PROEMIO

La fecha exacta del ocaso

Vestida de luto riguroso, sin su deslumbrante collar de perlas, con la tez pálida y el rostro dolorido bajo el leve maquillaje, Carmen Polo Martínez-Valdés, viuda de Franco, esbozó una sonrisa reducida en mueca y, agitando ligeramente la mano, dijo:

—Gracias. Son ustedes muy amables.

Era el crepúsculo del 31 de enero de 1976 y en el palacio de El Pardo reinaba el silencio derrotado y sólido de la despedida final.

La Señora depositaba la mano con flaccidez para que todos la estrecharan. Parsimoniosamente, fue pasando frente a la servidumbre, ante los miembros de las Casas Civil y Militar de Francisco Franco, y terminó diciendo su adiós a los oficiales y suboficiales del Regimiento de la Guardia del Generalísimo, a su servicio desde el 14 de marzo de 1940.

Pasadas las 18.10, en una hora fría de la tarde, la Primera Viuda de España descendió por las escalinatas del palacio en que había reinado durante treinta y seis años. Tras ella, como en una liturgia, caminaba su hija Carmen, duquesa de Franco, su yerno, el marqués de Villaverde, y su nieta favorita, la duquesa de Cádiz. Allí estuvieron también los exministros bunkerianos José Antonio Girón de Velasco, José Utrera Molina y Gonzalo Fernández de la Mora, acompañados por Miguel Ángel García-Lomas, alcalde franquista de Madrid. Todos ellos componían el último reducto, el séquito final y solitario de un pasado esplendoroso.

Tragándose las lágrimas con entereza, Carmen Polo ocupó el asiento trasero del coche oficial junto a las otras Cármenes, mientras una corneta se clavaba en el aire y en el corazón de las mujeres como un afilado cuchillo. Los primeros compases del himno nacional, oficiado por la banda del Regimiento, derrumbaron a la Señora, que rompió a llorar desconsoladamente.

Un centenar de adeptos, enfundados en sus cómodos abrigos, impidieron que el coche negro avanzara y exclamaron: «¡Franco, Franco, Franco!».

Era el eco de la vieja victoria mientras los brazos en alto cantaban el Cara al sol y Yo tenía un camarada. Después, entre pañuelos agitados, el séquito emprendió con dificultad su marcha, en un silencio de cementerio, mientras sonaba la tristeza del toque de Oración y dos oficiales arriaban el guion del Caudillo y la bandera nacional, dos enseñas que habían ondeado juntas durante casi medio siglo de historia. Cinco vehículos abandonaron el palacio. En el último de ellos, completamente solo, viajaba Cristóbal Martínez-Bordiú, el nuevo jefe de la familia.

Los mejores cronistas del corazón del Régimen también aportaron su propio pesar. Jaime Peñafiel relató el acontecimiento con estas palabras:

El 20 de noviembre y esta fecha serán para doña Carmen las más tristes y dolorosas de su vida. Porque si en la primera perdía al hombre con el que ha compartido más de cincuenta años de existencia, en la segunda se ve obligada a abandonar el escenario de tantos y tantos años de felicidad, las paredes del que ha sido su hogar, el lugar donde se ha casado su única y amadísima hija, donde han nacido y bautizado a los nietos y los bisnietos, y donde se han casado Mari Carmen y Mariola. Ese hogar donde celebró sus bodas de plata primero y las de oro después; el lugar, en suma, donde su esposo, el Generalísimo, trabajó sin descanso durante treinta y seis años, y donde inició su dolorosa y larga agonía, y adonde se lo trajeron muerto una fría mañana de un 20 de noviembre.

Posiblemente —suspiraba el periodista, adivinando los pensamientos de la viuda—, a doña Carmen le hubiera gustado terminar sus días entre las paredes del que ha sido su hogar, entre sus recuerdos, con esa delirante y dulce ilusión de «verlo» salir de un momento a otro de una habitación. Pero no ha podido ser así, y ha tenido que embalar los casi cuarenta años de su vida en poco más de dos meses y abandonar el palacio de El Pardo para vivir, seguramente más cómoda, pero sin duda alguna mucho, muchísimo más triste, en un sencillo piso.1

