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Corona de espinas

CBC eran las letras bordadas en el escudo del Colegio Cardenal Newman que lucí con orgullo en mi saco bordó cuando ingresé en cuarto grado de primaria en 1974.

CBC-Certa Bonum Certamen-Lucha la Buena Lucha. Claro y contundente.

Nunca imaginé que elegiría esta frase para luchar contra las amenazas, los silencios, la complicidad y el encubrimiento que permitieron que durante años se sucedieran abusos sexuales y maltratos en mi colegio.

Hasta fines de 2015 solo personas de mi absoluta confianza, mi esposa, mis hijos y muy pocos conocían algunos de los secretos de esta historia.

Durante muchos años por temor y vergüenza los mantuve en el mayor de los silencios, por la sensibilidad del tema y por una sociedad que entendía no estaba preparada para recibir este tipo de noticias y obrar en consecuencia.

Hasta que se me «disparó el dedo» en diciembre de 2015, cuando leí una nota en el diario La Nación que me dejó perplejo. En esa nota se informaba que el Newman modificaría el tradicional escudo del león rampante agregándole una corona dorada para homenajear a un Rey, al Excelentísimo —ex alumno recientemente electo— presidente Mauricio Macri.

¿Pueden creerlo? Una corona dorada sobre el león, rey de la selva. Ergo, Rey de Reyes, la máxima victoria para un colegio que se vanagloriaba de haberlo tenido como alumno. ¿Qué mejor homenaje que ese? Clara señal de que la excelentísima enseñanza y disciplina habían dado sus frutos. What else?

Cuando terminé de leer esa nota, me costó salir de mi estado de impavidez.

Corona dorada… no, señores, corona de espinas, muchas espinas, demasiadas para un chico que buscó consuelo, corona de espinas que se clavan en el alma, corona de espinas, seres aberrantes.

No sé si fue un acto reflejo e inconsciente de bronca e impotencia lo que me llevó a ingresar a Facebook para buscar a Alberto Olivero, el Director del Colegio. Sí, allí estaba, y no lo dudé, le escribí un sincero mensaje cargado de emoción. Hasta ese momento no lo conocía personalmente ni tampoco había hablado con él.

Estimado Sr. Alberto Olivero:

Si bien no tengo el gusto de conocerlo personalmente, tenemos algo en común: el Colegio Newman. Sinceramente, me ha alegrado muchísimo el pedido que le ha realizado el Sr. Mauricio Macri, flamante Presidente electo de Argentina, de no modificar el escudo del Colegio. Creo que habla de una humildad enorme e intenta con su pedido, en cierta forma, enviar un mensaje a la sociedad entera y especialmente a la del Newman, que no sirve de nada el exitismo o el orgullo egoísta. Agregarle una corona al escudo histórico del colegio por el solo hecho que un ex alumno alcance, por su educación y especialmente por su capacidad y esfuerzo personal, un cargo semejante, daría por sentado que entonces también se le debería agregar al mismo escudo, algún símbolo que represente a aquellos ex alumnos, profesores, sacerdotes y/o incluso hermanos de la congregación que lo condujera, por aquellos actos o acontecimientos tristes y/o aberrantes de los que pudieron ser protagonistas, partícipes o cómplices. Tengo 50 años y fui alumno del colegio, al igual que mis hermanos y varios sobrinos. Jamás en todos estos años desde que lo dejara, he tenido una actitud revanchista o vengativa para con el mismo y, casi inexplicablemente, guardo algunos buenos recuerdos. Cuando escuché la noticia del cambio del escudo, enseguida me pregunté cuál sería el símbolo que habría que agregarle al lado del CERTA BONUM CERTAMEN, si salieran a la luz, aquellos castigos corporales que a mí, a otro y seguramente a muchos alumnos más, infligía el entonces capellán del colegio, en su habitación debajo de la Capilla cuando apenas éramos alumnos de primaria. Boca abajo en su cama, sigo, a pesar de mis 50 años, recordando mi miedo y el dolor de los 10 cinturonazos en mi cuerpo desnudo. Hace apenas pocos años, decidí «trabajar» esto junto a mi mujer e hijos. Es un dolor que inexplicablemente estuvo dormido desde aquel pacto de silencio entre el mismo Obispo de San Isidro y algunos hermanos de la congregación, desde el mismo momento que a mis 15 años me presentara, en absoluta soledad ante el Obispo para denunciar lo sucedido, con el único propósito de LUCHAR MI BUENA LUCHA. Estoy muy contento de que Mauricio Macri sea nuestro nuevo Presidente. También muy dolido que el Papa Francisco, hasta hoy, no haya transmitido sus felicitaciones. Hace apenas 2 meses, por primera vez conté con detalles mi propia historia a un periodista y hoy estoy trabajando en la edición de un libro, con la enorme convicción de poder ayudar a otros contra el abuso y los silencios macabros en mi propia Iglesia. Antes de hacerlo, pretendo que estos hechos ocurridos en el Newman con el silencio cómplice del obispo de entonces, lleguen al Papa Francisco. Estoy trabajando en ello. Mi humilde reflexión es que no sería bueno agregar una corona al escudo como homenaje a quien acaba de ser elegido Presidente de nuestro país. A mí me reconfortaría más ver en el escudo un látigo o una corona de espinas, en recuerdo por las aberraciones vividas en el Newman por mí, por otro y seguramente por muchos otros, que por temor y sobre todo por vergüenza, siguen callando con ese dolor profundo que el abuso causa para siempre. Atentamente,

