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EL SER Y EL DEVENIR

La materia y la energía

«Nada se crea ni se destruye, sino que se transforma». Esto es lo que afirmaban los filósofos griegos, a propósito del eterno fluir de las cosas, que los sabios hinduistas identificaron por su parte con el samsara, el ciclo del devenir.

Según las leyes de la física, la energía nunca desaparece, sino que simplemente se transforma. Tras la apariencia material de nuestro cuerpo físico, que hay quien considera erróneamente como la única realidad, existe todo un conjunto energético sin el cual ni siquiera habría vida, formado por tres estructuras distintas: los cuerpos sutiles, los nadi y los chakras.

No por casualidad, el número tres está siempre presente en todo lo que respecta a lo divino. Basta pensar en las tríadas divinas: Vishnú, Brahma y Shiva, en el hinduismo; Padre, Hijo y Espíritu Santo en el cristianismo; Osiris, Isis y Horus en la religión egipcia; por no hablar del hombre mismo, que es al mismo tiempo espíritu, mente y cuerpo.

Por lo tanto, tres son los elementos que se manifiestan a partir de la unidad primordial; y, para los hindúes, tres son las cualidades (guna) de la sustancia: tamas (oscuridad, inercia), rajas (movimiento) y sattva (equilibrio, luminosidad).

De su combinación, uniéndose de dos en dos, se derivan las cuatro posibilidades, los elementos cósmicos griegos: agua, tierra, aire y fuego, de un total de siete; o sería mejor decir seis más uno, porque, combinando las tres guna (tamas, rajas y sattva) en todas las parejas posibles (sattva y rajas, sattva y tamas, rajas y tamas), alcanzaríamos la cifra de seis, que eran los sistemas filosóficos de la India antigua y los planetas del sistema solar conocidos en la Antigüedad, si excluimos la Tierra, que es desde donde los observamos. Así pues, seis son los chakras principales del hombre común: Muladhara, Svadhishthana, Manipura, Anahata, Vishuddha y Ajna, puesto que el séptimo, Sahasrara, pertenece al iluminado que ha trascendido la condición humana. Para obtener la séptima combinación, hay que salirse del esquema de los emparejamientos de las guna y proceder a la unión de los tres (tamas y rajas, sattva).

En el hombre, las dos energías, masculina y femenina, yang y yin, de cuya interacción se originó la vida, se polarizan, mediante diversos cruces, a lo largo de la columna. En la práctica, somos grandes imanes vivientes de cuatro polos, sensibles a todas las leyes físicas de la electricidad y del magnetismo, formados por dos polaridades horizontales, yin y yang, y dos verticales: la más alta y espiritualizada se encuentra en la cúspide del cráneo y la más baja y densa en la base de la espina dorsal. Entre estos dos polos, caracterizados por un potencial y, en consecuencia, por un voltaje distinto, se sitúan todos los estadios intermedios, como las notas de una escala musical, donde las notas más bajas se deben a una vibración lenta y las más agudas a un movimiento vibratorio rapidísimo.

En la práctica, estamos atravesados por un flujo continuo, por una corriente eléctrica positiva y negativa en cuyas intersecciones, a lo largo del eje vertical de la columna, la energía forma unos remolinos que giran en el sentido de las agujas del reloj y al contrario en función de su polaridad. Cuando la corriente positiva que fluye de un lado del cuerpo se cruza con la negativa, como es dominante, desplaza el remolino en su dirección. Esta es la razón por la que todo remolino parece girar en sentido contrario respecto al anterior y al posterior. Naturalmente, no se trata de corrientes continuas sino alternas, muy parecidas al flujo energético generado por la rotación de la Tierra, hacia el Sol entre mediodía y medianoche, y en dirección opuesta entre medianoche y mediodía.

Es la respiración del cosmos, que alterna rítmicamente los ciclos nocturnos y diurnos, al igual que el hombre alterna inconscientemente el predominio de uno u otro orificio nasal durante el acto respiratorio. En la fase de inspiración, la energía va hacia arriba, y al espirar vuelve a concentrarse hacia abajo. De este modo, al respirar con el orificio nasal izquierdo prevalece la experiencia de la percepción, mientras que al respirar con el derecho prevalece la de la acción. Los hindúes simbolizan este complejo sistema energético con la imagen de Meru Danda, el equivalente oriental del caduceo de Mercurio, la vara a lo largo de la cual se retuercen las dos energías serpentinas.

