Durante la semana siguiente conversé con Ana en dos ocasiones, pero no tuve oportunidad de avanzar ya que nada de lo que hablamos me permitió iniciar la propuesta. El domingo la esperé fuera de la iglesia donde habitualmente oía misa y mientras paseábamos por su barrio la noté callada y melancólica, diferente a la chica conversadora y alegre que era habitualmente.
«Hoy extrañé mucho a mi familia» me contó cuando mencioné lo callada que estaba «Hay días en que se me pasan las horas y casi no me doy cuenta, pero otros, como hoy, no soporto estar tan lejos, no poder verlos, tengo que hacer un gran esfuerzo para no volverme.» Ana hablaba sin mirarme y estoy casi seguro de que se le corrían algunas lágrimas.
Le conté que también extrañaba mucho a mi familia, pero como me gusta la vida en la ciudad, eso ayuda a que sea más fácil de llevar.
«Para mí no es igual Marco, yo estoy aquí porque no tengo alternativa, como te conté, quiero ser maestra y ya aprendí mucho de lo que necesito para volver y enseñar a los chicos a leer y escribir, pero necesito reunir el dinero para armar la escuelita.» Ana se enderezó y mientras hablaba recuperó su habitual energía y locuacidad, «El padre Angel, el cura del pueblo, me ofreció una sala grande que hay detrás de la iglesia para comenzar ahí con las clases, pero tengo que comprar todo lo que hace falta, desde las sillas, papel, tinta, ya que la mayoría de las familias allí no tienen dinero para esto, tan pronto ahorre lo suficiente regreso sin pensarlo dos veces.»
Ahí había una oportunidad, no dudé un segundo. «¿Cuánto dinero necesitas?»
«Quinientos pesos aproximadamente, para hacer funcionar la escuela alrededor de dos años, hasta lograr que el gobierno nos ayude con los gastos.»
No sabía exactamente cuánto ganaba Ana, pero pocos sueldos eran superiores a treinta pesos mensuales, y considerando que tenía que comer y vestirse, no creo que pueda ahorrar mucho más de ocho o diez pesos por mes, por lo que eran poco más de cuatro años lo que necesitaba para reunir ese dinero. Le comenté mis cálculos y ella los confirmó. «Ya tengo ciento sesenta pesos ahorrados, y algunos días pienso que estos cuatro años van a pasar rápidamente, pero otros días como hoy, me parecen una eternidad.»
Caminamos unos minutos más en silencio, «Es una gran injusticia que tanta gente se esté haciendo rica casi sin trabajar, en la Bolsa, en los negocios con el gobierno, en tanto que sucede hoy en día, solo por saber que es lo que va a pasar ganan millones sin hacer nada.» Hablé sin mucho entusiasmo, cuidando cada palabra.
Ana respondió en el mismo tono resignado, «Si supieras las charlas que tiene el señor con sus amigos, hablan todo el tiempo de millones de pesos ganados en sus negocios.»
«Es cierto, la gente como Uriarte es muy afortunada, ahora se dice en la calle que está por iniciar un negocio nuevo con un banco, y que va a ganar fortunas con eso.»
«Sí, algo escuché en la casa, pero la verdad no entiendo mucho sobre negocios y esas cosas.» Ana seguía con sus pensamientos allá lejos en su pueblo.
«Yo conozco a un hombre, don Horacio, es muy inteligente y me está enseñando sobre negocios y economía, he aprendido bastante, mi problema es que no tengo tiempo para estar en la calle buscando la información que necesito para hacer mi primer negocio, te imaginas que todo el día metido en el mercadito pocas son las chances que tengo de enterarme que está pasando y poder aprovechar eso para ganar un dinero extra.» Hablé pausadamente, sin mostrar mayor interés.
Seguimos caminando sin hablar mucho más, no quise insistir, estaba seguro de haber dicho lo suficiente y ella tarde o temprano ataría los cabos. Solo quedaba regresar a la Iglesia luego del paseo, y rezar un poco para que eso suceda pronto.
*****
Dios escuchó mis plegarias, dos días después del paseo, Ana fue cerca del medio día al almacén, me sorprendió un poco ya que nunca había ido y después de entregarle a Manuel el pedido de la semana, se acercó y me pidió algunas frutas, lo que nos obligó a caminar hacia el fondo del salón donde estaban los cajones. Manuel no sospechó nada ya que era habitual que los sirvientes de varias casas dejaran el pedido pero se lleven ellos mismos lo más urgente.