RUFINO VARELA

PD: Le escribí estas líneas con el mayor respeto posible y en su condición de Director del Colegio Newman. Le pido encarecidamente absoluta reserva.

Me animé a expresarle sin filtro lo que sentía por haber leído la noticia del diario y a contarle parte de mi historia.

Apenas confirmé el envío hablé con una de mis hermanas y le conté lo que había hecho. Sin juzgarme, soltó: ¡Ay no, Rufo!

Enseguida entendí su preocupación al acordarme de que su hijo menor estaba en su último año de secundaria y que otros sobrinos nuestros eran también alumnos de primaria.

En vano intenté borrar el mensaje y al no poder hacerlo asumí lo que alguien que adoro me había advertido unos meses antes, cuando le contaba lo que me estaba pasando.

Te vas a tener que hacer cargo, Rufo.

¡Me hice cargo!

Esa nota sobre la corona dorada me despertó la experiencia más nefasta que viví, reavivó una herida muy dura para poder cicatrizar.

Supuse que recibiría una respuesta en forma inmediata. Con el correr de los días me fui olvidando, sobre todo ante el inesperado y lindísimo anuncio del casamiento de mi hija para el 17 de diciembre del año siguiente.

Los meses transcurrieron, y nada pasó. Sabía que me había hecho bien animarme a escribir lo que había sentido y en ningún momento me arrepentí de contar a un desconocido parte de mis secretos. A pesar del silencio estaba seguro de que ese mensaje había llegado a destino, y la sensación de que algo oculto se estaba gestando más de una noche me quitó el sueño.

Sorpresivamente a fines de mayo de 2016, Alberto Olivero respondió mi mensaje privado de Facebook pidiéndome mi celular. Se lo pasé y me llamó enseguida. Me dijo que no usaba usualmente esa red, y que lo había abierto de casualidad el día anterior y había encontrado más de cien mensajes. Le llamó la atención el mío, y le dio prioridad.

Rufino, te pido por favor que nos reunamos mañana mismo. Y si no tenés inconvenientes, quiero que esté también presente algún miembro del Board. El tema me excede… porque la situación me excede, es muy complicada… y es muy grave.

Si bien no tenía la misma urgencia que había tenido tiempo atrás, accedí sin ningún problema a su pedido.

En la primera reunión del mes de mayo de 2016 en el Colegio Cardenal Newman de Boulogne, San Isidro, me reuní con Alberto Olivero y Oscar Gosio.

Apenas nos presentamos e instalamos en la Dirección me comentaron:

Supongo, Rufino, que sabrás que el Padre Alfredo y la mayoría de los Hermanos de la Congregación de tu época están muertos. El Colegio ya no pertenece a la Congregación Christian Brothers. Actualmente solo vive acá el Hermano Thomas. No sé si lo conocés… Al enterarse ayer de todo esto, estuvo toda la noche rezando y en este momento está en la Capilla, arriba nuestro, pidiendo para que esta reunión salga bien.

Fue un encuentro amigable. Pero a medida que avanzaba la reunión, lanzaron una seguidilla de preguntas extrañas e insólitas. Sentí que todas estaban encabezadas por todo lo contrario a la prédica cristiana.