Sin embargo, y como enseña la alquimia, en realidad nada permanece inmutable, sino que todo puede ser transformado, al modificar simplemente su ritmo vibratorio, del más burdo al más sutil, del emblemático plomo al oro purísimo. Y, por lo demás, como afirma Einstein, ¿qué es la materia, sino un pensamiento vibrante a velocidades inferiores? Es la argucia del mago, antigua como el mundo: materializar objetos, ralentizando la velocidad vibratoria de la energía del pensamiento, o desmaterializarlos, aumentándola. Toda manifestación de la realidad, que puede resumirse en una de las cuatro categorías, temperamentos, humores o tattva (en sánscrito, «esencia de lo que es»), no es más que energía vital que opera a ritmos distintos: así, la diferencia entre los elementos se debe únicamente a una velocidad de vibración diferente.

Los elementos del cuerpo

Basta con pensar en la tierra, sólida, visible, tangible e inerte (es decir, incapaz de pasar a un estado distinto), para imaginar la lentitud vibratoria de sus partículas atómicas. Después viene el agua, un poco más rápida desde una perspectiva vibratoria, como demuestra su falta de forma, su capacidad de adaptarse a cualquier recipiente y, al calentarse, pasar al estado gaseoso, sin dejar de ser visible y tangible. Después, el fuego, que no se toca pero se ve y se siente; y, por último, el aire, real aunque intangible e invisible. Sabemos que existe, porque en el caso que nos faltara moriríamos asfixiados, sin embargo, no lo podemos ver, sopesar, ni mucho menos apretar entre los dedos.

El fluir de los tattva y el predominio temporal de uno sobre otro se manifiestan en el cielo a través de las energías planetarias y zodiacales que se suceden en la tierra mediante los ciclos estacionales. Al igual que los animales, las plantas y las aguas, el cuerpo del hombre tiene sus estaciones. No es por casualidad que, como enseña la medicina ayurvédica[1], en primavera predomine el aire, el Vata, unido a la respiración, el verano sea la estación de la bilis, Pitta, y el otoño y el invierno, húmedos y fríos, la de la flema, Kapha. En este sistema de pensamiento nada es bueno o malo, ni un elemento vale más que otro, ni hay un color, una nota o un planeta mejor, porque toda la energía tiene un sentido preciso en el todo; a condición de que se manifieste sin estridencias, en sintonía con el resto.

Atender a los ritmos del cielo y de la tierra, escritos en los astros y en las estaciones, es el primer deber de quien aspira a emprender un camino, en armonía con el cosmos y los demás seres.

Las estructuras energéticas del hombre

 Los cuerpos sutiles

En la Antigüedad, los egipcios se dedicaron al estudio de los cuerpos sutiles del hombre, contenidos uno dentro del otro —como si de muñecas rusas se tratase— de forma cada vez más sutil. Hasta el punto de que, conscientes de la supervivencia de los elementos sutiles en la materia, dispusieron un complejo arte funerario en el que lo más importante era el acto del embalsamamiento.

Como después demostraron las minuciosas clasificaciones de la escuela teosófica, los egipcios distinguían el cuerpo físico (Khat) de su sombra (Kha), a los que añadían el alma (Ba), el intelecto (Khu) y el corazón (Ab). De forma similar, el pensamiento tántrico, además del físico, reconocía un cuerpo etérico, uno astral, uno mental y otro espiritual.

Los cinco cuerpos del hombre: a) cuerpo físico; b) cuerpo etérico; c) cuerpo astral; d) cuerpo mental; e) cuerpo espiritual

El cuerpo etérico

Completamente similar en forma y dimensiones al físico, es la fuente del que este extrae la energía vital, procedente del sol, y todas las sensaciones físicas que retransmite a través de los nadi y los chakras. Una vez satisfecha la necesidad energética del organismo, elimina los excesos en unos flujos de unos dos centímetros que constituyen el aura etérica, fotografiada por primera vez por el matrimonio Kirlian en los años treinta.

El aura ejerce sobre el físico una acción protectora, impidiendo que la agredan los agentes patógenos y rechazando la negatividad enviada voluntariamente por algún operador de lo oculto. Sin embargo, cuando, a causa del estrés, una dieta inadecuada o pensamientos y emociones negativas, estos filamentos se curvan y enredan hasta ocasionar grietas en el tejido áurico, la enfermedad y la negatividad logran atravesar las barreras protectoras y se instalan en el cuerpo, mientras que la pérdida de la fuerza vital, como el agua a través de una grieta, hace descender el nivel energético y vibratorio de manera en ocasiones preocupante.

Pero aún es posible intervenir gracias al efecto terapéutico del pensamiento positivo, capaz de reparar las fisuras y restablecer el tono energético. Además, dado que la radiación de las plantas está muy próxima a la del cuerpo etérico (de ahí la eficacia de los preparados terapéuticos de las herboristerías), podrán obtenerse pequeños milagros energéticos simplemente caminando con los pies descalzos sobre la hierba o sentándose con la espalda apoyada sobre un tronco.