Ana esperó a que nos alejemos un poco del español y mientras revisaba la fruta que había, me habló en voz muy baja «Estuve pensando mucho lo que hablamos el otro día, sobre los negocios que se hacen y como todo el mundo parece estar ganando dinero» Me miró para estar segura de que sabía de que me hablaba, yo intentaba no mostrar ansiedad y asentí con la cabeza. «Me contaste que tienes un amigo que te enseña sobre dinero y economía y que si tuvieses información sobre los negocios que se hacen en la ciudad podrías aprovechar esa información para ganar algo» Ana era quien miraba con ansiedad ahora.
«Exacto, Don Horacio es un hombre muy experimentado y parece saber mucho sobre economía, me ha enseñado bastante hasta ahora y sé que con su ayuda y la información adecuada, podría hacer algo, pero como te comenté, estoy todo el día aquí adentro y no tengo tiempo de ir a los lugares donde la gente se junta a hablar de negocios ni conozco a la gente adecuada.»
«Yo te puedo ayudar con eso ya que estoy en casa de Uriarte, donde el señor recibe todos los días a sus socios y hablan sobre sus negocios y puedo escuchar lo que dicen, yo podría ir contándote lo que escucho y tú ver que puedes hacer con eso.»
Demoré unos segundos para responder, como meditando la propuesta.
«¿No es peligroso que espíes a tus patrones?» Pregunté a propósito, quería estar seguro de que ella estaba consciente de lo que hacíamos.
Ana debía haber pensado mucho el asunto, pero igual no pudo mirarme mientras respondía «No es peligroso si nadie sale perjudicado Marco, ellos se han portado bien conmigo y me siento mal haciendo esto, pero no creo que tenga otra opción si alguna vez quiero reunir el dinero.» Y luego continuó tomándome de la mano, algo que no había hecho nunca: «Solo tienes que prometer que nadie sale perjudicado, especialmente ellos, júrame que vas a ser muy cuidadoso y que nadie se va a dañar con esto.»
«Tranquila Ana, no voy a hacer nada sin consultarte antes, vamos a decidir entre los dos que hacemos con lo que averigües y te aseguro que nadie va a salir perjudicado.»
Ana me sonrió y se fue, dejándome con dos sensaciones placenteras, una alegría enorme de que todo comience, y admiración por ella, la muchacha solo estaba interesada en su escuelita, en ayudar a otros.
*****
La primera parte del plan fue un éxito, Ana podía escuchar gran parte de las conversaciones de Uriarte. Pasados pocos días me dijo que casi todo lo que hablaba el señor era sobre la apertura de su nuevo banco en Córdoba. Uno de sus principales socios sería el director e incluso el presidente Juárez, nacido en esa provincia, asistiría a la inauguración. También pudo averiguar Ana que este negocio era posible debido a una nueva ley denominada «de Bancos Garantidos», aunque no supo decirme por qué.
Con esta información fui inmediatamente a ver a Horacio para pedir su ayuda e intentar entender mejor, pero tuve la mala suerte de llegar al bar cuando estaba reunido el anciano con sus dos grandes amigos, a quienes yo había visto antes y sabía que seguramente se quedarían un buen rato y no podríamos hablar. Estaba por despedirme desde la puerta para no interrumpirlos, pero Horacio al verme me indicó con la mano que me acerque a la mesa. Después de los saludos, el anciano me presentó a los dos hombres, el mayor era español como Horacio, alrededor de setenta años; alto y delgado; totalmente calvo y muy serio. Vestía muy sencillamente con pantalón negro y camisa celeste y me saludó con un firme apretón de manos mientras decía su nombre, Francisco de Altamira. El otro hombre era más joven, sesenta años calculé, muy elegante, traje azul y corbata, cabello blanco bien peinado hacia atrás y una gran sonrisa, se presentó como Emilio Tamagnini, genovés de nacimiento y argentino por elección, según sus palabras.
Horacio me invitó a acompañarlos en su mesa y les contó a los hombres quien era yo, también dijo a sus amigos que estaba en mi primer proyecto de negocios, tras lo cual me invitó a que los pusiera al tanto a los tres sobre los avances, asegurando que ambos eran de absoluta confianza. A pesar de las palabras de Horacio, preferí no dar nombres y solo contarles el tema general, les hablé sobre la conversación que escuché en casa de un importante hombre de negocios y sobre el entusiasmo de este ya que podría ganar mucho con un banco que había fundado. Conté que el banco estaba siendo creado bajo una nueva ley llamada de Bancos Garantidos, y que estaba localizado en la ciudad de Córdoba. También les hablé sobre la posibilidad de que el presidente mismo asista a la inauguración y lo más importante, que aparentemente este banco podría comenzar a emitir algo muy pronto. Y finalmente con toda sinceridad les dije que no sabía mucho sobre esta ley ni que se puede emitir desde un banco, por lo que aún no entendía el nuevo negocio de este hombre.
