1. La Venus de Brassempouy, o Dama de Brassempouy, Gruta del Papa, Brassempouy, Landas, Paleolítico superior, Gravettien, c. 21000 a. C. Colmillo de mamut, al.: 3,65 cm. Musée d’archéologie nationale, Saint-Germain-en-Laye.

Introducción

Desde la Antigüedad, los retratos han tenido como misión la representación de gente destacada, héroes y dioses. Con el tiempo, este género ha evolucionado desde las adornadas esculturas de mármol griegas, hasta los cuadros comtemporáneos, fotografías y obras abstractas. Mientras que el estilo estético del retrato es específico de cada periodo y cambia a lo largo del tiempo, el propósito principal del retrato ha permanecido constante –retratar la personalidad, las características o la esencia de la persona o personaje, haciendo de la cara la parte más importante de la composición.

Se puede rastrear el origen del primer retrato en la Prehistoria (c. 30000 a. C), cuando los hombres reproducían los contornos de sus sombras en un intento de preservar su memoria en los periodos de ausencia. Poco a poco estas representaciones evolucionaron a imágenes monocromáticas de líneas y formas simples que se pueden comparar con los retratos modernos y las figuras abstractas creadas por artistas como Pablo Picasso o Henri Matisse. Esta obra colectiva intenta crear una visión de conjunto de la historia del retrato en dos disciplinas artísticas, la pintura y la escultura.

En la jerarquía de la teoría artística, el retrato se vio inicialmente como algo menor, comparado con la pintura histórica, pero superior a los bodegones y otros géneros. A lo largo de la historia del arte, los teóricos alguna vez han sido escépticos o críticos acerca del parecido con el modelo, insinuando que el artista a menudo lo idealiza. A pesar de esto, la gran cantidad de retratos conservados sugiere que este género era muy solicitado por los responsables de encargar obras de arte a lo largo de toda la cronología artística.

El retrato ha estado a menudo eclipsado por otros estilos y géneros. El arte clasificado como pintura narrativa o escultura es casi siempre más apreciado por las masas que la representación en blanco y negro de una figura política o de un artista famoso. Quizá esto ocurre porque la gente asume que un retrato no apela a la imaginación o cuenta una historia. Las diferencias entre este tipo de obra y una pieza narativa se pueden comparar a las que hay entre una novela y una biografía. La primera se centra en el argumento y la acción mientras que la segunda se preocupa más del desarrollo y análisis de un individuo concreto. Por eso una biografía se podría considerar aburrida en comparación con una novela, repleta de escenas dramáticas. Sin embargo, dependiendo de la propia naturaleza de la escritura, una biografía puede ser igual de fascinante y absorvente que una obra de ficción. Evidentemente, en el mismo sentido, un retrato pintado de forma hábil y ejemplar puede ser tan sugerente como la ilustración de un mito o historia particular. Si se conoce alguna información sobre la vida y personalidad del modelo, a menudo es impactante la accesibilidad que se tiene al retrato, ya que el espectador reconoce el tema inmediatamente y puede comparar su conocimiento de la persona con la representación que tiene delante. Pero incluso la imagen de un desconocido puede estar tan cargada de significado y profundidad que el observador no pueda evitar intrigarse. Un buen retratista puede ilustrar una historia con tanta efectividad que ni siquiera necesite un título preciso. Por ejemplo, Hombre con un guante de Tiziano, Retrato de un hombre de Rembrandt o La dama del abanico de Velázquez pueden atraernos de manera más fuerte que los retratos identificados de estos mismos maestros.

La primera cualidad de un buen retrato es el poder de revelar el interior, o la historia, del modelo. Se suele decir que el hombre lleva una máscara y sólo en momentos de inconsciencia se la quita. El gran retratista debe ser capaz de capturar la naturaleza del individuo, una tarea increíblemente compleja dado que el espíritu del sujeto sólo se revela fugazmente. Este artista, como el poeta Tennyson describe, «se sumerge en una cara, de manera divina atraviesa todos los obstáculos, encuentra al hombre detrás de ella y, así como lo pinta a él, pinta su cara, la forma y el color de una mente y una vida, subsiste para la posteridad, por lo mejor de él mismo.»

