

Es el roedor de compañía que vive más tiempo, y hoy en día es una de las especies más apreciadas. Sin embargo, su relación con el ser humano no siempre ha sido un camino de rosas.
«Nació» hace 50 o 60 millones de años; para ser más exactos, en el periodo de la era Terciaria conocido como época de los mamíferos.
La chinchilla, originaria de Suramérica, vivía en un ambiente natural que, desde luego, no es uno de los más acogedores: los altiplanos de Chile, Perú, Argentina y Bolivia, a altitudes comprendidas entre los 3.000 y los 6.000 metros. Se trata de territorios muy áridos, donde la única fuente de agua que se encuentra con cierta regularidad es el rocío, la vegetación es escasa y la oscilación térmica muy elevada. En efecto, la temperatura varía de los 30 °C del día a los –10 °C de la noche.

Dueña de su entorno
En cualquier caso, la chinchilla logró arreglárselas muy bien: su denso pelaje se encargaba de protegerla del calor y del frío, y su color gris le ofrecía una óptima mimetización, que el pequeño roedor hacía aún más eficaz revolcándose en la tierra. Obtenía una protección adicional frente a los depredadores no sólo gracias a la abundancia de escondites del ambiente natural, sino también a su extraordinaria agilidad, comparable a la de las ardillas, que le permitía encaramarse muy deprisa a rocas y árboles a la primera señal de peligro.


El nombre
Las opiniones sobre el origen del nombre chinchilla son al menos tres.
Según algunos, derivaría del de una tribu india, los chinchas, que solían engalanarse con las pieles de este roedor en las grandes ocasiones. Al conquistar América, los españoles lo habrían llamado chinchilla en el sentido de «pequeño chinchas».
Otros piensan en cambio en el término, también español, de chinche, que significa «mamífero hediondo», aunque en realidad es un animal que no emana ningún olor.
Por último, hay quien relaciona el nombre con la ciudad de Djindjala, «célebre desde el siglo XIII por sus valiosos tejidos de lana, con los que se compararon las espléndidas pieles traídas de América».
La «desventura» del ser humano
Sin embargo, sus mil recursos no bastaron para protegerla de la codicia del hombre. Desconocida en Europa hasta el siglo XVI, fue introducida en este continente tras las conquistas españolas en América Latina. En el botín de los soldados había muchas pieles de chinchilla que conquistaron enseguida el Viejo Continente por su belleza y extraordinaria suavidad. Todo el mundo las quería, y el deseo de conseguirlas para venderlas —asegurándose así pingües beneficios— dio inicio a una caza despiadada durante siglos, un auténtico exterminio que estuvo a punto de llevar a la extinción de este animal. Hasta que a principios del siglo XX se prohibió por fin la captura de la chinchilla salvaje.

El simpático roedor que conocemos hoy es descendiente de un grupo de doce ejemplares que fue trasladado a California desde Chile hace menos de cien años
Aquella primera docena
Las pieles de chinchilla constituían una mercancía valiosa, hasta el punto de que algunos empezaron a pensar en criar a estos animales, empresa nada fácil, porque al pequeño roedor le costaba mucho adaptarse a climas completamente distintos al de su hábitat.
Sin embargo, hubo un momento en que el experimento alcanzó el éxito. En 1922 Mathias F. Chapman, joven ingeniero de minas que trabajaba entonces en Chile, obtuvo una colonia de doce ejemplares que quería llevar a California. El problema principal era ayudarles a soportar el calor de la interminable travesía por mar. Pero el ingeniero no se desanimó: controlando que las jaulas permaneciesen a la sombra y rodeándolas de bloques de hielo que reemplazaba con frecuencia, en marzo de 1923 arribó a San Diego con todos sus compañeros de viaje en excelente estado de salud. Nuestras chinchillas de hoy, cada vez más apreciadas como animales de compañía, son las descendientes de las doce pioneras (¡sólo cuatro eran hembras!) que viajaron en el barco de Chapman. Se puede decir, por tanto, que en este caso la intervención del hombre, en forma de cría, salvó a una especie.

El manto de la chinchilla es extraordinario, pero su vida en nuestra casa radica sobre todo en su «dulzura» como animal de compañía

Sus parientes
Ardilla coreana
Como el conejo enano, necesita salir de vez en cuando de la jaula. Es muy sociable, pero también «posesivo», y prefiere ser la única ardilla de la casa.
Conejillo de Indias
También llamado cobaya, es muy dulce, y cuando «habla» da la sensación de refunfuñar. A diferencia del hámster y la chinchilla, vive de día.
Conejo enano
Se adapta muy bien a la vida en un piso e incluso puede vivir fuera de la jaula, moviéndose por la casa. Es vivaz, inteligente y cariñoso, pero necesita mucha compañía porque sufre con la soledad. Es el amigo ideal para un conejillo de Indias.
Hámster
Junto al conejillo de Indias es el roedor más querido por los niños. Sin embargo, es un animal más solitario, que vive sobre todo por la noche, puesto que duerme durante gran parte del día.
Por lo tanto, no podemos esperar jugar con él como se haría con un cachorro de perro o de gato.
Jerbo
Además de ser muy sociable, entre sus dotes se aprecia sobre todo la docilidad, que lo convierte en un animal fácil de domesticar. Le encanta cavar madrigueras.
Rata
Fiel a su dueño, es inteligente, juguetona y fácil de criar. Es más activa de día que de noche.
Ratón
Es un animal nocturno, en ocasiones poco sociable y siempre muy independiente, por esta razón domesticarlo requiere paciencia y dulzura. En contrapartida, le encanta jugar.