Los tres hombres escucharon sin interrumpir, y luego de una brevísima pausa el primero que habló fue Emilio: «Antes que nada muchacho, te felicito por tu discreción, no diste nombres ni datos innecesarios, esa actitud es muy valiosa.» El hombre sonreía mientras me hablaba, ese italiano era realmente simpático.
Francisco fue el que comenzó con la explicación, en tono muy serio y casi académico:
«La ley de Bancos Garantidos busca permitirles a nuevos bancos y a algunos de los ya existentes, emitir billetes. Esto se hace más o menos de esta forma, el banco que quiere emitir tiene que comprar oro, dejarlo como respaldo en el tesoro nacional, a cambio el gobierno le permite emitir billetes por un monto equivalente al oro depositado. A ese dinero en billetes el banco puede prestarlo a sus clientes y ganar dinero cobrando un interés por esos préstamos. El gobierno se beneficia ya que existirá mayor cantidad de dinero circulante pero sin tener que comprar oro para respaldar esos billetes.»
Medité un poco la explicación, aunque parecía interesante, no era algo tan extraordinario, cobrarían un interés por el dinero que presten, está bien pero no creía que haya sido eso lo que justificó el grito de alegría de Uriarte. Luego de agradecer a Francisco la explicación, les comenté mis reservas a los ancianos y esto les pareció muy gracioso.
Horacio fue el que habló: «Piensa un poco Marquitos, este hombre al que estás siguiendo los pasos es dueño en un banco que puede emitir dinero ¿correcto?» Asentí.
Emilio continuó, «Mencionaste que están sobornando a un burrito cordobés para que esto funcione y les está costando muy caro, también dijiste que el presidente, que es cordobés, va a hacer el viaje de una semana hasta Córdoba solo para asistir a la inauguración del Banco.»
«¡Ustedes dicen que el presidente está involucrado!» Yo no podía creerlo, había escuchado muchos comentarios sobre la corrupción en el gobierno pero esto parecía excesivo.
«A eso no lo sabemos Marco, pero el presidente tiene un grupo de gente, algunos también cordobeses, que se encargan de los negocios, y parte de ellos forman la comisión encargada de regular a los Bancos Garantidos, o sea de controlar que estos no emiten más de lo que pueden» Francisco redondeó la idea.
Ahora sí tenía sentido la alegría de Uriarte, sería prácticamente dueño de una máquina de emitir billetes si estaba sobornando a quienes debían controlarlo. Yo también hubiese gritado de alegría si estuviese en su lugar.
No pude evitar pensar también en lo que esto significaba, si un grupo de hombres tenía acceso a ese tipo de negocios, este país estaba en problemas.
Agradecí a los ancianos por la información y las explicaciones, tenía mucho en que pensar ahora, sobre todo como poder sacar algún provecho de esto, pero antes de que pueda ponerme de pie, Horacio me pidió que me quede unos minutos más, y ante mi sorpresa comenzó a relatar una historia de tres hombres que habían realizado gran cantidad de negocios durante muchos años, enriqueciéndose con esa actividad. Ahora esos tres hombres estaban retirados y habían dejado el manejo de sus negocios a sus respectivos hijos.
No me sorprendió en absoluto saber que Horacio era rico ya que, aunque no era ostentoso, sabía mucho sobre los negocios y vivía con tranquilidad, además de tener un bar solo como hobby. Antes de que pudiese decir nada, Emilio siguió con la historia: «Ahora ya estamos fuera de las pistas Marquito, pero nos gusta seguir informados y aprendiendo sobre estos temas, por eso queremos proponerte nos dejes guiarte en este camino que estás comenzando.»
Realmente me tomó por sorpresa y fue una muy buena sorpresa, la idea de tener tres maestros era maravillosa y así se los dije, pero Francisco no me permitió terminar el agradecimiento: «Antes de comenzar debes aprender algo muy importante, la primera regla fundamental de los negocios es que nada es gratis, por lo que para acceder a estos consejos primero nos tienes que demostrar que aun sin saber mucho sobre el manejo del dinero, tienes instinto, olfato para los negocios, y la forma de hacerlo es reuniendo seiscientos pesos en el transcurso de dos meses.»