Quién controla el olor de las panaderías
Z.
Pensábamos que el amor era mirarse como lo hace la gente guapa al final de las películas, pensábamos que el amor era escribirse cartas, darse la mano. Pensábamos que el amor era hacer el amor, y pensábamos, claro, que el amor duraba para siempre. Teoría de los cuerpos nos habla del pequeño trauma vital que nos supuso la realidad: habíamos disfrazado el amor, lo habíamos recubierto con varias capas de Nutella y de nostalgia y habíamos salido a la noche confiando en que nadie (sobre todo nosotros mismos) notara que íbamos de la mano con un maniquí. Me gusta el libro de Zahara porque describe lo que hoy entiendo por amor, amor real: unas ganas locas de acompañar, de disfrutar, de lamer la piel, de follar, de cuidar... mezcladas todas ellas con miedos, dudas, esperanza, arrepentimiento, lascivia, fidelidad y traición. Me gusta el libro de Zahara porque sus páginas contienen la veloz sabiduría de una persona joven que ha vivido mucho. Sus poemas y textos híbridos constituyen un retrato conmovedor de la primera generación que sintió nostalgia de las cartas físicas sin haber llegado a conocer bien los entresijos de la correspondencia; la generación nuestra tan nostálgica y tan perdida, tan dispuesta a ser feliz y tan empeñada en no serlo.
Veo algo de esta dicotomía en uno de mis poemas favoritos del libro, «Cruasán de mantequilla»: la vida moderna consiste en reprimirse, en alejarse de las cruasanterías del barrio, en matarse en el gimnasio y en desterrar los recuerdos dulces del pasado que duele. Pero, como decía el gran Oscar Wilde, «Me puedo resistir a todo excepto a la tentación». Las panaderías son los nuevos prostíbulos y el pecado es morder la napolitana para sentirse saciado, incómodo, culpable, ya sin deseo. Me gusta el libro de Zahara porque habla del deseo, de lo mal que nos hace sentir algo tan deseable como el deseo, esa fuerza bruta que nos empuja y nos conduce de manera inequívoca hacia la equivocación. Me puedo resistir a todo excepto a un poema que diga la verdad, y en los poemas de Zahara hay verdad y hay talento, hay cuerpos que intentan comprenderse mientras se frotan, mientras se alejan, mientras hacen como que miran para otro lado.
Me gusta el libro de Zahara, pero lo importante no es que me guste a mí: lo importante es que te hable a ti, que te acompañe ahora, que toque contigo una canción mientras se hunde el barco del amor (los barcos hundidos son, al fin y al cabo, mucho más hermosos). Me gusta el libro de Zahara porque lo he leído como si no hablara de mí (¡excepto el poema donde realmente habla un poco de mí!) y lo he terminado sabiendo que esta era mi historia. Y ahora es la tuya.
BEN CLARK