historia por su defensa de la libertad de conciencia y de expresión, por aportar al nacimiento de la ciencia los razonamientos inductivos y las definiciones de lo universal, por haber sido el maestro de Platón, por su influjo en las escuelas filosóficas posteriores y en la historia de la ética.


Cuestiones relevantes
1. ¿Cómo influye en la filosofía de la Grecia clásica el contexto histórico?
2. ¿Qué carácter tienen, para los sofistas, las leyes y las normas morales?
3. ¿Qué aportaciones y consecuencias se derivan del pensamiento sofista?
4. ¿Cómo marcan el pensamiento de Sócrates sus circunstancias biográficas?
5. ¿En qué se diferencia Sócrates de los sofistas?
6. ¿Es Sócrates escéptico? ¿Es relativista?
TEXTO PARA COMENTAR
(Habla Sócrates:) Mi arte mayéutica tiene seguramente el mismo alcance que el de las comadronas, aunque con una diferencia: que se practica con los hombres y no con las mujeres, tendiendo además a provocar el parto en las almas, y no en los cuerpos [...]. A mí me ocurre con esto lo mismo que a las comadronas: no soy capaz de engendrar la sabiduría, y de ahí la acusación que me han hecho muchos de que dedico mi tiempo a interrogar a los demás sin que yo mismo me descubra en cosa alguna, por carecer en absoluto de sabiduría, acusación que resulta verdadera. Mas la causa indudable es ésta: la divinidad me obliga a este menester con mi prójimo, pero a mí me impide engendrar. Yo mismo, pues, no soy sabio en nada, ni está en mi poder o el de mi alma hacer descubrimiento alguno. Los que se acercan hasta mí parecen, a primera vista, que son unos completos ignorantes, aunque luego todos ellos, una vez que nuestro trato es más asiduo, [...] progresan con maravillosa facilidad, tanto a su vista como a la de los demás. Resulta evidente, sin embargo, que nada han aprendido de mí y que, por el contrario, encuentran y alumbran en sí mismos esos numerosos y hermosos pensamientos.
PLATÓN, Teeteto
1. Mostrar la estructura conceptual del texto.
2. Analizar los tres términos escritos en cursiva.
3. La mayéutica es el método que Sócrates sigue para alcanzar la sabiduría teórica y práctica. ¿Cómo relacionar dicho método con concepciones de otros filósofos de la antigüedad clásica?