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«EL PATRIARCADO NO EXISTE»

Negar el patriarcado es negar una evidencia académica desarrollada en diferentes ámbitos de las ciencias sociales. Sería, por ejemplo, como negar el feudalismo y el sistema organizativo entre vasallos y señores.

El patriarcado, como lo entendemos hoy día, se desarrolló en la tercera ola del feminismo radical, en los años setenta del pasado siglo. Hasta entonces, patriarca era casi una palabra nostálgica que denominaba a los jefes de núcleos sociales y familias. La teoría feminista, sin embargo, define el patriarcado como el sistema de dominio y poder de los hombres sobre las mujeres. Es, en consecuencia, un sistema que se ejerce a través de la política, la economía, la cultura o la religión y que aplica diferentes grados de marginación, opresión o violencia sustentadas en los mandatos de género. Esa violencia, como indicaba Pierre Bourdieu[29], no es preciso que sea física, puede ser (y resulta incluso más eficaz) una violencia simbólica, aquella que es «insensible e invisible para sus propias víctimas».

Si nos educan con estereotipos, con lo que se espera de una niña o un niño en cuanto nacen, normalizamos comportamientos y pautas de desigualdad. Y es que los estereotipos afectan a la forma en que las personas interpretan y recuerdan la información sobre sí mismas y sobre los demás. Es decir, tienen unas implicaciones cognitivas y motivacionales[30]. No hay nadie que nos venga bajo el brazo con un libro titulado Machismo y nos haga aprender la lección, sino que esta ideología está arraigada dentro de las propias dinámicas y acciones cotidianas, de ahí que su asimilación sea normalizada. Y sus efectos se perciben a pronta edad. Un estudio publicado en Science mostró cómo, desde los seis años, las niñas se consideran menos brillantes que los niños, lo que puede influir en su autoestima y tener un impacto negativo en sus aspiraciones profesionales[31].

Quien mejor lo explicó fue Gerda Lerner en La creación del patriarcado. La autora realiza un recorrido histórico de más de dos mil quinientos años, desde aproximadamente el 3100 al 600 antes de Cristo. Y, en su desarrollo, Lerner confiesa que las piezas empiezan a encajar cuando el origen del patriarcado se sitúa más en el «control de la sexualidad femenina y la procreación que en cuestiones económicas»[32]. Destaco aquí algunos puntos clave, muy relevantes, de la autora:

a. La apropiación por parte de los hombres de la capacidad sexual y reproductiva de las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la propiedad privada.

b. Los estados arcaicos se organizaron como un patriarcado, así que desde sus inicios el Estado tuvo un especial interés por mantener a la familia patriarcal.

c. Los hombres aprendieron a instaurar la dominación y la jerarquía sobre otros pueblos gracias a la práctica que ya tenían de dominar a las mujeres de su mismo grupo. Se formalizó con la institucionalización de la esclavitud, que comenzaría con la esclavización de las mujeres en los pueblos conquistados.

d. La subordinación sexual de las mujeres quedó institucionalizada en los primeros códigos jurídicos, y el poder totalitario del Estado la impuso.

La historiadora muestra que el patriarcado nació con el surgimiento de los Estados, que, a través de la esclavitud, sometían a las mujeres de los nuevos territorios conquistados para explotar su función sexual y reproductiva. Debido a las cifras de mortalidad infantil de la época, se obligaba a las mujeres a parir suficientes hijos para mantener a la comunidad con una tasa de reposición. De hecho, Carme Valls sostiene que la mayoría de las mujeres, hasta mediados del siglo XX, quedaban embarazadas desde la primera menstruación en la adolescencia y, prácticamente, no volvían a tenerla, porque estaban casi siempre embarazadas o en lactancia[33]. Por eso, las mujeres no fértiles siempre fueron señaladas y marginadas durante siglos.

Lerner explica, además, que «el hecho de que las mujeres tengan hijos responde al sexo», y «que las mujeres los críen se debe al género, una construcción cultural». Es decir, que mientras la explotación sexual sí se debía al sexo con el que se nacía, asumir la crianza de la descendencia como exclusividad femenina fue una imposición cultural. El sexo de los hombres no les impedía cuidar de los hijos, sino que fue más bien una dejación de responsabilidades planificada.

