Capítulo 2
Mario

Desde que recuerdo, siempre he querido ser periodista. Y me dediqué a ello en cuerpo y alma. Por eso, cuando enseño ahora mi pase de prensa al vigilante que custodia la puerta de acceso a la zona vip se me revuelve el estómago.

Tengo que entrevistar a un cantante que, por lo visto, «lo está petando», como dicen ahora, con su último disco. El mismo que he tenido la desgracia de escuchar de camino al recinto donde se celebra el concierto, cortesía de la casa discográfica. Lo chocante no es que sea una música de mierda, lo que me deja perplejo es que, uno, haya quien lo compre y, dos, que además llene un pabellón con gente dispuesta a que le torturen los oídos durante noventa minutos y, encima, a pagar por ello.

Un sinsentido.

Recorro el pasillo, en el que tres chicas jóvenes se ríen mirando la pantalla del móvil. Salta a la vista que son las afortunadas que más tarde conocerán en persona a su ídolo, aunque es evidente que tendrán que esperar fuera del camerino y que no les van a dar ni un botellín de agua.

Avanzo un poco más, un nuevo machaca al que mostrarle el pase de prensa y entro sin mayor problema. Se debe de notar en mi cara la poca gracia que me hace estar aquí. Ni me molesto en disimular.

Repaso mentalmente los datos; el niñato que baila y canta en el escenario es JR. Juan Rodríguez, pero, claro, su nombre no vende, así que, sin saber que su nombre artístico fue el de un famoso personaje de televisión de los años ochenta, el chaval encandila a las niñas adolescentes con unas letras que, si de mí dependiera, estarían prohibidas. Ya sé que tiene guasa que sea yo, precisamente un periodista, el que abogue por la censura, pero a veces es necesaria. Joder, es que es demencial, y encima que sus principales fans sean chicas.

Desde el escenario llega el sonido del que parece ser su último éxito, Arrodíllate. La letra es, como poco, ridícula y de verdad no sé cómo he llegado hasta aquí. ¿Cómo es posible que una aberración como ésta haya llegado a las listas de ventas?

Bueno, sí lo sé. Ahora cualquier mindundi se graba con un móvil, da igual si canta bien o berrea, lo sube a YouTube o a cualquier otra plataforma y un montón de gente aburrida empieza a darle al «me gusta» y luego, por desgracia, los demás debemos aguantar a un niñato y a la corte que niñas que lo rodean.

¡Cómo han cambiado las cosas! Antes se iba poco a poco, llamando a muchas puertas. Unas se abrían, pero la mayoría no, de ahí que cualquier mínimo apoyo sirviera para seguir adelante y se aprovechara sin dudar. Aunque también estaban quienes, en vez de esforzarse, se arrimaban a alguien con influencias, al más puro estilo garrapata, y chupaban la sangre de su víctima. Prefiero que mis pensamientos no sigan por estos derroteros, pues no quiero cabrearme más de lo normal pensando en cierta hija de la gran puta, la misma que me arruinó no sólo la vida, sino también mi carrera profesional.

Y ahora, gracias a Volker Maihart, un amigo periodista, tengo un empleo en una agencia de noticias y comunicación europea, Ausdrücken; no es de las más famosas, aunque sí influyentes. Algo que me trae sin cuidado, por lo menos me tiene ocupado. Mi colega, al que conocí en una de esas fiestas a las que siempre me invitaban cuando estaba en lo más alto de mi carrera, montó esta agencia porque se aburría, sí, tal como suena. Heredero de una ingente fortuna y con demasiado tiempo libre, Volker decidió que si no invertía el dinero acabaría fundiéndoselo todo en fiestas y divorcios, así que creó Ausdrücken sólo para no malgastar dinero y divertirse. Y para dar trabajo a un periodista caído en desgracia como yo.

Entro en lo que parece ser el camerino, donde un montón de personas gorronean en el bufet. Más chicas, todas muy monas, bailando y cotorreando. Dos gorilas comiéndoselas con los ojos, porque piensan que al final de la noche, cuando el niñato del escenario elija, podrán quedarse con los descartes. Un tipo hablando por teléfono con toda la pinta de ser el representante y que, al verme, me hace un gesto. Sin duda querrá estar presente en la entrevista para que no haga preguntas inteligentes, sólo las que interesan para vender más discos. Me da igual, yo sólo voy a hacer lo mínimo para cubrir el evento.

Me acerco a la mesa de las bebidas y echo un vistazo. Cojo una cerveza y busco un sitio donde esperar sentado a que el representante acabe de ladrar órdenes por teléfono. Las chicas siguen bailoteando y, por extraño que parezca, ver a veinteañeras contoneándose no me entusiasma. Sí, están muy buenas, pero nada más, no me dicen nada.