De este modo comenzó el principio del fin para los Franco. La fecha exacta de un cambio de régimen, el destronamiento a los setenta y seis días del histórico 20 de noviembre en que se detuvo el cansado corazón de Francisco Paulino Hermenegildo Teóbulo Franco Bahamonde, Caudillo de España «por la Gracia de Dios», Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire y Jefe Nacional del Movimiento. Un personaje comparado en vida con Juan de Austria, el rey Pelayo, el Cid, Alejandro Magno, Julio César, Napoleón, el Gran Capitán, Jenofonte, el Ángel Custodio, el superhombre de Nietzsche, Cristóbal Colón, el apóstol san Pablo, san José… Un genio portentoso de la ciencia militar, cruzado y centinela de Occidente, timonel de la dulce sonrisa, vencedor del Dragón de siete colas, espada del Altísimo, historia entera de España. Uno de los hombres públicos con más legitimidad personal de nuestra historia: poeta que ha escrito la página inmortal de la resurrección de España. De Franco se ha escrito que era el Sol, el cirujano que España necesita, capitán del milagro, príncipe del portento, regalo que hace la Providencia cada tres o cuatro siglos, instrumento de Dios para la salvación de las almas, peregrino de los santuarios de España, falo incomparable, redentor de los presos, dotado de una extraordinaria capacidad para la resolución de los problemas económicos, jefe hecho padre, guía de las horas difíciles, motor de nuestras mejores energías, restaurador de la moral y el derecho, figura que escapa a los límites de la ciencia política…2

En apenas dos meses, mientras la familia del Centinela de Occidente abandonaba definitivamente el palacio de El Pardo, los acontecimientos sepultaban incluso el contenido de la carta de gratitud a los españoles firmada por la viuda, Carmen Polo, cuando su marido estaba de cuerpo presente:

Gracias por tantas oraciones, por tantas palabras de aliento, por todas esas flores, por aquellas largas velas delante de El Pardo y de La Paz, arrancadas a vuestro descanso, a vuestras ocupaciones; gracias por vuestras lágrimas y vuestro dolor. Y gracias, en fin, por el postrero homenaje delante de su cuerpo sin vida, después de horas y horas de espera en aquellas interminables colas. Me he sentido profundamente emocionada por el cariño que le habéis manifestado, y espero que me perdonéis si os digo que me he sentido también orgullosa de haber sido su esposa. No tuvo otro norte en su vida que el de su Patria y tratar de que todos sintieran el mismo orgullo que él sentía de ser español. Su último escrito, cuando ya sentía que se le acercaba la muerte, es fiel reflejo del Francisco Franco que yo he conocido y amado. Ha muerto como quiso vivir: como católico y con el nombre de España en los labios. Vosotros le habéis recompensado con vuestro cariño y dolor. Por esta adhesión unánime, por todo cuanto hicisteis y estáis haciendo para honrar su memoria, quiero emocionadamente expresar mi agradecimiento, el de mis hijos y el de mis nietos y bisnietos.3

También saltaba por los aires «el testamento político» que el anciano general había entregado a su única hija para que fuera publicado tras su muerte:

Españoles: Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno en su presencia, pues quise vivir y morir como católico. (…) Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria, os pido que perseveréis en la unidad y en la paz, y que rodeéis al futuro rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y deponed, frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español, toda mira personal.

A los cinco meses de la desaparición física del Caudillo de España, su hija Carmen Franco relató al escritor Alfonso Paso:

Últimamente no empleaba la palabra «muerte». (…) Es bien cierto que el primer día en que se encontró mal, por un lado creía que podía salir, pero por otra parte hizo todos los planes para que la muerte no le cogiera de improviso. Por eso tuvo grandes discusiones con los médicos. El jueves, viernes y sábado del mes de octubre advirtió a los médicos: «A partir del sábado pueden hacer conmigo lo que quieran. Hasta entonces yo me pertenezco a mí mismo». E incumplió los consejos que le habían dado de que se quedara en la cama e hiciera reposo. (…) En esos tres días, 14, 15 y 16, es cuando él comprendió que estaba en trance de morir.

Y entonces le entregó su testamento político.