El cuerpo astral

Es la sede de los sentimientos, las emociones y los rasgos del carácter. Su aura es ovoidal, que puede llegar a superar incluso varios metros el cuerpo físico: se cuenta que el aura de Buda se extendía a lo largo de casi cuatro kilómetros.

Además de los constantes cambios de carácter, detectables como colores estables y predominantes, el cuerpo astral registra las emociones más fugaces.

La mayor parte de los bloqueos emotivos, que arrastramos desde vidas anteriores y con los que nos vemos obligados a enfrentarnos, se alojan, en el cuerpo astral, en la zona del plexo solar.

El cuerpo mental

Todo pensamiento, idea o percepción intuitiva se deriva del cuerpo mental. Se trata de un óvalo de materia cada vez más sutil, de un color blanco lechoso en los seres poco evolucionados, y más intenso y luminoso a menudo que el nivel de conciencia tiende a aumentar.

El cuerpo espiritual

De todos los cuerpos energéticos, es el que presenta una frecuencia vibratoria más elevada. En los seres poco evolucionados, se encuentra a una distancia de un metro, más o menos, del cuerpo físico, mientras que en quienes han «despertado» puede extenderse hasta varios miles, adoptando la forma de un círculo perfecto. Gracias a él podemos experimentar una sensación de comunión con los demás seres, con la naturaleza y con todo el universo. Nos permite sentir la presencia de lo divino dentro y fuera de nosotros, permitiéndonos participar de su designio, del que somos un fragmento significativo. Es la chispa divina presente en nosotros, destinada a acompañarnos a lo largo de todo el trayecto evolutivo a través de la rueda de los renacimientos.

Cada uno de estos cuerpos, del más denso al más sutil y puro, posee unas características y frecuencias vibratorias propias. El etérico, al estar más cerca del físico, vibra a una frecuencia más baja; le siguen el astral y el mental, cada vez más sutiles y rápidos, hasta llegar al cuerpo espiritual, el menos denso y elevado.

Pero tampoco aquí hay nada inmutable; el estado energético de los cuerpos sutiles puede variar, así como su extensión, calidad y luminosidad. Si los pensamientos negativos, la ansiedad, los miedos, los contactos con personas y ambientes de baja calidad energética influyen negativamente en el estado de los cuerpos sutiles, del mismo modo que el desarrollo espiritual del ser, mediante la práctica de las asana, los mantra, la meditación o gracias al contacto con personas y lugares elevados, modifica positivamente su frecuencia.

 Los nadi

En este sistema energético, parecido a una llanura regada por una red de cursos de agua, los nadi (en sánscrito, «vena» o «canal») forman una especie de red de canales de conexión. Su función es la de transportar el prana, la energía vital que los chinos denominan qi y los japoneses ki, a través de las diversas estructuras sutiles del hombre. Los nadi de cada cuerpo energético están conectados con los del cuerpo energético inmediato: el etérico con el astral, el astral con el mental, etc. Por ello, con la muerte del físico sus contrarréplicas inmateriales, impregnadas también de energía vital de frecuencias cada vez más sutiles, tardan más tiempo en disolverse: tres días el etérico, tres meses por lo menos el astral y varios años los otros dos.

De los setenta y dos mil nadi legados por la tradición, tres revisten una importancia fundamental. Se trata del canal central Sushumna, en torno al cual, una vez alcanzado el equilibrio energético, se entrelazan las dos polaridades laterales: Ida, la energía femenina, nocturna, húmeda, lunar, yin, y Pingala, la energía masculina, diurna, seca, caliente, solar, yang, que vuelven a subir, con un itinerario curvilíneo parecido al de las serpientes enroscadas alrededor del caduceo de Mercurio, para empezar de nuevo desde el primer chakra, Muladhara, hasta los orificios nasales, donde reciben el alimento pránico a través de la respiración.

Pongamos el ejemplo del péndulo. En movimiento, oscila de un lado a otro, vibrando entre los dos polos horizontales, el derecho y el izquierdo. Por otra parte, dado que también posee una polaridad vertical, la energía se transmite desde el eje hacia abajo. Aun así, basta con que el movimiento se detenga para que los dos polos horizontales, derecho e izquierdo, se anulen, de modo que la energía enviada hacia abajo se vea obligada a volver ascendiendo a lo largo del péndulo. Esto es lo que ocurre en el sistema energético de los tres nadi. Al alcanzar Ida y Pingala el estado de equilibrio, la energía sutil Kundalini asciende a lo largo del eje central hasta alcanzar el chakra superior, Sahasrara, la puerta hacia el Absoluto del que procedemos.