Cuando doy el primer sorbo a la cerveza sin alcohol (un asco, pero he de conducir) me fijo en que en el sillón de al lado hay una mujer sentada de manera elegante y discreta, leyendo la prensa. No una revista de cotilleos o la sección de sociedad de un periódico. Por las hojas color sepia sé que es el suplemento de economía y, la verdad, desentona en este ambiente.

No es ninguna jovencita, podría ser la madre del artista; no obstante, no tiene los rasgos latinos de JR. Puede que sea una ejecutiva discográfica que está aquí para vigilar la inversión y que el chaval no se meta en más líos de los necesarios, pero me da que tampoco.

—Buenas noches —la saludo educado.

Ella levanta la vista despacio, no muestra emoción ninguna, pese a que le he interrumpido la lectura.

—Buenas noches —murmura con una voz bien modulada y esboza una media sonrisa cortés. Después vuelve a su lectura.

Miro de reojo al representante, ya me está dando mucho por el culo, que mi tiempo también vale dinero. Me vuelve a hacer un gesto para que tenga paciencia, así que bebo mi cerveza y observo a la mujer.

Va vestida de manera informal y clásica. Su maquillaje es también muy discreto. Zapato plano, nada que ver con las plataformas deformapiés de las veinteañeras que ahora están haciéndose selfis con los gorilas, lo que confirma mi teoría de que esta noche esos mastodontes follan.

Ella sigue ajena al jolgorio y a la música. No canturrea, no mueve el pie al ritmo del jodido reguetón, o como cojones se diga. Lleva vaqueros rectos y una sencilla americana azul marino.

No lo niego, me intriga. Debe de ser de mi edad, lo cual es más extraño aún en este ambiente.

—Siento la espera, señor Brinell. Siempre hay imprevistos de última hora —me saluda por fin el representante.

Me pongo en pie y nos damos un apretón de manos cordial.

—Buenas noches —respondo serio.

—Si quiere, puedo entregarle un dosier de prensa, así puede ir conociendo los detalles de la gira...

Dejo que continúe hablando, pues me da la impresión de que ésta no va a ser una entrevista al uso, sino un publirreportaje. No es la primera vez que Ausdrücken acepta intercambios de este tipo. La discográfica paga un buen pellizco y la agencia distribuye el contenido, aunque me temo que en el mercado europeo va a ser difícil vender una entrevista de este tipo.

Pero yo no cuestiono las decisiones de Volker, me paga y punto. Bueno, sí le cuestiono esta mierda de encargo, aunque me da igual, pues al final he de hacerlo.

Por fin deja de sonar el zumbido machacón y sólo se oyen los gritos del público pidiendo otra. No, por favor, que no cante más. Eso ha debido de pensar también la mujer misteriosa, porque hasta ha suspirado, sin duda tan aliviada como yo. Quienes desde luego están ahora más inquietas son las veinteañeras, pues saben que su ídolo está a puntito de aparecer, todo sudoroso, para elegir quién será la afortunada que podrá acostarse con él.

Joder, no lo culpo, en otro tiempo yo hacía lo mismo.

Y por fin aparece el chaval, JR, limpiándose el sudor con una toalla mientras un asistente le quita la petaca de sonido.

Se desata la tormenta en el camerino, las chicas (creo que hay seis) se abalanzan sobre él, eso sí, mostrándose sugerentes y mimosas. JR las mira y sonríe, pero no parece decidirse. Se hace fotos con ellas.

—Chicas, chicas, esperad unos minutos a que se cambie —interviene el representante.

«Qué gilipollas es, lo que quieren éstas es la ropa sudada del crío», pienso.

Las veinteañeras se retiran a regañadientes y para mi más absoluta perplejidad, él se acerca a uno de los gorilas y le dice que se deshaga de ellas. El tipo asiente y las echa fuera del camerino. Aunque apuesto cualquier cosa a que no las echa, les cuenta una milonga para llevárselas luego al huerto; éstos no desaprovechan una ocasión para echar un polvo gratis.

Ellas le gritan a JR que le quieren, que le esperan y que van a pasarlo bien. Pero él, en vez de elegir una de esas jovencitas, como cabría imaginar, se acerca a la mujer misteriosa y, con toda la elegancia del mundo, ésta se pone en pie. Entonces JR le susurra algo al oído y ella asiente.

Joder, ¿qué pasa aquí?

No tengo tiempo de averiguarlo, pues me indican que tome asiento junto a JR y comience la entrevista. Ni siquiera he leído el dosier de prensa, no me hace falta. Me trae sin cuidado lo que diga un maldito dosier. Pienso preguntar lo que me dé la puta gana. Luego, que alguno de los empleados de Volker lo adorne como quiera.

