II

Millonarios por el Canto del Pico

En noviembre de 1937, en plena Guerra Civil y recién proclamado Generalísimo, Francisco Franco recibió su primer gran regalo inmobiliario. En esa fecha, José María de Palacio y Abarzuza, conde de las Almenas, hizo testamento en favor de Franco, «aunque no tengo el gusto de conocerle, por su grandiosa reconquista de España». Así consta en el Registro de la Propiedad de San Lorenzo de El Escorial. Desde aquel momento, la finca conocida como el Canto del Pico, de 820.000 metros cuadrados, coronada por la Casa del Viento, que una Real Orden del 18 de febrero de 1930 había declarado monumento nacional,29 sería uno de los santuarios favoritos del general y de su familia. Una propiedad que, por sí sola, convertía en millonarios a los descendientes del jefe del nuevo Estado.

El Registro de la Propiedad describe que, en el acto de adjudicación de la finca, realizado en 1941 ante la presencia del obispo de Madrid-Alcalá, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, se impuso la obligación legal de repartir las deudas y gravámenes de la herencia, que ascendía a 356.334 pesetas con 94 céntimos, entre los beneficiarios de la herencia. Aunque el conde de las Almenas, viudo y sin hijos vivos, había desheredado a su única nieta en favor de Franco, el registrador de la propiedad, con la pleitesía sumisa característica, destacó textualmente: «La generosa actitud del principal legatario, su excelencia el Generalísimo, decidido a soportar no solo las cargas hereditarias procedentes, sino también a abonar a los servidores del finado las liberalidades con que este quiso premiar sus servicios, aportando de su pecunio particular las cantidades necesarias, hizo posible el cumplimiento de los legados y la voluntad del causante».

Aquel sería el escenario de muchas jornadas donde el general iba a tomar demasiadas decisiones importantes. También allí, en una cama con dosel que ya no existe, su única hija viviría el conocimiento carnal en su noche de bodas con el doctor Martínez-Bordiú.30 Su nieta Merry tendría en la casa del guarda, reformada al efecto, el domicilio conyugal con su flamante marido Joaquín Jimmy Giménez-Arnau. Cuando los Franco fueron desterrados de El Pardo, la Casa del Viento se convirtió en el almacén de sus incalculables y valiosos recuerdos, depósito provisional de los regalos lacayos de cuarenta años de dictadura.

En la década de 1980, el Canto del Pico sufrió la ruina provocada por el abandono. Tras la muerte del patriarca, los Franco quisieron convertir la propiedad en dinero y, después de doce años de tribulaciones, al fin consiguieron los primeros beneficios en su afán de vender y abandonar los lugares sagrados de la memoria familiar.

En 1988 visité la Casa del Viento, un palacete de arquitectura ecléctica a 1.012 metros de altura, con una fachada de piedra de gran mampostería, con torres y coronas de metal, arcos ojivales y de medio punto; una capilla con un cristo crucificado en policromía y detalles barrocos. Todavía podían encontrarse desperdigados por el suelo trozos de celuloide de la película Raza, la sublimación familiar de los Franco escrita por el propio general bajo el seudónimo de Jaime de Andrade; incluso fotogramas del No-Do en los que el jefe de Estado presidía el desfile de la Victoria. En la planta baja quedaban arcas con el sello «Patrimonio Nacional, S. E. El Pardo». En el primer piso, al subir por unas escaleras imponentes, una inscripción informaba: «Cuando bajaba por esta escalera subió al cielo don Antonio Maura Montaner».

El destacado político conservador sufrió una hemorragia cerebral mientras utilizaba esa escalera el 13 de diciembre de 1925. A partir de 1921, Maura dejó la presidencia del Gobierno, abandonó definitivamente la política y se dedicó a pintar. Visitaba muy a menudo la casa de su amigo el conde de las Almenas porque desde ella disfrutaba de los hermosos paisajes de la cuenca del Manzanares. Es uno de los fantasmas ilustres del Canto del Pico.

Cuando estalló la guerra, el general republicano José Miaja usó la estratégica Casa del Viento como cuartel director de la batalla de Brunete. Aquel mismo año de 1937, al descubrir que el socialista Indalecio Prieto y el general Vicente Rojo miraban por el catalejo desde su propiedad, el conde de las Almenas convirtió a Franco en su heredero. Era su respuesta a la osadía de aquellos rojos.

Junto a la torre árabe de Lodones —que da nombre a ese pueblo—, la Casa del Viento es un símbolo del lugar. Construida en 1920, cuando en Torrelodones vivían 625 personas, la finca tomó su nombre de Canto del Pico por dos grandes rocas enclavadas a cincuenta metros de la mansión. Pinos, encinas, enebros, zarzas, jara y tomillos dan al lugar una gran riqueza vegetal y unas tonalidades verdes luminosas. José María de Palacio la cercó con una tapia de piedra de dos metros de altura después de comprar siete parcelas pertenecientes a los términos de Hoyo de Manzanares y Torrelodones.

En 1940, año en que murió el conde, la casa estaba dotada de calefacción, fosa séptica y un reloj en la torre. Interiormente fue decorada con numerosas obras de arte compradas en diversas provincias. Según José de Vicente Muñoz, en su obra Escudo, geografía e historia de Torrelodones, allí había columnas como las del castillo de Curiel, tallas góticas de edificios religiosos de Logroño, de la Seo de Urgel, de la Valldigna, de Lleida y Baleares; relojes antiguos y cuadros, entre ellos el que pintaba el propio Maura al morir. De todo este esplendor, que en los tiempos de Franco fue superado con creces, solo queda el inventario del cronista local.