El objetivo no es sólo representar las características físicas del sujeto, sino la esencia del individuo. Aristóteles señaló que «el propósito del arte no es presentar la apariencia externa de las cosas, sino su idiosincrasia.» El retrato interpretativo suele modelarse después de la famosa Mona Lisa de Leonardo da Vinci. La misteriosa naturaleza de la expresión facial de la Gioconda le da profundidad a su carácter –el espectador queda instantáneamente intrigado y quiere conoce lo que pueda estar escondiendo. Por eso, para alcanzar este nivel de retrato, el artista debe ser empático y comprender el espíritu del sujeto. Además, desde el punto de vista de la composición, la Mona Lisa simboliza la perfección: las precisas proporciones y el uso de la perspectiva atmosférica son responsables por igual de los elogios recibidos en el mundo del arte. Desde entonces, numerosos retratistas, aunque lejos de alcanzar su ideal, han idealizado a da Vinci y usado su obra como inspiración. El poder de James Abbott McNeil Whistler sobre su propio círculo es reseñable, mientras que Franz Hals y Diego Velázquez son universalmente reconocidos. A menudo, la personalidad del modelo se revela mediante una mirada directa que parece englobar una dimensión fascinante del sujeto. Encantadores o solemnes, los ojos del individuo semejan atraer al espectador con un sentimiento de intimidad que resulta difícil de definir o romper. Esta cualidad es especialmente evidente en la naturaleza jovial de las obras de Hals, las amistosas sonrisas evidentes en los cuadros de Joshua Reynolds, y la aparente melancolía de las pinturas de Domenico Morone. Otras veces, el artista evita la confrontación directa con la mirada del modelo, que parece estar ajeno a la observación de la que es objeto. En estas obras el pintor capta la intimidad del hombre en comunión consigo mismo; una característica propia de la mayoría de los cuadros de Tiziano. Por eso, la habilidad del artista para representar la idiosincrasia del modelo se convirtió en un elemento cada vez más subjetivo. Al principio, cuando el retrato estaba restringido a unas determinadas clases sociales (la aristocracia, la iglesia y la clase media-alta o burguesía) se hacía necesario que el retrato resultara halagador. Finalmente, los artistas se ganaron el derecho a expresarse libremente, según sus propias reglas y su propia interpretación del sujeto.

Obviamente, la noble revelación del carácter está en la idealización de la figura por parte del artista. Cuando el pintor puede ilustrar su interpretación del alma del sujeto, realiza la más alta función de su arte. El entendimiento psicológico es la segunda cualidad igualmente importante en el retratista –el poder de dar verosimilitud al modelo. En un retrato dinámico debería parecer que la sangre corre de verdad por las venas del individuo. El espectador debería sentir que está mirando a un ser humano vivo, no una pintura o una escultura. Debería existir la sensación de una presencia real, o incluso de vitalidad y vivacidad. A veces esto se logra mediante la representación realista de los rasgos físicos, sin embargo otras veces esto es menos concreto y el vigor se logra por la posición del individuo dentro del cuadro. En las primeras representaciones de grupos militares de Hals, las figuras están tan vivas que parece que podrían incluso salir del marco y caminar junto al espectador. La calidad es perfecta, incluso aunque los sujetos no se restringen a estar sentados o en una posición forzada. Los retratos de Velázquez de Felipe II ejemplifican esta idea, ya que representan al monarca en posturas relajadas.

El grado en que la semejanza física debería ser valorada como esencial en un retrato es un tema controvertido. Esta primera función del género siempre ha sido el objetivo aparente, si no el real, del pintor. En las primeras etapas del arte del retrato, la técnica era escasa y generalmente el modelo, o el grupo de modelos, eran fáciles de contentar porque no había obras previas con las que se pudiera comparar. En ese momento, la mitad del desafío era crear una representación exacta de la persona y su atuendo dejando aparte la captura de la esencia del ser humano. Si las características principales de los rasgos faciales eran visibles y de alguna manera, reconocibles, el parecido era considerado maravilloso. Con los avances de la técnica y el estilo se esperaba una precisión más fotográfica, como las obras de Domenico Ghiraldaio y Jan van Eyck. A menudo el retrato se encargaba por razones prácticas, no fue hasta más tarde cuando se reafirmaron sus intenciones estéticas. Esta era la principal aspiración de los venecianos, que creían que el aspecto decorativo de la pintura tenía especial interés para el artista. Desde este punto de vista, el parecido pasaba a segundo plano. En este sentido, Tiziano, Rembrandt y Rubens a menudo exageraban los rasgos de la persona representada, renunciando a los elementos básicos del retrato. Estos grandes maestros sacrificaban la exactitud de los rasgos, requerida por el género, en aras de la belleza.

