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HISTORIA DE UN DESEMPLEADO

Cayetano Norman Farías, un ciudadano común y corriente, decidió contraer matrimonio con su novia de toda la vida. En gran parte, la decisión de Cayetano de formalizar su relación obedeció a que recientemente había obtenido un ascenso. Ahora era director de comercialización de Conseco México, una aseguradora mexicana. Según sus cálculos, su sueldo de 30 000 pesos le permitiría construir y mantener su nuevo hogar.

Después de una suntuosa boda en Yautepec, Morelos, siguió una extravagante luna de miel en un gran crucero. Luego del delicioso viaje al Caribe, Cayetano retornó a sus actividades cotidianas y a su nuevo puesto en la aseguradora.

Transcurridos cinco meses, ocurrió algo en verdad terrible: un memorándum de la oficina matriz, Conseco Co. Inc. (con sede en Estados Unidos), mencionaba la posibilidad de que los directivos estadounidenses ­pudieran cerrar las operaciones de la compañía en la Ciudad de México. Muchos ejecutivos de Conseco desestimaron esta probabilidad de cierre, pues la filial en México estaba vendiendo grandes cantidades de seguros de vida universal, y los accionistas ya habían invertido más de 10 millones de dólares.

Sin embargo, unas semanas después, la noticia se tornó oficial. La orden de los estadounidenses de cerrar la filial de la empresa en México y liquidarla era inminente. El vicepresidente en turno de la compañía, Thomas Phelps, envió un comunicado a todo el personal de la aseguradora mexicana para notificar la desagradable noticia.

Al parecer, otra compañía, llamada Green Tree Financial Corporation, estaba en pleno proceso de fusión con Conseco Inc., en Indianápolis, Indiana. La asociación era de tal magnitud que Conseco se convertiría en una de las mayores compañías de Estados Unidos. En tales circunstancias, no cabía en los planes del nuevo consejo directivo manejar operaciones en América Latina, por lo que se tomó la decisión de desaparecer las filiales de México, Brasil, Colombia, Chile y Argentina.

Por la tarde, se veían por los pasillos de la aseguradora más de 50 rostros abatidos. Nadie sabía qué sentir o externar. Había un silencio sepulcral. ¡Estaban presenciando la muerte de Conseco México!

Al siguiente día empezaron a circular cientos de cajas de cartón por los pasillos. Cayetano y otros 56 empleados comenzaron a empacar todas sus pertenencias. Plumas, fotos, cuadros, muchos archivos y algunos recuerdos llenaron poco a poco las cajas. Lentamente, la oficina fue quedándose vacía.

Millones de dólares en gastos de operación, oficinas, mobiliario y equipo se perderían o se rematarían. Más de 57 personas quedarían sin empleo en México y se sumarían al total de 292 desempleados en toda América ­Latina. Miles de asegurados recibirían dinero en efectivo por sus remanentes de primas no devengadas; más de cuatro años en tiempo, planeación y marketing terminarían en la basura, y más de 1 680 000 dólares fueron enviados por la matriz para cerrar definitivamente la filial de la Ciudad de México.

En México, a diferencia de lo que ocurre en algunos países de América Latina y Estados Unidos, los bancos y las aseguradoras son rigurosamente monitoreados y supervisados por el Gobierno y por las respectivas comisiones; ello, para garantizar el pago de siniestros, en el caso de las aseguradoras, y la devolución de dinero a los ahorradores, en el caso de los bancos.

En particular, las aseguradoras están reguladas tanto por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) como por la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas (CNSF), así que no era posible cerrar Conseco de un día para otro. No era una tarea que pudiera realizar el personal de la aseguradora por sí solo.

Para emprender la liquidación de Conseco, el Gobierno mexicano nombró a un liquidador encargado de llevar a cabo este difícil proceso, el licenciado Pérez de Mendoza. Él se instaló en las oficinas de la aseguradora junto con su equipo de cuatro ejecutivos, quienes se encargarían de hacer una auditoría profunda para examinar el buen manejo de todas las operaciones anteriores. Si todo estaba en completo orden, procederían con la liquidación. Así dio inicio una serie de amargas entrevistas, juntas, preguntas, cálculos, informes y papeleo.