A partir de 1979, los descendientes del general quisieron, por vez primera, vender la propiedad. En plena expansión urbanística de la zona, sabían que ganarían cientos de millones. El primero en tenerlo claro fue Francis, el nieto favorito, quien propuso fragmentar la finca en cuarenta parcelas y venderlas a cinco millones cada una. Tenían mucha prisa en recoger el dinero.

«Aquel año, siendo yo alcalde de Torrelodones —recordaría Serapio Crespo—, hubo una negociación entre los propietarios del Canto del Pico y el ayuntamiento. Los Franco nos propusieron la parcelación de la finca, pero resultaba legalmente imposible porque el terreno estaba calificado de rústico-forestal y no era edificable. Nosotros estábamos dispuestos a negociar a cambio de que cedieran la Casa del Viento y unos setenta mil metros cuadrados de terreno a su alrededor, pero el asunto no prosperó porque los propietarios querían un acuerdo directo e inmediato con el ayuntamiento, ya que no estaban en condiciones de negociar con los organismos competentes como la Comisión de Planeamiento y Coordinación del área metropolitana de Madrid (Coplaco), la Diputación Provincial y el Gobierno Civil, en plena crisis de la UCD y con los partidos de izquierda presionando desde los organismos municipales.»31

La Casa del Viento disfrutaba de exenciones fiscales desde el 15 de junio de 1955, cuando el Tribunal Supremo sentenció que «Canto del Pico es de hecho un museo del Estado», aunque jamás iba a estar abierto al público como tal. Abandonado y vacío, con legajos amontonados entre el polvo y las ratas de monte, el Canto del Pico siguió en venta infructuosamente. El 30 de julio de 1979, se declaró en el monte un incendio de grandes proporciones iniciado en varios focos, que fue extinguido cuando las llamas estaban ya a unos cincuenta metros de la Casa del Viento. Veinte hectáreas de la finca ardieron por completo y el fuego afectó incluso la entrada del chalet que tenían Merry y Giménez-Arnau. Los bomberos declararon que el origen del fuego fue fortuito.

El principal problema radicaba en que el edificio estaba declarado monumento histórico-artístico desde 1930, tan solo diez años después de su construcción, y que por lo tanto no podía ser derribado ni modificado en su fachada y estructura interna.32 El segundo obstáculo estaba en la calificación del terreno, considerado zona agropecuaria no urbanizable.

Ya con el PSOE en el Gobierno central y en la Comunidad Autónoma de Madrid, Carmen Franco encargó personalmente la venta del Canto del Pico a la agencia inmobiliaria Proginsa, propietaria de Los Robles, una urbanización de chalets adosados de alto standing crecida al borde de la finca. En agosto de 1985 surgió el primer interesado: un millonario árabe cuya identidad se mantuvo en el más absoluto secreto. El marqués de Villaverde pedía demasiado por una propiedad que, desde el 23 de enero de aquel mismo año, quedaba definitivamente declarada como terreno no edificable merced a la Ley de la Cuenca Alta del Manzanares.

Las pretensiones de los herederos de Franco al fin alcanzaron su objetivo: el 27 de abril de 1988, la Casa del Viento y ocho mil metros cuadrados de finca a su alrededor fueron vendidos por 320 millones de pesetas a un hostelero español llamado José Antonio Oyamburu Goicoechea,33 que había hecho fortuna en Leamington Spa (Reino Unido), donde poseía tres hoteles, y que se mostraba dispuesto a convertir el viejo santuario de Franco en un restaurante y hotel de lujo con cincuenta habitaciones.

Así lo recordó el propio Oyamburu: «Fue muy emocionante, todo me impresionó. La construcción era maravillosa. Nadie puede imaginar su belleza hasta que no lo ha visitado. Los jardines son, como alguien me dijo, un Walt Disney natural. Soy hostelero ante todo, pero quiero conservar el lugar, ser fiel al Canto del Pico».34

La operación, llevada con la más absoluta discreción por Villaverde, tardó tres años en cerrarse. «Todo el mundo me dice qué tengo que hacer —se quejaba Oyamburu—, pero nadie me ha ayudado en nada. Yo podía haber tenido el palacio en mis manos en 1985 o 1986, pero como nadie se responsabilizaba de nada, el palacio se ha ido deteriorando. Me va a costar el doble de lo que debiera porque este es el país con más papeleo que he visto.»

En el pacto de venta, la familia Franco se comprometía a devolver al Canto del Pico la decoración que tuvo en vida del general: las estatuas, los libros y los cuadros que Franco pintó allí. Así pues, el santuario convertido en hotel tendría toda la morbosidad de saber que allí paseó el Caudillo sus horas de ocio, su vida privada y sus supuestos escritos. Lejos de la noche de bodas y de los recuerdos, un regalo de guerra por reconquistar España reportó a la familia Franco 320 millones de pesetas limpios, contantes y sonantes. La Casa del Viento fue la primera mansión privada del general Franco y también la primera en enriquecer a sus descendientes.