—¿Has escrito tú la letra de Arrodíllate?

Con la primera pregunta me gano una mirada de advertencia de su representante. Lo siento, no he podido resistirme.

—Sí, claro que sí —responde risueño, tras un gesto de conformidad del otro hombre—. Está siendo un bombazo.

—Ya me he dado cuenta —murmuro, disimulando más bien poco mi desagrado.

Como tampoco tengo ganas de discutir y que el niñato presente una queja, sigo el protocolo y me limito a formular las preguntas que sé que gustan para hacer publicidad, así que venga a darle jabón al chaval.

Él se esmera en sonreír, en pecar de modesto, mientras yo miro el pendiente que lleva en la oreja y que debe de costar un buen pico. Lo mismo que la ropa, que puede que sea horrorosa, pero seguro que vale una pasta, o puede que no le haya costado nada, porque a veces las marcas regalan a horteras como éste lo que en las tiendas no se vende, para que los niñatos dispuestos a seguir a su ídolo vacíen las estanterías; no se entiende de otro modo.

Doy por finalizada la entrevista. Me invitan a tomar algo y yo rechazo la invitación. Veo cómo el JR de las narices se acerca a la mujer misteriosa y de nuevo le susurra algo al oído. Y no sólo eso, también le rodea la cintura con un brazo. Ella no se muestra entusiasmada y se aparta de forma sutil, para no ofenderle.

«Demasiado íntimo», pienso, muerto de curiosidad.

Finalmente acepto la bebida, me gustaría acercarme y escuchar, pero el niñato se despide con una sonrisa de la mujer y ésta le sonríe cariñosamente. Joder, ¿qué está pasando?

Puedo inventar una excusa de última hora y seguir aquí; sin embargo, el gorila ya me está mirando mal. Mientras apuro el botellín de cerveza, oigo que el segurata habla por teléfono para decir que preparen la limusina, que JR y su amiga se marcharán en breve.

Joder, joder, joder, esto sí que sería interesante para un reportaje, aunque intuyo que quieren deshacerse de mí. Lo que no quiere decir que no pueda despedirme con educación, no de los vigilantes, que son dos imbéciles, sino de la mujer, que, tras marcharse JR, se ha servido un agua mineral y ha vuelto a sentarse para leer. No parece muy dispuesta a hablar, pero aun así me acerco.

—En fin, creo que ya he acabado con mi trabajo—digo y le tiendo la mano—. Encantado.

Ella deja bien doblado el periódico y, haciendo gala una vez más de sus modales, se pone en pie y me estrecha la mano.

—Una entrevista muy... original —comenta y noto su sarcasmo.

—Seré sincero... —empiezo y creo que ella es lo suficientemente adulta como para comportarse—, me horroriza esta música, la letra es cuestionable y tampoco había mucho más que contar.

—Agradezco la franqueza —dice, sonriendo un poco—. Guardaré el secreto.

Está claro que da por finalizada la breve conversación.

Me despido de ella.

Mientras conduzco de regreso a casa, admito que esa mujer me ha provocado cierta inquietud, cierta curiosidad. Qué coño, que me ha puesto cachondo, no sé por qué doy rodeos. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, joder, que ya no soy un chaval como el cantamañanas ese.

Cuando llego a mi apartamento, me siento delante del ordenador y redacto la entrevista para enviarla a la agencia. Una mierda de artículo, eso es lo que es; sin embargo, no puedo hacer más. Ni siquiera lo reviso, lo envío tal cual.

Ahora que estoy en casa puedo servirme algo más contundente que una cerveza sin alcohol, de modo que voy a la cocina, busco hielo y me preparo una copa en condiciones. Nada mejor que un gin-tonic de los de toda la vida, sin esa mierda de pepino y demás frutas que ahora le echan en los bares, mientras me relajo en el sillón, con buena música de fondo. Un disco de Queen.

Oh, sí.

Saco el papel de fumar y, con tranquilidad, me lío un porro. Uno de los pocos vicios que mantengo y que, si bien es censurable, me resbala, porque no hago daño a nadie y me relaja. Joder, que hay que dar explicaciones de todo lo que uno hace.

Estiro las piernas y echo la cabeza hacia atrás.

«Esto es vida», pienso, tras dar la primera calada. Aunque sea un don nadie, aunque ahora no me abran la puerta en muchos despachos y aunque no me quite de encima el sambenito de periodista acabado tras un escándalo, puedo al menos disfrutar de pequeños placeres como éstos.

Y, como siempre, algo o alguien jode el momento, en este caso es mi portátil, que emite un maldito pitido: tengo un correo nuevo. Será el controlador de Volker; puede que finja despreocupación, pero le gusta dejarlo todo bien atado. Como no quiero que me dé la murga por teléfono, prefiero responderle.