Los nadi

 Los chakras

En los textos más antiguos se mencionan ochenta mil, lo que significa que no existe la menor partícula de nuestro cuerpo que no funcione como un órgano de recepción, transformación y transmisión de la energía sutil. La mayoría de estos chakras tienen unas dimensiones reducidísimas; los más importantes, unos cuarenta, están concentrados en la zona del cuello, del bazo, en las palmas de las manos y en las plantas de los pies (sobre los que se practica una forma de masaje llamada reflexología).

Los chakras principales, situados en el cuerpo etérico a lo largo del eje de la columna vertebral, desde el sacro hasta la cúspide del cráneo, y dotados de una función vital muy importante para el cuerpo, la mente y el espíritu, son siete, como las notas musicales, los días de la semana y los planetas de la astrología antigua.

En sánscrito, chakra significa «rueda», es decir, remolino de energía. De todos modos, este concepto no sólo se encuentra en la tradición hindú: también hablaron de él los egipcios —según los cuales la apertura del centro del bazo comportaría un gran peligro para los no iniciados—, así como los indios hopi, que reconocían en el cuerpo la presencia de cinco centros energéticos. Los chinos los identificaban con los puntos de intersección de los meridianos, esos canales invisibles de energía que estimulan mediante la acupuntura o calientan con los cigarros incandescentes de la moxa.

Además de su forma circular o en embudo, los chakras presentan también un movimiento arremolinado que rehúye el ojo físico pero que se percibe fácilmente a través de los sentidos sutiles: la rotación se produce en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario según la polaridad de los chakras (el primero, el tercero, el quinto y el séptimo son masculinos; el segundo, el cuarto y el sexto, femeninos) y del sexo: en el hombre, el masculino gira hacia la derecha y el femenino hacia la izquierda; en la mujer, el masculino se mueve hacia la izquierda y el femenino hacia la derecha.

Parecidos a las flores de loto giratorias, que acaban de brotar o ya lo han hecho, nos los describen los videntes expertos en la lectura del aura y del estado energético de los cuerpos sutiles. A decir verdad, más que a las flores abiertas, en el hombre común los chakras se parecen a embudos más bien estrechos, provistos de un número variable de pétalos determinado por los nadi que se adhieren a ellos.

Según otros, los pétalos, o si se prefiere los radios de la rueda, son sólo ilusiones ópticas debidas a la velocidad vibratoria de los remolinos: a una velocidad baja le corresponden pocos pétalos, por ejemplo los cuatro de Muladhara y los seis de Svadhishthana, pero en las frecuencias altísimas de Sahasrara, la corona luminosa situada en la cúspide del cráneo, se reflejan mil pétalos, un número que en el simbolismo hindú equivale al infinito.

Los siete chakras principales

La rotación de los Chakras en el hombre y en la mujer

Lo mismo hay que decir en cuanto a los colores que irradian, que dependen exclusivamente de la velocidad de rotación: los tonos cálidos (marrón, rojo, naranja) corresponden a las velocidades bajas, mientras que los tonos fríos (verde, índigo, violeta) están asociados con las velocidades altas. La «línea fronteriza» está representada por el amarillo que, en consonancia con el chakra intermedio Manipura, constituye el punto de equilibrio.

Siempre de acuerdo con las descripciones de los videntes, en la zona más interna de cada chakra hay un conducto en forma de tallo que lo conecta con el canal energético principal, Sushumna. En la mayoría de las personas, los chakras se extienden a unos diez centímetros del punto de origen, y cada uno posee toda una gama de vibraciones cromáticas, aunque tiende a prevalecer el color específico. Por tanto, cada chakra tiene un color propio así como un sonido al que es más sensible respecto a los demás. Se trata, de nuevo, de una cuestión de resonancia y de armonía. Mirar un color u oír un sonido tiende a producir en el observador la vibración correspondiente. Lo similar atrae a lo similar, enuncia la primera de las leyes mágicas. No es extraño, pues, que el color rojo y la nota do atraigan al primer chakra, caracterizado por una vibración afín, mientras que el anaranjado y el re trabajan sobre el segundo, el amarillo y el mi sensibilizan el tercero, etcétera.

Con el desarrollo espiritual, las dimensiones de los chakras tienden a aumentar y su frecuencia se ve acelerada, con la consiguiente impresión de pureza y luminosidad acrecentadas. En realidad, su tamaño y frecuencia no son más que el reflejo de la cantidad y la calidad de energía que logran absorber de distintas fuentes: las estrellas, el cielo, las plantas, las piedras, los perfumes, los colores, la música y las personas. Todas estas fuentes, incluidas las personas que asumen tareas terapéuticas, pueden por lo tanto dirigirse hacia la mejora no sólo del estado de salud de los chakras, sino también de la calidad del ambiente externo y de las personas que forman parte de él.