Las escuelas noreuropeas destacaron en la reproducción exacta de los rasgos faciales y la topografía. El meticuloso realismo del arte flamenco del siglo XV continuó con el retrato alemán del siglo XVI, como se observa en las obras de Alberto Durero y Hans Holbein. En la escuela holandesa del siglo XVII esta técnica realista alcanza su esplendor, siendo Rembrandt la única excepción a la regla. Velázquez tenía su propia manera de retratar a los modelos, más que centrarse en la imitación meticulosa de los detalles, intentaba transmitir una impresión general de la persona.

Por lo general, los retratistas se dividen en objetivos o subjetivos, dependiendo de la cantidad de autorretratos que producen. Nobleza y distinción son los adjetivos más utilizados para describir la obra de Tiziano y Antón van Dyck, mientras que gracia y encanto se usan para las escuelas francesa e inglesa del siglo XVIII. Diferentes escuelas de artistas y maestros tales como Holbein, Hals y Velázquez se pierden completamente en sus temas, abandonándose totalmente a sus impresiones personales e idealizaciones. Sus obras salen de sí mismos y brillan resplandecientes como si ellos sólo fueran una herramienta que sujeta el pincel y una fuerza motriz externa ejecutara el tema.

En la historia del retrato la limitación de un artista es la oportunidad de otro de prosperar. En las composiciones de van Dyck y Jean Marc Nattier encontramos constantemente el mismo motivo, o el mismo tipo de tratamiento del tema, que más tarde se convirtió en mecánico y redundante hasta el punto de que perdieron la capacidad de crecer y evolucionar dentro de su estilo artístico. Velázquez y Rembrandt encontraron un único modelo que resultó ser un inagotable campo estudio. Para ellos, una vida no fue suficiente para dedicarla a la gran cantidad de variaciones que esa figura podía inspirales.

Una vez más, es interesante que, mientras algunos hombres fueron claramente producto de su tiempo, otros nos resultan anacrónicos. Tiziano desarrolló su carrera en el apogeo de la escuela veneciana y personifica sus mejores cualidades, mientras que Velázquez parece estar dos siglos por delante de sus coetáneos y crea nuevas composiciones con las que ellos no podían ni soñar. El ambiente que rodeaba a Tiziano y Holbein o a Pedro Pablo Rubens y van Dyck dio forma al carácter y calidad de su obra, pero otros artistas no aparentan tener relación con su entorno. Fue la mentalidad franca y directa de los holandeses la que brindó los pintores más visionarios, como Rembrandt. Otros países, como España, un país cálido y de alma romántica, produjo naturalistas como Velázquez. Así, en el campo de los grandes retratos, podemos encontrar los más diversos temperamentos y tipos de obras. No existe un pintor que posea todas las cualidades que caracterizarían al retratista perfecto, pero todos ellos son necesarios para presentar y explorar los diferentes aspectos de este género pictórico.

Durante el siglo XIX, con la llegada de nuevos medios artísticos, como la fotografía, el retrato se vio como un arte en extinción. La fotografía englobaba prácticamente todos los elementos que el retrato había intentado alcanzar desde el principio y, por eso, este género tenía que tomar una nueva dirección. Los impresionistas franceses como Camille Pissarro y Claude Monet empezaron a desarrollar nuevas técnicas mezclando los efectos de la luz y sus propias interpretaciones artísticas. Los posimpresionistas, sobre todo Vincent van Gogh, popularizaron el autorretrato y el uso de colores vibrantes. Estas evoluciones sirvieron de catalizador a un gran número de movimientos artísticos que aportarían a muchos de los pintores más influyentes, como es el caso de Picasso y su obra maestra cubista, Las señoritas de Aviñón. El poderoso movimiento surrealista cultivado por Salvador Dalí y Max Ernst impulsó una época que puso los cimientos de la abstracción y los retratos contemporáneos. Después de la Segunda Guerra Mundial, con artistas como Norman Rockwell y Andy Warhol, el retrato tomó una nueva dirección política y económica, dentro de la nueva sociedad de consumo de los años 50 y 60 del siglo XX. En este libro encontramos mil ejemplos de retratos que representan no sólo el género, sino también movimientos específicos en la historia del arte.

Para el lector y espectador, las siguientes páginas muestran un panorama general de personajes del pasado, mas o menos famosos, que forman parte de la cronología del arte. Si bien la colección aquí reunida es un acercamiento a la plétora de retratos creados a lo largo del tiempo, las obras son representativas de algunos de los movimientos artísticos más importantes de la historia del arte. El poder del retrato se define por su capacidad de preservar el recuerdo de la persona representada, lo que implica la indispensable calidad de las obras. Por tanto, esta dinámica colección de mil obras maestras crea un diálogo entre los artistas de diferentes periodos que muestran las diferentes estéticas y estilismos que les permitieron expresar su creatividad.