Imagina que tus padres entran en tu habitación y te comentan que tienen que hablar contigo. Se sientan en tu cama y comienzan una conversación diciendo lo mucho que te quieren, lo importante que eres para ellos y cuánto se preocupan por tu bienestar; cuando les pides que vayan al grano, te sueltan que no quieren que vuelvas a ver más a tu pareja porque, según ellos, no te está haciendo ningún bien.

Imagina también que tu jefe te llama a su despacho y te ordena que engañes a uno de tus clientes para colocarle un producto que ambos sabéis que es una estafa... ¿Estás obligado a obedecer?

Tu madre manda, pero tu conciencia manda mucho más

Tomás de Aquino (1225-1274) es un filósofo medieval que puede ayudarte en esta discusión con tus padres o con tu jefe. En tan sólo veinte años escribió ciento treinta obras en las que reflexionó sobre multitud de temas, entre ellos la obediencia a la autoridad.

Él también tuvo problemas con su familia. Sus padres habían decidido su futuro por él: cuando terminase los estudios debería suceder a su tío al frente de la abadía de Montecasino. El que se convertiría en uno de los filósofos medievales más importantes decidió no respetar la voluntad de sus padres, sino ingresar en el convento de los dominicos, como un fraile más, renunciando al lugar que tenía predestinado en la jerarquía eclesiástica. La familia no se mostró conforme con la decisión que Tomás de Aquino había tomado y sus hermanos lo raptaron y encerraron durante más de un año en una torre del segundo de los castillos que poseía la familia con la intención de obligarlo a que cambiara de opinión. Sus hermanos usaron todos los medios a su alcance para que entrase en razón; incluso en una ocasión contrataron los servicios de una prostituta, pero cuando la pobre señora intentó arremangarle el hábito para que lo colgase definitivamente, Tomás la amenazó con un leño encendido. Los padres del filósofo no consiguieron su propósito y finalmente le permitieron cumplir su voluntad.

Espero que tus padres no compartan los mismos métodos de orientación laboral y te encierren en una habitación hasta que «entres en razón».

Tomás debía de ser gordo y muy tímido. Sus compañeros de clase le pusieron como mote Buey mudo y lo convirtieron en el objeto de sus burlas. Como puedes ver, el bullying no es un problema exclusivo de tu generación. Tomás se enfrentó al acoso con determinación y nos enseñó que, a veces, las palabras de Nietzsche son ciertas: «Lo que no me mata me hace más fuerte». Un día, su maestro, Alberto Magno, encontró unos papeles en el suelo, los leyó y quedó admirado de su contenido.

—¿De quién son estos escritos? —preguntó a sus alumnos.

Los compañeros de Tomás no perdieron la ocasión de reírse de él.

—¡Del Buey mudo! —gritaron, señalándolo.

Alberto los interrumpió en seco.

—Ustedes llaman a Tomás «Buey mudo», pero yo les anticipo que los sabios mugidos de este buey se escucharán por todo el mundo.

Y así ha sido. Tomás se convirtió en uno de los pensadores más extraordinarios que ha habido y sus mugidos todavía resuenan en las aulas del siglo XXI. De todos aquellos que lo humillaron no sabemos nada.

Pero volvamos a tu habitación. Una vez que tus padres salen de ella y te quedas a solas, es hora de pensar en el problema que tienes entre manos y determinar qué deberías hacer. La filosofía de Tomás de Aquino puede ayudarte a tomar una decisión. Él te diría que observes tu manera de vivir en un mundo lleno de diferentes tipos de normas y cómo, a veces, algunas se contradicen entre sí. Lo que te manda una autoridad puede ser justamente lo que otra te prohíbe. En tu caso, si lo analizas con calma, comprobarás que, por un lado, existe la obligación que te imponen tus padres; pero, por otro, en tu interior resuena otra norma que te fuerza a no hacer cosas que tu razón entiende que son injustas. ¿A cuál de las dos deberías seguir: a la autoridad o a tu razón? Tomás cree que las leyes que son contrarias a lo que tu razón considera como justo no te obligan en conciencia y que, por tanto, es lícito desobedecerlas.

Tu deber moral es declararte en objeción de conciencia y rebelarte contra la decisión de tus padres, aunque las consecuencias de este acto puedan ser nefastas para ti. No hay castigo que pueda atemorizar de tal manera a un hombre que actúa en conciencia. Ahora bien, no debes confundir actuar en conciencia con hacerlo movido por lo que te conviene o lo que te apetece. Si un amigo te presta dinero, no puedes decirle que no se lo devolverás porque pagar deudas va en contra de tu conciencia. Pero, si consideras que es injusto que tus padres decidan por ti a quién amar o qué estudiar, tu deber es desobedecer, y tendrás a Tomás de Aquino junto a ti como fiel aliado. Si te castigan, además de citar a tus padres las ideas de Tomás, puedes recordarles las palabras que, según se cuenta, el filósofo español Miguel de Unamuno espetó a José Millán-Astray, fundador de la Legión española, el 12 de octubre de 1936: «Venceréis, pero no convenceréis». Puede que después de pronunciarlas te lleves un buen sopapo, pero esa noche te irás a la cama con la cabeza bien alta y la conciencia tranquila.