Todas las tradiciones, desde la china a la hindú, pasando por la céltica o la egipcia, reconocen la existencia de dos corrientes energéticas de las que depende la vida: la energía telúrica, la corriente femenina de la tierra —en el tantrismo, Shakti Kundalini— que recibimos a través del chakra de la raíz, Muladhara y alojamos, en forma de serpiente enrollada, en la base de la columna; y la energía cósmica, la corriente masculina del cielo —en el tantrismo, Shiva—, que captamos gracias al chakra de la corona, Sahasrara.

La unión de las dos corrientes energéticas se produce cuando, despertada adecuadamente a través de la práctica del yoga, Kundalini empieza a ascender a lo largo del canal central hasta Sahasrara, donde se encuentra con Shiva. Entonces, se enciende la chispa que convierte al practicante en un iluminado, haciéndolo plenamente consciente de la identidad entre el yo y el Todo, entre el observador y la cosa observada, en una unión mística e ilimitada. Pero antes de alcanzar ese punto, en su ascensión Kundalini se va adueñando poco a poco de todos los chakras que, reactivados, se expanden y aceleran sus frecuencias, transmitiéndolas a su vez a los diversos cuerpos sutiles.

Los Chakras en forma de embudo, vistos de perfil

En el plano físico, los chakras son auténticas áreas corporales, localizadas alrededor de los principales plexos; su actividad electromagnética permite diagnosticar y curar enfermedades debidas a carencias o, por el contrario, a excesos de energía. En el plano de los acontecimientos, por el contrario, se convierten en tipos de actividad, respuestas o relaciones con los otros, por ejemplo, el trabajo, la música o el amor. En la dimensión temporal representan los estadios de la evolución, personal o colectiva, y en la mental son nuestros sistemas de pensamiento, nuestras creencias. En suma, los chakras actúan como vehículos de nuestra conciencia, permitiéndole expandirse en todos los planos, no sólo en el físico. Así, pueden aflorar todas nuestras potencialidades latentes: los sentidos y las percepciones se despiertan, los órganos y las funciones vitales se fortalecen, las enfermedades remiten hasta desaparecer, las aptitudes artísticas, musicales, pictóricas, comunicativas se expresan plenamente; y, por último, se manifiestan también capacidades paranormales (clarividencia, comunicación telepática, materialización y desmaterialización de objetos, etc.) que la tradición yóguica nos ha legado con el nombre de siddhi (poderes).

El nivel al que debe llegar la persona para poder trabajar sobre sí misma depende del estado energético de sus chakras, más o menos bloqueados por el estrés, de las disfunciones hormonales y de los problemas no resueltos, así como del grado de conciencia alcanzado.

La teosofía y el movimiento antroposófico de Rudolf Steiner han puesto de relieve la importancia de los ciclos, unidos a los movimientos de los astros, que afectan a toda la naturaleza y, por consiguiente, también al hombre. Todo en nuestro cuerpo (sangre, cabellos, tejidos) emplea siete años en renovarse por completo. Según la tradición, el periodo de mayor activación de cada chakra dura siete años por término medio (aunque este lapso de tiempo es variable para algunos chakras): de cero a siete Muladhara, de ocho a catorce Svadhishthana, de quince a veintiuno Manipura, etc.

Esto no significa que los siete tipos de energía no estén presentes todos al mismo tiempo. A los siete años, Muladhara no desaparece para ceder el paso a Svadhishthana, ni a los catorce este se ve desplazado por Manipura. Cada chakra sigue ocupando su sitio preciso en el cuerpo, y desarrollando sus funciones físicas y psicológicas: lo más que cambia es la preeminencia, el orden interno. Y si un chakra no ha logrado desarrollarse correctamente a la edad que le correspondía, las etapas siguientes de la vida se resentirán de alguna carencia o desequilibrio al nivel de aquel chakra. Por lo tanto, para sentirnos realmente bien, para experimentar la maravillosa sensación de armonía, serenidad, bienestar y amor que es privilegio del iniciado, es preciso que todos los chakras, sin excepción, estén abiertos y funcionen perfectamente. Sin embargo, y por desgracia, esto ocurre raramente en las personas corrientes: a causa de un conjunto de factores sociales, interpersonales, alimentarios, etc., algunos chakras se abren y otros se bloquean o permanecen parcialmente cerrados, en una gama de combinaciones infinita. Determinar las condiciones no es difícil: basta con confiarse a la observación. Sensaciones físicas, emociones, preferencias alimentarias, postura durante el sueño, deportes practicados, colores predilectos en el vestir, así como incluso la actitud, las características de la personalidad, las capacidades manifestadas o la tendencia a contraer determinadas enfermedades indican el estado y funcionamiento, armónico, excesivo o deficitario, de cada chakra.