El día que él tuvo la crisis cardiaca por la noche, yo había salido con mi madre de compras —añade Carmen Franco—. Mi madre me dijo: «Estoy preocupada, porque esta noche tu padre no se ha encontrado bien. Tenía muchísima angustia. Llamó al criado que dormía en una habitación cercana, cosa que casi nunca había hecho. El criado preguntó que si le parecía bien que llamase a la enfermera». Esta, que solía estar en El Pardo desde que papá se puso malo, vino y observó que le había subido la tensión muchísimo. El criado dijo: «Excelencia, ¿le parece bien que me quede?». Y mi padre contestó: «Sí». Eso precisamente fue lo que alarmó a mi madre. Mi padre jamás pedía ayuda y se bastaba solo consigo mismo. Cuando yo estuve junto a él, le pregunté si quería que llamásemos al médico y contestó afirmativamente. Sudaba mucho. Aquello estaba sucediendo la noche del miércoles. El jueves los médicos diagnosticaron el infarto. Él escribió ese testamento que conocen los españoles entre el jueves, viernes y sábado. El sábado aún se movía por El Pardo un poco. El domingo tenía el abdomen muy hinchado. El lunes tuvo otra crisis cardiaca.

Debió de ser el martes cuando, desde la cama, me dijo que fuera a su despacho y me ordenó que le pidiera la llave al ayudante. En el despacho de papá no se puede entrar. Ni siquiera él mismo. La llave la tenía un ayudante, que es quien se encarga de abrir y cerrar esa puerta. Fernando Suárez cumplía esta misión. Lo que mi padre me dijo, concretamente, fue: «Entra en el despacho y, debajo de unos papeles, encontrarás un bloc. Tráemelo». Encontré el bloc junto con algunos papeles que le llevé también por si en última instancia me hubiese equivocado. Pidió quedarse a solas conmigo. Se convenció de que lo que le interesaba era lo escrito en el bloc. Y luego, con absoluta serenidad me dijo: «Léelo, a ver si lo entiendes». Papá tenía cierto pudor de su letra. Creo que les pasa a todas las personas de cierta edad, y más si están afectadas por el Parkinson, como le ocurría a mi padre. Él no pronunció la palabra «testamento». Empecé a leer el texto y había algunas palabras que no las entendía. Él me hacía corregir el texto con un bolígrafo. Me ordenó: «Cuando lo pases a 1impio, rómpelo». (…) En fin, pasé el texto a máquina y luego se lo volví a leer a él. Lo único que me hizo corregir finalmente fue el párrafo en el que habla del futuro rey de España. Mi padre precisó que detrás de esa frase fuera el nombre: «don Juan Carlos de Borbón», y así me lo hizo poner.4

Mientras el anciano general se extinguía preocupado por los amenazantes enemigos de España, un personaje surgía en ausencia del patriarca para dirigir los destinos del clan familiar.

Aunque su nombre no ha figurado en ninguna parte, detalle de admirable delicadeza, el doctor Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, lleva sobre sus hombros, desde que el jefe del Estado cayó enfermo, todo el peso, no solo del admirable equipo médico, del que es coordinador, sino también de la familia. Su entrega, su espíritu de sacrificio más allá de la resistencia humana (no se ha separado de la cabecera del Generalísimo) merece todo el respeto y la admiración.5

Entusiasmo, entrega, abnegación, intereses personales depuestos, espíritu de sacrificio… hermosas palabras para inaugurar un libro como este, en cuyas páginas se relata la historia de una familia que, sin ser monarquía, reinó durante medio siglo con un estilo propio; que juzgó y pontificó sin togas ni birretes. Al escribir sobre los Franco algunas afirmaciones tienen hoy un extraño significado: «No queremos la vida fácil y cómoda; queremos la vida dura, la vida difícil, la vida de los pueblos viriles». Así hablaba el patriarca Francisco Franco el 17 de julio de 1939. Juzgar si el dictador y sus descendientes cumplieron esta máxima corresponde al lector de este trayecto financiero-personal que abarca desde que se forjó la familia, a principios del siglo XX, hasta la España democrática de 2019, cuarenta y cinco años después de la muerte del fundador. «Donde está tu tesoro está tu corazón», dice la Biblia. Y es allí, al tesoro y al corazón de los Franco, al entramado de las sociedades anónimas de sus vidas, adonde desciende este libro. La familia Franco S.A. relata con rigor el aspecto más desconocido de la historia del clan, la manera en que obtuvieron su fortuna en íntima relación con sus existencias adaptadas a la dictadura y a la democracia. Hasta ahora no se había realizado un inventario de sus bienes y haciendas, ni se habían relatado los avatares de sus existencias lejos del Poder y la Gloria. La familia de Francisco Franco, tras la boda de su única hija con el marqués de Villaverde, fue para la generación que gobernaba en España todo un ejemplo a seguir, el norte deslumbrante de una brújula trucada.

