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Vince

¿He dicho ya que me hubiese encantado dedicarme a la psicología? Pues, en mi búsqueda de sujetos con los que experimentar, confieso que me encantaba observar a las personas, intentar descifrar su personalidad. Y desde que había leído sobre los arquetipos de personalidad del eneagrama, tendía a encasillar a los demás en una de las nueve que proponía.

Según este sistema de clasificación, en cada persona predomina un tipo de personalidad que, según su estado de ánimo, puede acercarse a otro adquiriendo algunos de sus rasgos.

Yo pensaba que la pija loca pertenecía al eneatipo 1, personas perfeccionistas cuya ira interior intentan no exteriorizar —aunque ella lo de no exteriorizar lo llevaba un poco mal—. O quizás al 3, que se caracterizaban principalmente por preocuparse por su imagen y sus logros. En fin, fuera lo que fuese, tenía ganas de comprobar por mí mismo que así era.

El tema era que en ello estaba pensando cuando vi entrar a Jen por la puerta. Tuve la esperanza de que Brenda la siguiera… Y qué largo fue mi suspiro cuando no lo hizo.

—¡Hola, paisana! —Me acerqué a ella sin dudar, al fin y al cabo era una clienta.

Su rostro se iluminó al verme.

—¡Hola, Vince! ¿Qué tal va todo?

—Bueno, no me puedo quejar. ¿Qué va a ser hoy?

Ella cogió la carta y empezó a ojear la parte de los cafés.

—Mmm…, un café con leche y uno de esos estupendos cruasanes que nos pusiste ayer.

—Ajá, tomo nota. ¿Por dónde anda hoy tu amiga? —pregunté con cierto aire indiferente, aunque era lo único que quería saber.

—Se… —Vaciló unos instantes antes de responder, o sea, que me iba a mentir—. Se encuentra un poco mal.

—Vaya, espero que se mejore. Vuelvo dentro de un segundo con tu pedido.

Ella me sonrió amablemente, y yo le guiñé un ojo.

Aquella mañana, durante la hora del desayuno de los empleados, me senté en la mesa de Jen y me puse a hablar con ella.

No debería haberlo hecho, ya que ahora estoy como estoy, pues, a partir de aquel día, todo se convirtió en un caos.

Empezó a presentarse allí todas las mañanas, y desayunábamos juntos. Yo intentaba conseguir información sobre Brenda, que en ese momento andaba buscando trabajo, lo mismo que Jen cuando salía del bar. Nunca me decía por qué no la acompañaba a desayunar, pero yo sabía que mi presencia le molestaba.

Puedo decir sin vacilar que lo que se me ocurrió a continuación fue uno de los peores errores de mi vida, sin lugar a dudas. No estoy orgulloso de ello y bien que lo estoy pagando.

—¿Te… gustaría quedar fuera del bar alguna vez? —Sonreí como un don Juan.

Ella se ruborizó un poco.

—¿Me estás proponiendo una cita, Vince? —preguntó coqueta.

—Sí, exacto, señorita Jennifer White.

—Debo advertirte de una cosa: Bren nos matará por esto, le caes un poco mal…

Me hice el sorprendido, pero la verdad era que por dentro me moría de la risa.

—¿Ah, sí? —Arqueé las cejas, con aire inocente.

—Sí, por el rollo de la bici y eso… —Parecía triste.

—Ella es muy importante para ti, ¿verdad?

Sus ojos verdes me miraron con mucha dulzura.

—Sí, es mi mejor amiga desde la infancia; incluso teníamos un lema: «Bren y Jen, friends forever». —Soltó una carcajada—. Sé que suena cursi pero es algo que nos levantó el ánimo en muchas ocasiones, más de las que podría contar. —Volvió a fijar la vista en su café, algo avergonzada por haberme contado ese secretillo.

Puse una mano encima de la suya. Ella me miró.

—Tranquila, haremos que me acepte.

Y no sé por qué, en ese momento, sentí que no le mentía sobre eso, que la realidad era que quería que Brenda me hiciera un hueco en su vida.

¿De verdad había jugado cuando era pequeña como una niña normal? ¿Había sido capaz realmente de hacer que una persona la quisiera tanto como lo hacía Jen? Me parecía surrealista estar hablando de la misma chica estirada que yo había conocido.

Y. lejos de causarme rechazo, como el curioso experimentador con instinto de psicólogo patológico que era, me entraron más ganas de conocerla aún, de saber qué había sido de su vida y por qué ella era así ahora.