Si el bloqueo energético se produce a la entrada del chakra su funcionalidad disminuirá por falta de energía; si, por el contrario, el bloqueo se sitúa un poco después, la energía seguirá fluyendo, pero, al no hallar una vía de salida, provocará una saturación de efectos desastrosos.

Para corregir el mal funcionamiento de los chakras, bastará con trabajar sobre los hábitos alimentarios y de vida. Entonces los propios alimentos, los perfumes, los colores, las piedras, la música, los deportes que nos han señalado las condiciones del chakra, con el apoyo inestimable de las posturas del yoga, de la respiración, de la meditación, de la luz coloreada y de la reflexología podal, así como de los aceites esenciales y las flores de Bach[2], podrán transformarse en instrumentos naturales válidos para la reactivación o el reequilibrio del chakra en cuestión.

En general, todos los ejercicios que exigen flexiones, torsiones y tensiones de la columna están orientados a liberar los canales energéticos de bloqueos y a ampliar su capacidad; las posiciones de equilibrio actúan positivamente sobre las dos polaridades de la energía, mientras que las invertidas (de la cabeza para abajo) o en arco (apoyándose sobre los hombros) la envían hacia los chakras superiores, donde espontáneamente, al menos en lo que respecta a una persona en condiciones físicas normales, es más fatigoso acceder. Por último, todas aquellas posturas que implican contracción del abdomen activan el chakra intermedio que, en la columna de los siete chakras principales, actúa como si fuera un «regulador del tráfico».

Puede ocurrir que esta redistribución provoque, como efecto inmediato, un empeoramiento temporal del estado de salud o de los trastornos, orgánicos o funcionales, que actúan como indicadores de un malestar debido a tal o cual chakra. Un chakra enfermo o un nadi bloqueado son como un músculo que, por culpa de un vendaje demasiado apretado, se vuelve rígido e insensible. Cuando se retira el vendaje, no se siente nada. Después, a medida que la sangre y la energía empiezan a circular, aparece un dolor intenso, un hormigueo molesto como si nos clavaran una aguja. Volvemos entonces a sentir, no sin dolor, las sensaciones que en su momento han provocado el bloqueo, el miedo, la rabia, el sufrimiento y todos aquellos sentimientos negativos que sólo pueden eliminarse dejando que afloren a la superficie. En suma, la última sacudida antes de sentirnos definitivamente liberados.

El reequilibrio de los chakras

 El yoga y el tantrismo

La palabra «yoga» procede del sánscrito yuj, que significa «juntar» o «uncir». Lo que hay que uncir es intuitivo: todo aquello que, al divagar, intrigar y distraer, aparta del camino de la ascesis, de la identificación del yo con el Todo: los pensamientos, los deseos, las pasiones. El problema se plantea en torno a cómo uncir, y aparecen diversas soluciones: el camino del ejercicio físico, de la respiración y de la concentración (Hatha Yoga); el del amor divino, de la devoción y de la fe (Bhakti Yoga); el de la acción, que se consuma a través del deber cumplido (Karma Yoga); y, además, el del conocimiento (Jnana Yoga), del sonido (Laya Yoga) y de la visualización (Yantra Yoga).

El Tantra Yoga, que trabaja específicamente en el ámbito de la energía sutil de los nadi y los chakras, es en cierto sentido una síntesis de todos estos caminos: un yoga práctico en el que cuerpo y mente, energía materializada y energía sutil interactúan, siendo el primero el vehículo de la segunda. El principio del Tantra es Shakti, el poder femenino que se manifiesta simultáneamente como cuerpo y mente, si bien la conciencia suprema reside más allá de lo mental y sus limitaciones. Aun así, para superar la mente es preciso detener su vehículo, purificado mediante la práctica yóguica de las asana (posturas), de los mudra (gestos) y del pranayama (control de la respiración), y suspender cualquier forma de actividad mental.