Desobedecer, además de divertido, puede ser justo

Si decides finalmente llevar a cabo un acto de desobediencia contra la autoridad, hay un filósofo estadounidense que se pondría de tu parte: Henry David Thoreau (1817-1862). Este pensador nació en Concord, un pueblecito del estado de Massachusetts del que apenas salió en toda su vida. Sobre su experiencia como viajero, reconocía con ironía: «He viajado mucho, por Concord». Pero eso no impidió que sus revolucionarias ideas lo hiciesen por él, a través de sus libros, hasta el punto de inspirar a personajes que lideraron grandes revoluciones como Mahatma Gandhi o Martin Luther King.

Thoreau fue un hombre libertario y desobediente. No le gustaba la autoridad y por eso afirmó que «el mejor gobierno es el que gobierna menos». Su buen amigo, el escritor y filósofo Ralph Waldo Emerson, dijo de él que siempre necesitó alguna mentira que denunciar y alguna tontería que poner en la picota; no le costaba ningún esfuerzo negarse a algo y, de hecho, le resultaba mucho más fácil que decir que sí. Fue también un gran defensor de la naturaleza, muchos años antes de que surgiesen los movimientos ecologistas. Thoreau vivió como una obligación moral la defensa de los pueblos indígenas frente a su exterminio y su reclusión en reservas, y luchó apasionadamente contra la esclavitud.

También reivindicó el derecho a la pereza. Cuando terminó su estudios en la Universidad de Harvard, le tocó pronunciar el discurso de graduación; a Thoreau no se le ocurrió otra cosa que defender, delante de un público puritano que creía que, si no te matabas trabajando, Dios te enviaba a achicharrarte en el infierno, que teníamos que darle la vuelta al tercer mandamiento divino y trabajar un solo día a la semana para descansar los otros seis.

Desde muy joven le gustó hacer saber a los demás lo que pensaba y tocar las narices a todo el mundo que se creyese con autoridad para decirle qué tenía que opinar o cómo había de vivir. Lo que más le apasionaba en la vida era leer y tuvo tres grandes héroes en su vida: Walt Whitman, un poeta maldito; Joe Polis, un guía indio que se movía por los bosques como pez en el agua, y John Brown, el comandante en jefe del primer ejército que se levantó en armas contra la esclavitud en Estados Unidos.

Thoreau es el único estudiante de la historia de Harvard que no posee título universitario a pesar de haber terminado con éxito todos sus estudios. La razón de este insólito hecho es que se negó a pagar el dólar que la universidad cobraba por sellar sobre un papel con su nombre. El filósofo consideraba que ya había pagado demasiado a la universidad durante sus años de estudios y dijo con ironía que era mejor dejar que las ovejas conservasen la piel (por aquel entonces los diplomas universitarios se fabricaban con la piel de estos bucólicos animalitos). Esta anécdota pone de relieve el escaso valor que el filósofo daba a los títulos y los honores, y, al mismo tiempo, nos muestra su profundo respeto por la naturaleza y la vida de los animales.

Otra de sus anécdotas ilustra bien una de las ideas principales de su filosofía: la desobediencia civil. Un día, un funcionario de Hacienda llamó a su puerta para reclamarle unos impuestos que no había pagado. Thoreau se negó a saldar la deuda con el gobierno por dos razones: la primera era porque no quería que su dinero se utilizase para sufragar una guerra injusta e ilegal en la que estaba muriendo una gran cantidad de jóvenes; la segunda, porque no pagar impuestos era una forma de luchar contra un gobierno esclavista. Lo amenazaron con meterlo en la cárcel y su pacífica respuesta fue: «Cuando un gobierno es injusto, el lugar de todo hombre justo está en la cárcel». Luego le ofrecieron pagar una fianza para no tener que entrar en prisión, pero se negó en redondo a abonarla. Al final, sólo pasó una noche privado de libertad porque su tía terminó pagando la fianza, algo que a Thoreau no le hizo ninguna gracia. En una conferencia reconoció que no se había sentido encarcelado ni un solo instante. Los muros que lo recluían le parecieron un gran derroche de piedra y cemento. ¡Atento!, porque lo que ahora sigue puede venirte bien si tus padres te castigan sin salir. Thoreau estaba convencido de que sus carceleros se equivocaban si pensaban que él quería estar al otro lado del muro. El filósofo se partía de risa cuando veía los esfuerzos de los guardias por cerrar la puerta de su celda, como si así pudiesen encarcelar su pensamiento. Ya que el Estado no podía llegar a su alma, había decidido castigar a su cuerpo. En ese momento perdió todo el respeto que aún conservaba hacia el poder del Estado y pasó a compadecerse de él.