¿Odiás al Newman? ¿Odiás a los Brothers? ¿Odiás a la Iglesia? ¿Odiás a tus padres? ¿Odiás a Macri?

Un interrogatorio inquisidor y mis rotundos No como respuesta.

Enseguida preguntaron ¿en qué te podemos ayudar?

Lo único que pretendo —esa fue mi respuesta en esa reunión y en las sucesivas— es que el Colegio y la Congregación me ayuden a ayudar a otras personas, entre ellas, a otros ex alumnos para que puedan romper sus silencios. Y además es importante que se pida un perdón público en la cena de ex alumnos de este año.

Mantuve mi eje, mi entereza. Tal vez sorprendidos por mi respuesta, Alberto me detalló lo que pasó luego de que leyera mi primer mensaje.

Rufino, apenas leí tu mensaje hice varias llamadas a distintas personas por la gravedad del tema, entre ellos al Obispo de San Isidro Monseñor Oscar Ojea, quien te quiere conocer; al Padre Carlos Saracini, Provincial Pasionista, porque el Padre Alfredo había pertenecido a esa Congregación; a distintos miembros del Board y especialmente llamé a la República de Irlanda para hablar con el Hermano John Burke, como sabés de la Congregación Christian Brothers, quien fue rector del Colegio cuando vos eras alumno.

Mientras Alberto Olivero hablaba y Oscar Gosio asentía, yo pensaba que en los años de John Burke como rector ocurrieron, entre las sombras, mi caso y el de tantos otros.

Vos sabés que estuvo Burke en esa época, enfaticé.

Justamente le pregunté a Burke sobre casos de abuso sexual en el Colegio durante su rectoría, y me manifestó que recordaba perfectamente lo sucedido —aclaró Alberto.

Pero lo más alarmante del caso fue cuando me mencionaron en la conversación telefónica. Me imagino que Burke habrá permanecido mudo unos segundos.

Porque Alberto me miró en silencio y Oscar tragó saliva. Porque iban a contarme qué habían hablado con Burke. Percibí que algo no andaba bien…

Rufino, cuando le comentamos tu caso a Burke, se quedó shockeado.

¿No lo sabía?

Burke nos dijo que recordaba perfectamente que en 1980 le había pedido asesoramiento al padre de un alumno del colegio… y que en ese momento no había estado en condiciones de decirle a ese padre que una de las víctimas era su propio hijo.

Burke le había confirmado a Alberto Olivero y a quienes habrían participado de esa conversación telefónica sobre mi caso, que en su momento le había pedido asesoramiento a mi padre. Por sus dichos nunca le dijo que una de las víctimas de abuso sexual y maltrato físico había sido uno de sus hijos.

Ese padre… era mi padre.

Abrí los ojos como platos, se me cayó la mandíbula. Yo también estaba en shock. No pude disimular el impacto de la noticia. Solo quería salir disparando de ahí.

Al terminar la reunión hice lo posible para disimular mi angustia y aturdimiento. Me despedí de Alberto y Oscar con un abrazo, creyendo en ese momento que ellos no tenían ninguna responsabilidad ni culpa de todo lo sucedido.

Ellos habían sido muy cordiales; a Oscar lo sentí especialmente conmovido.

Ya no quedaba nadie en el colegio. Mi auto era el único que estaba estacionado sobre la calle Reclus. Caminé como perdido sin saber qué hacer. Subí y no quise volver enseguida a casa. Qué les diría a Mariu y a mis hijos, no quería que me vieran mal. Conduje hasta el puente Capitán San Martín y me detuve unos minutos a metros de la misma parada donde esperábamos el colectivo con mis hermanos para volver a nuestra casa a la salida del colegio. Intenté no llorar pero la bronca y la impotencia me ganaron la pulseada. Bajé a la Panamericana y sin pensarlo manejé a alta velocidad hasta llegar a Don Torcuato.

Al regresar a San Isidro ya me había calmado y fui muy cuidadoso en contar lo que había pasado.

Ese mismo día me invadieron el aturdimiento, la confusión, la desconfianza, estragos en las emociones, náuseas, todo atentaba para pulverizarme. A poco de andar advertimos con Mariu que lo peor aún no había empezado.