Cuando el prana, la energía vital rica en iones negativos, se funde con el apana, la energía expulsiva cargada de iones positivos, se genera una fuerza capaz de hacer ascender por la columna la energía femenina, Shakti Kundalini (del sánscrito kunda, «ovillo» o «cavidad para el fuego del sacrificio»), empujándola hacia arriba. Todas las técnicas que actúan sobre Kundalini tienen un origen tántrico y operan gracias a la unión existente entre la mente y el cuerpo, canalizando la energía sutil a través del sistema nervioso de la columna vertebral. En este caso, en contraste con la ley de la gravedad sube tocando sucesivamente los seis centros de transformación e intercambio alineados en vertical, antes de alcanzar la meta final del séptimo, Sahasrara, alojado entre los dos hemisferios cerebrales. Entonces los dos hemisferios, uno encargado de las funciones verbales y el otro de las visuales, se aplacan en una forma contemplativa más allá del espacio y el tiempo, cesan de trabajar y superan todos los conocimientos ilusorios y las falsas identificaciones con el mundo fenoménico, la apariencia que el hombre común se obstina en confundir con la realidad.

Nos volvemos conscientes de nosotros mismos y de la existencia de otros planos y estados de conciencia, más allá de aquellos a los que hemos accedido normalmente, y nos separamos del mundo exterior para establecer un contacto más íntimo con nuestra propia interioridad.

La renuncia al apego a los sentidos franquea el camino que conduce a la dimensión interior y permite ver la luz, superando el dualismo que hay entre mente y cuerpo, materia y espíritu e, incluso, según las escrituras yóguicas, el umbral de la vejez, de la enfermedad y de la muerte.

 La conducta

La naturaleza del hombre es de tipo energético, como la que se manifiesta en el infinito número de vibraciones, colores, formas, perfumes y sonidos presentes en la creación. La mente racional y los conocimientos que se basan en ella nos han alejado de esta realidad y de la conciencia de estar inmersos en el Todo, formando una unidad con su esencia. El miedo a perder lo que se ha conquistado, las decepciones, las tensiones, nos han hecho perder de vista esta posibilidad de intercambio continuo entre el hombre y el universo. Todo nos pertenece porque somos parte del todo, y podemos alimentarnos de las manifestaciones cósmicas recibidas a través de los sentidos, los colores, las formas, los perfumes y los sonidos para recuperar la unidad originaria.

Para actuar sobre las partes sutiles más sensibles a las vibraciones ambientales, y sujetas con mayor facilidad a bloqueos y clausuras, existe un sistema natural muy sencillo: someter los chakras a frecuencias vibratorias similares a aquellas con las que vibrarían naturalmente si funcionaran de modo armónico. No hay que olvidar que una de las leyes del esoterismo occidental afirma que «lo similar atrae a lo similar». Y cuando este parecido desaparece, basta con suscitar un contacto, una analogía entre realidades distintas, para que lentamente empiecen a sintonizar. Basta con pensar en los grupos, las familias o las parejas: tras años de convivencia, acaban pareciéndose, manifestando vicios, virtudes y hábitos similares.

La calidad del ambiente y de quienes nos rodean se convierte, con el tiempo, en la calidad de nuestra propia vida. Por ello, es fundamental tratar de mejorarla, eligiendo los colores y las músicas más adecuadas, y sobre todo la proximidad de personas amables y amorosas. De esta manera, al chakra que padece un desequilibrio energético afluirán frecuencias más altas que las que él puede emitir: empezará entonces a vibrar a mayor velocidad y los bloqueos se disolverán de forma gradual. Como si soplara un viento energético sobre nuestros cuerpos sutiles, limpiándolos, el prana procedente de las capas más sutiles alcanza, a través de los centros energéticos de los chakras, el cuerpo físico, curándolo y revitalizándolo.

No se trata de un proceso indoloro: las emociones reprimidas, los bloqueos superados, los recuerdos marginados, afloran de nuevo a la superficie provocando sufrimiento, tanto en la mente como en el cuerpo, antes de desaparecer. Pero hay que insistir, evitando abrumarse por la ansiedad, las jaquecas y la fatiga: sólo así estos malestares pasajeros podrán ceder el paso a una sensación de profunda alegría, lucidez y serenidad.

Cuando nos vemos obligados a afrontar una situación de riesgo, por ejemplo, un contacto con personas desagradables, o bien la permanencia forzada en lugares pobres desde el punto de vista energético, el arte de la visualización se convierte en una valiosa arma de defensa y ataque. Aprendamos a visualizar nuestros deseos, creemos aureolas de luz azul alrededor de las personas queridas, imaginemos un hilo dorado que emane del entrecejo o del tercer chakra, Manipura, y lentamente iremos envolviendo, como un capullo luminoso, a la persona amada o a nosotros mismos. Sin embargo, hay que procurar no exagerar, puesto que si bien es cierto que el «capullo» es un instrumento protector en todas las situaciones negativas, también tiende a bloquear el intercambio energético con el ambiente, con el riesgo, si la situación se prolonga, de impedir la recarga energética necesaria.