Me coloco el portátil sobre las rodillas y abro el correo. No, no es de Volker, sino de la hija de la gran puta de mi ex. ¿Qué cojones querrá ahora?

Leo y me quedo perplejo ante el morro que tiene. Ha encontrado compradores para el ático que yo pagué y que ella decoró con mi dinero. Lleva casi tres años en venta, desde que el juez ordenó que nos repartiéramos el dinero. Yo me obstiné en poner un precio excesivo, más del doble de su valor de mercado, para que ella se jodiera, pues ya me arruinó la vida vilipendiándome y quedándose con la mitad de mis ahorros como para encima tenerle que soltar más pasta. Yo sé que anda tiesa, no trabaja y nadie va a contratar a una guionista mediocre que si alguna vez tuvo un trabajo de presentadora fue porque yo se lo conseguí.

No voy a responderle. Ni hablar, que se joda. Ya conoce mis condiciones, sólo firmaré si se conforma con un cinco por ciento. De momento, yo, que no he despilfarrado una fortuna, la misma que gané hace tiempo, haré una oferta al alza a la inmobiliaria a través de Volker, para que el comprador se retire. Luego me echaré atrás. Justo lo que he venido haciendo estos tres últimos años. Por último, volveré a subir el precio.

Le escribo un correo a Volker para que haga lo que necesito y otro a mi abogado, reenviándole el original de esa asquerosa de Vanesa para que lo archive, pues mi ex luego niega la evidencia y dice que soy yo quien se pone en contacto con ella.

«Maldita hija de puta...», me digo y sé que si empiezo a recordar terminaré con ardor de estómago. Joder y todo por echar un polvo con quien no debía, mejor dicho, por echar unos cuantos.

Mira que hay mujeres disponibles, pues voy yo y me tiro a la más cabrona y vengativa. Y si sólo hubiera sido una vez, a lo mejor todo se hubiera quedado en el enfado de una tía despechada.

El disco de Queen sigue sonando de fondo. Vanesa no va a estropearme la noche, así que, ya que tengo el portátil en las rodillas, reviso el resto de los correos y veo que me han llegado dos de la web de contactos.

Sonrío sin ganas, qué oportunos, justo lo que necesito. Un encuentro sin compromisos, como vengo haciendo desde hace casi dos años y me va de puta madre. Puede que algunas mujeres no sean lo que yo esperaba, aun así, el saldo es positivo.

Leo los mensajes y tuerzo el gesto.

La primera me parece demasiado joven, treinta años. No sé, no me convence. Cierto que, como a cualquier tipo, siempre se me levanta el ánimo, y otras cosas, cuando una mujer joven me tira los trastos; no obstante, a estas alturas no quiero experimentos. Prefiero algo más acorde con mi edad. Le respondo de forma educada, como es costumbre en la web, que no me es posible y listo.

El segundo mensaje es mucho más interesante. Una mujer afroamericana. Cuarenta, estará de paso por negocios en Madrid dentro de quince días. Podría quedar con ella...

—¡Mierda! —mascullo, pues no voy a poder. El tonto de los cojones de Volker nos ha convocado a todos en la sede de Zúrich para una de esas reuniones de empresa que no sirven para nada, pero como es con los gastos pagados, iré.

Le escribo lamentando que no coincidamos. Y de verdad que lo siento, pues me había parecido muy interesante. Mucho.

Ya que estoy con los contactos de la web y se me ha despertado el gusanillo de tener un encuentro interesante y sexual, por supuesto, continúo e introduzco los criterios de búsqueda, es decir, mis preferencias.

Ya no me entretengo, como al principio, en mirar aquí y allá, ahora voy a tiro hecho.

El buscador de la web muestra quince resultados. Tuerzo el gesto de nuevo, pues no necesito tanta oferta. Añado «en los próximos siete días» para acotar la búsqueda y el resultado es el mismo, quince contactos femeninos. Bueno, me digo, habrá que perder unos minutos.

Mentiría si dijera que no me fijo primero en la fotografía. De acuerdo, una persona puede tener un rostro seductor y luego resultar un fiasco en las distancias cortas, esto es, en la cama; sin embargo, para hacer una primera selección me sirve. Así del tirón elimino a seis, todas rubias (de bote), no sé, me recuerdan demasiado a la hija de puta de Vanesa. Vamos a por el resto.

—No... ésta tampoco, no me pone, fuera...

Ya sólo que quedan dos. Confío en encontrar una que me resulte un poco seductora, pues mi listón ha bajado un poco esta noche.

—¡Joder! —exclamo, al reconocer a la primera de las dos—. Vaya, vaya, qué interesante...