Si consultas a Thoreau sobre cuándo es lícito desobedecer a la autoridad, te dirá que si una ley es injusta, tienes la obligación moral de rebelarte pacíficamente. Sigue esta máxima: debes ser hombre primero y ciudadano después (en tu caso concreto, hombre primero e hijo después). Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tienes que asumir en tu vida es hacer en cada momento lo que consideres justo. Si alguien te obliga a realizar algo que va en contra de lo que te dicta tu conciencia, aunque sean tus padres, tu profesor, el jefe de estudios o un policía, ¡quebranta la ley! Tu vida entonces debe ser un freno que detenga la máquina de la injusticia. Asegúrate de que con tu obediencia no estás colaborando en hacer el daño que tú mismo condenas. Si Thoreau pudiera enviarte un mensaje de WhatsApp para apoyarte en tu rebelión personal, escogería estos versos de la obra El rey Juan de Shakespeare:

[Eres] de una estirpe demasiado elevada

para convertirte en un esclavo,

en un subordinado sometido a tutela,

en un servidor dócil, en instrumento [...]

Miedo, lobos y purgas

Thomas Hobbes (1588-1679) estaría en total desacuerdo con Tomás de Aquino y con Thoreau. Este filósofo inglés te aconsejaría que te dejases de rebeliones e hicieses caso a ese instinto que tantas veces te ha salvado de situaciones peligrosas: el miedo. Hobbes fue conocido con el sobrenombre de el Hijo del Miedo (estarás de acuerdo en que no está nada mal como nombre de guerra); la razón de su apodo fue que, literalmente, el terror provocó su nacimiento. Los ingleses estaban atemorizados por la inminente llegada de la Armada Invencible y todos pensaban que cuando las tropas del Imperio español alcanzasen las playas, la sangre correría como cascadas y el fuego reduciría todo a cenizas. Imagínate, por ejemplo, que Estados Unidos declara la guerra a nuestro país y que las noticias nos informan de que, en unos días, el mayor ejército nunca visto pisará nuestras tierras con sed de sangre y venganza. Algo parecido fue lo que debieron de sentir los ingleses ante la llegada de la flota de Felipe II. La madre de Hobbes estaba embarazada, pero aún no había salido de cuentas. El pánico que sentía era tan fuerte que se le adelantó el parto y dio a luz a un niño que llegaría a defender algunas de las opiniones más pesimistas de la humanidad. De hecho, Hobbes fue quien popularizó la cita del escritor latino Plauto que es el lema de aquellos que piensan que ninguna bestia es comparable en crueldad al ser humano: «El hombre es un lobo para el hombre».

Si consultas a Hobbes sobre la posibilidad de desobedecer, te dirá que respetes siempre a la autoridad, aun cuando te obligue a hacer algo que consideras injusto. Si no existiese ésta, nos encontraríamos en un estado permanente de guerra de todos contra todos, que Hobbes denominó «estado de naturaleza». La película The Purge ( James DeMonaco, 2013) es un buen ejemplo de la situación que se imaginaba Hobbes en ausencia de toda autoridad. En el filme se nos describe una sociedad futura en la que, durante un día al año, están permitidos todos los crímenes, incluido el asesinato. En el llamado día de la purga, el Estado deja de ejercer sus funciones y nadie debe responder de sus crímenes ante la justicia. La ola de violencia es brutal y la única ley que sobrevive es la del más fuerte. Desgraciadamente, no es necesario acudir a la ficción para encontrar ejemplos del «estado de naturaleza» descrito por Hobbes: en 2017 se produjeron 87 muertes violentas en el estado brasileño de Espíritu Santo durante una huelga de la policía. Para evitar este estado de terror, el Hijo del Miedo considera que la autoridad debe tener un poder absoluto que puede utilizar como le venga en gana. La autoridad puede usar ese poder bien o mal; ser justa o cruel; eso no importa, porque incluso la peor de las tiranías es mejor que el terrorífico estado de guerra de todos contra todos. Tus padres coartan tu libertad, eso no lo niega nadie, pero a cambio te ofrecen seguridad. Éstos son dos valores que se limitan mutuamente: a más libertad, menor seguridad y viceversa. Debes elegir: ¿seguridad o libertad?

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