 Los métodos

Para localizar los chakras más necesitados de ayuda, podemos seguir dos caminos. El primero, accesible a muy pocos, se basa en la sensibilidad. Apoyando la mano abierta a la altura del chakra, observando el aura o utilizando péndulos o varitas radioestésicas, ciertas personas son capaces de evaluar su estado energético, armónico o inarmónico.

Pero es posible intervenir de manera eficaz incluso si no se posee esta capacidad. Estudiaremos atentamente la ficha de cada chakra, y nos interrogaremos con total honestidad, examinándonos en profundidad: enfermedades, temperamento, hábitos, alimentación, postura y duración del sueño. Analizaremos los deseos y preferencias personales, y después las compararemos con las características del chakra en cuestión. Si nos reconocemos en él completamente, significa que el chakra funciona a la perfección, sin dificultades; pero si detectamos en nuestro comportamiento algún aspecto exagerado, quiere decir que en ese nivel hay una carga energética que debe aligerarse. Si las características relativas a ese chakra nos resultan extrañas respecto a nuestros hábitos, nos encontraremos ante un defecto, una carencia.

El primer chakra que debe armonizarse es el del corazón. De hecho, mientras este pueda funcionar sin dificultades, nunca nos faltará el amor, que revitaliza y cura, restableciendo con su vibración armoniosa la vitalidad de todos los chakras.

Dejémonos ayudar por la naturaleza, manipulemos los elementos, la arena, la arcilla, el agua. Dejémonos acariciar por el viento, calentar por el fuego, perfumémonos con esencias naturales y tengamos siempre en casa flores frescas. Escuchemos con frecuencia buena música, cantemos, movámonos y bailemos.

Hay que poner un especial esmero en todo lo relativo a la elección de los colores, de la ropa, las paredes, los muebles y los cosméticos (jabones, sales de baño, baño de espuma), teniendo en cuenta que el amarillo es reequilibrante, el naranja y el rojo son calentadores y afirmantes, el azul marino relaja y es ligeramente antibiótico, el verde es tranquilizante y antitumoral y el violeta, anafrodisiaco y espiritualizante.

Podemos reforzar esta terapia natural aplicando directamente sobre el cuerpo, a la altura del chakra, trozos de seda del color correspondiente, o iluminados con bombillas de colores.

Como alternativa, podemos preparar la maravillosa «agua de sol», que tomaremos a pequeños sorbos de agua una garrafa transparente vendada con seda de colores (de un solo tono) y que dejaremos reposar a la luz directa del sol durante cinco o seis horas, como mínimo.

Podremos añadir la ayuda que proporcionan los cristales, que los hindúes definen como «gotas de luz de colores». Podemos llevar encima, pegados a la piel, los que se aconsejan para el chakra que «está en peligro», o bien junto a la cama, a la altura de la cabeza o del corazón. Lo fundamental es que, antes de utilizarlos, los hagamos nuestros, lavándolos en agua abundante en la que habremos disuelto sal marina. Sin embargo, la solución más eficaz consiste en llevar a cabo la meditación sobre los distintos chakras, tumbados en el suelo, con los ojos cerrados y la cabeza orientada hacia el norte, apoyando los cristales directamente sobre la piel desnuda, a la altura de los centros energéticos. El efecto será aún más intenso cogiendo en cada mano un cristal de cuarzo (puntiagudo en la derecha, redondeado en la izquierda) y colocándonos alrededor del cuerpo, en círculo, doce cristales con las puntas orientadas hacia el centro.

Otra posibilidad muy eficaz de intervención la proporciona una técnica oriental antiquísima: el masaje de los puntos de acupuntura, o el más sencillo de las zonas reflejas de la planta de los pies, que son áreas minúsculas en correspondencia con los distintos órganos y funciones del organismo. El masaje se realiza con movimientos profundos y circulares, rigurosamente en sentido horario para cargar, y antihorario para descargar, utilizando, en función de la extensión de la zona a tratar, únicamente el pulgar, el pulgar y el índice o el pulgar, el índice y el corazón. Aplicaremos este masaje sobre cada punto durante dos o tres minutos, insistiendo en las zonas correspondientes a los chakras con dificultades.

Se recomienda ejercer una presión moderada, enérgica pero no tan fuerte como para que provoque un dolor insoportable. La regla es sencilla: un poco de dolor es el signo adecuado que envía el punto tratado, y significa que el chakra o el órgano afectado es justo el que estamos manipulado. Aun así, no debemos creer que, cuanto más insoportable sea, el masaje tiene mayor eficacia. Una acción demasiado intensa no haría más que descargar las zonas tratadas, poniendo en peligro un equilibrio energético ya de por sí inestable.

Chakras y zonas reflejas del pie