Cuando yo llegué a la profesión periodística, la familia del general ya estaba en la cuneta de la historia, abandonados por sus acólitos, ateridos por la frialdad de unos acontecimientos que no esperaban; desbordados por la temida fuerza de unas aguas menos turbias que las que les mantuvieron en la cima. Pero nadie los derrocó ni expulsó de España; sus propiedades y su fortuna permanecieron intocables.

Adentrados en el siglo XXI, los Franco son definitivamente parte de esa clase burguesa a la que siempre pertenecieron. Y este rostro, oculto durante décadas de omnipotencia, muestra sus auténticas facciones, su verdadero rango social, a pesar de los privilegios acumulados. Los descendientes directos de Francisco Franco han vivido un cómodo y rentable descenso social. La convivencia democrática los transformó en una familia disgregada tras la muerte de Carmen Polo; una familia arrinconada por unas amistades íntimas que antaño amasaron fortunas fabulosas con su relación. Esta investigación también muestra, con hechos objetivos y datos documentados, los negocios desconocidos del patrimonio del general, la venta de sus santuarios y sus recuerdos. Por tales motivos, La familia Franco S. A. es, de algún modo, la última investigación sobre el entorno personal del general Franco y del franquismo, ya degradado por los depositarios de su pretendida grandeza. Aunque su «inmunidad» de facto durante cuarenta y cinco años ha sido otro de los precios políticos de la Transición, un extraño desquite tiene cabida en las denuncias y el desprecio con que la sociedad española ha fustigado a quienes lo tuvieron todo —fortuna incontrolable, poder ilimitado y brillo social— y fueron ante nuestros ojos obligatoriamente felices: los Franco. Nueve personajes que jamás pudieron ni podrán apartar de su camino la sombra del generalísimo. Porque, mientras el dictador vivió, sus vástagos infalibles intervinieron en negocios millonarios, pretendieron mediar en la elección de reyes, influyeron en el nombramiento de ministros, de presidentes de Gobierno y marcaron a su alrededor toda una época.

En casi medio siglo de democracia, la estrella pública de la familia Franco se ha ido apagando paulatinamente, mientras sus miembros se dedicaban a gestionar su controvertida fortuna, engalanaban fiestas y ofrecían una imagen sonriente en las portadas de los principales semanarios, siempre a todo color y a veces en rigurosa exclusiva. A partir de diciembre de 2017, la muerte de Carmen Franco ha destapado el debate sobre el origen oscuro de la fortuna familiar, amasada en plena dictadura y consolidada en democracia; sobre los negocios de los Franco, sobre sus privilegios y sus cuentas con la sociedad española.

Tras las desapariciones del general, de Carmen Polo y de los marqueses de Villaverde, la existencia crepuscular y silenciosa de los descendientes de Franco ha quedado envuelta en una exoneración política sorprendente. La familia de quien fue el hombre más poderoso de España ha perdido su brillo de antaño, pero abre sus velas al comprobar que ha empezado a soplar el viento político de un neofranquismo recién inventado, difuso todavía, pero reivindicativo de la figura del dictador.

En la larga gestación de esta obra, han sido de gran valor ciertos trabajos e investigaciones periodísticas de Txema Alegre, Luis Cantero, Perfecto Conde, Salvador Chao, Bernardo Díaz Nosty, Aurora Fierro, Jimmy Giménez-Arnau, Jaime Peñafiel, Antonio D. Olano, Javier Otero, Luis Otero, Daniel Sueiro, Alejandro Torrús y Jesús Ynfante. Han resultado imprescindibles los reportajes publicados por el autor en el semanario Tiempo a lo largo de los años, así como el permiso concedido en su momento por los directores Eduardo Sánchez Junco, Luis del Olmo e Ignacio Fontes para reproducir materiales de ¡Hola!, Protagonistas e Interviú. Este libro está también en deuda con el editor Juan Diego Pérez y el escritor Rafael Torres, que creyeron en esta investigación en tiempos más silenciosos.

La familia Franco S.A. es la edición actualizada, corregida y aumentada, de Los Franco, S.A., libro publicado en 2003 a partir de mi ensayo de investigación Villaverde, fortuna y caída de la casa Franco, que vio la luz en 1990 en adversas condiciones y con no pocas prudencias editoriales. Esta edición definitiva existe gracias a Blanca Rosa Roca y a la intervención de Enrique Murillo. Sin ellos hubiera sido imposible relatar en su magnitud la ascensión, negocios y privilegios de la familia de Francisco Franco, el último dictador de Occidente.