Interesante es también la investigación de Fernández-Martorell[34]. Esta antropóloga sostiene que el patriarcado actual surgió con la llegada del capitalismo, a partir del descubrimiento de América. Desde entonces, se han reforzado dos situaciones que han limitado el papel social de la mujer: el matrimonio (de esta manera se garantizaba que el trabajador tuviera todo listo al llegar a casa y pudiera incorporarse al trabajo con sus necesidades cubiertas) y la caza de brujas (como factor ejemplarizante para aquellas mujeres que no obedecían el papel social esperado).

Ahora bien, ¿cómo se establece ese patriarcado? Para que dure, tiene que haber una alianza entre hombres. Es lo que sostiene Heidi Hartmann[35] cuando apunta a un acuerdo de «solidaridad» entre varones que los «capacita para dominar a las mujeres». Por eso, el patriarcado es aún más fuerte que el feminismo. A los varones no les importa sus diferencias económicas, sociales, raciales o de orientación sexual. Tienen algo en común: son hombres, y eso solo les vale para saber cómo comportarse frente a las mujeres. Como recogía Chimamanda Ngozi Adichie, «los hombres pobres siguen disfrutando de los privilegios de ser hombres, por mucho que no disfruten de los privilegios de ser ricos»[36]. Además, un informe de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) explica que «es triste comprobar que una de las pocas instituciones no racistas de Sudáfrica es el patriarcado»[37]. Y es que el patriarcado es universal. Y eso a pesar de que, en la Ilustración, el desarrollo de los derechos políticos basados en el contrato social establecía también un contrato racial para que los hombres blancos explotaran a los no blancos, como recuerda Mills[38].

¿Cómo se consiguió, entonces, que, a pesar de las diferencias que pueden separar a los hombres, estos se unieran hasta formar la estructura patriarcal? Para conseguir esa integración y que no se produjera ninguna división interna, Muller sostiene que en el inicio del patriarcado los líderes de las tribus convirtieron al resto de los hombres en los líderes o cabezas de sus propias familias (sobre la mujer e hijos), a cambio de que estos aportaran algunos recursos a la tribu. Así, de forma natural, como cabezas de familia, se establece un pacto entre hombres[39] que se refuerza de manera privada con un contrato sexual de forma tácita, entre marido y mujer, según Pateman[40].

Un apunte final para quienes suelen decir: «No soy feminista, pero mucho menos machista porque me he educado en un matriarcado», para indicar que han crecido entre mujeres. Hay que dejar claro que el matriarcado en la misma equivalencia que patriarcado (como sistema de control, sumisión y desigualdad) no existe. Para eso, recurro de nuevo a Lerner, cuando reflexiona sobre sociedades matrilineales. Matiza que incluso en estas el poder decisorio dentro del grupo de parentesco está en los varones con más edad:

Quienes defienden el matriarcado como una sociedad donde las mujeres dominan a los hombres, una especie de inversión del patriarcado, no pueden recurrir a datos antropológicos, etnológicos o históricos. [...] Solo puede hablarse de matriarcado cuando las mujeres tienen un poder sobre los hombres y no a su lado, cuando ese poder incluye la esfera pública y las relaciones con el exterior, y cuando las mujeres toman decisiones importantes no solo dentro de su grupo de parentesco, sino también en el de su comunidad. [...] Dicho poder debería incluir el poder para definir los valores y sistemas explicativos de la sociedad y el poder de definir y controlar el comportamiento sexual de los hombres. Podrá observarse que estoy definiendo el matriarcado como un reflejo del patriarcado. Partiendo de esta definición, he de terminar por decir que nunca ha existido una sociedad matriarcal[41].

Por lo tanto, no dejas de ser machista por criarte entre mujeres, porque, además, hay mujeres educadas bajo el machismo y que comparten su discurso. No eres feminista por tener madre, esposa o hijas. No valemos por nuestras relaciones con los hombres, sino por nosotras mismas. Esto es otro síntoma del patriarcado. Y la evidencia de que existe es que, tantos siglos después, seguimos viviendo en él.