Los liquidadores no perdieron el tiempo, y a dos semanas de haber iniciado este penoso proceso, Cayetano estaba en la calle con el famoso “cheque rosa”, esto es, con su liquidación. El cheque era realmente jugoso: casi 165 000 pesos. Esta cantidad incluía tres meses de sueldo, 20 días de salario por cada año trabajado, partes proporcionales de aguinaldo, prima vacacional, vacaciones y finiquito. Era suficiente para que no sintiera preocupación durante cierto tiempo por haber perdido su empleo.

Cayetano salió de su oficina cargando dos cajas, se despidió de su jefe con un caluroso abrazo y también de algunas secretarias. Ese día se organizó una cena con algunos de sus compañeros de trabajo que también habían sido liquidados. Fueron a un restaurante para tomar unas copas y decirse adiós.

Durante la velada comentaron muchas anécdotas graciosas y chismes de la oficina. Ordenaron una gran cantidad de bocadillos, una botella de ron y otra de tequila. Al calor de las bebidas, Maite comentó que visitaría Europa con el dinero de su liquidación. Luis presumió los romances y las novias que había hecho en la oficina. Los Jorges criticaron fuertemente a su jefe, un estadounidense medio inepto de apellido Lafont, en tanto que Antonio Pérez mencionó que se iría “de mojado” a Laredo para reunirse con su familia.

Después de terminada la cena y las botellas y una vez liquidada la cuenta, empezaron las despedidas con abrazos. En el restaurante se escucharon las frases típicas que suelen abundar en esas reuniones: “Nos vemos”, “Yo te hablo”, “Entonces me avisas si se hace algo”, “La tocamos de oído”, “Claro que sí”, “Gracias por todo”... Casi todos se fueron a dormir a su respectiva casa, salvo Luis y Andrés, quienes continuaron la despedida en otro bar, y Consuelo y Jorge Picazo, quienes al parecer se fueron juntos.

Cayetano llegó a su departamento pasada la medianoche, y mientras buscaba las llaves, la puerta de la entrada se abrió inesperadamente. Tras ella apareció su esposa Abigaíl, de 26 años. Antes de saludarlo siquiera, le preguntó: “¿Ya te dieron tu liquidación?”. Cayetano no respondió por temor a que ella notara que había bebido, así que solo sacó de su bolsillo el cheque doblado y se lo entregó.

Abigaíl nunca había visto un cheque por una cantidad así, de modo que se limitó a sonreír y empezó a maquinar ideas sobre cómo gastarlo. Al otro día le propuso: “Mi amor, ¿qué te parece si nos vamos a Nueva York a visitar a mi hermana Clarisa? Un viaje podría ayudarte a despejar tu mente, y todo el asunto de Conseco pronto quedará atrás. Después podrás pensar mejor qué haremos”. Al principio, Cayetano creyó que era una idea descabellada, pero, como suele ocurrir, una esposa insiste tanto que siempre se sale con la suya.

El viaje a Nueva York resultó fabuloso. Fueron de compras, al teatro y a cenar a los restaurantes de moda. De regreso a México, ya en la fila para abordar el avión, Cayetano empezó a sumar los pequeños gastos de su mujer para restarlos después al total del gran cheque rosa. Lo que aún quedaba de su liquidación eran más de 130 000 pesos. Él calculó que era una cantidad de dinero suficiente para sufragar sin problemas sus gastos por más de siete meses.

Cayetano, de 31 años de edad, un ciudadano común y corriente, ejecutivo, responsable, de nivel social medio, de complexión delgada, tez blanca, pelo entrecano, altura promedio y —hasta podría decirse— bien parecido, había estudiado Administración de Empresas en una universidad de prestigio; además, tenía un buen dominio del inglés. Mejor aún: contaba con más de siete años de experiencia en su campo laboral, pues antes había trabajado en varios bancos reconocidos a nivel mundial, así como en una empresa de telemarketing.

No obstante, nunca había perdido su empleo. No sabía qué sentir o qué hacer, y aunque no estaba triste, lo invadía un sentimiento raro y muy peculiar que día con día cobraba mayor intensidad. Cayetano pensaba: “Tengo muchos meses para buscar un buen empleo. Un ejecutivo con mi experiencia, seguro de sí mismo y apuesto, puede encontrar algo interesante en poco tiempo. Además, si eso sucede antes de los siete meses para los que tengo presupuesto, tomaré otras vacaciones o me compraré un coche nuevo con el dinero que me sobre”. Una vez que resolvió en su mente todas las complicaciones, logró conciliar el sueño y durmió tranquilo en el vuelo de regreso a México.